Disclaimer: Los personajes son propiedad de Meyer, la historia es de mi imaginación.

Summary:

"Edward Cullen, el jugador de fútbol más exitoso tiene una vida bastante complicada con un revoltoso niño de cinco años. Lo que menos necesita ahora mismo es esa atractiva mujer que llegará a controlar su carrera y probablemente su corazón."


—No, no puedo soportarlo más. Es un completo desastre. — gritó con desesperación aquella anciana señora de cabellos canosos y revueltos. Una gota de sudor escurría por su sien gracias al enojo que tenía.

—Por favor. — Suplicó una vez más aquel hombre desesperado. — Por favor, señora Henry, deme otra oportunidad. Es la última.

—Eso fue lo mismo que dijo hace dos semanas, señor Cullen — repitió al momento en que metía toda sus cosas en su enorme maleta forrada de terciopelo color rojo.

—Se portará bien… es un niño de cinco años, ¿Qué se puede esperar de él?

—Muchas cosas mejores. Es un niño de casi seis años. — alegó la señora. — Hay niños con bastantes buenos modales y su hijo no es uno de ellos, señor Cullen. Yo ya no lo soporto más. Usted ha llegado a mi límite. Ese niño no tiene ningún remedio.

—Por favor, le duplicaré el sueldo — la siguió mientras ella se dirigía hacia la salida de la enorme casa lujosa. — No se vaya, por favor.

—Mucha suerte en encontrar otra niñera, señor Cullen — dijo con bastante enojo, sintiéndose ofendida por lo que ofreció y cerró la puerta en las narices mientras ella desaparecía por completo.

Estaba jodido.

La señora Henry era la sexta niñera en dos meses que salía definitivamente de la lujosa casa de Edward Cullen sin mirar atrás. Ella era la única que pensó que su hijo podría tener una segunda oportunidad y portarse de una buena manera, era por eso que hacía dos semanas atrás volvió a aceptar el trabajo, pero ahora… ya no servía de nada porque se había dado cuenta de que aquel niño no iba a mejorar.

Niklaus, el pequeño hijo del gran jugador de futbol soccer, Edward Cullen, de cinco años era el niño más odiado por todas las personas mayores, especialmente por su mal comportamiento. Era un niño bastante travieso, no había nada con lo que se le pudiera parar ni siquiera un poco, nada. Nadie sabía de donde sacaba todas esas ideas y energías para poder lograr poner a cualquier persona de nervios. Su tío Emmett, el esposo de Rosalie, la prima de su padre, decía que probablemente se fumaba un poco de droga para poder tener esas ideas.

Edward frotó su rostro con sus manos de manera cansada y con frustración al saber que otra vez se habían quedado sin una niñera para el pequeño diablillo. Al darse la vuelta se encontró con una pequeña figura, con una cabeza con cabellos dorados desordenados, iguales a los suyos. Esa pequeña figura estaba sólo vestida con un short de playa con un muñeco de Mickey Mouse estampado en él. Sus enormes ojos azules lo miraban con cierta travesura y su sonrisa era maliciosa.

Él sabía lo que acababa de pasar.

— ¿A dónde fue la señora Henry? — preguntó el niño de cinco años y medio con fingida inocencia mientras caminaba hacia el lugar donde estaba su padre. Su rostro estaba lleno de lodo al igual que su cuerpo, su cabello estaba húmedo y cada vez que daba un paso dejaba unas huellas de lodo aun teniendo los pies desnudos.

— ¿Qué fue lo que le hiciste esta vez, Klaus? — Edward lo miró de mala manera pero a él no pareció importarle para nada el cómo lo estaba mirando.

—Nada. — se encogió de hombros — Leí en internet algo acerca de que las pastillas de los ancianos son buenas para los peces.

Lo miró con incredulidad y en el rostro del niño se formó una sonrisa aún más amplia, donde sus hoyuelos se marcaban en su rostro sonrojado. Cuando llegó hasta a Edward, sacó su teléfono de su bolsillo y se sentó en el blanco y reluciente suelo.

—Tú apenas y puedes leer, ¿Por qué estarías visitando ese tipo de cosas?

Ni siquiera entendía porque intentaba hablarle sobre el tema cuando en realidad eso no estaba funcionando en nada desde los últimos dos años. Desde que hacia cumplido tres, Niklaus se había vuelto un completo remolino que destruía todo a su paso. Todos los adornos de cerámica moderna que Elizabeth Cullen, la madre de Edward y abuela de Niklaus se había dedicado a colocar en los estantes se habían roto de manera accidental.

Nada funcionaba en ese lugar.

—Los peces parecían enfermos. — dijo de manera distraída.

—De modo que decidiste darle el medicamento de la señora Henry, ¿no?

—Exacto — me apuntó con su dedo con una uña llena de mugre. El adulto suspiró y sacudió la cabeza, sin tener nada que decir. — Eres listo, papá.

Lo levantó del suelo con bastante facilidad, tomándolo de los brazos hasta colocarlo a su altura. Sus sucios pies estaban colgando sobre el suelo pero lo suficientemente alejados de la camiseta blanca estúpidamente costosa de Edward. El azul de sus ojos estaba bastante brillante ahora mismo, sus ojos, además de estar enmarcados por unas largas pestañas estaban decorados también con varias manchas de lodo sobre ellos.

—Escúchame bien. Debes controlarte, ¿entiendes? No puedes deshacerte de todas las niñeras que contrate solo porque no te agradan. Yo necesito de ellas para que te cuiden mientras trabajo, entiéndelo.

— ¿Cómo sé que ellas no son una de las mujeres que trajiste a la casa para presentármela y después te besa? — sus cejas, del mismo color que su cabello, casi se juntaron cuando su ceño se frunció.

—Porque cuando traigo a una niñera te digo que realmente va a ser tu niñera. No puedes estar en la casa tú solo desde que llegas del colegio hasta que yo llego de trabajar.

Edward intentaba sonar razonable pero el pequeño se estaba poniendo difícil. A los cinco años ya podía comenzar a entender bastante bien lo que le estaban diciendo y podía hacer un esfuerzo por tratar de ayudar con las cosas.

—Por favor, Niklaus. Haz un esfuerzo, ellas no te molestan en nada, sólo están aquí sentadas mirando la televisión o buscando alguna otra cosa que hacer. Solo se aseguran de que comas y estés bien.

—Entonces no trabajes. — Esta vez su tono de voz era de reproche. En sus labios tenia formado un puchero que derretía a cualquier persona pero Edward estaba comenzando a ser inmune a él. Sus ojos comenzaron a aguarse pero parpadeó varias veces para alejar las lágrimas porque tenía un gran orgullo como el de su padre.

Edward suspiró una vez más y esta vez lo pegó a mi pecho sin importarle saber que la camiseta estaría completamente manchada de lodo y otras sustancias extrañas que probablemente se había adherido cuando estaba en el patio con el césped.

