Hola mis queridas lectoras, suponiendo que quienes leen esta historia son todas chicas. En un principio debo pedir las mil y un disculpas por haberme tardado tanto con este capítulo, pero es que debía escribir otras cosas, no tenía inspiración para algo como esto y bla bla bla… no tengo excusas verdad ._. Pero no sean malas no me condenen, recuerden la otra bonita historia que he estado escribiendo para ustedes (?). Bueno… no importa, espero lean y disfruten…
Disclaimer: Shaman King y sus personajes no me pertenecen, pertenecer a Hiroyuki Takei al que, por inspiración divina, creó este anime.
Advertencias: la siguiente historia puede llegar a tener una suerte de desperdicio de sangre innecesario, a quien no le guste está advertido.
Aclaraciones: en algunas oraciones pueden leer "doncella" (con minúscula) y en otras "Doncella" (con mayúscula), pero no es un error, en algunas uso el término como adjetivo calificativo y en otras como sustantivo (estuve estudiando, vieron? :D).
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Capítulo II: El amor que traspasa las reglas de la moral y el buen juicio
Un animal enjaulado es peor que uno con rabia. La sonrisa falsa se desvanece de los rostros ante la decepción de lo hechos que en la mente se formulan. Luego del desvanecimiento de la curvatura positiva de los labios sobreviene la duda, ¿realmente estaba tan segura de lo que decía? Quizá subestimó demasiado la mente perturbada de quien ella presumía conocer mejor que nadie. No era para menos pensar que todo se vendría abajo en el delicado equilibrio de la vida. Después de esa miserable duda, ayudado por el tiempo que transcurre en el pasar de las acciones, aparece la aceptación y la resignación, tal vez con un adicional poco común: el asco.
Sus pasos resonaban en medio del silencio, dado que la tierra bajo sus pies no colaboraba con la discreción que ellos ameritaban. Sin embargo, ambos sabían que los otros dos seres no los escucharían, tal vez por estar demasiado distraídos consumando un acto sexual considerado herético para, no sólo los observadores, sino para todo un mundo que estaría dispuesto a pedir sus cabezas para que no se vuelvan a repetir las vulgaridades. Era ese mismo acto lo que causó que uno de los "observadores" dejara de contemplar y se sumiera en sus pensamientos y divagaciones, por no pensar en sus dudas e inseguridades. El otro de ellos, aunque con el mismo hastío que su compañera, decidió seguir viendo sólo para corroborar el momento exacto en el que Ren Tao clavara en el pecho de ese licántropo la daga, para darle muerte.
De más está el comentar que sobre uno de los peñascos, el más bajo de todos para ser exactos, los dos observadores se habían plantado a la espera del tan esperado acontecimiento. Uno de ellos, la muchacha, estaba apoyada contra un roca con los brazos cruzados e intentando contener los suspiros que amenazaban con salir de sus labios. Había comenzado a contemplar, a través del mismo cristal que les había guiado hasta ese sitio, el encuentro de esos dos seres. Mas ella misma sintió cierto asco al ver cómo sus lenguas danzaban sobre el cuerpo desnudo del otro, sus ojos no soportaron verlo y decidió ceder la completa atención a su compañero. Éste último se había mantenido observando atentamente cada movimiento, sin prestarle atención a lo que hacían exactamente y esperando a que la sangre manara de una herida realmente profunda. Herida que aún no llegaba.
—Doncella… ya han terminado —comunicó el muchacho despegando la vista del cristal por un momento.
— ¿Ya se vistieron? —preguntó ella con la mirada perdida en la admiración de la luna, utilizada como una suerte de distractor de sus pensamientos confusos.
—No, aún no —dijo él.
Así fue como ella no se acercó a él para seguir observando. La verdad, no era algo que quisiera ver y mucho menos teniendo a Ren Tao como protagonista. Al principio había considerado la posibilidad de descubrir lo que fuera a hacer con la misma frialdad con que afrontaba la crueldad de su vida, pero la escena había sido demasiado para su mente. Por ese mismo motivo, la Doncella de Hierro, Jeanne, decidió que no era prudente ver con sus propios ojos cómo profanaban el cuerpo de quien alguna vez osó quitarle su virginidad.
Para Lyserg Diethel, que no había mostrado signos de perturbación o exaltación, examinaba a Ren y al licántropo con seriedad. Para él era sólo una misión más, no había nada emocional en sus actos y por mucho que lo intentase se sentía incapaz de sentir algún tipo de asco o repulsión, después de todo no era la primera vez que veía cómo fornicaban dos hombres o dos inmortales machos, como él mismo se denominaba y al resto de las razas. Siendo el Sub-Capitán del Equipo de Rastreo de Yoh Asakura muchas veces le había tocado montar guardia en un fuerte de los lycans, por lo que había sido un testigo obligado de las prácticas bestiales que éstos mantienen.
Pasaron unos cuantos minutos sin que Jeanne pudiera ver a través del cristal trasparente, que mostraba en su interior la danza de los dos cuerpos semi-desnudos. Además de tener la propiedad de rastrear a los vampiros y a licántropos específicos, es decir, que hayan estado en contacto directo con su cristal y cuya sangre hubiera tocado el mismo, también podía ser utilizado como una suerte de lente, permitiéndole al usuario observar objetos, o seres, a una distancia casi infinita.
Finalmente los ojos de Lyserg observaron cómo lágrimas caían de los ojos del lycan mientras se acercaba peligrosamente a Ren. Éste último había retirado ya la daga de su escondite y la mantenía oculta detrás de su espalda. Con ese leve movimiento, que no fue percibido por el casi indefenso ser, el vampiro observador supo que era la hora de la verdad y que Jeanne no podía perder la oportunidad de ver con sus propios ojos si ella había hecho bien o mal en desconfiar del Jefe Provisional del Ejército Vampiro Occidental, siendo específicos, desconfiar de Ren Tao.
—Jeanne, es hora —aviso clavando su mirada en los ojos opacos de la muchacha.
Haciendo caso a lo que le dijo su compañero, la doncella se acercó en el momento en que el licántropo se abrazaba al vampiro y éste le correspondía al abrazo, colocando la daga en su espalda. Ambos vieron claramente cómo los labios de ambos seres se movían en señal de que estaban hablando.
—Agudiza el oído… Puede ser importante —dijo en voz baja la mujer en el tono autoritario que la caracterizaba como Capitana del Equipo de Rastreo Occidental.
Esas palabras clavaron un puñal en el corazón de Lyserg, aunque éste lo disimuló como el simple disgusto por ser mandado. Sabía que en el fondo esas eran las palabras emitidas por los celos que crecían dentro del espíritu de la Doncella. Lo sabía porque él la conocía como nadie más en el mundo, y se atrevía a decir que la conocía mucho más que Ren Tao sin siquiera haberle tocado un miserable cabello. Sólo por eso estaba seguro de las verdaderas intenciones de la mujer al desear seguir al joven Tao, pero se quedaba callado y bajaba la cabeza en señal de sumisión. Iba a ignorar cada uno de sus pensamientos, aunque fueran verdaderos, con tal de no incomodar a su amada Doncella.
Como la chica de blancos cabellos había dicho, los dos agudizaron sus oídos, que por ser vampiros tenían mucho más desarrollados que la vista, para lograr escuchar las palabras que eran susurradas por los protagonistas de ese encuentro clandestino.
