Disclaimer: Todos los personajes de Bleach usados en la historia son propiedad del gran troll Tite Kubo, la historia pertenece a la escritora Christine Rimmer, yo solo la adapté con el fin de entretener a la audiencia IchiRuki que sé les encantará tanto como a mi.

Como terminé mis pendientes escolares, les dejo continuación, disfruten ;D

Capítulo Tres

A la una de la madrugada, se encontró aparcando delante de la casa de Rukia. Con una idea a medio formar y completamente absurda en la cabeza, salió del coche y avanzó por el estrecho y muy cuidado camino de entrada hacia su puerta.

Salió a abrirle Rangiku.

—Ah, eres tú.

Había asomado la cabeza y lo estaba mirando, medio dormida aún, con los ojos entrecerrados y una expresión vagamente desaprobadora.

—Hola, Rangiku —Ichigo no pudo evitar sonreír; siempre le había caído bien … tanto por su franqueza como por su enorme corazón—. ¿Está Rukia en casa?

—Pues sí.

—Me gustaría hablar con ella.

Rangiku lo miró de soslayo un momento y luego rezongó:

—Espera un minuto. Voy a…

Pero en aquel instante, él oyó la voz de Rukia:

—¿Qué ocurre, Rangiku?

Y su rostro apareció por detrás del hombro de Rangiku. Llevaba una discreta bata y se estaba cerrando las solapas. Su cabello estaba revuelto, y su expresión era suave y vulnerable. Parpadeó y se le dilataron mucho los ojos al verlo.

—¡Oh! —exclamó, inhalando.

Las manos de Ichigo, que él tenía metidas en los bolsillos, se convirtieron en puños. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para permanecer donde estaba. Lo que cada fibra de su ser le pedía a gritos era que avanzara y apartara a Rangiku de en medio. Deseaba estrechar a Rukia contra su pecho, hacerle levantar la barbilla y cubrir sus labios con los suyos. Deseaba demostrarle de una vez por todas que era suya y sólo suya.

Era un impulso primitivo, lo sabía. Y totalmente inoportuno. Ella no era suya; Rukia ya había tomado una decisión al respecto. Aun así, el hecho de que hubiera cancelado su boda no hacía que su deseo de tomarla entre sus brazos fuera menos real.

La miró a sus ojos grandes y llenos de aprensión.

—Sé que es tarde. Pero quiero pedirte un favor.

—Ah —dijo ella—. Sí. Claro. ¿Qué?

Entre ellos, Rangiku masculló:

—Tal vez deberías hacerle pasar, Rukia.

—Ah. Ah, sí —Rukia estuvo a punto de sonreír, pero luego pareció decidirse en contra—. Pasa.

—Gracias.

Rangiku y Rukia se apartaron para que Ichigo entrara en el pequeño vestíbulo. Se quedaron mirando los tres, Rukia e Ichigo llenos de anhelo y Rangiku paseando la mirada entre uno y otro.

Finalmente, Rangiku sugirió irónicamente:

—¿Qué tal si vosotros os metéis en el salón para hablar, y yo me vuelvo a la camita?

Sin apartar en ningún momento los ojos de Ichigo, Rukia murmuró:

—Sí, buena idea. Buenas noches, Rangiku…

—Sí —dijo Ichigo—. Buenas noches, Rangiku…

Rukia, quien aún no acababa de creerse que Jordán estuviera allí, se aclaró la garganta:

—Hummm. Bueno. Vamos a la otra habitación, ¿quieres?

—Sí. Estupendo.

De alguna forma, ella consiguió arrancar la mirada de encima de él, el tiempo suficiente para darse la vuelta y guiarle a través del comedor antes de bajar los dos escalones que conducían al salón. Allí, encendió una lámpara y le indicó el sofá.

—Por favor, siéntate —sabía que sonaba absurdamente formal, pero se sentía incapaz de cambiar de tono.

—Gracias.

