Bueno, ¿cómo quiero que me lean si tardo mil años en continuar? Les debo una enorme disculpa.

Lamento mi ausencia, realmente no ha sido algo que yo haya decidido, pero estos meses he tenido una serie de eventos desafortunados bastante molesta. Para resumirles les digo que va desde que estuve enferma, mi madre estuvo peor de enferma y eché a perder mi computadora. Sí, estoy salada.

Pero bueno, ahora todo va viento en popa. Les reitero mis disculpas y prometo ya ponerme al corriente ;)

¡Las adoro! ¡Gracias por su tiempo, sus reviews y sus ánimos!

Kagome, te irás al infierno.

Capítulo 3: La Ira de InuYasha.

Listo, tenía todo calculado fríamente: primero recogería a Kagome en el instituto, cargaría su mochila y la invitaría a cenar en Wc'Donalds o a tomar un helado o los dos si ella quería. Sería todo un caballero, después fingiría caerse y perder el relicario en una alcantarilla y así ella no estaría tan enojada con él y salvaría su miserable pellejo.

InuYasha sonrió mientras caminaba hacia la escuela de Kagome, definitivamente era un genio, debía cuidarse de que los rusos o americanos intentaran llevarse su genio…

Llegó justamente cuando el timbre de salida sonó y decidió esperar en la entrada.

Mientras tanto, la joven y dulce Kagome había tenido un día bastante pesado, el hecho de pensar en ver la cara de InuYasha cuando la viera con el relicario y el problema gigante que se haría cuando ella se negara a dárselo la hacía sentirse con un peso sobre sus hombros. Se suponía que la semana que InuYasha pasaba en Tokio era para jugar videojuegos, comer ramen y descansar un poco, no para hacerlo enojar. Se puso sus zapatos y se acomodó el cárdigan verde que llevaba a la escuela, dejó los libros que no necesitaba en su casillero y verificó dos veces llevar los correctos para hacer su tarea.

Salió caminando sola por el pasillo, ella se estaba quedando una hora extra un día a la semana para recibir clase extra de matemáticas ya que esa materia simplemente parecía estar diseñada para acabar con ella.

Caminaba algo desanimada, distraída en su celular, jugando el clásico juego de la serpiente. Saló de la escuela y tomó el camino a su casa sin poner atención al resto de su alrededor. Tan entretenida iba que ni siquiera reparó en la presencia de cierto muchacho.

InuYasha, al verla venir, se puso de pie y se acomodó el cuello de la camiseta tipo Polo que llevaba, otra parte de su bien tramado plan para cubrir su cuello y que no se notara la falta del dichoso relicario. Sonrió e incluso le dolieron los músculos de la cara de lo mucho que se esforzó por mantener la sonrisa… que más parecía una cara para asustar niños en el parque.

Y así, Kagome se acercó y se acercó hasta que pasó por su lado y ni siquiera dijo buenas tardes. Su primer pensamiento fue que ella ya se había dado cuenta de que el relicario no colgaba de su cuello, por un segundo se volvió de hielo y un rayo le atravesó la existencia.

―¿Kagome? ―Carraspeó mientras intentaba acercarse a ella.

Tan cerca estaba de batir su propio record en el juego de la serpiente que su concentración estaba completamente dedicada a lograrlo.

―Una más… Una más ―se repetía Kagome en la cabeza mientras veía al reptil digital acercarse a su objetivo. De pronto y antes de alcanzarlo, una mano desconocida la tomó del antebrazo, gritó.

Con un cerebro demasiado perspicaz que dedujo que quien la tomaba no podía ser otra persona más que un violador asesino, aventó su celular en la cara del hombre, se jaloneó y por último atestó un golpe contra lo que creyó era el rostro.

―¡Aléjate de mí, degenerado! ¡Policía, policía!

Aturdido por el golpe y los gritos, se aferró más al agarre de Kagome.

―¡Quieta, quieta!

Escuchar su voz fue tan sorprendente que Kagome literalmente sintió que InuYasha realmente la había salvado de un violador asesino.

―Inu… ¡InuYasha! ―Gimió al verlo sobarse un poco la quijada.

―¿A ti qué te pasa niña tonta? ―Gruño malhumorado.

