EL Anillo
Los Angeles Existen
Parte II.
Por MaryLuz
++++ FIN ++++
Niel y Sigmur hicieron que primero subieran Candy y Terry, Niel traía la pistola de Sigmur y apuntaba al actor por la espalda. Terry hizo que primero subiera Candy, así él trataría de hacer algo para salir bien librados de este lió en el que se habían metido. Ya estaban a punto de llegar a la parte alta de la escalera, cuando Terry se detuvo haciendo que la pistola que traía Niel chocara con su espalda. Cuando Terry sintió el frío del arma, se volteo de forma sorpresiva hacía Niel y con una mano golpeó su muñeca y le dio un empujón, haciendo que el arma cayera por el borde de la escalera y Niel retrocediera por el empujón chocando con Sigmur.
- ¡Vamos Candy!, ¡Corre! – gritó Terry tomando a Candy por la muñeca y corriendo por el pasillo de los camerinos rumbo a una salida.
Sigmur por su parte, regresó por el arma, mientras Niel salía detrás de Candy y Terry. No podían permitir que escaparan, sabían demasiado y ahora Albert estaba muerto y él era el culpable, los únicos que lo sabían eran Candy y Terry. Tenía que darles alcance y matarlos, no podía ser de otra forma.
- ¿A dónde vamos? – preguntó Candy, ya que seguían corriendo derecho y el pasillo no parecía terminar nunca.
- Del otro lado del escenario hay una salida al edificio contiguo, si logramos llegar hasta ella podremos salir ilesos del incendio. Solo tenemos que subir las escaleras por esta puerta…
Terry abrió la puerta, pero el humo, el calor y el fuego inundaban el lugar. Así que la cerró.
- Por aquí no podemos seguir – dijo Terry a Candy.
- ¿Y ahora qué hacemos? – preguntó Candy asustada.
Terry siguió corriendo hasta llegar a las escaleras contiguas llevando a Candy con él. Las primeras escaleras los conducían directo al segundo piso y de allí a la salida, ahora deberían llegar primero al segundo piso y después atravesar la línea del escenario para volver a llegar a la salida. Había que rodear.
Iban subiendo las escaleras cuando un disparo se escuchó y la bala rebotó en el pasamanos de madera por la que subían Candy y Terry.
- Trata de ir agachada Candy, y no sigas una línea recta, les será más difícil apuntarnos si tratamos de correr en zigzag – dijo Terry apresurado sin dejar de correr.
- Si – dijo Candy asustada.
Lograron llegar al segundo piso y corrieron por detrás del escenario y volvieron a subir por otras escaleras. Los disparos se escuchaban más seguidos, de repente se calmaban, Terry imaginaba que habían vuelto a cargar el arma.
El fuego, comenzaba a subir del sótano a los camerinos y de los camerinos al área de gradas del teatro. Se estaba extendiendo rápidamente.
Candy corría de la mano de Terry, iban muy a la par. De repente un disparo pasó rozando la falda haciendo un hoyo, en su de por sí, maltrecho vestido. Esto hizo que Candy volteara para ver que tan cerca estaban de ellos, pero no estaban tan cerca como ella había imaginado, se veían que corrían a lo lejos. Sin embargo Candy choco al no percatarse que Terry se había detenido.
Candy volteo para saber porque Terry se había parado. Terry permanecía con ambos brazos extendidos para evitar que Candy siguiera avanzando. El final del camino había llegado. Ambos estaban parados al borde del escenario justo debajo de los palcos. Desde ese punto se podían ver los reflectores del techo, las cortinajes que forraban las bambalinas, el telón de la cortina del teatro y la escenografía. Era el lugar que ocupaban los técnicos de luces y los escenógrafos para colgar la utilería.
- La salida está allá al frente- dijo Terry apuntando con su dedo índice la parte justo debajo de los palcos donde ellos habían estado viendo la función - solo hay dos cosas que podríamos hacer Candy – dijo Terry.
- ¿Qué?
- Regresar y correr por el escenario hacía aquella parte- señaló con su dedo índice - o colgarnos hasta allá.
Otro disparo los distrajo y ambos voltearon a ver que tan lejos estaban Niel y Sigmur. Estos ya no corrían, se habían dado cuenta que era el fin del camino, los tenían acorralados.
Terry se volteó y dio la espalda a Niel y Sigmur. Observó las sogas que colgaban frente a ellos, tomó un par de sogas y le extendió una a Candy.
- ¿Recuerdas como columpiarte? – preguntó Terry a Candy.
- Lo que bien se aprende nunca se olvida – dijo Candy sonriendo.
Niel vio lo que Candy y Terry planeaban, Sigmur también pero no le dio importancia, sabía que no se atreverían. Sin embargo Niel conocía a Candy y sabía lo buena que era para colgarse con un lazo. Entonces corrió quitándole la pistola a Sigmur al tiempo en que Candy y Terry tomaban vuelo para columpiarse de un lado al otro del escenario.
Niel llegó al borde del tercer piso y vio como Candy y Terry iban a mediación del escenario entonces siguió rápidamente la dirección de la soga, ambas estaban sujetas a una sola parte de la escenografía. Sin pensarlo, apuntó el arma a esa parte y disparó. Ambas sogas comenzaban a bajar, Candy se soltó de la soga y logró sujetar la tela que cubría una de las bambalinas. Estaba cerca de llegar al tercer piso. La soga de Terry estaba sujeta directamente sobre la escenografía pintada, por lo que está cayo haciendo una especie de resbaladilla, la que hizo que este resbalara de forma segura hasta llegar al escenario. La escenografía había caído por completo a un lado.
- ¿Candy, estas bien? – gritó Terry al ver que Candy colgaba de una de las bambalinas.
- ¡Sí!- gritó en respuesta. Se sintió aliviada de que Terry también estuviera bien.
Niel seguía en la parte alta del teatro y tenía en la mira a Candy que estaba inmóvil en la bambalina. Terry volteó hacía el otro lado y vio las intenciones de Niel. Vio que sobre Niel colgaban varios sacos con arena que servían para detener la escenografía de fondo. Siguió la soga de la que colgaban y esta llegaba hasta el suelo. Sin perder tiempo corrió hasta ella y la jaló.
Niel tenía el dedo sobre el gatillo, su dedo estaba resbalando poco a poco. Los sacos que colgaban sobre su cabeza comenzaron a descender. El gatillo estaba a punto de ser detonado cuando Niel sintió que algo lo golpeaba. Como estaba al borde del tercer piso, el peso de los sacos de arena le hizo caer de cabeza y en el aire dio una vuelta comenzando a ver el techo. Niel se sintió perdido y soltó el arma. Vio como el tercer piso se iba alejando y alcanzó a ver a Sigmur que horrorizado veía como su compañero caía irremediablemente. Niel cerró los ojos esperando el mortífero golpe que acabara con su vida.
Terry vio como Niel iba cayendo al mismo tiempo que el arma, no había forma de detener su caída.
Niel cayó al escenario, pero no había muerto, algo detuvo su caída. Abrió los ojos y se incorporó quedando hincado. Se sentía feliz y con mucha suerte.
- Jajajajaja – rio Niel por su suerte – ¡caí sobre la cama de la obra! – Volvió a reír - No se podrán deshacer de mi tan fácilmente – observaba a Terry que estaba a un lado del escenario.
De repente se escuchó un crujido en el escenario y la cama comenzó a tambalearse. La sonrisa irónica de Niel se borró. De entre los maderos que formaban el escenario comenzaron a aparecer columnas de humo. Terry retrocedió al observar como la cama comenzaba a hundirse.
En un abrir y cerrar de ojos la cama desapareció del escenario llevándose con ella a Niel. Solo quedo un enorme hueco desde donde se podía apreciar lo que había causado el hundimiento de la cama.
Terry se aproximó hasta el hueco y pudo ver que las llamas ya cubrían todo el sótano de los camerinos, el fuego subía por el hueco, dentro de poco llegaría hasta el segundo y tercer piso haciendo que el teatro completo quedará echo cenizas. Dentro de poco ya no habría teatro Place.
