Una actualización después de Dios sabe cuánto. Lamento tanto haber tardado así, demasiadas cosas en poco tiempo. La verdad no quiero abandonar esta historia ni a la pequeña Enola, así que a ustedes que leen está cosa desde el comienzo, mil disculpas y mil gracias por sus comentarios.
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Sherlock y Enola Holmes, así como el resto de sus personajes, no me pertenecen. Son propiedad de sus respectivos autores y televisoras. No ganó nada más que el gusto de decir que yo escribí esto.
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06
Cuando a Sherlock se le acabaron las ideas y las posibles respuestas del paradero de Tom, notó que el detective se comenzaba a desesperar, por ende, a descontrolar.
Disparaba a la pared en toda hora, gruñía enfadado cada que algo se movía por el departamento. Siempre que pasaba por la sala para ir a la cocina, escuchaba el constante murmullo lleno de improperios contra la pobre Enola Holmes, quien no había vuelto al piso en esos días.
Claro, no es como si de verdad hubiera salido de la vida de John Watson, por el contrario, este solía ir a verla luego del trabajo, a aquel smoke shop donde le decía que su hermano seguía negándose a verla y Mycroft seguía buscándola para enviarla a casa.
Ella solía reír, mirando al hombre como si le conociera muchas cosas, como si fueran grandes amigos de toda la vida. Eso le asustaba. Estaba acostumbrado a que los Holmes leyeran en él todo, pero jamás a esas sonrisas llenas de afecto cálido a las manitas largas enroscadas en su brazo, como si fuera la cosa más normal del mundo. Una parte de él sólo podía pensar que si Sherlock fuera quien se le sentaba al lado, apoyando su espalda contra su costado, sería sin duda alguna el médico más feliz de toda Gran Bretaña.
Por ahora jugaba a ser el doble agente. Por un lado, ayudaba a Enola, que era la niña más dulce y adorable -considerando que era una Holmes- que hubiera conocido, y por otro estaba con Sherlock fingiendo estar total y enteramente de acuerdo en su forma absurda e inmadura de tratar a la chica.
La realidad, es que John estaba totalmente en contra de eso. Esos días había notado que Enola era muy lista, pero de un modo distinto. Podía generar empatía con las demás personas de una forma asombrosa, incluso honesta.
Ella realmente se conectaba y eso era una gran ventaja para los propósitos de la chica. Era instintiva, valiente, incluso era osada. Sabía más de química que nadie de su edad, casi tanto como su hermano, sin perder ese toque humano. John comenzaba a sentir que esa chica le encantaba.
― Deberías dejar que Enola ayude ― El gesto contraído en una expresión de incredulidad de Sherlock le sacó de su aparente tranquilidad. Él se sonrió levemente antes de rascar su nuca, bebiendo su té.
Sherlock entrecerró los ojos entonces. La desconfianza era tal que John solo pudo arquear una ceja, dejando la taza de té delante de su boca. El duelo de miradas duró apenas un par de minutos antes de que todo el reconocimiento de la situación llenará la cara de Sherlock.
― Sabes donde esta ― Acusó, incrédulo. ¿Desde cuándo estaba pasando eso bajo sus narices y él no se…? ¿John y Enola? No, eso no… ¿o sí? Abrió grande los ojos. Se levantó lentamente del asiento. John noto entonces que algo no iba bien, porque Sherlock lo miraba como si de repente fuera una criatura del abismo o estuviera a punto de arrancarle la cabeza. ― ¿Estas teniendo sexo con mi hermana menor, John?
John simplemente se atraganto. El té le salió por las fosas nasales y la boca, manchando su cara. Estaba tan jodidamente caliente que le quemó la garganta, la nariz, el mentón y el pecho cuando se manchó con lo que le sobro de la taza –la cual tiro al levantarse abruptamente totalmente sorprendido-.
Miró a Sherlock totalmente alarmado, con la cara manchada de té y roja por la quemada. Dios, Dios, ¿qué mierda estaba mal con Sherlock? ¿Cómo diablos podía pensar que él iba a acostarse con Enola Holmes? No es como si la chica no fuera realmente sensual, con ese cuerpo delgado y el cabello rizado… Pero no era lo que John realmente quería. Frunció el ceño, poniendo la taza violentamente sobre la mesa de la lámpara.
― ¿Qué mierda te pasa, idiota? Entre Enola y yo no pasa nada, imbécil. Sé respetar esto, aunque quien sabe que rayos sea nuestra amistad.
Sherlock le miró aun con cierta desconfianza. John tenía una larga fila de chicas bonitas, jóvenes y alocadas que buscaban el amor caliente y arrebatador del médico, que parecía muy dispuesto a darles. Una parte de él le dijo que, en efecto, era un imbécil. Enola no iba a acostarse con John porque la chica era lista, y la chica sabía bien que rayos era esa amistad.
