CAPÍTULO 6
Hola a todas!
Una vez más, muchas gracias por acompañarme y seguir esta historia. Sé que es una idea un poco inusual, y tal vez polémica, pero por una extrala razón, para mí siempre fue muy evidente... O.o jajajaja
Un abrazo, espero que la hayan disfrutado al leerla, tanto como yo al escribirla!
Contenido PG17
Eliza regresó a su habitación, Edmund emitía ligeros y acompasados ronquidos, se recostó contra la puerta respirando hondo, cerró los ojos, contó hasta diez, y sin detenerse a pensarlo, giró rápidamente, tomó su ropa y botas de montar, ni siquiera perdió tiempo en empacarla, las llevó sobre sus manos tal cual estaban, cerró la puerta cuidadosamente y descendió las escaleras a toda prisa.
Dorothy sintió los pasos ligeros de alguien pero no le prestó atención, atribuyéndolos a algún alegre familiar un tanto ebrio.
No se detuvo. Sigilosa abandonó la casa y corrió a los establos. Allí estaba Archie terminando de ensillar su caballo, ella se ocultó e intentó recobrar el aliento luego de su maratónica huida. una vez se sintió compuesta, acomodó sus vestidos y con las manos tras de sí llevando sus ropas y zapatos de cambio escondidos, caminó lenta y decididamente hacia él.
El rostro del Archie se iluminó al verla y un extraño calor le inundó el pecho de Eliza. Los dos decidieron no prestar atención a las nuevas y desconcertantes sensaciones que obnubilaban sus pensamientos.
—No me encontré con tu esposa— Le dijo Eliza en un perfectamente actuado tono indiferente —Sí acaso la veo después le daré tu recado— Se acercó más a él —¿Necesitas algún tipo de ayuda con tu trabajo? Cuando me lo propongo puedo ser muy eficiente, hoy me siento especialmente dinámica—
Él volvió su mirada al caballo y aseguró las riendas tirando de ellas —No sobrarían un par de manos extra, pero, sólo está disponible este caballo, sí vienes deberemos montar el mismo animal— Finalizó con una resplandeciente e incitadora mirada.
—No lo sé, estoy acostumbrada a montar mis propios caballos, supongo que serías tu quien lo guiaría— Especuló Eliza falsamente reticente.
—Así es, yo lo cabalgaré tras de ti, en la silla— Acentúo Archie dejando que se resbalaran cadenciosamente las palabras en su lengua.
—Está bien— Acordó Eliza sin más.
Él la miró sorprendido, jamás imaginó que ella accedería tan rápidamente. Y sin discutir.
Con una sonrisa, Archie avanzó lentamente hasta donde Eliza se encontraba —Señora Burton— Le habló con voz profunda y ronca —En realidad, en verdad— Enfatizó enarcando sus cejas —No quisiera decir esto pero, no voy a asumir la completa responsabilidad de lo que suceda—
—¿De qué estás hablando?— Lo cuestionó ella, pretendiéndose inocente de las intenciones de Archie.
Él prosiguió —Estoy muy cerca de estar seguro que este será un punto de no retorno— Pegó su cuerpo al de ella —Yo estoy seguro de continuar… ¿tú?—
—Estoy aquí Archie, es todo lo que necesitas saber— Le respondió Eliza, deslizando lentamente sus manos abiertas por su duro pecho.
Archie respiró profundamente ante la inadvertida caricia, luego posó sus ojos en ella, con una combinación de satisfacción y recelo. Le acarició los cabellos con dulzura —Perfecto— Le susurró.
—Espérame un momento— Se disculpó alejándose de ella —Debo cruzar un par de palabras con el capataz— Se volvió para mirarla una vez más con una sonrisa burlona en los labios —Y puedes tomar esa bolsa— Le señaló una cesta cerca de donde estaban depositados los cepillos de los caballos —Veo que tus manos están ocupadas— Eliza asintió con un movimiento de cabeza y se apresuró a darle la espalda.
—Peter— Llamó Archie al capataz una vez estuvo fuera del establo.
El hombre se dirigió rápidamente hacia él, poniéndose a su disposición.
—Peter, estaré trabajando toda la noche en la cabaña, no quiero ser interrumpido por nadie, absolutamente nadie— Suspiró elevando su mirada al cielo —De hecho, quiero que le restrinjas a cualquier persona el paso a ese lugar hasta que yo haya regresado mañana ¿He sido claro Peter?—
—Por supuesto señor, cuidaré de que no sea perturbado— El capataz le miró dudoso, Archie levantó una ceja invitándolo a hablar —¿Y sí su esposa lo solicita?— Preguntó Peter.
Archie lo observó detenidamente unos segundos —No creo que mi esposa me necesite, aun así, ni siquiera quiero ser interrumpido por ella—
—He comprendido señor, buena noche— Asintió Peter al tiempo que se alejaba, llamando a varios empleados e impartiendo la orden de restricción solicitada por Archie.
