Digimon no me pertenece y tampoco la idea de este fic que es por y para Asondomar


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·~ O son do ar ~·

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Nadaba en una extraña oscuridad. Se sumergía en un mundo en el que se mezclaban la consciencia y el subconsciente, en un lugar frío y cálido al mismo tiempo. Se ahogaba en una terrible desolación que ya no recordaba y se asfixiaba por un alivio que no comprendía.

Una melodía retumbaba en ese mundo que lo arrastraba, como si las notas fueran a atraerle hasta el fondo de un oscuro abismo del que no habría escapatoria. Quiso ponerle nombre a la sinfonía que le aterraba. La bautizaría como "el sonido del miedo" pero no parecía ir bien con ella, aunque fuera esa la sensación que le dejaba. Tal vez "el sonido del mar" porque la penumbra se perturbaba de vez en cuando con vestigios de luz que llegaban en oleadas hasta él, como si se encontrara en medio de un vasto océano.

No. No le recordaba al agua, sino al viento. Su nombre sería "el sonido del aire".

Un recuerdo lejano, que no parecía pertenecerle a él, le alcanzó cuando eligió denominarla así. Unas palabras en otra lengua bailaron en su ser, diciéndole que estaba olvidando poco a poco algo importante. Quiso atraparlas antes de que se le escaparan, pero una nueva oleada de luz acompañada por el aumento de la música se llevó esa verdad. Quizás era algo que no debía saber.

Otro sonido fue elevándose paulatinamente, como unos brazos invisibles que trataban de sacarle de aquel oscuro lugar, como una guía hacia el mundo real. Era una melodía de un solo instrumento. La conocía, le recordaba a su infancia, a su casa. Así que se dejó arrastrar por ella hasta la superficie.

Koushiro parpadeó con confusión. A lo lejos, de la radio de la cocina que debía haber encendido su madre, se escuchaba el preludio de la primera suite para violonchelo de Bach.

Miró a su alrededor, sin entender bien cómo había llegado a su habitación o qué estaba haciendo. La pantalla de su ordenador estaba encendida y mostraba un artículo que le parecía haber leído ya. A su izquierda, el vaso de agua estaba intacto. La luz del día era blanquecina por las nubes que cubrían el cielo y se colaba una fresca brisa por la ventana entreabierta. Le recorrió un escalofrío y se levantó para cerrar. El reloj del portátil marcaba las tres del mediodía. Y él tenía la sensación de estar en un momento y lugar equivocados.

Todavía latía en su corazón una extraña desazón. Como si se hubiera derretido por lágrimas y alaridos de dolor. ¿Se habría quedado dormido sentado? ¿Habría tenido una pesadilla? Por mucho que se esforzaba, no conseguía recordarlo.

Seguía intentándolo cuando el sonido de unos nudillos chocando contra su puerta le sobresaltó. Se apresuró a abrir y se encontró a su madre sonriéndole con cariño.

―Hijo, luego me gustaría ir a comprar algo para tu padre, ¿me acompañas?

―Claro ―susurró Kou todavía sintiéndose inquieto.

Antes de que sonara, ya lo estaba esperando, aunque no sabía por qué. Su móvil emitió la estruendosa melodía del tono de llamada que usaba para enterarse, le irritaba tanto que así se obligaba a contestar. Descolgó sin mirar siquiera quién era y algo cálido pareció deslizarse por su pecho cuando escuchó una voz.

―¡Hola! Te llamaba para decirte que hemos quedado esta tarde para dar una vuelta. Sora, Tai y yo vamos seguro. Yamato todavía no lo sé... En realidad no sé quién más puede hoy. Yo iba a ayudar a Miyako a hacer un pastel para Ken, pero al final tiene trabajo en la tienda de sus padres así que no puede. Podríamos acercarnos a saludarla y así pasamos por el centro comercial. ¿Te acuerdas del bolso que vi que combinaba tan bien con mi nueva camiseta? Pues igual me lo compro hoy...

Koushiro rio suavemente, intentando que ella no le escuchase. De vez en cuando soltaba algún monosílabo para que ella supiera que seguía al teléfono. No sabía por qué, pero escuchar a Mimi le parecía más fascinante de lo habitual. Se sentía como si llevara mucho tiempo sin poder compartir esas charlas casi unidireccionales que siempre mantenían.

―... entonces, ¿vienes esta tarde? Hemos quedado en la escuela a las cinco.

―No puedo, es que tengo que acompañar a mi madre a comprar una cosa.

―Oh, bueno, si acabas pronto llámanos. ¡Hasta luego!

Algo se removió dentro del pelirrojo al escuchar el tono desencantado que había usado su amiga. Se despidió de ella y se dijo que no pasaba nada, que ya la vería al día siguiente. Pero, mientras tecleaba en el ordenador de forma distraída, no podía evitar estar preocupado. Necesitaba ver a Mimi sonreír, aunque no sabía la razón.

