Horcrux

Por Muinesva


Disclaimer: El potterverso le pertenece a J.K. Rowling.

Este fic ha sido creado para los "Desafíos" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".


Nota: Este fic en una respuesta al Desafío 4, "Lista de Objetos Mágicos". En tres capítulos debo mencionar tres objetos que me fueron asignados. Éstos son Guardapelo de Slytherin, Polvos Flu y Sombrero Seleccionador. No los mencionaré en orden, pero dentro del texto estarán representados en negrita y cursiva.


I

—Quiero que vayas a ver a una mujer que tiene ciertos objetos que me interesan bastante —le dijo el señor Burke—. Se llama Hepzibah Smith, te espera a las cinco.

Tom levantó la mirada del viejo cofre que había estado examinando, asintiendo brevemente ante las palabras de su jefe. El señor Burke le dio un pergamino con la dirección y se fue a la trastienda. El joven le echó una corta mirada al trozo de pergamino memorizando su contenido y luego observó distraídamente por la ventana. Era un día frío y oscuro. La nieve había cubierto gran parte del callejón y ahora se amontonaba lentamente en los alféizares de las ventanas.

Cuando Tom se apareció cinco minutos antes de lo previsto en la calle donde se encontraba la casona de la señora Smith, pensó que debería actuar metódicamente, sin dejar que la emoción que sentía por recuperar un objeto que le pertenecía por derecho arruinara la ocasión. El señor Burke le había hablado brevemente sobre la mujer a quien iba a visitar, y le comentó sobre ciertos objetos que quería recuperar y que esperaba ella los vendiera. Pero nada le había llamado más la atención que el hecho de que el hombre mencionara un antiguo medallón que había comprado a una andrajosa mujer que parecía haberlo robado hacía casi veinte años y que había vendido a un elevadísimo precio a Hepzibah Smith. Tom supo entonces que aquella mujer que había aparecido en la tienda tratando de vender un tesoro era su madre.

El joven caminó hasta la dirección exacta con el borde de la túnica arrastrándose por la nieve recién caída, misma que brillaba sobre sus hombros. Una vieja elfina le recibió en cuanto golpeó la aldaba de la puerta, diciéndole con su chirriante voz que le siguiera, tras conocer el nombre del chico. Avanzó detrás de la criatura por pasillos hasta llegar a un salón que podría parecer amplio de no ser por la multitud de objetos que lo inundaban. Y sentada en el sillón más grande al fondo de la sala estaba la mujer más gorda que había visto en su vida. Ella lo miró con los ojos muy abiertos y luego esbozó una ancha sonrisa soltando una risita tonta. Tom hizo todo lo posible por no dejar entrever su desagrado.

—Así que el señor Burke te envía a ti, muchacho —dijo la mujer ladeando la cabeza sin borrar una sonrisa que pretendía ser coqueta—, creo que por primera vez me agradará hacer negocios con él —extendió su regordeta mano en una clara invitación a que el joven la tomara.

—Es un placer conocerla al fin, señora Smith —habló Tom cortésmente, cogiendo la mano de la mujer y rozándola con sus labios—. El señor Burke me habló mucho de usted.

—Oh, no muchacho, soy señorita Smith —dijo ella jovialmente en cuanto el chico soltó su mano—. Y por favor, llámame simplemente Hepzibah.

La mujer dejó de hablar pero la enorme sonrisa que surcaba su rostro no desapareció, sino que se hizo más ancha hasta el punto de estrechar demasiado sus ojos, convirtiéndolos en unas delgadas líneas surcadas por numerosas arrugas. Pero en contra de lo que pensaba realmente, Tom esbozó una encantadora sonrisa y unió las manos por detrás de su espalda.

—Hepzibah, entonces —dijo suavemente—. Mi nombre es Tom Riddle.

Hepzibah suspiró sin dejar de sonreír e indicó al joven que se sentara mientras ordenaba a la elfina traer el té. De unos segundos ésta apareció con una bandeja y la colocó en la mesita al frente de la mujer, que no dejaba de soltar risitas nerviosas, incluso mientras tomaba su té a pequeños sorbos. Tom, en cambio, deseaba irse cuanto antes de aquel lugar y no tener que soportar a tan insufrible mujer. Esperaba, por su bien, que dejara de sonreírle de aquella manera.

—El señor Burke me ha dicho que…

—Oh, claro —interrumpió ella haciendo un gesto con la mano restando importancia al asunto—. Le envié una lechuza al señor Burke diciéndole que quiero venderle unas cosas. Veo que no ha perdido tiempo en enviarte, seguramente creyendo que por fin le vendería mis más preciados tesoros.

—¿Tesoros? —preguntó Tom respetuosamente, tratando de no parecer demasiado interesado.

—Así es —confirmó Hepzibah con evidente orgullo—. Lo que ves aquí —trazó con la mano un amplio círculo a su alrededor, señalando lo que les rodeaba—, no son más que baratijas comparadas con lo que tengo guardado.