Al regresar al establo, se encontró con Eliza ya montada en el caballo —¿Recuerdas que soy yo quien lo dirigirá verdad?—
—Lo recuerdo, pero puedo perfectamente subirme sola en una silla de montar— Arguyó Eliza alzando la barbilla.
En un ágil movimiento, él subió rápidamente y se acomodó tras ella, ajustó las riendas a sus manos y emprendieron el camino a la cabaña. La cabalgata fue silenciosa, ninguno se atrevía a pronunciar palabra alguna, pese al sufrimiento que padecían por tener tan cerca sus cuerpos y no acceder al capricho de tocarlos.
Eliza fue la primera en sucumbir, se sintió seducida por los fuertes y torneados brazos de Archie, las formas tan masculinas de sus músculos y tendones la obligaron a tocarlo, le acarició el antebrazo con decisión, masajeándolo sugerentemente. La ya contundente erección de Archie se recrudeció, haciéndose dolorosa dentro de sus pantalones. Él se movió ligeramente, rozándola con su duro miembro, haciéndola consciente de su estado. Eliza balanceó sus caderas provocándolo aún más, haciéndolo acelerar la marcha y emprender un desesperado galope.
Se detuvieron frente a la cabaña, ambos demasiado ansiosos para siquiera mirarse a los ojos. Él tomó el caballo y lo llevo al refugio para animales mientras ella se quedaba en el portal de la casa esperándolo para entrar. Al llegar, Archie la miró con fascinación, y ella, para su total consternación, le devolvía una mirada de dulce devoción, algo inusitado en alguien como Eliza.
Con movimientos felinos, ella se le acercó y le acarició con el índice los sedosos y rosados labios, Archie se estremeció, sintiendo como su piel se erizaba instantáneamente, la tomó por la cintura y la acercó lo suficiente para no dejar un solo centímetro entre sus cuerpos. Intentó hablar, pero ella ajustó el índice a sus labios, se empinó y lo besó sobre su propio dedo, luego, lentamente le descubrió los labios, hasta que su boca hizo contacto con la de él. Archie frunció sus labios en un apretado y casto beso, un beso de absoluta incredulidad, porque ninguno creyó que aquello fuera posible nuevamente.
Eliza le tomó el labio inferior entre los dientes, lo succionó y lo lamió con ardor, él introdujo, con ansiedad y la respiración agitada, su lengua dentro la boca de Eliza, provocándola y excitándola sin medida, y ella le acarició los cabellos, saboreando hambrienta sus labios, enloqueciendo sus pulsos y desbocando sus respiraciones.
Aún agitado, Archie la detuvo hablándole entre jadeos —Entremos ahora, por favor—
Dentro de la casa, Eliza se acomodó rápidamente sobre un mueble reclinable al lado de la chimenea, en el que seguramente el abuelo William hubiera dedicado sus ratos de lectura. Archie vaciló unos instantes, inspeccionando con miradas fugaces todo a su alrededor. Respiró hondo, intentando contener sus deseos de abalanzarse sobre Eliza, caminó hasta la chimenea y empezó a hacer el fuego.
Una vez la chimenea estuvo lista, la casa se llenó de una confortable calidez, e iluminó el salón, pintando sombras con llamas danzantes sobre sus rostros.
Él se acercó al sofá y se quitó el saco y la corbata con la lentitud de alguien que ha tenido un largo día, mirándola atentamente, sediento, voraz. Eliza lo observaba famélica, se apretó los labios con los dedos, robándole miradas de deseo sobre sus boca, Archie se dirigió hacia ella rápidamente, con la intención de llevársela a alguna de las habitaciones y resolver el asunto que les apremiaba.
—¡Detente ahí!— Le exigió ella con voz autoritaria.
Él le devolvió una mirada confusa, quedándose congelado exactamente donde la voz de ella lo había detenido. Eliza le recorrió el cuerpo con avidez, de arriba abajo deslizando sus ojos por sus brazos, sus piernas, su pecho, todo entero, él la miró con curiosidad y luego le dio una sonrisa retorcida que retumbó salvaje entre sus piernas.
—Quítate el cinturón— Le ordenó Eliza.
Archie de nuevo sonrió, lentamente desajustó su correa y se la quitó arrojándola en la cama sin desprender sus ojos de ella.
—Los zapatos, quítatelos— Continuó Eliza.
Él presionó un pie contra el otro y lanzó lejos los zapatos, y enseguida se reclinó para quitarse los calcetines.
—¿Acaso te dije que te los quitaras?— Habló Eliza con voz profunda, elevando arrogantemente una ceja acusadora.
Archie se irguió rápidamente y le sonrió con sensualidad al tiempo que se pasaba la mano por el cabello en un gesto excitantemente devastador —¿Qué deseas que haga?—
Eliza se mordió el pulgar y volvió a barrerlo con su mirada —La camisa, retírate la camisa—
Archie empezó a desabotonarse la camisa con lentitud, con cada nueva sección de piel expuesta la provocaba, derritiendo su entrepierna en el abrasador juego.
