NOTA: Este es el epílogo, antes de leerlo lee el capítulo anterior que es el final de este fanfic. He actualizado con dos capítulos: el anterior y este. No leas el epílogo si no has leído el otro porque no te enterarás de qué ha pasado ;)


Caminó por el corredor de brillante mármol. Tornó la vista hacia las estatuas que guardaban el espacio, a los lados del camino. Las representaciones de piedra de los grandes y antiguos aesir, los reyes y dioses de Midgard, olvidados durante siglos por culpa de la maldición de Odín, asesinados cuando el rey oscuro corrompió la tierra sagrada de Asgard. Se detuvo delante de las nuevas figuras que habían tallado las valkirias: dos mujeres que tomadas de la mano se enfrentaban a su terrible destino. Leyó por enésima vez los nombres tallados en los carteles incrustados a los pies de las estatuas: Ysabeau McCorrigan Dennis «Crepúsculo de los 9 Mundos» y Brynhild Tamsin «Monarca, salvadora de los 9 Mundos». Torció una sonrisa de orgullo.

—Hoy venimos aquí, de nuevo, para rendir culto a los más grandes aesir —comenzó a hablar Siriana—, en especial a ellas, las mujeres que liberaron nuestro mundo y acabaron con la corrupción de Odín. Freyja...

Levantó la mirada cuando le pidió la palabra, volviendo en sí, y asintió hacia Siriana. Se dio la vuelta y miró hacia el grupo de valkirias y valientes guerreros caídos en la batalla, cuyas almas fueron traídas por las valkirias, para comenzar a hablar.

—Fue duro el despertar, cuando descubrimos que lo que creímos era mentira y que Odín no solo había destruido nuestro mundo, sino que nos usó para sus sucios beneficios. Pero eso quedó atrás, gracias a estas dos mujeres. —Freyja esbozó una enorme sonrisa que fue correspondida enseguida por sus valkirias—. Hemos hecho un trabajo maravilloso reconstruyendo nuestro hogar y...

—¡Freyja! —exclamó una valkiria que irrumpió en la estancia a toda prisa—. ¡Freyja!

—¿Qué ocurre? —dijo caminando hacia ella.

La valkiria se detuvo, recuperando el aliento, mientras las miradas preocupadas de los presentes se cernían sobre ella.

—Por los dioses, ¡habla!

—Freyja, mi reina —contestó jadeante—, es el lago... ¡alguien viene por el Yggdrasil!

Murmullos de terror inundaron el espacio. Las valkirias se inquietaron y más todavía al comprobar el estado de alteración de su hermana.

—Es imposible... Nadie ha podido cruzar desde el Amanecer por el Yggdrasil. Nadie puede volver ni regresar... ¡Es imposible!

Corrieron hasta el exterior del palacio, dejando atrás la majestuosa construcción de Valhalla, el grupo se encaminó hacia el lago.

La primera en llegar fue Freyja. Se detuvo a orillas del lago y observó cómo en las tranquilas aguas se dibujaban ondas. La superficie se iba agitando cada vez más y Freyja, impotente, solo pudo quedarse mirando con el corazón en un puño.

De pronto, las aguas se abrieron y de ellas sobresalió el rostro de una mujer. Los cabellos cobrizos cayeron pegados a su rostro y sus ojos se abrieron de golpe, mostrando el azul que guardaban.

—¿Antalya? —dijo una valkiria.

Y Freyja avanzó varios pasos hasta aquella intrusa para comprobar que era cierto. El agua golpeó sus pies cuando la mujer de pelo naranja se fijó en ella con sorpresa.

—Mi reina, supongo —dijo con una inclinación de cabeza—. He cumplido la promesa que te hice en el otro mundo.

A medida que Antalya daba un paso hacia la orilla, el agua iba cayendo por su cuerpo y dejando a la vista lo que traía entre sus brazos. En ellos yacía el cuerpo inmóvil de una muchacha de pelo azabache, cubierto por una túnica blanca que se pegaba a su piel por el agua.

—¿Cómo? —exclamaron algunas valkirias.

—Las valkirias siempre volvemos al Valhalla —respondió Antalya.

