La mirada de aquella mujer era fuego puro, uno más seductor y enviciando que el de Kagura y cien veces más mortal. La reparó de arriba abajo, sin mostrarse recatado, era obvio que su objetivo era ese al vestirse y tener además tan marcados. Yura Sakazagami era sin duda alguna lo que decía, una agente contratada por su abuelo.

—¿Y por qué venir con nosotros solo hasta ahora? —preguntó Naraku, analizando con perspicacia la desenvoltura que tenía aquella mujer para hablar con alguien diez años menor.

—Simple —contestó sin modestia, saboreando las palabras al tiempo que lo hacía con el raen que compartían—, porque debía estar segura de que respetarían los términos de su abuelo; esa fue la condición que él me impuso cuando me contrató.

«Al parecer gustaba de poner trampas a todo el mundo, no se sienta tan especial, señorita.»

—¿Y qué tienen que ver el trabajo encubierto con la psiquiatría?

—Nada, a decir verdad. Antes de ser agente estudie algunos semestres de psicología y he leído unos cuantos libros, me cayó de perlas cuando acepte este trabajo. Creo que todo sucede por algo, el destino ya está hecho ¿No es verdad?

—No, no lo creo. Cada quien confecciona su destino mi señora, las cosas que pasan por entre nosotros no son sino, cuando mucho, casualidades inoportunas.

—Eres un chiquillo demasiado optimista ¿Lo sabes? Pareces tan perdido como tu prima, aunque ella la tiene más clara con respecto a todo, ella sí que es más asentada la tierra que tú.

Repasó en silencio el día fugazmente luminoso, las aceras se calentaban afueran ante el insistente calor y toda la vegetación brillaba exuberante en el pequeño parque del frente. Por la orilla de la calle, las parejas no dejaban de pasar compartiendo risas, igual lo hacían algunos chiquillos en bandas y una que otra ama de casa con bolsas del supermercado en ambas manos. Naraku sintió la necesidad de regresar a la mansión y buscar a Kagura para reñir con ella un rato o simplemente continuar buscando infructuosamente la carpeta que tanto ansiaban… necesitaba estar con alguien que se encontrara tan perdido como él en ese lio de secretos.

—¿Qué sabes tú de Kagura? —Inquirió divertido— No hay mucho de Kagura que uno pueda saber porque sí.

—La he investigado mucho, desde hace tiempo, igualmente a ti y a tus hermanos.

—¿Y a mis padres, y a los de Kagura?

—Nada, solo superficialmente, son cuatro personas normales y corrientes con vidas completamente ajenas a las de sus hijos. Padres modernos, podría decirse. ¿Hay algo en especial que necesitara saber de ellos?

—No, nada —Como sospechó desde el principio, la mujer era buena hasta cierto punto, los detalles sutiles no le atraían tanto como lo hacían con él.

Se levantó con pesadumbre, cansando de la charla con aquella mujer, pero convencido de que la necesitaría más adelante. La decisión de su tío de ponerla al servicio suyo era astuta y no falta de interés, no debía perderla tampoco de vista.

—Ha sido un gusto almorzar hoy con usted, por lo cual lamento anunciarle que tengo cosas que atender —dijo en su mejor muestra de galantería para demostrarle que ninguna mujer le quedaba grande—. Aunque me encantaría reunirme mañana con usted, para discutir las cosas con más tiempo y calma.

—Claro, Naraku. Solo dime en dónde.

—En la mansión, a eso de las dos de la tarde.

Y salió de allí sin mayores prisas.

El encuentro con la psiquiatra de su tío fue una sorpresa inaudita, estaba seguro de conocer en parte los grandes secretos de su familia, pero ese peculiar encuentro con Yura ponía una carga extra a su plan de negocios con su prima. Poniéndose la mano en el corazón y siendo sincero con él, era una estupenda oportunidad para desentrañar el misterio que suponían Tora y Asashi en todo ese desbarajuste que suponía la herencia de una familia en la que ellos no eran más que donadores de semen y mayordomos adiestrados para dos mujeres que hacía y deshacían, aparentemente, con o sin ellos.

—Por fin sabré como manejarlos.

Con esa firme seguridad caminó hacia su casa, convencido totalmente de que a partir de ese momento iría un paso por delante de los demás.

Es medio de su alegría desbordante y su derrochadora seguridad, decidió tomar el camino más lento pasando primero por la zona de locales al pie de la colina y luego caminar por sobre los viejos adoquines que componían el sendero hasta la casa. En su trayecto por entre los sitios de comida pudo encontrar una espesa melena negra que salía de allí a paso apresurado con un extraño paquete bajo el brazo.

La siguió entre el gentío a cierta distancia, disfrutando de su actitud de cazador.