―¡Que me has dado un susto de muerte! ―Rebatió―. ¿En qué pensabas al agarrarme así?

―¡En llamar tu atención, no en recibir un golpe, tonta!

―¡No me digas tonta! ¡El tonto has sido tú al tomarme desprevenida! ¡Creí que era un delincuente!

Por un momento InuYasha se quedó mirándola enfadado, Kagome sin duda había ganado músculo en los últimos meses, el puñetazo que le propinó le había dolido mucho más que algunos que el mismo Miroku –su mejor amigo- le hubiese propinado.

Kagome recogió su celular del suelo y se acomodó el uniforme.

―A todo esto… ¿Qué haces aquí InuYasha?

―Simplemente venía a preguntarse si querías ir a algún lado conmigo ―contestó tajantemente mientras se acomodaba, de nuevo, el cuello de la camiseta.

Esas palabras tan mecánicas hicieron que la lluvia de mariposas revoloteara en el estómago de Kagome, sintió sus mejillas encenderse.

―A… ¿a dónde?

―A donde tú quieras ―le respondió haciendo el ademán para tomar la mochila de la chica―. ¿Qué tal un helado?

―¡Sí! ―Sonrió Kagome soltando su mochila.

Se pusieron de acuerdo mientras caminaban a la parada del bus, irían a una pequeña cafetería cerca del centro comercial, la verdad era que hasta a InuYasha le provocaba ese lugar, por alguna razón tenían los mejores helados de Tokio.

Su plan iba marchando tan bien que parecía que el mismo Kami estaba ayudándole a salvar su pellejo. Para ese momento Kagome charlaba animada con él, esperaba que se tragara la historia de caerse, realmente no deseaba hacerla sentir mal por haber sido tan descuidado.

Bajaron del bus tras veinte minutos de viaje, empezaron a andar hacia la cafetería cuando el cielo comenzaba a tornarse anaranjado por la puesta de sol.

Cuando llegaron caballerosamente abrió la puerta para Kagome, puso la silla para que se sentara y se ofreció a ir por la orden el mismo. Kagome, mientras tanto, se sentía extraña por recibir tantas atenciones de parte de InuYasha, no era común que el fuera así de caballero, sino más bien del tipo medio arrebatado que solía olvidarse de "pequeñeces" como aquellas.

Mientras esperaba que la señorita que los había atendido le entregara algunas servilletas, InuYasha se permitió observar a Kagome más detenidamente… se preguntaba si todos la veían tan bonita como él la percibía, aunque estaba seguro de que era así porque el hecho que se viera bien con el uniforme le daba muchos puntos a favor.

―¿Joven? ―La voz de la dependiente lo sacó de sus pensamientos, la chica tenía la mano extendida con las dichosas servilletas.

―Gracias ―las tomó y empezó a avanzar a la mesa.

Andaba a la mesa que habían seleccionado entre los dos, una pequeña y redondita que estaba cerca de un ventanal. Los rayos naranjas del sol entraban sin obstrucción alguna y bañaban el cuerpo de Kagome, dándole a su piel un reflejo dorado, InuYasha estaba haciendo un esfuerzo muy considerable para no quedarse embobado viéndola.

―Doble helado de chocolate ―sonrió al entregarle el vaso de plástico lleno de la crema congelada.

―¡Gracias! ―Lo tomó y lo miró con cara de emoción, y era la misma reacción que tenía cada vez que estaba cerca del helado de chocolate.

Sin pensar mucho más en las reacciones infantiles de Kagome, InuYasha se dispuso a tomar asiento, estaba por acomodarse cuando un destello que nació del pecho de su linda amiga llamó su atención: Kagome no usaba collares.

No se sentó y se inclinó a ver lo que colgaba del cuello de Kagome, su sangre se fue a sus pies cuando notó el valioso relicario colgado de Kagome.

―¿Por qué demonios traes puesto mi relicario?

Los ojos de la chica se abrieron como platos y se quedó mirándolo, congelada en su lugar.

―¿De qué hablas? ―Pensó que jugar un poco a la tonta le ganaría unos minutos para pensar en una explicación que fuese coherente y que evitara un coraje de InuYasha.