—Perdóname, Ren… Yo no quería hacerte daño —le decía en susurros y casi entre lágrimas el muchacho de cabellos celestes como el cielo diurno, mientras se mantenía abrazado a ese ser con el cuidado como de quien abraza la perla más valiosa del reino.
—Estoy bien, idiota. No seas dramático —le contestó Ren, con un leve sonrojo en sus mejillas mientras con una mano, la que tenía libre, rodeaba el cuello del joven.
Se mantuvieron unos segundos callados, vacilando sobre lo que habían hecho y lo que iban a hacer a partir de ese momento. Para Horokeu todo había dado un vuelco de trescientos sesenta grados hacía tan sólo unas semanas, cuando comenzó el período de celos de los licántropos para ser precisos. Quería aprovechar esa noche para contarle todo, absolutamente toda la verdad, al vampiro que amaba, pero el tiempo se le había ido como si corriera a velocidad luz y ya no sabía cómo encarar ese asunto.
Mientras tanto, en la mente de Ren se balanceaba la daga que sostenía en sus manos. Le habían descubierto de la manera más humillante que pudo haber conocido, y le habían asignado la misión de asesinar brutalmente a quien había poseído su cuerpo. Sin embargo, ahora que tenía su objetivo en frente, no podía con la presión de tener el arma que le daría muerte en sus manos.
Tembló ligeramente al sentir como de su interior escurría un líquido que ya no estaba seguro de lo que era. Para su mala suerte, Horokeu notó esa acción y le abrazó con un poco más de fuerza. Esa simple acción hizo que el corazón ya destrozado del vampiro se hiciera añicos. No quería dudar, no quería sentir algo por ese lycan, pero no podía evitarlo, quería llorar y matarse antes de cometer el mayor error de su vida, mas antes de que se diera cuanta rodeó el cuerpo del muchacho con su mano libre.
Sentir la mano del Tao, una mano que correspondía a sus sentimientos y que interpretó como el perdón por sus actos hizo que las lágrimas de culpabilidad que se derramaban por sus mejillas cesaran casi abruptamente. Esbozó una sonrisa con alegría, creía que por fin había hecho algo bien después de haber cometido error tras error a lo largo de su vida casi inmortal. Mas la misma sonrisa se desvaneció cuando, por el rabillo del ojo, vislumbró un brillo metálico que se elevaba. Volteó levemente la cabeza sólo para encontrarse con la borrosa imagen de una mano que sostenía una daga presuntamente de plata. Por su cabeza, aún un poco aturdida por el acto sexual, pasaron las palabras de Ren. Tenemos que hablar. ¿Acaso él… iba a matarlo?
—Ren… ¿tu…? —comenzó a decir muy bajito mientras volvía la cabeza al frente y bajaba la mirada sin poder encontrar la de su compañero, que aún lo mantenía abrazado con una mano. Tal vez más que un abrazo, ese hecho era un agarre. No obstante, el muchacho no le dejó terminar y, haciendo más fuerte esa suerte de abrazo tramposo, dijo:
—Perdón… Perdóname Horokeu —. Su voz era tan baja que de no ser por lo oídos agudos del licántropo no lo hubiera escuchado.
— ¿Por qué? —preguntó con la voz quebrada por la impresión y sintiéndose incapaz de transformarse en lyca y huir de ese lugar. En realidad, ninguno de los dos estaba en condiciones de correr o luchar debido a la gran cantidad de ADN "ajeno" que ambos tenían en su torrente sanguíneo y que, no sólo les causaba un gran ardor en sus heridas, sino que les impedían convertirse en su forma bestia.
—Me descubrieron —respondió con toda la humillación que eso ameritaba. —Debo matarte... Lo siento mucho… —continuó hablando mientras la punta de la daga comenzaba a tocar la piel desnuda de la espalda de Horokeu.
La voz quebradiza dejaba traslucir lo difícil que era llevar a cabo su misión para el vampiro. Además, en lo poco que lo conocía, el lycan jamás lo había escuchado en ese estado, eso sólo le hacía comprender el gran mal que le había causado. Nuevamente los fantasmas de sus errores, los mismos que lo atacaban cada noche desde hacía tantos años que había aprendido a vivir con ellos, le clavaron un puñal en el corazón. Pudo ver su mayor castigo reflejado en esa daga que estaba en su espalda, que sentía cómo se enterraba en su piel con lentitud, quemándole hasta lo más profundo de su ser.
Ya no sólo su debilidad física hizo que no pudiera defenderse, sino sus emociones y pensamientos, que le hicieron desear la muerte. Eso sólo hizo que bajara aún más la cabeza, hundiendo sus ojos en el hombro de Ren, sólo para que éste no lo viera llorar cuando lo asesinara y no viera su tristeza y dolor. Rápidamente las lágrimas no tardaron en salir de sus orbes oscuras como la noche; sus brazos se aferraron más al vampiro, con el abrazo que había mantenido sobre el ser dueño de su corazón y al que ahora le entregaba su vida para que acabara con ella.
—Sólo hazlo rápido, por favor — le rogó en un tono que apenas sí pudo escuchar.
Un ruego, una mísera muestra de sumisión más su hombro ya mojado por tanto llanto que no podía consolar por miedo a matarse él antes que al lycan le trajeron a la memoria su descubrimiento, le trajeron el recuerdo de la degradación y la deshonra por la divulgación de su mayor secreto. Su familia estaba en juego. Podría llegar a ser desprestigiada, la famosa y poderosa Dinastía Tao del Oriente viniéndose abajo por el error del heredero de su fortuna. Su propia vida dependiendo de la decisión que tomaría: clavar o no esa daga marcada con la sangre de sus contrarios.
—Horokeu… no quiero hacer esto —dijo como si con esas palabras se fuera su propia alma y retirando la punta del arma que se había sumergido en la superficie de su ser amado. Estaba muy contrariado, sus emociones o su deber, matarlo o dejarlo vivir, cumplir o fallar. Debía tomar una medida y rápido, pues el tiempo estaba en su contra.
— ¿Hay mucho en juego? —preguntó el Usui sintiendo un ligero alivio en su lacerada espalda, pero con la voz endeble de quien intenta no llorar más de la cuenta.
—Más de lo que crees —contestó con un suspiro de resignación. —Toda la Dinastía Tao, mi honor, mi orgullo, el equilibrio entre vampiros y licántropos… Si no te mato todo se quebrará —siguió diciendo más para convencerse a sí mismo de que debía hacerlo que para contestarle al lycan.
Las palabras de Ren resonaron en su cabeza, en ese momento deseó cortarse la lengua para no haberle preguntado nada o no oír tan bien como un lobo para no haber escuchado esas palabras tan hirientes. Sabía que no podía pretender ser el centro del universo de un vampiro como Ren Tao, mas tampoco le gustaba oírlo tan crudamente y saliendo de su propia boca. Lamentablemente, Horokeu no comprendía la magnitud de su equivocación al pensar así, para el joven vampiro él era el más importante en ese momento.
—Supongo que todo eso es más importante que yo —dijo dejando salir, con esa frase que casi escupió, la bronca y la rabia que estaba dentro de sí.
—Horokeu —comenzó a decir el otro, con el corazón acongojado por la culpa que se atribuía, sin siquiera merecerla.
— ¡Sólo acaba con esto y ahórrate el problema! —le interrumpió haciendo el abrazo más fuerte, intentando con eso apagar el dolor que regresó a su espalda y le llegó rápidamente hasta la columna, esparciendo el ardor como si un incendio se engendrara en su cuerpo. Lloraba ya sin ocultar su pesar, si iba a morir no le importaba lo que pensara Ren de él. Si no era digno de vivir, al menos quería llorar antes de morir.
