Hola mis pecadoras, vengo después de otro largo año publicando esta vez el ultimo capitulo de esta historia (si, finalmente!) Y justamente el dia del cumpleaños de nuestro querido españolito, aunque debo admitir que las cosas por las que pasa en este capitulo no se puede considerar precisamente un regalo...
Advierto de antemano que yo no advierto nada porque lo considero spoiler y eso no me agrada. Solamente lo mismo de siempre, temas religiosos y bueno un poco de violencia por acá. Si son muy susceptibles les recomiendo no leer.
Recordatorio que esta historia originalmente le pertenece a la brillante Akira Hilar, yo solo hice una adaptación
En fin, sin mas preámbulo, les dejo con este capitulo.
Nuestro Pecado
VII
El pecado
"Huid de la inmoralidad sexual. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo". 1 Corintios 6:18
Sus gemidos en la punta de su oído, su corazón golpeando su caja torácica, su sudor corriendo como ríos de sal contra su piel herida, enrojecida al extremo con la presión contenida en nudillos que apretaban el cojín y la cadena de oro que brillaba entre sus dedos. También los dedos manipulándole su sexo, también la yema dando vuelta sobre su glande, el sudor caer por sus piernas, cada una de esas gotas sintiéndose como tentáculos tomando poder sobre su extremidades y enviándole estallido de endorfinas en su cabeza. Antonio se sentía un universo paralelo, un universo plagado de sensaciones pecaminosas de las cuales él había luchado toda su vida por alejarse.
De nuevo removerse, de nuevo buscar liberarse, de nuevo sentir el pecho húmedo de él plegándose contra su espalda y jadear con su aliento plagado a sexo y ansias contra su mejilla. Sus ojos se desviaron del cojín enfocando cualquier cosa frente a él, observando para su desgracia el porta retrato de la familia de ese hogar en la mesa redonda cubierta con un mantén blanco. Sus pupilas se dilataron, cristalizaron, se rompieron mientras volvía apretar entre índice y medio la textura de la cruz liza, lastimándose las articulaciones de sus dedos.
Su familia… él estaba allí era para salvar a su familia…
—"Bendita sea la providencia que te trajo a nuestra iglesia. Con tu ayuda, por ti siendo instrumento de él estoy salvando a mi familia, reconquistando a mi esposa."—el padre…
—"Déjeme agradecerle, Padre Antonio, por su valiosa ayuda. Realmente pensaba rendirme, pensaba simplemente dejar todo y seguir lo que el mundo dice, la salida fácil. Pero Arthur ha cambiado tanto que, me ha conquistado varón de Dios…"—la madre…
—"Mi papá te desea… se lo confesó a mi tío. Que muerde sus labios para no decir tu nombre cuando está con mi mamá…"—el hijo…
—Antonio, ¡oh Antonio!—cerró sus parpados, queriendo escapar de esa, su voz con fuerte acento, llamándole a él, buscándolo a él, reclamando su cuerpo…
Cómo lo deseabas, ¿no Antonio?
Sus ojos volvieron a abrirse asustado al escucharse a sí mismo y la voz de su adversario entonada en una sola frecuencia. Los dedos ahora bajaban más allá del escroto, tentaba con cautela el perineo buscando justo el anillo de carne que ya de sentir la cercanía temblaba y se agitaba, haciendo vibrar toda su piel.
Lo soñaste, lo deseaste, lo hiciste pensando en él… ¿Quién eres para juzgarlo?
Se aferró a esa cruz como si fuera la balsa que evitaría cayera aún más bajo de lo que sus pensamientos le llevaban. Se tomó de ella como si fuera la única escapatoria para su cuerpo, alma, su espíritu que se iba haciendo cada vez más imperceptible mientras el alma, abrumada, se sobresaltaba dentro de su cabeza… se regocijaba ante cada paso de deseo lascivo corroyéndole el pensamiento.
¿Sería este su final? ¿De esta manera? Manchado por el pecado, su alma corrompida, una decepción para la familia Fernández Carriedo, aquella familia que desde su Galicia natal se sentía orgullosa de la posición de su hijo menor, pero ante todo, lo que más lamentaba era la decepción hacia el Altísimo.
—¡Dios Mío no!—gimió entre dientes cuando la yema de ese dedo empezó a dar vueltas en la circunferencia que le esperaba tan ansiosa como el resto de su cuerpo que cada vez cedía, más y más, sin permitirle siquiera razonar.
"No tomarás el nombre de tu Dios en vano"
No lo llames Antonio, no te oirá… se asquea de ti…
—¡MHNNN!—contuvo el temblor de su cuerpo cuando el dedo le penetró, doloroso, trastocando límites que ya él había violado en noches de fantasías.
