Disclaimer: El fandom de Inuyasha, su historia y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi y los tomo prestados sin fines de lucro.

Fragile Soul
Por: Hoshi no Negai

12. El poder de Tenseiga

Él lo comprendía ahora. Todo había tenido sentido al final, cuando ya era demasiado tarde. Cuando ya no podía hacer nada.

La había alejado para evitarlo, la dejó atrás creyendo que aquello desaparecería con el tiempo, como si nunca hubiera pasado. Había temido aferrarse a ella de tal manera que le fuera imposible ya mantenerla lejos de sí, ser dependiente de su presencia, como había estado a punto de serlo antes. Como sabía muy bien que podría ser en el futuro si no se detenía.

Y esos pensamientos no sólo eran impropios para él, eran imposibles. El Gran Sesshomaru no podía darse el ridículo lujo de sentir debilidad hacia otro ser, mucho menos por uno de una raza tan inferior.

Él era un ser de poder, de conquistas, atado para siempre a un campo de batalla y a su fiel espada.

El sólo hecho de viajar hasta aquella villa para vigilar su progreso era en sí impropio, una distracción de la que debía deshacerse. Los humanos no pueden seguir los pasos de los demonios, especialmente cuando éstos están tan manchados de sangre. Los demonios no pertenecían a la vida simple de los humanos.

Por esa razón decidió darle la espalda. No cumplió su promesa, ni se despidió. Sólo se fue.

Rin tendría que adaptarse a su vida en la aldea y acostumbrarse de nuevo a su gente. Y él regresaría adonde siempre perteneció: a las luchas de poder.

Aquella niña alegre que mantuvo a su cuidado no volvería a saber de él. Aquellos días se habían terminado.

Sesshomaru oprimió la pequeña mano entre la suya, con una fuerza innecesaria, y sin haberlo notado, un estremecimiento de rabia se apoderó de su cuerpo.

Qué manera de pensar tan estúpida. Se había convencido de que eran las verdaderas razones, para luego no pensar nunca más en el asunto. Pero se había engañado a sí mismo todo ese tiempo, aunque inconscientemente conocía la verdadera razón para separarse de esa niña que echaba de menos en secreto.

Temía convertirse en su padre. Temía llegar al punto de que Rin fuera tan importante para él como para sacrificar su vida por ella, como para ponerla por delante de todos sus objetivos. Él tenía sus metas muy claras y no quería ―no permitiría― que nadie se interpusiera en su camino.

―Despierta, Rin ―le ordenó firmemente, sabiendo que esta vez no lo obedecería.

Un sonoro crack se escapó de su agarre tras un silencio sepulcral. Había roto su mano por tanta fuerza que aplicaba en ó los blanquecinos dedos que sostenía, para después mirar su rostro que parecía dormido. Ella no lo sintió, ya no podría sentir nada más.

Con un peso alojándose en el pecho la contempló unos instantes. Se había ido. Realmente se había ido para siempre.

Pegó su frente a la de ella, cerrando los ojos para aspirar su aroma dulce, como miel mezclada con hojas recién sacudidas por la lluvia. De nuevo apretó su mano al darse cuenta de que no volvería a sentir su aroma de nuevo, ni volvería a verla sonreírle tan cándidamente.

Eso no podía terminar así.

Abrió los ojos con decisión; se habían vuelto completamente rojos.

Los moradores del inframundo seguían ahí, siseando y observando la escena con macabra euforia. No tenía que verlos para saberlo.

Descubrió sus colmillos mientras su boca se ensanchaba en una mueca de furia. Respiraba pesadamente, pero todo lo que se oía salir de él eran exhalaciones cada vez más profundas y apresuradas que se convertían poco a poco en gruñidos guturales.

Se puso en pie de un rápido movimiento, recorriendo el lugar con la mirada carmesí. Con el mango de Tenseiga fuertemente agarrado en su puño, podía ver a los monstruos de humo con claridad, justo como había supuesto que estarían.

Estaba completamente rodeado, y la poca luz de la luna que se colaba de entre los árboles se había apagado súbitamente. Las decenas de ojos brillaron entre el humo negro y espeso que desprendían sus cuerpos, y sus sonrisas retorcidas sobresalían con facilidad. Tenseiga vibraba violentamente hasta que finalmente la sacó de su funda.

No perdió tiempo y laceró en el aire repetidamente donde las criaturas estaban suspendidas. Pero era inútil. Aunque el humo del que estaban hechos desaparecía en el aire, nuevos moradores tomaban sus lugares, todos con esas muecas triunfales y burlonas. La espada dio una sacudida, ansiosa por seguir luchando, pero Sesshomaru, en cambio, ya sabía que no tenía sentido aquella pelea, sería eterna. Podía hacer cortes a la nada una y otra vez, pero eso no evitaría que siguieran apareciendo.

No estaban dispuestos a rendirse, pero él tampoco.

Ni siquiera tuvo que pensarlo para saber cuál sería su próximo movimiento. Era sumamente lógico.

Iría al mismísimo infierno y la sacaría de allí a como diera lugar. Incluso si eso significaba cambiar su alma por la de Rin para que fuera posible. Le arrancaría Tessaiga a Inuyasha. Aún si tuviera que matarlo de ser necesario, lo haría. A él y a cualquiera que intentara detenerlo.

Pero justo en el segundo en que estaba a punto de convertirse en una esfera de luz, para salir disparado hacia la aldea, algo lo detuvo. Un temblor muy violento en su espada sanadora. Estaba dispuesto a ignorarlo, pero de nuevo el arma se movió con tal fuerza que creyó que alguien intentaba arrebatársela de la mano.

Sin que se hubiera dado cuenta, la espada comenzó a brillar, como si la hoja reflejara la fulgente luz que venía de algún sitio desconocido. Se agitaba desesperada, como si intentara decirle algo, y notó que el mango estaba caliente y diferente al tacto. Daba la impresión de que intentaba tomar un relámpago cada vez más furioso e incontrolable.

Completamente desconcertado, sólo fue capaz de presenciar lo que sucedía ante sus ojos, tratando de darle sentido. Era tal su asombro que el hurto de la katana de su hermano se había desvanecido de su mente repentinamente.