El último botón fue desajustado y Eliza emitió un efímero lamento de placer, él la miró con ojos sonrientes y en un elegante movimiento flexionó sus brazos, llevando ligeramente hacia atrás su torso dejando que la camisa se le deslizara hasta caer en la alfombra. El conjunto de movimientos resaltó los músculos de sus brazos y pecho, como una fluida y salvaje corriente bajo su piel, exponiéndolos a las llamas de la chimenea, exaltando la sensual y masculina belleza de sus formas, Eliza no creyó tener las fuerzas suficientes para contenerse.
Suspiró y continuó, dándole ordenes, era lo único que la mantenía cuerda.
—Ahora… deshazte de los calcetines— Demandó la pelirroja.
Sonriente Archie se flexionó para sacarse los calcetines y arrojarlos lejos, marcando elegantemente con la flexión, la provocativa exactitud de las líneas de sus sutiles músculos abdominales que se movían fuertes bajo su piel.
Eliza gimió nuevamente —Ahora, el pantalón, quítatelo—
Él desajustó el botón y bajó la bragueta sin quitarle los ojos de encima a Eliza, estudiando cada una de sus reacciones, jamás pensó excitarse tanto con la mundana labor de quitarse la ropa, pero los gestos de placer de Eliza lo estaban llevando a un nuevo límite, uno desconocido y emocionante. Dejó que el pantalón cayera a sus pies y con un ágil movimiento se deshizo de la prenda.
El contraste de la delgada y blanca tela de los calzoncillos contra su piel, la intrigó.
Ladeó la cabeza para observarlo con más detenimiento —Quítatelos— Lo apuró con el gesto fruncido —¿Qué esperas?— Le exigió tragando fuerte.
Archie sonrió —Tu orden— Metió los dedos entre la pretina de sus calzoncillos —Esperaba que me lo ordenaras—
Estiró el elástico, los impulsó suavemente hacia abajo y los dejó caer deshaciéndose de ellos con el mismo movimiento que había realizado antes con el pantalón.
Su erección se descubrió orgullosa, Eliza se lamió los labios y mordió su índice con fuerza mientras sonreía con travesura.
—Ven acá— Lo invitó.
Archie se acercó lentamente mientras ella lo contemplaba y se acomodaba en la silla. Aun sentada, descruzó sus piernas, lo haló hacia ella por las manos, pegándolo a su cuerpo. Le contempló el falo endurecido y sin ningún miramiento, lo tomó con decisión, lo encerró entre sus dos manos regocijándose en la aterciopelada textura.
—Tal como lo he recordado— Murmuró.
Él llevó su cabeza hacia atrás dejándose consumir por la oleada de placer, Eliza deslizó la mano derecha por su pierna acariciándola con tierna perversidad, se detuvo de repente, encerrando una de sus nalgas en su mano y apretándola con tanta fuerza como pudo, con la otra mano lo masturbó con fervor, moviendo su mano con cadencia vertiginosa a lo largo del endurecido miembro de Archie.
Gemía y aspiraba con fuerza —Eliza, así… Oh, lo haces tan bien, diablos, te he anhelado… te he esperado, cuánto te he extrañado—
Ella no se atrevió a desprender la mirada de su rostro, quería disfrutar de cada uno de sus gestos descompuestos por el placer, saboreaba la caída de sus pestañas mientras cerraba los ojos, de sus labios entreabiertos y su respiración agitada.
Eliza se mordió los labios al ver los músculos de su cuello tensionados —¿Te gusta, verdad? ¿Te gusta cómo te toco?—
Archie abrió sus ojos de golpe y la miró con tal intensidad que la hizo estremecer —Me encanta— Gimió —Me enloquece, es perfecto, lo haces perfecto—
Iba a hablar de nuevo, cuando las palabras se quedaron estancadas en su garganta al sentir la tibieza de sus labios alrededor de su pene. Sin poder evitarlo, un profundo gruñido salió de su pecho, luego gimió mientras daba un respingo aturdido por la violencia de las deliciosas sensaciones que le sacudían el cuerpo. Eliza lo detuvo con decisión tomándole las nalgas con sus manos, deslizando la boca a lo largo de su erección, lamiendo y deteniéndose por breves periodos para dar pequeños lengüetazos en su sensible glande.
Archie gemía sin descanso, suplicándole por más de sus húmedas caricias. Despacio, abandonó su erección y le besó el abdomen hasta llegar a su pecho, levantándose y mirándolo nuevamente a los ojos —Desvísteme— Le exigió.
Él le tomó las manos, acariciándoselas con dulzura y luego las llenó de besos, suavemente le retiró cada una de sus prendas.
—Eres hermosa —Una prenda.