Ya él lo había hecho, se había tocado, lo había anhelado…
"No hablarás contra tu prójimo falso testimonio."
Y tú le mentiste a ese hombre… tu boca mintió, pero tu cuerpo no miente, ¿no?
Dos dedos moviéndose.
Tu cuerpo no puede mentirle…
Los labios mordiéndose, la garganta desgarrarse, su sudor correr, su sangre bullir, sus ojos dilatándose al olvido y la cruz clavándose entre sus uñas.
Lo deseas tanto como él…
Entra, sale, mueve, se inserta, frota, acelera, sale, entra, vuelve, ¡le quema!
—¡Arghhh!—golpeó su frente contra el respaldo, limpiando el sudor que corría como agua al acantilado, temblando y enrojecido, tensó y sintiendo de todo explotándole en la punta de sus dedos.
¿Y la aversión? Se diluía… como desaparecía el revoltillo en su estómago y su propia consciencia, se derretía al paso de cálidos dedos metidos en su entrepierna. Tan perdido… tan extraviado que no se dio cuenta que aquella mano que sometía sus muñecas le acariciaba el pecho… le había liberado para subyugarle más…
Aunque su mente lo atormentara, su cuerpo lo traicionaba y caía ante el placer.
—Respondes muy bien…—le gimió a su oído, lamió el sudor que corría por la piel detrás de su oreja, llevándose con él el sabor de su cabello.
Ya no te resistas Antonio…
Sintió la cabeza de aquel falo tentar su puerta. Su cuerpo se estiró víctima de la corriente de sexo que arrebató cada una de sus creencias, arrojándolas al vacío, al igual que aquella cruz que poco a poco era liberada de sus manos.
Aunque él te esté viendo… lo has deseado…
"No codiciarás la casa de tu prójimo…"
Ya has pecado demasiado, Antonio…
"No cometerás adulterio."
Un poco más… ¿qué más puede hacer un poco más? De todas formas ya estas perdido…
Las entrañas abriéndose paso para él, sus uñas clavándose contra el cojín y la cadena de oro cayendo, inerte, al vacío del suelo.
"Amarás a Dios sobre todas las cosas."
—¡Haaa!—gimió contra su voluntad cuando la mordida de ese hombre se clavó en su hombro y sintió la pelvis de él frotando sus glúteos.
—Siente… ¡mmm!
Después de todo, ya no lo amas más a él…
—¡Siente Antonio!—moviéndose, lento… un poco afuera, un poco dentro… un poco afuera… más dentro… más afuera…
¡TODO ADENTRO!
—¡Arghhh!—gritó rasguñando el asiento.
Dame más, más oh si, más, más, si, así, dame así, ¡ASI!
Penetrando, moviéndose, un vaivén que iba agitando el mueble, refregando sus pieles, cortando razones.
Más, más mucho más, hazlo más, más dentro, ¡más!
Y corroyéndole…
Dos cuerpos moviéndose frenéticamente, dos gargantas llamándose violentamente, una vez, dos, tres, cinco, miles… sus cuerpos uniéndose y danzando ya fuera de sí, dos animales en celo en plena acción carnal, frente a la iglesia, a los ojos del padre, a la casa, la familia, el credo, la cruz, los argumentos, sus creencias… todo, todo incinerándose al paso de los segundos en sus pechos y los latidos en su tórax, agitándose como la sangre en sus venas, moviéndose al ritmo de sus palpitaciones y gimiendo, más, más, mucho más, así, allí, dale más, si, ¡así!
Hasta el frenesí…
…
Pecaste…
Abrió sus ojos, niveló su respiración.
Pecaste…
Sintió la humedad, el olor, el ardor de su ano, la llenura en su recto, el líquido caliente acariciándole las paredes antes sometidas por un ajeno. Tembló…
Pequé…
—Lo habías deseado…—escuchó contra su oído, la respiración de él más calmada, el aroma de su excitación aún plagando la atmósfera—. Tus gemidos fueron muy sensuales, mejor de lo que los imaginé—El cuerpo de él aún abrazado por aquel hombre, aún sus brazos aferrándose a su cadera, aún con él rodeándole, dedicándole algunos besos suaves… un romanticismo que no combinaba con la acción antes ejecutada—. ¿Aún te da asco?