—Vaya, vaya, que cosas puede encontrarse uno merodeando por aquí —comentó con aparente desinterés al cortarle el paso en una esquina—. Primas, son unas criaturas fascinantes cuando no están entorpeciendo los movimientos de uno en todos los ámbitos.

—Primos —le contestó Kagura con la misma marcada ironía—, esos espantosos seres que en lugar de ponerlo a uno sobre un pedestal intocable quieren arrastrarse bajo tus sabanas al menor descuido… Ah, y son propensos a ser mordidos por arañas, cosa que lejos de matarlos parece volverlos más idiotas.

—Sí, concuerdo contigo —le apoyó Naraku, sorprendiéndola de inmediato—. Tu hermano es una molestia a todas luces. Siempre me he preguntado de donde salió tan idiota.

Kagura resoplo, viéndose vencida, otra vez, por las artimañas de su primo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él, en cuanto retomaron el camino que Kagura llevaba.

—Pues vine a comer… no se puede vivir solo del aire, hay que comer —Naraku miró entonces la carpeta envuelta en aquel plástico transparente para protegerla e interrogó a su prima con la mirada—. Terminé de registrar la biblioteca, es la única carpeta que parece contener algo importante. No le he abierto esperando encontrarte y que lo hiciéramos juntos, sé que no te estas fiando de mí.

Los ojos violetas de Naraku le indicaron que dejara de parlotear como si las cosas que pensaran el uno del otro fueran realmente importantes. Ella se apresuró a contarle lo que había hecho en la casa y las cosas que encontró en las demás carpeta y papeles que leyó. Naraku la observo y catalogó durante todo la charla, intentando adivinar porque no paraban de hablar y parecían evadir algo, un tema en específico.

—Que paranoica —se burló cuando Kagura le contó que llevaba la carpeta con ella porque le daba miedo la casa—, el único fantasma que deber haber allí es el más interesado en que desenterremos el dinero.

Ella le devolvió una mirada de ira y buscó un local de comida rápida para almorzar.


—¿Ya se fue Byakuya? —preguntó Hakudōshi, sosteniendo por los pies a su hermana para que viese por entre las ventanas.

—Sí, ya salió —contestó su melliza sin mucho afán—. Veo una puerta al otro lado del patio, detrás de la casa.

Eso quería decir que ya tenían una entrada a la gran mansión que tanto les intrigaba. No iban a ser sinceros al decir que estaban allí nada más para jugar a cupido con su prima y su hermano, era también la extraña influencia de la mansión en el ánimo de la familia lo que había decidido el viaje.

Ambos caminaron entre la maleza que rodeaba la casa y empujaron con cuidado la vieja puerta de madera que comunicaba el patio interior con los terrenos verdes del exterior —terrenos a los que les echaron una mirada los mellizos antes de entrar, pues era un vista sacada de los antiguos cuadros de tinta, con suaves y adormiladas colinas coronadas de árboles frondosos y delicados—. El crujido de la madera podrida y las bisagras herrumbrosas perturbaron un segundo la pasividad de aquella mansión solitaria. La sensación inestable de no ser solo fantasmas invadió a ambos niños, quienes se miraron el uno al otro buscando apoyo.

Recorrieron el primer y el segundo piso de la misma forma en que lo habían hecho Naraku y Kagura, analizando todo cuanto veían y absorbiendo la información que esto les podía dar. Como nunca habían estado allí, la mansión les pareció un edificio caucásico y deprimente, sin nada especial que ofrecer. Examinaron la biblioteca, de la que Kagura se había llevado una carpeta y Byakuya un par de libros, y juzgaron que a pesar de estar descuidada tenían aun algunos buenos ejemplares que por mucho eran interesantes. El salón principal, aireado ya, gracias a las cortinas que Naraku había arrancado, les resultó una habitación sumamente cómoda debido al papel tapiz color salmón, con motivos florales dorados, que le daba al lugar una sensación de calidez y hogar mucho más fuerte que en los demás cuartos.

Dando vueltas aquí y allá se encontraron con el cuarto que desde su llegada les había interesado encontrar, la cocina. La cocina era una habitación amplia al final del corredor, con una isla de granito negro al centro, que estaba más que desvencijada por los años. Se notaba que la escoba y el plumero de Kagura no habían llegado hasta ese lugar, pues el polvo y la madera astillada de las termitas se esparcían por todos lados. Encontraron solo una alacena a la medida de lo que necesitaban, no estaba muy buena, y por ello la sacaron con facilidad de la pared, arrastrándola hasta uno de los cuartos más apartados del segundo piso, uno en el que seguro los mayores no iban a entrar.