Candy observó desde la bambalina como se hundía la cama y trato de subir hasta el suelo del tercer piso, pero al tratar de hacer un esfuerzo por subir, la tela de la bambalina cedió y comenzó a romperse. Candy trato de subir de nuevo, pero la tela volvió a ceder.
Terry sabia que Candy no podía subir, tenía que llegar hasta ella para ayudarle antes de que el fuego comenzara a consumir la tela de las cortinas que cubrían el teatro.
- ¡Aguanta Candy!, ¡voy en tu ayuda!, ¡aguanta!- gritó Terry al darse cuenta que la tela de la bambalina no soportaría por mucho tiempo.
- ¡Trataré! – gritó Candy en respuesta.
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Terry corrió entre las gradas del teatro, comenzaban a arder también y antes de atravesar la puerta volteó a ver a Candy que seguía colgando de la bambalina sin moverse. Cruzó entonces la puerta llegando hasta la sala de espera, trató de abrir la puerta que lo llevaría hasta los camerinos de los artistas, pero la perilla que abría estaba sumamente caliente, en ese momento no recordó que ya había visto que los camerinos ardían.
- El fuego ya debe haber llegado abajo, no puedo bajar, ¿cómo haré para llegar hasta arriba? – se preguntó Terry desesperado.
Entonces recordó que había que llegar al techo del edificio contiguo, la única forma de llegar hasta allá era salir del teatro y entrar al otro edificio para llegar hasta el lugar donde estaba Candy.
Terry salió corriendo buscando la salida del teatro, topándose con un par de bomberos que llegaban en ese momento.
- Señor, ¿qué hace usted aquí? – preguntó uno de los bomberos.
- ¿Qué, qué hago yo aquí?, ¿por qué llegan a estas horas? – Respondió Terry enojado – yo estaba atrapado allá adentro y ustedes todavía preguntan ¿qué, qué hago aquí?
- Lo sentimos mucho, pero nadie nos avisó del incendio – ¿es usted el único que está aquí?
- No claro que no, aún hay otra persona, está atrapada en el tercer piso, y con su permiso tengo que llegar hasta allá - Terry se disponía a salir.
- Lo sentimos, pero usted no puede ir a ningún lado, déjenos este trabajo a nosotros – lo detuvo el bombero.
- No entienden, tengo que sacarla de ese sitio, el sótano está ardiendo en llamas y si no la saco, pronto el fuego llegara hasta el segundo y tercer piso.
- Entendemos lo que siente, pero usted no cuenta ni con los instrumentos ni la indumentaria para la protección del fuego, así que díganos ¿dónde esta esa persona he iremos de inmediato?.
- Está en el lado izquierdo del tercer piso, está colgando de la tela de una de las bambalinas, si no me apuro el fuego consumirá la tela y ella no podrá salir.
- Muy bien con esa información es suficiente. ¡Traigan la manguera! – gritó el bombero y varios hombres más entraron a la parte baja de los camerinos rompiendo la puerta con un hacha. Terry se quedo boquiabierto por el caso que le hicieron. Enojado tomo al bombero de su traje.
- ¡Es usted un idiota!, le digo que está en el tercer piso y usted va a los camerinos.
- Lo sentimos, pero no es la única persona atrapada, nos han informado que por lo menos hay otras dos. Estando donde esta, aun tardara el fuego unos minutos más en llegar y si sofocamos la fuente del fuego probablemente ni llegue.
- ¿Otras dos? – Terry se tranquilizó soltando el traje del hombre y recordó que aun no veía a Susana, ¿qué había pasado con ella?, la había estado esperando en el camerino por 45 minutos y ahora los hombres entraban precisamente a los camerinos – ¿son hombres o mujeres?
- No lo sabemos.
- ¡Susana! – Terry trató de seguirlos entrando por la puerta que conducía al pasillo de los camerinos, los bomberos no pudieron detenerlo. Los hombres entraban con las mangueras activas rociando todo lo que se encontraba dentro. Pero algunos maderos de los marcos continuaban ardiendo. Terry trató de pasar por una de las puertas que conducía a los camerinos, mientras uno de los bomberos trataba de detenerlo. Entonces una de las vigas cayó sobre su hombro y cabeza, haciéndolo caer al suelo y atontándolo brevemente.
- ¡Sáquenlo! – gritó el jefe de los bomberos al verlo tirado – Señor, le dije que esto nos lo dejara a nosotros. Lo hacemos por su propio bien. Confié en nosotros, salvaremos a la persona del tercer piso, créame.
Un corpulento bombero apareció y ayudó a Terry a salir del teatro dejándolo con los paramédicos de la cruz roja que ya habían llegado, ya nada podía hacer por Candy, todo dependía ahora de los bomberos.
- Espero que realmente sepan lo que hacen, jamás me perdonaría que algo malo le pasará a Candy porque no pude regresar - se dijo a si mismo mientras recorría con la vista a la gente que comenzaba a juntarse en torno al teatro. Mientras un médico revisaba las quemaduras recibidas por el madero ardiente, él trataba de buscar a Susana con la mirada entre la gente a su alrededor. A sus recuerdos regresó lo que Niel había dicho sobre Candy – Ellos nunca se casaron, Candy es libre al igual que yo, pero ella realmente lo amaba, lo amaba al grado de querer tomar su lugar ante el disparo de Niel... ¡Susana! – dijo mientras seguía buscando entre la gente a la chica de ojos celestes, recordando lo que ella había hecho por él al empujarlo para que no cayeran los reflectores sobre él.
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Candy seguía colgando de la bambalina, podía observar de reojo como el fuego abrazaba las gradas y parte del escenario ardía también. El fuego subiría tarde o temprano por la tela de la bambalina en la que colgaba. El lado derecho del teatro ya estaba siendo consumido por las llamas, la cama estaba sobre ese lado, ahora el fuego subía por las cuerdas que sostenían los reflectores y estos comenzaban a caer.
- ¡Albert! – pensó Candy – ¡Albert! – comenzó a recordar cerrando fuertemente los ojos. Las lágrimas acudieron a sus ojos sin poderlas evitar – jamás pensé que terminaríamos así, Albert, jamás lo pensé – un sollozó escapó de su garganta – Ni pensar que tu cuerpo esta allá abajo, consumido por las llamas, no pude verte por última vez, Albert, no pude. No podré vivir sin ti, no puedo vivir sin ti Albert. Jamás te dije lo que sentía y ahora jamás podré hacerlo. Quiero decirte cuanto te amo, ¿me escucharas dónde quiera que estés? – Siguió pensando – ¡ALBERT TE AMO!, No Albert, no quiero la vida si no estas conmigo, ¡no la quiero! ¡TE AMO TANTO QUE MORIRE SIN TI! – gritó lo más alto que pudo, esperando que Albert pudiera escucharla donde quiera que estuviera.
El fuego comenzó a extenderse por el lado izquierdo, al mismo tiempo que la tela de la bambalina cedió un pedazo más. Ya no la sostenía. Candy miró hacía arriba viendo que el pequeño trozo de tela que la sostenía no aguantaría más. Volteó hacía abajo y el fuego parecía estarla esperando. Una lágrima resbaló por su mejilla cayendo hasta las llamas que la esperaban.
- Es el fin – dijo Candy en voz baja – ¡TE AMO ALBERT! – gritó primero, después cerró los ojos y soltó sus manos de la bambalina.
Ya no había más que hacer.
Comenzó a descender.
De repente, sintió como en lugar de bajar comenzaba a subir, al mismo tiempo sintió una fuerte presión sobre su muñeca izquierda. Levantó la cabeza y abrió los ojos, pero su vista estaba nublada en lágrimas y no distinguió nada. Ante si, alcanzó a distinguir una figura, pero estaba muy borrosa, parecía una figura humana recubierta con alas. ¿Acaso era un ángel?, ¿un ángel acudía en su ayuda? Poco a poco se fue aclarando su vista, poco a poco aquella figura que la sostenía fue adquiriendo forma ante sus ojos. Por fin pudo ver a su ángel protector, a su ángel de la guarda...
