Paternidad Ciega

A veces Tony Stark era lento. En serio, suena casi imposible, pero sucedía. Le tomó un par de años darse cuenta de lo ciego que había sido respecto a Pepper, lo arrogante e insignificante que era, lo desesperado que estaba por tener hijos con la mujer de sus sueños y lo atemorizado que estaba de ser padre.

Cuando Edward Stark nació su mundo dio un giro de 180 grados. Ya no vivía por él mismo, ni siquiera vivía por dos personas. Vivía por ese pequeño ser, el bebe diminuto y frágil que se encontraba entre sus brazos. Esa mezcla perfecta de ADN se convirtió en el centro de su universo.

Entonces comenzó a llevarlo a todos lados, a la oficina, al taller, a las convenciones de ciencias, a las conferencias de tecnología avanzada… a veces se le olvidaba que Ed ni siquiera podía sostenerse en sus propias piernas. Más tarde comenzaron los problemas con Pepper, ella insistía en que tenía que hacer panoramas más apropiadas a la edad de su hijo… como tirarse por un tobogán. ¿Acaso su mujer pretendía que asesinara las neuronas de su retoño? Como si él no supiera lo que un hombrecito quería. Bastó que fuera un día al parque con ellos para enamorarse de la risa del niño cuando lo empujaban en los columpios, o su fascinación por el cajón de arena, la manera en la que insistía en su subir las escaleras para lanzarse de nuevo por el famoso tobogán. Tony construyó un parque gigante en su mansión. Odiaba cuando Pepper tenía razón.

Con el tiempo descubrió que ella también llevaba a veces a Ed a su trabajo, sonreía para sus adentros, por supuesto un niño preferiría estar con su padre, hacer cosas geniales como desarmar un motor y volver a construirlo de cero… ¿o no?

La primera decepción llegó cuando Edward tenía cuatro años y se agarró firmemente a la falda de su madre

-¡No!

¿No? ¿Qué demonios significaba "no"?

-pero Ed—intentó razonar con el pequeño—habrán robots y autos… y…

-quiero ir con mami

Qué maduro, pensó, poniendo los ojos en blanco e intentó con otra táctica.

-luego podremos ir al parque y…

-No

Odiaba esa palabra, Dios. Se agachó para estar a la altura de su primogénito y sonrió, conciliador.

-¿Por qué te gusta tanto ir con tu mamá?

Utilizaría la sicología. Pepper sonreía satisfecha, de pie frente a él. Odiaba esa sonrisa.

-porque me puedo sentar en el escritorio y puedo jugar en el ascensor—esas eran estupideces, todas esas cosas están en mansión—y porque mamá me lleva a la biblioteca.

¿Libros?

¿LIBROS?

Eso era lo que le estaba ganando la batalla por el cariño de su hijo, ¿libros? La mansión no tenía una biblioteca, si bien él mismo era un genio, no era un intelectual. Miró a su mujer, ella tampoco lo era, pero era una apasionada de la lectura.

Él no.

Prefería las matemáticas y la física, a lo sumo. Pero su pasión era la mecánica. Ensuciarse con grasa, desarmar, construir, arreglar, soldar, martillar…

Cosas que requerían acción. No era un hombre pasivo.

Suspiró. Así que las cosas eran así. Bueno, más tarde su pequeño maduraría y tendría la edad apropiada para elegir lo que de verdad le gustaba, por ahora estaría influenciado por los gustos de su madre.

Pero la verdad es que las cosas no cambiaron, Edward con el tiempo se convirtió en un devora libros y lo que único que siempre pedía cuando él iba de viaje era la edición especial de no sé qué cosa que sólo está en no sé cuál idioma.

Era decepcionante. Para cuando tenía diez ya hablaba cuatro idiomas y cuando tenía catorce, escribía con fluidez en ocho. Era un genio, como su padre. Solo que era… humanista.

Entró a su habitación, era una planta entera para él, que había mandado a construir en el ala oeste de la casa. En una pared estaba la compleja máquina que él mismo había construido para almacenar sus libros, esa fue la primera y única vez que vió a su hijo emocionado por alguna de sus invenciones.

La enorme cama estaba en el fondo de la pieza, frente a una televisión que incluía un equipo de música, que tenía encima más libros.

Se acercó al escritorio en el que su hijo estaba trabajando, rodeado de fotografías con sus autores preferidos… o los que estaban vivos, hay cosas que ni él mismo podía solucionar. Su hijo tenía delante de sí un enorme libro amarillento escrito en un idioma que ni siquiera imaginaba que podía existir, a su lado tenía un cuaderno en el que hacía anotaciones y varios diccionarios a su alrededor. Como siempre la computadora estaba apagada y abandonada en un costado. Era tan anti-natura.