Tom se inclinó ligeramente hacia adelante y trató de establece contacto visual con la mujer.

—Y esos tesoros de los que habla, ¿puedo saber de qué se tratan?

—¡No tan deprisa, muchacho! —exclamó ella, riendo con ganas, muy divertida ante la curiosidad de Tom— Ahora solo quiero ocuparme de los asuntos que son prioritarios.

—Por supuesto —asintió Tom cortésmente, a pesar de que un instante atrás tenía los dientes apretados por la ira que empezaba a sentir ante la negativa.

—Bien, Tom, déjame enseñarte lo que quiero vender.

Hepzibah volvió a llamar a su elfina y le ordenó traer los objetos. Al cabo de un momento regresó empujando con todas sus fuerzas un baúl, sobre el cual reposaban algunas pequeñas cajas.

—Gracias, Hokey. Veamos éste primero —cogió un paquete amorfo de la pila de cosas y lo sostuvo entre sus manos casi con miedo—. Esto es un espejo de mano del siglo XVIII, sobre él pesa una maldición. Todo aquel que vea su reflejo en él envejecerá cincuenta años en unos segundos.

Tom elevó las cejas con fingido interés.

—Pero imagino que usted no se ha visto en él, ¿cierto? Se ve tan joven… —halagó Tom en un intento por ganarse aún más las simpatías de la mujer.

—Oh, tú, muchacho adulador —dijo ella soltando risitas tontas y sonrojándose—. Y tienes razón, no me he visto en él. Se lo regalé a mi sobrina preferida hace unos meses, ella estaba aquí cuando lo abrió y yo vi con mis propios ojos como ella iba arrugándose como una uva pasa al verse en el espejo —suspiró pesadamente meneando la cabeza—. Pobre chica. Iba a casarse el mes que viene, pero ahora se ha ido a un monasterio muggle —chasqueó la lengua y dejó el espejo en la mesita del té y cogió una caja musical—. Ésta caja reproduce una melodía somnífera. Quien la escucha no despierta jamás.

Hepzibah le mostró una antigua caja de madera, ricamente decorada y con una elaborada llave lateral. Tras enseñarle diversos objetos más, cada uno más raro que el anterior, la bruja por fin señaló el baúl. Éste presentaba unas manchas oscuras en el borde superior, cerca a la tapa.

—¿Ves las manchas? —preguntó ella— Es sangre. Se supone que este baúl tiene algo así como la maldición del ladrón. Si un intruso revisa el baúl, éste no lo reconoce como propietario y se cierra solo, cortando las manos, o en ciertos casos la cabeza del curioso.

—Tiene usted muchos objetos malditos, Hepzibah —dijo Tom elevando una ceja y sonriendo de medio lado.

—Oh, Tom, no es lo que crees —dijo ella soltando un risa—. La gente me regala cosas, compro algunas porque me gusta su aspecto, o encuentro algo en el desván. Por supuesto, otras personas prueban por mí sus propiedades, aunque a veces hay desafortunados accidentes —se encogió de hombros—. Nunca se es demasiado cuidadoso. Por eso tengo muchos otros objetos de los cuales no investigué sus propiedades.

En ese momento se oyó un estruendo que resonó por toda la habitación. Tom llevó la mano a la varita automáticamente, pero Hepzibah soltó un suspiro de cansancio.

—¡Hokey! —llamó— ¿Otra vez la armadura?

—Sí señora, pero ya lo arreglo todo —chilló de manera ahogada la elfina, como si estuviera bajo unos escombros.

—Hokey suele tropezar con una vieja armadura hecha por duendes —explicó ella a Tom—. Eso me hace recuerdo que también quiero venderla. No la necesito.

—Bien, informaré de todos estos objetos al señor Burke y vendré a verla la semana que viene.

—Pero Tom, no has tomado nota de nada —se sorprendió la mujer dejando su taza de té en la mesilla, sin dejar de extender el meñique.

—No se preocupe, recuerdo todo de lo que hemos hablado.

—Así que aparte de apuesto, resulta que eres muy listo —elogió guiñándole un ojo, que más bien pareció un tic nervioso —. Me atrevo a decir que en Hogwarts el Sombrero Seleccionador te colocó en Ravenclaw.

—Siento contradecirla, pero mi casa fue Slytherin —habló él con un deje de orgullo en la voz.

—Oh, bueno, seguro fuiste el mejor de tu clase.

—Así es, Hepzibah —asintió levemente.

—Nada de falsa modestia —sonrió ella, moviendo un dedo regordete en dirección del chico—, me gustas, muchacho.

La mujer fijó su mirada en un cuadro colgado en la pared lateral, que representaba a una joven rubia con un cesto en las manos lleno de flores, paseando por un campo lleno de girasoles. Hepzibah suspiró con añoranza y habló sin mirar a Tom.

—Hace tanto tiempo que nadie me regala flores, ¿sabes querido? Me gustan mucho, Tom, sobre todo las begonias.