—Luces como una diosa— Una prenda más —Adoro tu suave piel, jamás me cansaría de tocarte— Su sostén voló por el salón —Quiero entrar en ti como nunca antes… como nunca nadie— Le besó la garganta y el cuello con consumada paciencia —Te haré el amor hasta que se me desintegre el pene— Le dijo dejándola desnuda, excepto por sus medias y sus zapatos.
Eliza viró rápidamente mientras reía con fuerza —¿Qué quieres decir con eso Archie?—
Él le sonrió, y extrañamente le calentó el alma misma —Que te haré el amor hasta que mi cuerpo se desmaye—
Eliza se quedó enmudecida mientras él le recorría la espalda con sus manos ávidas, la besó en la boca con ardor, bajó por su cuello llenándola de nuevo con diminutos besos, le mordió la piel desnuda de sus hombros y la tomó en brazos llevándola hasta la cómoda junto a la chimenea. La sentó allí, se arrodillo y con lentitud le retiro los zapatitos de tacón, le quitó las medias de malla y conforme estas bajaban y dejaban su piel desnuda, él ponía un rastro de besos en sus piernas.
Besó con devoción sus pies y emprendió camino hacia arriba, a la altura de las rodillas le separó las piernas y le paso la lengua por el revés, subió las manos y le acarició las caderas, volvió a separarle las piernas, haciéndola gemir su nombre.
Archie atendió su llamado, obsequiándole una mirada abrasadora, deslizó la lengua por sus muslos, le abrió un poco más las piernas y le acarició con el pulgar el clítoris haciendo suaves movimientos circulares.
—Oh, Archie— Gimió Eliza con fuerza.
Él continuó, incentivado por su voz, bajó rápidamente su pulgar hasta la entrada de su vagina percatándose de su generosa humedad y volvió a subir con el dedo lubricado por sus propios fluidos, para acariciar de nuevo su nudo de insoportable placer.
—Más, más, más— Demandaba Eliza entre sensuales lamentos.
Archie presionó con suavidad su precioso montículo, haciéndola gritar de agónico placer.
—¿Te gusta?— Jadeó Archie —Sé que te gusta— Susurró contra su piel.
Ella le tomó el cabello entre las manos y se lo acarició con dulzura, él la miró justo a los ojos mordiéndose el labio inferior, mientras introducía en ella sus dedos anular y medio con la boca entre abierta y la mirada siempre clavada en su rostro. La suave bienvenida lo hizo estremecer, aceleró sus movimientos, y Eliza sintió como todo el placer se arremolinaba en su pecho. Archie cerró los ojos y hundió varias veces más sus dedos en ella, lamiendo sus labios íntimos con movimientos caóticos y breves. Con su mano libre los separó un poco más, recordando con exactitud cómo había aprendido a adorar su cuerpo, replegó la piel exponiendo ligeramente su clítoris, le pasó la lengua de inmediato y con movimientos rápidos como el aleteo de una mariposa la arrastró con peligrosa rapidez al clímax.
No dio descanso a la arremetida de los dedos en su intenrior, hasta que ella no pudo contenerse. Gritando su nombre, el suave y cálido líquido de las entrañas de Eliza se deslizó por los dedos de Archie hasta llegar al torso de su mano, haciéndolo gruñir de satisfacción, enloqueciéndolo de deseo.
—Tómame, tómame ahora Archie, déjame sentirte, necesito sentirte dentro de mí— Le pidió Eliza con la piel brillante de sudor.
Archie la contemplo, absolutamente embelesado en su belleza, perdido en el deseo —Hazlo tú— Le ordenó dirigiendo la mirada hasta su miembro, indicándole que ella misma debería tomarlo e introducirlo en ella.
Tomó con una sonrisa el pene de Archie entre sus manos.
—Me excitas tanto Eliza, que me duele, siento tanto placer que mi erección parece no ser suficiente—
Ella le besó los labios con desenfreno, acarició su falo un par de veces y acomodó su postura en la cómoda, puso su glande en la entrada de su vagina y lentamente lo deslizó con la ayuda de su mano.
Archie gimió descomponiendo su cara por el placer, respirando pesadamente —Te siento cálida, suave, precisa, deliciosa—
Eliza cerró sus ojos jadeando —Te siento fuerte, duro, enorme y perfecto, perfecto para mí—
Archie le tomó la cabeza enredando sus dedos en el cabello de ella, deslizándose hasta su nuca, y sin darle ningún aviso, la embistió, con fuerza, sacudiendo la cómoda, haciéndola jadear una y otra vez, mientras ella le exigía más profundidad, más fuerza, más de lo que tanto habían extrañado.
Eliza llevó sus manos hacia atrás, apoyándose en la superficie de madera, elevando sus caderas, permitiéndole a él que se hundiera más en ella —Eres mía— Le decía justo en el impacto de cada poderosa embestida —Mía Eliza Leagan, eres mía—
—Soy tuya, como nunca, como jamás— Le confirmó Eliza con la voz entrecortada y la respiración quemándole los pulmones —Soy tuya, entera, toda tuya— Impulsó las caderas contra la pelvis de Archie, enloqueciéndolo con la salvaje belleza de sus ojos —¡Tu amante!— Le grito.