El contacto con la empuñadura comenzó a arder de tal manera que no tuvo más opción que soltar la espada antes de que la palma se le quemara por completo, dejándola clavada en la tierra. Le recordó fugazmente al campo de protección que rodeaba a Tessaiga, pero lo que le pasaba a Tenseiga era diferente. No era una energía que intentaba repelerlo, era como si una fuerza muy poderosa y descontrolada tratara de salir a toda prisa.

Un potente halo de luz inundó el lugar en ese momento, como una barrera que se extiende hasta perderse de vista de nuevo en la oscuridad, mientras el suelo tembló una sola vez, dando la impresión de que un latido profundo bajaba desde la hoja hasta las profundidades de la tierra. Varios pájaros salieron volando despavoridos de los árboles cercanos, graznando conforme se perdían en el ennegrecido cielo.

Tan pronto como había empezado, terminó. Tenseiga estaba incrustada en el piso, a los pies de su maestro y en total calma, con un ligero humo plateado desprendiéndose de la hoja como única prueba de lo que había pasado.

La luz se había extinguido como si nunca hubiese existido y de nuevo la pesada oscuridad de la noche tomó su lugar.

El demonio volvió a tomar el mango todavía tibio para examinarla con el ceño fruncido, buscando más pruebas de aquel suceso tan extraño, pero sin encontrar nada inusual ante sus ojos. Fue cuando la extrajo del suelo y sostuvo todo su peso que notó que había algo diferente en ella, pero no podía identificar qué. Le daba la impresión de que estaba más ligera, como si algo le hiciera falta. Era tal su concentración que apenas notó que todo a su alrededor había quedado en total silencio, incluyendo los moradores.

Los moradores, recordó de golpe, buscándolos frenéticamente. Aquel espectáculo de su espada lo había distraído lo suficiente como para olvidarse de sus adversarios. En todo ese tiempo, que apenas había sido menos de un minuto, pudieron terminar de llevarse el alma de Rin. Podían estar en camino al infierno justamente ahora.

Por inercia vio de soslayo el cadáver de Rin, intentando confirmar sus sospechas. Abrió los ojos en su totalidad al ver que también había algo distinto en ella. Como si su piel tuviera un poco más de color y jamás hubiera perdido una sola hora de sueño ni un poco de salud en toda su vida.

Estupefacto, se acercó sin quitarle los ojos de encima. Por un pequeñísimo instante tuvo la impresión de que despertaría, y volvería a abrir sus ojos como si nada hubiera pasado.

Pero no era así. Sólo necesitó hallarse a unos pocos pasos de ella para que aquella expectativa se arrancara de su mente. No había pulso, ni respiración, ni calor que confirmara que continuaba con vida. Furioso por no comprender lo que estaba pasando, y más aún por sentirse engañado, apretó el agarre de la espada hasta que la empuñadura se abolló. Dio una última mirada por el lugar antes de lanzarse hacia la aldea en busca de una espada que sí pudiera hacer algo útil.

Sólo fue cuando se dio la vuelta que pudo verlos, aún sin proponérselo. Los moradores seguían ahí, más dispersos y desvanecidos de lo que nunca los había visto. Lo miraban cegados por la rabia, dando mordiscos al aire y soltando alaridos entre adoloridos y furiosos. Cualquier rastro de mofa en sus rostros deformes se había borrado por completo.

Inmediatamente le quedó claro que ellos no la tenían en su poder. Sea donde sea que estuviera Rin, estaba fuera de su alcance.

¿Qué demonios estaba pasando?

Posó la mirada iracunda en la hoja Colmillo Sagrado, exigiéndole mudamente una explicación, como si éste de repente pudiera dársela. Pero no sucedió nada. El objeto se quedó en silencio, acrecentando su enojo.

¿Por qué Rin se veía tan diferente? ¿Qué había cambiado?

Le pareció que transcurrieron varios minutos en los que simplemente su mente se quedó en blanco, aunque en realidad no fueron más que unos pocos segundos. No estaba nada acostumbrado a esa sensación tan desconcertante y ciertamente no tenía manera de reaccionar ante ella.

Sólo sabía que aunque intentara comprender, no encontraba ninguna respuesta. Y eso no hacía más que acrecentar su enfado.

De un momento a otro, y sin que pudiera preverlo, algo en él se sintió extraño. Como si llenara sus pulmones con un aire muy distinto al habitual y se encontrase en otro lugar muy lejano a aquella porción de bosque recién abandonada por la lluvia, aunque sus ojos le revelaban que no se había movido ni un centímetro.

Era cálido y agradable, no recordaba haber experimentado nada parecido antes.

Alzó la vista estupefacto esperando encontrar alguna fuente de luz que emitiera ese calor o alguna razón lógica por aquel cambio tan inusual. Pero era de noche, y no había nada que pudiera hacer tal cosa. Aún así, se sentía extrañamente… familiar. Como si lo hubiera sentido una vez, hacía mucho tiempo, y apenas fuera capaz de evocarlo. Sintió que algo rozaba muy levemente su oído en un susurro mudo pero igualmente perceptible. Si eran palabras, no las pudo descifrar.

En un abrir y cerrar de ojos, aquella calidez se esfumó y el frío aire nocturno, húmedo por la lluvia y con un fuerte olor a tierra lo recibió una vez más.

¿Qué rayos acababa de pasarle? Por un momento creyó que Rin era la responsable, ilógicamente fue lo primero que acudió a su mente. Pero eso era imposible, ella no poseía esa clase de habilidad y continuaba callada e inmóvil, al igual que el resto del entorno.

Se dio la vuelta velozmente justo para encarar un relámpago azul y estridente que golpeaba el suelo. Cuando el polvo se disipó, la figura del viejo herrero Totosai se dejó ver, montado como siempre en su animal de transporte.

Ambos intercambiaron una mirada seria por un momento. Si Totosai estaba ahí, algo muy serio tuvo que haber pasado con Colmillo Sagrado.

―Veo que lo conseguiste, después de todo ―le dijo el anciano, saltando de su montura para acercársele con su andar desgarbado. Sus enormes ojos se paseaban entre la espada y él, con una curiosidad nada disimulada. Luego, un poco más discreto, se asomó para ver el cuerpo de Rin, que era protegido por el Daiyoukai. La observó por un momento, con un poco de pena. Como si le importara, se fijó el más joven con desconfianza―. Vaya… lo lamento. Ella me agradaba.