- ¡Albert! – gritó Candy de emoción e incredulidad.
Albert la había salvado de nuevo de morir. Él tiró fuertemente de la mano de ella para ayudarle a subir y entonces ambos cayeron al piso.
Candy no lo podía creer, lloró de emoción y de alivio al tiempo en que le hecho los brazos al cuello y lo abrazó de forma efusiva.
- ¡Albert!, ¡Albert!, creí que nunca te volvería a ver, creí que estabas muerto, Niel te disparó y todos pensamos que habías muerto, ¿qué pasó Albert?, ¡estoy tan feliz! – dijo Candy sumamente emocionada. ¡Él estaba vivo!, ¡vivo!, quizá con unos cuantos golpes y raspones, ¡pero vivo!.
Albert toco el rostro de su Dulce Candy y limpió sus lágrimas con la mano y sin decir palabra alguna acercó su mano hasta la bolsa izquierda de su camisa. Candy entonces siguió la dirección de la mano de Albert y vio que efectivamente la camisa tenía un hoyo a la altura del corazón. Pero Albert introdujo sus dedos dentro de la bolsa de la camisa y sacó un objeto de ella.
- Tú me salvaste Candy – le dijo Albert mostrando lo que le había salvado la vida de esa bala de Niel.
- ¡El relicario que te regale! – vio Candy lo que Albert le mostraba.
- Si Candy, el relicario detuvo la bala – dijo Albert observando como la bala seguía incrustada en la parte trasera del relicario de oro que Candy le había obsequiado en su cumpleaños.
- ¡No lo puedo creer!, este pequeño objeto...
- Créelo Dulce Candy, ¡tú me salvaste! – dijo Albert viéndola a los ojos.
- ¿Y cómo supiste que aquí estaba? – preguntó Candy.
No sabría decirte Candy, cuando desperté me encontré todo lleno de humo y el fuego salía de muchas partes, así que corrí siguiendo las ráfagas de aire. Una de esas me llevó hasta unas escaleras y me trajeron aquí.
- Me alegra tanto que estés bien – Candy volvió a abrazarlo y Albert sonrió – ¿Y esta Sangre? – vio su camisa manchada.
- No te preocupes por ella, solo fue un pequeño raspón causado por las astillas de madera.
- Realmente eres mi ángel de la guarda, siempre apareces cuando más te necesito – sonrió Candy abrazándolo de nuevo.
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Sigmur había logrado atravesar el escenario a través del tercer piso, ya estaba del otro lado y pudo observar como Albert rescataba a Candy, todos lo daban por muerto, pero había logrado sobrevivir.
Candy y Albert aun permanecían abrazados en el suelo del tercer piso, Candy se sentía feliz de tenerlo con ella, no quería separarse ni un solo momento de él.
- Candy, debemos salir del teatro, el fuego no tardará en llegar aquí.
- Si, tienes razón, la salida debe estar al atravesar aquel arco.
Ambos se pusieron de pie y caminaron abrazados hasta lo que parecía ser la salida al edificio contiguo.
Sigmur vio como Candy y Albert se acercaba hasta donde él permanecía oculto y tomó un madero que permanecía recargado en la pared. Cuando ellos se acercaban Sigmur les salió al paso con el madero en la mano.
- ¿A dónde creen que van? – les dijo Sigmur.
- Déjanos salir, ya todo acabo – dijo Albert colocando a Candy detrás de él para protegerla.
- Claro que no ha acabado, apenas comenzó – al tiempo que decía esto, lanzó un golpe con el madero sobre Albert. Pero Albert logró esquivarlo.
- ¡Albert cuidado! – gritó Candy.
- ¡Candy sal del teatro!, ve hacía la salida – dijo Albert tratando de salvarla de Sigmur y las llamas.
- No Albert, no me separaré de ti – contestó Candy.
- Huy que romántico, me van a hacer llorar – se burló Sigmur y lanzó otro golpe sobre Albert, esta vez el golpe dio sobre el hombro derecho de Albert y Candy lanzó un grito.
El dolor que Albert sentía sobre el hombro le impedía usar su puño derecho para tratar de golpear a Sigmur, ahora solo podría usar el izquierdo. Sigmur se rio por haber logrado acertar en su golpe y se confió acercándose demasiado a Albert. Sigmur lanzó otro golpe con el madero, Albert logró esquivarlo al tiempo en que con la izquierda daba un fuerte golpe en la mandíbula a Sigmur. Sigmur comenzó a ver todo negro, el golpe en la mandíbula le nubló la vista y su cuerpo no respondió. El golpe de Albert lo había noqueado. Sigmur cayó al suelo.
- Trae esa soga Candy, atémoslo y saquémoslo de aquí – dijo Albert a Candy.
- Si – dijo Candy al tiempo en que corría por la soga.
Entre los dos ataron a Sigmur y Albert lo cargó en su hombro izquierdo para sacarlo, atravesaron el arco y llegaron hasta la puerta que comunicaba al techo del edificio contiguo.
Joan y Curt aparecieron cuando ambos iban saliendo del edificio que ya estaba cubierto en llamas.
- Candy, Albert, ¿están bien? – preguntó Joan ayudando a Albert con Sigmur.
- ¡Sigmur Beauville! – dijo Curt
- ¡Estamos bien! – Dijo Albert – quizá yo un poco golpeado, pero con vida.
- ¿Pero que te paso Candy?, casi no traes vestido – dijo Joan observando que bajo la chaqueta de Albert, el vestido era casi inexistente.
- Es una larga historia, Joan – dijo Candy, mientras Albert trataba de cerrar la chaqueta de Candy.
- Quizá sería mejor que le prestará algo de ropa, Curt, dame las llaves del auto y lleva a este tipo con el jefe – Curt le aventó las llaves a Joan – bajemos.
- Gracias Joan – dijo Albert.
- Y será mejor que te revise un médico, ese hoyo en tu camisa no es de cigarro, además ese golpe que traes en el hombro y en la cara también deben ser revisados.
- Yo me encargaré de eso, después de que me prestes algo de ropa – rio Candy - Joan, ese Sigmur estaba con otros tres tipos alemanes, uno era Hans Dietter.
- ¿Hans Dietter? ¿El contrabandista de armas? – se sorprendió Joan.
- Si, el mismo. Había armas en el sótano del teatro, droga y dos muertos escondidos. Oí mencionar que uno de ellos era Roger Miuler y lo que había en el sótano lo llevarán esta noche al puerto.
- Candy voy a necesitar tu declaración sobre eso, creo que acabas de descubrir a una mafia que provee armas a los alemanes, ya andaba detrás de estos tipos.
- La hará, en cuanto esté bien, ¿de acuerdo Joan? – dijo Albert tomando a Candy por la cintura.
- De acuerdo, de acuerdo, por mí no hay inconveniente. Solo déjame avisar que pongan vigilancia en el puerto desde ahorita mismo.
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Candy se sorprendió de que Joan cargara con ropa de mujer en la cajuela del auto.
- No eres la única que suele disfrazarse – Joan cerró un ojo a Candy y esta rio - yo también soy mujer – dijo Joan y Candy se sorprendió.
- ¿Pero cómo? – Dijo Candy asombrada – nunca lo hubiera creído, ¿cómo?...
- Esa también es una larga historia, solo no se lo digas a nadie... ¡prima! – dijo Joan a Candy cerrando un ojo de nuevo.
- No, claro que no, será un secreto de familia – rieron las dos.
Candy apareció poco después frente a Albert, Albert estaba sentado en la plataforma de la ambulancia, ya le habían retirado la camisa y revisaban sus heridas. La bala no había hecho más que un ligero raspón en la superficie de la piel, debido a que el relicario impidió que esta entrara directo al corazón, la herida en su frente ya había sido curada, solo el hombro si se había salido de su lugar y ahora era acomodado por uno de los médicos.