La pregunta cayó como una piedra enorme en un pozo séptico, enturbiando las aguas negras y todos los excrementos que eran almacenados en ella, creando ondas de petróleo espesas y aumentando el hedor que la cercaba. La interrogante con la que recordaba lo que había hecho, lo que había consentido, la voz de sus gemidos, de sus jadeos, su olor, la sensación de aquel liquido viscoso aún en sus entrañas… La Biblia tirada en la puerta, la cruz debajo en la alfombra…
Su convicción… desecha…
No pensaba, no razonaba, ni mucho menos podía responder la pregunta hecha por el demonio de ojos esmeralda. Solo quería escapar.
Para cuando cayó en sí estaba en el jardín de aquella casa, corriendo hasta llegar a su automóvil, medio sosteniendo su camisa y dejando todo atrás, con su pantalón apenas cerrado y el sudor aún manándole por los poros. Abrió la puerta del conductor azorado, sintiendo que su estómago empezaba a moverse, un ataque de acidez se iba esparciendo desde la boca del estómago cortándole el aire para respirar.
Pequé…
No vio hacía atrás, ni hacía los lados… no vio hacía ningún lugar cuando apretó el acelerador y empezó su carrera tratando de huir de sus propios recuerdos, de sus propios gritos, de su propia voz clamando por más, disfrutándolo, deleitándose…
Cayendo tan bajamente Antonio… ¡no tienes perdón de Dios!
Su estómago empezaba a agitarse, sentía ya el sabor ácido en su garganta, asqueroso, de sus propios jugos gástricos haciendo su trabajo y apresurándose para llevarlo en vómito, como siempre ocurría, como debía pasar después de haber pecado. Sintió su ano aún palpitar de ardor y algunas muestras de placer y sí… cuando las primeras gotas de aquel líquido fueron derramadas de su recto, sintió la primera contracción que le obligó a pisar el freno con fuerza formando aquel chirrido de los neumáticos quemándose en el asfalto.
Una contracción, dos, su saliva diluyéndose en su propio pantalón más nada más que brotar, nada más salía, sentía aún las náuseas atragantarle la boca de su esófago pero no podía dar salida a nada de su cuerpo, nada más que la saliva de él conjugada aún con el sabor de Arthur en los labios.
¡PECASTE ANTONIO!
Una nueva arcada sin resultado, la sensación de querer devolverlo todo se quedaba aplastada tras la impotencia de no poder sacar nada y sentir que todo dentro de él le quemaba aún más que lo ocurrido recientemente en aquella casa. Sus pensamientos le turbaban, le condenaban, le hacían recordar una y otra vez que sus gemidos, que sus jadeos, que todo aquello que al final permitió lo había deseado en el fondo de su alma y que pese a haber sido forzado… lo había disfrutado… asquerosamente, se había dejado llevar como un animal de carne disfrutando de todo el acto que desde un inicio era impuro, pecaminoso.
Abominable…
Aceleró el auto buscando llegar lo más pronto a su casa, tratando de tolerar las contracciones, el ardor, toda aquella sensación de repudio que tenía clavada entre sus cejas y que no podía evadir. Su sudor estaba impregnado de él, su sabor estaba lleno de él, su cuerpo aún sentía las furiosas caricias de él y su mente aún escuchaba sus gemidos de éxtasis; todo su cuerpo aún podía sentirlo como si lo tuviera aún dentro, aún a su alrededor, aún sobre él dominándole y haciéndole sentir…
Sentir…
Le hizo sentir hasta la última letra de su nombre clavándose en acero caliente en su alma.
Y cuando llegó por fin a su casa, estacionando el auto de forma irresponsable frente a la cajetilla del correo, apenas al salir Antonio casi cayó de bruces por la nueva contracción, una tal que era como si le hubieran pateado en la boca del estómago y este hubiera subido al borde de su garganta para quedarse allí, con el ardor de los jugos gástricos negándose a abandonar su cuerpo. Sus ojos lloraban, lloraban por el esfuerzo de su cuerpo tratando de sacar lo que no había, lloraban por el dolor de haber caído en pecado, por la aversión que sentía a su mismo cuerpo y sus reacciones, por cómo había terminado en una noche, tirado y lleno de llagas lascivas en su piel que no se borrarían ni aunque se bañara en agua bendita. Con su respiración agitada subió la mirada enrojecida observando apenas de lejos la puerta de su casa, anhelándola, queriendo ya entrar al único lugar donde tendría su refugio, encender la regadera y tirarse en ella hasta que todos los rastros de Arthur desaparecieran de su piel… y dormir, y olvidar…
Otra arcada, una a tal punto que sentía los jugos gástricos calcinarle la cabeza. Sujetando su estómago como si quisiera mantenerlo en su lugar, caminó a paso rápidos sintiendo el frío de la madrugada en su cuerpo, pensando en que hora sería y cuanto había pasado desde su salida de la casa.