Sesshomaru frunció el entrecejo y se interpuso en el campo de visión del forjador con un rápido movimiento.

―¿Qué es lo que conseguí? ―cuestionó fríamente, entrecerrando los ojos.

―Despertaste el verdadero poder de Tenseiga ―asintió él, señalando la espada como si fuera lógico, tratando de ignorar su agresividad―. Déjame examinarla, por favor.

Sin saber por qué lo hacía, extendió el brazo para que la tomara, no sin antes dedicarle una mirada rencorosa y poco confiada.

El anciano la miró desde todos los ángulos posibles y la sostuvo por el medio de la hoja con un dedo, evaluando su peso. Apretó el metal sin filo en su mano y cerró los ojos con concentración, seguramente intentando escuchar algo. Así se mantuvo uno o dos minutos, y al final, exhalando profundamente, abrió los ojos y dio una seca cabezada, a modo afirmativo.

―Tal y como lo pensaba ―admitió al terminar su inspección, regresándole el arma a su dueño―. Tenseiga perdió todas sus habilidades. Se podría decir que sólo quedó un cascarón vacío y dudo que conserve algún poder, mucho menos que pueda regresar nuevamente alguien del mundo de los muertos otra vez.

―¿Eso qué significa? ―abordó Sesshomaru con un siseo.

Totosai dejó salir un suspiro cansado y posó la mirada en la espada que sostenía. No sería fácil lo que iba a decir, pero era necesario. Era la última petición que le había hecho su viejo amigo antes de morir. Sólo esperaba terminar de explicar todo antes de que Sesshomaru lo mandara al otro mundo, como bien sabía que ansiaba hacer en ese momento.

―Cuando tu padre me pidió que forjara una espada para él, una que fuera capaz de proteger a la madre de Inuyasha de todo peligro, también estaba pensando en ti y en como favorecerte con la herencia que más adelante le dejaría a tu hermano. No planeé hacer dos espadas a partir de una sola, la Tessaiga y la Tenseiga, pero tu padre lo había previsto todo desde el comienzo.

El Daiyoukai endureció el semblante. Aquella revelación de que Tenseiga había sido parte de Colmillo de Acero la había encontrado como un insulto. Como si su honorable padre no lo considerara lo suficientemente apto para poseer la espada verdadera, aquella arma legendaria, y le regalara su desecho, más bien como objeto de burla, o peor aún, como un premio de consolación. Sabía que siempre había tenido sus razones para todas sus acciones, pero aquella era una de las que más le costaba entender.

―El motivo por el que Inuyasha posee a Tessaiga es para defenderse y abrirse paso entre sus enemigos, para que su mezcla de sangre no fuera una desventaja ―continuó explicando el anciano con tono calmado―. Además de que, al ser una parte de tu padre, lo ayudaría a controlar su sangre demoníaca cuando se saliera de control. Tu padre estaba preocupado por esto y porque sabía que, siendo híbrido, Inuyasha tendría una vida difícil. Quiso que con Tessaiga eso pudiera cambiar. Quería asegurar su supervivencia con menos problemas.

»En cambio, tú no necesitas ningún arma para sobrevivir, tienes el suficiente poder como para derrotar a casi cualquier contrincante usando sólo tus manos ―le dijo, aunque no era ningún halago―. Tenías tal sed de conquista que InuTaisho se alarmó. Creyó que tu ambición de poder terminaría matándote algún día, sin importar lo habilidoso que fueras en combate. Él me lo dijo justo cuando separé a Tenseiga de Tessaiga y descubrí sus cualidades ―reveló, haciendo un gesto afirmativo. Sesshomaru pronunció su entrecejo fruncido, nada complacido.

»Tenseiga te fue entregada a ti con un propósito muy peculiar: que supieras que no todo es peleary derrotar adversarios, que te dieras cuenta de la importancia de la vida de los demás, y comprendieras su valor. Por eso, Tenseiga te permitió revivir a los muertos, porque habías aprendido lo básico. Luego, cuando aprendiste un poco más, apareció el Meido Zangetsuha y tuviste que hacerlo crecer. ¿Te diste cuenta de que su envergadura casi no crecía por más que entrenaras, pero sí lo hacía cuando menos te lo esperabas? ―el demonio más joven abrió un poco los ojos, recordando los momentos en los que el ataque había alcanzado un mayor tamaño. Primero, con la segunda muerte de Rin, y después en una lucha codo a codo con Inuyasha―. La última prueba fue cuando tuviste que pasar la técnica a tu hermano por tu propia voluntad. Significaba que al fin dejabas de verlo como un enemigo y estabas dispuesto a cederle algo tuyo sin nada a cambio.

Sesshomaru hizo un movimiento involuntario de hastío con la cabeza, recordando muy bien como había sucedido aquello.

―¿Qué tiene que ver el Meido Zangetsuha con lo que acaba de pasar? ―cuestionó impaciente. Nada de eso se relacionaba con la aparente pérdida de las habilidades de su espada, y mucho menos con la extraña derrota de los moradores.

―Ahí es donde me dirijo ―el viejo tragó con dificultad, rezando mentalmente para que Sesshomaru no pagara su ira con él, el pobre mensajero―. Como ya sabes, Tenseiga tiene sus límites y sólo puede revivir a alguien una sola vez. Eso es porque la vida no es infinita y debes saber valorarla lo suficiente como para no arriesgarla de nuevo.

―Ve al punto ―siseó con molestia. Su madre le había dicho exactamente lo mismo varios años atrás, y no estaba de humor para oírlo de nuevo. Mucho menos ahora.

Totosai lo miró desconfiado, tratando de adivinar si atacaría o no. Pero tuvo que tragarse su miedo y continuar para no asegurar su ira. Aunque estaba seguro de que la conseguiría de todos modos.

―Esa mujer… Rin, ¿verdad? ―ni se atrevió a asomarse de nuevo para verla, sólo le sostuvo la mirada al otro demonio de manera cuidadosa―. Es muy importante para ti, ¿no? Fue la primera persona que reviviste, y fuiste al inframundo para recuperarla una segunda vez. Estabas a punto de hacerlo de nuevo, ¿o me equivoco?

