Nota Autora: Comencé este fic en abril del año 2013...cinco años después (juro que no pensé que fuesen tantos) decidí releerlo y mi dignidad se arrugó un poco. So, decidí que al menos se merece una edición. También encontré los bosquejos de los capítulos que no subí, veré si trabajo en ellos o los cambio por completo. Pero este es mi primer (y único) PipIntegra y me siento un poco maldita si nunca lo acabo, así que me OBLIGARÉ a terminarlo ;)
Advertencias: Crack paring (Pip/Integra) Integra, más que todos, está bastante OoC. No me arrepiento...mucho ;)
Hellsing es propiedad de K. Hirano blablá. Historia creada a partir de mis fumadas personales.
Vacaciones en Italia
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Antes de cumplir los dieciocho años —edad establecida por los miembros de la Mesa Redonda para nombrarla Caballero— Walter insistió en que Integra tomara unas vacaciones fuera del país. Una vez que asumiera, diplomáticamente, el liderazgo de la Organización y que formara parte del cuerpo de Caballeros Reales el tiempo se le iría de las manos, le dijo; la oportunidad para tomarse unas vacaciones era ahora o nunca.
—Inglaterra puede concederle un mes de libertad, my Lady. Después de eso los nobles chuparán sus horas libres.
A regañadientes y luego de varias pláticas que rondaban en el mismo tema, una adolescente Integra Hellsing hizo la maleta y compró un pasaje directo al sur de Europa, ¿el destino? Italia, la cuna del catolicismo.
Fue durante esas vacaciones, las únicas que había tomado en su vida, que lo conoció. Un lejano y extraño amor de verano.
Se llamaba Pip.
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El sol en Italia era radiante e Integra agradecía que su mayordomo hubiera echado ese sombrero de ala ancha en su maleta. Lo que no tenía, sin embargo, era ropa adecuada al clima. Por esa ahora arrastraba consigo una bolsa de compras que contenía camisetas y pantalones cortos: atuendos simples para salir del paso y con los cuales podría subsistir cuatro semanas fuera de su casa. Meneó la cabeza recordando el ambiente de la tienda, jamás podría entender cómo las personas encontraban emocionante el proceso de ir de compras y cotillear en los vestuarios. Era algo estresante.
Walter había sugerido que conociera las playas, y aunque la idea de quedarse en la habitación del hotel sin salir a ninguna parte le pareciera bastante atractiva optó por suplir sus impulsos asociales y hacer caso de los consejos de su mayordomo. Italia tenía una bonita costa, después de todo.
Se alejó de la zona más codiciada, allí donde los niños corrían por la arena riendo en voz alta y las parejas retozaban en el sol o entre las olas de la orilla, y se dirigió a pasos lentos hasta uno de los costados, mucho más tranquilo. Instaló su quitasol arrendado y estiró la toalla bajo él. Sacó un libro del bolso y se dispuso a continuar la lectura que comenzara en el avión.
Un poco más allá, un grupo de jóvenes se divertía jugando vóleibol de playa. Integra los miró de soslayo solo una vez, el vóleibol no era algo que le interesara.
El protagonista de la novela estaba a un paso de encontrar una pista primordial en el caso de asesinato que investigaba cuando alguien gritó una advertencia de cuidado al aire; concentrada en la trama de su lectura, Integra lo ignoró…hasta que el peso de la pelota cayó sobre el quitasol provocando que éste se cerrara sobre ella, tirándola de espaldas sobre la arena mientras maldecía en voz alta.
Apartó la sombrilla de su rostro con molestia, y sus ojos se enfrentaron con un desconocido de cabello largo que la miraba con una sonrisa divertida bailando en los labios. Integra frunció el ceño, el desconocido le tendió la mano.
—Señorita, ¿está bien?
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El grito de asombro vino acompañado de una palabrota en inglés cuando la sombrilla cayó sobre ella. Pip apretó la mandíbula, su grito de advertencia no había servido de nada para la desprevenida chica que ahora seguramente lo insultaría, pero la elección de palabras le hizo imposible no reírse; definitivamente se trataba de alguien con carácter. El quitasol fue echado a un lado y una larga melena rubia apareció ante su vista, totalmente desordenada. Dos ojos azules lo miraron con molestia bajo el ceño fruncido. Él alargó la mano por cortesía, seguro de que iba a rechazarlo.
—Señorita, ¿se encuentra bien?
