Disclaimer: Naruto es propiedad de Masashi Kishimoto.
I. Las sombras del atardecer.
Como era su costumbre, se encontraba en la montaña de los Hokages mirando el atardecer. Era un día como cualquier otro: los aprendices de ninja iban a la Academia con la ilusión de, algún día, llevar a cabo misiones rango S; los genin, al contrario, regresaban a la villa hartos de las tareas que desempeñaban pensando "¿y por esto me partí el lomo tantos años en la escuela?", en tanto sus maestros los acompañaban entre divertidos y enternecidos por los errores que cometían; la gente entraba y salía de los comercios… nada fuera de lo ordinario.
Tal vez, aquella era la razón que molestaba tanto al Hokage. Todos los días, salvo en las ocasiones en que su presencia era requerida en otro lugar, se sentaba en la cima de la montaña que conmemoraba a los gobernantes de la Aldea Oculta de la Hoja. Al principio le resultaba difícil escabullirse de su despacho pues, para su desgracia, su ayudante personal era nadie más ni nadie menos que Haruno Sakura. Si bien las habilidades de quien había sido su compañera de equipo no eran del todo adecuadas durante una acción ofensiva, era tremendamente observadora. No era gratuito que Tsunade la hubiera aceptado como alumna.
En cierta ocasión, casi al inicio de su gestión, el Hokage intentó sumergirla en un genjutsu pero, al momento en que se disponía a ejecutarlo, la mirada de Sakura le dijo que sabía perfectamente lo que intentaba. Resignada, la kunoichi suspiró y ejecutó los sellos para hacer un clon idéntico a su jefe. Gracias a ese pacto silencioso, el Hokage no tenía obstáculos para admirar diariamente la puesta del sol.
Sentarse todos los días a verla le resultaba un tanto paradójico pues, por una parte, le recordaba el inevitable paso del tiempo y, por otra, le hacía sentir en presente perpetuo, sin un pasado que cargar ni la preocupación de un futuro incierto. Claro, ambas sensaciones se terminaban en cuanto anochecía y volvía a la realidad, a la aldea que le había confiado su vida y expectativas. Aún no podía creer la posición que ocupaba y ya habían pasado poco más de tres años desde la ceremonia que marcó al inicio de su gestión.
El viento soplaba ligeramente mientras recordaba los primeros meses. No iba negar que fueron difíciles. Para empezar los habitantes de la aldea, incluidos sus compañeros de generación de la Academia, nunca lo imaginaron ocupando ese puesto, especialmente después de la Cuarta Guerra Ninja. No obstante, hubo que acatar la decisión del Consejo y trabajar juntos en la reconstrucción de su hogar, el cual aún no terminaba de reponerse de la pequeña incursión de Pein. Fue difícil volverse a ganar su respeto pero lo logró gracias a los acertados consejos de Tsunade y Kakashi. Uno de ellos - y quizá uno de los mayores retos a los que se enfrentó - consistió en involucrarse directamente en la edificación de los nuevos edificios y la reparación de las calles. Así, durante poco más de medio año se encontró ejerciendo diversos oficios: carpintero, herrero, cocinero… gracias a esa experiencia podría vivir dignamente si algún día decidía dejar de ser un ninja. En ocasiones, pese a ocupar el puesto más alto de la jerarquía shinobi, sopesaba esa posibilidad. Pero, se reprendió, no podía hacerlo y la razón estaba íntimamente relacionada con sus escapadas para contemplar el atardecer.
Su abrupto nombramiento como Hokage le había impedido aclarar las cosas con su mejor amigo. Hasta ese día, aún no sabía por qué lo llamaba de esa manera. Si su memoria no le fallaba, mientras formaron parte del equipo siete siempre discutían y peleaban por cualquier insignificancia, además de que, por ciertas circunstancias, no habían pasado tanto tiempo juntos haciendo misiones a diferencia de otros equipos. Igual y era producto de tantos años de soledad lo que lo había llevado a otorgarle aquel apelativo, pero a veces se decía que se debía a un padecimiento mental porque, ¿qué clase de amigos se enfrentaban a muerte como ellos dos habían hecho? Sea lo que fuera, no habían vuelto a verse las caras poco tiempo después de que el conflicto armado terminara. Ignoraba cuáles eran los motivos por los cuales su amigo aún no regresaba y, si bien Gaara le había dado una pista durante la primera reunión de Kages a la que asistió, preferiría preguntarle él mismo en cuanto lo viera. Esa era la razón por la que, cada tarde, se escabullía de su oficina: en cuanto el desgraciado - ¡qué dulces palabras para referirse a su rival de juventud! - pusiera un pie en la aldea, iría por él y arreglarían sus asuntos de una vez por todas. Con esta esperanza, siguió contemplando la puesta del sol.
Los comentarios son siempre bienvenidos.