Freyja se abalanzó hacia el lago. Sus piernas se golpearon con el peso del agua, haciéndola tambalearse varias veces mientras avanzaba en una carrera agónica hasta Antalya.

Sostuvo entre sus manos el rostro de la mujer inconsciente y apartó los mechones negros que se pegaban en su rostro. La examinó, deslizó sus dedos por su cuello, buscando algún signo vital sin ningún éxito.

—Paciencia —le dijo Antalya mientras dejaba el cuerpo sobre el agua.

Por su propio peso se hundió lentamente. Freyja fijó su mirada temblorosa en los ojos azules de Antalya, que le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

De pronto, una mano emergió de las aguas. Se agitó con violencia, tratando de aferrarse a algo para salir a flote. Freyja la agarró y tiró de ella con fuerza. La muchacha salió tosiendo y escupiendo el agua que había inundado sus pulmones. Se tambaleó y Freyja la sostuvo entre sus brazos donde la acunó durante varios minutos hasta que se tranquilizó. Entonces levantó su mirada y miró a la reina de las valkirias.

—Tamsin —murmuró.

Freyja le apartó los mechones de la cara, dejando ver aquellos gélidos ojos en los que jamás pudo dejar de pensar.

—Tamsin —volvió a decir con otro murmullo roto.

Sus manos se aferraron al cuerpo de ella, pues la otra no le respondió. Se quedó petrificada dentro del lago, con el agua llegándole por la cintura, incapaz de formular palabra alguna. Y las demás valkirias permanecieron sosteniendo el aliento, observando con temor y confusión lo que estaba sucediendo.

—Te encontré... te encontré...

De pronto, Freyja separó con brusquedad a la muchacha y, tomándola por los hombros, la miró con enfado evidente.

—¿Qué diablos has hecho? ¿Qué...? ¿Qué haces aquí?

—Me estaba muriendo igualmente, ya lo sabes.

El gesto de Freyja se frunció en un gesto de dolor y sus ojos verdes se llenaron de lágrimas.

—Tamsin, no llores, eres la reina de las valkirias, ¿qué van a pensar de ti? —bromeó.

Ella se echó a reír apartando las lágrimas de su rostro y se quedó mirándola sin decir nada de nuevo.

—Sabes que mi destino estaba fijado, que no podía evitar la muerte, y de todas formas, ya no tenía mucho más que hacer allí... Y no sé a qué esperas para darme un beso después del viajecito que me he dado para llegar aquí, ¿o es que ahora que eres la reina de las valkirias tengo que pedir un permi...?

Kenzi no pudo seguir hablando, pues Tamsin, ahora elevada a Freyja, había cerrado el espacio entre ellas, sellando sus palabras con sus labios.

En algún momento del beso, los ojos de Kenzi revolotearon inquietos por la presencia de los habitantes de Asgard, y tuvo que separarse unos centímetros de los labios de Tamsin al ver la sonrisa de Dyson mirarla con orgullo mientras, a su lado, Ciara sostenía su mano. Kenzi se aferró al cuerpo de su valkiria, sintiendo las lágrimas aparecer en sus ojos y verter su dicha en la sonrisa imborrable de su rostro.

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Recogió sus piernas sobre el césped verde y sus dedos rozaron las flores que la rodeaban. Sonrió sintiendo el calor del sol cayendo sobre su piel y cerró sus ojos, por un momento, escuchando la brisa moverse entre las plantas. A lo lejos, los murmullos del aire se mezclaron con una risa y la sonrisa de Tamsin se hizo más grande. Elevó su mirada y la vio frente a ella, portando un enorme ramo de flores que había elaborado.

—Este sitio es perfecto, ni un bicho asqueroso me he encontrado —le dijo antes de sentarse a su lado.

—¿Qué haces con eso?

Kenzi torció una sonrisa pícara y le puso aquellos ojillos inocentes que hacían saltar todas las alarmas a Tamsin.

—¡Oh, no! —exclamó echándose hacia un lado.

—Tamsin, no seas borde, déjame hacerte una corona de flores —gimoteó lanzándose sobre ella para evitar que se pusiera de pie.

—¡Que no!

Pero Kenzi ya se había colocado sobre ella y le impidió que se levantara. Tamsin tornó los ojos en blanco mientras escuchaba la risa de Kenzi.

