Disclaimer: Bleach y sus personajes son propiedad de Tite Kubo

Hola, gracias por entrar aquí n.n

Último capítulo del fic. La meta que me había propuesto era generar un posible lazo entre estos dos personajes disímiles, crear un vínculo verosímil entre ellos, aunque tácito. Pido disculpas si alguien se queda inconforme, o si Byakuya por momentos no les resultó reconocible, o si jamás hubieran imaginado esta interioridad en Nel. En todo caso, cada quien, si se lo propone, puede escribir nuevos fics donde imaginar otras posibilidades para ellos. Me gustaría que así suceda, porque creo fervientemente en la afinidad de este poco explotado pairing.

Como siempre, muchas gracias a todos por haber leído con paciencia y por apoyar la propuesta :D


IV

Verano: las hojas


Para cuando el verano llegó, Nel había aprendido tanto de aquel sitio que pronto se vio en la necesidad de canalizar de algún modo tal cantidad de información. Fue por esa inquietud que unas semanas atrás Rukia le obsequiara algunas libretas.

Nunca se imaginó que escribir fuese tan liberador. La joven arrancar pasó largas horas sobre esas receptivas páginas en blanco volcando lo más detalladamente que podía las impresiones que había acumulado. Personas, objetos, paisajes y sentimientos fueron apuntados y descritos, motivada por la expectativa de volver sobre ellos algún día.

Sin embargo, con el tiempo y la relectura, muchas veces notó que en su escritura asomaban más frases interrogativas que aserciones. Nel por momentos vacilaba sobre cómo describir, cómo narrar o cómo nombrar. Podía sentir dentro de sí una agitación y un aleteo informe de ideas sugestivas que luego, con la pluma en la mano, parecían desvanecerse sin que hubiese podido plasmarlas fielmente, o siquiera retenerlas. Eso le generaba dudas sobre el resultado, creía que lo representado al final no era nunca lo que en verdad había querido decir.

Fue así que, negada ante la sola idea de borrar cada uno de sus intentos, cerraba las frases que se le hacían más precarias con un signo de pregunta, señalando de esa forma sus sospechas de haberse expresado con propiedad. Y al final del día, cuando releía, advertía que las preguntas le habían ganado a las afirmaciones.

Esa mañana se lo había contado a Rukia. Esperaba encontrar en ella alguna clave para adquirir más confianza, pero la shinigami sonrió restándole importancia al asunto. Le dijo que buena parte de la vida se iba en interrogantes, en dudas, en baches existenciales, pero jamás en aseveraciones de inconmovible carácter. Incluso muchas veces, cuanto más sólidas se presentaban estas últimas, más desconcierto podían llegar a generar.

Nel entendió la idea, aunque se sintió inconforme. Si la vida estaba plagada de incertidumbre, ¿entonces sobre qué debería escribir? Si el vacío existencial era la clave, ¿debía entender que jamás encontraría una explicación para sus propios sentimientos? ¿Acaso ya nunca podría definir desde cuándo, cómo y por qué había nacido aquella presión en su pecho? ¿Qué sentido tenía poseer la certeza de una conciencia si venía acompañada del principio de lo incierto?

Entonces Nel por fin comprendió a qué se refería Rukia. Pero dolía, dolía por igual tanto la duda como la certeza, la pregunta como la respuesta, el saber y la ignorancia. Nel tenía muy en claro en qué dirección miraban sus sentimientos, y de qué modo, por lo que ilustrarse sobre su origen y consecuencias en realidad carecía de importancia.

El árbol a cuya sombra se había sentado se despabiló con una ventisca leve que repentinamente sopló. Las hojas se revolvieron ruidosamente y algunas de sus pequeñas flores cayeron alrededor formando un caprichoso círculo sobre el césped. Nel lo miró con indulgencia.

El verano le gustó particularmente. No sólo se trataba del calor sino de la maravillosa eclosión de la naturaleza en formas, aromas y colores anticipados durante la primavera. Eligió ese gran árbol precisamente por eso, por la posibilidad que le brindaba de apreciar una belleza que tal vez, dentro de poco, ya no podría volver a contemplar.

Luego Nel dejó que su cabeza reposara en el tronco, que sus ojos se cerraran y que los aromas la sorprendieran. Quería olvidarse por un momento.