Tuvo que dejar lo que estaba haciendo porque no conseguía concentrarse. Salió de su habitación y pidió a su madre que se marchasen, así podría estar libre más o menos para la hora en que habían quedado. Ella pareció conforme y charlaron tranquilamente sobre lo que podían regalarle a su padre.

No tardaron demasiado en elegir algo y comprarlo porque las tiendas estaban vacías, aunque empezaron a llenarse cuando ya se marchaban. Supieron la razón en cuanto se asomaron afuera. El cielo encapotado por fin había empezado a soltar el aguacero que llevaba anunciando todo el día. La madre de Koushiro, siempre previsora, sacó un par de pequeños paraguas de su bolso. Caminaron un trecho juntos y después el chico se despidió antes de correr hacia la escuela para ver si encontraba a sus amigos.

Se detuvo en el lugar donde solían quedar pero no había nadie. Llegaba diez minutos tarde, así que igual los demás estaban de camino. Esperó un cuarto de hora y después aceptó que seguramente habían cancelado los planes. Aunque no se imaginaba a Taichi pasando la tarde solo en su casa sin hacer nada.

Anduvo hacia la residencia de los Yagami, pensando que tal vez se habían guarecido allí de la lluvia. A la mitad del recorrido se dio cuenta de que la casa de Sora era la más cercana y pensó que quizás estuvieran allí. Para ese entonces la lluvia era más intensa y el pequeño paraguas se tambaleaba peligrosamente con las ráfagas de aire. Llegó bastante mojado a la vivienda Takenouchi y llamó a la puerta.

―¡Koushiro! ¡Estás calado! Pasa, te daré una toalla ―dijo preocupada su amiga pelirroja después de abrir.

Se vio conducido a la habitación de Sora mientras intentaba secarse el pelo.

―¿Por qué sois tan crueles? ―escuchó que se lamentaba Jou.

―Deja de quejarte, será divertido ―replicaba Tai en el momento en el que entraban en la estancia.

―¡Kou! ―lo saludó entusiasmada Mimi.

Le pareció percibir una nota de alivio en su voz, pero no se detuvo a analizarlo porque se encontró perdido en una gran tranquilidad, que no experimentaba desde hacía mucho, al verla sonreír. Le devolvió el gesto y después saludó a sus amigos. Yamato movía el ratón del ordenador de Sora cerrando cosas mientras Taichi se colocaba intencionadamente en el campo visual del recién llegado.

―¿Qué hacíais? ―preguntó Koushiro mirando con desconfianza el gesto inocente del Yagami.

―Querían gastarte una... ―comenzó a decir Jou.

―¡Nada! ¡No hacíamos nada! ―interrumpió Yamato irguiéndose y dando un pisotón al mayor.

―Vamos al salón a merendar algo, me muero de hambre ―dijo Tai mientras salía arrastrando a Mimi, que parecía que iba a decir algo.

El pelirrojo rio. Estaba claro que tramaban algo contra él, parecía que había llegado a tiempo. Miró distraídamente la pantalla del portátil y se sintió de pronto mareado. Algunas imágenes aparecieron en su mente en efímeros parpadeos, no le daba tiempo a ver gran cosa. Algo le dijo que ese ordenador tenía la clave de la confusión que llevaba viviendo todo el día.

―Sora, ¿me dejas mirar una cosa? ―preguntó señalando el aparato.

Ella asintió con la cabeza sonriendo antes de salir de la habitación seguida de Yamato y Jou, ya se oían las quejas de Taichi por su tardanza y sus exigencias de comida. Koushiro se sentó en la silla de escritorio y miró unos instantes el teclado esperando alguna revelación. No sabía que pensaba encontrar en él, pero algo malo había. Al menos eso le decía su mente desde algún remoto lugar.

Pensó que tal vez tuviera un virus o algo así. Buscó y buscó, tecleando incesantemente. Creyó que no era más que una tontería aquel extraño presentimiento que había tenido y, ya se iba a levantar, cuando halló un extraño archivo. No conocía el formato que tenía y el nombre era muy raro, una combinación de números y letras entre las que había un símbolo que desconocía. Podría haber jurado que se trataba de un carácter del mundo digital.

De nuevo, imágenes confusas aparecieron por sí solas en su cabeza, esta vez acompañadas de sonidos. Un maullido, seguido de una risa infantil. Dos pares de ojos gatunos, antes de una extraña mirada verdosa. Un vestido blanco en un cuerpo de niña. Las olas rompiendo contra unas rocas. El aire susurrando en un acantilado.

Y Mimi. Una triste sonrisa de Mimi. Una sonrisa de despedida.