El muchacho no se tomó la molesto de volver a explicar.

―Kagome… ―El tono de InuYasha era más bien una advertencia, ella sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

De pronto tuvo una idea brillante.

―Lo encontré afuera de la casa ―le respondió desviando la mirada y dejando el helado en la mesa.

InuYasha sintió que se le bajaba un poco el coraje, la tarde anterior había jugado con Sota en el patio, lo más probable era que le hubiera caído y Kagome estaría enojada al haber encontrado el relicario en el piso.

Se sentó.

―Lamento haberlo perdido… ―le explicó muy serio.

Kagome mantenía la mirada fija en la ventana.

―No pasa nada ―concedió con un tono tranquilo, se sentía realmente muy mal por mentirle.

―No volverá a pasar ―InuYasha le sonrió lo mejor que pudo―. Dámelo y me aseguraré de que no se vuelva a caer…

―No ―respondió Kagome tras unos segundos, él se quedó pasmado.

―¿Cómo qué no?

Kagome se puso de pie, tomó el vaso con su helado y se dio media vuelta, con dirección a la puerta, InuYasha comenzó a seguirla, desconcertado.

―¿¡A dónde vas!? ―La tomó del antebrazo e hizo algo de fuerza para detenerla, Kagome simplemente se quedó sin moverse.

Mientras tanto, los demás clientes de la linda cafetería ya tenían toda su atención puesta en ellos, la mayoría de los chicos observaba a la colegiala y la mayoría de las chicas armaban en sus cabezas distintas historias que involucraban a aquellos dos en una trama parecida a una película romántica… Algunas se sonrojaron mientras se imaginaban siendo ellas a quienes aquel muchacho de cabello color plata las detenía antes de besarlas…

Aquella burbuja se rompió cuando Kagome se dio un tirón inesperado por el joven y salió de la cafetería a pasos apresurados.

¡Lo había visto! ¡Todas aquellas chicas miraban a InuYasha y ella con la tonta idea que de alguna manera él podía fijarse en ella!

― ¡Soy tan tonta! ―Gimió en su cabeza mientras avanzaba lo más rápido posible sin correr. Escuchaba los pasos de InuYasha detrás de ella, a pesar de que ella intentara correr sabía perfectamente que sería completamente inútil, entre todas las virtudes de InuYasha estaba el hecho de ser muy rápido corriendo.

—Kagome, ¡Ven acá! —Le ordenó molesto, las cosas no iban por muy buen camino, ella estaba haciendo varias de las coas que podían poner a InuYasha de muy, muy mal humor.

La alcanzó, llevaba la cabeza baja y las manos hechas puño.

—¿Por qué demonios estás tan molesta, niñita?

—¡Qué te importa! —Le gritó Kagome deteniéndose, por un momento InuYasha puso cara de sorpresa, estaba consciente de que solían pelear pero nunca tan fuerte y menos en público.

—¿¡A ti qué te pasa!? ¡Ya pedí disculpas por el maldito relicario! —Le respondió en voz alta, parándose frente a ella—. ¡Si lo que tienes es cólicos no quieras echarme a mí la culpa, tonta!

Y para cuando lo notó, varias personas los estaban viendo y por las mejillas de Kagome se resbalaban pequeñas gotitas de agua. Se sintió mal enseguida.

Kagome no esperó nada más, de antemano sabía que InuYasha se iba a enojar con ella pero no esperaba que fuera en mitad de la calle y que todos los estuvieran viendo, sentía mucha vergüenza y casi se le caía la cara cuando InuYasha hizo inferencia a su ciclo menstrual.

Comenzó a caminar, pasó de InuYasha y fue a sentarse en la parada del camión, InuYasha la siguió en silencio, estaba igualmente ofuscado pero por ningún motivo la iba a dejar regresar sola a casa. Esperaron en silencio, por el rabillo de ojo la había visto limpiarse las lágrimas, por algún motivo lucía tan abatida…

—Realmente no es para tanto —pensó InuYasha mientras la miraba, claro la había ofendido pero eso pasaba siempre que se veían, Kagome sin duda estaba reaccionando exageradamente.

Cuando el bus que les llevaría de regreso llegó, ambos se subieron, se sentaron juntos pero sin hablarse…

—Kagome —le habló más tranquilo—, deja de estar tan molesta.

