Ninguno de los personajes me pertenece, todos son creación y propiedad de Sunrise.

Antes de iniciar. Si bien este relato tiene bases en la historia, quiero dejar claro que en este tramo final fue donde más me alejé de las páginas de historia. Los nombres son reales y los hechos también, pero el desarrollo tiene mucho de mi tinta.

9 de agosto de 1945 — Medio Día

El camino lo hacían en silencio, Natsuki al volante no mediaba palabras mientras su vista, fija en el camino de tierra, evitaba baches ocasionales. Reito leía en el asiento trasero y Shizuru miraba por la ventana escuchando de cuando en cuando la estación radial que el aparato se esforzaba por reproducir.

Las cosas no se habían resuelto, ni mucho menos, habían dejado el tema enterrado y se habían ignorado el día anterior. Por supuesto, Natsuki habló tanto de otras cosas que nadie reparó en que nunca nos hablamos directamente…

No habían podido salir, la estación lluviosa había hecho acto de presencia y el cielo lloró largamente, sin descanso ni respiro. Ambas se quedaron en su habitación, por mucho tiempo, simplemente mirando a través de la ventana.

Era extraño, en sí no estaban enojadas, pero tampoco estaban de acuerdo. Defendían su posición con su silencio. Un silencio que preferían a volver a enfrentarse y, esta vez, despedazarse.

Si no me controlo le diré cosas que nunca me voy a perdonar.

Si no lo pienso, terminaré tratándola como a un soldado raso, jamás me lo perdonaría.

Solo el joven en la parte trasera parecía ajeno a su predicamento, del cual él era el centro. Parecía era la palabra que mejor definía a Reito.

Él ya lo había supuesto, había leído a sus madres y había tomado una decisión. Regresar a Tokio era lo necesario para empezar de una vez a hacer algo en realidad.

Así el viaje solo era amenizado por el zumbar constante del motor, el olor a humedad y lluvia que seguía en la atmósfera y la radio que pasaba una canción nacionalista de la época.

Les quedaban un par de horas de viaje, pero creían poder soportarlo. Natsuki solo apretaba el volante con fuerza cuando sentía ganas de gritar y golpear algo, masticaba la rabia con lentitud, entre más lo pensaba, más ridículo le parecía y su ira solo crecía. No estaba pensando con claridad, pero nadie lo hacía.

Estaba segura.

Fue el retoño de la familia quien se dio cuenta del cambio en la transmisión. Estirándose para girar la perilla y conseguir algo más de volumen dejó su libro de lado. El tono alarmado del locutor despertó los nuevos demonios que ahora vivían en ellos. El movimiento alarmó a ambas, la peliazul redujo la velocidad, a medida que la nueva información calaba en su cerebro, detuvo el auto por completo. Shizuru empezó por tomarse el pecho, luego su abdomen, para finalmente hundir el rostro entre sus manos.

Había pasado de nuevo.

Lo habían hecho de nuevo.

—Se estima que la ciudad de Nagasaki fue atacada con la misma bomba que la ciudad de Hiroshima, se desconoce el alcance de la explosión, pero se ha adelantado que no golpeó en el centro de la ciudad. Ahora mismo la ciudad está siendo sobrevolada por aviones del ejército para entregar un detalle de la zona de impacto. Repito, los primeros informes de la tragedia fueron recibidos minutos después de las 11 am, y la nube de humo hace pensar en la catástrofe de Hiroshima, donde miles de personas perdieron la vida… —. La morena apagó la radio de un golpe, no quería oír nada más. Esto era culpa del ejército, del emperador, del honor, del gobierno, de ellos, de los otros.

Salió del vehículo dando patadas, Reito saltó tras ella y Shizuru fue en busca de los dos. Una comitiva triste y furiosa a la vez.

Un espectáculo inolvidable que nadie quisiera ver.

—Mierda, mierda… ¡Mierda! —Natsuki buscó una gorra que ya no tenía para tirarla al suelo, a falta de esta las piedras del camino le sirvieron como munición. Recogió un puñado y las lanzó a los costados, donde los árboles y los campos sembrados adornaban el paisaje. Las lanzó con todas sus fuerzas, pero su rabia solo seguía aumentando.

Veía rojo, no se sentía así desde hacía muchos años, desde que Shizuru le dijo que se iba, desde que su padre le había mentido, desde que enviaron a Corea a Nao.

Su hijo la alcanzó, intentando abrazarla para contener sus movimientos.

—¡Mamá! ¡Basta!

No, nunca bastaría, nunca sería suficiente.

Intentó controlarla, rodeándola con los brazos, pero el cuerpo delgado se escurría entre sus manos. No en vano había dedicado su vida a la vida del ejército. Shizuru los alcanzó y, entre los dos, lograron reducir a la morena, que no paraba de gritar, esta vez de pena. La castaña podía sospechar lo que sentía su mujer, aún no había escuchado el término síndrome del superviviente, pero ahora las características de eso que había sido observado pero no definido se le venían a la mente.

Cuando la mujer se calmó, respirando de manera agitada, se liberó del abrazo que la contenía y volvió al auto, aunque esta vez al asiento trasero. Estaba claro que no estaba en condiciones de seguir. Reito miró a su madre y luego al vehículo, antes de pasar su brazo por los hombros para ayudarla a dar el siguiente paso. Cada uno de ellos pesaba más que el anterior. El verano maldito de 1945 los dejaría con cicatrices de por vida.

Aún unidos en un abrazo, tratando de reconfortarse el uno al otro, regresaron a la máquina detenida. Los campos estaban vacíos, y el exabrupto había pasado inadvertido para la mayoría de los pobladores locales, que, de lejos, solo habían visto un auto detenerse. Los campesinos se enterarían de la tragedia más tarde, cuando se reunieran al término de la jornada alrededor de la radio que estaba en la casa comunal. Ahí alguno entendería por qué el auto se detuvo, pero no haría más preguntas.

Dentro de todo habían tenido suerte, su secreto seguía a salvo en medio del caos de una nación enlutada y golpeada.

Shizuru se sentó junto a Natsuki en el asiento de atrás, mientras Reito encendía el motor y los ponía en marcha nuevamente.

El silencio esta vez era totalmente distinto.

La castaña alargó una mano y tomó una de las de su esposa. Esta no pareció reaccionar, los ojos inyectados en lágrimas y el labio casi destrozado por sus propios dientes era lo único que parecía tener vida en ella. Luego de un silencio le apretó la mano, única señal de que sentía su presencia.

Con ese ambiente desolado continuaron su marcha hasta Tokio. En el aire aún se respiraba la humedad y la tormenta que no había parado, sino que había tomado un descanso.

9 de agosto de 1945 — Media tarde

Entró en la casa, el polvo no había alcanzado a apacentarse sobre los muebles cubiertos, ni sobre las mesas de reunión o la cama que las unía. Sin embargo, un vacío se había instaurado, la sensación de que algo las destruía por dentro, algo que era mayor que todo lo que habían enfrentado, algo que nunca habían siquiera vislumbrado.

El pensar que otra persona fuera de ellas dos era más importante, que, en el fondo, ese bienestar era el que realmente pesaba para ambas.

Shizuru sintió un nudo en el estómago al llegar a esa conclusión, sentándose en la cama perfectamente armada –acción que había realizado sin siquiera reparar en ella, solo llevada por la costumbre-. Ya no era ella el centro de Natsuki, no lo había sido por muchos años y no le había importado. No había importado porque en ese momento ella miraba hacia el mismo objetivo. Pero ahora, ese objetivo, las distanciaba.

Miró por la ventana, su preocupación solo aumentaba conforme el tiempo pasaba. Natsuki no había mostrado signos de mejoría, ahora se había quedado mirando desde el pasillo el jardín.

Si seguí así necesitaría de otro tipo de ayuda, una que ella no podía brindarle. Se sentó en la cama, otro suspiró se abrió camino, dejándole un recorrido doloroso por el pecho. La conversación no seguiría colgando por siempre en el aire, en algún momento tendrían que aterrizarla. Un momento cercano, el joven pronto tomaría sus propias cartas en el asunto. No quería otra discusión, pero preveía que ninguna de las dos cedería en el asunto. La preocupaba sobre todo que, esta vez, no tenía las de ganar. Solía preparar el terreno de su batalla con cuidado, se ahcía de los mejores argumentos y, cuando le tocaba dar el golpe, todo estaba preparado en su favor. Esta vez no era así.

No podía serlo.

Estos no eran números, ni tampoco la disposición de un negocio. No era algo en lo que se pudiera flexibilizar.

