¡Hola! Bueno hace como un mes rondaba en mi cabeza esta pequeña historia que ahora les comparto. Es que soy fan de PoxTigresa, y no resistí las ganas de escribir algo lindo sobre ellos. Esta pequeña historia sucede muchos años después de lo que pasó en Gongmen. Y por si acaso aclaro que hasta aquí termina, no haré continuación o algo así. Y no olviden dejar su review, para saber qué les ha parecido :)


El secreto de una leyenda

(Editado en Marzo del 2014)

"¡Hoy es el día! Estoy tan ansioso de conocer en persona a los mejores guerreros de kung fu de todos los tiempos; claro está, después del asombroso Guerrero Dragón. Durante años he indagado sobre su leyenda, y al fin logré encontrar el lugar en el que viven. Y bien, aquí voy", escribió en su diario un entusiasta y joven conejo que vivía en tierras muy lejanas al Valle de la Paz. Después de empacar algunas provisiones para el camino emprendió el viaje.

Eran tantas las ansias por llegar a tan renombrado sitio que no sintió el agotamiento que corresponde a tan largo camino. Todas las noches al acampar en el bosque o en una habitación alquilada miraba a las estrellas, y su ilusión era tal que sus ojos brillaban más que ellas. Ya podía imaginar frente a sus ojos el elegante y majestuoso Valle de la Paz, y la impresionante morada de sus guerreros favoritos. Desde niño le habían contado todas sus aventuras, sobre todo cómo un panda con poderes sobrenaturales vencía con facilidad a cualquier enemigo que enfrentase. ¡Cómo deseaba ser como él! pero no, él solo era un humilde conejito que pasaba sus días en una aburrida biblioteca. Sin embargo, no dejaría que su condición opacara la alegría que embargaba su ser al hacer este viaje.

Unas semanas después, bajo el sol abrazador del mediodía, el joven estaba frente a un puente que determinaba la entrada al pueblo que buscaba. Vio cerca de allí a un antílope cargando una carretilla con manzanas, y le preguntó cuánto le faltaba recorrer para llegar al Valle de la Paz. Éste amablemente le respondió que cruzando ese puente lo encontraría, algo que desilusionó al conejo, porque más allá solo atinaba a ver un pequeño pueblo que definitivamente no era lo que imaginaba. No obstante, dio las gracias al vendedor, cruzó el puente y recorrió el lugar.

Los pueblerinos empezaron a mirar con detenimiento al pequeño visitante de vestiduras café, algo que el joven no tardó en notar. Se detuvo a consultar a un anciano de su misma especie sobre la ubicación del Templo de Jade.

―Siga hasta el final de esta calle, y al final de las mil escaleras lo encontrará ―le informó con una expresión de tierna simpatía.

―Se lo agradezco mucho, señor ―contestó el joven con una sonrisa y una reverencia que expresaba su agradecimiento.

Siguió las indicaciones a toda prisa, ansioso porque estaba tan cerca. Cuando vio el palacio a lo lejos se detuvo por un momento. Su corazón empezó a palpitar con mucha fuerza, como si quisiera salir de su pecho y llegar antes que él. El conejo siguió subiendo y a su vez practicando cada palabra; procuraba controlar sus nervios para que no lo traicionaran cuando abriera su boca por primera vez. No podía permitir que algo saliera mal. Cuando estuvo en la entrada se dedicó a observar hasta el más ínfimo detalle del lugar.

Un cerdito sirviente que barría cerca de allí echó de ver a un conejo con la boca muy abierta y una boba expresión de satisfacción, lo que le pareció bastante raro, así que fue a preguntarle qué era lo que le sucedía:

―Oye amigo, ¿estás bien? ―preguntó con creciente curiosidad haciendo que el otro saliera de su letargo momentáneo.

―Sí señor, estoy bien, solo estoy impresionado al ver tan maravillosa morada. ¿Aquí viven los Cinco Furiosos y el Guerrero Dragón? ―su emoción se acrecentaba al decir cada palabra.

―Sí, aquí viven. ¿Fue usted invitado? ―La curiosidad del cerdito se transformó en sospecha. El conejito se alarmó por un instante, porque se dio cuenta de que tenía que cuidar sus palabras.

―No. Es que yo realizo una investigación sobre la leyenda de los guerreros más asombrosos de toda China, y deseo saber si se me permite hacerles unas preguntas ―dijo mientras trataba de controlar sus nervios. Sin embargo imposible controlarlos en su totalidad, así que sin percatarse abrió sus ojos un poco más de lo normal, gesto que afortunadamente el cerdito no percibió.