-¿Qué haces campeón?—posó su mano en el hombro del adolescente, que saltó sorprendido.

Al menos eso tenían en común: el trabajo que los apasionaba, también los absorbía.

-papá, estoy un poco grande para que me hables como un chiquillo que le gusta el soccer, ¿no te parece?—la sonrisa cansada de Edward lo recibió. Era tan parecido a Pepper que a veces se preguntaba si él de verdad había influido en algo al momento de la concepción.

-dale a tu viejo ese placer, ¿si?—se sentó junto a él y miró interesado su trabajo— ¿tarea?

Pepper siempre le decía que debía preguntar por la tarea.

-sí, mamá, ya hice mi tarea—sonrió el muchacho de catorce—

Tony levantó las manos, rindiéndose. Aún así acercó una de las luces para mirar con más atención el trabajo de su hijo. Esa habitación era diametralmente diferente al resto de la casa. Aquí los muebles eran de madera, había alfombras persas, jarrones y lámparas. Era como una biblioteca antigua. Un mundo perfecto para Edward.

Paseó los ojos con rapidez por la página delante de él. Era un idioma totalmente desconocido para él, pero se notaba que era muy antiguo, la mayoría de los símbolos parecían runas.

-¿otra vez con los egipcios?

Edward sonrió, le encantaba estos pequeños momentos en los que su padre fingía interesarse por sus cosas, a cambio él a veces bajaba al taller y fingía impresionarse con alguna… cosa de metal.

-Más al norte en realidad—acercó la luz—estoy traduciéndolo yo mismo, JARVIS me ha buscado todas las traducciones disponibles, pero la verdad es que son bastante pobres.

-si quieres algo bien hecho…

-…hazlo tú mismo—terminó Ed, sonriendo satisfecho.

-¿y qué es? ¿El mapa de un tesoro?—Tony preguntó emocionado—si descubres la equis podemos ir a buscar el cofre—le guiñó un ojo—

Edward rió en voz alta

-no, papá. Nada de tesoros.

Tony bajó los hombros desilusionado. Ese tono condescendiente era el mismo que él usaba cada vez que alguien miraba un abrelatas en su taller y le preguntaba si disparaba un láser o algo así. Pero la verdad es que era fascinante ser ignorante en algo. Algo en lo que su propio hijo le sacaba tanta ventaja. Tenía una relación especial con Edward. Una de mutua enseñanza. Y debía admitir que era bastante maduro para un chico de su edad. A veces, incluso, más que él. Aunque no tuvieran muchas cosas en común, a veces se sentaban en la cocina, él con un vaso de whiskey y Ed con un vaso de leche y podían hablar hasta altas horas de la noche sobre nada en particular. Sobre sus sentimientos, sobre sus miedos, sobre ética y moral. Edward había leído mucho sobre eso, siempre le daba los pensamientos de los grandes filósofos y a veces eso lo ayudaba a conciliar el sueño.

Edward era muy generoso con sus conocimientos y muy humilde al respecto. Y por eso Tony admiraba y respetaba mucho a su hijo mayor.

-mira, ¿ves esas líneas de ahí?—señaló la primera línea de la página que él leía— ¿Qué notas?

-muchas cosas que se parecen a una T—murmuró Tony, acercando su cara al pergamino.

-exacto, este libro es la recopilación de una serie de historias mitológicas que creían los vikingos, las de allá—señaló otro libro—son de los germanos. Y en ambos este símbolo se repite varias veces, como has dicho es el símbolo que luego serviría de inspiración para nuestra moderna T…

Su hijo a veces se interesaba por cosas tan bobas.

-…pero lo que llama mi atención es, esto—señaló otra palabra-¿ves? Se parece a la palabra trueno o thunder en inglés. Se repite varias veces en ambos escritos. Los vikingos al ser un pueblo marino le temían mucho a las tormentas y los rayos… y, entonces—su voz aumentaba en rapidez y volumen, Tony le echó otro vistazo a lo que su hijo intentaba enseñarle—en esta frase…

De pronto rió.

-qué diablos digo, no sabes leer estas cosas—musitó, como si recién lo comprendiera, antes de que Tony lo reprendiera por maldecir o burlarse de él, Edward comenzó a pasar las páginas delicadamente—buscaré una imagen para que puedas ver de lo que hablo.