—Tengo que trabajar, pequeño, si no trabajo entonces no tendremos nada de dinero y no podremos vivir en esta enorme casa, con muchos juguetes y no comeremos. — Le explicó con toda la paciencia que tenía. — Gracias a mi trabajo más personas tienen trabajos, siempre es así.

—A mí no me importan las personas.

—Deberían de importante. También, gracia a ellas yo tengo mi trabajo, ya sabes cómo funciona.

—Yo no quiero trabajar como tú lo haces cuando sea grande.

—Creía que también querías ser futbolista.

Sus manos, igualmente sucias que todo su cuerpo, se posaron sobre el rostro de Edward, apartó varios mechones de su cabello que caían sobre su rostro y acercó el suyo con bastante delicadeza hasta que sus narices se tocaron, un gesto que al pequeño le gustaba realizar con nadie más sólo con su padre. Sus ojos azules estaban brillando de nuevo pero esta vez lo hacían por las lágrimas.

—Perdóname, hijo, pero tengo que hacerlo. Si no lo hago ya sabes lo que va a pasar y necesitamos de alguien que te cuide.

— ¡No! ¡Yo odio que me cuiden! — Gritó, poniéndose aún más rojo del rostro por la ira — ¡Yo quiero estar contigo! ¡Tú puedes cuidarme!

—Niklaus…

— ¡No! — Las pequeñas manos sucias del niño de apartaron de manera brusca del rostro de su padre y comenzó a retorcerse en sus brazos. — ¡Suéltame! ¡Suéltame, te digo! — Intentó desprenderse de los enormes brazos que aún lo rodeaban — ¡Suéltame, Edward!

Lo observó hacer su berrinche durante un largo rato. Él se veía realmente enojado, las lágrimas allí seguían sin derramarse. Estaba confundiendo su tristeza con coraje y Edward no podía hacer nada al respecto, ni siquiera intentar hablarlo porque hablar con él era como hablar con la pared.

Edward se agachó y lo colocó en el piso de nuevo pero sin soltarlo por completo, impidiendo que corriera lejos de ese lugar.

—Oye, escúchame — Le llamó sin recibir una respuesta de su parte. — Niklaus, escúchame, Hey. — el niño de cabellos dorados alzó la mirada hacia su padre cuando su voz sonó dura. — No puedes enojarte por algo que ya hablamos, Niklaus. Por favor, no vuelvas a hacer el mismo escándalo. ¿Entiendes?

—No, yo no entiendo, no quiero otra niñera.

—Es una lástima, porque vas a tener una niñera al final del día y vas a tener que hacer todo lo que ella te diga a menos que te quieras quedar en la escuela hasta que yo salga de trabajar.

— ¡No! — se zafó de los brazos de su padre con un movimiento brusco. — ¡Te odio! ¡No quiero niñera!

Se separó dos pasos de él y observó como lanzaba el teléfono celular contra la gran ventana que estaba justo al lado de la puerta. El sonido resonó por toda la casa y su mirada era desafiante. No había ninguna pizca de arrepentimiento por su parte, después de eso, se alejó corriendo de donde estaba su padre, desapareciendo por el pasillo que daba al jardín.

Edward Cullen frotó una vez más sus manos contra su rostro, sintiéndose completamente vulnerable. Él era la clase de personas que era impotente e intimidante pero carismático frente a las demás personas, eso le hacía llevar muy bien todo tipo de relaciones con la prensa y muchas personas más. Pero cuando se trataba de su hijo, él se sentía completamente indefenso y vulnerable, porque ese pequeño era la única persona responsable de cómo se sentía. En el campo, podía olvidarse de todos sus problemas corriendo, pateando e incluso gritando, pero fuera de allí, debía controlarse porque Niklaus era su prioridad.

Aquel hombre se enteró de que iba a ser padre cuando tenía diecinueve años. Él y su novia, Chelsea se habían enterado de que serían padres. Para los dos fue como un balde de agua fría caer sobre sus cabezas. Ella estaba pensando sólo en vivir el día a día, sin complicaciones ni nada como eso, y entonces, tendría un hijo de aquel chico que era su novio por solo cinco meses. Y él, que estaba enfocado solamente en el futbol y que no lo sacaran del equipo, sería padre.

Ninguno de los dos abandonó los estudios, pero para Chelsea fueron los tres peores años de su vida. Edward comenzó a trabajar en cuanto se enteró, no ganaban las grandes cantidades de dinero pero a regañadientes tenía la ayuda de sus padres, Edward y Elizabeth Cullen. También contaban con la ayuda de los padres de Chelsea. Sin embargo el salario que tenía con los contratos del equipo de Manchester United, era bastante alto si cumplía con su deber.

Edward sabía que lo que tenía con Chelsea no iba a durar mucho y que lo único que los uniría seria aquel niño de ojos azules y cabellos cobrizos. No se casaron, nadie se los había exigido, y tampoco era como si ellos lo hubieran pensado alguna vez.

En cuanto el pequeño niño, con una enorme energía, comenzó a dar sus primeros pasos, Chelsea supo que ese no era su lugar. Ella no lo soportaría mucho más, por lo que tomó la decisión de seguir con el sueño de volverse una modelo. No es como si ella no tuviera todos los requisitos para ser una modelo, lo único que le impedía eso era aquel niño. Sin embargo, cuando le dijo a Edward lo que ella quería, él fácilmente le dijo que podía irse por la enorme puerta de la casa en la que estaban viviendo. Él ya tenía un contrato Manchester United en ese entonces, desde que tenía quince años, mucho antes de que se enterara de que sería padre, Chelsea sabía que Edward pronto sería un gran jugador estrella, incluso una celebridad, pero para eso faltaba un poco y apenas estaba comenzando con las complicaciones, pero no se daría por vencido.

Después de que Chelsea organizara sus cosas durante una semana, sin necesidad de ocultar lo que estaba haciendo, partió de allí a Italia, que era su lugar de nacimiento. Allí se encontraban sus padres, los que la recibieron con los brazos muy abiertos y comenzó una carrera de modelaje, olvidándose del niño y del padre de éste.

Elizabeth Cullen le ofreció a su hijo la ayuda para poder criar al pequeño Niklaus. Edward, orgulloso y bastante enojado por lo que había sucedido, negó la ayuda de su madre y de cualquier otro familiar. Él no lo necesitaba. Inscribió a su hijo en una guardería cuando tenía los dos años de edad. Allí aceptaban cuidarlo mientras Edward estaba en entrenamientos. Sin embargo, se veía obligado a llevar a una niñera cada vez que tenía que viajar.

Muchas veces, los agentes miraban mal y con desconfianza a Edward debido a que siempre cargaba con un niño. Edward daba siempre el cien por ciento de él cuando se trataba de entrenamientos, conferencias, partido de fútbol y ligas, así como campeonatos. Eso era lo que ayudaba a Edward, su compromiso y dedicación.