―Mmm espere aquí ―dijo el cerdito, luego se dio la vuelta y se internó en el palacio por unos minutos que el conejito sintió eternos. Después el sirviente regresó, abrió la puerta, y dijo:

―La maestra Tigresa le atenderá unos minutos y contestará sus preguntas. Pase adelante y sígame ―finalizó con seriedad.

No es necesario decir que el joven investigador quería saltar y gritar de la alegría, pero hizo un gran esfuerzo por contenerse. Ingresaron al salón de los héroes, y al fondo, de pie frente al estanque, con sus manos tras su espalda, se encontraba la más radical maestra de kung fu. "¡No puedo creer lo que tengo frente a mis ojos! Estoy soñando. ¡En verdad no lo puedo creer! Pero tengo que controlarme o quedaré como un tonto", pensó el conejo deslumbrado. Ya podía sentir cómo sus rodillas lo traicionaban, aunque quizás solo lo imaginaba, ya al ver esa silueta bordeada magistralmente por el sol, le era difícil diferenciar la realidad de la ficción. Se acercó hasta estar a una distancia razonable, y sin pensarlo más habló en una voz baja:

―Maestra Tigresa.

Inmediatamente, como si su cuerpo reaccionara en un acto reflejo, acompañó sus palabras con una reverencia juntando sus palmas e inclinando la cabeza. Su boca se estremeció ligeramente después de haber hablado. Tigresa giró con lentitud su cabeza revelando un rostro algo maltratado por los años, pero embellecido por una mirada cargada de dulzura y sabiduría.

―Tú debes ser el joven investigador de "Leyendas de los guerreros del Palacio de Jade".

Escuchar su voz fue una caricia a sus oídos y un deleite a su corazón, que saltaba de alegría. En su mente se gritaba a sí mismo: "¡habla! ¡Contesta! ¡A eso has venido! ¡No puedes perder esta oportunidad! ¡Calmate!". Quería hablar, pero su boca se trabó y su cabeza se atiborró de preguntas y diferentes opciones para contestar. Pero como ya se estaba haciendo incómodo el silencio, se resolvió a decir algo. Aunque cuando iba a hablar, todos sus pensamientos se ubicaron en lo que había dicho ella específicamente: "Leyendas de los guerreros del Palacio de Jade". Entonces el conejo pensó: "¿Solo...guerreros? Pero, no son solo guerreros, son ¡los más grandiosos y poderosos guerreros de toda China! Ella no lo considera así, ¿por qué? Espera, no estoy pensando contradecir...¡qué! ¡Ni siquiera en mi mente diré algo tan terrible como eso! ¿Quién soy yo para...corregirla? No lo haré, solo...a lo que vine, haré lo que vine a hacer, nada más".

―Efectivamente ―dijo más seguro de sí mismo, aunque sin dejar sus precauciones―, ¿me permite hacerle algunas preguntas para enriquecer mi investigación?

―Por supuesto ―contestó ella con una sonrisa. Le parecía divertido verlo tan nervioso, aterrado por equivocarse, como si ella lo matara si lo hiciera. Quizás unos años atrás hubiera perdido la paciencia con tanta indecisión, pero en ese momento solo le parecía entretenido.

―Gracias ―dijo el conejo alzando un poco la voz por la emoción. Sintió arraigarse en él la confianza y el autocontrol. Sus pensamientos empezaron a aclararse y enfocarse en su objetivo―. Tengo entendido que aquí viven y entrenan los Cinco Furiosos y el Guerrero Dragón, instruidos por el maestro Shifu.

―Así es; sin embargo me temo que no podrás conversar con ellos, ya que el maestro Shifu fue a una reunión con el Consejo de Maestros, y los demás están en una misión en las afueras del Valle.

Ella se refería a sus compañeros Furiosos, porque con Po las circunstancias eran distintas, y no quería ahondar en ello. El conejo por su parte se entristeció por no poder verlos ese día, aunque no había viajado desde tan lejos para obtener información incompleta, así que decidió que esperaría que regresaran para hablar con ellos. Respecto al Guerrero Dragón, él había escuchado parte de lo que había pasado con él, pero esperaba obtener más información. Iba a preguntarle sobre eso, cuando Tigresa habló:

―Antes de continuar me gustaría saber de dónde vienes ―preguntó ella sorprendiendo al conejo. "¿Quiere saber de dónde vengo?, ¡es increíble!", pensó él. Pero Tigresa realizó tal cuestionamiento con la intención de determinar el punto de vista que él poseía respecto a lo que investigaba, y así ella ser más objetiva en sus respuestas.