Candy ayudó al médico a poner una pequeña venda alrededor del hombro para evitar que se moviera y lograra acomodarse bien. Viendo que todo estaba bajo control, ya que Candy era enfermera, el médico dejó que ella siguiera atendiendo a Albert.
- Con esto estarás bien en un par de días – dijo Candy a Albert, quien no dejaba de verla.
Albert seguía en silencio cada movimiento de Candy, Candy no dejó de percibir su mirada. En cuanto se cruzaban sus miradas Candy sentía que un rubor cubría sus mejillas.
- ¿Pero qué pasa? – se preguntaba a si misma, mientras acomodaba las cosas que había utilizado para vendar a Albert. – ¿por qué no deja de observarme? – se seguía preguntando – ¿A caso?... – Candy volteó a ver a Albert, sus mejillas se habían encendido al observar que Albert no dejaba de verla, entonces preguntó – ¿qué sucede Albert?, ¿por qué me miras de esa forma?
Sin dejar de verla, Albert se levantó y se acercó a ella. Una sonrisa se dibujo en su rostro al tiempo en que con su mano libre tomaba la cara de su pequeña Candy. Se quedó observando esos ojos verdes que lo veían con intriga. Pudo ver que su rostro estaba ruborizado, estaba tan cerca de su cara que casi podía contar las pecas que no querían desaparecer de su nariz.
- Es que... – comenzó a decir Albert cuando un grito lo interrumpió.
- ¡Candy!, ¡Albert! – escucharon la voz de Susana. Ambos voltearon hacía el lugar de donde provenía la voz de la chica.
Unos cuantos pasos atrás se encontraba Susana tomada del brazo de Terry, Candy se sintió contenta al ver que Terry estaba bien. Traía el brazo vendado y parte de la cabeza también, había sufrido algunas quemaduras, pero no eran tan graves.
Terry se sorprendió al ver a Albert a un lado de Candy, él hubiera jurado que Niel lo había matado en el sótano del teatro. Había respirado aliviado al darse cuanta que tanto él como Candy se encontraban sanos y salvos.
- Me alegra tanto de que estén bien – comenzó Susana – no sabes lo preocupada que estaba por todos ustedes. Cuando el humo comenzó a verse, hice todo lo posible porque llamaran a los bomberos, por suerte un hombre que pasaba cerca me llevó hasta un teléfono, de allí dimos parte a las autoridades.
- Muchas gracias Susana. Es una suerte que estemos con vida - dijo Candy interrumpiéndose al darse cuenta que Terry cambiaba su expresión.
- Si, el fuego nos atrapó, por suerte pudimos salir – completo Albert la expresión que Candy no concluyó. Se dio cuenta que Terry no había mencionado el incidente que los había mantenido adentro del teatro, no había querido preocuparla, eso mismo hubiese hecho él de encontrarse en su misma situación. Al fin y al cabo, estaban vivos y eso era lo que contaba.
- Queremos que sean los primeros en enterarse – dijo Susana con una enorme sonrisa – ¡Terry me ha propuesto matrimonio, nos casaremos Candy!, me siento tan feliz – dijo Susana con lágrimas de felicidad.
- Este incidente me ha hecho darme cuenta de que no quiero separarme de Susana y quiero formalizar nuestro compromiso casándonos – dijo Terry observando a Albert y a Candy. En ningún momento había soltado a Susana de la mano y Albert en ningún momento había soltado a Candy de la cintura.
- ¡Felicidades! – Dijo Candy con una amplia sonrisa – se que serán muy felices.
- Felicidades Terry – Albert soltó a Candy de la cintura y con la izquierda felicito a Terry. Terry también le dio la mano.
- Gracias y... cuídala mucho – dijo Terry a Albert en voz baja, ambos sabían a quien se referían – en verdad pude escuchar a mi corazón Albert – Albert sonrió ante el comentario.
Terry tomó a Susana del brazo y dio la vuelta para caminar con su futura esposa hasta el auto. Susana volteó su cara hacía donde estaban Candy y Albert y agitando su mano se despidió de ambos.
Albert entonces volteó a ver a Candy a los ojos y ella sintió que se ruboriza de nuevo.
- Albert yo... – trato de decir Candy. Albert levantó su brazo izquierdo y tocó las suaves mejillas de Candy, ella cerró los ojos para disfrutar de su calor – No se que hubiera hecho si tu hubieses muerto – dijo Candy, aun con los ojos cerrados.
- Yo También Candy – dijo Albert. Candy abrió los ojos extrañada por lo que acababa de escuchar.
Candy observó los ojos azules de Albert, aquella mirada que tanto le intrigaba y la que nunca pudo interpretar, de nuevo estaba presente. ¿Qué quería decirle Albert con los ojos que no podía decir con palabras?.
Albert dejó deslizar su mano izquierda desde la cara de ella hasta su espalda, sus ojos se cerraron al tiempo en que empujó a Candy hacía si. Albert estaba tan cerca de la cara de la rubia que al poco tiempo sus labios tocan los de ella. La boca de Albert se cerró sobre la de Candy besándola por fin.
Candy cerró los ojos al primer contacto de los labios de Albert, se sintió flotar entre nubes. Albert la estaba besando. En su mente repetía las palabras de él, YO TAMBIEN, YO TAMBIEN, y las lágrimas acudieron a sus ojos comenzando a derramarse por sus mejillas. Candy levantó sus brazos para abrazarlo por el cuello al tiempo en que correspondía a ese beso de Albert en una forma tan apasionada que hizo que él se estremeciera.
Al final del callejón un par de ojos celestes y otros azul profundo observaron la escena con profunda felicidad.
- Sé que ellos serán tan felices como lo seremos nosotros, Susi – dijo Terry dejando a Susana en el asiento de pasajeros de su convertible. Susana sonrió felizmente ante el comentario de su futuro esposo.
Candy no podía creer en tanta dicha, cuando minutos atrás creía que lo había perdido. Albert se separó un poco de ella viéndola a los ojos.
- Yo también te amo Candy – dijo él. Candy se ruborizó.
- Me es... – comenzó a decir Candy, pero Albert la interrumpió robándole un beso.
- Te escuche pequeña, no sabes lo feliz que me sentí al escuchar que decías que me amabas - dijo depositando un beso en su frente - Yo te he amado en silencio desde hace tanto tiempo que ya casi no lo recuerdo. Creo que te amo desde que tengo uso de razón. Te he amado desde aquel primer día en que te vi llorar bajo aquel enorme árbol en la colina de Pony.
- ¡Albert! – dijo Candy dulcemente abrazándose a su pecho sin dejar de llorar.
- No Candy – dijo Albert separándola de él y levantando su barbilla para que lo viera a los ojos – eres más linda cuando ríes, que cuando lloras - Albert limpio sus lágrimas con el dorso de su mano y entonces Candy comenzó a reír.
El sol de la mañana les regalaba sus primeros rayos de oro, la brisa matutina agitaba el cabello de ambos mientras ellos se besaban apasionadamente.
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Dos importantes noticias ocupaban las primeras notas del diario Neoyorquino. La primera trataba sobre el teatro Place. El teatro había quedado hecho cenizas, poco fue lo que se pudo rescatar del lugar. La Obra de Otelo había sido un éxito, pero tardaría por lo menos un mes en volver a estar en otro teatro de la ciudad. Y la segunda era la boda del actor Terruce Grandchester con su novia, Susana Marlow. Los mismos diarios en la sección policiaca mencionaban la detención de una peligrosa banda de contrabandistas de armas y drogas. No había mención al apellido Legan.
Candy había partido rumbo a Chicago como se había acordado, solo que está vez, Albert ya no volvería, haría su vida a lado de su amada Candy y ofrecería a Archie o George, el puesto, si ellos no aceptaban, contrataría a alguien que se hiciera cargo en Nueva York y Londres. Albert se había quedado para arreglar los asuntos policiacos y la desaparición de Niel.