Cuando Niklaus cumplió cuatro años, comenzó a necesitar aún más a su padre. El pequeño niño lo miraba todas las noches, no había noches en las que él no mirara a su papá antes de dormir. Edward decía que no podía dejar de ver a su hijo uno de sus días porque por él era que estaba haciendo todo ese sacrificio y ajetreo.

Niklaus era la vida de Edward. Edward amaba a su hijo más que a nadie en el mundo.

Desde el nacimiento de Niklaus, Edward nunca tuvo un día libre. Todos los días estaba ocupado con entrenamientos y los otros estaba ocupado enseñando a su hijo alunas cosas y poniendo en práctica lo que al pequeño le enseñaban en preescolar.

Cuando las prácticas se desarrollaban en Los Angeles, llevaba a Niklaus consigo, y para suerte de Edward, a su pequeño le encantaba el futbol casi tanto como a él. El niño era feliz mirando a su padre correr por el campo detrás de la pelota, dando pases, haciendo goles y festejando cada vez que ganaba uno de sus partidos. Cuando el pequeño tenía la oportunidad, tomaba su pequeño balón de futbol y también la pateaba con torpeza.

Ese pequeño era el orgullo de Edward, y ahora que estaba más grande intentaría convencerlo de que todo lo que hacía era por él. Los días no le alcanzaban para muchas cosas pero intentaba hacer lo que podía.

Ahora que Edward era el jugador de futbol número uno nada era fácil. Tenía varios contratos sobre él, pero el dinero les caía por todos lados. No les hacía falta nada más que tiempo. Eso era lo único que ellos pedían. Edward nunca acudió a su madre, pidiéndole de favor que cuidara a su hijo, nunca lo hizo, y no era más por simple orgullo, para demostrarles que a pesar de que no fue responsable de joven, lo era ahora.

Sin embargo, Edward sabía que todo el tiempo que no pasaba con su hijo, lo cual era más de la mitad del día, durante casi toda una semana seguida, era el motivo por el cual Niklaus era así de revoltoso, travieso, grosero y algunas veces egocéntrico.

El número de niñeras que había contratado se perdió en el cuarenta y dos en los últimos cuatro años. Si seguían de esa manera, acabarían con todas las niñeras de América y no exactamente con una muy buena imagen.

Claro que Edward la mayoría de las veces protagonizaba las portadas de varias revistas solo por el hecho de ser una persona bastante influyente. No solo tenía el contrato con el futbol. También tenía su propia marca de ropa deportiva, casual, íntima, e incluso una fragancia. Todo eso lo hacía para asegurarse de su fortuna y pasársela a su hijo y padres.

Edward se levantó del suelo, maldiciendo por lo bajo al ver las manchas de lodo desaparecer en camino por el pasillo de la misma manera que lo había hecho su hijo. Miró con una mueca el teléfono destruido frente a la ventana. Tenía que comprar otro pronto sólo de utilería. De su bolsillo trasero tomo el segundo teléfono, donde tenía los mismo contactos que el primero y llamó a Roch, su agente.

Aquel hombre alto y de conexión delgada tenia cierto poder a la hora de hacer negocios con cualquier tipo de marca u opción que a Edward pudieran darle más fama. Edward le debía casi todo lo que tenía a él. Casi.

Llevaba siendo su agente desde el inicio. Eso ya era bastante tiempo, sin embargo, fuera del trabajo, Roch era un completo asco, gastando todo su dinero en alcohol y varios tipos de vicios que Edward odiaba.

—Hola superestrella, creía que nos veríamos a las seis — saludó con entusiasmo el delgado hombre al otro lado de la línea mientras Edward caminaba al almacén a tomar los materiales necesarios para poder limpiar el desastre que había ocasionado su hijo.

—Sí, sobre eso… cambio de planes.

—Debes estar bromeando.

—Para nada. —contestó el hombre de cabellos cobrizos y frunció el ceño al ver las manchas de lodo. Necesitaba a alguien que limpiara su casa todos los días y no cada dos por semana. — Verás, necesito una nueva niñera para Niklaus, a más tardar al final del día, si no lo tengo, tendré que llevarlo conmigo a los entrenamientos y no es algo que realmente me gustaría hacer.

— ¿Otra niñera, Edward? —exclamó, con escandalo el agente y casi se ahogaba con el cigarrillo que estaba fumando. — ¿Qué paso con la señora Henry? ¿Ya se deshizo de ella? Te recuero que hemos terminado con todas las niñeras de la zona este y noreste de Los Angeles.

Edward rodó los ojos al escuchar lo que él ya sabía.

—Sí tú no me lo dices entonces no me entero. Mira, las cosas están así, si no encuentro una niñera para el final del día entonces el día de mañana no iré a la mierda de las fotos y no me va a importar cuanto nos pagarán. No puedo dejar a mi hijo solo, ya lo sabes.

Roch suspiró con frustración.

—Bien, a las cuatro y media tendrás una serie de niñeras en la puerta de tu casa, tienes hasta las cinco y media para poder escoger a una de ellas.

—Te llamaré después — y entonces Edward colgó el teléfono.

Después de limpiar todo el desastre que había en el suelo, se dedicó a ir por su hijo. El pequeño niño seguía en el jardín, jugando con su pequeño perro, el cual estaba realmente sucio al igual que él. Ellos dos tenían cierta conexión a pesar de que aquel perro tan solo llevara con ellos tres meses.

El niño de cabellos claros estaba sentado justo al borde de la piscina, seguía tan solo con su traje de baño de color azul marino, algo que le hacía resaltar los enormes ojos de color azul. Sus cabellos estaban revueltos y mojados. Había gotas de agua escurriendo por su bronceado cuerpo. Parecía conversar con el perro de estatura mediana, después, su delgado brazo se alzó y lanzó la pequeña pelota de goma tanto como su brazo se lo permitía.

Edward se acercó a él con paso cauteloso. Cuando Niklaus se dio cuenta de que su padre lo estaba mirando, parado justo al lado de él, alzó la mirada sin ninguna expresión en el rostro.

Niklaus estaba enojado, y cuando Niklaus estaba enojado no mostraba ningún sentimiento, se dedicaba mirar de manera inexpresiva. Su inexpresión era bastante para ser tan solo un niño de cinco años sin noción de muchas cosas a su alrededor.

— ¿Qué quieres? — le preguntó a su padre de manera brusca.

Edward fue a sentarse a su lado con bastante agilidad. Se colocó frente a él, ya que la espalda de su hijo estaba dando hacia la piscina y si lo empujaba tan sólo un poco entonces el caería al agua, que era bastante fresca para ser primavera.

—Quiero hablar contigo — le respondió el padre con voz de persuasión. Algunas veces le causaba bastante gracia el hecho de que su pequeño hijo tomara actitudes de gente adulto.

—Toma un papelito y espera tu turno.

—Esa no es una manera agradable de tratar a tu padre.

—No me importa. — Contestó con enfado y sus pequeñas manos se cerraron en puños, hasta que sus nudillos quedaron de color blanco. — No quiero otra niñera, papá.