No obstante, la figura del capitán vino a imponerse sobre el deseado reposo. De nuevo asaltó su mente la imagen del shinigami que le atraía tan irremisiblemente, y por el que se resignó a transitar esos últimos meses sumida en la turbación. Kuchiki Byakuya era su pregunta más grande y, al mismo tiempo, la respuesta más clara.

Sus sentimientos habían madurado. Por primera vez Nel experimentó lo que es ansiar más allá del sentido común, cuánto puede apremiar la espera y cuánto puede doler la ausencia de alguien que, tal vez, ni siquiera la tuviese entre sus pensamientos.

Nel sabía que lo que le pasaba era imposible. Aunque la guerra hubiese quedado atrás, el hecho de que sus orígenes contrastaban y que la naturaleza de cada uno los ubicaba en lados opuestos de la realidad no se podía soslayar fácilmente. Si bien habían hallado, o al menos ella lo creía así, una zona en común, eso no anulaba lo que eran ni deshacía la historia que cargaban.

Cuando las cosas a su alrededor no hacían más que crecer y crecer, desarrollándose de un modo casi inconcebible para alguien que provenía de un páramo, pensar en aquello que no debería haber nacido ni existir, mucho menos florecer, le parecía la burla cruel de un dios intrigante y mezquino. A menos que la causa haya sido su propia flaqueza.

De nuevo las dudas, la perplejidad… Jamás tendría que haberse encontrado en esa situación.

La joven Espada suspiró. Simplemente imaginó que aquel remolino de emociones inverosímiles se materializaba entre sus manos y que lo manipulaba hasta reducirlo, hasta volverlo tan pequeño que terminaría perdiéndose en algún sitio remoto de su mente… aunque jamás desapareciera. De todos modos así era siempre con las angustias, pensó, herencia de una humanidad que nunca era lo suficientemente pretérita como para resguardarse de ellas.

Cuando se dio cuenta de que el descanso era difícil allí, se levantó para regresar a sus aposentos. La sombra del árbol era reconfortante, pero necesitaba sacudirse un poco la repentina melancolía. Tal vez llegó a dar un paso antes de voltear sorprendida por la proximidad de aquel reiatsu.

-Creí que estabas en una misión –dijo Nel.

-Creí que habías regresado a tu mundo –replicó Byakuya.

La brisa volvió a revolver sonoramente las hojas de las frondosas ramas, desprendiendo algunas de su sujeción. En el césped se confundieron con las flores que también cayeron y el improvisado círculo seguía conformándose con un contorno irregular.

El capitán Kuchiki había sido destinado a una misión que lo mantuvo alejado de la Sociedad de Almas durante los últimos meses, por lo cual era la primera vez que se veían desde la primavera. Nel lo sabía, así como sabía que había regresado unos días atrás.

Él, por su parte, seguramente no ignoraba que la joven continuase en el Seireitei, por lo que Nel no supo si debía interpretar el comentario como un sarcasmo o como una simple demarcación de posiciones. En todo caso, Byakuya no perdía su parquedad distintiva en cuanto dijera o hiciese.

-Si mi presencia es una molestia para ti, sería bueno que lo dijeras de una vez.

Una leve vacilación hubo en su apostura, o al menos le pareció. De nuevo Nel no supo qué creer, seguía siendo un sujeto tan indescifrable como antes. Sólo que su misterio, lejos de perturbarla, le resultaba ahora una materia conocida y afín, una dimensión donde podía moverse con naturalidad incluso a pesar de él mismo. Pese a que aún no lograra comprenderlo todo, sabía que detrás de la fachada estaba lo mejor de él.

Byakuya se colocó bajo el límite del ramaje, mientras que ella aguardaba la respuesta todavía parada junto al tronco del árbol, observando su perfil. Conforme se acercaba el mediodía, la sombra menguaba.

-En realidad esperaba encontrarte –dijo él por fin-. Rukia me ha dicho que escribes.

Para Nel, la sola idea de que Byakuya y su hermana alguna vez hubiesen hablado de ella la llenaba de estupor. Y ciertamente la emocionó, pues no pudo evitarlo.

-Escribo –reconoció-, la misma Rukia me ha motivado a hacerlo.