- Señor Andrew – dijo un oficial de policía sacando a Albert de sus pensamientos – buscamos a su sobrino como nos indicó, pero lamento decirle que no hay forma de dar con alguna persona viva o muerta después de la forma en la que ardió el teatro.
- Sé que es difícil y realmente se los agradezco.
- Sin embargo – pensó por unos instantes el oficial- quizá pueda reconocer alguna de las cosas que encontramos, en su mayoría es joyería. Quizá su sobrino usara alguna joya que usted pudiera reconocer.
El oficial llevó a Albert hasta el lugar donde estaban las cosas que habían encontrado.
- Si reconoce algo, dígame por favor.
- Si, gracias – dijo Albert.
Sobre un escritorio había varios objetos extendidos, cada uno con una etiqueta diferente. Albert sabía que además de Niel, había dos cuerpos más, y aunado a las cosas usadas por los artistas sería difícil encontrar algo que trajera Niel ese día.
Albert observó detenidamente cada objeto, sin embargo algo llamó su atención; entre todos los objetos, había un aro redondo algo oscuro por haber estado expuesto al fuego. Entonces recordó que él no traía su anillo, ese anillo que tantas confusiones había causado. Candy le había contado que Niel se lo había quitado al creerlo muerto. Y Junto al anillo encontró una placa en iguales condiciones. No había duda, Niel había perecido en el fuego que su amigo había causado.
- ¡Detective!
- Sí, señor, ¿reconoció algo?
- Si, dos cosas – dijo señalando tanto el anillo como la placa – este anillo es mío, podrá observar dentro mi nombre y una fecha, con esos datos sabrá que no miento.
- Lo corroboraremos señor y de ser cierto se la devolveremos. ¿Y lo otro?
- Esta placa – señalo – pertenece a la familia Legan, la familia de mi sobrino. Una ele encerrada en un círculo en forma de águila, igual a esta – mostró su propia placa al detective - el detective se sorprendió.
- Lo siento mucho, con esto nos confirma sus sospechas. Su sobrino Niel Legan ha muerto en el incendio. Procederemos a hacer el papeleo necesario.
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Mientras un teléfono sonaba en un lujoso departamento de Manhattan.
- ¡Diga! – contestó una voz femenina.
- Vanessa
- Si
- Acude a las bodegas de Harlem
- Oiga espere, ¿quién?...
- Esta noche
Clik.
Por la noche, Vanessa Wilkins acudió a la zona conocida como Harlem. Mientras conducía su auto pensaba que realmente había sido una locura acudir a ese lugar. Los jefes habían sido capturados y Niel estaba muerto. No pudo reconocer la voz, solo sabía que era de un hombre.
Llegó hasta las bodegas, era un viejo edifico de departamentos, solía ser utilizado para guardar mercancía, la policía no acudía mucho por allí. Solo había luz en una de las habitaciones, así que se dirigió hacía ella.
Sus enormes tacones hacían ruido al ir subiendo por la dañada escalera de madera, el rechinido que hacía el pasamanos hizo que los pelos se le pusieran de punta.
Al llegar hasta la puerta, notó que estaba entreabierta y la empujó. La luz apenas iluminaba la habitación, no había muchos muebles, había comida en el piso sucio de madera, una rata que cruzó le hizo retroceder asustada, se acerco poco a poco hasta la habitación donde la luz iluminaba más.
Al entrar, vio sobre la cama un cuerpo, un cuerpo tan quemado que le hizo dar un grito ahogado de horror. Vanessa se asustó tanto que salió corriendo por donde vino.
- Vanesa, ayúdame – dijo quejosamente – ayúdame... – pero la habitación se había quedado sola, no había nadie quien lo escuchará, nadie le ayudaría...
Vanessa iba manejando muy nerviosa, lo que había visto en la antigua bodega de Harlem le había asustado mucho. Era un hombre lleno de llagas causadas por quemaduras, no pudo distinguir de quien se trataba, su estado era realmente lamentable.
Por un momento se puso a pensar en la voz al teléfono, no era fácil distinguir algún especie de acento, sin embargo, se parecía, pensándolo bien, se parecía mucho a la voz de Niel. Sabía por sus contactos en la policía lo ocurrido en el teatro Place y así mismo sabía que Niel había sido declarado muerto, ¿qué posibilidades había de que se hubiesen equivocado?...
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Un par de días después, Albert regresó a Chicago. Niel había sido declarado muerto, pero para evitar que la deshonra cayera sobre la familia, y dado que ya no cometería más fechorías, decidieron no enterarlos de los pasos en los que andaba.
Candy ese día llegó corriendo hasta la mansión Andrew, había salido temprano de su trabajo y entró de forma intempestiva a la biblioteca. Sabía que Albert estaría allí, contaba los días, las horas, los minutos y los segundos para verlo de nuevo. Sin embargo, se sintió desilusionada al entrar y no verlo. Caminó despacio hasta el escritorio que seguía lleno de papeles, pero vacío. De pronto sintió que la tomaban por la cintura y la hacían girar.
- ¡Te extrañaba!
- ¡Albert! – Candy se sintió feliz de volver a sentir sus fuertes manos sosteniéndola.
Albert dejó de hacerla girar y la depositó de nuevo en el suelo y la volteo despacio.
- ¡Candy! – la miró a los ojos, ahora Candy sabía que significaba aquella mirada que no entendía. Ahora sabía que aquella mirada de Albert era de amor, amor por ella.
- Albert, ¡te extrañaba tanto!, prométeme que no volverás a dejarme sola – dijo Candy con un brillo a su mirada.
- Te lo prometo Candy, nunca más te dejare, nunca.
- ¿a qué horas? – susurró una voz rasposa, pero esta fue interrumpida
- ¡Ssshhhhh!
- Candy, tengo algo muy importante que decirte – dijo Albert de forma sería.
- Albert, me asustas, ¿paso algo en Nueva York? – preguntó Candy algo asustada.
- Si, en verdad si- dijo muy serio.
- ¡Oh cielos!, ¿qué pasó Albert? – se preocupó. Albert estaba muy serio, Candy lo observó a los ojos tratando de adivinar que pasaba, pero no tenía idea – ¿Qué pasó Albert? – volvió a preguntar al darse cuenta que Albert no decía nada. Entonces él sonrió.
- Me di cuenta que no quiero pasar un solo segundo sin ti, ya no puedo vivir sin ti. ¿Quieres casarte conmigo? – dijo al tiempo en que sacó de la bolsa de su saco un hermoso anillo de compromiso. Los ojos de Candy comenzaron a llenarse de lágrimas y se lanzó a sus brazos llorando de felicidad – ¿Puedo tomar eso como un si? – dijo Albert feliz.
- ¡Sí!, ¡claro que sí! – Candy entonces puso la mano para que Albert colocara el anillo en su dedo. Albert primero retiro el anillo de oro que él le había regalado y lo colocó dentro de la bolsa de su camisa y después colocó el anillo de compromiso – es precioso Albert, pero es… – dijo al observarlo bien.
- Sí, es el anillo de Los Andrew, quizá dejes de ser mi hija adoptiva, pero te convertirás en mi esposa. George ya tiene los papeles listos.
- ¡Oh, Albert! – Candy lo abrazo llorando.
- No Candy – Albert la tomó por la barbilla para obligarla a verlo a los ojos- eres más linda cuando ríes, que cuando lloras, recuérdalo – Candy entonces esbozo una sonrisa, Albert se acerco a ella y la beso sellando el compromiso que se habían jurado momentos antes.
La puerta de la biblioteca se abrió y entraron Archie, Annie, George y la tía Abuela Elroy. Todos mostraban una sonrisa, estaban en complicidad con Albert quien los había puesto al tanto desde que había llegado. Candy se ruborizó al ser sorprendida en brazos de Albert, pero todos se veían felices y los felicitaron por su compromiso.
- Albert – dijo Candy a Albert mientras cenaban en la gran mesa de la mansión – ¿Quieres regresarme mi anillo?