—Ya le hice una corona muy bonita a Antalya y tú eres Freyja, y también mi chica —añadió con una risilla que coloreó sus mejillas—, no puedes ser menos que ella.

—Kenzi, el Valhalla está lleno de guerreros valerosos...

—Shhh —le dijo poniendo un dedo sobre sus labios—. Ya veo que ni en esta tierra sagrada dejas de gruñir.

Y Tamsin resopló tornando los ojos en blanco de nuevo, dándose por vencida. Kenzi esbozó una sonrisa y comenzó a colocar algunas flores entre sus cabellos rubios.

—Hoy soñé con Bo —dijo de pronto—. Espero que esté bien. —Kenzi observó la mirada triste que se dibujó en Tamsin—. Siempre sentí que las dos estabais bien, lejos de mí, pero bien... Y hay nueve mundos, ¿no? Seguro que está en otro.

—Es posible... Quizá algún día logremos contactar con otros mundos.

—Ay, sí, me gustaría ver qué tal le va a Lauren. —Tamsin suspiró y Kenzi se dio cuenta de que su gesto triste se agravió—. Ella tiene una razón muy importante para estar bien, gracias a ti, por cierto —le dijo con una sonrisa enorme mientras colocaba una margarita sobre su oreja izquierda—, jamás se sentirá sola. Y tendrías que ver cómo se ha comportado Evony, bueno, y también Hale, pero lo de Evony... —Y Tamsin por fin sonrió—. Estoy tan orgullosa de todo lo que hizo Bo por los humanos y por los faes... —Los ojos de Kenzi brillaron emocionados—, es un mundo precioso, pero claro, me faltabas tú. Y de todas formas, no tenía todo el tiempo necesario para poder disfrutarlo... ¿Tú estás contenta de que esté aquí? —Tamsin asintió con lentitud.

—Por supuesto, antes de esto ya me diste muchas cosas que jamás tuve.

—Ay, me vas a hacer llorar —le dijo escondiendo el rostro sobre su hombro.

Tamsin rió acariciando los cabellos de Kenzi y rodeándola con sus brazos. Se quedaron en silencio, acostadas sobre la hierba de la inmensa llanura. La brisa corrió alrededor de ellas, envolviéndolas en una sensación de paz y de tranquilidad. El dolor, la muerte, la pérdida... allí, en Asgard, parecía todo un mal sueño, o un viejo enemigo que habían derrotado y dejado muy lejos, en un lugar que jamás volvería a alcanzarlas.

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Lauren tomó un largo trago de su té. Dejó que el calor del líquido embriagara su interior y luego suspiró, sin apartar los ojos de los papeles que sujetaba con su otra mano. Dejó el vaso, ahora vacío, sobre la mesa y continuó con la lectura mientras paseaba sin un rumbo fijo por el enorme estudio de la mansión donde vivía.

—Ya sabía que te encontraría aquí —dijo Evony, asomándose a través de la puerta—. ¿No me digas que estás todavía con esos análisis?

—Quiero asegurarme de que todo está bien en mi cuerpo —le replicó sin apartar la mirada de los datos de las hojas.

—Lauren, llevas haciéndote esos análisis como ochos años y todo está tan bien como al principio.

—Quiero asegurarme —le respondió levantando la mirada hasta ella—, he llevado a cabo una mutación genética muy compleja en mi cuerpo y podrían haber efectos secundarios a largo plazo en mi cuerpo... o en el de Amanda. —Se mordió el labio con incertidumbre.

—Amanda está genial... bueno, un poco nerviosa porque hoy cumple nueve años, aunque no tan nerviosa como yo, ya sabes cómo odio que me llenéis la casa de renacuajos.

Lauren se rió y negó con la cabeza. Luego dejó los papeles sobre la mesa y se dirigió hasta la puerta del estudio.

—Tranquila, ya bajo a ocuparme de los preparativos —le dijo antes de salir.

Lauren bajó a la planta inferior y saludó a las dos sirvientas que andaban afanadas limpiando. Las mujeres le devolvieron el saludo con alegría. Luego entró a la cocina y vio a Roberto enfrascado en su labor con la comida.