-Me intriga la clase de inquietudes que incitan a un arrancar a escribir.

-Y a mí me intriga que te interese –replicó ella.

Byakuya le concedió con un gesto esa pequeña victoria.

-Una vez dijiste que somos nuestras elecciones. Has elegido escribir y tal deliberación me intriga –adujo él.

-Tú alguna vez dijiste que debía esperar el cambio –observó Nel-. Creo que al final no he hecho más que ser testigo de tal proceso, y eso me ha apabullado.

-¿Es eso lo que has registrado por escrito?

Su capacidad de penetración nunca dejaba de admirarla.

-Eso, más todo lo que he conocido, visto y aprendido a lo largo de mi estadía en tu mundo.

-Entiendo.

La sombra menguaba. Por fortuna el calor no era tan intenso como para obligarlos a alejarse, y la ligera ventisca que soplaba de vez en vez les proporcionaba algún alivio. El verano resultó más agradable que el invierno, pero en ocasiones era inevitable sentirse agobiado con la temperatura. Nel había buscado un refugio debajo de las hojas de aquel árbol, así como había buscado consuelo entre las que escribía.

Estar allí con Byakuya seguía pareciéndole de lo más extraño. Sin embargo, Nel se había cuidado muy bien de volcar entre sus impresiones todo aquello que se agitaba dentro de sí desde el otoño. Incluso si hubiese podido verbalizarlo, las palabras jamás serían suficientemente referenciales al respecto. Lo irracional carecía de lenguaje.

-Lo que aprendemos nos marca para siempre, y también nos hace cambiar –señaló él.

Nel desvió la mirada con gesto reflexivo, por eso no pudo advertir que Byakuya la observaba.

-También cambié –admitió ella-. El conocimiento del otro es lo más difícil, implica dejarse a uno mismo de lado para poder mirar sin egoísmos. Cuando uno vuelve sobre sí, ya no es el mismo.

-El árbol se comprende a sí mismo cuando observa otros árboles aunque no sean de su especie, cuando advierte sus ramas, sus hojas, sus raíces.

-Exacto. Puede que un cerezo y un roble sean de diversa madera, pero ambos forman parte de la misma entidad.

Sus miradas se cruzaron para compartir el entendimiento. De nuevo Nel sentía que pisaban esa zona que les era común más allá de todo, incluso más allá de sus propios temperamentos.

Desde que llegase a la Sociedad de Almas su preocupación residía en cómo sería acogida, cómo sería vista, qué haría ella en el mundo del otro. Siendo nuevamente una mujer tuvo que volver a lidiar con una racionalidad y una sensibilidad que prácticamente había olvidado, y a veces sentía tanta incertidumbre que hasta hubiese preferido su cuerpo de niña para no tener que soportarla. Ahora que ya discernía mejor algunas cosas, podía enfrentarse a su destino con mayor resolución.

Para ese entonces lo único que la atribulaba era el vínculo. Si había llegado a establecer alguna clase de lazo con aquel shinigami, en Hueco Mundo ya no lo tendría, y pensar en eso la hería.

-Conocer al otro implica esfuerzo y paciencia –continuó Nel-. Las personas están conformadas por capas, velos, máscaras… Llegar a conocer la verdadera esencia es imposible, sólo podemos arrimarnos poco a poco hasta terminar por aceptar que la superficie es engañosa y que es en lo profundo, en aquel terreno que se nos niega, donde está lo mejor.

-Donde está lo más interesante, querrás decir.

-Como quieras llamarlo.

-Es un camino arriesgado.

Nel pensó en ello, al igual que en otras tantas ocasiones. Si hubiese tenido sus libretas, ¿qué podría haber escrito al respecto? Ella ya había aceptado el desafío y había recorrido ese camino arriesgado. Fue así que desembocó en esos sentimientos nuevos, inesperados, sentimientos que jamás había experimentado. ¿Hubiera sido apropiado decírselo, o mejor se lo guardaba? ¿Era el silencio el lugar más seguro?