Natsuki no cejaría en su intento, y ella tampoco.

¿Por qué tiene que ser así?

No había argumentos que pesaran más en esta situación, solo opiniones.

Reito tomaría el lado de Natsuki, quizás eso lo hacía incluso peor. Tenía la sensación que esta vez ninguna iba a ceder. Sus hombros se desplomaron, dejando ver por un momento como en realidad se sentía. La carga era demasiado pesada, más cuando no se tenía con quien compartir. Su morena había dejado de ser su sustento por una semana y ya lo sentía, un palpitante dolor en las sienes, una pesadez en los miembros, una fatiga al pensar en vivir.

Se sentía derrotada, derrotada de la peor manera. Esta vez no quería devolver el golpe, solo quería descansar y dejarlo ir. Pero no podía, nunca podría, esa no era la manera de ser de Shizuru Fujino, esa no era la manera en que habían criado.

Suspiró y recogió fuerza en la flaqueza, muchos frentes de batalla se abrían y muchos tantos otros se cerraban.

Era su turno de levantarse y tomar las cosas por su mando.

Abrió su equipaje y devolvió todo a su orden habitual, tomó la pequeña maleta que la morena había utilizado y también la ordenó. Dio vueltas por la casa, borrando las huellas del abandono, con una tarea larga que cumplía con gusto. Mantenerse ocupada le hacía sentirse algo mejor, lavó loza, ordenó las mesas, abrió ventanas y se aseguró que Reito estuviera ocupado con alguna tarea de la universidad.

Después de todo, cuando había consumido horas de trabajo y el sol se ponía, se acercó a su mujer, que no se había levantado de su silla en todo el día, con la mirada perdida el algún lugar del jardín, aún verde. Le posó una mano en el hombro con suavidad, la otra ni siquiera se movió. La habría escuchado llegar, con seguridad, y esperaba algún tipo de interacción.

Ambas se mantuvieron así, unidas por ese leve contacto durante un largo rato. Fue Natsuki quien, finalmente, rompió la armonía momentánea.

—Me gustaría tener un perro, creo que tenemos espacio suficiente.

Había esperado muchas cosas, pero esa frase la descolocó por completo.

—Claro que podemos tener un perro… incluso dos, si no quieres que estén solos…

—Suena bien.

Al menos me habla de nuevo. Perros. Acababan de lanzar una segunda bomba en el país, se había peleado por el futuro de su hijo y el destino del mundo estaba incierto, un desbalance pocas veces visto. Pero Natsuki hablaba de perros.

Una sonrisa leve se le escapó entre los labios.

Así era su esposa.

—¿Quieres entrar? ¿O que te traiga algo de té?

—El té suena bien, gracias —.Antes de que pudiera retirarse le tomó la mano por un segundo. Dentro de ellas sabían que se habían herido, y no hallaban las palabras aún para disculparse por ello.

Los ojos rojos le dedicaron una mirada cálida antes de perderse en dirección a la cocina. Ella también necesitaba una taza de su confiable té verde. Tenía todo a mano, como siempre, era una de sus tareas diarias más recurrentes, preparó las dos tazas humeantes y en solo 10 minutos ya estaba de regreso, con los tés sobre una pequeña bandeja. La peliazul se lo agradeció y tomó una taza entre las manos, la mantuvo allí esperando que se enfriara. Muchas veces se había quemado con el té de su mujer.

En silencio compartieron ese trago de té amargo. La ciudad estaba silenciosa también, como si el mundo guardara un luto no oficial. Muchos habían perdido familiares en los dos últimos bombardeos. Ellas habían contactado en Kioto a sus familiares que quedaban y a Mai, solo por estar en contacto, por expresar preocupación. Todos sabían dónde la verdadera catástrofe se había desatado.

La castaña trajo otra de las sillas destinadas al jardín y se sentó junto a ella, bebiendo de su taza a moderados sorbos. No quería pelear, no quería romper esa tranquilidad.

Deseo que el tiempo se distorsionara y se extendiera. Deseo manipular la realidad para hacer interminable.

Deseo dejar de pensar en cosas imposibles y, simplemente, sentarse a disfrutar sin temores ese pequeño momento de paz que les regalaba el atardecer.

—¿Cómo le pondrías? —Una cara de pregunta fue una respuesta poco satisfactoria —al perro.

—Dhuran…

—¿Qué clase de nombre es ese?

—Lo escuché en alguna parte… ¿Dónde está Reito?

—En su habitación, le pedí que siguiera con sus estudios, debió de perder clases importantes con nuestra… bueno, huida.

—Me sorprende que aún no hayan llamado a la ley marcial.

—Me sorprende que te hayan relevado de tus funciones —.Lamentó haber dicho eso en el momento. El rostro descompuesto de Natsuki se ensombreció un poco más.

—Me van a retirar, ya estoy en edad y la guerra está perdida, no tiene sentido tener un soldado activo consumiendo los recursos del estado…

—Yo… lo siento.

—Está bien, tenía que pasar—.Bebió un trago largo, la bebida se había enfriado lo suficiente como para permitírselo —. Así tendré tiempo de cuidar de Dhuran.

—Y de estar más tiempo con nosotros.

—Sí… —la tristeza en su voz era patente. Amaba su trabajo, a pesar de todo, le había dedicado su vida y había sido la única manera que su padre le había permitido sobrevivir relativamente libre, que había encontrado para mantenerse fiel a sí misma en cierta manera. Sin las obligaciones que una dama enfrentaba en esa sociedad.

Ambas habían nacido al menos 100 años antes de lo que debían.

Pero eso no importa, estamos en el aquí, en el ahora.

Escucharon unos pasos, era Reito que bajaba las escaleras y se acercaba a ellas. Sus ojos estaban cansados, pero parecía bastante despierto. Con una pequeña reverencia se despidió, había recibido una llamada e iba a encontrarse con algunos de sus compañeros para ponerse al día. Shizuru lo despidió con un abrazo, mientras Natsuki le hizo cariño en un brazo. Lo vieron partir con algo de aprehensión.

—Siempre me preocupa cuando lo veo salir solo, sé que es un hombre, pero solo veo un niño… —La castaña bebió otro sorbo, tratando de tragar ese nudo que se le había formado en la garganta.

—A mí también… pero estará bien, estoy segura.

—¿Cómo lo sabes?

—Es nuestro hijo, estoy segura que tiene ese gancho de derecha con el que me rompiste la cara una vez… —Ambas rieron, por fin dejando ir un poco la tensión.

—Ara, ara, Natsuki se merecía ese golpe…

—Quizás… pero ahora Reito es grande, pronto tomará todas sus decisiones solo ¿Eso te asusta?

—Más de lo que puedes imaginar…

—Estará bien… creo que tomará las decisiones adecuadas —.El amor de madre la cegaba, como a todos les sucedía. Shizuru la miró y tomó una gran bocanada de aire, buscando valor. Tengo que tomar el asunto en mis manos, como siempre.

—Tenemos una conversación pendiente a ese respecto —.Natsuki estaba a su izquierda y miraba el pasillo por el que su hijo había salido. En esa posición su mujer no podía verla, y se permitió cerrar los ojos y apretar los dientes. Su labio se resintió, lo había mordido más de la cuenta y ahora estaba algo inflamado y marcado.

No quería tener que enfrentarse a eso, pero el frente de batalla nunca esperaba. Tomando una gran inspiración se giró, enfrentándola.

—No te entiendo… Sé que estuviste en el extranjero y que fue una gran experiencia, pero en ese momento la mitad del mundo no estaba en guerra.

—Lo sé, la situación es distinta, pero Japón se estancará, volveremos a estar al menos 10 años atrás a comparación de la punta del mundo… es ofrecerle la mejor posibilidad.

—Es probable que sea discriminado, que sea aislado o, que por necesidad, se vea obligado a renegar de todos nosotros. Sé que es fuerte pero… no quiero exponerlo a eso.

—Hace solo unos momentos me dijiste que no podíamos cuidarlo toda la vida, que él ya no es un niño.

El ambiente empezaba a caldearse de nuevo, Natsuki respiró hondo y trató de elegir con mucho cuidado sus siguientes palabras.

—Ya lo sé, sé lo que te dije, pero es distinto defenderse solo en un ambiente conocido a estar solo en un lugar totalmente nuevo, yo… es algo que conozco.