—Ajá, buenos días, señorita Lewis, ¿desea algo de comer?

—No, por favor, ya estás suficiente atareado con el menú del cumpleaños, solo vengo a echar una mano —le respondió con una gran sonrisa mientras cogía el montón de platos de la mesa para llevarlos al comedor.

—Descuide, tengo todo bajo control.

—Pues que siga así —le dijo finalmente, con la pila de platos en la mano y saliendo por la puerta.

A veces, con tanta gente alegre a su alrededor, era difícil notar el peso dentro de su cuerpo que la embargaba de tristeza. Lauren avanzó por el corredor hacia la sala donde darían el cumpleaños de su hija Amanda. Sabía que mucha gente acudiría porque ambas eran una celebridad, la esperanza de la mejora genética de la humanidad. Eran las primeras híbridas humano-faes y solo era cuestión de años que gracias a ello, Lauren comenzara el mayor proyecto de medicina de toda la historia de la humanidad con el fin de prolongar y mejorar la esperanza de vida de los humanos y erradicar la mayoría de las más terribles enfermedades.

—¡Mamá!

El grito de júbilo de Amanda la sacó de sus cavilaciones y Lauren sonrió al escucharla desde la sala.

—¡Mamá!

—Ya voy, cariño.

Pero cuando Lauren entró en la sala, vio a su hija mirando a un punto fijo de la pared, dándole la espalda, mientras alzaba la mano hacia una bola luminosa que estaba flotando sobre el suelo.

—¡Mira, es mami! —le dijo su hija saltando de alegría mientras señalaba a la luz.

Los platos que llevaba se le resbalaron de las manos y se estrellaron contra el suelo. La luz se intensificó durante unos segundos y luego desapareció. Lauren se agarró a la puerta, sintiendo que el aire no podía llegarle a los pulmones. Volvió a mirar a aquel punto, con el corazón a punto de salirle disparado.

—Bo —murmuró, pero la luz había desaparecido.

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La anciana la miró entrecerrando los ojos, gesto que provocó que se acentuaran las arrugas de su rostro. El crepitar del fuego de la chimenea fue el único sonido que perturbó la quietud que se había instaurado entre las dos mujeres y continuó siendo lo único que se escuchó por largos minutos dentro de aquella casucha. De pronto, la anciana comenzó a reír, primero en siseo poco audible, pero sus carcajadas comenzaron a ser más sonoras después de unos segundos. La otra mujer la observó con una sonrisa afilada en su rostro.

—Te lo dije. Te dije que lo conseguiría.

La anciana dejó de reírse y la observó con un gesto más serio. Asintió en silencio y luego dejó salir un suspiro.

—Ay, muchacha... Lo que daría por tener el alma de tu padre habitando en Helheim.

—Su alma no se merece habitar en ninguno de los nueve mundos.

—Ah, niña, es que tú no disfrutarías de la cara que se le pondría al ver cuánto te subestimó...

Bo sonrió de forma arrogante y miró de soslayo a Hela, que aguardaba sentada en su mecedora sin apartar sus ojos negros de ella. Al principio, le aterraba la presencia de la señora de Helheim, más aun cuando recordaba las terribles vivencias que le hizo vivir la última vez que estuvo en su reino, pero Hela también sintió temor al verla aparecer en su mundo siendo inmune a su poder. Con el paso del tiempo, establecieron una especie de relación llena de respeto. Una interesada en la sabiduría y conocimiento que los milenios de existencia le habían otorgado, y la otra, intrigada y fascinada por un poder que jamás habían visto sus antiguos ojos.

—Él pretendió ser un dios, pero los dioses no existen. Ahora tengo mejores cosas que hacer que pensar en él. He conseguido materializar mi alma en Midgard, al menos durante unos minutos, he visto a mi hija y a Lauren... —Bo se detuvo unos segundos, las palabras se le atragantaron contra el nudo de emociones que se formó en su garganta. Se aclaró la voz y prosiguió—: En unos pocos años, seré capaz de volver y regresar con ellas, lejos de la maldición que mi padre creó en mí, porque Tamsin tenía razón: mi maldad estaba en mi naturaleza, en mi sangre, no en mi alma; y ella salvó mi alma.

# FIN #