Como soy una persona de brillantes ideas, se me ocurrió escuchar una playlist de Percabeth. Lo que no esperaba (ingenua yo) era llenarme de tantos feels, especialmente con la canción I Will Follow You Into The Dark de Amy Millan. ¿Resultado? Acabé escribiendo esto. Spoilers: Sólo sirvió para darme más feels.

Disclaimer: Tanto Percy Jackson y los Dioses del Olimpo como Héroes del Olimpo no me pertenecen, ambas sagas son del horrivilloso Rick Riordan. De todas formas, no tengo el corazón para hacer sufrir tanto a mis personajes.

¡Disfruten! También pueden llorar, como prefieran.


Annabeth suspira con inusual tranquilidad al sentir el peso de Percy entre sus brazos.

No lo registra conscientemente, pero su propio cuerpo protege con ahínco la zona donde se encuentra su talón de Aquiles. Con los ojos cerrados, apoya el mentón sobre su mata de pelo negro —siempre revuelta— y deja que todos sus otros sentidos se centren en el vaivén regular de la respiración de su novio. Su nariz se llena de inmediato con el aroma a brisa marina.

Es, en cierto modo, bastante inquietante el tener este momento de paz.

Le provoca un sabor agridulce en la boca, de hecho. No sabe si será un sexto sentido divino o simplemente una consecuencia de no tener días normales, pero no se puede quitar la sensación de que esta tranquilidad no es nada más que una despedida encubierta. Y mientras más lo piensa, más sentido tiene.

Es sólo cosa de ser racional y sumar dos más dos: Percy no puede dejar de ser quien es —un semidiós demasiado poderoso—, y las probabilidades de que todo salga terriblemente mal de un momento a otro son tristemente altas. Y si no es él quien algún día se va a ver superado por las circunstancias, será ella.

Annabeth frunce el ceño al darse cuenta de cómo su tren de pensamiento ha avanzado más rápido de lo que ella quisiera. Una de las desventajas de ser hija de Atenea.

Cierra un poco más el abrazo alrededor de Percy de forma protectora; él se remueve entre gruñidos y su mejilla acaba apoyada sobre uno de sus brazos. Le escucha murmurar algo parecido a "Beth" y nota que busca su mano con el ceño fruncido. Ella ríe —para su propia sorpresa— y se la ofrece.

Su mano está cálida. Esta señal inequívoca de vida le pone contenta.

—No me vayas a babear —le advierte.

Él asiente, más dormido que despierto. Annabeth no sabe si reír o llorar con la forma tan sencilla que a veces Percy tiene para ahuyentar sus preocupaciones. Con él no es demasiado difícil creer que es posible vencer al destino trágico; aunque sean sólo ellos dos, espalda con espalda, contra todo un ejército.

Aunque acabaran cayendo al final, lo harían juntos.

Eso siempre es un consuelo que aliviana un poco el peso en su corazón, pues, tan negra como la situación sea, tiene esta certeza.

Ha construido algo permanente.