- No, futura señora Andrew – contesto él sonriendo.
- Pero Albert...
- Estos anillos – dijo tocando la bolsa de su camisa – significan mucho para ambos y los seguiremos usando hasta el fin. Mandare grabarlos con nuestros nombres y la fecha de nuestra boda.
- ¡Albert! – sonrió.
La boda fue fijada, era un evento sumamente esperado por todo Chicago. Mientras Candy se casaba en Chicago, Terry lo haría en Nueva York.
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Era tarde cuando el timbre sonó en el departamento de Vanessa, al abrir la puerta se topó con un par de oficiales. Vanessa sintió como las piernas comenzaban a temblarle. ¿No era posible que la fuesen a detener a ella?, ella no participaba directamente en el contrabando, solo estaba enterada, pero ella no tenía nada que ver.
- ¿Natalia Miuler? – preguntó uno de los oficiales a Vanessa. Vanessa se sorprendió al escuchar ese nombre. Hacía mucho tiempo que nadie le decía así.
- Si oficial - respondió ella.
- Queremos que nos acompañe a la comandancia para ver si reconoce algún objeto de su padre señorita – dijo el oficial. Cuando Vanessa escuchó que se referían a su padre abrió grandemente los ojos.
- ¿Le ha pasado algo a mi padre?, dígame por favor, ¿le ha pasado algo? – dijo asustada.
- Acompáñenos, por favor...
Vanessa observó atentamente sobre una mesa todos los objetos dentro de una bolsa de plástico y con etiquetas. No podía identificar nada que usara su padre. Estaba a punto de voltearse y decirles que no había nada que le pareciera conocido, cuando vio algo que le llamó la atención.
En una esquina y cubierta toda de negro, por haber estado expuesta al fuego, se encontraba una medallita, una medallita que ella recordaba muy bien. Vanessa la tomó entre sus manos y la acerco a su mejilla mientras las lágrimas asomaban a sus mejillas.
- ¡Papá! – Comenzó a sollozar – yo se la regale cuando tenía diez años – Murmuro. Uno de los guardias se acerco.
- Lo lamento mucho, señorita. Su padre fue asesinado por un hombre de nombre Niel, que murió en el incendio del teatro Place. El cuerpo de su padre se encontraba dentro, lamento mucho esto. Solo necesitábamos confirmar que se trataba del señor Roger Miuler, su padre.
- ¡Niel!, ¡Niel Legan! – los ojos de Vanessa se abrieron al escuchar el nombre de Niel – ¡el mató a mi padre!, ¡lo mato! – pensó para si.
Vanessa regresó a las bodegas de Harlem por la mañana, si Niel estaba vivo, debería estar allí. Subió las escaleras del edificó y entró a la habitación que días antes había visitado. Pero esta vez estaba vacía, no había nadie. Mientras caminaba de regreso a la salida vio un periódico en el suelo. En primera plana de Sociales aparecía una foto de Albert y Candy, anunciaba su próximo enlace matrimonial. No había duda, Niel estaba vivo y se dirigía a Lakewood en Chicago.
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Era una hermosa tarde de otoño, el sol brillaba en su máxima expresión. Los pajarillos cantaban alegremente, las hojas de los árboles tapizaban el suelo como formando una alfombra amarilla que daba un toque cálido de bienvenida.
Un hermoso carruaje blanco se acercaba a las puertas de la iglesia de Lakewood. Los niños que recorrían el mismo camino que recorría el carruaje iban contentos y sonriendo, aventando pétalos de flores ante el camino del único caballo que jalaba el carro adornado de diversas flores de colores.
Dentro de la iglesia se encontraba mucha gente reunida, amigos, familiares, parientes lejanos y la gente más cercana a la pareja que ese maravilloso día se unía en matrimonio.
La elegante novia bajó del carruaje vestida totalmente de blanco, su vestido era sencillo, muy acorde con toda ella. Su blanca piel era cubierta por un vestido de amplia falda sin bordados, la parte de arriba del vestido lucían un par de tirantes que caían a los lados y el entallado corsé se ceñía a su bella figura femenina. Un tocado de flores coronaba su natural belleza. Dos elegantes damas entraban al principio de la corte mientras el apuesto novio esperaba nervioso en el altar, al lado del padrino de la boda.
La música del antiguo órgano era acompañada por el canto del Ave María que interpretaban los niños del hogar de Pony. Cuando la novia puso un pie dentro del pasillo de la iglesia, la música cambió para interpretar la marcha nupcial.
Candy iba caminando del brazo de George, quien la entregaría al hombre al que consideraba como un hijo. Candy sonreía a su paso por el pasillo de la iglesia, se le hacía eterno el camino para estar al lado de Albert. Su sonrisa irradiaba luz y sus ojos verde esmeralda brillaban más que nunca por la felicidad.
Archie sonrió a su novia al verla al frente, era una de las damas de honor de Candy, la otra dama era Paty, que había llegado desde Florida para acompañar a su amiga en ese maravilloso día. Archie vio como Albert esperaba nervioso que Candy llegara hasta el altar. Pensaba que él mismo se vería en la misma situación cuando se casara con Annie. Haber sido solicitado como el padrino de la boda le hacía sentirse orgulloso he importante.
George llegó hasta donde estaba Albert, las miradas azul y verde se cruzaron, ambos sonrieron al verse uno frente al otro. Albert tomó la blanca mano de Candy y dio un tierno beso en ella, al tiempo en que la jalaba un poco hacía él para decirle al oído lo hermosa que lucía. Candy se ruborizo ante sus palabras y sonrió para murmurar un "tú también" nervioso. Ambos sonrieron de nuevo mientras avanzaban un paso para acercarse al sacerdote que los uniría en matrimonio.
Lágrimas de alegría salían de los ojos de la Hermana María y la Señorita Pony, su niña por fin se casaba con el hombre de su vida. Ya solo faltaba que Annie uniera su vida al hombre al que amaba, ya que él ya había pedido su mano. Las cosas iban mejor que nunca en el hogar de Pony, misteriosamente alguien les había obsequiado el terreno del hogar y ahora era de ellas, un benefactor anónimo les había hecho ese maravilloso regalo a ambas damas.
La Tía abuela Elroy estaba en primera fila, presenciando el enlace matrimonial de su sobrino consentido, una ligera sonrisa se dibujo en su rostro mientras contemplaba las felices caras de Albert y Candy. No pudo evitar que una traviesa lágrima resbalara por su mejilla. Un pañuelo blanco apareció ante sus ojos y al levantar su vista, se topo con un par de ojos marrones que sonreían ante el gesto de su tía abuela.
- No mal interpretes Archie, solo se me metió una basurita en el ojo – fue lo que dijo la Tía, al tiempo en que tomaba el pañuelo de Archie y se secaba sus lágrimas, mientras sonreía.
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Unos ojos furiosos observaban la boda desde lejos, nadie de su familia había sido invitado. Elisa maldecía por dentro la suerte de Candy, ya nada había que ella pudiera hacer para impedir la boda, o para conquistar a Albert y hacerse de la fortuna Andrew. Debido a la muerte de Niel y a los malos manejos que había hecho en los negocios, se veían en la necesidad de salir del país y tratar de recuperar la fortuna que Niel había perdido. Al día siguiente tomaban el primer barco rumbo a Brasil, la guerra les impedía ir a Europa.
Un monje que caminaba con su túnica café llamó su atención. El hombre iba descalzo y con la capucha levantada, en las manos llevaba un pequeño recipiente que esparcía humo a su andar. Se llenó de asco - ¡un hombre descalzo! - así que se dio la vuelta y salió de la iglesia sin mirar atrás.
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- Ni en la boda de tu prima llegaras temprano – dijo Curt a Joan que caminaba a toda prisa para llegar a la iglesia.
- Desde que uso estos zapatos, y vestido, no puedo caminar tan rápido como antes – se quejó Joan.
- Pues más vale que te vayas acostumbrando, el capitán no quiere verte de nuevo de pantalones, antes di que te dejo conservar el trabajo.