Se sentó donde ella le había indicado. Rukia lo hizo en el brazo de un sillón, delante de él, con la mesilla de café entre los dos.

—¿Qué tal están Daisuke y Yukiko?

—Estupendamente. Están muy bien.

—Bien. Me alegro.

—¿Quieres… tomar algo? No sé, ¿café? ¿Una cerveza?

—No. No, gracias.

—¿Seguro? No es ningún inconveniente.

—Seguro.

—Bueno —ella se estiró la bata por encima de las rodillas—. De acuerdo…

Los lugares comunes se habían terminado demasiado pronto. Durante unos segundos de auténtica agonía, ninguno de los dos supo qué decir.

Rukia sabía que, cualquiera que fuese el motivo que lo había traído allí en mitad de la noche, no sería ni mucho menos aquél que ella había soñado: no iba a pedirle a Rukia que le concediera una oportunidad más a lo que había entre ellos.

Pensó, desconsoladamente, que arrojarse a sus brazos en aquel preciso instante sería tan sólo un error. Nunca llegaría a él, sino que se despeñaría por el abismo que los separaba, y no se volvería a saber de ella.

Finalmente, Ichigo habló:

—Llamé a Ayami anoche para decirle lo que había ocurrido.

Rukia asintió, sintiéndose peor por momentos, al pensar en lo mucho que Ichigo quería a su abuela y lo duro que tenía que haberle resultado decirle que la boda se había cancelado.

Él prosiguió, con voz inexpresiva y como sin darle importancia:

—No pude hacerlo.

Rukia, que se estaba mirando el regazo, alzó la vista rápidamente y lo miró de nuevo a los ojos.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que acabo de decir —su tono inexpresivo se hizo de pronto impaciente—. Se puso a felicitarnos, y no tuve corazón para decirle que no había habido boda. Es muy mayor…

—Lo sé, pero…

Ichigo la interrumpió, como si no la hubiera oído:

—Y no está bien de salud. A duras penas puede desplazarse después de la caída de hace dos meses. Y ya sabes lo de su corazón.

—Sí, pero, Ichigo…

—¿Quieres dejarme acabar, por favor?

—Lo siento. Desde luego. Sigue.

Él se quedó callado un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—Lo que había entre nosotros… —hizo un gesto que los abarcaba a los dos—…tú y yo, los niños. Es lo que siempre había deseado de mí, una esposa y una familia.

—Lo entiendo.

—¿Ah, sí?

Su mirada era distante. Para Rukia, insinuaba que tenía sus dudas de que una mujer como ella, que se tomaba tan a la ligera sus promesas, pudiera entender nunca lo que su amada abuela podía sentir.

—Sí —dijo Rukia firmemente, sintiendo una punzada de irritación—. Sí que lo entiendo. Y lo siento, de verdad, Ichigo. Sin embargo, sigo…

Ichigo se puso en pie, con un movimiento súbito que hizo que a Rukia se le fuera el santo al cielo y se aferrara con más fuerza al brazo del sillón.

—¿Cuánto lo sientes? —inquirió él.

Ella se retrajo.

—Ichigo, yo….

Ichigo se cernió sobre Rukia.

—Responde a la pregunta. ¿Cuánto lo sientes? ¿Lo suficiente como para ayudarme?

Ella se obligó a sí misma a enderezarse y cruzó cuidadosamente las manos sobre el regazo. Luego le preguntó, con mucha más firmeza de la que sentía:

—¿Adonde quieres llegar?

—Responde a mi pregunta. ¿Estás dispuesta a ayudarme?

—Si puedo, desde luego. Pero, ¿qué quieres que haga?

Él la miró, sin responder, atravesándola con la mirada. Rukia mantuvo la vista alzada, las manos quietas y la espalda orgullosa y recta. Durante una eternidad se sostuvieron mutuamente la mirada… y en los ojos de Ichigo, Rukia vio el deseo que tanto se estaba esforzando en controlar.