Shizuru la miró y el rictus de su boca se volvió amargo, los primeros años en el ejército, por supuesto. Se acercó un poco más, tratando de ofrecerle un poco de apoyo. La morena volvió a tomar la palabra —estamos en posiciones distintas, lo sé, quizás lo más sabio sea ofrecerle opciones. Quieres guiarlo, y te entiendo, pero él ya pronto será un adulto…

No lo parece, al menos para mí, no lo parece, le falta tanto aún…

La castaña no quiso mirarla aún, se dio cuenta que su mujer le pedía una tregua. Se la daría.

También ella estaba muy cansada.

—Lo hablaremos con él mañana, cuando las cosas se hayan asentado un poco —. Le dio un beso en la frente y tomó las tazas ocupadas —¿Vienes?

Natsuki asintió y se levantó, siguiéndola hacia la casa. Al menos se sentían un poco más unidas otra vez, pero no habían llegado a ningún acuerdo y la estabilidad de ambas pendía de un hilo.

La tarde dio paso a una noche que se presagiaba, a pesar de todo, tranquila.

10 de agosto de 1945 — 02:17 hrs

Se movió en silencio por las calles oscuras. La electricidad no era fiable en esos días, y su sombra se extendía y fundía con la oscuridad de la noche de manera intermitente. Había pasado por el hogar de uno de sus compañeros, recogido notas, le había bajado la importancia a su supuesta enfermedad y luego había tomado un nuevo rumbo. La noche se había asentado y en su casa probablemente todo sería silencio.

Pero él quería saber un poco más.

Había rumores de un ala del ejército descontenta, Natsuki no estaba en ella, a pesar de toda su valentía ella no se animaría o no consideraría necesario entrometerse más en la guerra. Él la comprendía hasta cierto punto, pero le parecía una falta al honor no hacer más, aceptar el retiro y la rendición luego de haber luchado tanto, luego de tantas vidas que se habían sacrificado gustosas por el imperio.

Shizuru jamás lo comprendería, ella no veía las cosas desde su mismo punto de vista, para ella todo podía arreglarse, como si las cicatrices también las lavara el tiempo. Las cicatrices eran para toda una vida, eran una forma que tenía la vida de enseñar. Algo que no se podía olvidar.

Siguió a paso rápido y zancadas largas, buscando en la noche algún indicio de que el final era evitable y que él podía colaborar. Había escuchado las últimas noticias que venían desde Nagasaki, el avión maldito había aterrizado luego en Okinawa, como si tuviesen el derecho siquiera a respirar el aire de ese país. La rabia le borboteó por la garganta hasta que casi podía masticarla. Su calma usual se caía a pedazos y su rostro desencajado empezaba al fin a reflejar las emociones que había reprimido todos esos días. Tenía la firme convicción de que todo terminaría de otra manera.

Dobló en las esquinas sin mirarlas, caminó sin leer letreros y, en algún momento, cuando algo de su furia se había quemado en ese recorrido sin destino, miró hacia el cielo y no lo reconoció. Estaba perdido.

—Perfecto…

Miró hacía atrás, pero no recordaba sus pasos como para desandarlos. Metió las manos en los bolsillos y se preparó para seguir caminando, esta vez con algo más de precaución. Curvó un poco su espalda y dejó caer su cabeza. Esa era la postura por la que su madre le daría con un diario en la cabeza para que se enderezara.

Pero ahora ninguna de las dos estaba ahí para corregirlo. Una sonrisa involuntaria se formó.

Al fin libre por un momento.

Las amaba, pero a la vez quería librarse de ellas. El sentido de la tradición dictaba que él, el hijo único y el primogénito, debía encargarse de cuidar a sus padres en la vejez. A veces despertaba sus dudas, sus madres eran bastante independientes, quizás seguirían el camino de ser una familia "distinta" y le darían más libertad en su vida, lo dejarían mudarse, inclusive quizás le dejarían moverse a otra ciudad. Hasta el momento había vivido siempre bajo su protección y se estaba cansando.

No tenía nada de malo anhelar un poco más de libertad…

Unas sombras moviéndose lo sacaron de su mundo de pesadillas y ensoñaciones. Su cuerpo se tensó e, inevitablemente, su espalda se enderezó, todos sus sentidos despertaron de golpe. Un sinfín de posibilidades corrieron por su mente, pero al final se quedó con las dos que él consideraba más plausibles. O eran sodlados del ejército moviéndose a horas de la noche para cambiar de guardia, cosa rara ya que no estaban cerca de ninguna base, o algunos ladrones envalentonados por el caos se estaban aprontando a recibir su próxima víctima.

Una sonrisa que él no se conocía se formó en su rostro.

Quizás, pensó en un arrebato de juventud pujante, de inmadurez y deseo por lo desconocido que caracterizaba esa edad, le servirían para descargarse. Una pelea callejera.

Nunca había estado en una, pero tenía la sensación de que podría durar lo suficiente en ellas.

Ilusiones que nunca había desmentido.

Solo necesitaba la oportunidad adecuada.

Se acercó a las sombras con cuidado, había vuelto a tener el control completo de su cuerpo. Con sus rodillas flexionadas caminó con el mayor sigilo posible, las sombras ahora tenían forma y substancia. Casi podía tocarlas si se estiraba lo suficiente. Pegó el cuerpo a una de las esquinas, afinando el oído para entender esa conversación sostenida entre susurros. El murmullo de papeles pasando de mano en mano fue lo primero que pudo distinguir. Eso no era muy interesante. Lo segundo que desprendió de ese diálogo le aceleró el corazón.

Revolución y resignación.

Al fin alguien que hablaba lo que él quería oír.

Su cuerpo se aplanó contra la pared de madera, desesperado por conseguir algo más de información. Al fin las voces llegaron con cierta claridad.

—Hatanaka me pasó estos… él dice que es inevitable.

—Pero el Emperador jamás cedería ante las condiciones humillantes que han propuesto ¡El imperio ha luchado demasiado por su honor!

—Solo… léelo y ve si consigues a alguien más.

La reunión terminó tal cual había iniciado, con un simple saludo de manos. Reito esperó a que los hombres se alejaran un poco, cada uno tomando caminos distintos. Un suspiró de alivio se escapó de su pecho cuando ninguno de los jóvenes apareció por su esquina. Al acercarse no había medido el posible riesgo. La perspectiva de ser atrapado fisgoneando arrojó sombras oscuras sobre su rostro. No era propio de él estar con la guardia tan baja.

Hatanaka…

Había muchos Hatanaka en Tokio, no llegaría muy lejos solo con un nombre. Contó hasta veinte y luego, con cuidado, salió de su escondite como si fuera un prófugo. Miró el lugar donde los revolucionarios se habían encontrado. No quedaba más que polvo y la sucia luz de un farol a medio encender. Se mordió los labios.

Estuvo tan cerca…

Quizás debió salir y preguntar por más, pedir más. Atreverse a tomar ese paso.

Caminó un poco más, buscando en el suelo alguna señal de lo que los hombres habían discutido. Uno le había pasado al otro una especie de panfleto, estaba seguro ¿Qué más podría hacer ese sonido?

Con algo de suerte uno de esos se había caído.

Tal vez…

La diosa de la fortuna le sonrió -y quizás eso era una mala noticia, pero para él ese momento tenía un toque divino-, encontró uno de los panfletos. Qué descuido, ellos que planeaban una revolución dejaban que todos tuvieran acceso a sus planes matando la sorpresa.

Entre la luz débil que bañaba la calle miró el cielo, recordó que estaba perdido y que tenía un largo camino a casa antes de poder pensar en descansar. Una sonrisa le adornaba el rostro, desde esa posición tenía cierto parecido con su madre. Nunca se daría cuenta, nunca habría alguien con él en el momento exacto para notarlo.

Inició su camino de regreso a casa, con pasos alegres y leyendo las señales en las esquinas para intentar ubicarse.

Era una noche bella, a pesar de todo.

Demoró dos horas más en regresar a casa, para cuando lo hizo sus madres dormían profundamente –quizás la primera vez que lo hacían desde que todo empezara-. Se quitó con cuidado los zapatos y subió hasta su habitación en el segundo piso.

Él también tenía ahora motivos por los cuales dormir con tranquilidad.

12 de agosto de 1945 — 08:00 hrs

Natsuki, para su sorpresa, seguía durmiendo. No la habían llamado aún y parecía que todos sus hábitos de levantarse temprano habían muerto junto a sus deseos de regresar a su vida anterior. Cruzó la pequeña distancia que las separaba –una cama matrimonial- y a besó con suavidad en la sien. Un movimiento apenas imperceptible.

Su sueño era uno profundo.