El corazón le latió a toda velocidad. No entendía qué eran aquellas cosas, no sabía si las estaba imaginando o si eran el vago recuerdo de un mal sueño. Pero le perturbó el dolor que atravesó su pecho con esa última imagen.

Sin pensar bien lo que hacía, borró ese archivo y se aseguró de que quedara eliminado del todo. Se dio cuenta de que le sudaban las manos, era una sensación desagradable, no le pasaba a menudo. Se levantó tambaleándose mientras tragaba saliva, intentando en vano tranquilizarse. Se sentía como cuando se sumergía en un buen libro o en una buena película, a veces se angustiaba tanto que al volver a la realidad estaba confuso. Porque aquello parecía irreal, aunque el palpitar de su corazón le recordaba que no lo era.

―¿Qué quieres para merendar, Kou? ―preguntó Jou entrando en la habitación.

El pelirrojo parpadeó varias veces mirando el rostro de su amigo.

―Nada, no tengo hambre ―consiguió contestar en un hilo de voz.

―¿No quieres algo de beber?

―No, gracias.

Los dos chicos salieron del cuarto y se reunieron con los demás en el salón, mientras Sora preparaba todo y Mimi la ayudaba. Oía el parloteó de esta última y suspiró, dejando que el alivio lo recorriera mientras se sumergía en esa voz, como si fuera una nana. La miró atentamente cuando se sentó a su lado en el sofá y no pudo evitar sonreírle con cariño. El sonrojo que apareció en sus mejillas le dio ganas de abrazarla, aunque se contuvo.

Pasó el resto del día sin que apenas se diera cuenta. Con Tai engullendo la merienda y la cena. Con Yamato riéndose del castaño cuando se atragantó. Con Jou frustrándose porque no recordaba el nombre de un libro que iba a recomendarles. Con Sora haciendo de anfitriona. Con Mimi obligándoles a ver una comedia romántica... Fueron horas en las que estuvieron sumergidos en risas, que sirvieron para limpiar la mente de Koushiro e hicieron que la extraña preocupación que había tenido se disipase poco a poco.

Cuando ya de noche se fueron separando para ir a sus casas, el pelirrojo se ofreció a acompañar a Mimi. No era la primera vez que lo hacía, pero se dio cuenta de que Sora le lanzaba una sonrisa cómplice a su amiga cuando se despidieron. Yamato y Taichi se marcharon por un lado, no sin antes recordarles la partida de bolos que tenían al día siguiente. Jou fue con ellos durante un trecho, diciéndoles que no sabía si podría y teniendo que prometer al final que iría.

Kou y Mimi caminaron en silencio un par de minutos. A él le dio la sensación de que ella necesitaba un momento de los dos a solas, como si también hubiera estado preocupada por algo.

―Me gusta tu falda ―dijo de pronto el chico.

Con esas palabras provocó una gran sonrisa. La joven no tardó en comenzar un monólogo sobre el lugar donde lo había comprado, el material del que estaba hecha y el color tan bonito que tenía. Se fue desviando mientras le contaba que tenía ganas de cambiar la pintura de las paredes de su habitación y de que le gustaría tener alguna vez una cama de esas de princesa, que tienen cortinas de tela vaporosa.

Él se limitaba a sonreír y a emitir de vez en cuando algún sonido. Disfrutaba más de lo normal aquella conversación. Le parecía muy interesante, como si estuviera frente a una gran fuente de información. Quizás descifrar caracteres y símbolos fuera fascinante, pero aprender cosas de Mimi tenía un encanto especial. Le gustaba comprobar que anticipaba a veces sus reacciones, darse cuenta de que la conocía muy bien, y luego descubrir que siempre había cosas nuevas.

El silencio repentino que se formó cuando doblaron una esquina hizo que Koushiro frunciera el ceño. Miró a su amiga con confusión, no estaba acostumbrado a que estuviera callada. No era bueno con los sentimientos, pero el gesto que tenía le pareció algo triste. Y eso no le gustó.

―¿Pasa algo?

―No...

Le pareció la mentira más floja que había oído nunca.

―Puedes decírmelo, te ayudaré si está en mi mano ―insistió, preocupándose un poco.

―Precisamente ese es el problema ―dijo ella apretando los puños―. Siempre eres muy amable conmigo, me ayudas y me aguantas. Sé que todo lo que te cuento no te interesa, que no puedo mantener conversaciones intelectuales, y aún así siempre te hago escuchar tonterías. Lo siento.

El chico se detuvo, impresionado por esas palabras. Nunca pensó que ella pudiera sentirse así y le dolió. No quería ser la causa de que Mimi estuviera mal. La joven siguió caminando, sin haberse dado cuenta de que él se había parado, y tuvo que darse la vuelta para mirarlo cuando la cogió del brazo.