Él la embistió con más fuerza, y los objetos en la cómoda se cayeron por todas partes. La tomó por la cintura y recrudeció la fuerza cada vez que se enterraba en ella, Eliza seguía pidiéndole más, y él se moría por darle más de todo el placer que había contenido por seis años. Ella levantó sus piernas, extendiéndolas sobre los hombros de Archie, al instante, sintió que él ingresaba a lugares nunca antes invadidos. Ambos rugieron de placer, el incesante sonido de las pieles aplastadas por el encuentro de sus pelvis cada vez que él se introducía en ella con fiereza, los excitaba hasta niveles insólitos. Archie le apretó los muslos, clavándole los dedos en la piel.
—Voy a llegar— Gimió Eliza con la voz estrangulada.
—Espérame— Le susurró él con los labios enrojecidos y el cuerpo inundado de sudor.
Eliza tensó todos los dedos de sus pies, extendiendo la inmediatez de su orgasmo.
Una, dos, tres embestidas —Vente Eliza ¡Vente para mí!— Gritó Archie.
Apretaron sus cuerpos y se dejaron poseer por la inmensa ola de un orgasmo poderoso que los llevó de inmediato al sopor y a esa increíble sensación de tranquilidad y plenitud que viene justamente luego de haberle dado rienda suelta al placer.
—¿Dónde estuviste?— Preguntó Edmund en el instante mismo en que cruzó el portal de la habitación.
Eliza enlenteció su marcha —Estaba montando, salí temprano a montar— Le señaló con una mirada la ropa con la que estaba vestida.
—Veo que tienes tu traje de montar— Corroboró Edmund —A lo qué me refiero, es en dónde pasaste la noche—
Eliza se quedó congelada, sintiendo como la sangre se vaciaba de su rostro —¿Cómo qué dónde pasé la noche?— Su respiración se agitó —Pues aquí, en la mansión— Terminó con un ligero temblor en la voz.
Edmund la miró con severidad, pero antes de hablar otra vez, sus ojos volaron de nuevo a la puerta.
—A lo que se refiere tu esposo es en cuál lugar de la mansión— Intervino Sarah Leagan mientras entraba en la habitación —Edmund querido, lo siento tanto, debí robarte a Eliza anoche porque me levanté y vi a Scarlett sola y quejándose dormida—
La expresión en el rostro de Edmund se suavizó.
—Oh— Musitó asintiendo —Comprendo… Es que me preocupé al despertarme varias veces en la noche y no encontrarte— Continuó Edmund habiendo recuperado la serenidad en su tono de voz —Intenté moverme para buscarte pero mi borrachera estuvo intacta toda la madrugada—
Eliza se quedó mirando confusa a su madre, con la lengua engarrotada.
Volvió su mirada a Edmund, sacando fuerzas de flaqueza para poder articular de nuevo cualquier palabra —¿Y cómo te sientes ahora cariño?— Le preguntó a su marido.
—Querida— Suspiró llevándose las manos al cabello —Creo que mi cabeza va a estallar, y nunca en mi vida había sentido de una forma tan frustrante, tantos deseos de vomitar—
Eliza le sonrió —Nada que un buen té rehidratante y un desayuno especialmente grasoso no puedan solucionar— Se acercó a la cama en donde se encontraba sentado Edmund —Y aquí está tu esposa para ayudarte, voy a la cocina a dar las instrucciones para que te preparen el desayuno y te mejores cuanto antes, haré que te lo traigan a la cama— Tragó fuerte y se dio media vuelta aún hablando —Y tomaré mi propio desayuno aquí contigo—
—Te acompaño Eliza— Habló Sarah con voz rotunda y acompasada.
El camino hasta la cocina fue silencioso, al encontrar a la cocinera Eliza empezó a dar las órdenes para la preparación de los desayunos, en su voz aún se evidenciaba un crudo nerviosismo.
Abandonaron la cocina rápidamente, Eliza no conseguía decir nada, y el acecho de Sarah empezaba a desesperarla.
Su madre la seguía con aspereza en sus gestos, entonces, justo antes de subir las escaleras para acudir a el ala de las habitaciones en el segundo piso, Sarah Leagan habló: —¿En dónde y con quién pasaste la noche Eliza?—
Eliza se quedó mirando a su madre con el horror gravado en el rostro, las manos temblorosas y la respiración agitada. Aunque lo hubiera querido, no logró emitir ninguna palabra.
—Te he hecho una pregunta, Eliza—
Eliza seguía petrificada y sin poder articular ninguna frase, ni siquiera conseguía abrir la boca.
—Responde mi pregunta, Eliza— Insistió su madre, acercándosele despacio, atravesándola con la severidad de su voz.