Se dedicó a observarla por un momento, a constatar los pequeños pero irreversibles cambios que el tiempo operaba. Arrugas que antes no existían, algunas canas que empezaban a brillar, un bronceado más permanente, grabado en la piel luego de tantos años bajo el sol. Otra especie de tatuaje que todos compartían. Una sonrisa se formó, fuera de su control. Había peleado mucho para poder estar con ella. Había esperado años por el momento indicado y cerrado todos los cercos con una gran paciencia, hasta que el animal salvaje había sido domesticado.

Esa era la primera mitad, luego había una segunda mitad, la batalla que habían sostenido ambas por mantener a flote ese matrimonio basado en una mentira. Para Natsuki aparentar se había naturalizado cuando ingresó al ejército, en su adolescencia. Para ella fue algo más complejo –una verdad que sería difícil de suponer si se veía sus personalidades-, no había aparentado realmente, simplemente moderado aspectos de su personalidad. Hasta que, claro está, su padre había muerto y todo el poder del negocio cayó en sus manos.

Entonces le tocó interpretar un hermoso y decorativo papel en el engranaje del sistema.

Natsuki firmaba todo, Natsuki se veía en reuniones con los clientes importantes. Inclusive la firma Fujino pertenecía más a Kruger que a ella. Pero todas las decisiones, todos los decretos, todas las ideas y las innovaciones surgían –en su mayoría- de su cabeza.

A veces es difícil ser una reina en las sombras aunque… le dedicó una sonrisa más cálida a la mujer que dormía a su lado a veces también es divertido ver a mi pobre Natsuki sudando la gota gorda y repitiendo mis palabras letra por letra…

Eso era en la vida pública, en la vida privada tenían otros problemas. La convivencia nunca es fácil. Y quizás lo era menos cuando tu pareja acostumbra a levantarse a las 6 am todos los días y salir al patio a realizar ejercicios. O cuando es tan torpe que deja caer la mitad de las tazas intentando preparar el desayuno. Ambas habían tenido que cambiar sus rutinas, habituarse a nuevos gestos, a nuevas horas, cambiar inclusive su dieta. Todo por el bien de ambas.

Cuando Reito apareció en sus vidas fue otro quiebre, otra lucha, otro batallar constante para no explotar en los peores momentos, cuando todo parecía más sencillo estando sola y lejos.

Todos tenían sus demonios y sus batallas internas. Ellas habían sostenido su propia guerra contra la rutina y la cotidianidad. Y habían ganado.

No puedo dejar que todo ese sacrificio y esfuerzo se pierda…

Habían ganado una vida juntas, con altibajos, con separaciones constantes debido a fuerzas externas, pero una vida en la que se apoyaban mutuamente, se tenían para todo. Se amaban con un amor viejo y afianzado. Resistente a las inclemencias y siempre nuevo ante los gestos de cariño.

Y al mirar ese rostro conocido pero en el que siempre podía encontrar algo distinto, todos esos años y esas emociones se agolpaban en su pecho. No iba a tirar la toalla con Natsuki, nunca lo haría, no iba a permitir que esos desastres las alejaran o que su morena volviera a refugiarse y ensimismarse otra vez.

No voy a volver a perderla como lo hice años atrás.

Una decisión que podía leerse en su rostro, firme y salvaje. Había, inclusive, algo de ferocidad en su mirada al pensarlo. Sus fuerzas para luchar se estaban recobrando.

Sus rasgos se suavizaron cuando el momento de ira pasó. Con otro beso se despidió brevemente de su mujer, le conseguiría un desayuno a ambas e intentaría crear una página más en el álbum de memorias cálidas.

Tenían mucho por discutir, pero eso podía esperar a que tuvieran el estómago lleno. Podía esperar a que Natsuki sanara un poco más.

Caminó con lentitud hasta la cocina, solo su hijo estaría a esas horas en la residencia, además de ellas. Los criados regresarían ese día a media tarde, así lo había dispuesto ella misma a través de telegramas que les había enviado.

Quería regresar a la normalidad, por supuesto, pero también quería un par de horas más de ella y Natsuki aisladas del mundo, aisladas incluso de su hijo. Con pasos medidos ingresó a la cocina, como esperaba Reito bebía un té matinal y leía el periódico, aunque aún seguía en su pijama en lugar de su uniforme o su ropa de entrenamiento.

—Buenos días, madre —. Al menos ese saludo seguía siendo el mismo de siempre. El mismo que era antes de que el mundo hubiese girado fuera de sus goznes por unos minutos.

—Buenos días ¿Tendrás algo de té para mí y tu madre?

—Preparé bastante, déjame ya te sirvo —. Se sentó y esperó mientras el pelinegro servía dos tazas humeantes. Le dio un sorbo rápido cuando la depositó frente a ella. Una bocanada reconfortante la sumergió por un momento en otro mundo. Magia en una taza. Acarició la porcelana, ahora caliente, y lo miró fijamente. No habían hablado aún del tema, ni siquiera habían hablado de cómo Natsuki se había roto en su viaje de regreso. Solo lo habían dejado estar como si el silencio escondiera sucesos.

Reito sintió la vista atenta de su madre y le devolvió la mirada. Sostuvieron esa intensidad unos segundos más, buscando en el otro un lugar por donde empezar. Al final fue Shizuru quien suspiró y tomó las riendas de la situación.

Después de todo seguía siendo una madre, su madre.

—Hijo…

—¿Cómo puedes dormir con eso? —La mirada atónita de la castaña lo invitó a explayarse un poco más —.Sabes lo que pasó, Natsuki mamá te contó y aun así… no pareces molesta.

—… no lo estoy. Solo estoy triste —. El joven la miró con incredulidad —. Lo entenderás, con tiempo —le dijo, mientras le sostenía una mano.

—Quizás… —esa respuesta la preocupó, por el otro lado el joven sentía irritación. La carta del "tiempo", odiaba esa porquería. Era una manera de no explicar las razones detrás.

—Da igual… no tengo universidad hoy, estaré en el jardín haciendo algunos ejercicios —. Se levantó llevando con él la taza, la depositó en el lavaplatos y salió de la habitación. Shizuru lo miró alejarse, con una mezcla de sentimientos encontrados. No había tenido el valor para proponerle sus planes, ni siquiera para poder explicarse cómo le habría gustado.

Había una debilidad latente en los seres queridos, esa doble arma que era el amor. A veces, solo a veces, la exasperaba. Esta era una de esas veces.

Apoyó su rostro en sus dos manos. Si no fuera por esos dos no se sentiría tan frágil, tan débil… Aspiró una gran bocanada de aire, uno a la vez. Tenía que ponerlos de su lado y luego unirlos bajo una sola dirección, como lo hacía con los negocios.

Se levantó, pasándose las manos por la cara, luego rebuscó en las alacenas una de las bandejas para llevar el desayuno a la cama. Las tazas de té, un poco de arroz blanco, verduras curtidas, un huevo –que se había asegurado de limpiar bien- y salsa de soja. Su mujer adoraba esa combinación, decía que era la mejor manera de empezar un día ajetreado. Pisando con cuidado se abrió camino hasta la habitación de regreso.

Para su sorpresa Natsuki estaba despierta y miraba el cielo de la habitación. Pareció no notar su presencia hasta que se sentó a su lado en la cama, los ojos verdes estaban decaídos, pero tuvieron un momento de alegría al verla.

La ojiverde se sentó en la cama y esperó a que su mujer se acomodara. Shizuru rompió el huevo y lo derramó sobre su arroz. La morena sonrió, un poco de salsa de soja y quedaría perfecto. Comieron en silencio, en una mezcla de alegría y anticipación.

Para su sorpresa fue Natsuki quien, luego de un sorbo de su té, trajo el tema a la mesa.

—¿Le dijiste algo?

—No, esperaba que pudiéramos hacerlo juntas… —La morena suspiró y se apretó las sienes. No quería hacerlo, pero sentía como empezaba a ceder, como su opinión se minaba en favor a la de su esposa. Cedo demasiado por ti…

—Podemos proponerle la opción de que elija donde ir… si lo desea —recalcó lo último, tratando de mantenerse fiel a sí misma.

Shizuru pesó esas palabras, saboreando la victoria oculta atrás de ellas. Si lograba tomar el control de manera más suave, más sutil, habría ganado.

—Pero debemos hacerlo juntas… Necesito que me apoyes en esto.

—Ya —. Sintió que un nudo se le formaba en el pecho, un súbito sentimiento de asco hacia la situación. —Pero no vamos a forzarlo de ninguna manera, si él quiere quedarse, se queda. Además, tenemos que asegurarnos que siga sus estudios. No podemos enviarlo a cualquier lugar.