Y si optaba por escribir sobre el riesgo y sus sentimientos, ¿hubiese podido plasmarlo con las palabras acertadas, aquellas que fueron dichas, aquellas que fueron calladas? ¿Hubiese podido referir lo subyacente, lo que fluía en el espacio íntimo? Porque lo que no se decía a veces gritaba con más fuerza, Nel ya lo había aprendido. ¿Podría ella haberlo abarcado todo?

La vida se iba en interrogantes, le dijo Rukia, y ella sólo podía permitirse ese instante. Después tenían que separarse y vaya a saber cuándo el azar los reuniría de nuevo en aquel círculo, bajo ese árbol, en algún otro verano.

-Pero ese camino aún no me ha decepcionado –confesó.

Byakuya guardó silencio, meditabundo. Una vez más Nel se intrigó por sus pensamientos, por sus motivos para estar allí, por los recovecos más inaccesibles de su alma. Sobre todo la confundía que él siempre parecía saber lo que ella pensaba, en cambio ella debía resignarse a observar y esperar sus próximas intervenciones.

En ese momento, sin embargo, cayó en la cuenta de cuánto se había familiarizado con esa forma de ser, cuán agradable era intercambiar con él aunque fuese más lo escondido que lo revelado, y cuánta falta le haría cuando regresase a su mundo. Al principio había creído que era porque ambos eran guerreros, pero con el tiempo comprendió que la conexión se extendía más allá.

Y aunque Nel tenía en claro que no debía alimentar ninguna clase de expectativa, tampoco podía evitar seguir esperándolo.

-Entre las hojas de este árbol crecen flores –dijo él por fin-. Incluso si la brisa las desprende, al caer conviven sobre el césped conformando este círculo.

Nel asintió con la cabeza.

-Sin importar los avatares, forman parte de lo mismo.

-Pero el círculo es desprolijo –adujo él.

-Aun así es colorido y perfumado, posee una belleza que puede ser entendida.

-Tampoco es constante, porque otro viento lo dispersará.

-El azar actúa de forma antojadiza: une y aleja, construye y desarma, permite y suspende.

Por dentro, por debajo, Nel se decía que el azar los había reunido y seguramente algún día los distanciaría otra vez.

-Así es el destino –juzgó Byakuya-. Que hoy estemos dentro de este círculo es un capricho del más puro azar, y tú y yo no somos más que hojas en el viento.

La joven Espada enmudeció, admirada. ¿Cómo era posible que su capacidad para leer en ella se hubiese intensificado hasta el punto de hacer explícitos sus propios pensamientos?

Ella apenas había alcanzado a vislumbrar que lo mejor de él estaba oculto, que su fachada era engañosa, que su arrogancia era en parte un disfraz. Pero al oírlo hablar de ese modo sólo cabía suponer que el capitán había llegado mucho más lejos en su discernimiento. Del pasmo pasó a la incredulidad, y luego, porque estaba enamorada, a la emoción.

Definitivamente no era el sujeto que quería aparentar. Él la había observado, había pensado en ella, la había entendido. Durante los meses pasados, incluso, supo ofrecerle consuelo. Sus sentidos no podían engañarla al respecto, porque Nel, pese al hermetismo que lo caracterizaba, también lo había llegado a entender.

-Creí que nuestra historia sentenciaba nuestra rivalidad –observó adrede.

-Estábamos predestinados a luchar y así lo hicimos –replicó el shinigami sin alterarse-. La disímil naturaleza que nos constituye ha sellado nuestras circunstancias. Sin embargo, el azar existe y sería inútil negar su intervención.

Nel esbozó una tenue semisonrisa. Habituada a lo que él insinuaba más que a lo que declaraba, comprendió que se refería a ellos mismos interactuando, que ellos dos eran la prueba de que el destino era tan inmutable como aleatorio. De este modo, fue porque habían sido rivales que sus caminos habían terminado por cruzarse.

Esa conclusión le deparó un asombro nuevo y revelador. Lo que había sido siempre una barrera infranqueable se convertía de pronto en una puerta, un pasaje por el que se podía dejar atrás la oscuridad y la desesperación. Eso era el cambio.

Puede que ellos se moviesen como dos hojas en el viento, pues el destino podía ser tan fijo como circunstancial, pero gracias a eso habían dejado de estar en un lugar para hallarse en otro nuevo, uno mejor, uno creado por ellos. Aunque sólo fuese durante una temporada, aunque sólo fuese un ciclo, o apenas ese efímero instante.