―Vengo de Lin Yuan, una ciudad muy lejana ―contestó él entusiasmado de la confianza que comenzaba a crearse entre ellos.

―Lin Yuan…―repitió Tigresa con un tono de voz suave, que expresaba su nostalgia―una vez visitamos esa ciudad, pero eso fue hace muchos años.

El conejo de inmediato recordó esa historia que sus padres le habían relatado cuando era niño.

―Sí, me han contado esa gran aventura, cuando la salvaron de ser destruida por ese malvado faisán y su ejército de sombras ―dijo el conejo empezando a dar cabida a su entusiasmo, que ardía como una llama―. Ustedes, los cinco furiosos junto con el invencible Guerrero Dragón los derrotaron en una batalla épica― mencionó alzando un poco más la voz sin querer. La emoción le hacía abrir más sus ojos y hacer gestos de grandeza con las manos.

Tigresa lo observaba con una sonrisa. Le era interesante ver a alguien con una imaginación tal, que daba la impresión de que estaba viviendo el momento del que hablaba. No obstante, de todo lo que dijo hubo unas palabras que resonaron en su mente. Si ese conejo escribiría sobre ellos, había algo que tenía que ser aclarado.

―Po nunca ha sido invencible ―dijo con seriedad.

El joven calló y quedó completamente contrariado ante tal afirmación. Ella lo conocía bien, ¿y pensaba eso de él?

―¿Por qué lo dice, Maestra Tigresa? ―preguntó el conejo.

―Po siempre actuaba sin pensar y pasaba metiéndose en problemas, como un niño. Los Cinco Furiosos éramos un grupo de peleadores de kung fu siguiendo a un torpe panda ―dijo Tigresa con un gesto que sentenciaba una verdad irrefutable que dejó helado al conejo.

Por unos minutos hubo silencio en el salón. El conejito estaba muy confundido y decepcionado por tal respuesta. Bajó la mirada, y pensó: ¿Todas esas historias tan grandiosas...no eran...ciertas?, pero siempre creí que eran verdaderas". Casi podía ver cómo en su cabeza sus ideas se derribaban como un edificio al ser demolido. No sabía qué decir o cómo reaccionar. De pronto sintió ganas de irse, la frustración se apoderó de él. "¿Recorrí todo este camino para al final darme cuenta de que el Guerrero Dragón era así? ¿Y su grandiosidad que cegaba a todos era...mentira? Hubiera sido mejor que no hubiera venido, así al menos...no, sé que es mejor saber la verdad, y a eso vine, a conocerlos más allá de lo que me habían contado, pero...nunca creí que fuera algo como esto". Pero entonces se dio cuenta de porqué había hecho su gran viaje; hasta donde vivía habían llegado las historias de un panda que se había vuelto una leyenda. Algo de lo que había escuchado tenía que ser cierto, porque no tenía sentido que alcanzara tal renombre alguien con la descripción que ella le dio en ese momento.

―Si él era así, entonces ¿por qué es tan conocido y renombrado?, ¿en qué consistió su grandeza? ―dijo el conejo convirtiendo en pregunta sus dudas internas.

Tigresa entonces lo supo: ese joven era muy inteligente. Por otra parte, esa insistencia en preguntar le recordó a alguien.

―Buena pregunta ―dijo Tigresa―; tú llegaste hasta aquí en busca de respuestas, de información más allá de lo que todo el mundo sabe, y así era Po, nunca se rendía. Sin importar las circunstancias adversas él seguía adelante hasta lograr su objetivo. Es cierto que cometía torpezas constantemente, pero era admirable cómo las burlas parecían no afectarle; es más, podías reírte en su cara y él no se molestaba. En verdad hay que tener autocontrol para hacer eso. Desde el día que llegó aquí todo fue cambiando para bien. Con el paso de los años todos cambiamos poco a poco. Con él aprendí que mostrar tus sentimientos, y ser humilde al reconocer tus errores te hace fuerte, no débil, como yo pensaba. Más que sus habilidades en el kung fu, lo que lo hacía especial era su noble corazón.

El joven investigador se impresionó mucho al escucharla, y una sonrisa se formó en su rostro. No era lo que esperaba escuchar, pero quedó muy satisfecho con la respuesta, que cambiaba su visión de las cosas, en un buen sentido. Eso es lo que esperaba al investigar: aprender, descubrir, saber. Al analizar esto último, recordó una duda que tenía desde que salió de su casa. Algo que se había preguntado por años, y ese era el momento ideal para llegar a saberlo.

―¿Qué pasó con él?, porque desde la batalla en las Montañas de la Interminable Agonía no se ha sabido más de él.