-si estás implicando que es muy complicado para que yo lo entienda…

Era como cuando lees libros a niños pequeños y ellos insisten en ver las imágenes, él no era así.

-aquí

Una imagen completa en colores desgastados lo sorprendió. Eran trazados gruesos y rústicos, pero muy entendibles. Al parecer había una especie de guerra en la tierra entre humanos y cosas que eran muy parecidas a unos diablos modernos, pero eso no fue lo que llamó su atención sino que la figura de un hombre montado sobre nubes: cabello largo y rubio, una especie de traje militar pegado a un inmenso cuerpo lleno de músculos, con un brazo en alto y un grito mudo de guerra en su cara… y en su mano Mjölnir

-¡Thor!—musitó emocionado, pasó el dedo por el martillo, ahora toda su atención en el libro—

-exacto, luego de que me presentaras a tus amigos…

-…no son mi amigos…

-como sea, papá. Quedé fascinado por las historias de Thor, me contó que varías veces había observado la Tierra y él también estaba muy asombrado por como habíamos evolucionado tanto. Dijo que solía mirar a los "extraños salvajes y velludos" y sonreía encantado porque le hacían acordar a uno de sus amigos que devoraba todo. Justo después de eso, me trajiste este libro de una de tus misiones en Francia.

-sí, a todo esto, ten cuidado tenemos que devolver este libro al museo, son bastante meticulosos. No es como devolver algo a la librería…

-biblioteca.

-no me corrijas, Edward—murmuró automáticamente sin quitar la vista de la imagen— ¿y qué has descubierto?

-no mucho, en realidad. Muchas historias de Odín y él. Varias cosas son clichés, ¿sabes? Pero es impresionante el parecido que evoca a Zeus, el dios del Olimpo. Me pregunto si existirán esos dioses también…

-ojala que no, vigilar a Loki ya es mucho, no queremos que un vengativo Hades se nos aparezca también—sonrió levemente, mirando a su hijo de reojo.

Ed se levantó y caminó hasta otro de los escritorios en los que había muchos periódicos antiguos esparcidos, había sido pan comido hablar con el editor en jefe del New York Times para pedirle que dejara que su hijo viera los archivos más antiguos del diario.

La mayoría tenía al Capitán América de portada. Era su trabajo de historia y su hijo había decidido hablar de la importancia del súper soldado en la sicología de los americanos durante la segunda guerra mundial. Teniendo un padre de superhéroe, él va y elige al Capi.

-esto es interesante—murmuró Tony sin poder evitar el tono celoso de su voz—tu trabajo, en cambio, es un poco… repetido.

-papá ya te dije que no haré todos mis ensayos sobre ti.

-no todos, pero por lo menos uno—sugirió el mayor, levantándose—te daré la entrevista de tu vida—le aseguró.

Edward puso los ojos en blanco mientras ordenaba los recortes por fecha.

-tan típico de ti, Stark.

-te presento los mayores súper héroes del mundo y tú decides investigar sobre su importancia en la cultura—dijo socarrón—tan típico de ti, Stark.

Edward guardó todo en una carpeta, loco por las cosas ordenadas, al igual que su madre.

-ya me voy a ir a dormir, papá. Tengo clases mañana—dijo restregándose los ojos, con una sonrisa cansada—

-sí, descansa—apretó su brazo al salir—avísame si necesitas una entrevista con Capi para tu trabajo.

-gracias, papá. JARVIS apaga las luces.

Y luego estaba la luz de sus ojos. Cuando nació su pequeña, la vida le dio otro giro de 180 grados y la verdad es que todo quedó de cabeza. Si bien cuando Pepper había ido a vivir a la mansión él se había deshecho de todo rastro de las mujeres que anteriormente estuvieron de pasada por ahí, con la llegada de su hija, eliminó hasta los póster de Maxim que cualquier hombre debería tener en un taller. Quería que su niña tuviera claro que sólo existían dos mujeres en su vida.

Esta vez no cometería el error de someter a su hija a sus gustos. Así que la llevó a todas las convenciones de Barbie, las presentaciones de My Little Pony, las inauguraciones de los castillos de Disney y los estrenos de las películas de esas hadas que a todas las niñitas le fascinaban.

Pepper iba con ella de compra y a la peluquería e incluso también la llevaba al trabajo.

De alguna forma todos sus hijos amaban ir con Pepper al trabajo. Se le escapaba como era que su esposa tenía tan controlado esto de la maternidad.