Ladeó la cabeza y terminó por alejarse de John para ir a su piso. Él tenía razón, no podía hacer nada si Enola no le daba la información faltante, ella era la única capaz de robar información con una habilidad asombrosa. No dudaba de que su hermana ya tuviera todos los archivos de su computadora con el poco tiempo que estuvo sola en la casa.
John soltó todo el aliento, completamente en shock. ¿Cómo rayos Sherlock podía llegar a pensar que él y su hermana menor iban a tener sexo? Enola era preciosa, pero John no se engañaba. Era la hermana menor de su mejor amigo, nunca le haría una cosa como esa, en realidad.
Suspirando fue a su propia habitación a cambiarse de ropa, estaba empapado. La sorpresa, la idea de que Enola y él pudieran estar en tales situaciones, le hizo sentir muy nervioso, y muy torpe. No supo bien porque… pero recordó las manitas de Enola sujetando la suya, tirando de él para que se sentará a su lado a tomar té mientras le contaba de Sherlock. Era una niña simplemente adorable.
Negó fuertemente. No iba a caer en ese estúpido juego. Sherlock lo hacía por algo, lo sabía. Se acomodó el suéter tejido de color crema y salió de nuevo a la sala para servirse otra taza de té.
Claro, se encontró con Sherlock vestido pulcramente. El cabello rizado estaba alborotado, con la bufanda oscura enroscada en su cuello. Su cuerpo estaba cubierto por un traje negro y su gabardina. Sonrió ladino al ver al médico con ropa seca sin olor a té negro con menta.
―Eh… ¿vas a salir? ― John arqueó ambas cejas, y Sherlock le lanzo su chaqueta para que se la pusiera como si nada.
―Vamos a salir. Iremos donde Enola, y tú sabes donde es.
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Enola llevaba puesto un vestido negro, ajustado de la cintura y que llegaba un poco más debajo del medio muslo. Las medias de red resaltaban entre los cojines de colores donde estaba recostada. Llevaba su tableta en las manos, leyendo muy entretenida el diario de John Watson. El médico le caía bien, pero ella necesitaba más que simple empatía para poder conseguir que Sherlock comenzará a trabajar como realmente sabía y pudiera acabar su maldito caso.
Además, evitaba el proceso de conocer al médico, fingiendo que iba conociéndole y llevándole justo por el camino que quería. La realidad es que no sentía gusto o placer por jugar con la mente del doctor, pero era necesario si quería lograr salvar a Tom. Suspirando se hizo pequeña en los cojines, pensando en lo asustado que debía estar él, lejos de casa y seguramente descuidado.
La puerta se abrió de repente, ella solo apagó la tableta para mirar a Reed. Aquel hombre gigantesco, una mole que había recibido un disparo en el lóbulo frontal derecho lo que provocaba que tuviera un gran vació en el cráneo. Su cabeza era graciosa en cierto modo, como Pacman con la boca abierta. Claro, Enola jamás lo decía, porque eso sería ser grosera y eso no le gustaba –del todo-.
Reed la miró atento antes de mover su gran cuerpo y dejar ver al doctor Watson. Este entró a la sala como siempre. Sonrisa nerviosa, gesto torpe, mano alzada. Oh, era tan encantador ver que sus movimientos daban frutos. Ella se paró, de un dulce brinco rodeo el cuello del doctor para darle un fuerte abrazo. Él la sujetó de la cintura, algo sorprendido.
― ¡Oh, John, viniste antes!
― ¿John? ¿Realmente son ya tan íntimos?
Enola miró a Sherlock, parpadeando. Bueno, sus intentos daban mucho más que frutos. Reprimió la sonrisa orgullosa por su excelente jugada, y sólo se mostró increíblemente sorprendida. Como si de verdad no hubiera esperado que su hermano apareciera en esa sala con John Watson, a quien por cierto no había soltado ni un poquitín –ni él a ella-.
Sherlock deslizó la bufanda de su cuello y la metió en su bolsillo. Reed desapareció con su ruido sordo y pesado por su tamaño, sin decir ni una sola palabra. John miraba sorprendido a Enola.
Ella… se había teñido el pelo negro. Ya no estaban las alocadas mechas ni nada de eso. Sólo rizos negros que caían sobre sus hombros elegantemente. Su cara se notaba más pálida y esos labios de un rojo como las cerezas no estaban si quiera maquillados. Enola se veía… No había palabras. En realidad, no había nada, solo podía mirarla como un gran estúpido. Enola lo notó. Sherlock lo notó. Ese fue el comienzo de sus problemas.
―Claro que sí, hermanito, ¿verdad, Johnny?
La cara de John se volvió de un intenso rojo, la de Sherlock era un poema al odio y la traición más íntima, una que jamás espero. Enola se reía por dentro mientras sus labios saboreaban los del doctor. Tom, vamos a ir por ti pronto, pensó.