Sesshomaru pronunció su mirada furiosa, apretando las mandíbulas. ¿Cómo podía él saberlo?

―Jaken y Kohaku me contaron varias cosas ―le dijo el viejo, anticipándose a su pregunta―. Pero no son los únicos que hablaron. Tenseiga también lo hizo.

―¿Tenseiga?

―Así es. Eres consciente de que las espadas reflejan las emociones de sus amos cuando éstos las empuñan, ¿cierto? Es lo que Tenseiga acaba de hacer ―ante otra dura mirada de su interlocutor, Totosai se apresuró a seguir hablando―. Aunque sólo contenía el poder para revivir a una persona una única vez y ya no poseyera el Meido, eso no significa que fuera todo lo que pudiera hacer. Era la última lección que tu padre quería que aprendieras.

Esta vez, el joven youkai mostró algo de confusión en sus facciones. El herrero lo tomó como algo positivo y trató de convencerse de que esa noche no iba a morir.

―Estabas dispuesto a ir al infierno para tratar de recuperar el alma de esa niña, aún sabiendo que era un viaje sin retorno. Y lo habrías hecho si Tenseiga no te hubiera detenido a tiempo. Ella comprendió lo mucho que significaba su vida para ti, lo lejos que estabas dispuesto a llegar con tal de salvarla, y sólo así, te permitió utilizar su último recurso―Sesshomaru, por primera vez, observaba al anciano con intriga y no tenía palabras para interrumpirlo o exigir explicaciones más precisas. Sólo escuchaba, sin siquiera preguntarse cómo era capaz de saber sus intenciones con tal exactitud―. Todo su poder desapareció, o mejor dicho, se lo transfirió a Rin en el último momento. Actuó como un escudo que la protegió de sus atacantes el tiempo suficiente como para que pudiera irse sin que la atraparan.

»El que estuvieras dispuesto a sacrificarte desinteresadamente por otra persona era el último paso, lo que significa que finalmente has superado las expectativas de tu padre. N-no es que él planeara que murieras por alguien más ―se apuró a decir, negando repetidamente con la cabeza y haciendo gestos con las manos, preocupado de ser malinterpretado. Mortalmente malinterpretado―, él jamás hubiera querido la muerte de su hijo, de ninguno. Lo que tu señor padre quería era que comprendieras lo que significaba tener algo que proteger, algo por lo que valiera la pena luchar.

Sesshomaru abrió los ojos inconscientemente, recordando de repente la última conversación que había tenido con su padre, justo antes de que éste se sacrificara para proteger a Inuyasha y a su madre… como estuvo a punto de hacer él por Rin.

Aún quería hacerlo. Todavía sentía ese impulso que lo empujaba a buscar a Tessaiga y adentrarse en la oscuridad del inframundo hasta atravesar las puertas del infierno, como si Rin realmente estuviera ahí. Pero no lo estaba, su alma había ido a donde sea que van aquellas que están destinadas a reencarnar más adelante. Algo en él no terminaba de aceptar las explicaciones del herrero, no podía creer que Rin se encontraba a salvo tan repentinamente.

Pero si los moradores se habían mostrado tan agresivos después del despliegue de poder de Colmillo Sagrado en lugar de adoptar sus expresiones triunfales, debía ser cierto que el alma de la humana no estaba en su poder.

Se quedó en total silencio, analizando un montón de cosas que comenzaban a tener sentido poco a poco.

―Por eso ―se atrevió a continuar Totosai en tono bajo, vigilando precavido su reacción― tu padre quiso que tuvieras otra oportunidad. La última para salvaguardar a esa persona que tanto aprecias. Tenseiga ya no podría devolverla a la vida, pero aseguraría que su alma se fuera en paz y tuviera la oportunidad de regresar en otro momento. Todo el poder que le quedaba a Tenseiga está ahora con Rin ―finalizó, para que no le quedaran dudas de que ella estaría bien.

Pero Sesshomaru no contestó ni hizo ningún comentario. Continuó guardando silencio como si no hubiera oído ninguna de sus palabras, aunque sí lo había hecho. Relajó lentamente sus tensos músculos y giró la cabeza para ver el cuerpo de Rin por el rabillo del ojo. Apretó la espada sanadora en su puño, buscando a los moradores. Los había dejado de escuchar hacía mucho, y recientemente había reparado en ello.

No había nada ahí. Ningún ser sobrenatural ni fantasmal ocupaba espacio a parte de sí mismo, Totosai y su buey. Era como si se hubieran desvanecido en el aire. Miró la hoja de Tenseiga, que reflejaba débilmente la luz de la luna menguante. Le había dado todo su poder a Rin, donde sea que estuviera ahora.

―Los moradores ―Totosai se sobresaltó con la repentina voz de Sesshomaru cuando éste giró hacia él―, ¿la seguirán cazando?

El herrero parpadeó un par de veces, pensando.

―No lo creo ―contestó―. Aunque Tenseiga no pudiera hacer desaparecer a esas criaturas, sí puede escudarla de ellos, de eso se trata. Verás, lo que acaba de hacer tu espada fue transmitirle su energía a la niña para asegurar su asenso, adhiriendo la barrera directamente a su alma, haciéndola invulnerable. Como se le dio un gran poder espiritual, la fragilidad que antes poseía se regeneró y le dio la capacidad de protegerse por sí ella regrese a este mundo en su siguiente vida, el poder de la espada la mantendrá a salvo, aún si los moradores logran encontrarla, no podrán hacerle nada.

―¿Por qué estás tan seguro? ―el mononoke entornó los ojos con recelo.

―Porque tu padre no se atrevería a cometer un error ―le dijo inmediatamente, ofendido―, y menos con uno de sus hijos. Él también te protegía a ti.

Sesshomaru no respondió nada ante una observación tan decidida. Nunca había pensado que su padre quisiera protegerlo de esa forma. De haberlo sabido antes, lo habría encontrado burlesco e insultante. Pero ahora no sabía qué pensar.

―¿Cómo podría él adivinar que sucedería esto? ―volvió a cuestionar tras unos segundos, suspicaz―, ¿que Tenseiga usaría su poder justamente para proteger el alma de Rin?