Ren Tao se quedó callado, no iba a seguir hablando con ese obstinado lycan que había captado toda su atención. Sintió rabia porque no comprendía la magnitud de todo y porque, como había descubierto que hacía siempre, tomaba todo al a ligera y nada en serio. Su cuerpo tembló por el ardor en su interior y nuevamente se sintió hundido en la bronca contra ese ser frente suyo. La bronca de que lo haya lastimado, la bronca de que fuera la causa de todos sus problemas, la bronca por amarlo más que a su propia vida. Con esos pensamientos, volvió a hundir la daga en la carne del lycan, haciendo que éste se quejara entre sollozos por la acción.
Sollozos, llanto, el agua que cae por su hombro, Horokeu lloraba. El Tao reacciono, aunque tarde, y cayó en cuenta de lo que había pasado realmente por la cabeza de un muchacho cuyas emociones y palabras –éstas últimas acompañadas por gestos– eran tan contradictorias como sus dos tonos de cabellos. Horokeu lloraba, no porque lo fuera a matar, sino por dos motivos distintos. Lo entendió y se sintió más idiota de lo que alguna vez hubiera sido. Las primeras lágrimas del licántropo eran de culpa, culpa por haberle lastimado. Las segundas, eran de tristeza, la tristeza de saber que para él no significaba nada. La tristeza de creerse un problema, un estorbo, un completo idiota, el rey de todos ellos.
Aunque Horokeu se ufanaba de ser el Rey de los Idiotas, Ren Tao comprendió que en el fondo, esas afirmaciones risueñas, no eran más que la forma de ocultar lo mucho que le dolía que le llamaran así. Y aún sabiendo eso, él seguía diciéndole "idiota" por simple cariño y costumbre, puesto que no era de quienes muestra mucho amor hacia los demás. Un lycan no iba a ser la excepción. Pero él sabía eso y no estaba seguro de si alguien más notaba esa particularidad.
Vaciló y tembló no sabiendo qué hacer con la daga. Quizá si no la tuviera detrás de la espalda de Horokeu la habría girado y se habría apuñalado a sí mismo con tal de no someterse a tan difícil encrucijada, pero el cuerpo de ese ser se lo impedía. No se sentía capaz de dar muerte a una criatura que era acaso más pura que un humano con sangre noble. Pura no por su virginidad, que hacía muchas décadas había perdido, no por sus cargos, porque estaba consiente de la cantidad de muertes que albergaba en su haber y que muchas de ellas probablemente eran de su raza, sino pura por su espíritu que todavía se permitía confiar en los demás, que todavía veía con inocencia de niño a casi cualquier ser.
— ¿Y? —. La voz del lycan retumbó en medio del silencio. — ¿Qué esperas? —dijo aumentando la presión en la mente de Ren. A pesar de ello se permitió esbozar un sonrisa de diversión que por fortuna no fue percibida por su, ahora, presa.
Sonreía por el extraño rumbo que tomaba su mente. Es que a pesar de saberse en peligro de muerte, una muerte segura, lenta y dolorosa, el Usui seguía haciendo que sus reclamos sonaran a los berrinches de un niño pequeño. Un pequeño e inocente niño, el mismo que lo había ayudado cuando lo vio solo y herido y que también, en vez de entregar como prisionero a su jefe, Hao Asakura, ayudó como a un hermano. Ya no dudó más y con un último temblor de su cuerpo y sintiendo una última lágrima de su amado lobo correr por su brazo hasta el codo, cayendo y perdiéndose en el pasto, entendió qué debía hacer.
—No puedo —dijo finalmente el Tao con un hilo de voz, que hacía notar la aceptación de su derrota.
— ¿Qué dijiste? —cuestionó el licántropo sin poder creer lo que escuchaba. Separó un poco su rostro del hombro del muchacho, su mente no logró entender las palabras que había pronunciado, no podía simplemente creerlo, porque no era creíble. Tal vez sólo jugaba con él y sus emociones, que siempre fueron de sincero afecto hacia el vampiro, únicamente para divertirse un poco más. Los sollozos cesaron, pero las lágrimas de la traición todavía brotaban de sus ojos.
Ren inspiró profundamente, buscando el aire que se le iba de los pulmones, buscando el valor que sentía que se escapaba con cada suspiro de resignación que amenazaba con salir de sus labios. Elevó un poco la daga, admirando su forma, su belleza de oro y plata, sus grabados casi perfectos hechos por herreros profesionales y sacerdotisas consagradas de la Orden de los Sabbatarios del Oriente, sin embargo las manchas rojas de sangre fresca de lycan opacaban esa hermosura casi descomunal. Negó con la cabeza y se sintió seguro de sus palabras.
— ¡Que no puedo hacerlo! —gritó al tiempo que soltaba la daga.
El grito sobresaltó aún más al licántropo que hizo más fuerte el abrazo que había mantenido sobre la cintura del vampiro, que se había dejado tocar de esa forma como un consuelo. Después del ruido de su grito y del estruendo metálico del arma al chocar contra una roca en el suelo, rebotar contra ésta y rodar por el pasto, quedando detrás de Horokeu, sobrevino el silencio. El silencio entre los dos duró unos segundos, entre que ambos procesaban lo que acababa de ocurrir y las consecuencias que ya no podía evitar.
A pesar del silencio entre el vampiro, Ren Tao, y el licántropo, Horokeu Usui, un murmullo que no lograron captar flotó por el aire, haciendo la atmósfera más que pesada de lo que ya estaba. Los dos seres eran incapaces de percibir los cuatros ojos que los observaban con atención, y ahora con decepción, a través del cristal. Tampoco podían saber que entre ellos se entablaba una conversación que marcaría un camino muy distinto al deseado.
—Parece que tenía razón en venir, Doncella —comentó Lyserg apartando la vista del cristal trasparente para ver directamente a los ojos de su compañera de misión.
Jeanne aún mantenía la mirada fija en el cristal que se mecía por el viento, sus puños apretados por la impotencia y la frustración. En el fondo, muy en el fondo, deseaba que su instinto se equivocase, pero nuevamente demostraba estar en lo correcto. La misma incertidumbre que le invadió cuando entendió todo regresó. Ella lo sabía, sabía que sería incapaz de dar muerte a un ser tan amado como aquel, por eso le entregó su propia daga, obra y creación de Jun Tao, hermana de Ren, que dios la guarde el día de su muerte, y de ella misma, que sólo espera obtener el perdón de dios cuando le llegue el día, o si es que le llega el día, para que jurara por ella que tenía sangre del lycan correcto a su regreso al castillo.
Sin embargo, con todas precauciones que la Doncella había tomado, presionando al Tao con amenazas que realmente se podían llevar a cabo y se llevarían a cabo sí o sí si no cumplía con su misión, no fueron suficientes para calmar los nervios de su mente. Para ella el muchacho no cumpliría con su misión, no sería capaz de hacerlo y he ahí el acierto de sus temores. Razón por la que dejó salir un suspiro y se alejó de Lyserg, dirigiendo su vista a la luna llena aún sobre sus cabezas.
— ¿Qué haremos ahora? —preguntó el Sub-Capitán con desánimo y guardando el cristal en su bolsillo, viendo que no sería de utilidad.
