Sus largos pasos hicieron eco por el colosal salón. Ninguno de sus guardias le acompañaba, había pedido ver al rey de Erebor en privado, audiencia que no había sido fácil de conseguir, aún siendo él mismo, el rey de Mirkwood, quien se había encargado de solicitarla.

Observó a su alrededor mientras caminaba por la gran sala, crucería de dimensiones desmesuradas construida con la excepcional destreza de los Enanos, capaces de transformar a las mismas montañas en verdaderos palacios de reyes. A pesar de estar bajo la montaña, el salón estaba agradablemente iluminado; Thranduil trataba de mostrarse impasible ante todo lo que tuviera que ver con los Enanos, pero habían ciertas cosas como su asombrosa arquitectura y manipulación de metales que le obligaban a visitar sus tierras periódicamente, tanto para deleitarse –secretamente- de sus logros arquitectónicos, como para comprar piedras preciosas que los Enanos extraían de las minas.

Sin embargo, su visita en esta ocasión tenía otros motivos, de los que se había empeñado en mantener en secreto, razón por la que el rey Thrór se había mostrado casi inaccesible a su petición privada de audiencia. Casi. Thranduil sabía que el rey no podría negarle una reunión, las buenas relaciones entre ambas partes eran indispensables para cuestiones de comercio y alianzas ante cualquier amenaza, por lo que Thrór no tuvo otra opción más que acceder a las inusuales peticiones del rey Elfo.

El que Thranduil hubiese recorrido millas de distancia para llegar a Erebor se debía a una rara obsesión desarrollada no hace mucho. Al joven Enano lo había visto pocas veces, no se presentaba ante su persona a menos que fuese en una visita oficial, cosa que no era muy común. Antes de aquel encuentro que tuvo lugar en los grandes y antiguos salones de Mirkwood, Thranduil lo recordaba como un chiquillo malcriado de largos cabellos y escaza -en comparación con un Enano adulto- barba oscura. Aunque admitía que en realidad nunca le había prestado atención. No fue hasta esa tarde en la que un grupo de Enanos comerciantes habían llegado a su reino y se presentaron ante él para solicitar el debido permiso para ingresar a su territorio. Lo notó de inmediato. No era un simple comerciante, aunque pretendía vestir como uno. Su rostro, su porte y principalmente su impertinencia que demostraba ante la vista del rey eran propios de un linaje Real; sin embargo, Thranduil no mencionó nada al respecto, pero fue incapaz olvidarlo.

Como bajo una especie de hechizo, corrió hasta Erebor una semana después, en busca de aquel Enano. Como bien lo dedujo, era el nieto de Thrór e hijo de Thráin, próximo heredero al trono después de su padre, quien tenía la rara costumbre de aventurarse a la menor oportunidad con los comerciantes a recorrer lejanas rutas.

"Thorin." – murmuró en voz lo suficientemente baja para evitar el eco en el salón.

Las palabras cruzadas con el príncipe fueron pocas las veces que se encontraron, gélida cortesía entre ambas partes, como parecía ser el factor determinante en las relaciones entre Enanos y Elfos. Sentía especial molestia por el orgullo del Enano, que parecía sobrepasar los niveles de su padre y abuelo, llegando a entrechocar con el del mismo Thranduil, quien también se negaba a ceder.

Llegó frente al colosal trono del Rey. Tal y como fue solicitado, no había un solo guardia alrededor capaz de escuchar lo que ahí se dijera. – Thrór hijo de Dáin y Rey Bajo la Montaña de Erebor – comenzó observando al Enano a los ojos – Yo, Thranduil hijo de Oropher y Rey de Mirkwood me presento a nuestra audiencia a la fecha y hora acordadas. – exclamó con toda la educación y respeto que le fue posible concebir. Le ofendía la insolente mirada del Enano desde las alturas de su trono – me gustaría verlo de pie, frente a mi; así no luce tan magnífico como se imagina – dijo para sus adentros mientras le devolvía la mirada desafiante. Sin embargo, su situación le obligaba a mantenerse dentro de los límites. Estaba frente al rey del castillo que pisaba y estaba a punto de anunciar una solicitud un tanto inesperada.

- Bienvenido a Erebor, rey Thranduil hijo de Oropher. – contestó Thrór con gélida cortesía - No he sido informado de la razón de su honorable visita, por lo que para satisfacer mi creciente curiosidad, sería un verdadero placer para mí si su noble persona diera por iniciada la audiencia.