La mirada de Ichigo descendió hacia su boca. Por un instante se mantuvo allí. Y luego comenzó a explorar su cuerpo. Se posó en su cuello antes de descender al escote que dejaba entrever la parte superior de sus pechos.

Rukia sintió que el cuerpo le ardía otra vez, que el sonrojo le subía hasta el cuello y las mejillas. De pronto fue dolorosamente consciente de que los pezones se le estaban endureciendo bajo la bata, del roce del tejido contra la sensible piel de sus puntas erectas.

Habiendo puesto una distancia segura entre ellos, Ichigo la miró ceñudamente por un instante y luego dijo en tono acusador:

—Deberías ver la de regalos que estoy recibiendo de la familia. El devolverlos todos va a convertirse en una auténtica operación estratégica.

Rukia percibió cómo estaba creciendo la frustración de Ichigo. Aquello no estaba conduciendo a ninguna parte. Estaban en plena noche. ¿Qué quería de ella?

—¿Quieres que los llame, es eso? ¿Quieres que llame a tu abuela y le explique lo que ha ocurrido?

—No, Rukia —su tono era sombrío—. No es eso lo que quiero.

—¿Entonces qué? Dime, ¿qué?

—Quiero que vayas a casa, conmigo… con Daisuke y Yukiko . Quiero que seas mi esposa. Durante cinco días, desde el miércoles al domingo.

Rukia se lo quedó mirando, negándose a creerlo por un instante. Luego dejó escapar un gruñido de puro asombro.

—¿Qué? No puedes hablar en serio.

—Hablo muy en serio.

—Fingir que estamos casados, ¿para la reunión familiar?

Él asintió.

Ella sacudió la cabeza, aturdida. No, no podía hablar en serio.

—Es una locura. No podemos…

El desechó sus objeciones, como si lo que acabara de sugerir fuera realmente posible, como si fuera la única solución razonable al problema con Ayame.

—Sí que podemos. La verdad es que casi no los veo nunca. Y mi abuela está en las últimas. ¿Por qué no iba a obtener de mí su mayor deseo antes de morir?

—P… pero, Ichigo —balbució—, no podemos hacer eso. No está bien.

—¿Qué quieres decir con eso? No hace daño a nadie. Si acaso, hará feliz a un montón de gente… mucho más feliz que contarles la verdad y arrojar una sombra sobre la condenada reunión.

—Pero es mentira.

—Una mentira por una buena causa. Y finalmente, cuando Ayame haya desaparecido y tenga que contarles la verdad a todos, al menos no habrá sido durante la mayor reunión que ha celebrado mi familia en veinte años.

—Pero, ¿y Daisuke y Yukiko?

Ichigo estaba preparado para aquello. No titubeó al contestar:

—Daisuke tiene sólo cuatro años y Yukiko aún no ha cumplido los dos. No se enterarán de nada de lo que ocurra. Se lo pasarán en grande. Mi familia al completo se enamorará de ellos, y tendrán a otros niños de su edad con los que jugar.

Rukia se lo quedó mirando, con el corazón destrozado. ¿Cómo iba a mentir ella en algo así? ¿Cómo iba a fingir que Ichigo y ella habían unido sus vidas cuando, tan pronto como regresaran a casa, volverían a convertirse en lo que eran en aquel momento: dos personas distanciadas y separadas?

Sintiéndose incómodo con el silencio angustiado de Rukia, Ichigo insistió:

—Funcionará, Rukia. Estoy convencido.

Rukia sintió ganas de llorar. ¿Cómo podía pedirle aquello? Era demasiado doloroso, demasiado cruel.

Muy bajito, con una voz desgarrada, ella se atrevió a hacer la pregunta que llevaba en el corazón:

—¿Y qué hay de… tú y yo?

Él se limitó a mirarla inexpresivamente.

—Ya no hay tú y yo. Es algo que tú decidiste.

