Sansa.
Lady Sansa Stark caminaba por los pasillos silencios de la Fortaleza Roja con una expresión seria en el rostro. El sol entraba por las ventanas iluminando el camino de Sansa con un brillo que ella conocía demasiado bien. El brillo del verano en Desembarco del Rey.
Su figura alta y delgada era rodeada por los rayos de luz, iluminando su rostro y sus ojos, haciéndola lucir todavía más hermosa. Tenía Grandes ojos azul cielo, cabello castaño cobrizo que caía como una cascada de fuego por su espalda, facciones delicadas y femeninas. Era una belleza extraña en Desembarco del Rey, una rosa del Norte.
La sala del trono estaba completamente vacía. Los pasos de Sansa resonaban, rompiendo el silencio que se había acomodado desde la noche anterior.
Observo el Trono de Hierro sin sentir ninguna emoción. Las espadas surgían de él como picas pero ya no la asustaban como cuando había sido una niña. La guerra la había marcado, la había insensibilizado y la había hecho crecer antes de tiempo. La había vuelto fría, como la norteña que era.
-La guerra volvió a todos los Stark fríos-pensó con una sonrisa irónica.
Hizo de Arya una asesina, de Robb un general, de Rickon un señor y de Bran un salvaje y a ella la volvió una jugadora, no un peón de alguien más, una verdadera jugadora del juego de Tronos.
Pensar en sus hermanos borro la sonrisa que se había posado en su rostro Extrañaba profundamente a Robb. Durante la guerra casi no había tenido tiempo de llorarlo, tampoco había tenido tiempo de llorar a su padre o a su madre, pero la muerte de Robb por alguna razón, la había marcado más que las otras. Tal vez por que por mucho tiempo lo había considerado su libertador. Su muerte indirectamente la ayudo a escapar. A vivir.
La última imagen que tenía de Robb era el despidiéndose de ella desde la puerta del salón principal de Invernalia, con Rickon en brazos y su madre con lagrimas en los ojos.
Pensar en Invernalia puso una sonrisa suave y triste en su rostro.
Le había costado aceptarlo, durante años se había convencido a si misma de que ella era una dama del sur. Que su sangre era la de una dama de los ríos y que su verdadera naturaleza era la de los Tully, no la de los Stark. Había estado terriblemente equivocada. Meñique se lo había enseñado cuando había estado en el nido de águilas. El hombre le había mostrado su verdadera naturaleza, su alma de luchadora, sus ansias de vivir, le había enseñado que la sangre que corría por sus venas era fría, sangre del norte.
Los recuerdos de su infancia eran lo único que le afectaba. Cada vez que un olor o una persona le recordaban cómo había sido su vida antes de todo, quedaba paralizada por un momento. Se perdía completamente en la sensación y cuando volvía a enfocarse un sabor amargo le quedaba en la boca.
Salió de la sala del Trono dirigiéndose hacia los jardines de la Fortaleza Roja.
No esperaba encontrarse con nadie. No quería encontrarse con alguien. Los recuerdos de sus hermanos la habían afectado, y ahora otros recuerdos comenzaban a surgir, a pasar ante sus ojos sin que pudiera contenerlos.
Se sentó en una banca de piedra justo a tiempo.
Primero estaban Bran, Arya, Rickon y ella jugando por el patio de Invernalia. Robb junto a su padre y su madre los observaban sonriendo juntos. Su medio hermano Jon Nieve también los miraba, pero alejado, solo en un rincón, sin que nadie se fijara en él.
El recuerdo cambia justo cuando escucha la voz de su padre.
Llevan pocos días en Desembarco del Rey. Joffrey la mira sentado al lado de su madre mientras hay audiencias en la sala del Trono. Ese día Cersei Lannister está acompañada de su hermano gemelo.
Los tres se yerguen imponentes entre los demás nobles. Increíblemente hermosos y orgullosos, pareciendo dioses entre mortales. Recuerda como los miraba extasiada, esperando su momento para unirse a ellos.
Un sentimiento de extraño orgullo la invade mientras revive el recuerdo. Sobrevivió a dos de esos dioses y el tercero nunca podrá volver a parecerse a la imagen de su mente.
