Arena

Es media tarde, las olas tranquilas acarician la playa una y otra vez, sin fin.

Él se encuentra sentado mirando a una pareja de ancianos caminar, ella se apoya en él, con su espalda curveada y cabellos plata, él le acaricia el brazo y susurra algo en su oído. Las aves trinan y algunos niños corren a lo lejos, alguien vende comida en una cesta y un par de familias recoge sus campamentos.

Horas después él sigue allí sentado, viendo el sol esconderse, cuando éste es apenas una franja luminiscente se levanta y con trabajo se inca unos metros más atrás para tomar la arena. Con cuidado llena un pequeño frasco con ella, de una forma meticulosa casi ceremoniosa, escoge un montículo seco y con los dedos la pellizca, dejándole en el interior del recipiente y al terminar limpia los laterales con un dedo, acariciando la boca del recipiente y con un ligero susurro lo tapa.

Todas las tardes, del mismo año.

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Kurt ama captar el alma, cada una de sus fotografías cuentan la historia de un desembocado corazón.

Llega a la playa, no es particularmente bonita, es como muchas otras, ruidosa y contaminada, pero él no viene por el paisaje. Por lo que no le da importancia. Se toma su tiempo en mirar a los individuos, a quien necesita desatar un nudo en la garganta, dar un adiós.

Después de estar toda la tarde mirando entre las familias, decide marcharse.

A lo lejos el mismo hombre cumple su ritual, aire y arena, encerrados en el frasco.

La tarde siguiente es lluviosa, una tormenta como hace años no aparecía, Kurt mira las ventanas del hotel estremecerse, agitarse, quejándose de su tarea. Ve las pocas fotografías que tomo ayer, su taza humea mientras come un polvorón, niños, madres y castillos de arena desfilan por la pantalla del computador, pero ninguna es la indicada. Decepcionado cierra la portátil.

Entusiasta por naturaleza sale al balcón y como lo vio en tantas películas: grita. Su voz es amortiguada por el viento, perdiéndose entre la marea y las gotas. Exaltado aprieta fuertemente el barandal mientras lo hace, y solo termina cuando siente que ya no puede más. Abre los ojos y mira a la agitada marea. Sonríe al sentirme tan pequeño ante la furia de Poseidón.

Pero algo en la costa le llama la atención, hay un cuerpo.

Kurt es delgado, ligero y algo torpe, pero eso no le importa ni le impide bajar aún en piyama y pantuflas, y desfilar apresurado por el hotel. Cruza el boulevard, hasta internarse en la arena.

Él continúa allí, en la playa, inconsciente.

Las pantuflas le estorban para correr entre la mojada arena, así que las deja olvidadas unos metros atrás.

Se arrodilla en cuando puede; frenético busca respiración, pulso, algo.

Y lo encuentra.

— ¿Te encuentras bien? ¿Puedes oírme?

Con cuidado rota su cuerpo para que se encuentre mirando el cielo. Palpa su cuerpo en busca de daños, no encuentra nada, ni celular, ni cartera, solo un frasco de cristal lleno de algo.

—Bien— Kurt se sorprende cuando el sujeto le responde.

— ¿Seguro? ¿No te has hecho daño?

—No, estoy bien.

—Te llevaré a un hospital, es necesario que te revisen y...

—Mi casa, por favor, solo llévame a mi casa.


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Besos "3"