- Soy la mejor en mi rama.
- Pero eres mujer.
- ¿Y eso qué?, el que sea mujer no me impidió perseguir y atrapar criminales.
- Tú y tu prima son las mujeres más locas que he conocido – dijo Curt deteniendo a Joan por un brazo casi al ir entrando en la iglesia – pero aun así me encantas – dijo robándole un pequeño beso al tiempo en que la volvía a jalar de la mano – ahora apresurémonos, que si no, llegaremos al bautizo y no a la boda – Joan solo rio.
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El padre terminaba las oraciones de boda y pedía el lazo y los anillos. Lisbeth y su esposo se acercaron con el lazo y los señores Lancaster se acercaron con los anillos. Albert sonrió al ver la cara de su nuevo socio. Mientras Lisbeth sonreía al ver la cara de felicidad de su amiga. El hombre mayor sonrió al ver a sus jóvenes amigos.
Ahora si eran anillos de boda, Albert había mandado grabar los anillos idénticos que traían, con las nuevas fechas y los nombres de ambos. Candy traía el anillo con el nombre de Albert inscrito en él y Albert con el nombre de Candy y la fecha de tan bella unión.
- Sé que esta pregunta ya no es necesaria, pero la haré de todas formas – dijo el Padre a Candy y a Albert sonriendo. El padre entonces levantó la vista para ver a toda la gente reunida en la iglesia. Y menciono en voz alta – SI ALGUIEN CONOCE UN IMPEDIMENTO MORAL O LEGAL POR EL QUE ESTA BODA NO DEBA LLEVARSE ACABO, QUE HABLE AHORA O CAYE PARA SIEMPRE.
Todos se quedaron en silencio, no se escuchó ni un murmullo, Candy y Albert sonrieron al momento en que sus miradas se cruzaron, solo faltaba que el padre los declarara marido y mujer para que su unión quedara para siempre sellada. Pero un ruido a la entrada de la iglesia hizo que todos voltearan. El recipiente que llevaba el monje rodó por el suelo haciendo el ruido que a todos había distraído.
- Hermano Jhon – dijo el cura algo divertido – no debería darnos estos sustos. – Todos rieron ante el comentario del cura. El monje caminó hasta el centro del pasillo de la iglesia a la entrada para recoger el recipiente que había rodado. El cura se dirigió a la joven pareja en voz baja – discúlpenlo, llegó con nosotros hace apenas un mes y no habla nada – Después de este comentario el cura continuó con su oración – Ya que no hay ningún impedimento para que esta boda se realice, por el poder que me concede dios y la iglesia, yo los declaro marido y mujer, que lo que dios une, no lo separe el hombre. Ahora puede besar a la novia señor William.
Albert dio la mano a Candy para que se levantara del altar. Ella lo observó a los ojos, sus ojos azules brillaban como antes, podía ahora saber lo que le decían, le decían que la amaban, que la amaban tanto como ella a él. Albert vio en los ojos de Candy lo que tanto deseaba ver, el amor que ella sentía por él, solo por él. Se acercaron poco a poco, sus rostros estaban tan juntos que al momento tocaron sus labios en un beso tierno.
- Ambos salieron por el pasillo principal de la iglesia y a la entrada ya les esperaban para felicitarlos. Una lluvia de arroz cayó sobre ellos para desearles suerte a los recién casados.
- ¡CANDY! – Un grito se elevó entre la gente que estaba al frente de la iglesia.
Tanto Albert como Candy voltearon para ver quien gritaba su nombre. La gente que se reunía a su alrededor se hizo a un lado al ver a un hombre que se encontraba a unos cuantos pasos de la entrada principal.
Candy no pudo distinguir de quien se trataba, frente a ellos se encontraba el monje que minutos antes había dejado caer el recipiente en la iglesia. Aun mantenía su capucha levantada, por lo que su rostro casi no se veía. Entonces levantó sus manos, algo traía en una de ella, pero a la distancia a la que se encontraban no pudieron distinguirla. Albert también trataba de reconocerlo, pero no lo lograba. Cuando el monje terminó de quitarse la capucha, muchos se sorprendieron al verlo.
El hombre estaba sumamente desfigurado, apenas y se notaba parte del ojo izquierdo, el ojo derecho estaba cubierto de llagas, no tenía cabello y la boca estaba desdibujada. El hombre seguramente había recibido serías quemaduras.
- ¡Por mi vida! – Gritó, al tiempo en que levantaba su mano apuntando con algo – ¡POR MI VIDA QUE NO SERAS DE NADIE SI NO ERES MIA! – gritó.
- ¡Tiene un arma! – gritó alguien.
Entonces pudieron darse cuenta de quien era aquel hombre, aquel hombre era Niel Legan. Albert tomó a Candy por los hombros para ponerla detrás de él y protegerla al tiempo en que Niel comenzaba a caminar hasta ella con el dedo en el gatillo a punto de jalarlo. La gente se apartaba de su paso ante el horror de verlo. Más huían por la vista de Niel que por el peligro que representaba el que trajera un arma en la mano.
Mientras la gente gritaba, se escuchó un disparo. Candy calló de rodillas al suelo, mientras Albert trataba de sujetarla. Niel mantenía su único ojo, muy abierto, por la sorpresa, al tiempo en que comenzó a bajar despacio, hasta quedar de rodillas.
- ¡Niel! – gritó Candy al ver que este caía hincado tirando el arma.
- ¡Joan!, ¡Joan!, ¿fuiste tú? – preguntó Curt al ver a Joan hincada con el arma en la mano.
- No, no fui yo – contestó poniéndose de pie.
Candy levantó la vista de Niel y pudo observar a una chica a quien nunca penso volver a ver. Detrás de Niel se encontraba Vanessa Wilkins con el arma en la mano.
- ¡Lo mate!, ¡lo mate! – Balbuceó al tiempo en que caía de rodillas al suelo – él mato a mi padre y yo lo mate a él – Curt se acerco a ella y le quitó la pistola de la mano. Mientras ella comenzó a llorar poniendo ambas manos en su rostro.
- Candy se levantó del suelo ayudada por Albert, vio como Niel estaba aún tirado y se movía muy penosamente. Entonces corrió hasta él con la falda del vestido en la mano, apartando a la gente que se reunía alrededor.
- Permiso, permiso- dijo Candy mientras se acercaba corriendo a Niel, ante la vista asombrada de todos los reunidos.
Candy llegó hasta Niel y se hincó a su lado mientras pasaba cuidadosamente su mano por detrás del cuello y lo sostenía.
Cuando Niel sintió el suave contacto de las manos de Candy sobre su cuello, abrió su ojo y la observo detenidamente. Trataba de hablar y decirle algo, pero Candy lo impidió.
- No hables Niel, te fatigas y eso no te hará bien. Pronto vendrá un médico a ayudarte – dijo Candy.
- ¡Candy! – Se sorprendió ante su comentario – Después de todo lo que he hecho ¿aun así tratas de ayudarme? – Niel cerró el ojo mientras respiraba de forma difícil.
- No, Niel, mantente despierto, no te duermas – dijo Candy mientras una lagrima resbaló por su mejilla.
- ¿Lloras? – Dijo Niel al sentir que una gota caía sobre su rostro – ¡Perdóname Candy!, ¡perdóname! – dijo Niel al tiempo en que su ojo se cristalizaba por las lágrimas – Trate de hacerte daño, trate de, de...
- Olvídalo Niel, yo te perdono - dijo tomando su mano y apretándola de forma suave.
- ¡Candy! – dijo Niel llorando al darse cuenta del gran corazón de la mujer que le sostenía – mi peor castigo, mi peor castigo fue no saber acercarme a ti como un amigo. Estoy pagando todo lo que hice, no me alcanzara la vida para arrepentirme de todo el daño que te he hecho.