Edward suspiró una vez más al escuchar las palabras de su hijo. Él entendía perfectamente que no quería una niñera pero Edward no podía hacer más, aun sabiendo las consecuencias.

—Haremos esto, campeón — un brillo en los ojos de Niklaus se instaló al escuchar a su padre llamarlo de esa manera. — Tendrás una nueva niñera, y esta vez, tú la vas a escoger, ¿Qué te parece la idea? Es eso o yo la escojo.

Niklaus pareció intentar pensar muy bien en lo que le estaba diciendo su padre. Si él tenía la oportunidad de escoger una niñera entonces él tendría la oportunidad de decidir si aquella mujer seria lo suficientemente estúpida como para dejar que él hiciera lo que quisiera. Después de todo, esa enorme casa lujo y costosa era del pequeño, no de la niñera, y ella no podía simplemente darle indicaciones sólo porque su padre no estaba allí, no, cada niñera, además de respetar las reglas de su padre debía respetar las suyas.

—Me parece bien — accedió, dedicándole una angelical sonrisa a su padre, haciéndole saber que todo el enojo que había sentido hacia unos momentos ya se había esfumado.

—De acuerdo — asintió Edward, recostándose en el pasto un poco húmedo pero eso ya no le importaba bastante por su camiseta era un completo desastre. Sintió el peso de su hijo sobre él y cuando abrió los ojos se encontró con su mirada. — ¿Ya has escogido el deporte que vas a practicar?

Últimamente Edward había encontrado un poco de imaginación para hacer que su hijo aprovechara su tiempo y gastara energías en otro tipo de actividades que en estar molestando a las niñeras. Así que le dio varias opciones de deportes para realidad después de la escuela, entre ellas estaba el basquetbol, golf, tenis, karate y beisbol. Esas eran las actividades que el niño podía realizar. El futbol no estaba en esas posibilidades porque el niño lo practicaba con gusto cuando él quería, algo que era casi diario pero lo hacía con su padre en las noches, antes de entrar a la ducha.

Niklaus ya lo había pensado muchas veces y después de una larga decisión, logró saber cuál era el deporte que él estaba buscando.

—Beisbol y karate — respondió con una sonrisa y se sentó sobre el abdomen de su padre, sintiendo el aire fresco recorrer su pequeño torso desnudo. — Quiero esos.

Edward lo miró con los ojos entrecerrados.

—Se suponía que escogerías sólo uno — le dijo con una pequeña sonrisa. Edward volvió a sentir el estremecimiento de su hijo y se sacó la camiseta llena de lodo para poder colocársela encima.

Niklaus sonrió maravillado al verse envuelto con la enorme camiseta de su padre.

—Soy como tú. — dijo con entusiasmo. — Soy igual a ti.

—Eres mucho mejor que yo, campeón — le revolvió los húmedos cabellos y comenzó a preocuparse por él. — ¿Vamos adentro? Te prepararé algo de comer.

En cuanto escuchó eso último, Niklaus se puso rápidamente de pie y espero con anticipación a su padre, que se pusiera de pie y cuando lo hizo, lo tomó de la mano, jalándolo con él a la enorme casa de color blanco y directo a la cocina bastante lujosa y ridículamente grande.

—Mira, papi. — llamó el niño mientras caminaba de vuelta en la cocina, donde Edward estaba ya trabajando en dos enormes emparedados de jamón y doble queso, como les gustaba a ambos. Edward lo miró de reojo y observó que tenía una revista en su mano. — Aquí estás tú.

En aquella revista salía Edward, luciendo bastante atractivo, como lo era en todas las portadas de revista. En esa estaba luciendo uno de los conjuntos de la nueva temporada de su marca de ropa masculina. Niklaus siempre se miraba sorprendido al ver a su padre en una nueva revista pero decía que algún día el saldría allí como él. No es como si el niño nunca saliera en una revista pero lo que Edward quería evitar era que su hijo fuera aún más una figura publica de lo que ya era.

Cuando el pequeño tenía tres años, fue catalogado como uno de los niños más malcriados de Hollywood, algo que Edward intentó tomar con calma ya que todo eso era completamente absurdo.

Después de un partido de futbol den Vancouver, Rosalie McCartney, había llevado a Niklaus a ver a su padre cuando habían obtenido la victoria contra su cuñado, Emmett McCartney. Ellos dos lo tomaban de buena manera, por supuesto. La vida personal era un asunto y lo que era la carrera era otra cosa.

Emmett McCartney, un jugador de Real Madrid de veintiocho años, sólo un año mayor que su esposa Rosalie. Él se destacaba por ser una persona bastante grande en el capo, físicamente, él podría ser una defensa, o por su gran tamaño también podría ser un bien portero, pero él servía bastante como delantero y eso estaba bien para algunos equipos. Las veces que Emmett jugaba en el mismo equipo que Edward era escaso, sin embargo, eran victoriosos debido a la extraña comunicación que tenían Edward y Emmett en el campo.

McCartney, además de caracterizarse por su actitud en el campo: bastante entusiasta y concentrada, era el jugador que causaba más bromas en los vestidores, tanto a su equipo como al equipo contrario. Algo que algunas veces salía bien y otras no tanto. Emmett era una especie de niño pequeño.

Cuando Rosalie llevó a Niklaus con su padre, fue lo mejor que pudo pasarle a ambos en ese entonces. Edward sólo lo había visto desde la noche anterior que lo había llevado a la cama. Pasaron un gran rato dentro del estadio, contestando algunas preguntas y conversando con unas personas más.

Niklaus siempre tuvo y seguía teniendo un estilo para vestirse bastante moderno, casi chocante. Lo que le hacía verse de esa manera probablemente era su porte. Además de verse adorable en ese entonces por ser un niño de dos años, se veía bastante guapo. Sus características y rasgos iguales a su padre le hacían ser uno de los niños más cotizados hasta su edad actual. Ni siquiera los hijo de los Pitt y J-Lo se acercaban un poco a Niklaus.

Cuando salieron del estadio, una multitud de paparazzi los estaba esperando, como era costumbre desde que Edward se hizo reconocer como uno de los jugadores más exitosos del momento. Niklaus se abrazó a su padre, intentando ignorar todos los flashes que le rebotaban en el rostro, pero una vez que ellos lograron molestarlo enserio, Niklaus les mostro su pequeño y bonito dedo corazón, lo cual fue una gran noticia durante una semana, causando controversia con la carrera de Edward y su roll de padre.

Sin embargo, una vez que esa semana pasó y que hubo más apariciones de Edward Cullen con su hijo paseando y jugando en el parque, se olvidaron del pequeño niño grosero, o al menos ya no le daban tanta importancia como antes, algunas veces llegaban a mencionarlo pero no con tanto escándalo.