Integra se acomodó los lentes sobre la nariz y se levantó, ignorando la mano tendida. Sacudió la arena de su trasero con molestia y trató de domar su cabello enredado.
—Deberían tener más cuidado —acusó, levantando los ojos para mirarlo a la cara—. Hay más personas en la playa aparte de ustedes y su balón.
El joven bajó los ojos, avergonzado, mientras soltaba una disculpa rápida.
—No pude alcanzarlo antes y tú no oíste mi grito de alarma. Siento lo del golpe, en serio.
Integra relajó su expresión molesta, dejando escapar un suspiro bajo; a fin de cuentas, solo se trataba de un incidente menor. Luego, el cuerpo atlético del desconocido se curvó para recoger algo del piso y entregárselo. Su novela.
Hubo unos segundos de vacilación mientras él sostenía el libro entre ambos. Finalmente, ella lo cogió.
—Una elección interesante —comentó, con un dejo de sonrisa asomando entre sus labios nuevamente. Cuando ella levantó una ceja interrogante, él hizo ademán hacia su libro—. Vi la película el mes pasado y, según tengo entendido, la novela era mucho mejor.
—Bueno, usualmente los libros son mejores que las películas. A menos que se trate de libros aburridos como los de álgebra.
El chiste era tonto y de poca gracia, pero el joven ante ella se echó a reír abiertamente, sacudiendo su cabellera castaña en el proceso.
—Comparto —resopló, una vez acabada su carcajada—. Nunca en mi vida he podido entender a Baldor.
Integra compartió una sonrisa. Al menos sabía algo de libros, aunque no los leyera. Cuando los estertores de su risa pasaron, él la miró abiertamente desde su posición. Le llevaba varios centímetros, tenía hombros anchos y una piel bronceada por el sol, más oscura que la suya; su cabello ondeaba en una trenza hasta media espalda y un par de ojos de brillante color verde la miraban divertidos. Ella, que no acostumbraba a que la gente desconocida la observara tan abiertamente, no pudo evitar sentirse extraña bajo el peso de esa mirada escrutadora. Carraspeó sutilmente y el chico parpadeó en reconocimiento, apartando los ojos.
Una voz gritó a lo lejos, llevándose la atención de ambos en medio de la situación incómoda.
—¡¿Vas a traer el balón o no?!
Otro de los jugadores le hacía señas con las manos en alto, exasperados por la demora excesiva.
—Bueno, me están llamando —dijo a modo de disculpa, alejándose para recoger la pelota abandonada—. De nuevo, lo siento por el golpe. Disfruta el resto de tu tarde.
Hizo un gesto con la mano y se dio media vuelta, de regreso con su grupo de amigos que ya vociferaban más reclamos por el tiempo tardado. Integra lo miró alejarse unos metros antes de volver sobre sus cosas y guardarlas en el bolso. Suficiente playa por un día. Lo mejor era volver al hotel y sacarse la arena del cabello antes que se ensuciara aún más.
Las bromas no se hicieron esperar entre el grupo de jóvenes cuando su compañero regresó a ellos. Se rieron, acusándolo de estar coqueteando, como siempre, y aludiendo al hecho de que —al ser francés— se le hacía imposible no hacerlo. Era algo natural en él. Y aunque el castaño alegara inocencia, fingiéndose ofendido, sus palabras cayeron en saco roto.
—Al menos dinos cómo se llamaba —dijo uno, apuntando con el mentón la figura rubia que se alejaba por la playa—. Nunca la habíamos visto por acá.
El francés se encogió de hombros.
—No se lo pregunté.
Las expresiones confusas de sus amigos antecedieron a otra ronda de acusaciones sobre su idiotez antes de regresar al juego. Él las aceptó riéndose, aun cuando sus ojos vagaron de regreso a la melena brillante que estaba cada vez más lejos y su cerebro hizo eco de las protestas de sus compañeros. Tenían razón, ¿cómo no se le había ocurrido preguntarle?
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"Un hermoso comienzo de vacaciones" suspiró mientras peinaba con cuidado su cabellera bajo el chorro de la ducha, procurando sacar todo rastro de arena. Primero las compras y luego el golpe del balón. Bueno, al menos nadie había tratado de venderle alguna camiseta con la cara del Papa estampada en ella. Eso era un buen augurio.
Hizo una nota mental para llamar a Walter más tarde.
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Despertar sin el sonido de la alarma sonándole en los oídos era la sensación más liberadora que había sentido en todos esos años. Se giró sobre la cama, estirándose como un gato antes de bajar los pies y acercarse a la ventana. El día estaba hermoso, ideal para salir a caminar.