Victoria.

Derrota. Este cansancio me está afectando de verdad…

Natsuki no escuchó la respuesta de su mujer, terminó el arroz con huevo y soja que se enfriaba y luego, a sorbos lentos, bebió el té. Existían fuertes rumores de la rendición. El estado había exigido 4 condiciones para la rendición, una manera de respetar lo poco que les quedaba, aunque ella no tenía manera de saber si serían cumplidas o no, si serían respetadas o no. Su mente divagaba por el futuro, por la incertidumbre que se les venía encima. Era una lástima que la realidad nunca terminase de llegar, nunca se tomase un descanso para ponderar lo que hacía. Los arrollaba a todos por igual.

Y, a veces, costaba más recuperarse de sus heridas de lo deseado.

Shizuru la sacó de sus ensoñaciones quitándole la bandeja del regazo y la taza de té vacía de sus manos. Era una orden velada, el día iniciaba y ella debía levantarse. Pero no quería. Por primera vez en 50 años no sentía deseos ni ánimos como para corretear por ahí o inyectarle actividad a su jornada.

—Los años no vienen solos… —, la castaña la miró intrigada, una frase sin contexto no tenía una explicación sencilla. —Nada, vamos, es horade darse un baño.

—Ara, ara ¿Natsuki me está invitando a compartir su ducha? —lo dijo en tono de broma, solían bañarse juntas, una especie de ritual. Hacía mucho que la morena no se sonrojaba por esas proposiciones.

—Vamos, si quieres —. Se levantó y la guio de la mano. Sin sorpresas se encontró con que Shizuru ya había preparado el baño para ambas. Un ligero escalofrío le recorrió la espalda, si no lo hubiera sugerido estaba segura que su mujer la habría arrastrado hasta allí. Sonrió.

La castaña tenía mucha fuerza de voluntad, después de todo.

Se encerraron en el baño, último ritual matinal antes de enfrentar al mundo.

Reito, en el jardín, escuchó un par de risas ahogadas provenientes de la casa y su espíritu se agrió un poco más. El luto duraba muy poco en un hogar que debería guardarlo.

Volvió a concentrarse en sus ejercicios, el calor, a pesar de lo temprano, arreciaba y no había signos de que una lluvia de verano refrescaría el día. El sudor hacía surcos en su piel, bajando desde sus sienes al mentón, antes de caer al suelo. Estaba bien así, le gustaba esa sensación de estar en control, de ser fuerte.

De ser poderoso.

Hoy saldría de nuevo, se encontraría otra vez con Hatanaka y ayudaría a detener esa locura. Hizo una nueva ronda de ejercicios y sintió como la fatiga empezaba a rondarlo.

Entre más fatigado, menos sentiría. Entre menos sintiera más inmune sería a lo que sucedía a su alrededor.

Con ese pensamiento fijo continuó la rutina, el sol sobre él lo alumbró sin especial distinción. Él no era nadie.

Todavía.

14 de agosto de 1945 — 20:00 hrs

La cena transcurría en un silencio inusual. Desde la mañana anterior, luego de su pequeña conversación, Reito parecía más callado que de costumbre, más siniestro de cierta manera. Shizuru no se lo había comentado a Natsuki, pero estar cerca de su hijo –por primera vez- la hacía sentir incómoda. A estas alturas, compartiendo los distintos platos en la mesa, el joven no había pronunciado palabra.

Nada.

Ni siquiera un comentario sobre su día, sus clases o la falta de ellas, sus ideas.

Estaba preocupada.

Taciturno no era una palabra que describiera a su hijo, quizás a su madre, pero no a él. Intentó establecer algo de conversación, preguntándole sobre su día, sus ejercicios, los estudios retrasados. Los monosílabos tampoco eran una respuesta que a ella le gustase o esperase.

Su mujer la miró de reojo, ella también se veía por lo menos sorprendida.

—Si quieres, mañana puedo enseñarte un nuevo movimiento, aprendimos bastante de los prisioneros chinos.

—Gracias, mamá, suena interesante… —lo que menos tenía esa voz era interés, cualquier otro día habría saltado de emoción solo de pensarlo.

—O puedes mostrarme cómo has mejorado estos últimos meses…

—Hm

—¿Sucede algo? —Natsuki, cielo ¿Por qué siempre tan directa?

—¿Cuándo volverás a tu puesto? —la pregunta de su hijo la dejó descolocada —Usualmente no te dan tantos días libres, menos con lo que está sucediendo.

—Hijo, yo… —sintió la mano de Shizuru en su rodilla, tratando de traspasarle seguridad —yo no voy a volver, me van a ofrecer la baja y la tomaré.

Durante unos segundos hubo un silencio, la morena se sintió culpable sin saber el porqué. Su hijo, por ese intervalo de tiempo, se dedicó a mirarla con algo de decepción en sus ojos.

—Así que tú también te vas a rendir…

—¿Disculpa?

Fue como pisar una mina de tierra, solo que Natsuki la había pisado y levantado el pie inmediatamente.

—¡Qué también te vas a rendir como todo el resto! —se levantó de la mesa, golpeándola en el proceso y volcando su plato de arroz, aún por la mitad del mismo. El cuenco rodó por la mesa y cayó al suelo, ensuciando la madera pulida con los pequeños granos.

—¡No me hables así! —Natsuki también se levantó, golpeó la misma mesa y dio vuelta uno de los platos con carne salteada. La castaña se alejó, el jugo de la carne corrió por la mesa y empezó a caer en pequeñas gotas. Estaba algo aturdida, aún no entendía que estaba pasando.

—¡Le hablo como quiero a una cobarde como tú o madre! ¡Cobardes las dos! —vociferó, fuera de sí. La morena cruzó el espacio que los separaba con claras intenciones de hacerlo pagar por esa ofensa. La castaña alcanzó a reaccionar, levantarse y de un salto echársele encima a su mujer.

—¡No, no, Natsuki, no!

—Ni siquiera tienen las agallas para callarme —una vena le palpitaba en el cuello, otra en la sien. Shizuru no se atrevió a verle el rostro a la morena, de lo más seguro desencajado por la ira.

—No tienes idea de lo que estás hablando —le escupió la mujer, aún atrapada por los brazos de la castaña. Ahora algo más de sentido entraba por su cabeza, pero seguía sintiendo deseos de aleccionarlo como lo haría con uno de sus soldados. —¡Esto se acabó! ¡No hay nada por lo que pelear!

—Ahí es donde te equivocas —sin agregar nada más, el joven se giró y salió a grandes zancadas de la habitación, rozando un trote con el claro objetivo de no ser atrapado. Ambas lo vieron salir sin hacer el menos gesto de detenerlo. Un portazo les indicó que ya había abandonado la casa. La mesa estaba maltrecha y la comida desperdiciada por el suelo. Natsuki le dio un puñetazo al suelo.

No estaba preparada para eso.

—Adolescente estúpido… —la ira se iba disolviendo en un enorme mar de preocupación y tristeza. Shizuru se sentó a su lado, digiriendo lo que había pasado, ella solía ser la que luchaba con palabras, la de los enfrentamientos verbales con Reito, pero no lo había visto así, nunca.

Estaba desquiciado.

—No lo entiendo…

—Claro que no, nunca has pensado fuera de tu posición —recibió una mirada acusadora de los ojos rojos, pero ya no tenía ganas de pelear más —lo que quiero decir es que siempre piensas que tu posición es la correcta, por lo que nunca entiendes las razones de los demás…

Tiene un punto en eso, pero siempre tengo la razón.

Y, como ocurría siempre, luego de esa pelea inesperada una capa de silencio cayó sobre ellas, sobre la mesa, los platos, la entrada, la casa.

Esa era una comida que no se digería con facilidad.

—Voy a suponer que está molesto porque perdimos la guerra.

—No hay mucho que podamos hacer sobre eso.

—Ya, yo lo sé, tú lo sabes, él no —pensó en las miradas llenas de determinación y orgullo de los jóvenes reclutas que arrancaban de los brazos de sus madres, que se despedían entre pompas, abrazos y expresiones de honor de sus familiares. No regresarían ni siquiera en una caja. Los kamikazes nunca eran recuperados. Sin embargo ellos creían, creían que sus vidas podían cambiar el giro de la guerra —él quiere creer desesperadamente que puede cambiar algo. Eso no se lo vamos a sacar con una explicación de diez minutos.