Totosai se le quedó mirando un momento, con la perplejidad reflejada en sus enormes y redondos ojos. Sesshomaru era muy astuto, y su escepticismo tenía fundamentos. Había muchísimas otras probabilidades que pudieron suceder, pero no fue así. ¿Qué habría sucedido si Rin no hubiera muerto? ¿Cómo se habría manifestado la última voluntad de Colmillo Sagrado?

―Tu padre era un hombre muy inteligente e intuitivo ―dijo al fin, aún meditando―. Si te soy sincero, tampoco sé como lo hizo, o qué pudo haber sucedido con Tenseiga en otras circunstancias. Pero me parece que tu padre sabía que sólo te darías cuenta de lo importante que es algo para ti en las situaciones más extremas, cuando ya no tienes más alternativas.

Sesshomaru se quedó callado, con los ojos entrecerrados. A pesar de que le fuera imposible admitirlo, sabía que era cierto. Inuyasha también lo había dicho anteriormente, «Parece que sólo te importa algo cuando estás a punto de perderlo». Apretó los dientes con enfado.

―Tenseiga no guarda ningún poder ahora ―repitió el anciano, caminando con aire agotado hacia su animal. No había sido nada fácil hablar de aquello con Sesshomaru, pero se alegraba de que ya hubiera terminado. Y de que su cabeza no estuviera cercenada por sus manos, claro―, pero eso no significa que no tenga ningún propósito de ahora en adelante ―señaló, mientras subía de un salto a su montura y lo miraba por unos instantes―. Ten por seguro que cuando encuentre la energía que perdió, ella se dará cuenta. Y tú también.

Y de un golpe de sus huesudos talones, el buey emprendió el vuelo hacia el cielo nocturno, dejando en el aire sus últimas y enigmáticas palabras. El demonio se quedó viendo vacíamente al espacio en que el anciano había estado sólo unos minutos antes, analizando su última revelación.

Sin mayor ceremonia, regresó a Tenseiga a la funda sujeta en su cintura. No pensaba deshacerse de ella.

Se giró hacia el cadáver de Rin, aún cavilando profusamente en todo lo que acababa de escuchar.

Se acercó a ella, arrodillándose. Llevó una mano a su frío rostro y se quedó ahí sin hacer nada más que mirarla en silencio. Parecía que sólo estaba durmiendo tranquilamente.

Daría cualquier cosa porque así fuera.

Colocó un mechón de cabello tras su oreja y delineó delicadamente el contorno de su mandíbula hasta la barbilla, alzándola con cuidado, con esa sensación tan desagradable e incómoda bajo la piel.

Lo único bueno del asunto era que finalmente podía descansar, pensó. Después de tanto sufrimiento y angustia, todo había acabado de la mejor forma posible. En el lugar en el que estaba los moradores no podrían hacerle daño nunca más.

No supo cuánto tiempo estuvo en ese lugar, sin atreverse a quitarle los ojos de encima, grabando cada tramo de sus facciones en su memoria para siempre. No estaba preparado para levantarse, pero cuando comenzó a amanecer supo que debía hacerlo.

La tomó en brazos con cuidado. Era ligera y delgada, y estaba tan fría que daba la impresión de que cargaba una muñeca de porcelana. La apretó contra sí, dejando que su flequillo plateado tapara sus ojos cerrados. Apoyó momentáneamente el mentón en la cabeza de Rin, que se amoldó al espacio entre su hombro y cuello, y comenzó a caminar. Por primera vez en su larga vida se sentía vacío y derrotado. No podía dejarla ahí acurrucada y simplemente marcharse. Aunque a decir verdad, aquello era lo último en su mente.

Había tenido razón al querer ignorar esas emociones desde un principio, abandonándola en el pueblo para no ser presa de ellas. No estaba listo para esto.

En la entrada de la aldea estaban Inuyasha y Kagome esperándolo. Por la expresión en sus rostros, podía darse cuenta de que estaban seguros de que aparecería ahí, llevando a Rin. Era extraño que no hubieran ido a buscarla en toda la noche, y mucho más que no hubieran acudido luego de la escandalosa entrada de Totosai, o que la mujer de su hermano no hubiera sentido la presencia tan amenazadora de los moradores, como bien sabía que era capaz de hacer. Pero ya no le importaba nada de eso, no quería seguir pensando en las mismas cosas.

Kagome contuvo el aliento ruidosamente, llevándose las manos a la boca. Sus ojos estaban rojos e hinchados, clara prueba de que tenía mucho tiempo llorando, algo en lo que Sesshomaru no reparó. Inuyasha se tensó al ver a Rin yaciendo inerte en los brazos del demonio, que caminaba hacia ellos aparentemente sin ningún rastro de emoción en el rostro.

La pareja se reunió con él antes de que entrara a la aldea, vacilantes y afectados. Pero no impresionados. Kagome rompió en llanto otra vez, y su cuerpo comenzó a temblar mientras vislumbraba a su amiga, murmurando disculpas casi inentendibles y ahogadas.

Sesshomaru, inescrutable para cualquiera que no lo conociera, dedicó una última mirada de soslayo a Rin, ignorando el impulso de ceñirla contra él con fuerza para no dejarla ir. Pero tenía que hacerlo. Había llegado el momento.

Sintiendo que algo en su interior crujía, extendió los brazos para que Inuyasha la tomara. Tuvo que recordarse que aquel sólo era un cuerpo, la verdadera Rin no estaba ahí.

Inuyasha la recibió vacilante, con los ojos también enrojecidos y brillantes. Kagome soltó un gemido de dolor y tuvo que ocultar su rostro para amortiguarlo. Una vez libre del ligero peso sobre sus brazos, Sesshomaru dio la vuelta para retirarse, sin prestarle la más mínima atención a ninguno de los dos.

―Sesshomaru ―habló el híbrido antes de que se fuera. Su voz estaba débil y ronca, pero su tono era firme―. Ella estará bien, ¿verdad?

Ignorando la seguridad obvia en su pregunta, como si de antemano supiera la respuesta, el youkai soltó una muda exhalación.

―Lo estará ―respondió, rozando la empuñadura de Tenseiga sin darse cuenta.

Sin decir ni una palabra más ni mirar atrás, caminó una decena de pasos de vuelta al bosque antes de convertirse en una esfera de luz y desaparecer a la distancia.