Con el bolso bajo el brazo y el sombrero echando sombras sobre su cara, la rubia echó a andar por las calles coloridas de la ciudad, mirando con curiosidad el mapa entre sus manos y la imponente fachada arquitectónica que desfilaba ante sus ojos.
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Pip terminó su cigarrillo antes de mirar la hora: las 12 en punto. Otra vez su amigo lo había dejado plantado. Bufó para sí mismo mientras se levantaba de la banca, desentumeciendo las piernas en el proceso; al parecer tendría que comer solo. Arrastrando los pies, se dirigió a la pizzería frente a la plaza.
El lugar estaba atiborrado de personas que trataban de hacer oír sus pedidos por encima del ruido. Pip suspiró, negando con la cabeza; levantó una mano y le hizo señas a uno de los dependientes de la tienda. "Lo mismo de siempre, Lucca" el hombre al otro lado sonrió y asintió, levantándole el pulgar. Ventajas de tener un conocido. Mientras resolvía dónde iba a sentarse, descubrió una melena rubia que destacaba entre las personas de pie frente al mostrador. Le parecía conocida…estrechó los ojos, buscando en su memoria, hasta que sus recuerdos volaron a la tarde anterior y el incidente con la chica de la playa.
Esa era una agradable coincidencia.
—Esto está llenísimo, ¿eh?
Integra giró ante la voz. Entre tantas frases en italiano, escuchar una en inglés le llamó la atención; a su lado, un chico moreno le sonreía abiertamente. Sus ojos verdes la miraban con diversión. El de la pelota de voleyball, recordó.
—¿Qué tratas de ordenar? —preguntó, acercándose más. Integra levantó ambas cejas antes de suspirar derrotada, enseñando el cartel sobre sus cabezas.
—Una mimosa con cola cola, pero parece una tarea imposible —señaló a su alrededor a las demás personas empujándose entre ellas.
—No te preocupes, te ayudaré —le guiñó un ojo en señal amistosa—. Aunque yo sugeriría cerveza en vez de gaseosa. Créeme, el sabor es mucho mejor.
Haciéndole señas a su amigo de nuevo, Pip sumó el pedido de la chica al suyo. Siete minutos después, ambos se sentaron en una de las mesitas puestas junto a la ventana.
—Esto es cosa de locos —dijo ella, refiriéndose a la odisea de comprar un trozo de comida. Su compañero la miró sonriente desde el otro lado de la mesa.
—Te acostumbras luego de un tiempo. Por cierto —agregó, alargando una mano por sobre el mantel— soy Pip, el tipo inoportuno que no alcanza a atrapar balones perdidos.
La rubia sonrió de medio lado, más relajada, mientras aceptaba el saludo.
—Integra, la inglesa que no sabe cómo comprar una pizza en Italia.
El yo interior de Pip dio un brinco de victoria frente a sus amigos: sí, ahora sabía su nombre.
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Él dijo que le enseñaría la mejor gelatería de la ciudad, tanto que no volvería a comer los helados ingleses luego de probar los de ahí. Poniendo en duda la veracidad de su opinión, ella lo siguió por la calle adoquinada mientras la trenza marrón se mecía por los movimientos de su dueño y el cabello rubio se desparramaba por su espalda, atrapando los rayos del sol de medio día.
Por supuesto, él tenía razón. Con la segunda copa en la mano y la cucharilla prendida entre los labios, Integra hizo una nota mental para pedirle a Walter que comprara helados italianos la próxima vez.
—Ahora que la veracidad de mis palabras ha quedado demostrada, deberías contarme algo sobre ti —dijo él, acomodándose descuidadamente en la banca mientras la miraba comer. Integra levantó una ceja.
—¿Qué quieres saber?
—Bueno, no sé. Cosas como tu edad, de dónde vienes, qué haces, cosas que te gusten...que se yo. Lo que tú quieras contarme.
Integra lo pensó unos segundos. Había cosas que podía contar sin temor y otras que era referible nunca nombrar. Hizo una lista rápida con las excepciones antes de comenzar a hablar.
—Tengo diecisiete —comenzó, girando la cucharilla entre sus dedos—, vivo en Londres. Estoy preparándome para entrar al negocio familiar. Somos empresarios —mintió, no dispuesta a dar detalles de tal "empresa"—. Me gusta el té Gyokuro, la esgrima y leer algún buen libro que encuentre por ahí. Y también tengo una leve adicción al tabaco —admitió, sin culpas.