La Capitana lo pensó un momento, mientras observaba al gran astro en su esplendor. Quería asesinar a Ren Tao por traición, desde hacía mucho tiempo su cuerpo clamaba la sangre de aquel que la hizo vampiresa sin querer serlo, de aquel con el que compartía algo más que sólo una historia, del que se había enamorado casi a la fuerza y de aquel que la había traicionado nada más y nada menos que con un licántropo, una raza horrenda a sus ojos. Seres menos puros que los humanos, más nefastos que los vampiros, más desdichados que los dhampiros a los que alguna vez juzgó de degenerados pero que cambió de opinión por el hecho de haber conocido a uno, Lyserg Diethel, y mucho más traicioneros que los sabbatarios a quienes conocía muy bien, dado que ella misma era uno de ellos forzada a ser vampiro por el pecado.
Finalmente, la Doncella Jeanne se volvió hacia Lyserg y le miró con la chispa de la venganza y el dolor en los ojos.
—Acabaremos nosotros la misión —sentenció decidida.
—Como ordene, Doncella Jeanne —aceptó mientras miraba nuevamente a los dos seres amparados por la gran roca que ahora estaba a la izquierda del vampiro y derecha del licántropo y separada de ambos por tres metros aproximadamente.
Los ojos de los dos seres de inframundo se encontraron, dejando ver a través de ellos sus emociones reales y no las que querían mostrar. Aún cristalinos, los del lycan estaban fijos en las orbes doradas que le suplicaban perdón y le juraban fidelidad en cuanto a su trato de hace meses, pero que a su vez le compartían la seguridad necesaria para que confiara nuevamente en él. Aún yendo contra sus instintos de supervivencia, incrustados en su mente y cuerpo por los genes de lobo, no soltó el cuerpo del vampiro que lo intentó matar y continuó estrechándolo entre sus brazos, al igual que dejó que los brazos de éste le rodearan el cuello.
Los labios del vampiro comenzaron a acercarse a los del licántropo. La vista de los dos estaba perdida y nuevamente querían apoderarse de ellos los instintos animales que los habían llevado la pasión desenfrenada. Mas esta vez, ya con la mente más clara y los instintos apaciguados, Horokeu alejó su rostro del de Ren y lo miró con seriedad.
—Pero… —comenzó a hablar vacilando y con la vista de éste pendiente de sus gestos, — ¿qué hay de tu familia… del orgullo… del equilibrio…? —siguió diciendo con suma preocupación y nerviosismo en cada palabra, pero una caricia en su mejilla proporcionada por las manos frías del Tao le hizo suspirar, de alivio, de alegría, de sólo nervios. — ¿Qué hay de las consecuencias?
—Que se vayan al carajo, idiota —contestó tajantemente y, empujando la cabeza de Horokeu para que le llegara a su altura, lo besó. —Que se vayan al carajo todas y cada una de ellas.
Pronto los dos se fundieron en un beso hecho con desesperación, donde sus lenguas se frotaban entre sí, lamiendo cada parte del interior de la boca del otro. Ya no luchaban por el control porque lo cedían mutuamente, alimentando la confianza que renacía de las cenizas del a traición. Sus brazos se enredaron en el cuerpo del contrario, los del vampiro rodearon por el cuello al animal con tal de no apartarlo de su lado y continuar fundidos en el candente beso. Los del lycan se estrecharon en la cintura de su otro ser, haciendo que los cuerpos se juntaran y frotaran entre ellos.
No se pensaban soltar, ni de los labios ni de los abrazos que mantenían uno sobre el otro, puesto que apenas sí separaban sus labios lo suficiente como para respirar normalmente y no quedarse sin aire. A pesar de ser no vivos, necesitaban del aire para poder procesar los alimentos físicos que necesitaban, más allá de los espirituales que adquirían con cada mordida que daban a un ser, ya sea vivo o no muerto, pero no de cadáveres. La alimentación de un vampiro y un licántropo es muy diferente entre sí. Los primeros, si bien pueden consumir alimentos comunes como los de los humanos, su verdadero alimento es la sangre, tanto de humano como de vampiro o de animal, porque el consumo de la de otra especie podía ser hasta mortal en grandes cantidades, pero en la cantidad justa podría ayudarlos a sobrevivir por poco tiempo. Por otro lado, los lycan si bien también podían comer comidas humanas, tales como frutas, verduras, carnes procesadas, etc., su verdadero alimento es la carne cruda ya sea humana, animal o de cualquier ser vivo o no vivo.
Un ruido, un imperceptible sonido de pies ligeros que se aproximan a paso veloz hacia su localización, procurando dar la menor seña de su asedio. La mente atontada del más débil no podía procesar la resonancia de la amenaza aunque sus desarrollados oídos lo escuchen. El instinto alerta del otro, acostumbrado a la amenaza frecuente de las fieras del bosque que cada dos por tres eran sus únicas rivales a la hora de consumir su cena y de cazar previamente, fue quien le hizo apartar al otro, empujándolo con más fuerza de la requerida y tumbándolo en el suelo, haciendo que sus heridas sangraran por el impacto contra las piedras.
Un gruñido de dolor salió de los labios de Ren Tao, que yacía sentado en el piso, sintiendo nuevamente que su cuerpo se partía en dos. Unas pocas lágrimas saltaron de sus ojos y se dispersaron por el aire, puesto que de inmediato desaparecieron. La rabia le invadió nuevamente y, pensando que sólo era una broma de su lycan, como las que siempre hacía para arruinar el momento romántico, elevó la cabeza.
— ¿Qué mierda te pa…? —comenzó a gritarle con enojo y fastidio, pero el grito atronador de Horokeu le interrumpió. La imagen que sus ojos pudieron ver lo dejó confundido: la sangre corría por su mano atravesada por una suerte de gancho de metal, pero a la luz de la luna, por su trasparencia, hacía notar que no era metal, sino cristal. Cayó en cuenta de lo que realmente pasaba: alguien lo había seguido y él no se había percatado de ello.
Vio una silueta que saltaba sobre el cuerpo del Usui, colocándose detrás de él, pero la ignoró puesto que su mente estaba concentrada en cómo ayudar a su amado. Estuvo a punto de ponerse de pie de un salto, olvidándose de sus propios dolores, pero sentir el frío de la plata contra su nuca, frío que había sentido muchas veces en la palma de su mano, lo detuvo.
—Más vale que te quedes quieto —le susurró una voz femenina que se le hizo muy familiar. Pero antes de que se volteara para poder contemplar con sus propios ojos la imagen de quien lo amenazaba, otro grito de dolor de Horokeu le sobresaltó. No pudo verlo, pero una sonrisa se formó en los labios de la doncella captora.
Tan rápido como sus pies se lo permitieron, y aprovechando la mínima distracción de ambos, el compañero de la doncella rodeó el cuerpo del lycan, acortando el hilo conectado al diamante con forma de cuchilla que atravesaba la mano del mismo, y se colocó detrás. Con la misma rapidez y fuerza con que actuaba en cada misión, tomó el brazo del ainu y lo colocó en su espalda para clavar en la palma de su otra mano otro cristal con forma de gancho conectado a un hilo. La sangre del ser casi inmortal brotó de ambas heridas mientras los cristales-cuchillas eran jalados hacia atrás para permitirle a Lyserg atar los hilos a una estaca, que clavó en la tierra de un tirón, logrando colocar al licántropo de rodillas en le suelo.