Bien podría renunciar a ser su padre y ambos niños estarían bien.

Samantha amaba estar con su madre, decía que ella la entendía. Tony también quería entenderla. Pero era una mujer, así que estaba físicamente impedido a comprender la mitad de las cosas que salían de la boca de su hija.

Tenía cuatro años de diferencia con Edward y años luz con su padre.

¡No lo entendía! Había hecho de todo para que su hija amara pasar tiempo con él, pero la niña le rehuía incluso más que Edward.

¡Era ese maldito poni!

Estaba pensando en todo eso mientras veía los nuevos planos para el traje, sentado frente a la chimenea, era de noche y su hija estaba dibujando en uno de sus cuadernos. La observaba de reojo mientras pensaba que era quizás la primera vez que fallaba dos veces en la misma cosa. Fallaba de nuevo como padre. Pepper varias veces le había ofrecido ayudarlo, pero sentía que esto era algo que de verdad tenía que resolver solo.

Apagó el holograma y miró a su hija de cinco años.

-Samantha, ¿Qué dibujas?—se sentó en el suelo junto a ella, frente a la mesa de centro.

La niña se alejó de él un poco y cubrió su dibujo.

-nada—le aseguró

Eso era quizás lo que más le dolía, jamás había entendido a Edward pero él nunca lo había rechazado físicamente.

Tony tragó saliva para aliviar el nudo que se había formado en su garganta.

-¿quieres que vayamos a ver una película? Esa de Rapunzel que tanto te gusta—le ofreció acariciando la trenza castaña de su hija—

-no me gusta esa película—se cruzó de brazos, liberando el dibujo. Tony lo miró con atención. Eran una serie de líneas y puntos verdes y negros, que se desconectaban entre sí y se volvían a unir como una especie de laberinto. Similar a un chip o una placa madre. Eso no podía ser normal.

-Sami, ¿Qué es eso?—preguntó—

-no lo entenderías, papá—agarró su dibujo ofendida, tomó sus lápices y salió de la habitación.

Y dicen que la adolescencia es la peor etapa, pensó frustrado.

-eres tan ciego, papá—se dio vuelta para ver a su hijo, mirándolo desde la escalera, al parecer había sido mudo testigo de toda la situación—a veces, eres tan lento para algunas cosas.

Antes de que pudiera entender de qué hablaba, su hijo de nueve años subió lo que quedaba de escalera cargando un vaso de leche y lo que era muy parecido a una biblia tamaño gigante.

Y la verdad era que Tony fue aún más ciego con su hija pequeña. Una vez la acompañó a la tienda de juguetes y la joven fue caminando directamente a la sección de niños, donde había juguetes de acción y herramientas de plástico y computadoras de juguete, Tony sonrió ante esto, como juguetes de hombres era lo que más había en la casa, era obvio que Sami se veía atraída a esa sección. Gentilmente la llevó a la parte rosada de la tienda, sin ver la mirada anhelante de su pequeña.

Otra vez la pilló en la oficina que tenía en la mansión, sentada en el suelo con una calculadora destrozada en el regazo.

-¿Qué haces?—le preguntó, sin enojarse realmente, pero tenía que enseñarle a su hija que no podía romper las cosas a voluntad—eso no es un juguete y esta es la habitación de papá, no puedes jugar aquí—la regaño, levantándola y llevándola a otra parte.

No alcanzó a ver que su hija estaba en la mitad de la reconstrucción de dicha máquina.

Otras veces había sido doblemente ciego.

-vamos Edward, campeón, será genial. Es la exposición de autos más grande del mundo. Tendremos un poco de tiempo padre e hijo ¿Qué te parece?

-odio los autos, papá—dijo el niño de once años sin quitar la vista del documental de Egipto que estaba viendo, a su lado estaba su hermana haciendo su tarea de inglés—

-¡es en Suecia!

Edward lo miró, por primera vez interesado.

-¿en serio? Hay museos geniales, incluso hay una de las bibliotecas más…

-¡No, Edward!, sin bibliotecas, ni libros, ni museos, sólo tú y yo y los autos y…-tapó las orejas de su hija—las modelos que vienen sentadas sobre los autos.

-me gustan los museos—dijo Edward como si eso aclarara todo el asunto, volvió la vista al televisor—

-no tenemos tiempo para eso, luego tengo que volver a una reunión programada de… mis amigos…

-papá, ya sabemos qué son los Vengadores, debes dejar de decir que vas al bar con tus amigos—murmuró fastidiado el niño—

Tony sonrió un poco avergonzado.