Pip silbó. Si bien su conocimiento sobre tés era nulo, ese nombre sonaba a una variedad cara. Una chica de clase alta, entonces. Se preguntó qué hacía una chica como ella dando vueltas por Italia, sola. Sus divagaciones se vieron interrumpidas por la mirada puesta sobre él.
—Tu turno ahora —señaló cruzando una pierna, dispuesta a escucharle.
Oh, bueno.
—Veinte. Francés, para servirte —volvió a guiñarle un ojo, Integra se rió—. Digamos que también yo sigo los pasos de mi padre —los ojos verdes desviaron la mirada hacia la mesa, por unos segundos ella creyó que lo había incomodado, pero él siguió su relato—. Me gusta aprender sobre historia en general y sobre armas. Me temo que comparto la misma adicción al tabaco, y sé muy poco sobre literatura —se excusó, con una sonrisa enorme. Ella negó divertida—. También me gusta practicar deportes en las playas y golpear a jovencitas desconocidas para luego invitarlas a comer helado.
Integra se llevó lo que quedaba de su postre a la boca.
—En otras palabras, eres lo que llaman un ligón.
—No, no —se defendió, levantando ambas palmas—. Juro que es la única vez que me ocurre, ¡pero funcionó!
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—¡Hermano, perdón por no llegar! Me surgió algo de último momento y no pude avisar —se disculpó un chico rubio cuando vio al francés entrar en el departamento compartido. Contrario a lo esperado, el castaño no mostró señales de enfado. Simplemente se tiró sobre uno de los sillones y sonrió, restándole importancia.
—He tenido una tarde mucho más interesante que si me hubiera encontrado contigo.
Su amigo lo miró sin entender.
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Walter colgó el teléfono con una expresión de sorpresa pintada en el rostro. Esos últimos días, su señorita parecía mucho más feliz con sus vacaciones y sus llamadas se habían ido acortando. Las preguntas ya no rondaban todas acerca de la Organización y ella se oía tan relajada, tan libre…sonrió, eso era exactamente lo que él buscaba mandándola de vacaciones.
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Quedaron de verse al día siguiente, y el siguiente de ese… Pip se encargó de enseñarle los lugares más interesantes y hermosos de la ciudad, tomaron el tren hacia los pueblitos aledaños, recorrieron playas poco concurridas y probaron decenas de sabores de helados. Por primera vez, Integra sintió que había encontrado a alguien con quien podía pasar un día completo sin aburrirse y cuya compañía no solo disfrutaba: anhelaba salir con él. No le incomodaba que Pip la cogiese de la mano para hacerla correr por la arena o para alcanzar el autobús, aunque su cerebro le advirtiera que ese toque se demoraba más segundos de lo permitido. Se encontró riendo genuinamente ante sus comentarios graciosos, apreciando secretamente el color oscuro de sus ojos verdes y, sobre todo, se olvidó de sus obligaciones reales mientras pasaba el tiempo con él.
Por su parte, Pip se había acostumbrado a su presencia cautivante, con sus frases inteligentes y esos ojos azules firmes que podrían doblegar la voluntad de cualquiera si lo observaban fijamente. Apreció el sarcasmo y el incipiente humor negro que florecía de vez en cuando de su compañera, compartió sus cigarrillos y entablaron debates sobre música y política. Atesoró los momentos donde podía capturar su mano entre las suyas con la excusa de guiarla sin que ella se negara.
Las cosas tomaron un rumbo distinto, personal, la tarde que hablaron de sus padres. Ambos los habían perdido, él ni siquiera había conocido al suyo y ella no recordaba las facciones de su madre. Sin hermanos o familiares cercanos, parecían almas solitarias destinadas a caminar una vida trazada con anterioridad. "Es mi deber encargarme del legado familiar", dijo ella. "Es la vida que me tocó vivir", argumentó él. Y luego, cuando ella confesó una mínima pizca de inseguridad en su futuro, él la abrazó con fuerza, sin detenerse a pensar en la imprudencia que hacía, diciéndole que lo haría genial; que nadie más que ella podría llevar adelante ese legado, fuese lo que fuese. Que era la chica más interesante que había conocido y que, a pesar del poco tiempo de conocerse, estaba seguro de que ella lograría todo lo que se propusiera en la vida. "Esos ojos azules prometen que nunca se darán por vencido", halagó.