—Ya no estoy molesta, InuYasha —replicó aun seria, realmente no estaba enojada, simplemente que la cosa aquella de tener que estar a expensas de Sango le estaba jugando malas pasadas—. Soy una tonta —volvió a decir en su cabeza—. Tanto me preocupa que InuYasha sepa lo que siento que estoy dispuesta a todo para evitarlo —volteó a mirarlo fijamente, aquellos ojos dorados con el ceño fruncido estaban analizándola y lo sabía. Sonrió sin muchas ganas—. Soy su amiga, nada más —se recordó.

—Si quieres quedarte con el relicario, hazlo—propuso él de la nada. Ella se congeló.

—¿Acaso ya no lo quieres?

—No seas tonta, pero si no me lo vas a regresar no voy a pelear por eso.

Su bajada llegó antes de responder, bajaron en silencio y caminaron hasta el templo sin decir nada.

—¡Bienvenidos! —Cuando entraron a la casa, su madre los recibió con una enorme sonrisa, gesto que se desvaneció levemente cuando les vio las caras—. ¿Todo bien, chicos?

—Todo perfecto, mamá —Kagome se acercó y la abrazó levemente—. Iré a darme una ducha —subió sin dar explicaciones. Cuando se quedaron solos enarcó una ceja para InuYasha.

—Esta vez no he sido yo el malcriado —le explicó a su tía antes de recibir el regaño—. ¡Esa niña anda de lo más extraña!

La madre de Kagome se quedó mirándolo con la ceja arqueada.

—¡Me quitó mi relicario! —Sonomi se cruzó de brazos—. Bueno… ella dice que lo encontró en el patio —InuYasha continuó con las explicaciones—. ¡Y ya me disculpé y no lo quiere regresar! ¡Y me hizo enfadar! —Ahora él lucía como niño pequeño, pero su tía no dijo nada—. ¡Este bien, iré a arreglar las cosas! ¡Deja de regañarme! —Acusó antes de ir a subir las escaleras.

Sonomi sonrió: siempre funcionaba eso con InuYasha, desde muy pequeño.

Mientras subía las escaleras se iba quejando de lo convincente que podía llegar a ser su tía, le haría arreglar las cosas cuando ni siquiera habían sido su culpa.

—¡Feh! ¡Sólo por mantener a mi tía tranquila! —Se dijo a si mismo mientras tocaba la puerta de la habitación de Kagome.

Tocó pero nadie respondió, así que simplemente entró. El cuarto estaba solo, la bolsa de Kagome estaba tirada descuidadamente en la cama, incluso su celular estaba en mitad del colchón; su uniforme estaba por el piso, y sus zapatos estaban uno por un lado y el otro cerca de la ventana.

—Vaya… estaba molesta… —Meditó mirando el pequeño desastre, para alguien que tenía ciertos síntomas de un trastorno obsesivo compulsivo aquello era como ver un escenario post guerra.

Iba a salir cuando el celular de Kagome vibró repetidas veces, creyendo que era una llamada lo tomó… lo desbloqueó y para su sorpresa tanta vibración no era más que un montón de mensajes de "Sango". La curiosidad le ganó y abrió la conversación.

El agua relajó sus músculos y la hizo sentirse más tranquila, se duchó con tranquilidad dejando que la tibieza del líquido lavara su cuerpo y su mal humor.

Estuvo duchándose largo rato y cuando salió se sentía mejor, se puso los pijamas y salió, para encontrarse a InuYasha pasando frente al baño.

Volteó a mirarla, tranquilo y sin querer sus ojos bajaron por su cuerpo… Kagome cada vez perdía más esa esencia de niña, bajita y con cuerpo bien desarrollado lucía increíblemente deliciosa…

Cuando InuYasha se dio cuenta del rumbo de sus pensamientos, se estremeció levemente.

—¿Estamos bien? —Le preguntó tranquilo.

—Sí —ella sonrió de lado—. Lamento lo que hice.

—Lamento lo que dije —propuso él—. Te espero abajo para cenar —InuYasha llevaba una extraña sonrisa de lado a lado cuando bajó las escaleras…

…Continuará…