-a mi me gustaría ir—dijo finalmente Samantha entrando en la conversación—

Tony le dedicó una sonrisa indulgente.

-no te van a gustar estas cosas, cariño. Cosas de hombres, ya sabes, autos y maquinas—lo dijo en un tono aburrido para influenciar a la niña—

-pero…

-no, cariño. Te aburrirás—le dio un beso en la frente y miró a su hijo mayor— ¿irás?

-de acuerdo, papá—aceptó realmente aburrido—pero sigues siendo un ciego.

¿Acaso se había puesto la ropa interior encima de la ropa estos últimos cinco años? Todo el mundo seguía repitiéndole eso.

Prefirió no darle importancia y se fue a hacer las reservaciones para el hotel.

Cuando su hija cumplió once años fue finalmente el quiebre. Por fin vio la luz. Su fiesta de cumpleaños se estaba celebrando a lo grande en la mansión, todos sus compañeros de escuela y de natación estaban aquí. Habían payasos, globos, maquilladoras, bolsas de regalos, un castillo inflable, la piscina estaba perfectamente decorada… incluso habían princesas.

Todo lo que una niña normal de once años desearía.

Ya debería saber que nada que tuviera su sangre en las venas podría clasificarse como normal.

Samantha estaba desaparecida. Pepper estaba muy ocupada vigilando a todos los niños y le había pedido que la fuera a buscar.

Tony ya no sabía donde más mirar.

No estaba en ninguna de las piezas, ni la cocina, el jardín, la sala o cualquier lugar. Si tan solo hubiera una forma de localizarla de manera rápida y sencilla.

Cerró los ojos, asombrado con su propia estupidez.

-JARVIS localiza a mi hija, por favor.

-ya se estaba demorando en pedírmelo, señor—la voz robotizada resonó por el pasillo, levemente sarcástica, notoriamente inglesa.

-hazlo ráp…

-está en su taller, señor.

¿Qué demonios hacía su hija en su taller? Bajó las escaleras rápidamente.

-como siempre—agregó la maquina—

Tony se detuvo, ¿Qué diablos significaba eso?

-¿Qué quieres decir JARVIS?—preguntó

-señor, desde que le mostró a su hija la localización del taller hace cuatro años, ella lo ha visitado en su ausencia innumerables veces. Incluso ha pasado la noche aquí.

-¿haciendo qué?—ese no era un lugar seguro para una niñita, estaba lleno de maquinas, serruchos, un sinfín de herramientas potencialmente peligrosas… eso sin pensar en todos los trajes o incluso Dummy.

-lo que uno hace en un taller—respondió simplemente la maquina—

-eso es una violación, se supone que debes decirme quiénes entran a mi taller—estalló enfurecido, sin entender del todo la anterior respuesta del "mayordomo"—

-debo recordarle señor, que usted mismo le dio pase libre a toda su familia para cualquier lugar de la mansión, incluyendo el taller.

Odiaba más cuando JARVIS tenía razón. Se apretó el puente de la nariz, en un intento de calmarse, había leído, en uno de esos estúpidos libros de paternidad, que uno debía enfrentar a sus hijos con una correcta suma de enojo y no una ira ciega. Odiaba que el que le haya pasado ese libro haya sido Edward.

Se relajó, respiró y finalmente abrió la puerta de vidrio.

Le sorprendió la música puesta a todo volumen. Rolling Stone. No sabía que a Samantha le gustara esa música para trabajar, él definitivamente prefería a…

Un momento.

En una de las mesas del taller, su hija estaba sentada analizando una placa de metal a través de uno de los lentes de aumento gigantes que él utilizaba. Con mucha delicadeza y atención daba vuelta el material, mientras le hacía unos ajustes con sus herramientas, al mismo tiempo que giraba el holograma que estaba a su costado, mostrándole todos los ángulos de la placa que tenía frente a ella.

Jamás había sentido ese calorcillo interno. Nunca con su hija, al menos. Nunca así de intenso, así de rápido y devastador.

Sintió orgullo. Conexión. Comprensión.

Lo sintió todo.

Era un estúpido y un ciego.

Odiaba que Edward tuviera razón.

-JARVIS por favor muéstrame como se vería si le colocamos unas placas de oro y platino a la parte superior.

El holograma cambió, Samantha arrugó el entrecejo.

-no, quítalo.

Dejó las herramientas a un costado y quitó el lente para verlo con sus propios ojos.

-lindo toque, pero si le agregas ese material será demasiado pesado para el vuelo.