Integra suprimió el sonrojo que amenazaba encenderle las mejillas.
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La primera vez que la besó fue mientras comían fresas sentados en la hierba del parque. Fue algo inesperado, pero ninguno se arrepentía. Llevaban viéndose alrededor de dos semanas seguidas e Integra comentaba algo sobre el Vaticano cuando él, que la había escuchado en silencio mientras se acababa las fresas de la caja, abrió la boca para hacerle una pregunta discorde:
—¿Cuándo te vas?
Integra levantó una ceja ante el cambio de tema. Sacó cuentas mentales antes de responder.
—En unos diez días más, creo —la expresión del francés se ensombreció un poco—. ¿Pasa algo?
Los ojos verdes divagaron sobre el pasto antes de fijarse en ella de nuevo. Integra tragó con fuerza el jugo de la fruta ante el escrutinio.
—¿No podrías… —vaciló, inseguro; ella esperó paciente— quedarte unos días más? ¿Conmigo?
—¿Contigo? —las cejas rubias se elevaron sobre la frente y Pip sintió un nudo en la garganta—. Pero tú, yo… —de pronto, la cara del francés estaba muy cerca de la suya, podía ver las vetas oscuras en sus iris verdes y las pecas que surcaban su nariz. Se atoró con sus palabras.
—Por favor.
Integra sintió su respiración engancharse cuando la distancia entre ambos se acortó hasta el mínimo y los labios contrarios presionaron sobre los suyos. El primer impulso fue alejarlo, el segundo fue retenerlo junto a ella. Pip se separó primero y buscó alguna reacción desfavorable en su rostro; los ojos azules lo miraban asustados, pero sin rechazo. Eso le dio pie para dar el siguiente paso.
Las manos ajenas se colaron por su cuello, enterrándose en la melena de la nuca, antes de que él la besara de nuevo. Esta vez, sin embargo, ella respondió.
Alargar sus vacaciones no era mala idea.
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A pesar de su fama de Casanova, estaba seguro de que su flechazo por la chica inglesa —como lo llamaban sus amigos— iba más allá de una simple conquista de verano. Realmente le interesaba la muchacha, y podría jurar que nunca había conocido a alguien como ella. Sus ojos azules ocupaban la mayor parte de sus pensamientos y las salidas con amigos se vieron reducidas en pos de pasar las tardes con ella. El descontrol de las fiestas juveniles se vio amainado por conversaciones casuales sentados en el balcón del hotel, fumando mientras observaban el sol esconderse en el mar. Conocía pocas chicas que se vieran tan elegantes con un cigarrillo entre los labios como lucía ella en esos momentos.
Pasó el tiempo de su estadía y ella se quedó a su lado. Una llamada a Inglaterra, una explicación escueta sin entrar en detalles y ella disponía de dos semanas más para compartirlas con él. Pip estaba seguro de que nunca olvidaría el sabor de esos labios suaves ni la mirada profunda en esos ojos azules cada vez que se acercaba a besarla. Tampoco sería capaz de olvidar cómo sus manos abarcaban sin problema la estrecha cintura en un afán por acercarla más hacia su cuerpo y cómo ella respondía a sus besos. Las burlas de sus compañeros comenzaron a hacerse un hueco en su cerebro.
Te estás enamorando, Bernardotte.
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Por un momento, Integra se permitió soñar despierta con su amorío. Estaba contenta, tarareaba canciones en la ducha y se iba a dormir con una sonrisa colgándole de los labios. Pip era un chico espectacular…pero su relación tenía fecha de caducidad. Ambos pertenecían a mundos distintos y tenían vidas apartes, alejadas entre sí. Ella nunca podría decirle que lideraba una Organización que cazaba monstruos ni que su mayordomo era un shinigami. Mucho menos le confesaría que compartía casa con el mismísimo Drácula. Pip nunca entendería.
—Te has quedado muy callada de repente.
Dio un respingo al sentirse descubierta. Giró la cabeza para mirar a su compañero.
—Estaba pensando.
—¿Se puede saber en qué?
Integra suspiró, alisándose las arrugas de la camiseta.
—En un par de días volveré a Inglaterra.