El golpe seco de las rodillas de la presa golpeando contra las rocas y tierra fue acompañado por el forcejeo, los gruñidos y las mordidas al aire de Horokeu Usui. Sus manos estaban atravesadas por los cristales puntiagudos, en cuyo interior se hallaba una cuchilla de plata por simple precaución de su manipulador y constructor, haciendo que los hilos antes trasparentes se tiñeran de rojo y viajaran hasta la estaca en suelo, cubriéndola de este tejido; debajo de sus manos se fue formando un charlo de sangre que Lyserg contemplaba con satisfacción. Ahora no sólo sus manos quedaban inutilizadas por un tiempo prolongado a causa de la disminución de la velocidad de cicatrización propia de un cuerpo inmortal, sino que quedaba imposibilitado de transformarse siquiera en un híbrido, por lo que sus facciones animales quedaron estancadas en el cuerpo de un hombre que se retorcía de dolor y frustración no sólo por si mismo, sino por no poder ayudar a su amado que estaba en igual peligro que él.
Ren Tao estaba atontado por semejante cambio en el ambiente. En cuestión de segundos, tanto él como un lycan de alto rango quedaron reducidos a simples prisioneros o presas de un dhampiro de rango inferior al de ambos y una sabbatoria convertida en vampira con un rango equivalente al suyo. Y todo en un tiempo récord que sólo afirmaba la gran capacidad y preparación del Equipo de Rastreo de Yoh Asakura. Para aumentar su confusión, los gruñidos y gemidos doloridos del pobre licántropo llagaban a sus oídos con una euforia digna de la desesperación.
— ¡Horokeu! —gritó intentando levantarse pero la espada, que ahora estaba en su garganta, se lo impidió.
— ¡Cállate o te rebanaré la cuello! —le gritó Jeanne amenazante y con el odio y la rabia de saber que el estado del maldito licántropo le preocupaba más que su propia vida.
— ¡No asesinarías a uno de los tuyos! —le respondió con igual bronca.
— ¿Quieres apostar? —comentó ella hundiendo la espada en le cuello de Ren lo suficiente para hacerlo sangrar, pero no lo suficiente como para matarlo.
— ¡No! ¡Ren! —gritó Horokeu al ver la mueca de dolor y la sangre correr por el pecho de su amado. Volvió a forcejear y gruñir para intentar liberarse y destrozar a sus captores, pero lo único que logró fue hacer que sus manos dañadas sangraran más y sentir cómo los huesos de la misma cedían ante la fuerte presión. Pero ignoró el daño y continúo intentando romper el hilo hasta que Lyserg pisó la estaca, hundiéndola más en el piso, haciendo que el cuerpo del Usui se curvara hacia atrás y que éste emitiera un grito de sufrimiento.
— ¡Y tú quédate quieto, no podrás soltarte! Son hilos reforzados especialmente para que la fuerza de cualquier ser inmortal o no vivo no pueda romperlos —le explicó Lyserg con una risilla casi burlona mientras miraba a Jeanne con la esperanza de que ésta no matara a Ren Tao, porque veía en sus ojos la clara intención de hacerlo.
Finalmente Horokeu se rindió y dejó de forcejear. Dio un suspiro de resignación y elevó la cabeza, que había bajado ante la frustración, para encontrarse con las orbes, también rendidas y entregadas, de Ren. Los dos intercambiaron miradas y comprendieron que ambos estaba iguales, no podrían liberarse de sus captores y el sólo intento de hacerlo los lastimaría. No podían transformarse para escapar y Horokeu se sintió impotente al no poder pedir ayudar a sus compañeros, no por miedo al castigo por haber fornicado con un vampiro, sino por un impedimento físico.
—Odio que el plan nunca salga como lo planeado —comentó el dhampiro con un suspiro. Y es que en un principio habían planeado que Lyserg capturara a Ren Tao, para que después Jeanne atacara y matara al licántropo –puesto que aún no habían identificado de quién se trataba–, luego verían qué hacer con el cuerpo y llevarían al vampiro ante el Consejo para que fuera juzgado con las pruebas de la palabra de la Capitana y el Sub-Capitán. Pero el maldito lobo se había dado cuenta de su presencia y había movido a Ren para dejarlo fuera del alcance de su captor y se había entregado, casi voluntariamente, al ataque de Lyserg, así los papeles se invirtieron y ahora la vida del Tao estaba en mayor peligro que antes.
— ¿Quiénes son ustedes? —dijo bajito Horokeu, habiendo reconocido a sus captores y bajando la cabeza para que su cabello cubriera su rostro y ellos no lo reconocieran a él.
Ren Tao quedó en silencio, no iba a ser él quien respondiera esa pregunta, no iba a contestar lo que se había ocupado tanto en ocultar a los ojos del Usui. Viendo las cosas tal y como estaban, hubiera preferido que fueran otros subordinados quienes fueran a verificar su traición y no precisamente Jeanne y Lyserg. Éste último tampoco contesto, no iba a ser él quien le robara la perfecta oportunidad a Jeanne de burlarse, de mofarse y humillar a Ren una vez más, no quería ahorrarle la satisfacción a su querida Doncella.
—Veo que no le has contado nada de nosotros… amor —habló Jeanne pronunciando la última palabra con un suspiro de burla, haciendo que Horokeu elevara la cabeza levemente sólo para ver cómo la muchacha pasaba su mano por el pecho ensangrentado del Tao, manchando sus dedos con su sangre, para luego elevar la mano y lamerlos una a uno, bebiendo así la sangre de Ren ante la mirada incrédula del lycan.
— ¿Qué quiere decir ella con eso? —preguntó tartamudeando el lobo, clavando su mirada en la del vampiro.
—Son Jeanne, la Doncella de Hierro, ex sabbataria, y Lyserg Diethel, un dhampiro; Capitana y Sub-Capitán del…
— ¡No tiene caso que le digas, porque morirá ahora! —sentenció Lyserg, elevando el tono de su voz lo suficiente como para que se hiciera plausible su incomodidad al ver a la doncella acariciar y tratar así a Ren Tao, quien la había traicionado ya por segunda vez en la vida, y prácticamente se olvidaba de él que había estado a su lado desde siempre. Hubiera preferido no ver la mirada entristecida de la muchacha junto con su sonrisa apagada mientras tocaba el cuerpo del vampiro, pero ni sus ojos ni su mente pudieron soportar la frustración de no haber sido él quien contestara la maldita pregunta.
Diethel tomó la daga que había quedado olvidada en el suelo, la elevó con rapidez al tiempo que tomaba del pelo a un sorprendido licántropo y lo jalaba hacia atrás para poder contemplar le cuello perfectamente y hundir la daga con un corte preciso. Sus ojos, por primera vez en toda su vida, se encendieron en pos de la ira y el odio, odiaba a Ren Tao porque sentía que le había arrebatado al único ser que más apreciaba en todo el universo. Le había arrebatado la felicidad y si la única manera de vengarse de él era acabando con la vida de ese pobre ser ensangrentado que se removía de dolor y temor sintiendo la muerte tan cerca suyo, lo haría aunque fuera contra sus principios. Mas si recordaba el pasado, ya vivía contra sus propios principios, sintiéndose marcado por le odio y el rencor. Pensó una milésima de segundo, cuando la daga hacía le camino hasta el cuello del lycan, que se sentía mejor acabando con la vida de un licántropo que con la vida de un humano o vampiro.
