Disclaimer: BBC de la BBC, qué le vamos a hacer.
N.A: Pienso acabar esta historia aunque me cueste la vida. Tenía un croquis de plotline, tenía siendo el verbo importante; supongo que tendré que esforzarme y volver a sacarlo. Disfrutad de la actualización y como siempre si veis algo raro/mal o demás decirme ;P
El pasillo hacia resonar sus zapatos mientras corrían hacia la casa del bedel. Anexa al edificio del instituto Jim había dicho que estaría abierta, que al hombre se le habría olvidado pasar la llave con con las prisas. De ahí solo tendrían que salir por la puerta principal a la calle.
Jim tomó el pomo para hacerlo girar mientras Sebastián vigilaba por encima del hombro.
—Esta cerrada.—Creyó no haberle oído bien y puso cara de confusión, Jim tuvo que aclarárselo.—Que esta bloqueado.
Cerrado, Jim giró la cabeza para mirarle y los dedos soltaron la manilla como si le doliese tocarla, Sebastián no apartaba la vista del pasillo intentando asimilar la información.
—¿Qué hacemos ahora? ¿Por dónde salimos?-Dijo, el estómago le había dado un vuelco y la por primera vez fue consciente de la nuez en su cuello.— ¿¡Cuál es el plan B?!
—No hay plan B.— Contestó Jim con rostro inexpresivo, miraba un punto fijo de la puerta.
—¿Cómo que no hay plan B? Tiene que haber otra salida que no este cerrada, ¿quizás alguna de emergencia?
Tardó en responderle, más como si le hubiese costado oírle que porque estuviese pensando.
—No, están conectadas a la alarma, todas dan al patio, no seremos capaces de cruzarlo sin que sepan quienes somos.
—Mierda, mierda… ¡Mierda!—Cerro en un puño el flequillo, miraba a Jim esperando una de sus ideas brillantes. Pero a Sebastián el pasillo le resultaba enorme y oscuro podía oír las pisadas fantasmas del bedel acercándoles aunque no estuviese allí.
Con las manos agarrotadas, tomó a Jim de la parte superior del brazo y le zarandeó. Sentía a su amigo sacudiéndose bajo el abrigo cuando lo arrastró corriendo de vuelta al baño de chicas. Abrió la puerta de una patada e hizo rebotar a Jim contra la pared, entre los tubos de la cisterna y la esquina, donde media hora antes Sebastián se había encogido.
—No hay salida…—Farfullaba Jim, que apenas había recuperado el equilibrio, los ojos seguían grandes y fijos.
—Siempre hay salida—Pero no estaba tan seguro, la cabeza le daba tumbos cuanto más pensaba como salir de allí y Jim no estaba ayudando tampoco, mirando la pared del baño como un catatónico.
Se oyó una oleada de pasos acompañada de coro de voces que cruzaban el pasillo. Sebastián podía oírlos a través del muro y del amplio baño donde estaban escondidos, miró extrañado a Jim.
—¿Cómo ha llamado ese tipo a la gente tan rápido? ¡Si hubiese ido a llamarlos desde su casa nos habría cazado frente a la puerta!
—Tiene un teléfono móvil.
—¿Un qué?-Soltó una risa ahogada—Sera coña… ¿cómo va a tener el jodido conserje un móvil?
Jim sacudió la cabeza, ahora le miraba molesto, era mejor que la mirada ausente.
—¡Y a mí que me preguntas! Pues lo tiene, yo que sé, lo tiene. Sebastián, mira que eres idiota te pones a divagar sobre el portero mientras estás atrapado, menos mal que tus padres no tienen ninguna esperanza en ti.
—Vete a la mierda— Vigilaba la puerta principal del baño a través de la rendija, esperando que se abriese en cualquier momento. Debían salir ya, pensar, tenía que pensar en algo viable. Solo se el ocurría salir por una ventana del lado que daban a la calle, todas las del piso inferior tenían rejas, pero no las del primer piso—¡Saltaremos!
—Si saltamos desde un primero acabaremos con una pierna rota.
—No, podemos probar desde el laboratorio de química, esta desnivelado y habrá menos altura. Nos descolgamos de ahí hasta las rejas de la parte de arriba de la ventana de abajo y luego solo quedará un saltito a la calle.—Jim le respondió con muy mala cara y la nariz arrugada, Sebastián reprimió una risa mientras abría la puerta con suavidad.—No hay otra alternativa, venga.—Pero Jim seguía hundido en el fondo y no daba señales de moverse.—Saltaré yo primero y desde abajo te ayudo, puedes caer a mis brazos.
Ahora sí que estaba ofendido, aunque al menos dio señales de moverse.