En ese recóndito lugar, medio arreglado por ambos, sacaron su equipo de campamento y lo instalaron. La verdad, estaban mejor equipados que Naraku y Kagura para la semana que pasarían allí, llevaban una pequeña estufa eléctrica, mantas, bolsas de dormir, comida enlatada y todo un equipo de exploración, con sogas y binoculares.

—¿Cuándo crees que regresen? —Empezó a preguntar Hakudōshi, abriendo una ventana delantera— ¿Seguirán aquí? ¿Crees que podamos echar otro vistazo mientras no están, la casa puede tener de verdad secretos?

—Es mejor esperar a que vuelvan. No sabemos donde estén y haciendo qué, el piso de abajo es muy grande y puede que nos sorprendan si estamos allí cuando lleguen —Kanna le miró inflexible, caminando desde su posición en el centro de la habitación hasta su lado en la ventana—. También debes cerrar eso si no quieres que te pillen.

—Sí, señora —se burló el chico, aun sabiendo que eso a ella no le iba a afectar.

Era divertido pasar tiempo con Kanna a solas, y cuando decía a solas, se trataba de que nadie estaba alrededor preguntado que hacían o que tramaban, cosa que siempre sucedía cuando estaban en casa —que a pesar de que nadie se soportaba siempre había gente en ella—, en el colegio o en alguno de los campamentos especiales a los que eran enviados. Resultaba algo incómodo para la mayoría de la gente pasar mucho tiempo junto a alguien, pero para ellos era más un alivio que una molestia poder estar el uno junto al otro durante la mayor parte del día.

Los ojos grises de Kanna, que por un momento estuvieron en la calzada frente a la casa pasaron a estudiar a su hermano en cuanto este cerró la ventana. Era verdad que el color negro en el cabello no le sentaba nada bien contra su piel blanca, pero formaba un bonito contraste contra el liliáceo de sus ojos. Noto también que su hermano estaba empezando a adoptar esos molestos gestos de adulto que le deformaban la cara y hacían que se viese muy parecido a Naraku. La pubertad, supuso, fijando el ángulo de visión de su vacía mirada en la alacena que despegaran de la cocina.

La idea de los mellizos era bien sencilla, utilizarían el cajón y su estilo para encajar en él un centro de mando y poder vigilar a los otros dos residentes de la casa. Obviamente necesitarían un par de cámaras y unos cuantos micrófonos, pero Hakudōshi ya se había encargado de encontrar ese tipo de cosas. Prepararon con sumo cuidado su equipo y lo dejaron en la pequeña habitación mientras salían e instalaban sus controladores del segundo piso. Ese primer día la vigilancia de la planta baja sería un trabajo de equipo.


—Se van ¿Así como así? —Yami observó cómo Tora, el esposo de su hermana, hacía la pregunta con total tranquilidad, sin dejar de jugar con el cigarro que guardaba en uno de sus bolsillos.

—Mira, mi amor, mi hermana y yo estamos cansadas ya de este lugar. Ustedes tienen planes, los chicos tienen planes ¡Hasta Byakuya tiene planes!, así que hemos decidido tener un tiempo para nosotras, como hermanas.

Asashi siguió caminando con paso firme, yendo y viniendo por detrás del sillón donde descansaba Tora. Iba a su propio ritmo, fingiendo meditar las cosas, mientras se vanagloriaba frete a las féminas con su cuerpo de atleta finamente moldeado; aun con su traje de etiqueta parecía un figurín de cera bellamente torneado. Tora era un hombre por completo diferente, pero lejos de ser mal parecido, a él se le otorgaba una belleza poco más masculina que el otro. Llamaba la atención el aire salvaje e irónicamente pacifico de su rostro y la precisión y delicadeza con que movía su cuerpo sin detenerse a pensar como lo hacía. No era esa la primera vez que las gemelas se preguntaban con qué clase de hombres se habían casado.

Si bien eran dos familias totalmente normales, dentro de lo que cabía, los dos padres no cuadraban para nada dentro de esas vidas de arquitectura perfecta que las gemelas Shuriken habían diseñado. Ambos se movían de aquí para allá cumpliendo las peticiones de sus esposos, pero completamente ajenos a lo que ellas hicieran, dándoles amor, comprensión y cero preguntas; era como si solo vivieran para mantenerlas felices sobre dos pedestales inalcanzables para cualquier otro. Eran sus trofeos de caza.

—Bueno, por mi parte no hay ningún problema —declaró Asashi, sonriendo con sus brillantes ojos lilas—. Pueden aprovechar y pasarse por Kioto para visitar a los chicos, que pueden estar necesitando ayuda.

—¡Perfecto! — exclamó su esposa con satisfacción.