Eliza abrió la boca intentando pronunciar el sonido que fuere, pero no lo consiguió, volvió a cerrar la boca y respiró con nerviosismo.
Al fin habló vacilante —Mamita— Sarah mantuvo sus almendrados ojos clavados en ella con inclemencia —Anoche me sentí— Eliza se detuvo de nuevo intentando recobrar el aliento —Me sentí un poco agobiada, preocupada por Scarlett, no se ha adaptado muy bien a América… Estuve la mayoría de la noche en su habitación— Finalizó agachando la cabeza y con las manos temblorosas.
—¿A caso no le habías encomendado su cuidado a Dorothy?— Replicó su madre respirando pesadamente.
—Sí, así lo hice— Se apresuró Eliza nerviosa —Pero Dorothy también tenía a su cargo el cuidado de Kate, la hija de Archie… No me fie y decidí encargarme personalmente de mi hija, sólo así me siento realmente tranquila, por eso no contradije lo que le dijiste a Edmund— Evadió la mirada de su madre —Pero en realidad no había necesidad de que dijeras nada—
Sarah la miró recelosa, levantó agudamente una ceja, en un gesto que Eliza misma conocía muy bien, caminó hacia ella y se detuvo a menos de un metro de distancia de su rostro.
—No te comportes estúpidamente— Se acercó aún más —No hagas idioteces Eliza, cuida bien tus pasos o tu vida se verá completamente arruinada—
—No hay razón para que me digas algo así mamá— Intentó recomponerse —Me comporto exactamente como debo hacerlo, hago exactamente lo correcto, y no soy idiota ni estúpida, te recuerdo que fuiste tú quien me crío.
Su madre la observó detenidamente, entrecerrando los ojos y analizando su facha —La próxima vez no voy a cubrirte, te las verás sola con tus estupideces—
Entonces dio media vuelta y se marchó dejándola sola frente a las escaleras.
Eliza dejó salir de sus pulmones todo el aire contenido, sus ojos se aguaron llenos de aterradas lágrimas. Se forzó a no llorar, y al tiempo Dorothy apareció con la bandeja llevando su desayuno.
—Dorothy— Dijo Eliza —Anoche pasé toda la noche con mi hija, no te vi vigilarla tan eficientemente como lo hubiera esperado—
La cara de sorpresa de Dorothy no inmutó a Eliza, movió su cabeza haciendo un gesto que le solicitaba una respuesta.
—Señora, vi a las niñas alternadamente una vez cada dos horas— Respondió extrañada la empleada.
—Yo no te vi— Arremetió Eliza elevando el volumen de su voz —¿Tú me viste a mí en la habitación de Scarlett?—
Los ojos de Dorothy se abrieron con pánico y confusión —No estoy segura señora Burton, la verdad veía que su pequeña estuviera acostada y respirara normalmente, y dejaba la habitación de inmediato—
—La próxima vez acércate más, verifica directamente que mi hija esté bien y tranquila— Finalizó Eliza adelantándose para ingresar a su habitación.
Dorothy asintió en silencio y la siguió con la bandeja en las manos.
Eliza entró en el cuarto y encontró el rostro lleno de malestar de su marido tumbado en la cama.
—Dorothy se ha comprometido a cuidar más eficientemente de Scarlett, así podré dormir más tranquila y no me veré obligada a abandonar mi lugar a tu lado, querido— Exclamó Eliza con zalamería.
Edmund sólo atinó a asentir con un movimiento de cabeza, lo suficientemente enfermo para no prestarle más atención al asunto.
La tarde estaba cerca de morir, Eliza había salido de nuevo a montar, las lágrimas amenazaban sus ojos, realmente se había llevado el susto de su vida aquella mañana. Galopaba con ritmo vertiginoso, pretendiendo convencerse que todo aquello había sido un mal sueño, pero no, no fue un mal sueño, sí lo hubiera sido tendría que obligarse a creer que su encuentro con Archie durante la madrugada había sido un desacierto, y por más asustada que se encontrara, no se arrepentía un ápice de lo que había hecho.
Eliza divisó a Archie en la distancia, su cuerpo empezó la huida, pero su instinto la llevaba directamente hacia él. Archie la miró sonriente, dio varios pasos dirigiéndose hacia ella, entonces vio como instaba el caballo a dar la vuelta en dirección opuesta a donde él se encontraba. Archie la miró extrañado y aceleró su paso, luego un llamado lo detuvo.
—¡Archie, necesito hablar contigo!— Gritó Stear acercándose.
Archie giró en sus talones y se estremeció por la fuerte y atenta mirada de su hermano —¿Cómo estás, Stear?—
—Estoy perfectamente— Dejó de mirarlo, siguiendo la mirada de Archie en el campo —¿Es Eliza quien se aleja galopando?—
—Eso creo— Respondió Archie rápidamente.