—Ah, sí… —el silencio inundó la habitación mientras ambos dejaron vagar sus pensamientos. Pip fue el primero en volver a hablar:
—Me gustaría que te quedaras conmigo… —Integra no se giró a mirarlo mientras apretaba los dedos alrededor del barandal. No podía hacer eso. Ella tenía deberes que cumplir, nada ni nadie podía estar por sobre ellos, ni siquiera ese chico francés de hermosos ojos verdes que le encogían el alma— …pero sé que no puedes hacerlo —su agarre sobre la estructura se desinfló, los ojos azules volvieron la mirada para encontrarse con los verdes. Él sonreía con tristeza—. Vaya, esto duele más cuando lo pones en palabras. Los idiotas de mis amigos tenían razón.
Suspiró, levantando los brazos por sobre su cabeza antes de acercársele y mirarla con dulzura.
—Al menos habrá sido un hermoso amor de verano. Espero que no me cambies tan rápido por un inglés, ¿eh?
Integra se rió, a pesar de la situación. Eso era algo que extrañaría, Pip siempre lograba hacerla reír.
—Nunca —prometió—. Siempre serás mi amor de verano francés.
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El viaje a Inglaterra le trajo recuerdos.
Habían trascurrido seis años desde que la viera por última vez. Pip apagó el cigarrillo en la suela de su bota y soltó el humo despacio. ¿Cómo estaría ella? ¿viviría? ¿se habría casado? Seguramente. Recordaba que era de clase alta, las señoritas de su clase se casaban pronto. Era probable que incluso fuese madre… Sonrió. No imaginaba a Integra, a su Integra, siendo mamá. Ella era un alma libre y terca que no parecía encajar con el prototipo de sociedad inglesa. Aunque quizás ya se hubiera olvidado de él.
Negó con la cabeza ante su tren de pensamiento. No podía estar pensando en ella después de tanto tiempo. A fin de cuentas, solo se trataba de un amor de verano; hermoso, sí, pero nada serio. Aunque sería interesantísimo encontrársela un día por las calles de Londres.
—Capitán, ya hemos llegado a la mansión Hellsing.
Pip detuvo su divagar mental ante la intervención del chofer y centró su atención en el imponente edificio que estaba delante. Era el momento de conocer a su nuevo jefe.
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Integra revisó la carpeta entre sus manos de nuevo. Sus nuevos soldados llegarían ese día a presentarse y ella debía estar lista para darles la bienvenida. Para ser sincera, había dudado de la decisión de Walter al contratar un grupo de mercenarios para la misión, pero su mayordomo argumentó que eran profesionales y que podían estar seguros de su lealtad mientras les pagasen. Los describió como una tropa audaz, capaces de superar todas las pruebas para entrar a la Organización. Integra decidió confiar.
En la primera hoja estaba la descripción del capitán. Un tal P. Bernardotte, veintiséis años. Francés. No tenía foto.
La voz de Walter llamó su atención desde la puerta.
—Sir Integra, los soldados ya llegaron. Están esperándola en la sala de reunión.
Integra cerró la carpeta.
—Bajaré de inmediato.
Se alisó el traje y caminó en dirección al primer piso de su casa. Necesitaba conocer sus tropas y explicarles su nuevo trabajo. Con suerte, esperaba que no salieran corriendo. La puerta de la sala de reuniones estaba semiabierta y por ella escapaba el murmullo de conversaciones. Había un tipo sentado de espaldas a la entrada, a horcajadas sobre una de las sillas. Parecía ser el capitán.
—Trabajaremos matando vampiros.
Las burlas de los demás hombres se elevaron en el aire de inmediato.
—No nos haga reír, capitán. Los vampiros no existen.
—Claro que existen —Integra entró en ese momento en la habitación, deleitándose con la sorpresa que produjo—. Los vampiros son reales —el hombre de la silla se levantó, dándose media vuelta al oír su voz. Seguramente no se esperaban que su jefe fuera una mujer—. Supongo que usted es el capitán Bernardotte. Soy Integra Hellsing, su comandante a partir de ahora. Dispénseme de no saber su nombre.
El soldado se quitó el sombrero que cubría su cabellera castaña y una trenza rodó por sus hombros. Integra parpadeó.
—Pip. Pip Bernardotte, para servirla —la sonrisa ancha iluminó ese rostro conocido mientras él la miraba con el único ojo que le quedaba—. Encantado de conocerla, señorita Integra.
Integra sintió que estaba cayendo en una corriente que la arrastró directamente hacia su pasado. A esas viejas vacaciones en Italia, concretamente. Y a esa mirada verde que creía haber olvidado. Retrocedió un paso, desestabilizada por los recuerdos.
—¡¿Pip?!