—De mi lado tampoco hay problema, ya me acostumbre a no verte sino cada vez que tú quieres —dijo con cariño, cogiendo suavemente la mano de su Yuki entre las suyas—. Solo cuídate, sabes que de nada más me preocupo.

«Claro, váyanse que a nosotros nos importa un comino —pensó Yuki, observando a su esposo y correspondiendo al beso que le plantó sin previo aviso—. Mira que nada más me importa lo mucho y muy fiel que te comportes, de resto te puedes despeñar si quieres»

Yami terminó por sacar casi a rastras a su hermana de la habitación y convencer a sus maridos de no preocuparse de nada, ella se ocuparía de todo.

—No, gracias. Ustedes tendrán temas de hombres negocios importantes que atender como siempre —dijo—. Dejen que mi hermana y yo nos ocupemos de lo nuestro, además hace rato que ambos no se toman una copita juntos, aprovechen del tiempo que tienen para compartir la casa.

Y habían salido corriendo del lugar, huyendo de las preguntas policiales que seguramente las bombardearían si seguían allí pretendiendo ser dos amas de casa de porcelana, perfectas y sin censura.

—A veces me pregunto cómo seguimos aquí —la risa de Yuki era incontrolable—, somos como la Barbie con su Ken que hace todo lo que ella diga: viste a la moda, sonríe y dice que sí siempre ¿No te parece ridículo hermana?

—Sí, vaya que sí. Nos casamos con dos robots, muy buenos en la cama, pero nada factibles a la hora de criar niños.


La pregunta del millón era qué diablos pensaba Kagura en ese momento mientras sorbía con tanto tacto y duda, la sopa no estaba caliente, pero ella parecía apenas tocarla con sus labios como si temiera quemarse. Ese repentino estado de meditación profunda alteraba a su primo.

—Ya, déjate de esas tonterías —le escupió ella, enojada al ser el centro de tan despreciable atención.

—Entonces dime qué diablos piensas. Parece que sabes algo de lo que no me has hablado —sus palabras eran pequeños pinchazos a su subconsciente, ella sí que tenía secretos, casualmente pensaba en su charla con Naraku, el abuelo de su primo ¿Cuánto de lo que le había dicho era verdad?... Ah, y también pensaba en Naraku, en ella y en todas las tonterías que les ocurrían.

—Nada que tu no sepas —afirmó con desdén para darle a entender a su primo que todo eso le parecía tonto—. Creo que en verdad eres tu quien tiene secretos, si lo preguntas ha de ser por algo ¿no?

Los ojos lilas de Naraku la estudiaron detalladamente, buscando alguna incorrección, una pequeña falla que la hiciera inmeritoria de su atención, pero supo inmediatamente que su prima era la misma de siempre.

—Nada, lo único anormal de las últimas horas es que me encontré a la psiquiatra de nuestro tío.

Kagura hizo un gesto reluctante al oír nombrar a Yura, eso sonaba muy malo, y demasiado casual. Analizando a Naraku se dio cuenta que lo mejor era escuchar que tenía para decirle y así decidir si confesaba haber hablado con ella en el tren o no. Ahora que se le ocurría, podría ser que él hablara de ese mismo incidente y quisiera echárselo en cara, aunque…

—La verdad es que es una agente contratada por él —«¿Qué?» el desconcierto debió traslucir a su cara, pues Naraku se apresuró a explicar—. Parece que nuestro tío pensaba que alguien como ella nos caería bien a la hora de buscar nuestra fortuna secreta, la hacía pasar por su psiquiatra solo para que nadie sospechara de las cosas que planeaban. Le pedí que mañana fuera a la mansión para hablar.

Kagura no dijo nada, siguió con su sopa cómodamente. Esperaba que en verdad esa mujer no le hubiese hablado a su primo del tren y lo que habían discutido.

—Creo que todo eso es bastante sospechoso ¿No te parece?

—Puede ser, pero le daremos una oportunidad y veremos qué hacemos con ella si se pone rebelde. Recuerda que muchos aliados no tenemos y entre más investigamos más cosas sucias salen a la luz.

—¿Estás pensando hacer que investigue a nuestros padres?

Naraku volteó a la cara asqueado y dijo: —Yo no he dicho eso.

—Pero es lo que deberíamos hacer ¿No? Mejor eso a que ellos intenten algo.

—Si tú lo dices.


Francamente estoy al borde del suicidio por este fic, no quiero alargarlo mucho ¡Pero hay tanto que contar! Lamento también la tardanza, estuve enferma así que ni madres xD

En todo caso, espero sus reviews muy puntuales, es casi media noche y quiero encontrarme cosas bonitas en la mañana.

Saludos :3