Se miraron la una a la otra, buscando explicaciones. Fue Shizuru la que tuvo fuerzas suficientes como para levantarse y empezar a ordenar el desastre que se había transformado el comedor. Natsuki la imitó, recogiendo el cuenco roto que aún tenía granos de arroz tibios.

—Solo espero que no haga una locura —suspiró la castaña, mientras balanceaba platos a medio vaciar en sus manos.

—No creo que tengamos tanta suerte o él tanto tino…

14 de agosto de 1945 — 21:00 hrs

La sangre le hervía de solo recordar el incidente de la cena, ni correr, ni trotar, ni gritar lograba sacarle la rabia que lo cegaba. Tenía que estar tranquilo, sereno. Hatanaka haría algo al respecto. Sí.

Cambiaría el curso de esa historia decadente y él estaría ahí para ayudarlo.

Se encontró con el resto de los insurgentes y, casi sin palabras, se dirigieron al palacio imperial de Tokio. Mientras caminaba con esos hermanos de armas a quienes apenas conocía, sintió que la adrenalina se disparaba por su pecho y aligeraba sus pasos. El recuerdo de la pelea lo seguía incomodando, pero podía dejarlo un poco más atrás, acallarlo entre pensamientos más importantes.

Era como un sueño, las luces pasando rápidamente, el secretismo en el que se sumergían, la noche ahogando sus pasos.

Ahora sí se sentía vivo.

Luego de caminar unos 10 minutos entraron por una casa indistinta a la del resto, solo otra más en la larga hilera que adornaba ese distrito de Tokio. Sin embargo en esta se encontraron con el líder, Kenji Hatanaka, un oficial militar del ejército japonés, dispuesto a luchar en contra de la rendición y proseguir la lucha que glorificaba al imperio. Los esperaba con un mensaje escalofriante.

—El emperador grabó esta tarde el mensaje que sería emitido para anunciar nuestra rendición —sentenció, con voz grave marcada por las circunstancias. Los jóvenes empezaban a congregarse a su alrededor, entraban de a uno o en pequeños grupos por la puerta —pero… Nosotros estaremos ahí para detenerlo. Llamados a las armas, nuestros compañeros militares se alzarán con nosotros ¡No podrán resistirse ante el grito de libertad para Japón!

Reito elevó el puño junto al resto de sus compañeros. Se había presentado como Kruger, había utilizado algunos de los datos de su madre para aparentar una posición en el ejército y lo habían aceptado sin mayores dilaciones.

El plan, en palabras de Hatanaka y Shiizaki, era bastante sencillo. Una vez que hubieran ocupado las inmediaciones del palacio imperial, harían un llamado general a las fuerzas armadas a unirse al golpe y cortarían la comunicación, buscarían las grabaciones del emperador y las destruirían.

Nada sería puesto al aire. Japón seguiría en pie de guerra.

El hombre miró su reloj y, solo por un segundo, dejó traslucir un gesto de preocupación. Luego repartió pistolas y armas blancas. Reito recibió una daga larga y la sopesó con orgullo. Ese acero ya había arrancado vidas.

El oficial enfundó su pistola y ató una katana a su cinto.

Algunos jóvenes seguían llegando, pero ya era hora. Debían cercar el palacio.

Todos se pusieron en movimiento, el golpe había empezado. Llevado por este sueño que solo empezaba, cruzaron las calles y pronto estuvieron en las cercanías del palacio. Shiizaki los esperaba ahí con algunos soldados más. El líder los detuvo con un gesto de la mano, iba a "limpiar" el camino.

Lo que venía a continuación era una exposición de ingenio y estupidez combinados. Hatanaka se acercó con su compañero conspirador, su pequeño puñado de rebeldes custodiaba la calle de la entrada. El comandante del segundo regimiento de la guardia imperial, Toyojirō, enviado allí a doblar la seguridad en contra de ese golpe –secreto a voces-, los observó con una mezcla de sorpresa e inseguridad.

—Alto ahí, Hatanaka, Shiizaki, ya saben que es inútil —se acercó a ellos, tomando su cinturón de armas con ambas manos.

—¿Inútil? ¡Pero si ya convencimos a medio Tokio! ¡Esto está solo comenzando! —Shiizaki se acercó, expandiendo las manos para envolver toda la ciudad que los apoyaba. Una mentira, por supuesto, pero lo importante era que ese capitán algo lento lo creyera.

—¿Qué? ¿Incluso Anami?

—Incluso Anami —su voz tenía convicción, detrás de él Hatanaka asentía de brazos cruzados, dándole toda la razón a su compañero.

Toyojirō se detuvo a un par de metros, ahora más indeciso que sorprendido. Si la mitad de Tokio se había entregado al golpe existía el peligro real de una guerra civil, si él se unía al golpe simplemente estaría uniéndose a la tendencia y podría evitar algo peor. Eso fue, al menos, lo que su cerebro cansado y embotado ante los últimos acontecimientos pudo razonar.

—Está bien, pasen.

Ambos sonrieron y se giraron, llamando a sus hombres. Habían superado la primera barrera.

Iban a detener ese estúpido mensaje.

El pelinegro no podía evitar la enorme sonrisa que adornaba su rostro.

Reito y el resto corrieron en un desorden general, sin ningún tipo de disciplina marcial. Eso no importaba. Con órdenes secas los separaron y él quedó con Hatanaka, entraron al palacio con las armas desenfundadas y listos para lo que viniera.

Al fin.

Eso era la guerra.

14 de agosto de 1945 — 22:30 hrs

—Gracias, Yamada —. Cortó el teléfono y se mantuvo en silencio un par de segundos, sin dejar de apretar el tubo en las manos —¡Es un imbécil! —aporreó el tubo varias meces contra el aparato, hasta que se rompió en partes y las esquirlas volaron, algunas hacia el piso, otras se incrustaron en su mano, y lo único que quedó de su teléfono fueron los pedazos de plástico maltrechos.

—¡¿Pero qué…?!

—¡El idiota de nuestro hijo está en un golpe militar!

Las palabras la golpearon y la dejaron indefensa por un par de segundos.

La sangre le bajó por la mano a Natsuki y goteó libremente hasta el piso de madera.

¿Golpe?

—¡Maldita sea!

—¿Dónde está?

—No es seguro, según Yamada se dirigían al Palacio Imperial —. No necesitó más, salió al jardín en busca del auto. La morena la siguió sin leer sus planes. Cuando la vio aporrear una de las puertas para abrirla se dio cuenta de sus intenciones. Le hizo gestos para que se detuviera y corrió de regreso a la casa. En menos de 5 minutos estaba de regreso con su uniforme militar. Se subieron al vehículo y arrancaron por las calles vacías.

—¿Sabías del golpe?

—¡No! ¡Sí! Bueno… —no podía pensar con claridad, la subida de adrenalina y el sabor amargo de la boca le nublaban el juicio —Había rumores pero… nunca pensé que lo harían en serio ¡Es una estupidez! —golpeó el manubrio antes de girarlo para tomar una de las calles principales.

—¿Cuán serio es?

—No llegará a nada, la última vez que oí de eso era solo una persona y nadie lo tomaba muy en serio. Quizás… quizás ya decidieron la rendición y solo quieren evitarla.

—No suena como un buen plan…

—Lo sería si tuvieran más apoyo —con las calles limpias de tráfico, avanzaron hasta las cercanías del palacio en pocos minutos. El área había sido cercada y algunos hombres corrían de un lado al otro dando explicaciones u órdenes. La castaña no pudo evitar levantar una ceja.

—Esperaba algo más…. Impresionante.

—Voy yo, ya regreso. —Haciendo caso omiso a su comentario, su mujer se bajó enfundada en su uniforme militar, desde el auto la vio gesticular con algunos de los presentes. La conversación parecía ir desde la barrera al palacio y en viceversa. Luego de un rato se despidió con un gesto y regresó al auto, por la forma en que aporreó la puerta estaba segura que no traía las mejores noticias.

—Están seguros que pueden convencerlos para regresar a casa, de todas maneras no hay nada valioso en el palacio que puedan usar.

—Solo nos queda esperar ¿Eh?

—Mh —ambas fijaron su mirada en las paredes que separaban la residencia de la familia imperial con el resto del mundo. Al otro lado de ellas un mundo desconocido se extendía, y Reito vagaba por él sin ponderar riesgos o razones.

O al menos así lo imaginaba.