Niklaus era un niño chocante. Niklaus era un niño cotizado. Niklaus era un niño travieso. Niklaus era un niño inquieto. Niklaus imponía moda cada vez que daba un paso fuera de su casa. Niklaus era un niño manipulador. Niklaus era un niño que imponía órdenes. Niklaus hacia que se cumplieran órdenes. Niklaus era un niño bastante divertido. Niklaus tenía unos gustos y preferencias bastantes caras que solo su padre podía pagar. Niklaus era un niño ególatra. Niklaus era un niño estiloso. Niklaus era un niño bastante adorable y tierno con su padre cuando se lo proponía. Niklaus era muchas personalidades en solo un cuerpo pequeño de cinco años y eso… aunque a su padre le costara admitirlo, le daría muchos problemas y dinero.

— ¿Ah, sí? ¿Y salgo bien? — le preguntó Edward con fingida interés, le acercó el plato que tenía su sándwich y comenzó a devorar el suyo.

—Sí — asintió el niño y le dio una mordida a su sándwich. — ¿Cuándo podré salir contigo en una de estas?

Edward gruñó al escuchar eso. Estaba harto de escucharlo de Roch y su hijo ahora se lo estaba recordando.

—No lo sé, campeón. ¿Tú quieres aparecer en una de esas?

—Sí — saltó el niño y siguió hojeando la revista, saltándose todo lo que había hasta llegar a su padre. — Será divertido.

—Sí, estoy seguro que volverás locos a los encargados del estudio.

Antes de que alguno de los dos pudiera decir algo más con respecto al comentario de Edward, el timbre resonó por toda la casa dos veces. Con una vista al reloj, Edward caminó a la puerta de entrada. Con su hijo sostenido en uno de sus brazos, el cual se había sacado rápidamente la camiseta de lodo. No podía mostrarse bastante sucio frente a alguien con quien trabajaría próximamente.

Al abrir la puerta, Edward se encontró con cinco mujeres. Cuatro de ellas eran sólo niñeras de menos de treinta años y la única que se veía realmente decente, como Edward la quería, estaba mirando a las otras cuatro casi con asco.

Pero, a pesar de las edades y de diferente apariencia, las cinco mujeres se quedaron con la boca abierta al ver a los dos hombres frente a ellas.

El cabello de ambos estaba bastante revuelto, aunque ese era su aspecto habitual ya que ninguno de ellos podía domarlo. Sus enormes ojos de diferentes colores, las estaban mirando con cierto interés. Pero lo que más les distraía era que sus pechos desnudos estaban bronceados. Las cinco mujeres estaban embobadas con aquel torso de Edward muy bien formado, dando a entender que hacia cualquier tipo de ejercicio para mantenerlo firme.

En un momento de cordura, la mujer con más edad miró el torso del niño. ¿Cómo era posible que un niño de cinco años tuviera levemente marcado su abdomen? Se preguntó qué tipo de deportes practicaría y si era bueno o malo.

A Edward le hubiera gustado rápidamente despedir a las cuatro adolescentes que probablemente tenían ya las bragas completamente mojadas, o tal vez, de saber que iría a la casa del joven y apuesto Edward Cullen, ni siquiera se habían puesto bragas. Eso era desagradable.

Pero Edward ahora mismo no podría tener mucha voz ni voto por el trato que había hecho con su hijo. Él escogería a la niñera adecuada para él y entonces las demás se irían. Sin embargo, Niklaus no sabía que tendría el cada número de ellas y cuando él se deshiciera de la niñera que habían contratado, Edward llamaría a la niñera adecuada para su hijo, criticada por él.

—Buenas tardes, señoritas — saludó Edward con una sonrisa ladeada y se hizo a un lado para que pudieran pasar, haciéndole una seña al guardia de seguridad que estaba en la puerta. — Adelante.

Cuatro de ellas, lo miraron de manera embobada y suspiraron al pasar por su lado. Algo que hizo que Niklaus arrugara la nariz con desagrado y abrazó a su padre por el cuello, advirtiéndole de manera silenciosa que no se acercara.

Una vez que las cinco mujeres estuvieron sentadas en los enormes sillones de cuero de color negro que contrastaba con las paredes de un reluciente color blanco; con Edward con una decente camiseta que cubría su fabuloso torso y con Niklaus aun colgado en los brazos de su padre… pudieron empezar.

—Lamento que todo estoy haya sucedido tan rápidamente pero fue algo de último minuto — se apresuró a decir Edward, con la mirada sobre cada una de ellas y después miraba los currículos que tenía en el brazo donde no sostenía al pequeño niño. — Yo soy Edward Cullen, y él es mi hijo, Niklaus — dijo con una sonrisa arrebatadora; esta vez, la niñera mayor se contuvo y puso una expresión profesional. Edward se lamentó de no poder escogerla de inmediato. — Muy bien… ustedes son: Lexie, Stella, Caroline, Jennie, Lily.

Cada una de las mujeres le dedicó una sonrisa mostradora de dientes blancos.

Niklaus arrugó la nariz al verlas a todas allí. Ahora mismo estaba teniendo la etapa de repulsión hacia el sexo femenino a menos que sea alguna de sus abuelas, la abuela Esme y la abuela Elizabeth, él tomaba a la tía de su padre como abuela también, y una abuela muy cercana.

Edward tomó asiento en el sillón de cuero individual que estaba frente a ellas, sin apartar la mirada. Su hijo estaba pegado a él como una lapa. Lo rodeó con los brazos mientras miraba y escuchaba a las mujeres.

—Todo lo que se habla en este lugar, estará bajo un contrato de confidencialidad. Cuando yo les dé el trabajo, ustedes tendrán que guardar silencio, de lo contrario, se les tendrá que hacer una demanda por divulgación de información privada. — Informó Edward con voz firme. Niklaus sonrió maliciosamente al escuchar a su padre.

Las mujeres se vieron sorprendidas ante eso, como cualquiera de las otras que habían trabajado para él. Después de asimilarlo muy bien asintieron, pensando en lo que se estarían metiendo al aceptar o pasar la prueba.

Antes de que alguna pudiera decir algo, Niklaus comenzó a hablar, con su voz infantil que Edward probablemente reconocería en un bullicio de gente.

—Me gusta el futbol, como papá. Me gusta el béisbol, el basquetbol, el tenis y apenas entraré a unas de esas actividades — las miró de manera desafiante — También me gusta ver películas y jugar en el jardín con Jake, mi perro.

—Sobre el horario de comidas y salidas… se les dará una vez que hayan sido escogidas — se encogió levemente de hombros. — Su horario de trabajo será desde que él salga de la escuela, que es a las dos de la tarde, hasta que yo llegue del trabajo que es alrededor de las ocho o nueve de la noche. Si tengo algún partido entonces te avisaré y tendrás que quedarte tiempo extra. Y algunas veces tendrás que acompañarnos cuando salgamos de viaje.

Los ojos de las mujeres más jóvenes se iluminaron al escuchar eso, pensando en las probabilidades que tenían de meterse a la cama de Edward Cullen. Edward supo de inmediato lo que estaban pensando pero no se dedicó a darle importancia.

—Así que… Niklaus — llamó a su hijo y él sonrió. — ¿A quién escogerás?