En el rostro de Tigresa empezó a percibirse una tristeza cada vez más acentuada. Esa pregunta le hizo revivir recuerdos que punzaban su corazón. Bajó la mirada.

―Después de esa batalla…él demostró lo que era capaz de hacer ―empezó a decir Tigresa bajando la voz sin darse cuenta―. Su kung fu había llegado al máximo nivel de excelencia…así que…el maestro Shifu le dijo que debía marcharse y recorrer todas las academias de China para compartir sus conocimientos. Desde entonces…―contuvo las lágrimas lo más que podía antes de continuar― no he sabido nada de él.

Hablar de eso la entristecía mucho, porque lo extrañaba. Veinte años era demasiado tiempo, pero no perdía la esperanza de que regresara. El conejo bajó la cabeza; se detestaba a sí mismo por haberle hecho sentir mal con sus preguntas. Aún tenía algunas en mente, pero solo pensar en eso le incomodaba. Concluyó que ya era tiempo de marcharse.

―Muchas gracias por su tiempo, maestra Tigresa. Ha sido un honor haber conversado esta tarde con usted ―dijo amablemente al tiempo que realizaba una reverencia.

―El honor es mío ―contestó ella también haciendo una reverencia, al tiempo que recuperaba su gesto sereno para no preocupar al pequeño visitante.

El conejo asintió y se dirigió a la salida, en la que le esperaba el cerdito con quien había conversado anteriormente. Se despidió de él, agradeciéndole su amabilidad. Mientras bajaba los escalones no podía sacarse de la cabeza el rostro de Tigresa, y el dolor reprimido en su mirada. En medio de ese silencioso y nada agradable ambiente caminó lentamente hasta estar de nuevo en la calle. Avanzó un poco y se detuvo, dando un suspiro. Miró al cielo y se dijo a sí mismo para animarse: "Bien, buscaré donde hospedarme y esperaré que los demás regresen. Estoy seguro que tendrán una aventura muy emocionante que contar".El joven sonrió al imaginar lo que le esperaba, y siguió caminando.

'***'

Unas horas después, en la misma sala se encontraba Tigresa, que había regresado a la misma posición en la que estaba antes de hablar con el conejo. Ahora comprendía porqué todos los días pasaba largas horas en ese sitio. Miró hacia las montañas que se alzaban a lo lejos. El viento hizo volar unas flores de durazno, que fluyeron armoniosamente a través del salón como buscando algo. Tigresa las siguió con la mirada. Al final del salón, más allá de la puerta vio a alguien surgir de entre las escaleras lentamente. La felina agudizó sus sentidos para determinar de quién se trataba. Tenía un presentimiento que hacía saltar a su corazón. El personaje subía paso a paso y su forma se revelaba…redonda…grande…con el sol refulgiendo sus últimos rayos dorados tras él. Un sombrero de paja…una larga capa. Tigresa sonrió, y sus ojos empezaron a humedecerse involuntariamente. Su corazón se detuvo por unos instantes pensando que soñaba, pero no era así.

Corrió sin parar hasta estar a solo unos metros de él, que caminaba a paso lento pero firme, esbozando una dulce sonrisa, combinada con una tierna mirada. Cargaba además una pequeña bolsa de tela, que dejó caer cuando estuvo frente a ella. Sin pensarlo, dejándose llevar por lo que tanto anhelaban, ambos se fundieron en un fuerte abrazo en el que por varios minutos disfrutaron de poder estar juntos de nuevo. Perdieron la noción del tiempo, así que no supieron cuántos minutos pasaron abrazados. Tigresa hundió el rostro en su pecho para escuchar el corazón anhelante del Gran Guerrero, y él se deleitó en el suave pelaje y delicado aroma a flor de loto de la felina. En su pecho sintió algo húmedo, apenas perceptible. Se separó un poco de ella, y al verla a los ojos supo que era una lágrima que había humedecido su mejilla. La limpió lentamente con su mano derecha mientras le decía con voz dulce y penetrante, como si fuera a decirle un secreto:

―Te extrañe mucho.

―Yo también te extrañé, Po ―contestó Tigresa sin dejar de mirar sus ojos que parecían gemas de jade. No soñaba, lo sabía por la forma en que la abrazaba, cubriéndola con sus brazos, acariciando su espalda. Ella lo rodeó con más fuerza por el cuello, acercándolo más a ella, hasta besarlo. Todo el anhelo y deseo se concentró en un beso apasionado, mientras las flores de loto guiadas por el viento danzaban a su alrededor, y los últimos rayos dorados del sol resplandecían.

FIN