—Pero yo…

Él la interrumpió con un gesto de la mano:

—Mira. Ayer en la noche estuve pensando. Y me he dado cuenta de que tomaste la decisión adecuada. No sirvo para marido. Y aunque me encantan los niños, no sería capaz de hacer frente a los momentos duros cuando surgieran.

—¿Los momentos duros? —murmuró ella apagadamente.

—Sí. Todos los problemas que surgen en una familia. Entre marido y mujer. Y con los niños, a medida que crecen.

Ella se inclinó hacia él.

—¿Pero cómo puedes saber tú eso? —una nota se súplica apareció en su voz—. No te has dado a ti mismo la oportunidad de saberlo.

—Me conozco.

—No…

—Sí.

—No te estás valorando como mereces. Y, además, lo estás tergiversando todo, y lo sabes. El cancelar lo nuestro no fue decisión mía. Yo quería que resolviéramos las cosas, Ichigo. En serio. Pero tú… tú me lanzaste un ultimátum. Te lo juro, Ichigo, lo único que quería era… —se dio cuenta por la expresión angustiada del rostro de Ichigo lo histérica que debía sonar; hizo un esfuerzo por calmar la voz—: …un poco de tiempo. Y es lo que sigo queriendo. Si al menos quisieras…

Pero Ichigo ya había tenido suficiente.

—Déjalo estar, Rukia. Quienquiera que tomara la decisión, está tomada. Y es la correcta, estoy convencido.

—Pero…

—Lo digo en serio. Se ha terminado.

Rukia se lo quedó mirando, mordiéndose el labio para no estallar en inútiles lágrimas. Rangiku la había acusado de no luchar lo suficiente por intentar hacerle comprender. Bueno, pues ahora acababa de intentarlo. Y aquél era el resultado.

Rukia trató de poner sus emociones bajo control antes de decir nada más. Buscó otra forma de abordar aquello, una forma que le permitiera penetrar a través del muro infranqueable que Ichigo había erigido súbitamente a su alrededor.

Mientras trataba de pensar qué decir a continuación, hizo lo posible por controlar la expresión de su rostro. Aun así, sabía que Ichigo veía la sombra de dolor en sus ojos… por no mencionar la humedad de las lágrimas que a duras penas estaba logrando contener.

De pronto, Ichigo alzó las manos.

—Maldita sea, da igual. Tienes razón.

Ella lo miró, boquiabierta.

—¿Qué? ¿Razón en qué?

—Esta es una idea absurda —se dio la vuelta, arrojando las palabras por encima del hombro—. Ha sido despreciable que te lo haya pedido. Siento haberte despertado. Vuelve a acostarte —se dirigió a la puerta.

—¡Espera! —Rukia se levantó del brazo del sillón.

Él se detuvo a medio camino de la zona de comedor. Volvió la cabeza para mirarla. En aquel preciso instante, Rukia creyó ver un destello de esperanza en sus ojos. Por un segundo, tuvo la seguridad de que él deseaba que no lo dejara irse.

—¿Qué? —dijo hoscamente.

El consejo de Rangiku resonó en su cabeza: dejas que te intimide. «Dejas que sea él quien te rechace. No sabes ponerte a su altura cuando la cosas se ponen duras…»

Pero si ni siquiera quería hablar con ella…

Bueno, eso quería decir que necesitaba estar más tiempo con él. Y tiempo era algo que no iba a conseguir.

A menos que…

A menos que aceptara su propuesta, respondiera a su reto y le saliera al paso en el único terreno que estaba dispuesto a concederle. A menos que aceptara ser su esposa por cinco días…

—¿Y bien? —inquirió él, que se había vuelto ya completamente hacia ella.

—Lo haré.

Ichigo giró sobre sí mismo y clavó en ella su sombría mirada.

-¿Qué?

Rukia tragó saliva y repitió:

—He dicho que lo haré.

Fue entonces él quien pareció desconcertado.