–Archie— Suspiró —Anoche fui a buscarte a tu habitación… Por supuesto no estabas— Volvió a mirarlo directamente a los ojos —De regreso a mi habitación decidí pasar a despedirme de Patty, quien ya sabrás, se encontraba con Candy y tu esposa aún en la fiesta— Le dijo acercandose a él con las manos en los bolsillos de su pantalón —Le pregunté a Annie por ti, ella me dijo que habías regresado a Chicago a trabajar— La voz de Stear se volvió profunda y circunspecta —Luego de escucharla decidí marcharme y cerciorarme de que el auto que había visto en el garaje estacionado, en efecto era el tuyo, y verás… Era tu automóvil— Sacó las manos de sus bolsillos y giró su cuerpo mirando al horizonte —Ni siquiera voy a preguntarte cómo te regresaste a Chicago, porque sé que no habrá respuesta, sé sobre todo que una respuesta veraz acerca de dónde estuviste no me agradará— Inclinó la cabeza y volvió a mirarlo —Esta mañana, Edmund estaba bastante preocupado buscando a Eliza, pues no sabía en dónde había ella pasado la noche… Al igual que tú… Estaban ustedes aparentemente desaparecidos—
Los ojos de Archie se tornaron vacíos.
Stear se apretó la frente entre su índice y su pulgar derecho, respiró hondo y continuó —Annie es una mujer maravillosa, estupenda y sobre todo hermano, es una mujer que te ama profundamente, no sé qué está pasando en tu vida, y no voy a juzgarte ni a exigirte que me lo digas, pero es mi deber como tu hermano mayor y tu amigo, decirte que sea lo que sea, no debes exponer los sentimientos de tu esposa y la seguridad de tu hija— Volvió a acercarse a Archie, escarbando en sus ojos —Piensa las cosas con cuidado, procede siempre pensando que en casa te esperan las personas que probablemente más te amen, y sobre todo ten presente siempre, que eres padre y eso hace toda la diferencia— Stear bajó su mirada al césped y relajó sus hombros.
Archie dejó que su mirada se perdiera en la nada y guardó silencio largamente, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de jugar polo. El resto del día no volvió a mirar a los ojos a Stear.
Por su mente pasaban miles y miles de pensamientos, ideas perturbadoras y sancionantes, pero más que nada confusas. No quería de ninguna manera generarle dolor alguno a Annie, y muchísimo menos a Kate, pero sabía que ya no había nada que lo detuviera en su anhelo de estar cerca de Eliza, sabía que la noche anterior había cruzado una frontera a la que nunca más podría retornar, sabía que no tenía opciones, que las cosas no cambiarían.
Antes de que el sol se escondiera Archie habló —Stear, apreció todas y cada una de las palabras que me has dicho, eres un hermano sabio y leal, el mejor amigo que pudiera tener, un padre al cual acudir— Los ojos de los hermanos Cornwell se llenaron de solemnidad —Te doy mi palabra— Archie aclaró su garganta —Jamás haré sufrir a Annie, jamás sabrá ella, o se enterará de ninguna cosa que pueda causarle el más mínimo dolor… Y mucho menos mi adorada Kate… me esforzaré en que los tres seamos verdaderamente felices, te lo juro Stear—
La voz de Stear se escuchó ronca al hablar nuevamente —Sabes que no es lo que esperaba escuchar, sin embargo, espero que procedas de la forma más honorable que te sea posible, cuida tus pasos Archie, y cuida de tu familia— Le dijo dando media vuelta, y se marchó. Dejando a Archie sólo bajo una noche otoñal abovedada de estrellas en Lakewood, y el estómago repleto de incertidumbre.
Archie y Eliza no se dirigieron la palabra durante tres días enteros.
El último día de la temporada de caza del zorro había llegado, los dos habían pensado constantemente en lo que harían, en cómo afrontarían su situación, y en cómo volverían a verse para resolver juntos que decisión deberían tomar.
Durante el mediodía del sábado de fin de temporada, todos se encontraban apiñados en el bosque.
Eliza, Archie, Annie y Candy seguían dentro de la mansión, en el comedor interior. Recostada contra la trampilla, a través de la cual las cocineras y mucamas pasaban la comida para que fuera servida, Eliza miraba detenidamente a Archie. Luego de cinco minutos de obligarse a tener valor para enfrentarla, se levantó y se dirigió hacia ella, tras él, Annie y Candy se dirigieron a la cocina a hornear galletas para la merienda.
—¿Cómo estás?— Le preguntó él.
—Un poco tensa para serte honesta— Respondió Eliza —Hay algo que debo decirte— Lo encaró con el ceño fruncido —He tomado una decisión Archie— Sus ojos lucían cansados.