Horokeu cerró los ojos al ver el fijo del arma acercarse a él, pero el corte jamás llegó, sino una fuerte punzada en su cuello, como dos colmillos que se clavaban en él, y el calor de su sangre, que ya corría por sus manos, corriendo ahora por su cuello hasta el pecho, justo donde los colmillos de Ren Tao se habían clavado momentos antes. Abrió los ojos y se quedó sin aire para exhalar un grito de dolor, uno más pero no el último, tembló nuevamente sintiendo la saliva del vampiro meterse en su cuerpo, carcomiendo sus venas y arterias lo suficiente para hacerlas arder, pero no tanto como para destruirlas. Pasó unos segundos eternos donde su cuello fue ultrajado por esos dientes, luego sintió cómo estos salían dejando un ardor en el área compatible con una quemadura.
—Cla… clamor… corpus sanctus —escuchó que decía un vos quebradiza muy cerca suyo. Ladeó la cabeza encontrándose con la mirada perdida de Ren, sus pupilas apenas sí se veían, puesto que estaban muy retraídas por la forzosa transformación en vampiro que se desvaneció luego de sonreírle y que su cuerpo cayera inerte al suelo con un ruido seco como de un muerto.
No entendió esas palabras, sólo dejó salir el grito de dolor, miedo, confusión que dejó guardado en su garganta, con la diferencia de que ahora su grito clamaba por Ren Tao que parecía más muerte que no vivo. Nuevamente se sacudió y removió, buscando librarse para ayudar a su amado, pero no podía hacer nada, sus músculos de lobo atrofiados por el ADN contrario estaban doloridos y cansados, además de que punzaban fuertemente con cada movimiento brusco. Sumado a eso estaban esos malditos diamantes con forma de cuchillas que parecía que le iban a terminar descuartizando las manos. Su cuerpo no soportaría ni una batalla ni un escape rápido con alguien inconsciente a cuestas, mas él debía intentarlo.
Un refunfuño salió de la boca de Lyserg. El muchacho estaba tumbado en el suelo, detrás del lycan y con la daga aún en la mano. Por suerte la herida que casi arranca su extremidad se cerró velozmente puesto que fue hecha por las manos de uno vampiro como el Jefe Provisional del Ejército. La rabia lo volvió a consumir, mas sus manos estaban atadas, figurativamente claro está, por las palabras y las acciones de su superior. No podía matar a Horokeu. Y para colmo de males, el maldito infeliz no dejaba de gruñir y removerse en su lugar, intentando escapar sin ningún resultado aparente.
— ¡El vampiro está bien, deja de hacer eso! —le gritó provocando un silencio atronador. —Sólo está agotado, eso es todo —le dijo un poco más calmado. Acto seguido se levantó y fue hacia Jeanne, que todavía estaba de pie, pero con los ojos bien abiertos por la sorpresa, y observaba el cuerpo del muchacho tendido en el suelo con la sangre de lycan saliendo de sus labios. Ni ella… ni él… ni siquiera el lobo podían comprender lo que había pasado.
Cuando Lyserg levantó el arma y la apuntó directamente al cuello de Horokeu, el cuerpo de Ren Tao se removió causando el espanto en el rostro de Jeanne. El vampiro que creían muy débil para luchar como humano y mucho menos para volverse a su forma más poderosa se había transformado ante la mirada atónita de la doncella. Sus colmillos sobresalían de su boca, sus ojos brillaron en la oscuridad de la noche en un color oro digno de las monedas del reino, su piel se hizo más pálida, resaltando en la oscuridad del a noche. Sin darse cuenta, la ex sabbataris dio un paso atrás ante la imponente mirada que le fue dirigida y, siendo esto una muestra de sumisión, le vampiro de un salto llegó a donde estaba Horokeu a punto de ser asesinado.
Usando sus garras, dado que sus uñas habían crecido considerablemente, tomó la muñeca de Lyserg, que no había sido testigo del cambio tan directamente como su compañera y se encontraba con la guardia baja. Impactado por la agresividad, el Sub-Capitán intentó zafarse jalando su extremidad y en ese acto casi logró hacer que le arrancara la mano, derramando un chorrito pequeño de sangre sobre le hombro del lycan que no lo sintió por la velocidad con que ocurrieron los hechos. Una vez alejada la amenaza de la daga, la mente del Tao, nublada por le salvajismo de la fiera que dejó salir ante el miedo a la muerte de su ser más amado, tuvo la lucidez de protegerlo para el resto de la eternidad. Soltó a Lyserg y clavó los colmillos en el cuello del licántropo, buscando reclamarlo, protegerlo, hacerlo suyo y únicamente suyo, como si fuera la propiedad privada que nunca le había dado a alguien; clamó que su cuerpo, el cuerpo de Horokeu Usui, fuera cuerpo santo para cualquier ser vivo, no vivo o muerto.
—Clamor corpus sanctus —dijo Jeanne recobrando la compostura y mirando al lobo, que ahora parecía un cachorrito asustado observando a la pareja de vampiros caminar hacia él.
—No podemos matarlo… ni al lycan… ni a Ren Tao —resumió todo Lyserg con un suspiro.
El "Clamor corpus sanctus" es una regla autoimpuesta por el Primer Consejo, formado por vampiros y licántropos hacía ya quinientos años, cuando todavía reinaba la paz entre ambas razas. En un principio la norma fue proclamada por un licántropo enamorado, por el Rey Lycan, Hao Asakura, como una propuesta secreta para proteger a su amada y que sólo fuera de él. Todos aprobaron la regla. Así fue como, con la aprobación del "Clamor corpus sanctus" cualquiera de los dos bandos podía reclamar un cuerpo, cualquiera sea, como "cuerpo santo" imposibilitando a otro, cualquiera sea su raza, a lastimar o robar dicho cuerpo, ya sea de un vivo, no vivo o muerto. Lamentablemente para Hao la sanción de esa norma significó la pérdida de su verdadero amor, Anna Kyouyama, humana de nacimiento, que se volvió vampiresa guiada por los ojos de su hermano, Yoh Asakura.
La ley que provocó la guerra eterna entre lycans y vampiros ahora los unía en un amor incondicional, capaz de traspasar las reglas de la moral y el buen juicio. Así fue como el cuerpo de Ren colapsó por la presión física y emocional, pero a la vez seguro de haber protegido a su amado lobo. El Tao seguía con vida, pero sólo porque deseaba despertar y ser abrazado nuevamente por Horokeu, él era lo que todavía lo ataba a la vida.
—Llevaremos al traidor y al prisionero ante el Consejo, el Señor Yoh los juzgará —habló la doncella con frialdad mirando a Horokeu.
—Buena decisión, Capitana —aceptó el compañero de la misma, dirigiendo una mirada inquisidora al lycan, aún clavado en la tierra y muy débil para escapar.
La cabeza de Hororkeu daba vueltas, tenía nauseas y un mareo que apenas sí le permitía escuchar lo que hablaban los dos seres frente a él. Los conocía, sabía quienes eran desde un principio, pero había tenido la certeza de que tanto él como su amor lograrían escapar de las manos que los apresaban, pero se equivocó. No quería que lo vieran y reconocieran, quería huir de ese lugar y llevarse a Ren consigo, pero sabía perfectamente que en el estado en que se encontraba no podría hacerlo solo y jamás podría pedir ayuda por más que quisiera. Estaba solo, herido, atrapado y asustado.