—¿Lo dices en serio?

—Sí.

—Trato hecho, entonces. Desde el miércoles al domingo, seremos un par de felices recién casados.

—Sí. Trato hecho.

Ichigo se metió la mano en el bolsillo.

—Coge esto.

En un acto reflejo, ella levantó la mano y cogió la cajita forrada de terciopelo que él acababa de lanzarle. Se la quedó mirando un instante sin decir nada, antes de abrirla y ver lo que ya sabía que había dentro: su diamante de compromiso y su alianza.

—Gracias.

Él no dijo nada por un instante, sino que se quedó mirándola desde donde estaba. Rukia se permitió preguntarse si, tal vez, él estaría también luchando contra los recuerdos de aquella noche en la playa.

Eso esperaba. En su campaña por conseguir que abriera de nuevo su corazón, los recuerdos de todo lo que habían compartido serían sus aliados… siempre que fuera él quien quedara prendido en ellos.

Muy deliberadamente, mientras Ichigo la estaba contemplando, ella sacó los anillos de su lecho de terciopelo y se los puso en el dedo.

—Ya está —dijo desenfadadamente; se metió la cajita en un bolsillo de la bata y estiró la mano para admirar la reluciente piedra—. Es maravillosa, Ichigo. Y ya echaba de menos verla en mi dedo… —alzó la vista y se encogió de hombros—. Bah —dejó caer la mano y dirigió la mirada hacia él otra vez, esperando pacientemente a lo que tuviera que decir.

Ichigo pareció no tener nada que añadir de principio. Siguió mirándola, con los ojos entornados. Luego, casi defensivamente, se lanzó a enunciar los preparativos:

—Llamaré a mi agencia de viajes por la mañana. Podemos volar hasta Karakura y coger un coche desde allí. Deberíamos salir el miércoles en algún momento, así que tenlo todo listo. ¿Puede ocuparse Rangiku de todo por aquí?

—Sí, así es como lo habíamos planeado. Estoy segura de que no le importará.

—Bien. Te llamaré para hacerte saber los detalles en cuanto lo tenga todo resuelto.

—Muy bien.

—De acuerdo. Buenas noches, entonces —se dirigió hacia la puerta una vez más.

Rukia recordó la decisión que acababa de tomar, de aprovechar al máximo la oportunidad que acababa de concederle Ichigo. Pensó que esta vez le gustaría empezar con diferente pie desde el principio. Le apetecía tomar ella alguna iniciativa, en lugar de estar siempre supeditada a las suyas.

—Ichigo —dijo cuando él estaba a punto de salir.

Él se dio la vuelta, con expresión vagamente irritada.

—¿Quieres esperar un momento? Tengo algo para ti.

—¿Qué? —la miró de soslayo, con desconfianza y deseando irse claramente.

—Por favor —dijo ella—. Será sólo un minuto.

Su habitación estaba al final del pasillo que daba al vestíbulo. Tuvo que pasar por su lado para llegar allí. Percibió su impaciencia con la espera, con el hecho de no tener la situación bajo control, al pasar junto a él, y notó su mirada en la nuca mientras avanzaba por el pasillo.

Encontró rápidamente lo que buscaba.

Cogió la cajita, sacó lo que había dentro, y volvió a ponerla en su sitio.

Mientras tanto, él la esperaba en el mismo sitio donde lo había dejado. Rukia habría experimentado una desvergonzada satisfacción si hubiera sabido que Ichigo estaba sintiéndose exactamente como ella había deseado: inquieto y curioso… y vagamente desconcertado.

¿Qué demonios se proponía ella?, se estaba preguntando. Habían hecho un trato, y lo que quería ahora era largarse cuanto antes.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que no iba a tardar nada en saber la respuesta, porque ella reapareció súbitamente, tal como había prometido. Traía una sonrisilla extraña en el rostro mientras se dirigía directamente hacia él.

—Abre la mano, por favor.