—Lexie-.

Lexie Jereau. Una estudiante de la universidad de los Angeles, estaba estudiando derecho. Una mujer de cuerpo delgado, con buenas curvas, rubia, de ojos grises y con una cara bastante finita como para ser real.

Niklaus en su mente la llamo "cara de plástico" Algo así como la Barbie que salía en Toy Story.

Aquella mujer, de voz chillona, soltó un pequeño grito. El pequeño niño supo que sería fácil hacerle desesperar, mientras él estuviera tocando sus cosas ella se desesperaría por completo y entonces se iría.

—Muy bien — Edward se puso de pie y las demás mujeres lo imitaron — Ha sido un placer conversar con ustedes — dijo con gratitud y estrechó las manos disgustadas de las mujeres que no habían sido escogidas. — Que tengan buena tarde.

Cada una de las cuatro mujeres que fueron rechazadas desaparecieron de la vista de los hombres de esa casa y se voltearon a ver a la niña rubia que estaba sentada en el enorme sillón de cuero color negro.

—Lexie — nombró Edward. — Empiezas el día de mañana. En la mañana te verás con uno de mis agentes y podrás firmar el contrato de confidencialidad.

— ¡Será un placer, señor Cullen! — chilló, con bastante entusiasmo. Se lanzó hacia a él y le dio un fuerte abrazo, ganándose una malísima mirada por parte del niño. Después se agachó y le dio un fuerte pellizco en sus sonrojadas mejillas — Nos vemos luego, chiquitín.

Niklaus miró con diversión y malicia a la niña salir de la casa, mientras que Edward lo miraba con aburrición y cierto desagrado.

Edward no podía hacer nada porque había hecho trato con su hijo, pensando realmente que, aun después de tener cinco promesas con él, de ese tipo, cumpliría con su palabra. Pero Niklaus ya estaba planeando que hacer con ella el día de mañana.

Cuando se quedaron completamente solos Edward bajó la vista al niño que seguía muy sonriente y comenzó a bailar por el lugar de una manera bastante chistosa.

—De acuerdo, enano, recuerda lo que prometiste — se agachó y lo colocó sus manos sobre sus hombros después de echarle un vistazo al reloj que estaba en el mueble de madera oscura. — ¿Qué te parece si vamos a lavarnos, me acompañas con Roch al estadio y después vamos a cenar?

— ¡Burrito! — gritó el niño con entusiasmo, con su voz resonando por toda la casa.

— ¿Quiere cenar burrito?

— ¡Sí! — exclamó de nuevo mientras subían las enormes escaleras al segundo piso. — Yo quiero burrito.

—Entonces comeremos burrito, pero ahora necesitas quitarte todo ese lodo de tu cuerpo.

— ¿Me puedo bañar contigo?

Edward recordó que el niño cada vez se hacía más grande. Pero era su hijo, el único hijo que tenía pensado tener en toda su vida. No quería tener más, con Niklaus era bastante feliz y le bastaba. Sin embargo, todo lo que su hijo pidiera lo tendría. Era por eso que siempre, a mitad de la noche, iba a la enorme cama de su padre y se colocaba debajo de su brazo extendido.

—Seguro, campeón — revolvió sus cabellos y se perdió en la enorme y lujosa habitación de baño con una enorme bañera al igual que la ducha.

.

— ¡Josh!

El gritó de Niklaus resonó por todo el enorme pasillo cuando distinguió la figura del entrenador a la mitad de este, que estaba conversando con uno de los jugadores del equipo. El niño corrió rápidamente, desprendiéndose de la mano de su padre y se lanzó contra el hombre enorme de aspecto viejo.

— ¡Mi pequeño superestrella! — Le devolvió la exclamación y lo alzó en el aire, causando las carcajadas del niño — ¿Cómo estas, enano? — le alborotó los cabellos aun húmedos por la ducha.

Edward llegó con paso más calmado junto a ellos.

—Muy bien, papá me llevara a comer burritos más tarde — anunció como si estuviera presumiendo algo.

—Creí que Edward tenía prohibido comer grasas este último mes — lo miró con interrogación y el nombrado se encogió de hombros, tratando de zafarse de ésa — No importa, no importa. ¿Estás listo?

—Seguro, ¿están todos en la sala de juntas? No sé qué es lo que quieren hablar ahora.

Josh, el entrenador, sacudió la cabeza.

—No puedo decírtelo, hijo. No serviría de nada que no te lo dijeran antes.

—Como sea — bufó Edward y bajó la mirada a su hijo, que poco a poco se deslizaba de los débiles brazos del entrenador. — La red de pelotas está en el almacén, dile al guardia de seguridad que te ayude y puedes ir al campo a practicar un poco. — los ojos del niño brillaron.

El pequeño de ojos azules volvió a tocar el suelo y se colocó la capucha de la sudadera que llevaba puesta ya que estaba comenzado a ponerse fresco e aire.

—Solo usa la mitad de la cancha, Niklaus — alzó la voz cada vez más cuando el niño se alejaba corriendo de allí directo al almacén.

El entrenador lo miró casi con gesto divertido.

—Nunca dejarás de ser tan sobreprotector con él.

—Así como tú nunca dejarás de serlo con mis piernas.

—Están aseguradas por cuatro millones de dólares cada una, ¿Cómo piensas que debo actuar?

Edward se limitó a negar con la cabeza al escuchar ese comentario y después de darle una última mirada a su pequeño hijo de cinco años se dirigió a la sala de juntas, que estaba casi al otro extremo de la cancha.

Edward no se preocupaba bastante porque su hijo estuviera bien allí en la cancha. Se había enterado de que recién, la habían podado y arreglado para el partido que habría el próximo fin de semana. Además de que la cancha era segura, contaba con varias cámaras de seguridad, así como había varios guardias en cada una de las entradas de las gradas y además antes de entrar al estadio.

Niklaus se llevaba bastante bien con una guardia de seguridad que ya tenía la edad avanzada, ese hombre se mantenía aún más cerca que cualquier otro debido a que Edward le había pedido de favor que lo cuidara cada vez que el niño estuviera jugando solo y Edward estuviera en alguna otra parte.

Cuando Edward entró a la sala de juntas se encontró con Roch, que estaba sentado en el lado derecho de la silla que estaba en la cabecera. No se sorprendió de verlo allí ya que era con él con quien tenía preparada la cita. También se encontró con su asistente de negocios y publicista.

Todo su equipo estaba en ese lugar y le pareció un poco raro estar de esa manera. Normalmente las reuniones de negocios las tenían en algún otro lugar, como un restaurante, entre su agente, asistente de negocios y publicista. Edward intentó no darle tantas vueltas al asunto y fue a sentarse a su lugar luego de estrechar la mano con cada uno de ellos.

—Buenas tardes, señores, Lauren — asintió en dirección a su publicista que, hasta ahora, no se había dado cuenta de que estaba bastante seria. Y si Edward hubiera puesto más atención hubiera notado que ella estaba levemente hinchada, tanto de su rostro como de su barriga. — ¿Cuál es el motivo de esta reunión?