Los pasillos seguían oscuros, los indicadores verdes de emergencia en las puertas eran la única luz que les guiaba. Sebastián iba la cabeza, comprobando las esquinas para no toparse con sus perseguidores, la sangre se amontonaba en sus oídos y creía oír la corneta de los cazadores a sus espaldas.
El laboratorio de química era naranja gracias al alumbrado público que se colaba por las ventanas, la luz al final del túnel. Jim cerró la puerta sin hacer ruido, Sebastián abrió la ventana con un chasquido y el frío entró con fuerza.
A través del ventanuco en la puerta cruzó el haz de luz de unas linternas y a Sebastián le volvieron a entrar palpitaciones aunque, pasaron de largo. Jim se le acercó a la carrera, tenía la respiración acelerada y una expresión que no supo identificar. Sebastián puso uno de los pies en el borde de la ventana, inseguro de si sería capaz de llegar a las rejas de abajo sin soltarse de agarre a la ventana de arriba.
—Llegas, dame tu antebrazo.—Jim le miraba con determinación y Sebastián se sintió estúpidamente seguro para tener medio cuerpo fuera de una ventana a un primer piso de altura. Se remangó la chaqueta para dejar que le agarrase; sus dedos estaban helados, más incluso que la noche que les rodeaba. Sebastián pudo deslizarse pegado a la pared mientras Jim sujetaba parte de su peso, contuvo la respiración hasta que las rejas del piso bajo estuvieron bajo sus deportivas. Era inestable, aunque como tenía equilibrio pudo mantenerse. Sabía que estaba cerca del suelo, así que los dedos de Jim le abandonaron y saltó.
Sebastián cayó bien, a pesar de haberlo hecho de espaldas y del hielo en la acera.
Jim estaba colgado de ventana, pero su estatura no le dejaba llegar a apoyarse en las rejas como él había hecho, a parte de que dudaba sobre si Jim lograría mantener el equilibrio sobre ellas. Así que Sebastián volvió a encaramarse a la ventana, hasta poder tocar uno de los tobillos de su amigo, agarrándole dio un pequeño tirón hacia abajo. Jim y su orgullo manteniéndose firmes en no querer ser ayudados, aunque al intentar moverse perdió el equilibrio y gracias a que Sebastián seguía justo debajo puedo agarrarle.
Esta vez la toma de tierra no fue tan limpia y acabaron chocando contra el suelo, Sebastián había amortiguado el golpe de Jim que encima de él respiraba atropelladamente.
Mitad sentados, mitad caídos de la nada en mitad de la calle, empezaba a llover débilmente y se estaban mojando. Pero estaban fuera, habían salido y Sebastián tenía ganas de reír. Jim se levantó en cuanto recuperó la sensación espacial.
—Venga, todavía nos pueden agarrar.—Dijo mientras le tendía la mano para que se levantase. Doblaron una esquina a paso rápido y cuando estuvieron a dos calles de distancia Sebastián se permitió parar. Era el momento de compartir las sonrisas triunfales pero Jim no parecía feliz. Lucía más que disgustado mientras intentaba seguir caminando.
—¿Qué ocurre?—Había esperado por su parte que rebosase de felicidad, como tras la pelea del pub, como tras haber robado para él aquel químico; no esa indiferencia, Sebastián quería verle de nuevo brillar como aquellas veces.
—Nada, ¿Qué va a pasar?
—Acabamos de destrozar media escuela y escapar exitosamente. ¿Por qué no estas riéndote como un maníaco?
El silencio era pegajoso, Jim parecía no querer mirarle al contestar.
—Calculé mal.
—No, para nada, ha sido genial.
—Hemos tenido que saltar por una ventana.
—Bah, solo un poco de improvisación y hemos salido bien.—Jim arrugó la nariz y miró las palmas de sus manos, donde estaban raspadas. Se las llevó a la boca y empezó a arrancar la piel levantada pero aún viva con los dientes.
—No me gusta improvisar.—Dijo mientras una tira de piel demasiado elástica hacía que saliese sangre al intentar quitarla. Sebastián le dio un manotazo para que lo dejase y a la vez le agarró de la nuca empujándolo hacia si, hasta que ambos costados estuvieron pegados.
—Solo imagina la cara de todos mañana, del claustro de profesores, mejor aún imagina la cara del director, va a tener que tirar esa asquerosa mesa de roble que tanto le gusta y transcribir un montón de expedientes.— Dijo Sebastián mientras volvían a emprender el paso—¿Y el pasillo de vitrinas? Que ganas tengo de ver qué es lo que van a enseñar ahora a las "eminencias" que nos visitan.
Hizo que Jim recuperase una sonrisa, algo temblorosa y Sebastián pensó que quizás era una de las más sinceras que le había visto. Pronto se tornó en una más afilada por las esquinas, cuando añadió
—Sobre mañana, Seb. Recuerda no estar muy contento y no saber nada.
—Amén.