Los pasos del Sub-Capitán del Equipo de Rastreo llegaron a los oídos del licántropo que de inmediato intentó escapar, forzando los hilos que no cedieron. Todo movimiento era inútil, pero debía seguir intentando hasta el último segundo. Bajó su cabeza, ocultando su rostro bajo la sombra de sus cabellos celestes, esperaba que la vista de los vampiros fuera tan débil como la de un humano en la oscuridad y no se dieran cuenta de quién era. Su desesperación aumentó cuando vio los pies de Lyserg frente suyo; le ordenó levantar la cabeza, pero no lo hizo. Intentó moverse nuevamente, pero el cansancio lo venció. Sintió como si los músculos, fortalecidos por tanto entrenamiento y caserías, ardieran en llamas y se tensaran de golpe, no podía moverse. Se sintió pequeño y acorralado. Mas no por eso iba a obedecer las órdenes de quien ni siquiera era su superior.
En cuanto al dhampiro, simplemente contemplaba a ese ser con curiosidad. Él no sentía nada por esa pobre alma que estaba a punto de ser sacrificada por los pecados de alguien más y no tenía mucha prisa por llevarlo hasta el Castillo Principal Asakura, por ello se permitió observarlo detenidamente. También estaba consciente de que Jeanne desearía llevarse más rápido a Ren que al lycan, por lo que quizá ella se adelantaría con el cuerpo del mismo a cuestas, ella era muy fuerte y rápida por lo que podría fácilmente con el cuerpo de alguien tan pequeño y liviano como lo es Ren Tao, otro punto a favor para poder examinar a ese sujeto. Se quedó mirándolo, esperando hasta que el ácido láctico de sus músculos aumentara, provocando un calambre general que empeorara la sensación de ardor en los mismos y dejara de moverse por la imposibilidad física. No tardó mucho para que eso pasara, pero aún así el maldito no elevó la cabeza para que él llevara a cabo las medidas de seguridad impuestas por el Protocolo de los Prisioneros establecidas hacía más de doscientos años.
A pesar de ello no se consumió por la rabia, no le molestó que el muchacho se mantuviera con la cabeza gacha. Es más, segundos después de contemplarlo notó algo particular, siendo amparada su vista por la luz de la luna que resplandecía en el firmamento. Emitió un leve "mmm" y, mientras que su mente hilaba cabos sueltos, dio una vuelta alrededor del ser todavía desconocido para él, que miraba el suelo con miedo y sin poder normalizar su respiración acelerada por la adrenalina. Cuando Lyserg terminó de examinarlo, sonrió y volteó la cabeza hacia la Capitana, que observaba el cuerpo de Ren con frustración –por no haberlo matado en el momento y por no poder matarlo ahora–.
—Doncella —la llamó captando la atención de ésta y causando un temblor en Horokeu, — ¿cómo llamó Ren a esta bestia? ¿Horo… qué?
—Creo que Horokeu —comentó ésta caminando y colocándose al lado de Lyserg, el cuerpo del licántropo tembló de nuevo. —Debe ser un nombre ainu… Quizá sea un ainu, después de todo tiene escrituras en su… —comenzó a decir ella sin mucha importancia hasta que cayó en cuenta de lo mismo que se había dado cuenta Lyserg momentos antes: la banda en la cabeza del lycan. Ella se arrodilló delante del ser y tocó la prenda suavemente, tanto como para que el muchacho no lo notara. —Definitivamente es un ainu —sentenció poniéndose de pie nuevamente, con una sonrisa casi inocente y mirando al dhampiro, dándole permiso de ser él quien siguiera con la conversación.
—Pero no cualquier ainu, es un Usui —dijo finalmente y quitándole la banda con rudeza, causando que la cabeza del licántropo se elevara y dejando al descubierto las raíces oscuras que comenzaban a crecer y que iban a suplantar a sus tiernos cabellos celestes cuando éste llegara a la madurez plena, aproximadamente a los cuatrocientos o quinientos años de edad.
Los dos captores intercambiaron miradas de sorpresa. Si bien habían logrado deducir los orígenes de su presa, no se imaginaban que la identidad de la misma fuera esa. Ellos sabían que los ainu habían sido los primeros hombres-lobo, mucho tiempo antes de que se les designara licántropos o lycans, y que eran seres completamente independientes de Hao Asakura, después de la guerra interna donde seguidores de Hao y ainus lucharon por la delimitación de sus tierras. Este enfrentamiento culminó con el pedido de paz de la familia Usui, familia-jefe de las Comarcas Ainus –nombre de las tierras que fueron cedidas a la comunidad ainu–, y que fue aceptado por el Asakura con la condición de que se le permitiera ingresar a él y a sus súbditos a sus tierras y viceversa. Así la paz reinó entre los hombres-lobo, como se los solía designar a los ainus, y los lycans o licántropos, como se los solía designar a los seguidores de Hao.
Pese a todo ello, había un hombre-lobo que había desertado de la comarca y que se había unido a los licántropos. El motivo verdadero de este salto de un bando a otro siempre fue un misterio para los vampiros y/o súbditos de Yoh Asakura como para los demás licántropos, salvo algunas excepciones. Igualmente ninguno se molestó en investigarlo, debido a la cercanía que mantenía este presunto Usui con Hao Asakura. Si Hao quería que se mantuviera en secreto, todos comprendían que lo mejor era dejarlo así para evitar futuras muertes. Tanto había sido la devoción del Rey Lycan por mantener la historia de su "súbdito favorito" en secreto que inclusive había oculto el nombre verdadero de éste, reemplazándolo por un apodo con el que todos lo conocían.
—Horo-Horo —dijeron Jeanne y Lyserg al unísono.
Así era, el amante de Ren Tao había resultado ser nada más y nada menos que Horo-Horo, el presunto ainu Usui, mano derecha de Hao Asakura de quien, según las malas lenguas, es amante o era más bien. Sin embargo era una hipótesis que muchos vampiros, dhampiros y sabbatorios, que conocieran la existencia de Horo-Horo, descartaban rotundamente. Según ellos había otra explicación, más lógica y comprensible a su entendimiento tradicional, para la cercanía que mantenían ellos dos y que era el detalle más concreto y preciso que identificaba y diferenciaba a Horo-Horo del resto de los licántropos, lycans u hombres-lobo.
—El lobo que no aúlla —informó Lyserg, con una sonrisa burlona en su cara, haciendo que Horokeu bajara la cabeza por la vergüenza que sentía cada vez que hacían notar ese defecto que no era de nacimiento.
—Con que Horokeu es tu verdadero nombre —comentó la mujer al aire y pensativa.
Jeanne, como miembro de Segundo Consejo Vampiro, había concurrido a los encuentros, ya sean diplomáticos o bélicos, de éste con el Segundo Consejo Lycan. Lyserg siembre había ido como apoyo y mano derecha de la Doncella de Hierro, siendo a veces él quien ocupaba su lugar cuando ésta estaba indispuesta. De allí que ellos dos conocían a Horo-Horo, que nunca se separaba de Hao, tanto en batalla como en encuentros diplomáticos. Al final supieron el motivo, o al menos el motivo más lógico: el licántropo no podía aullar y por ende no podía pedir refuerzos o ayuda en caso de encontrarse solo, en peligro o gravemente herido, como se hallaba en ese momento.
—Parece que Ren sabe elegir muy bien a sus amantes —comentó Jeanne con un suspiro, en parte de alegría porque veían en ese hombre-lobo la posibilidad de un perfecto chantaje contra las fuerzas de Hao y en parte de tristeza por saber que Ren se acostaba no con cualquier licántropo, ya sea hembra o macho, sino con alguien que ocupaba un cargo medianamente importante al lado del Rey, cosa que ella no era, pero que podría haber sido de no ser por Anna Kyouyama.