―Inuyasha… ―llamó su esposa. Sus sollozos se habían aplacado un poco. Él la miró interrogante y cansado para descubrir que ella observaba algo en Rin, casi con estupefacción―. Su mano, mírala.

Cuando lo hizo, notó que estaba ligeramente deformada y amoratada.

―Está rota ―comentó él con la voz ida.

Alzó la cara para fijarse en el último sitio en que había estado parado su hermano momentos tenía ninguna duda de cómo había pasado. Y a juzgar por su expresión, Kagome tampoco.

A fin de cuentas, resultó que Rin se había equivocado.

De todos, él era el que más sufriría su muerte. Pero a diferencia de los demás, no dejaría que nadie lo supiera. Sobrellevaría su pena en silencio, por mucho más tiempo que ninguno.

Porque aparentemente había seguido los mismos pasos que siguió su padre tantos años atrás.

EPÍLOGO

Había vuelto. Ellos lo observaban a la distancia, encontrándolo casi de casualidad. El cielo estaba rojo, y los últimos rayos del sol se colaban débilmente entre las nubes que surcaban el horizonte.

Él sólo miraba vacíamente aquello que tenía al frente. Una pequeña lápida con un único nombre grabado: Rin. Las flores aún estaban frescas, y lo que quedaba del incienso ofrecido como homenaje todavía conservaba un poco de su aroma. Hacía poco más de dos días que había visto a la dueña de esa lápida y la había escuchado hablar. Ahora sólo quedaban sus cenizas en una urna enterrada, y aquella piedra fría y tosca que tenía su nombre.

No hizo mueca alguna, como si también él fuera como los fríos monumentos que invadían el modesto cementerio a las afueras de la aldea. No había estado ahí durante los procesos fúnebres, ni tampoco para la cremación. No era su lugar y de haber podido elegir, jamás habría vuelto a poner un pie en ese sitio.

Pero lo hizo.

No se había despedido la primera vez, y debía ahora hacerlo.

Kagome e Inuyasha se quedaron parados en su lugar, bastante lejos como para no entrometerse en su privacidad, pero lo suficientemente cerca como para saber lo que hacía. Él sabía que era observado, pero no les daba la más mínima importancia. Nunca le importaba lo que pensaran los otros sobre él.

La pareja se quedó clavada en esa porción del camino, sin siquiera moverse. Justo como habían hecho aquella noche en la que Rin falleció.

Kagome había sentido la presencia de los moradores justo cuando la muchacha lo hizo, y tardó muy poco en entender sus intenciones. Con el miedo corriéndole furiosamente por las venas, y la adrenalina a su máxima capacidad, sólo fue capaz de ordenarle a su hija que fuera con Sango y salir corriendo en dirección al bosque, donde aquella sensación de muerte se aglomeraba a niveles increíbles. Inuyasha la interceptó en el camino, y bastó con que ella le diera una mirada consternada para que él supiera lo que sucedía. Montó a su mujer en su espalda y dando saltos hábiles entre las ramas, alcanzaron el lugar poco después de que comenzara a llover.

Rin se acababa de sentar en su casilla de oraciones, con Sesshomaru escudriñando los alrededores con su mirada asesina. Ambos sintieron lo mal que estaba todo con sólo observarlo, y la cara agotada y desfallecida de Rin tampoco dejaba lugar a duda.

Inuyasha dio un paso para salir del grupito apretujado de árboles que los ocultaba de la vista ―Sesshomaru estaba tan concentrado que parecía no notarlos―, pero su mujer lo tomó de la manga para impedírselo. Le negó débilmente con la cabeza cuando éste le preguntó mudamente qué hacía.

No tengo más poder que Sesshomaru ahora ―le explicó en un susurro―. Déjalos solos.

Resignado, al hanyou no le quedó más opción que abandonar sus intenciones y permanecer oculto con Kagome, como un público silencioso y nervioso.

Cuando Rin comenzó a hablar, Kagome no pudo escuchar nada de lo que decía. La lluvia golpeando las hojas y su débil tono de voz se lo hacía imposible, pero Inuyasha la oía con total claridad. Pocas veces se había sentido tan mal y afligido. La muchachita que había estado intentado proteger por los últimos años le daba las gracias a su hermano con un dolor que lograba traspasarlo a él también.

No podía ver la cara de Sesshomaru, pero creía tener una idea de cómo estaba. Aunque sus facciones nunca lo reflejaran, eso no significaba que por dentro fuera igual. Él sabía que no. Por más desgraciado, frío y arrogante que fuera, Inuyasha sabía que su único punto débil lo tenía aquella chiquilla cuya vida se desvanecía ante sus propios ojos. Cómo agradeció que Kagome no pudiera oír nada. La miró de reojo para asegurarse de que así fuera, y la descubrió llorando, con una mano en el pecho, apretujando la tela de su haori blanco. El que no pudiera escucharlo no significaba que no pudiera darse una idea de lo que estaba diciendo, ¿verdad? Sólo pudo ponerle una mano en el hombro en señal de apoyo. Alguno de los dos debía serlo para el otro.

Y a pesar de que sabían de antemano lo que sucedería después, ninguno estaba realmente preparado para presenciarlo. Para cuando el momento llegó, tanto Sesshomaru como ellos se quedaron sin aliento. Era como haberse imaginado dentro de una pesadilla de la que algún día despertarían, para luego enterarse de que no era un mal sueño, todo era real. No hubieron soluciones mágicas que la ataran a la vida, sólo un cruel bofetón por parte de la realidad. Kagome llevó la mano a su boca, para aplacar los ruidosos sollozos, mordiéndose los nudillos como si su vida dependiera de ello, encogiéndose en sí misma.

Mientras ella lloraba y Sesshomaru se quedaba estático, Inuyasha, aún estremecido, sólo tenía un pensamiento en la mente: los malditos perros de humo. Quería gritarle al imbécil de su hermano que reaccionara, que no perdiera el tiempo e hiciera algo, ¡lo que sea! Incluso se le pasó por la mente abrir el Meido Zangetsuha para él, pero una fuerza desconocida se lo impedía. Por alguna razón, sus músculos se habían quedado paralizados por la impresión. O tal vez era el saber que si lo hacía, no habría marcha atrás. Sesshomaru también moriría si se adentraba en el Meido, nada podría detenerlo, ni siquiera él. E Inuyasha no podría siquiera intentarlo.