El sol del mediodía brilló en lo alto y la sombra del árbol se redujo casi hasta desaparecer.

-Dijiste que el camino es arriesgado –comentó Nel-, pero yo creo que el riesgo vale la pena.

Byakuya la miró a los ojos.

-Has encontrado lo que buscabas.

-He encontrado muchas cosas, aunque ignoro cuáles de todas ellas en verdad he buscado. Estoy agradecida, no obstante, con tu mundo, porque ya no lo siento ajeno.

-Aun así volverás al tuyo –señaló él sin recriminación.

-Debo hacerlo –replicó Nel-. Mi hogar está junto a quienes me esperan y añoro.

La brisa volvió a levantarse en torno a ellos. Las hojas dispersas en el césped se removieron y el círculo se deformó aún más, si bien se conservó completo. Era un verano apacible y el calor no llegaba a molestarlos.

Nel sabía que tenía que regresar. Sin importar si alargaba su permanencia allí, llegaría el tiempo en que tendría que partir. Él era un shinigami y ella era un arrancar, y en el cielo había un lugar señalado para cada uno por separado. Haber hallado esa zona en común los había acercado, pero tal proximidad no los unía.

La joven lo lamentó. Miró a Byakuya más allá de su parquedad, de sus ojos indescifrables, de la adusta constitución de su figura. Sin embargo, sus sentimientos habían crecido tanto que verle otra personalidad le hubiera parecido poco natural. Eso era él y él era lo que ella quería.

Quizá debería escribir que el otro, el enemigo, podía convertirse luego en el ser más deseado. Tal vez tendría que detallar el cambio de una estación a otra, los vínculos que se forjaban, cómo lo que parece lejano e inaccesible se puede retener durante un cálido mediodía de verano. O quizá debería reflexionar sobre el tiempo, sobre el destino, sobre el propio ser y sobre el azar. Probablemente vuelvan a nacerle más y más preguntas.

Pero había algo que Nel sabía: lo que llevaba dentro de sí. Paradójicamente, en el otoño había nacido cuando las cosas empezaban a morir, y en el invierno le había turbado. Cuando por fin llegó la primavera, observó dentro de un estanque y se vio reflejada en esas aguas, en los peces y en él, que también la había mirado. Antes de que todo volviese a comenzar, en el último tramo del ciclo, supo que lo que sentía era imposible… Pero latía.

Quizá debería escribir sobre todo ello o sobre nada en particular, o sólo sobre un arrancar que alguna vez fue una niña y que luego, transformada de nuevo en mujer, se había permitido conocer lo diverso y develarse a su vez. A fin de cuentas, se trataba de la misma trama argumental.

El otro seguía siendo un misterio. Nel, no obstante, agradeció por esas capas que lo constituían, pues eran la excusa perfecta para arriesgarse a conocerlo.

-Me gusta ser como las hojas, Byakuya –le dijo ubicándose frente a él. En su pecho, el miedo y el dolor se habían extinguido-. Ir de un lugar a otro ya no me parece tan malo. He tenido paciencia, he tolerado el cambio y he experimentado la llegada de lo nuevo, tal y como dijiste. Volveré a mi mundo y siempre recordaré tus palabras.

A continuación, Nel volteó para marcharse, pero antes de dar un paso una mano retuvo la suya. Se giró con sorpresa y vio que Byakuya le depositaba dos hojas que habían caído del árbol. Ella lo miró con interrogación.

-Los humanos suelen decir que las palabras se van con el viento –dijo el capitán soltándole la mano con delicadeza-. En todo caso, lo que hemos aprendido en este tiempo ha dado sus frutos y éstos crecerán constantemente. Quédate con eso, Neliel.

Byakuya la saludó con un leve gesto y se marchó. Nel se quedó parada observándolo, al igual que otras ocasiones.

Las hojas oscilaron sobre su mano tendida. La joven Espada se apresuró a aferrarlas. Si él tenía razón entonces debía agradecerle al azar por haberlos manipulado de esa forma. A merced de los invisibles y caprichosos giros del viento las hojas se arremolinan separadas unas de otras, y en ocasiones, alcanzan a rozarse.