Disclaimer: Los personajes que reconozcan furon creados por la genial Jane Austen. Yo no lucro con esto.
Esta historia participa en el reto "Momentos de la infancia" del foro "Las sombras de Pemberley"
Tengo que confesar que, aunque me cae muy bien, Edmund Bertram siempre me ha parecido sosísimo. Es tan bueno que me llega a aburrir (por no mencionar que es un poco tonto al no ver que Fanny lo adora). En fin, igual quise escribir sobre él para el primer reto del maravilloso foro Las sombras de Pemberley, sobre la obra de Jane Austen en general. ¡Pasen a cotillar!
Las lágrimas de otros
El pueblo más cercano a Mansfield Park siempre le ha gustado mucho. Mientras que Tom prefiere admirar los maravillosos caballos que a veces están en exhibición, a Edmund le atrae más merodear por las callecitas sin rumbo. La gente que anda por ahí le parece fascinante. Son tan distintos a papá, a mamá o a sus hermanos. Por no mencionar a la señora Norris.
Los observa en silencio. Le llama la atención cómo se mueven, cómo hablan, cómo sonríen. Tan diferentes a su familia y al mismo tiempo, tan parecidos. Porque esa señora que regaña a su hija por haber roto su vestido podría ser mamá retando a Maria. Y el chico alto que silba descaradamente tiene algo de su hermano. Quizás el desparpajo con que se apoya en la pared o esa mirada que parece decir que sabe algo que nadie más sabe.
En ese momento, se fija en ella.
Es una niña pequeña. Tiene la cara sucia y llora. A Edmund nunca le ha gustado ver llorar a nadie. Cuando Julia llora porque ha perdido su muñeca preferida, él es el primero en ayudarla a buscar por toda la casa.
Por eso se acerca a la pequeña.
—Disculpa, ¿estás bien? ¿No necesitas algo? —le pregunta. La niña deja de llorar y lo mira entre hipidos. Es como si nadie nunca le hubiera dirigido una palabra amable.
—No encuentro a mi mamá —dice finalmente y sorbe ruidosamente por la nariz.
—Toma. —Edmund le tiende el pañuelo que esa mañana su madre le metió al bolsillo—. ¿Mejor? —La niña asiente sin quitar la expresión sorprendida de su rostro—. Está bien, ahora buscaremos a tu madre. ¿Dónde fue la última vez que la viste?
—En… en el mercado.
—Ya. Yo soy Edmund Bertram, ¿cómo te llamas tú? —le pregunta mientras le tiende la mano. La niña lo mira dubitativamente, pero termina por aceptarla.
—Eliza.
—Qué lindo nombre —le dice Edmund con una sonrisa. Ella le sonríe tímidamente y esa sonrisa hace que su cara manchada se tiña de una dulzura impensada—. Ven, vamos a buscarla.
Si su madre lo viera, seguramente lo regañaría por tocar a una chiquilla tan sucia. Pero a él le daba igual. Eliza necesitaba consuelo y él no estaba dispuesto a verla llorar sin hacer nada.
Nunca dejaría que nadie llorara sin tratar de consolarlo.
Ya, nadie puede decirme que fui mala con Edmund. Aburrido y soso como es, tiene un buen corazón. Espero que les haya gustado.
¡Hasta la próxima
Muselina