Los paramédicos y la policía llegaron en pocos minutos al lugar. Los médicos se aproximaron para atender a Niel y llevarlo al hospital. El sheriff de Lakewood lo llevaría en calidad de detenido. La herida era seria, pero había muchas posibilidades de que viviera. Pero dado todo lo que había en su contra, era difícil que se viera librado de algunos años en la cárcel. El sheriff recibió a Vanessa como la autora del disparó contra Niel y quedaría detenida hasta aclarar su situación.
Albert se acerco a Candy mientras observaba partir a la ambulancia con Niel y el ayudante del sheriff abordo.
- Siempre me ha sorprendido tu gran corazón Candy – dijo Albert poniendo su mano sobre su hombro desnudo – yo no podría perdonarlo, pero si tu lo has hecho, que fuiste la principal afectada por todas sus maldades, entonces yo también puedo hacerlo.
- ¡Albert! – sonrió ella volteando para verlo a los ojos. Sus ojos brillaban por la felicidad al ver los ojos de su flamante esposo.
- ¿Crees que deberíamos suspender la fiesta?- Candy volteo a ver a la gente que sonreía al ver a la pareja. Había gente que había venido de fuera para acompañarlos.
- No Albert, no hubo pérdidas humanas que lamentar, no sería justo privarlos de la celebración de nuestra boda – sonrió, ante lo que Albert también sonrió.
Albert avisó a George para que dijera a la gente que la fiesta se llevaría a cabo en la mansión de Lakewood, todo había sido preparado allí.
Albert ayudó a Candy a subir al carruaje y el mismo tomó las riendas del caballo. Irían en el carruaje hasta la mansión de Lakewood.
Candy observaba feliz el rostro de su esposo, sonreía por la felicidad de sentirse a su lado, compartiendo los primeros momentos como su esposa.
Albert charlaba sobre los pormenores de la boda, Niel había tratado de robarles la felicidad, pero no lo había logrado. Ahora se dirigían a celebrar su unión, pero de forma diferente a lo que Candy se imaginaba.
Candy vio como Albert desviaba el camino a la mansión, ese no era el camino que ella solía recorrer para llegar al portal de las rosas.
- Albert este no es el camino a la mansión – dijo Candy pensando que se había equivocado.
- Lo sé – dijo Albert sonriendo – vamos a otra parte antes de ir a la mansión.
- ¿A dónde vamos?
- Confié en su esposo, señora Andrew – dijo Albert sonriendo de nuevo y robándole un tierno beso.
Candy no tuvo tiempo de protestar, ya que ante su vista apareció la casa del bosque entre los arboles, aquella casa en la que compartieron los primeros momentos juntos. Aquella que les servio como refugio por primera vez, hace muchos años atrás.
- ¡Es la casa del bosque! – dijo Candy emocionada.
- Si Candy, la casa del bosque – dijo Ayudándola a bajar del carruaje – Hice que la limpiaran.
Ambos entraron a la casa, la poca luz que se filtraba por las ventanas daba un aspecto acogedor a la misma. Sobre la mesa se encontraban flores de diferentes colores, rosas de invernadero adornaban las repisas. Candy quedo fascinada del arreglo. Era tal como la recordaba.
Candy volteo sonriendo buscando a Albert, él la observaba detenidamente, sus ojos azules mostraban una chispa diferente, además de la mirada de amor que le mostraba, ahora había algo más. Sintió como el rubor comenzaba a cubrir su rostro.
Albert se acercó a ella, sus ojos verdes lo observaban detenidamente. El tomó su rostro entre sus manos acercándose lentamente para besarla. Candy levantó sus brazos para pasarlos por su cuello enredando sus dedos entre los rubios cabellos de él, respondiendo al beso de Albert de forma apasionada. Era tal cual él lo recordaba, tal cual había sucedido aquella vez después del baile.
- ¡Candy! – murmuró Albert.
- Es como en mi sueño – murmuro ella a su vez.
- ¿Cuál sueño? – dijo él sin dejar de besarla. Albert bajó entonces sus labios por su cuello, ante lo que Candy sintió que se estremecía.
- Uno que tuve después del baile de la cruz roja – dijo ella, sacando el saco y comenzando a desabotonar la camisa de él, mientras él jalaba los lazos del corsé de su vestido.
- No fue un sueño – confesó Albert levantando su vista para ver los ojos verdes de Candy. El rubor que antes cubría su rostro se intensificó en un rojo carmín intenso – No fue un sueño Candy - Candy no dijo nada en un instante, pero después siguió besando a su esposo.
- Muy dentro de mi deseaba que fuera cierto...
- Candy... – dijo Albert mientras retiraba cuidadosamente el velo que cubría su cabello sin dejar de besarla – ¿Aun quieres ir a la fiesta?
- Mmmmm, ¿cuál fiesta? – dijo mientras terminaba de desabrochar la camisa de él y la arrojaba sobre el sillón – Quiero quedarme aquí, contigo, y completar el sueño que dejamos pendiente.
- Deseo concedido, señora Andrew. Creo que siempre seguiremos siendo dos rebeldes a quienes les disgustan las fiestas de sociedad – dijo Albert sonriendo mientras terminaba de desabrochar las cintas del corsé del vestido de novia que terminó en el suelo.
Dos anillos, dos anillos idénticos les habían traído confusiones y dichas. Dos anillos que ahora compartirían para toda la vida como marido y mujer...
*** FIN ***
Mini Epílogo
Antes de despedirme quiero contarles que Annie por fin se casó con Archie al siguiente año de que lo hicieran Candy y Albert y tuvieron un pequeño a quien le pusieron Stear.
Más o menos un año después de su boda, Candy tuvo gemelitos. Un niño y una niña, tan rubios como sus padres y con hermosos ojos de color como ellos mismos. Al niño le pusieron Antonhy y a la pequeña Pauna, ya que los ojos verde esmeralda de la pequeña solían recordarle mucho a Candy y a la hermana de Albert. No había familia más feliz que ellos Así quedaba confirmado que Joan y Candy si eran primos.
Hablando de Joan, Curt nunca creyó enamorarse de una chica tan loca como la prima de Candy, que seguía persiguiendo maleantes en la policía dando por sentado que las mujeres somos tan buenas como los hombres en los trabajos que solo se consideraban para ellos.
De aquel al que todos llamaban el catrín, no quedo nada, Niel fue encarcelado por haber dado muerte a Roger Miuler, contrabando de drogas, armas y otros delitos menores. Fue juzgado por traición a la patria por hacer negocios con Hanss Dieter, lo mismo que sus socios, Sigmur y el Parche, alcanzando la pena máxima: cadena perpetua. Vanessa también fue juzgada por el mismo delito, solo que fue encontrada inocente, sin embargo deberá cumplir la pena de tres años en prisión por intento de asesinato en contra de Niel.
Los Legan se establecieron en Brasil olvidándose de su hijo, para ellos Niel había muerto en el incendió del teatro Place. Nunca más se supo de ellos.
¿Y Terry?, Terry se caso con Susana pero nunca fue feliz a su lado, ya que el recuero de su tarzana pecosa era difícil de suplantar. Así que a los pocos años Susana se dio cuenta que nunca llegaría a ocupar por completo el corazón de Terry, dada que su salud no era del todo buena y aunada a la tristeza que sentía al no sentirse lo suficientemente querida por su esposo, Susana murió de una deficiencia cardiaca, dejando a Terry viudo y buscando a una chica que ocupara su corazón, como hasta entonces lo seguía haciendo Candy.
¿Podrías ser tú?...
NOTA DE LA AUTORA
Muchas gracias a todos los que siguieron esta historia, espero que haya sido de su agrado. Es mi primer intento de fic de Albert, ya que siempre me he considerado Terrytana, espero haya estado acorde con sus expectativas. (Ahora soy Matahari, no puedo decidirme entre Albert o Terry).
Agradezco todos los comentarios que amablemente me han hecho llegar. Mil gracias a todos los que se dieron el tiempo de leerlo.
Está historia fue escrita entre el 2001 y 2002.
Editada y republicada en el 2013.
Se ha respetado la historia original en un 100%.