Él la vio vulnerable, como nunca antes, quiso abrazarla pero supo que no era el momento indicado —Eres tú quien toma las decisiones, respetaré y acataré al pie de la letra lo que decidas hacer, lo que quieras que yo haga—
Eliza agudizó su mirada —En enero, Ed, Scarlett y yo volveremos a América, viviremos en nuestra casa en Chicago— Frunció los labios —La guerra se avecina, los negocios de Edmund deben ahora ser dirigidos desde los diferentes puntos en Illinois, y más que nada… Es mi deseo estar aquí, es aquí donde quiero vivir—
Archie la miró aturdido, aun así, ella no debía explicarle nada, lo había comprendido todo, la conocía lo suficiente, y él se conocía lo suficiente para saber que era precisamente eso lo que estaba esperando para ser feliz, luego una duda lo embargó, acaso ella se merecía algo así.
—Eliza…— Titubeó Archie.
—Las cosas no cambiarán— Lo calló con sus propias palabras —Es lo que soy Archie, soy tu amante— Se le acercó, inundándolo con su aroma —Y me encanta serlo, es lo que quiero de ti, y lo que tú quieres de mi… Es todo lo que necesito para ser feliz— Respiró hondo y acomodó sus rizos sobre su hombro —Asumo el paquete completo, con todo lo que viene—
Archie eliminó la distancia entre ellos y la besó delicadamente en los labios.
—No hagas esto, no debemos exponernos nunca más— Le regañó Eliza.
—Lo sé, pero es la última vez que disfrutaremos de esta extraña libertad, te haré el amor aquí mismo— Le dijo como si la marcará con una inexpugnable sentencia y retomó el beso, profundizándolo, enardeciéndolo.
Ella le acarició el cuello y lo miró una vez más, con aprobación, él le metió las manos entre las faldas apretándole las piernas y alzándola por las caderas mientras la recostaba contra la pared, al tiempo que ella le desajustaba el botón y le bajaba la bragueta de su vestido de caza. Archie sumergió su mano en la entrepierna de Eliza descubriendo maravillado que no traía una sola prenda interior.
Sonrió y le susurró al oído: —¿Lo sabías verdad?—
—Claro que sí, soy la más lista aquí, voy siempre un paso por delante de ti— Le respondió tomándole el pene y guiándolo con sus dedos hasta su entrada.
Archie apretó los dientes y entró en ella en un embiste certero y profundo, golpeándole el cuerpo contra la trampilla de madera. Los tacones de los zapatos de Eliza retumbaban en la estructura al otro lado de en la cocina cada vez que Archie la penetraba con demencial exigencia.
Junto al horno, Annie y Candy se miraron confundidas —Han de ser los gemelos de Patty jugando de nuevo con sus pelotitas de caucho— Dijo Candy. Annie le sonrió y continuó acomodando la masa de las galletas en los pequeños moldes de graciosas figuras.
—No debería decir esto— Habló Archie entre jadeos —Y prometo no decírtelo en mucho tiempo, pero es lo que siento— Le mordió la piel del cuello, luego se acercó a su oreja, calentándola con su aliento —Te amo, de esta manera tan visceral y bizarra—
Eliza buscó su mirada, con la frente sudorosa mientras se le escapaban gemidos de su garganta —Lo sé— Jadeó —Para mí es igual— Enredó los dedos en su cabello —Te amo, no con el amor que prédica el mundo, no, te amo, de esta manera descarada y lujuriosa, y es la única que deseo conocer—
El éxtasis los poseyó con celeridad, se abrazaron con fuerza y con sus miradas se dijeron todo lo que hacía falta. El pacto estaba hecho, serían amantes por el resto de sus vidas, era todo lo que necesitaban, era exactamente lo que deseaban.
El siguiente año llegó rápidamente, las cosas marcharon tal como esperaban y los consumados amantes consiguieron lo único que anhelaban, los encuentros que necesitaban y la particular comunicación de sus cuerpos en ese extraño lenguaje que sólo los amantes comprenden.
Los años pasaron con relativa calma, y todos en apacible alegría vieron como las estaciones se sucedían unas a otras, no hacía falta nada más, el aparente esfuerzo por alejarse del caos era suficiente para todos.
Fin.
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EPÍLOGO
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Quince años después, durante una nueva temporada de caza en otoño, todos los primos norteamericanos de la familia Andley y sus esposos, degustaban un té caliente con limón.
Entonces Annie comentó casi en un susurro —¿Has notado Eliza, como durante las reuniones familiares Kate y Scarlett se distancian?— Arrugó la frente contrariada —Me preocupa un poco, ya sé que son jóvenes, pero esta mañana Katie me ha dicho que no quiere volver a ver a Scarlett ¿Tu hija te ha comentado algo?—
Eliza se reclinó en su silla y mirando a Archie, quien se había interesado en la conversación contestó: —Creo que todo tiene que ver con Candy— Los Cornwell la miraron como si chimpancés saltarines hubieran sido pintados en su cara —Me explico— Continuó con ligera exasperación —Cada visita de Candy, es decir, de los Grandchester… Estoy segura que todo es por causa de Alexander, el mayor de sus hijos—
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