Por más aprecio que le guardara a Rin y comprendiera la desesperación del demonio, no podía simplemente abandonar a su esposa e hija por un viaje sin retorno. Y en el caso de que no lo acompañara, tampoco podía simplemente dejarlo morir. Era su hermano, después de todo.

Lo observó combatir inútilmente a los moradores ―que sólo eran una aglomeración de humo y energía maligna para él― mientras buscaba apresuradamente alguna otra alternativa. ¡Debía existir algo que pudiera servir!

Lo siguiente que sucedió borró sus intenciones a una velocidad vertiginosa antes de que él o su mujer pudieran detenerse a analizarlo. Desde el momento en el que Sesshomaru se puso de pie y atacara a los seres fantasmales, su youki se había incrementado a niveles alarmantes. Pero en cuanto se detuvo, aquella energía que emanaba se intensificó hasta el punto de que ambos creyeron que liberaría al enorme perro de su interior y arrasaría con todo a su paso en un ataque de furia incontrolable. Inuyasha apretó el agarre de su espada, listo para frenarlo en caso de que fuera necesario.

Pero no menos de tres segundos después, cuando Sesshomaru tomó impulso para dar un gran salto y emprender el vuelo, una potente luz salió despedida de Tenseiga, seguida de una honda de poder, como un palpitar sonoro y enérgico. La luz los cegó al instante, y para cuando abrieron los ojos de nuevo, todo había terminado.

Sesshomaru parecía tan confundido como ellos, y era tal su exaltación que aún parecía ignorante de que a menos de veinte metros, Inuyasha y Kagome lo observaban estupefactos, preguntándose qué había sido todo eso.

La sacerdotisa casi gritó del susto cuando el relámpago de Totosai impactó en el suelo. El híbrido, pese a estar desconcertado por lo que Tenseiga acababa de hacer, no se sorprendió de ver al herrero aparecer de la nada. Kohaku le había comentado lo que le dijera Totosai al respecto de esa espada, que tenía gran potencial aún cuando su dueño no lo supiera. ¿Habría sido aquel espectáculo de luz la prueba de que Sesshomaru había descifrado el último poder de Tenseiga?

El herrero lo confirmó. Esta vez, como la lluvia se había detenido y Totosai tenía un tono entendible de voz, Kagome pudo escuchar con claridad todo lo que estaba diciendo, quedando con la boca abierta en la última parte, e Inuyasha tampoco se quedaba atrás.

Ambos tomaron aire asombrados, comprendiendo de repente muchísimas cosas de un solo golpe. Se miraron entre ellos, preguntándose silenciosamente si lo que el viejo youkai decía era cierto o no. La idea de Sesshomaru dispuesto a morir por alguien más parecía demasiado inverosímil. Pero… al mismo tiempo, tenía lógica. Ambos sabían que él no se sacrificaría voluntariamente por otra persona que no fuera su preciada Rin.

¿La ama? Había pensado la sacerdotisa, con tal impresión que hasta las lágrimas dejaron de caer. ¿Por eso Tenseiga le cedió su poder a Rin, porque Sesshomaru la…? Ni siquiera había podido terminar de pensarlo. Era demasiado increíble. Y por la expresión de su marido, supo que él estaba pensando en lo mismo.

¿Qué otra explicación podía haber? ¿No era esa la verdadera lección que su padre quería que aprendiera, al fin de cuentas? Porque si tienes algo que proteger, y estás preparado para morir en su lugar, no podía significar otra cosa.

Totosai notó que estaban ahí justo antes de subirse de vuelta en su buey. Un pequeño espacio entre los árboles los delataba, aunque aparentemente sólo él se había dado cuenta. Se miraron por unos segundos, los tres parecían haber llegado a la misma conclusión. Y para hacerlo definitivo, el anciano demonio asintió levemente con la cabeza antes de dar un salto para ocupar su lugar en la montura y desaparecer en el cielo nocturno, no sin antes darle un último mensaje a su interlocutor.

La pareja se quedó por varios minutos más, sin atreverse a decir ni una sola palabra. Sólo observaban al Daiyoukai como nunca lo habían visto antes. Deshecho. Inuyasha nunca creyó que fuera posible, y enseguida supo que jamás lo volvería a ver de esa manera.

Era doloroso. Él sabía muy bien cómo se sentía aquello, lo había experimentado varias veces. Cuando murió su madre. Cuando murió Kikyo. Cuando creyó que nunca volvería a ver a Kagome de nuevo… aquella sensación de pérdida era insoportable. Sólo el tiempo era capaz de curarla, aunque a medias. Esas heridas nunca se terminaban de ir, por más empeño que pusiera de su parte.

Y aunque Inuyasha no tuviera la mejor relación con Sesshomaru, no podía evitar sentirse mal por él. Había perdido lo único que quería, la única persona que le importaba de verdad.

Procurando no hacer ningún ruido para no perturbar su intimidad, regresaron a la aldea. No abrieron la boca en todo el trayecto, y para cuando Kagome se bajó de la espalda de su esposo, creyó que sus temblorosas piernas la harían caer. Hasta que no pudo soportarlo más y se sentó ahí mismo, en las escaleras que conducían al templo del que acababan de llegar. Continuó llorando lo más calladamente que pudo, con la mente colmada de lo que había presenciado y todo lo que seguía después de eso. Era demasiado como para reprimirse.

Inuyasha se sentó a su lado, también abatido, y sólo pudo consolarla con un brazo alrededor de sus hombros, apoyando la mejilla en su coronilla. Por las horas que siguieron no hubo ninguna palabra entre ellos, no tenían idea de qué decir al respecto. Sólo esperaron al demonio pacientemente, sabiendo muy bien que iría hasta ellos. Era una suerte que ni Jaken ni el dragón estuvieran ahí. No podría ni imaginarse cómo se hubieran tomado ellos la noticia, y tampoco quería saberlo.

Cuando lo vieron aparecer en el extremo opuesto de la aldea al que estaban, a Kagome se le encogió aún más el corazón al notar que había tomado el camino más largo a propósito. Se sentía tan mal que no pudo dejar de llorar en toda la madrugada, y cuando lo vio ahí, cargando ese cuerpo tan frágil, el llanto gorgoteó hasta su garganta adolorida con renovada fuerza.