Un último recuerdo de Desembarco del Rey invade su mente. Es un recuerdo de una sensación y de un sentimiento que la invadieron la noche de la batalla contra Stannis. El recuerdo del Perro.
No sabe cómo reaccionar ante la imagen que su memoria le impone. El hombre la sujeta de las muñecas en medio de la oscuridad de su cuarto. Iluminado solo por la luz del lejano fuego verde, su rostro se ve más monstruoso de lo normal, pero por alguna razón, a ella no le parece monstruoso.
No sabe con seguridad que siente sobre el rostro del hombre, pero una sonrisa melancólica invade su rostro y todo el orgullo que había sentido desaparece, borrado por tristeza.
El fue una víctima de la guerra que ella si lloro. Lo lloro junto a su madre, junto a su padre, junto a Robb, como si hubiera sido uno de ellos y no un sirviente de los Lannister.
Los siguientes recuerdos son del Nido de Águilas. Recuerda el funeral de su primo Robert en medio de una nevada silenciosa. Una nevada del norte que le daba la señal para que reconociera su sangre.
Tenía a Meñique a su lado y al joven muchacho que iba a ser su prometido al otro lado, los dos temblaban de frío como hojas en el viento pero ella no sentía nada. Admiraba en silencio la nieve elegante y fría que caía a su alrededor, volviéndola a ella también fría, llamándola, susurrando su nombre al caer.
Su boda fue un recuerdo agradable. Su joven esposo si había consumado el matrimonio con ella. Por un breve tiempo, durante esa noche y los meses que le siguieron, Sansa había pensó que si amaba a su esposo.
Lo había amado como había visto a su madre amar a su padre. Pero cuando él y su hijo murieron en una emboscada, se dio cuenta de que lo había querido, pero no amado.
Sus recuerdos después de eso eran simples escenas de ella en el Nido de Águilas, aprendiendo de Meñique y gobernando las montañas. La mayoría eran simples vistas desde las montañas o paseos solitarios por las torres silenciosas.
El ultimo recuerdo había transcurrido hacía menos de un año.
Tyrion Lannister había aparecido ante su puerta, seguido de Rickon y de Arya, llevando un estandarte blanco de paz y uno rojo con un dragón de tres cabezas de los Targaryen, con una sonrisa divertida.
-Mi querida esposa- le dijo cuando la vio- que gusto que hayas sobrevivido la guerra.
Sansa lo había mirado casi con cariño. Noticias del pequeño hombre le habían llegado mientras limpiaba sus dominios de los salvajes, había aprendido a apreciarlo y lo respetaba por no haber consumado su matrimonio.
Abrazo a sus dos hermanos en el acto. Rickon era casi igual a Robb. Cabello cobrizo como ella, un poco de barba, porte de señor y cuerpo de guerrero. Ojos inteligentes la miraban, tranquilos y profundos como estanques, iguales a los de su padre.
Arya era una historia parecida. Se había convertido en una mujer hermosa, diferente a la niña que ella recordaba con cariño.
-La viva imagen de Lyanna- pensó Sansa recordando la estatua de su tía en las criptas.
Llevaba pantalones y ropas exóticas, hablaba con un poco de acento Braavosi, un hombre que ella no conocía la acompañaba.
La viva imagen de Robert Baratheon se paraba junto a su hermana pequeña. Era Gendry Baratheon, le informaron, al que habían reconocido para aumentar el número de Baratheons en el reino que fueran leales a la nueva Reina.
Se había sentado junto a los cuatro y habían comenzado a discutir los términos de su alianza. Había quedado como guardiana del Nido y la Reina la había reconocido como la señora del lugar, a pesar de que no había sangre que la uniera al lugar.
Sansa había decidido viajar a Desembarco del Rey con un pensamiento oscuro pensándole. Una idea o impresión que le había quedado con la visita de Tyrion, la nueva Mano de la Reina.
Una duda le había quedado.
-Tal vez, después de todo, lo seguía haciendo-había pensado una noche.
Seguía jugando el Juego de Tronos, tal como Meñique lo había dicho que haría toda su vida.
No había ganado, simplemente había sobrevivido a la primera partida.