Cuanto tiempo fue necesario para el enemigo montarle la trampa y hacerlo caer.
Abrió el seguro, con el sabor de la acidez en su paladar, con dos lagrimas que habían salido furtivas en la última arcada y la sensación de que todo le estaba dando vuelta, queriendo ya la ducha para limpiarse y olvidar… sobre todo quería borrar todo lo que había ocurrido en su mente, deseaba desaparecerlo de su libro de vida…
Pequé… pequé…
Y liberarse así de la culpa que se diluía y corría sobre él justo como aquel líquido que ya frío bajaba de sus entrañas mojando una de sus piernas… Liquido… La puerta abrió, los ojos verde jade abiertos de par en par podían ver o más bien sentir el asqueroso recorrido de ese líquido en su pierna derecha, lento… viscoso… pegajoso…
Semen…
Como una garra que penetró contra su vientre sintió que le apretaron el estómago. Como una garra que lastimó sus entrañas sintió esa última arcada que finalmente consiguió su objetivo. Entrando a la casa vomitó; vomitó trastabillando contra el suelo cuando su mismo cuerpo dejó todas sus fuerzas en el solo punto de devolver todo lo que había comido durante el día sobre el piso de cerámica. Vomitó, una vez, dos… sentía el líquido atravesarle el esófago, viajar por el tracto digestivo y caer por su boca hasta el lustrado decorado del piso, llevándose todo lo que había comido, los jugos gástricos, la saliva de él, la propia… todo lo asqueroso que había vivido…
Y mientras sus arcadas se incrementaban, en tempo y en brusquedad, sus ojos lloraban totalmente hinchados y lastimados por la conmoción que su cuerpo sentía y pensaba no resistir. Las violentas contracciones seguían pese a no tener ya nada más que botar el asqueroso sabor ácido y la saliva que apenas era recreada por su organismo, moco, bilis…
De nuevo… sosteniéndose con sus rodillas y sus palmas Antonio sólo sentía a su estómago queriendo ser tirado de la misma forma que toda aquella mezcla espantosa que yacía debajo de él. Sus palpitaciones aumentaron el ritmo, su sangre corría acelerada por todo su cuerpo y sus lágrimas caían sobre aquella mezcla deforme ligándola con un nuevo ingrediente…
Remordimiento…
—Perdona… ¡arggh!—gimió, sintiendo de nuevo la otra contracción que le quedó atascada en la garganta—. Perdóname… ¡Señor!—pidió cerrando sus puños con fuerza, tratando de contener los retortijones de su propio cuerpo—. Perdona mi peca… ¡arggh!
No podía, siquiera emitir una oración decente le era posible debido a las contorsiones en su cuerpo. Las fuerzas se le agotaban, la vista se le nublaba, Antonio sentía que le dolía todo su organismo debido a las violentas arcadas que su estómago seguía comprimiendo, destrozando su calma, la poca que le había quedado.
Sentía que iba morir… incluso hasta pensó que ese sería su castigo, morir envuelto en su propio vomito como muestra de su abominable condición espiritual, y si, sintiendo ya a duendes saltándole en la espalda, rasguñándole los brazos y riéndose con esa voz tan chillona sobre su desgracia.
El enemigo mofándose, burlándose, señalándole y cantando victorioso por haberlo hecho caer… Demostrándole así que la guerra jamás había acabado y él había ganado esa batalla. Su cuerpo le había vencido.
Iba a morir…
Lo sabía al paso de cada contracción que ya solo servía para taladrar en su cabeza y adormecer sus huesos. Intentó gatear más le fue imposible, al segundo movimiento su cuerpo desfalleció a un lado de su vómito, temblando, con sed, con un escalofrío tan intenso que era como si lo estuvieran llevando en una mano fría cubriéndole todo el cuerpo, resecando sus labios, sosteniendo sus lágrimas…
Arrepentimiento… sólo le quedaba el arrepentimiento, el llorar en un ovillo de pena por su pecado, por haber caído, por haberlo blasfemado… llorar hasta que todo se volvió blanco… llorar hasta perder el conocimiento.
Arrepentimiento…
Aunque quizás jamás fuera perdonado…
"Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír." Isaías 59:2
well, well, asi es como termina esta historia... por ahora, en realidad tengo pensado un epilogo.
Espero que lo hayan disfrutado y que después de esto realmente entren en penitencia para salvar a nuestras almas del infierno por leer (y en mi caso escribir) semejante cosa xDD
Nos estamos leyendo, pecadoras.
Little Monster