Lo que ocurrió a continuación fue agotador para todos. El modesto funeral se llevó a cabo en horas de la tarde, y a la mañana siguiente incineraron sus restos con todos los honores y tradiciones correspondientes. Rin, aún luego de ser presa de tales energías malignas, era apreciada en la aldea, y todos los integrantes de la pequeña comunidad se acercaron para dejar sus ofrendas y presentar sus respetos. Incluso Jaken y Ah-Un se quedaron hasta que todo el proceso terminó, para marcharse después del entierro en búsqueda de su amo. Pero el golpe más duro se lo había llevado Kohaku, sin lugar a duda. Nadie lo había visto tan desolado desde que estuvo bajo el control de Naraku, y bien sabían todos que necesitaría mucho tiempo para superarlo.

A pesar del dolor que rodeaba al estrecho grupo de amigos, un rayito de esperanza y tranquilidad se asomó entre ellos cuando escucharon del híbrido y la sacerdotisa lo que había pasado en realidad. El que ahora Rin estuviera descansando en paz como era debido sin duda había subido la moral de todos, aunque ya no pudieran volver a verla. Que su alma estuviera a salvo y pudiese regresar cuando le correspondiera, era la mejor noticia que podrían haber recibido.

Y aún con ese alivio en el ambiente que aplacó un poco el sentimiento de luto, Kagome no podía dejar de pensar en las conclusiones que sacó al oír la explicación de Totosai, y en lo desgarrado que se había mostrado Sesshomaru después. Era un demonio fuerte e independiente, nunca lo había visto mostrar algo que no fuera indiferencia o furia. Y aunque sabía que estaría bien físicamente, le preocupaba lo que tenía que afrontar de ahora en adelante.

Se olvidó de lo poderoso que era, de su frialdad y desentendimiento de las emociones humanas, y lo observó como sólo un hombre. Un hombre que perdió aquella única persona que quería.

―No es justo… ―murmuró, apretando los puños. Inuyasha la miró de reojo sin responder―. ¿Por qué se dio cuenta tan tarde? ¿Por qué tuvo que pasar esto?

A la distancia, Sesshomaru sólo contempló la lápida unos instantes más, sin ninguna expresión en su rostro. Como si no sintiera nada. Y sin siquiera dedicarles una última mirada, regresó al bosque, donde no tardó en perderse de vista. Ambos, aunque nunca lo comentaron, estaban seguros de que aquella había sido la última vez que lo verían.

―No tuvo que terminar de esta manera ―continuó Kagome, con lágrimas surcándole las mejillas.

―Te equivocas ―contestó Inuyasha, aún con la mirada fija en la distante tumba de Rin―. No ha terminado. Rin nunca se despidió de él.

Kagome lo miró extrañada unos momentos antes de entender a lo que se refería. Relajó los hombros y respiró profundo para tranquilizarse, posando los ojos en el mismo lugar en que los tenía su marido.

Era cierto, aquel no era un verdadero final. Quizá nunca existiera alguno. Rin tenía una nueva oportunidad de volver a la vida, tal y como la tuvo el alma de Kikyo, cuyo último deseo era reencontrarse con Inuyasha. Y ahí estaba ella a su lado, como viva prueba de que lo había conseguido.

Después de todo, si Rin no se había despedido de Sesshomaru era porque sabía que lo volvería a ver. En otro tiempo, y en otro lugar.

Él sólo tenía que esperar y estar alerta, ella se encargaría del resto.

REVIEWS... REVIEWS... REVIEWS... REVIEWS...REVIEWS

Porque no todos los finales deben ser "Y vivieron felices para siempre" donde los protagonistas se besan en una puesta de sol. Porque no todo tiene que acabar planamente bien o mal, como si fueran las únicas opciones. La vida en sí misma es más compleja que eso, y es lo que quise reflejar aquí.

Sí, Rin murió. Sesshomaru quedó solo. No se casaron ni tuvieron hijos, ni siquiera se dijeron si se querían o no. ¿Pero por qué eso tiene que ser triste? Logró salvar su alma justo a tiempo y al fin reconoció que siente algo muy fuerte por ella, y eso es un gran cambio positivo, tratándose del rey del hielo. Además, ¿quién dijo que no se volverían a ver? Rin podrá regresar en algún momento, y Sesshomaru no irá a ningún lado hasta que eso pase.

Sé que la mayoría quería un final feliz, que ella se salvara y quedaran juntos. Realmente lo pensé cuando estaba ideando esta historia, pero no quedaría muy realista. O bueno, al menos no para mí.

Les regalé el epílogo de una sola vez para no hacerles esperar otra semana entera sólo por unas pocas páginas, y en compensación de que el capítulo anterior fue demasiado corto. Espero que haya sido de su agrado.

Un millón de gracias a todos los que comentaron esta historia, me dieron sus opiniones, críticas y ánimos. Me han ayudado mucho a seguir avanzando en mi manera de escribir, y sé que gracias a ustedes puedo hacerlo mucho mejor. Gracias especiales a quienes comentaron en el capítulo anterior: Lisa, Akari-eri, Ibeth, M.J Hayden, Janet-knul, Marvivi, Suzu, Lizzy, Fefa, Faby-sama, Tatiana, Sada R, Celeste, Inuykag4ever, InuYashasama2, Loony5, Sun and Mint, Hikary-neko, Elenita-Ele-Chan, LinTanya, Leiitakhr, Tenshi No Ai, Ryht y Ephemerah. También unas gracias enormes a mi querida beta Ginny-chan y a mi amiga Arale Norimaki por leerse esto a carrera xD ¡Un beso a todas!

Oh, sí, y tengo proyectos en mente, tranquilas. Se me ocurrió hacer una secuela oneshot para esta historia, sólo para mostrar cómo sería el reencuentro entre Rin y Sessh mucho tiempo después, ¿les parece que la saque, sería algo que quisieran leer? Aún no la he escrito, pero la tengo en la cabeza. Y también voy a experimentar un poco más con otras cosas, como el AU. Algunos me lo han dicho y aunque no sea mi zona de confort creo que debo darle una oportunidad.

¡Besos, unicornios, cachorritos y helados para todos! Nos veremos una próxima historia :)