Samantha saltó de su asiento y tropezó con las cosas de la mesa de atrás.

-¡papá!—la niña colocó las manos detrás de su cuerpo, luciendo exquisitamente avergonzada.

Tony le sonrió tranquilamente y se sentó en la mesa, le indicó que se volviera a sentar en el banco.

-¿me podrías explicar que haces aquí?

-ya iba a subir a la fiesta, lo juro—miró su vestido manchado con grasa—después de bañarme de nuevo, claro.

-claro—concedió su padre—pero eso no es a lo que me refiero, y lo sabes.

Un silencio pesado, Sami suspiró finalmente y con las manos en el regazo, comenzó a hablar.

-seguramente JARVIS ya te dijo, pero hace cuatro años que vengo aquí. Me siento muy segura aquí, papá. Está lleno de tantas cosas geniales, tantas cosas que tú has creado—lo miró, emocionada—y yo sólo quería ser parte de este mundo, de tu mundo, ¿sabes? Desde pequeña me ha gustado la mecánica, armar y desarmar cosas. Entender su funcionamiento. Mejorarlo, hacerlo más eficiente, más rápido, menos ruidoso. Me sé los planos del Iron Man de memoria—agregó tocándose la sien—siempre prestaba atención a ellos cuando tú los analizabas. Me fascinan los autos y siempre he querido ir a las convenciones a las que llevas a Edward contra su voluntad. Me encantaría ir al trabajo contigo, mamá jamás me deja tocar nada. Me encantaría que me enseñaras, que trabajáramos juntos.

-¿Por qué no me lo dijiste?

-porque tú me obligabas a lucir como una niñita perfecta, toda de rosa y morado, con muñecas y toda la cosa. Pensé que te decepcionarías si sabías que yo no era así.

-lo hice porque pensé que era lo que te gustaba, odio ese maldito poni—agregó—

-yo también, en verdad si me llevabas a una convención más de Barbie me pondría a llorar.

Tony sonrió, la tensión escapando de su cuerpo, después de once largos años. Tomó a su hija y la sentó en su regazo.

-siempre debemos ser honestos entre nosotros, cariño—le apretó la nariz y le besó la frente—no quiero que hagas nada que no quieras hacer. ¿Quieres subir?

-no, la verdad es que no. No me siento cómoda en esas fiestas.

Tony se sintió culpable por jamás darse cuenta de cómo había estado presionando a su hija.

-¿mucho rosa?

-sí, como en mi pieza—escondió el rostro en su pecho—

Le vino a la mente una imagen de la pieza de su hija, llena de cosas peludas, cojines, peluches y muchos lienzos color pastel.

-¿sabes cuál será mi regalo de cumpleaños para ti?

-¿la fiesta de arriba?

Tony rió.

-no. Mañana mismo re-modelaremos toda tu habitación, a tu gusto y con las cosas que quieras tener en ella.

La sonrisa eufórica de su hija le agregó diez años más de vida a su corazón.

-y hoy… nos quedaremos aquí todo el día, arreglando el auto favorito de tu abuelo, ¿Qué te parece?—se levantó, aún abrazándola, tomó una de las cajas de herramientas y emprendió su camino hacia el auto, con su hija aferrada a él como siempre debió ser.

-hay que avisarle a tu madre…

-mamá siempre sabe cuando estoy aquí—le confesó Samantha—ella me avisaba cuando debía irme o cuando podía venir.

Definitivamente Pepper estaba mucho más avanzada que él en esto de la paternidad.

-Ella se encargará de la fiesta, siempre se encarga de las mías en todo caso. ¿Lista para divertirte, Sami?

-y ahora que estamos con esto de la honestidad—dijo la niña, mientras se colocaba unos guantes pequeños que tenía guardados en su bolsillo, se recostó en la plancha de metal con ruedas y se metió debajo del auto para examinar el motor.

Así que esa era la razón por la que últimamente terminaba más rápido sus trabajos automotrices. Y todo este tiempo echándole la culpa a Dummy

-odio que me digas Sami—la voz amortiguada escapó de debajo del auto. Sentía como si no conociera a su propia hija. Pero estaba muy emocionado por comenzar—

-¿Cómo debo llamarte?—toda la escena un leve deja vu de cuando había obligado a su padre comenzar a llamarlo Tony, en vez de Anthony.

-Sam—se deslizó para afuera y sonrió—simplemente Sam.

Podría ser que después de todo, le agarrara el "pulso" a esto de ser padre.