—Bueno, primero que nada, ya has leído el contrato y eso — comenzó Roch. Edward quiso rodar los ojos ante eso.

—Seguro, ¿Qué pasa con eso?

—Pues, Lauren está embarazada de cuatro meses y necesita tomarse el tiempo necesario para estar en reposo y conservarse para que su embarazo vaya de buena manera y como debe ser — dijo aquel hombre de manera profesional.

Edward alzó la mirada a Lauren con cierta sorpresa. Siempre se preguntó si ella tenía familia o algo por el estilo. Edward nunca se metía en la vida de sus empleados, esa era una regla, a menos, claro, que ese empleado sea Roch y de alguna manera le haya agradado como para saber sus movimientos, además de todo, él era su agente, debería tener más comunicación con él.

—Felicidades — le dijo con una pequeña pero sincera sonrisa a la mujer que estaba con un leve sonrojo en el rostro.

—Muchas gracias, señor Cullen.

—No tenías por qué no decirlo antes. Puedes tomarte el tiempo que necesites —asintió y después de recibir una sonrisa de agradecimiento volvió la vista a Roch. — Y bueno, no creo que sólo por eso, todos nosotros estamos aquí, ¿o sí?

La sala estaba en silencio, mirando en silencio desde Edward a Roch, pero ellos en realidad estaban esperando a aquel hombre un tanto alcohólico hablara de una buena vez porque era él, quien tenía que hablar sobre eso.

—Bueno, ya que Lauren, tendrá su incapacidad por el lapso de tiempo que ella lo desee — Edward asintió al escucharlo y los hombros de aquella mujer de casi treinta años se relajaron —, necesitaremos un reemplazo para ella. Ahora que tenemos tu aprobación comenzaremos a hacer las entrevistas para tomar su lugar.

Edward lo miró un poco confundido.

—Creí que siempre contábamos con un reemplazo para ese tipo de cosas. ¿Es muy grave el no encontrar un reemplazo?

—No, hasta ahora no hemos recibido ofertas. — intervino Lauren, con tono profesional. — Pero no dudo que eso pase pronto. El verano se acercará y las portadas de las revistas de moda comenzarán a buscar celebridades y modelos. Eres de los primeros en acudir para los trajes de baño.

El rostro de Edward formó una mueca al escuchar eso. Él estaba consciente de que eso era así, sin embargo, aceptaba casi la mayoría de las ofertas y tener grandes publicidades.

—Bien, tendré en cuenta eso — asintió. — ¿Cuál es el otro problema?

Roch suspiró.

—Voy a retirarme.

Aun cuando los demás ya sabían que eso iba a pasar no dejaban de hacer expresiones de desolación.

A pesar de la actitud que Roch tenía algunas veces… era bastante bueno en su trabajo. Hacia excelentes contratos y todo tipo de cosas que habían logrado llevar a Edward al éxito y a ser el número uno.

Edward lo miró sin poder creer en lo que estaba diciendo. ¿Por qué no se lo había dicho personalmente y porque había sido uno de los últimos en enterarse de eso? Se dio cuenta claramente que los demás en la sala ya lo sabían.

Edward esperó por una explicación.

—Tengo cáncer de pulmón, Edward, ya es bastante avanzado, no puedo seguir trabajando tanto como lo hago ahora.

Y eso fue como un balde de agua fría sobre Edward.

No sabía cómo sentirse. No tenía por qué sentir algo, se dijo, eran problemas personales y los empleados iban y venia como cualquier otra cosa. Pero Roch era alguien que lo conocía desde que inició con sus contratos, aun desde muy joven.

— ¿Y por qué no lo habías dicho en cuento tú lo supiste?

—Porque sabía que tú me enviarías a casa a intentar cuidar de mi salud como lo estás haciendo ahora con Lauren. Lo llevé bien durante dos años, pero ya no se puede hacer mucho.

Le costaba trabajo hablar de eso frente a siete personas más con quienes no habían estado tanto tiempo cerca de él, o trabajando con él. Pero sabía que Edward necesitaba tener explicaciones pronto al respecto con lo que estaba pasando y no podía dejarlo así nada más.

—Supongo que tienes razón — contestó el joven de cabellos dorados. — ¿Y cómo reemplazaré tu puesto y además el de Lauren? No creo que encontremos una persona perfectamente capacitada para…

—De hecho, conozco a alguien — se apresuró a hablar el viejo, interrumpiendo a Edward. — Es nueva en el negocio pero es bastante buena, no tienes idea de lo buena que es. En sus prácticas ha hecho maravillas.

— ¿Qué quieres decir con maravillas? ¿Y porque te diriges a mi agente con "ella" aun cuando no se de quien estás hablando? — el tono de voz de Edward estaba siendo bastante frio pero no podía evitarlo porque en ese momento estaba bastante enojado.

—Se llama Isabella Swan. Tiene veintitrés años, estudió publicidades y relaciones públicas. Está estudiando relaciones internacionales online. Tiene varios contactos por muchos lugares aun siendo bastante joven. Su padre se dedicaba a eso y le dejó un gran aprendizaje de todo, así como conexiones. Él fue agente de Michael Jordan.

Eso sonaba tentador. Pero se fiaba bastante del padre de esa chica, no de ella. Roch estaba diciendo que sería algo así como su primer trabajo. Edward no confiaba o no le gustaba contratar a los que apenas estaban iniciando. Para él fue duro cuando comenzó porque mucho lo rechazaban y se le hacía algo estúpido que tomara la misma actitud que los demás, como lo hicieron hecho con él.

— ¿Y ella se encargará de ser agente y además publicista? — preguntó con incredulidad — ¿no dices que es su primer trabajo?

—Profesional, sí, por supuesto, sólo tiene veintitrés años, Edward.

—Lo sé, yo tuve mi contrato con Manchester cuando tenía quince, ¿Cuál es la diferencia? — suspiró y frotó el rostro con sus manos.

No le preocupaba la publicidad, eso le daba igual. Lo que a Edward le preocupaba era que esa chica no fuera lo suficiente buena como saber tratar con un contrato profesional y, evidentemente, con un jugador profesional, que estaba siendo el número uno durante tres años siete años seguidos. Edward podía seguir dando lo mejor de sí en el campo porque era lo que más le apasionaba pero le preocupaba eso de los contratos.

Él no conocía a un jugador que tuviera como agente a una chica y fuera bastante bueno al hacer contratos.

Sin embargo, darle la oportunidad a aquella chica no era algo que él no pudiera hacer. El mundial era en ocho meses, tenía bastante tiempo para que ella se familiarizara con todo eso y por ahora él solo debía seguir jugando como sabía hacerlo.

—Ella es muy buena en lo que hace.

— ¿La has visto hacerlo?