Horo-Horo era consciente de la importancia de su lugar en las tropas de Hao y en el corazón de éste mismo, quien le tenía un aprecio incondicional, por eso había evitado a toda costa que le reconocieran. Porque aunque había dejado a los súbditos de Hao cuando comenzó la temporada de celo, sabía que con esas pocas semanas todavía seguiría siendo lo suficientemente importante como para que chantajearan al grupo que llamó familia durante años y no quería que eso pasase. Pero ya todo estaba fuera de su alcance, no podía hacer nada a esas alturas sino esperar a que todo saliera bien y confiar en quien él menos se imaginó que debería confiar.
Queriendo evitarle más sufrimiento a la doncella, el Sub-Capitán rebuscó en uno de los bolsillos de su pantalón las herramientas que debía de utilizar para llevar a cabo lo establecido por el Protocolo de los Prisioneros. La mirada aterrada del pobre licántropo estaba pendiente de cada movimiento que realizasen las manos del dhampiro. El hombre-lobo comprendía la naturaleza de esas medidas por haberlas presenciado durante las capturas, tanto de los miembros de la Patrulla de Reconocimiento, como del Escuadrón de Espionaje e incluso de los mismos soldados del Ejército Lycan de Hao Asakura, donde él fue un miembro provisional, como una suerte de sustituto al que Hao dejaba ir a duras penas.
De su bolsillo, el muchacho extrajo un carrete de hilo dorado tan brillante como la luna. Era hilo de plata pura, la sola construcción de dicho elemento había costado seis meses de trabajo para las costureras de la Orden de los Sabbatarios del Oriente. Del mismo lugar sacó una aguja de un grosor significativo, proveniente del mismo lugar que el hilo. Ésta estaba destinada a atravesar la carne tanto humana como de cualquier otro ser motivo por el cual era de ese tamaño, puesto que era mucho más grande que una aguja común. Horokeu tembló, de miedo al dolor, porque sabía exactamente para qué eran aquellos implementos, aunque inútiles a su causa tratándose de él.
Jeanne sonrió con dulzura, como si quisiera apaciguar el dolor al que sería sometido el muchacho con esa simple acción, percibida como falsa por quien la conoce perfectamente. Horokeu no conocía tanto a esa mujer como para saber que detrás de esa sonrisa conciliadora se ocultaba el disfrute por el dolor ajeno, mas en ese instante él le agradeció en lo más profundo de su ser tamaña humanidad que pocos mostraba con él. Lástima que se engañaba con falsas sensaciones que la mujer misma se encargaba de que sintiera.
En cuanto los ojos de Horo-Horo prestaron atención al Sub-Capitán dejaron traslucir el miedo, porque ya había enhebrado la aguja con el hilo y se arrodilló delante de él, para así tomarle el rostro y colocarlo en la posición más cómoda a su mano para poder insertar la aguja en sus labios y así sellarlos hasta que llegaran al castillo. Era una medida de seguridad que servía con dos motivos iguales de importantes uno que el otro. Uno de ellos era para evitar que aullara y que llamara ayuda o refuerzos; el otro era para evitar las mordidas, dado que tanto las bacterias como la saliva de licántropo o cualquier otro ser no vivo podían ser letales para los vampiros, dhampiros o sabbatarios, cuyos ADN no son perjudicares entre sí y hasta son compatibles.
—No servirá de nada conmigo, malgastarás hilo sin motivo —dijo Horokeu moviendo la cabeza hacia un costado, soltándose del agarre.
—Igual puedes morder… y es protocolo: ningún licántropo u hombre-lobo ingresa al Castillo Principal Asakura sin que sus fauces sean cocidas con hilo y aguja de plata —respondió Lyserg calmadamente, como si fuera un procedimiento normal, que de hecho era, para él al menos.
Horo-Horo siguió moviendo la cabeza de un lado al otro, evitando a toda costa el contacto con los elementos de plata. No iba a permitir que se le callara o silenciara, dado que era la mayor humillación para un lobo y ellos eran en parte eso, lobos cuyos orgullos les impedían ser sumisos ante la agresión de los demás. Luego de unos minutos de jugar al gato y al ratón con los labios de pobre lycan, el dhampiro más que cansado de luchar, estaba a punto de ahorcarlo para hacer que se quedara quieto, cuando fue Jeanne quien tomó cartas en el asunto.
—Quédate quieto o le rebanaré el cuello —dijo ella calmadamente mientras tomaba nuevamente la daga de plata que era de ella desde un principio y la colocaba sobre el cuello de Ren Tao, aún inconsciente en el suelo.
—No te atreverías —se animó a decir el lycan, temiendo que ella contestara lo mismo que hace unos minutos.
—Vuelvo a repetir, ¿quieres apostar, Horo-Horo? —dijo ella con suma calma y con una sonrisa de inocencia pura. Estaba disfrutando de la desesperación del ainu.
Horo-Horo se quedó estupefacto observando como la daga se balanceaba en el cuello de su ser más amado. Estaba impotente nuevamente y los músculos volvieron a punzarle con fuerza haciéndole recordar que ya ni forcejear podía, estaba atrapado y sólo podía dejarse hacer con la humillación que esto ameritaba. No quería que le hicieran callar, porque sabía que durante le juicio no podría defenderse y sería juzgado mal o tendría que escuchar cómo lo sentenciaban a muerte o peor: cómo lo usaban como botín de guerra y lo exhibían delante de los licántropos para humillar a Hao y tenerlo bajo su pie, como siempre quisieron los vampiros. Lo que menos quería era ser motivo de la caída del gran imperio que su salvador había logrado crear con mucho esmero y a costa del sufrimiento de todos, pero al menos tenían hogar y ese era motivo suficiente para servir al Rey en todo lo que éste quisiera.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el fuerte dolor que le invadió en la cara, sintió el sabor de su sangre que se colaba entre sus labios y pudo sentir cómo el hilo pasaba por el orificio abierto como si fuera un cordel en llamas que le atraviesa la boca. No pudo gritar, pero si hubiera podido lo habría hecho. Esta vez no dejó escapar ninguna lágrima mientras el hilo y la aguja cocían sus labios, haciéndolos sangrar y enrojecer a su paso.
Fueron varias dolorosas puntadas, el hilo parecía eterno al pasar por sus heridas, pero sus ojos estaban fijos en el cuerpo de Ren, que le hacían sentir aún vivo pese al dolor. Iba a soportar, iba a sobrevivir y a escapar. Mientras esos hilos cocían sus labios con grotescos movimientos, se juraba en su mente que iba a vivir con Ren y que serían felices juntos, como cada noche eterna que pasaban, como cada beso que se daban. Ninguno, ni él ni Ren Tao, se rendiría fácilmente, iban a luchar por su amor cueste lo que cueste.
– – –
Nota final: Bien, acá termina el capítulo dos, en el que revelo varias cosas medianamente importantes y en el que les confirmo: habrá HaoxHoro y probablemente HaoxRenxHoro, pero no inmediatamente. Espero les haya gustado, ahora saben qué pasó con Jeanne y Lyserg, igualmente hay detallitos que, si prestaron atención, puede que sean mucho más reveladores que siendo más específicos ;)
Espero que lean el siguiente capítulo y que haya valido la pena la espera tan larga por este. Les agradecería un comentario, aunque más no sea diciendo lo horrible y confuso que estaba este capi. Mil y un gracias por leer y comentar, y un millón de disculpas por la demora injustificada.