Lo cual no estaba muy lejos de la realidad, el pelinegro corría junto a sus compañeros y Hatanaka por las distintas habitaciones y espacios, desesperados por encontrar las cintas del emperador. Hacia unas cuantas horas deambulaban por el palacio y solo se habían topado con habitaciones vacías, puertas cerradas y algunos guardias desarmados. Incluso habían tirado la mayoría de esas puertas, solo para encontrar más puertas y más preguntas.

A los guardias los habían atado y dejado en las salas donde se encontraban.

El líder empezaba a desesperarse, las comunicaciones habían sido cortadas por ellos, se habían separado en dos grupos. Una parte de los rebeldes circundaban el edificio, controlando las salidas y las entradas –en un cerco más externo estaban las fuerzas militares, cuidando que nadie entrara ni saliera sin permiso del perímetro-. Era una farsa. Los de adentro no sabían, claro, ellos no habían visto llegar los vehículos militares sin pompa ni luces. Simplemente asegurándose que nada se saldría de control.

Una charada muy mal orquestada.

El pequeño grupo del pelinegro se dividió aún más, cubriendo más terreno. Las habitaciones seguían sucediéndose, en el enorme palacio que parecía no tener fin. Para vivir ahí la gente debía aprenderse el mapa de memoria, más los pasadizos secretos y las antiguas trampas que se habían puesto hacía mucho tiempo, quizás algunas desactivadas, quizás algunas aún mortales.

Llegaron a una gran sala con pilares de madera, el piso pulido y las paredes austeras, desprovistas de adornos dorados o pinturas familiares y poemas famosos con anotaciones de los distintos emperadores. Al contrario de eso, esta sala solo tenía armas de entrenamiento y cuadros de caligrafía con conceptos de guerra. Un dojo de entrenamiento. Por un momento sintió miedo de pisar ese lugar, a pesar de que todo el palacio tenía una especie de atmósfera reverencial, pero ese lugar en especial los golpeó de manera particular.

El emperador se entrenaba ahí, pisaba ese lugar con la piel desnuda y vertía un sudor que era menos humano que el de ellos.

Fue en ese momento en que sintieron como traspasadores y no como invitados.

Hatanaka los sacó de ese embrujo, pisando con las botas el piso pulido y manchando la madera. Posó una mano en la empuñadura de su katana, el rostro se le emblanquecía a medida que entraban en las distintas habitaciones y su objetivo parecía más distante.

La duda se anidaba en el corazón de todos.

No había nadie en el palacio, no estaba el emperador, no estaban los generales, no estaban los equipos.

Los habían leído, o habían sido traicionados. Fuese como fuese el objetivo parecía cada vez más distante.

—Sigamos avanzando —la orden los hizo salir de sus pensamientos y volvieron a moverse. El orden no existía en esa tropa no aleccionada, corrieron con las armas en las manos. El salón resplandeciente fue mancillado y las huellas de los rebeldes podían contarse por muchas.

Un sentimiento de intranquilidad los dominaba.

Reito, mientras corría, observó su reloj con disimulo. Ya era el 15 de agosto y la noche se acercaba a la madrugada. El sudor le corría por la espalda, la noche era húmeda y cálida, sus compañeros de armas se quedaban algo rezagados, faltos de aire y de energía. Un observador externo les habría tenido hasta pena. Perseguir sus sueños a costa de su sudor y lágrimas era algo muy loable y noble.

Pero llegados a ese punto, ridículo.

Finalmente se reunieron con el segundo grupo, que los encontraba desde la dirección opuesta. Habían realizado algunos arrestos, como ellos, y los prisioneros estaban atados y sentados en las distintas salas que habían pasado, pero seguían sin encontrar un pez gordo. La tropa, ahora reunida, avanzó por las últimas habitaciones a revisar hasta que alcanzaron al primer hombre de importancia, el asistente del ministro. El hombre estaba sentado junto a un escritorio y un par de guardias, nuevamente, sin ningún tipo de arma, parecían estar esperándolos.

Los peores temores se iban confirmando uno a uno. Un escalofrío les recorrió la espalda al atravesar la habitación.

La luz de la habitación era tenue y los cortes eléctricos iban y venían dificultando la visión.

El hombre los saludó respetuosamente, desbalanceando aún más el estado de ánimo de los jóvenes.

—Muy buenas noches, caballeros —les extendió una mano, como si los invitara a sentarse. Hatanaka tomó el gesto como un insulto y desenvainó la espada.

—¿Dónde están las grabaciones?

—Me temo, Hatanaka-san, que no sé de qué habla exactamente.

—¡No juegues conmigo! ¡Sabes perfectamente de qué hablo! —se acercó, blandiendo la espada. Los rebeldes contuvieron la respiración, quizás sería la primera herida mortal que verían. El hombre no pareció alarmarse, simplemente levantó las manos y lo miró como si supiera que no tenía el valor ni la necesidad de matarlo.

—Sé de qué habla, pero no puedo darle una respuesta —volvió a bajar las manos, si los hombres hubieran podido verlo desde atrás habrían visto como su nuca temblaba casi imperceptiblemente —¿Realmente cree que compartirían esa información con alguien como yo? No, señor, no lo harían.

La hoja de la espada se estremeció y avanzó lentamente hasta el cuello del hombre, enfundado en un traje formal y con cara de ser un simple oficinista. Era por ellos que perdían la guerra, por esos hombres sin honor ni valor como para enfrentarse al verdadero enemigo. Hatanaka ponderó por un segundo o dos el rebanarle el cuello, pero no encontró razones reales para hacerlo. Luego de un momento bajó la espada y lo miró con desprecio.

—Sin embargo —se levantó y puso las manos en la espalda, ahora con el control de la situación. El cambio de la atmósfera fue evidente, el oficinista, que carecía de galardones militares o un arma resplandecía por la confianza en sí mismo, en la situación. Le fue muy sencillo tomar el control de esa tropa mal armada y mal ordenada. —Tengo un mensaje del teniente Ida, el escuadrón este ya tiene rodeado el palacio y, si no se rinde, lo tomarán por la fuerza—. Sonrió. —Eso es todo.

Terminar un golpe sin darlo siquiera fue un duro revés para todos. Hatanaka y Shiizaki se alejaron y discutieron. Reito lo observó como quien se acerca a otear el fondo de un abismo. Nada había salido como estaba planeado.

Aún no se atrevía a dudar conscientemente de su juicio, pero el pensamiento ya estaba rondando su mente, un fantasma listo para aparecer cuando la guardia bajara.

Los líderes se alejaron cabizbajos.

Se había acabado, todo se había acabado.

El 15 de agosto pasaría a la historia como el día que la guerra más sangrienta conocida hasta el momento había acabado.

15 de agosto de 1945 — 04:07 hrs

Natsuki volvió a salir del auto por enésima vez. La paciencia de los militares había sido poca y las tropas del este ya marchaban hacia el palacio. Shizuru pasaba de la preocupación a la angustia de manera alternada.

Si la tropa del este entraba al palacio correría sangre, esperaba que pudieran evitar eso, sino tendría que evitar que Natsuki se metiera a la fuerza a sacar a su hijo a tirones de ser necesario. Para su sorpresa su mujer regresó al trote hacia donde el auto estaba estacionado, a unos cientos de metros de las inmediaciones del palacio, luego de una breve charla con los guardias apostados en la entrada.

—Ya salen —le dijo mientras se subía al auto y lo arrancaba. Le señaló el puente que unía al palacio con el mundo exterior, cruzando el foso de agua que ahora solo servía como decoración.

La castaña forzó la vista –cansada y falta de sueño- y los vio. Una hilera inconexa de jóvenes que salían compungidos. Era un milagro que los dejaran marchar sin mayores repercusiones, las autoridades tenían más cosas que manejar y decidieron que los adolescentes que habían correteado por el palacio podían marcharse sin un castigo ejemplar. La policía ciudadana era más indulgente que la militar, aunque Natsuki ya ideaba un castigo sacado de las trincheras mismas.

Shizuru jamás se lo permitiría, claro.

Ambas lo reconocieron de inmediato, caminando con las manos en los bolsillos y el rostro desencajado, lo habrían reconocido entre una multitud. El corazón le dio un vuelco antes de regresar a su lugar y una oleada de alivio la inundó por unos segundos.

Estaba bien.

Al alivio se le impuso la decepción.

Vio a su hijo tomar las decisiones que a ella le avergonzarían. El milagro de la vida.

La morena debía sentirse de manera similar, pues le apretó la mano con fuerza por unos momentos antes de poner en marcha el vehículo y acercarse al puente. Lo subirían a la fuerza de ser necesario. Tenían el derecho como tutores legales y tenían la determinación.

Otro episodio más en la historia familiar.