―Ahora es cuando estás diciendo tonterías. Me gusta que me cuentes cosas, me hace sentir especial que quieras compartir conmigo lo que pasa por tu cabeza.

Ella se sonrojó. No solo por lo que había dicho el pelirrojo, sino por la intensidad con la que sus ojos negros la miraban. Supo que no eran palabras vacías, que lo decía de verdad. Y se sintió más reconfortada de lo que había estado en mucho tiempo.

Soltó su brazo del agarre y después entrelazó sus dedos con los de Kou. Ahora fue el turno del chico de ponerse colorado, pero no separó sus manos.

Caminaron un trecho en silencio, y después ella retomó la conversación sobre la cama que siempre había querido. Sin saber que Koushiro se prometía a sí mismo que algún día haría que ella la tuviera. Y que, si Mimi se lo pidiera, le atraparía una estrella fugaz o le traería el sol hasta su ventana.

Cuando llegaron a casa de los Tachikawa, tuvieron que soltarse. Ambos notaron un extraño frío en la mano que habían tenido asida a la del otro. Se miraron con algo de timidez. Después la chica se acercó para darle un beso en la mejilla. Al entrar en el edificio, se dio la vuelta para dirigirle una última sonrisa. El joven se descubrió a sí mismo adorando ese gesto que significaba un reencuentro.

Una vez en su habitación, el pelirrojo todavía rememoraba esa sonrisa y sentía una cálida sensación en el pecho. Algo había cambiado en su vida ese día, desde ese momento de angustia tan extraño que había vivido, y sentía que no volvería a ser el mismo. Que valoraría más lo que tenía. Que se aseguraría de que Mimi siempre sonriera con sinceridad.

Ya se iba a dormir, cuando su ordenador se iluminó. Se acercó a la pantalla y vio que había aparecido una ventana de chat. Era, precisamente, esa chica que no podía sacarse de la cabeza.

Charló con Mimi durante bastante rato, sin otro entretenimiento que esperar mientras ella escribía respuestas. No recordaba haber sonreído tanto ante el portátil como aquella noche. Y se dijo que solo era la primera de muchas.

La joven se despidió de él antes de irse a dormir, después de conseguir que le prometiera que la acompañaría a elegir un regalo para una amiga de Estados Unidos.

Koushiro seguía sonriendo cuando ella se marchó. Pero el gesto se congeló en su cara cuando una nueva ventana surgió de pronto.

Llevo mucho tiempo queriendo hablar contigo ―decía una tal "Suzu".

Miró unos instantes la pantalla sin saber qué decir. Algo evocaba en su cabeza ese nombre, aunque no la ubicaba en su memoria. Tal vez era una compañera de clase, nunca llegaba a aprenderse el nombre de todos.

―¿Quién eres?

Una admiradora. Eres una persona muy interesante, me gustaría saber más cosas de ti. Y dejar que me conozcas. ¿Has escuchado alguna vez esta canción? A mí me fascina.

Pulsó el enlace que la chica le había mandado y una melodía invadió lentamente su habitación. Le era familiar, terriblemente familiar. Sus dedos se agarrotaron y no consiguió moverlos sobre las teclas. Durante un par de minutos intentó recordar por qué conocía esa canción y de dónde había salido aquella chica.

Y, envuelto en esa música, Kou supo que algo andaba mal. Que su mal presentimiento de todo el día había tenido un fundamento. Que había intentado escapar, sin saberlo, de Suzu. Que esa situación era la que provocaba en su cabeza los extraños maullidos, la risa infantil y la sonrisa de despedida de Mimi.

Pero ella le había encontrado. Y ya no había vuelta atrás.

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Aquí este último capítulo que me ha costado bastante. Tengo varias cosas que aclarar. Primero, el final que había imaginado al principio es el del anterior capítulo, así que si a alguien le gusta más puede tomarlo como el desenlace. Este es el segundo que se me ocurrió, hay una pequeña escena más que corresponde al tercer final y si a alguien le apetece conocerlo se lo contaré.

He pensado que este desenlace pegaba más con las historias de este género, y lo he dejado a libre interpretación. Podéis pensar que Yamato y Taichi se aburrieron esa noche y retomaron la broma que no llegaron a empezar, que le mandaron una canción al azar. También, que Vademon ha aparecido, por mucho que Kou ha intentado borrarlo del ordenador de Sora; si recordáis lo que dije antes, este digimon/fantasma podía meterse en la mente de los demás y enseñarles imágenes, puede que todo no fuera más que un "sueño" que él impuso en la cabeza de Koushiro. Puede pasar lo que le enseñó o algo completamente nuevo. Y muchas otras interpretaciones que podéis darle.

Os dejo descansar de esta nota tan larga, solo espero que hayáis disfrutado con este fic tanto como yo escribiéndolo, en especial Asondomar para quien va dedicado.

Gracias por todos vuestros comentarios :)