Dios santo, podía olerla. Era aquel olor a rosas y a rocío matutino que lo había vuelto loco desde la primera noche que la había conocido.

Rukia se rió entre dientes.

—No, la mano izquierda.

Se sintió estúpido al ver que había extendido la mano derecha cuando ella se lo había dicho, como un perrito ansioso al que le piden la patita.

—¿Qué demonios es eso?

—Vamos, Ichigo. Hazlo por mí. ¿Por favor?

No sabiendo qué otra cosa hacer, cada vez más desconcertado, le ofreció la mano que le pedía. Rukia se la cogió con la suya, más pequeña y suave.

—Esto no te va doler nada —dijo ella zumbona-mente.

Ichigo se quedó mirando la coronilla de Rukia mientras ella deslizaba un anillo por su dedo anular.

—Ya está —dijo ella desenfadadamente.

Luego, antes de que él pudiera reaccionar, le dio la vuelta a su mano y le besó la palma.

Ichigo notó que le ardía la mano, se sintió como marcado al fuego con aquel beso leve como el plumón. No fue capaz de moverse.

Ella alzó la vista, con sus ojos violeta chispeantes.

—Hace juego con el mío. Quería sorprenderte el día de nuestra boda.

Ichigo sabía que debía apartar la mano rápidamente. Aquello no formaba parte del trato que habían hecho, ni mucho menos. Cuando llegaran a su ciudad natal, iniciarían su actuación como recién casados. Pero en aquel momento no estaban más que ellos dos, nadie ante quien fingir, ninguna excusa para que ella lo rozara con sus dulces labios ni para que él mantuviera su mano unida a la de ella.

Por fin, consiguió decir:

—No es necesario.

—Ya, pero le dará una nota bonita, ¿no?

—¿Una nota?

—Sí. Le contaré a tu familia cómo fui a la joyería y lo encargué especialmente para que hiciera juego con el mío, y a toda prisa, para que estuviera a tiempo para nuestro viaje a Yatsushiro.

Él sintió que algo se tensaba en su interior.

—¿Eso… hiciste realmente?

—Sí.

—Tenías que haberlo devuelto —su voz sonaba ridículamente ronca.

—Yo creo que es una suerte que no lo haya hecho. Viene de perlas ahora.

¿Pero adonde quería llegar aquella mujer? ¿Y qué demonios se proponía? De pronto parecía de lo más contenta, cuando unos momentos antes había estado totalmente destrozada y confusa. Ichigo no estaba seguro de que aquello le hiciera mucha gracia.

Pero entonces llegó a la conclusión de que hacer preguntas capciosas sólo le causaría problemas. ¿Qué más le daba que ella le hubiera comprado un anillo? Todo aquello, todo lo que se habían prometido mutuamente, el anillo y los compromisos y la vida que podían haber compartido, todo había desparecido, estaba borrado… un futuro posible que nunca se haría realidad.

Así que, ¿qué más le daba que todo su cuerpo le gritara que la atrajera contra su pecho, que deslizara sus manos bajo aquella bata y le acariciara los dulces secretos que ocultaba? Era un adulto, maldita fuera, lo bastante para dominar su lujuria.

Habían hecho un trato. Aquello era todo. En poco más de una semana, todo habría terminado.

Cuidadosamente, se zafó de su mano. Ella lo soltó sin oponer resistencia, como si quisiera darle a entender que el tiempo que sus manos habían estado unidas había sido tan cosa de él como de ella.

Con voz espesa del deseo que estaba dispuesto a negar, Ichigo dijo:

—Supongo que no me pasará nada por llevarlo este fin de semana.

—Bien —ella seguía sonriendo, aquella sonrisa suya de Gioconda.

—Te llamaré el lunes por la noche a última hora para contarte los últimos detalles —dijo él.

—Muy bien.

Ichigo se dio la vuelta rápidamente y se marchó.

Espero les guste la historia, nos vemos en la próxima.