La ex-militar hizo que el auto acelerara suavemente para llegar a la calle donde desembocaba el puente junto a los jóvenes que se dispersaban, Shizuru siguió con la vista a Reito, lo vio recorrer el puente a paso rápido –sus hombros derrotados- y tomar una dirección que no era la de casa. El palacio imperial, símbolo de la nación, quedó en silencio y oscuridad.

Necesitaría un grupo de limpiadores para restituir lo que los rebeldes habían hecho, lo único que habían logrado.

Natsuki zigzagueó entre los jóvenes que aún tenían ánimo como para asombrarse, hasta que el coche quedó a la altura de Reito. El joven las miró de soslayo y siguió camino, ahora bajando la cabeza y negándose a reconocerlas. Siguieron en esa dinámica unos minutos, el auto al lado de él, siempre a la misma velocidad, querían cansarlo. Cansarlo como para que se dignara a mirarlas.

Pero algo de tozudez le quedaba, y no cedía.

Shizuru miró a su alrededor y esperó hasta que estuvieron más alejados, sin peatones ocasionales que estuvieran a esas horas de la madrugada en la calle. Cuando estuvo segura de que nadie vería lo que se avecinaba le tomó el brazo a Natsuki, haciendo que esta la mirase con una interrogante en su rostro.

Se había cansado de las acciones inútiles, de las malas decisiones, de la libertad a quienes no la apreciaban, de la estupidez en general y de esa noche que culminaba muchas noches durmiendo mal. Ya había sido una madre comprensiva, le tocaba ser algo más dura.

Ahora ella era quien estaba a cargo de la situación.

—Bájate y tráelo —ordenó. La morena asintió, paró el vehículo y se bajó. Shizuru prefirió verlo desde el asiento del copiloto. Reito era fuerte y joven, pero Natsuki tenía en su cuerpo una vida de entrenamiento. Eso pesaba más.

Y estaba a punto de demostrarse.

Con los ojos rojos fijos en la acción no se perdió detalle alguno. La morena se acercó al joven y pareció hablarle, o al menos eso demostraban sus gestos y la invitación de sus manos a subirse al auto. Reito debió de ignorarla o decirle algo poco agradable, ya que Natsuki lo detuvo por el hombre y volvió a intentar el diálogo. El joven se soltó y le dio la espalda nuevamente, insistiendo en que lo dejaran solo.

Te dejé cometer errores, ahora trataré de encarrilarte hacia una decisión más sabia…

Se le escapó una sonrisa culposa cuando Natsuki lo tomó del brazo y, con un agarre que debió parecer el de una pinza metálica, lo arrastró hacia el auto. No fue fácil. Estaba segura.

El joven la empujó, intentando liberarse, pero la morena había leído a través de sus movimientos. Tomó la mano que la empujó y la giró, apretando un par de huesos para que chocaran entre sí. Shizuru había visto ese paso de baile de su mujer antes, solía arrancar un alarido de dolor. Esta vez tampoco fue la excepción.

El joven giró todo el cuerpo, en un esfuerzo para aliviar el dolor en su muñeca y mano. Su madre no cedió, incrementando lentamente la presión. A Shizuru le golpeó verlos así, el chillido de dolor la hizo sentir responsable, pero también la hizo sentir en poder de la situación. Los vio resistirse y luego observó como Reito cedía. Se dejó arrastrar hasta el auto y entró voluntariamente al asiento trasero.

Debía estar más tocado y cansado de lo que parecía.

Esperó a que su mujer se subiera nuevamente al auto antes de seguir con su recital.

—Tu madre y yo —principalmente yo —hemos decidido que es hora de que veas un poco más del mundo.

—…

—Puedes elegir a dónde quieres ir, queremos que sigas estudiando en universidades mejores, donde puedas aprender más —Natsuki trataba de darle explicaciones. No eran necesarias.

Los otros dos ya se habían hecho una idea. Su idea.

—¿Soy algo que esconder por intentar mantener el honor de este país?

—No, eres un niño y tratamos de hacerte un hombre.

—¡Madre! ¡Yo ...! —Shizuru se giró y lo cortó con la mirada.

—No hay nada que discutir, Reito, agradece que los dejaron ir sin mayores consecuencias.

—… Está bien. Iré.

Natsuki levantó las cejas, no esperaba tan poca resistencia. La castaña no cambió su expresión ni un solo ápice, pero dentro de ella una tormenta se desataba. Su hijo iba a seguir sus designios, estaba segura, pero le era un misterio ese sí tan rápido. El semblante del joven era inescrutable. Leía el golpe de moral que había recibido, leía lo dolido que estaba en su moral, pero no podía leer que estaba detrás qué planeaba.

El joven en sí no planeaba nada, había aceptado por despecho, por deseo de estar lejos de ellas, lejos de todo.

Necesitaría semanas para volver a pensar con claridad.

Frotarse la muñeca era la única señal de desconformidad que brindaba.

Hicieron el resto del camino en silencio, pronto amanecería y el reloj de arena se quedaba sin minutos para correr. El mundo entraría en una nueva época, no por ello menos violenta, pero nueva al fin y al cabo, podían permitirse el lujo de esperar algo mejor.

En una edición extraordinaria de los periódicos, luego de que las grabaciones con el emperador Hirohito anunciando la rendición fueran emitidas por todo el país, se dedicaría una pequeña sección al intento de golpe de Hatanaka y Shiizaki y su consecuente suicidio ceremonial la mañana misma del incidente fallido.

Japón dejaba de ser un imperio y volvía a ser una nación, castigada por el hambre, las enfermedades y las penalidades económicas y militares.

Diciembre de 1945

La pareja paseaba por las inmediaciones de los jardines del palacio, ahora toda la zona fuera del edificio y los jardines interiores se había declarado un espacio de recreación y parques. Natsuki había recibido la baja poco después de la rendición y se encontraba con demasiado tiempo libre en sus manos como para saber cómo ocuparlo.

Shizuru se había tomado el día del fin de semana para pasar tiempo con ella. Las cicatrices estaban aún frescas y sanaban lentamente.

Soñaban con esas noches, soñaban con esos días.

Revivir el pasado era una manera de sufrir en el presente, pero no era fácil caminar lejos de él.

Tenían en las manos una carta de Reito, desde Francia, pero no estaban dispuestas a abrirla aún, la despedida no había sido memorable.

Ni mucho menos.

Había amenazado con cambiarse el apellido o revelar el secreto al mundo.

No habían recibido ninguna misiva de él tampoco en todo ese tiempo.

Ahora estaba sentadas, observando ese pedazo de papel que podía cambiar sus vidas para siempre.

—¿Lista?

—No, pero no creo que lo estemos en un tiempo —Shizuru tomó la carta y la abrió, sosteniéndola entre las dos leyeron en silencio.

Era una disculpa.

El chico, además de detalles de su vida cotidiana, les ofrecía una disculpa por sus acciones antes de irse de Japón. Incluía un reporte con sus últimas notas.

Ya no había nada más para hacer.

—Ya no está en nuestro poder…

—¿Qué?

—Ya hicimos todo lo que pudimos, ahora sí puede seguir tomando sus propias decisiones.

—¿Confías en él?

—No es que no confíe en él… es que sigo pensando en él como un niño.

Natsuki se pegó un poco más a ella, evitando las muestras de afecto público aún no aceptadas en el país.

—Ya no lo es…

Ahora la historia de él ya no estaba en sus manos, un peso desaparecía y otro caía, el miedo a la incertidumbre.

—Al menos salimos vivas de esta y él también.

—Regresemos a casa, me congelo.

Se levantaron hacia el auto, Shizuru planeaba su próximo viaje de negocios hacia Francia, quería ver a su hijo, el frío de su despedida aún le hacía daño. Con esa idea fija en su mente se subió al asiento del copiloto.

El mundo se movía una vez más y ellas también. Aún juntas, después de tantos años.

Natsuki se rio suavemente, sorprendiéndola, la interrogó con la mirada.

—Sobrevivimos a dos guerras, creo que somos bastante afortunadas —Shizuru también sonrió ante el comentario y le tomó brevemente la mano antes de que arrancara el auto.

—Sí, muy. Quizás ahora puedas conseguir a Dhuran.

La morena sonrió y arrancó el auto. Ese era un buen plan.

NdA: Lamento el retraso, tuve unos días algo complicados... a la vez, este es el capítulo más largo de los tres. Espero que hayan sido de su agrado y hayan disfrutado leyendo de esta segunda historia. Hasta la próxima ¡Saludos!