—No, pero…

—Entonces no estás seguro — interrumpió Edward. Lauren quería interrumpir y decirle que ella podría quedarse un poco más de tiempo pero Edward le ganó a hablar sin darse cuenta. — Mira, no digo que no dudaré de su capacidad para hacer las cosas, Roch, pero no voy a estar realmente conforme con eso hasta que vea buenos resultados como los que tú das o casi como los que tú puedes capaz de dar. Confió en que su padre le haya entrenado muy si es verdad eso que fue agente de Jordan.

—No te arrepentirás de eso.

—Espero que no — se puso de pie de manera firme y le dedicó una mirada a los demás. Edward nunca se portaba desagradable con alguno de sus trabajadores y ellos le admiraban por eso. Edward no era un jugador cretino, algo que solo sucedía muy pocas veces y con muy pocos de ellos. — Gracias por haber venido, compañeros — les dedicó un asentimiento y con ello las personas se pusieron de pie y se dedicaron a salir de ese lugar.

Edward tenía que hablar con Roch con respecto a su retiro, él lo sabía. Se dedicó a ignorarlo y caminó hasta donde estaba su hinchada publicista. Ella le dedicó una mirada de disculpa.

—De haber sabido, yo…

—No te preocupes — le colocó una mano en su hombro. — realmente espero que te sientas bien los próximos meses. Pudiste decírmelo antes.

Ella se miró un poco cohibida ante las palabras que su jefe le estaba diciendo.

—No había necesidad, mi embarazo no fue de muchas molestias, al menos los primeros tres meses.

Edward recordó con exactitud los tres primero de Chelsea cuando estaba embarazada de Niklaus. Ella prácticamente quería arrancarse el estómago y querer dejar de vomitar aun cuando no comía. Esos fueron los peores meses de su vida.

—Bien, porque los tres primeros meses son horribles — le dijo con una mirada un poco divertida — Así que te has salvado de mucho.

—Debo suponer que el pequeño Niklaus era bastante revoltoso y latoso aun desde sus primero meses.

—Supones bien — contestó con una simpática sonrisa. — Bueno, en ese caso, no dejaré que alguien tome tan pronto tu lugar permanentemente, por si quieres regresar.

—No creo ser capaz de separarme tanto tiempo de este medio, señor.

—Pues sí que te gusta el ajetreo — ella volvió a sonrojarse. — Es broma, te estaremos esperando con los brazos abiertos, Lauren — estrechó su mano.

—Gracias, señor Cullen — le sonrió hasta mostrar sus blancos dientes.

—De nada, y una vez más, felicidades.

Cuando miró a Lauren salir de la sala de reuniones se volteó con pesar hacia su agente, ¿o ex agente? No lo sabía y eso era lo que le estaba molestando, no saber el estado de sus compañeros de trabajo.

El rostro de Roch se mostraba un poco avergonzado y Edward lo miró de manera detenida.

—Entonces, ¿Cuándo te retiras oficialmente?

—En cuanto la señorita Isabella me diga una respuesta y si acepta este trabajo después de las observaciones que me has dado.

Edward lo miró durante medio minuto en silencio.

— ¿Por qué no lo mencionaste antes? Y no digas que porque te habría regresado, sabes que lo consideraría.

Edward sabía la respuesta pero igual quería que fuera sincero con él y que se lo dijera en la cara.

—Me estoy muriendo, Edward — contestó con voz ronca — No me gusta dar lastima y si te decía que me estaba muriendo entonces tu probablemente me hubieras dejado seguir pero por simple lastima y esto no funciona así — suspiró.

—Así que no quieres hablar al respecto — persuadió Edward y Roch asintió. — Bien, entonces me llamas cuando el nuevo agente te de la respuesta para comenzar a firmar tu retiro también y hacer el contrato con aquella mujer.

Sin decirle nada más, y de una manera que sólo se había portado alrededor de cuatro veces durante once años, salió de la sala de juntas, dejando a su ex empleado solo en aquel enorme lugar.

Bajó las escaleras y saludó en el pasillo a algunos jugadores que estaban por allí haciendo alguna práctica, terminando de ducharse o conversando con alguien más del lugar. Caminó de manera apresurada por el túnel hasta que llegó a una de las entradas al campo de futbol.

A lo lejos podía ver una pequeña figura delgada de color negro y gris. Los cabellos de Klaus estabas completamente agitado por el aire. La sudadera gris que llevaba puesta la tenía cerrada hasta el cuello aunque no hacia mucho frio. El pantalón deportivo le quedaba perfectamente bien, y lo acompañaban tenis de deporte de color negro también.

Klaus siempre lucía como un niño bastante cotizado precisamente por la forma de vestir y por el modo de actuar, así como todos los gestos que hacía. Resultaba chocante ante los ojos de cualquier persona. Hermosamente chocante, como su padre.

Observó cómo corría, tomando velocidad y cuando estuvo en la distancia perfecta para patear el balón que estaba frente a él, lo hizo. El balón de color rojo salió disparado con la fuerza suficiente para un niño de cinco años bastante bien vitaminado. Sin embargo, Klaus estaba justo a la mitad de la cancha, lo cual se le hacía bastante lejos para que el balón llegara a la portería.

Edward corrió lo suficientemente rápido para poder alcanzar la pelota cuando se estaba deteniendo y la lanzó a la portería, haciendo que golpeara con la red blanca, marcando un excelente gol.

Escuchó un chillido de alegría detrás de él y se volteó hacia el niño, que corría en su dirección con mucha velocidad. Cuando estuvo lo suficiente cerca, Edward avanzó dos grandes pasos y lo tomó en sus brazos, alzándolo en el aire. Cuando lo tuvo bastante cerca se dio cuenta de que la palabra que estaba gritando era un largo y extenso "gol".

Una vez que Klaus dejó de reírse de manera alta y tuvo las piernas enganchadas en la cintura de su padre, colocó sus manos en las mejillas, donde había principios de barba y sonrió.

— ¡Gol de Cullen! — gritó con fascinación y Edward rió al escucharlo, inclinó su cabeza y le dio un beso. Klaus amplió su sonrisa que a cualquier persona le habría parecido una sonrisa de un niño travieso, pero a Edward ya se le hacía bastante normal.

—Hacemos un buen equipo, campeón.

—Sí, yo jugaré contigo después — dijo muy seguro de sí mismo y recostó la cabeza en el hombro de su padre.

—Sí, jugarás conmigo — le dijo siguiendo sus palabras, no estando de humor para explicarle que probablemente, cuando él estuviera en un partido, Edward seria lo suficientemente viejo como para seguir en eso del futbol. — ¿Estás listo para ir a cenar?

—Sí.

—Bien, primero recojamos todos los balones que pateaste, los llevamos al almacén y después vamos a cenar.

Niklaus se puso de pie de nuevo en el pasto y corrió en dirección hacia los balones lo más rápido que pudo. Se dijo a sí mismo que debía apresurarse porque cuando el cielo se estaba poniendo oscuro, quería decir que era hora de dormir y a él le faltaba estar tiempo con su padre porque mañana iniciaría la tortura de su nueva niñera.