Thranduil se tomó unos segundos para escoger sus palabras, sabía que la petición era sencillamente una locura, pero no daría un solo paso atrás hasta que se le fuese concedida.

- He recorrido un largo camino desde Mirkwood y solicitado una audiencia privada con el Rey Bajo la Montaña porque mi deseo es discutir ciertos acuerdos que podrían llegar a beneficiar en gran medida a nuestros reinos.

- Estoy dispuesto a escuchar lo que ha venido a decir. -contestó Thrór con su potente voz, expectante.

- Pongo a su completa disposición dos mil guerreros elfos ahora mismo, en tiempos de paz, para que el rey de Erebor haga de ellos lo que más crea conveniente; así mismo, doy palabra de mi juramento de que si tiempos más oscuros se acercasen algún día, los elfos de Mirkwood acudirán a la ayuda de Erebor de inmediato. Además, el paso libre para todo su pueblo por mis territorios, finalmente como dos reinos hermanos.

Thrór se inclinó sobre su silla, incrédulo - ¿Y por qué razón el rey de Mirkwood brinda tan generoso ofrecimiento?

- Porque a cambio quiero como pupilo a tu nieto, Thorin. – respondió, directo al grano. Observó como los ojos de Thrór se abrían como platos y luego se entrecerraban para dar paso a una genuina desconfianza.

- ¿Qué pretendes? – preguntó sentándose a la orilla del trono.

Ahí estaba. Finalmente la ridícula etiqueta había desaparecido. Podían comenzar a negociar.

- Nada más que eso. Lo quiero como pupilo. No es tu heredero más próximo|

- Pero ES mi heredero. Después de su padre claro, pero lo es. No puedo dispensar de él así como así. No quisiera atreverme a pensar que tienes objetivos más oscuros.

- ¿Y a mí que más podría interesarme? ¿Tu reino? Por favor – dijo con desdén adivinando sus pensamientos – las montañas no atraen mi atención en absoluto, señor de Erebor.

- ¿Y entonces para qué más pretendes llevarte al que algún día heredará mi corona? ¿Para dejar a Erebor sin un Rey? – las mejillas regordetas y la enorme nariz se enrojecieron de rabia. El Rey Bajo la Montaña ya no parecía tan majestuoso.

- No será de por vida. -"viejo idiota" quiso añadir – Como ya lo dije tantas veces, lo quiero como pupilo, solo por un tiempo –"el que me plazca."

- Citando parte de tus pintorescas palabras: "mi deseo es discutir ciertos acuerdos que podrían llegar a beneficiar en gran medida a nuestros reinos." ¿En qué podría beneficiarte el hecho de que envíe a mi sobrino como pupilo a tu reino? A parte de proporcionarte una boca más que alimentar, que vale por diez de tus elfos.

- Las relaciones entre nuestra gente nunca han sido las mejores, debemos aceptarlo. Y que mejor forma de demostrar la completa disposición para reparar esa alianza que siempre parece pender de un hilo, que fortaleciendo nuestras relaciones, yo generosamente te doy dos mil elfos para que te sirvan con absoluta lealtad, y tú, demostrando tu confianza en mi gente, nos envías a tu joven príncipe como pupilo a mi castillo.

- ¿Y yo por qué no tengo derecho a reclamar a cambio de mi nieto a tu hijo, Legolas? ¿No sería más apropiado? Y más justo.

- Si crees que te sirve de algo un pequeño elfo "aparte de proporcionarte una boca más que alimentar", a dos mil guerreros, entonces no encuentro razón para negarme. – Odiaba la idea, la detestaba desde lo más profundo de su corazón. Enviar a Legolas a vivir entre Enanos era inimaginable… una horrenda desgracia. Sin embargo, sabía que Thrór tomaría la opción que más le convenía. El viejo Rey meditó un instante, que a Thranduil le pareció eterno, y luego contestó – La propuesta es tentativa. Dos mil manos útiles no están de más, pero no puedo tomar una decisión ahora mismo. Dado que no es una solicitud de urgencia, ni en la que dependa la seguridad de mi reino, puedo tomarme la libertad de meditarlo un poco más.

- Entonces no tengo nada más que decir. – sabía que no obtendría una respuesta inmediata, y que seguramente no tomaría la decisión sin antes escuchar lo que Thorin tenía que decir. Thranduil no planeaba ser tan evasivo con el joven príncipe, para él, las cosas serían planteadas claras.


Gracias por leer! Pronto el capitulo 2