Estaba molesto, muy molesto; no, ese solo adjetivo no alcanzaba a describir el sentimiento que albergaba en dentro de su pecho.

Ya entraban las siete de la tarde y ese tonto aún no aparecía por ninguna parte, ya llevaba más de tres horas esperando y el despreocupado rubio no daba rastros de seguir con vida, llamó a su teléfono móvil repetido e incansables veces pero siempre le derivaban al contestador. ¿Qué rayos se encontraba haciendo el de ojos miel para plantarlo de aquella forma tan borde?

Y lo peor de todo es que a pesar de haber estado tanto tiempo sentado en aquella banca del centro de comercios de la ciudad, él todavía albergaba cierta esperanza de que su amigo de la infancia llegase en cualquier momento, en cierto modo era vergonzoso todo aquello, el hecho de seguir esperando allí tanto rato cual idiota, no ayudaba mucho a su ya afectado humor.

No pasaron más de quince minutos después, cuando vio a lo lejos una alta y delgada figura correr atolondradamente los corredores del centro comercial, por fin había llegado.

-¡Lo siento Shin!¡Tuve muchísimos problemas para llegar hasta aquí!¡Y en el subte no funciona la señal telefónica! Es por eso que no podía avisarte de mí retraso. ¡Lo siento! – se inclinó exageradamente el rubio ante el moreno el cual lo observaba entre atónito y molesto, sin saber exactamente cómo reaccionar.

-Solo cállate… ya es tarde, las tiendas están por cerrar y aún no he comprado lo que necesitaba.- contestó más bien indiferente, o quizá disimulando indiferencia, puesto que por dentro a más de una inmensa alegría sentía un alivio abrumador, no solo por el hecho de que no lo habían plantado, sino porque no se había de él.

Rondaban las 9 de la noche cuando finalmente ambos jóvenes se alejaban del recinto de compras, con varias bolsas en la mano izquierda y un cucurucho de helado en la derecha. Era incluso algo tenebrosa la forma en que sus maneras y modales se asemejaban tanto, caminaban al mismo ritmo, con la misma coordinación, incluso no sería exagerado el decir que hasta la manera en que comían el helado era idéntica, al mismo compás y ritmo, como si estuviesen coordinados por algún dispositivo o algo así. Aunque para ellos era algo de lo más común, se conocían desde que eran apenas unos niños, desde allí fueron amigos, compartían muchos gustos, se veían y compartían jugando casi todas las tardes, de no ser por el hecho de la edad, en la cual Toma superaba al pelinegro por un par de años, estos serían algo así como gemelos.

Siguieron caminando por las ya oscurecidas calles del distrito en el que vivían, adentrándose en los suburbios. Era algo casi increíble como en un par de calles que marcan el límite de la zona comercial de la ciudad y los suburbios, podían expresar tanta diferencia la una con la otra, casi de la nada todo el ajetreo, los carteles y anuncios por doquier, etc. desaparecían, dando lugar a la zona pacífica de la ciudad, llena de casas comunes y corrientes habitada por gente de clase media, parques de juegos por aquí y allá, y algún que otro centro educativo de primaria que se pudiera encontrar.

Todo a esas horas ya se encontraba sumido en un profundo silencio, las farolas municipales colocadas en cada esquina iluminaban tenuemente su camino. Casi no habían hablado en ese tiempo que habían estado juntos, Toma no se animaba a decir nada por miedo al enfado del moreno, pues este conocía el humor sensible del de ojos carmín, y no estaba muy seguro de si explicarle las razones de su tardanza en ese momento arreglaría el ambiente o lo empeorarían.

-Paremos en el parque un rato…- habló secamente el pelinegro, señalando la entrada al parque donde solían encontrarse para jugar de niños. El menor se sentó en el banco más cercano, al costado derecho, dando lugar al rubio para acomodarse a su lado, este así lo hizo, pero con algo de vacilación en sus actos, no sabía si a que distancia mantenerse del chico, no quería enfadarlo pareciendo un insensible con respecto a lo de hoy, eso, sin contar la peculiar situación en la cual se habían envuelto en hace no más de dos meses, una peculiar y muy extraña situación que en sus 21 años de vida jamás se hubiese atrevido pensar en atravesar, y mucho menos con su amigo de la niñez.

Todo había comenzado el día en el que el rubio discutió a muerte con su madre, ardía en rabia e ira en esos momentos, y no sabía qué hacer, lo último que había hecho fue gritar a su madre una palabrota y salir de su casa con un portazo estremecedor. Habían comenzado a pelear por un asunto insignificante pero que desencadenó en una batalla campal.

No tenía ni la más mínima idea de donde pasaría la noche, porque definitivamente a su casa no volvería al menos en unos cuantos días, así que no tuvo mejor opción que llamar a su mejor amigo, si mal no recordaba, el pelinegro le había dicho que su madre se ausentaría por unas semana por un viaje al interior del país dejando al menor solo en casa. Sí, eso era perfecto.

Sacó su móvil del bolsillo de sus pantalones y discó rápidamente el número del muchacho.

-¿Si?- se oyó la voz semi somnolienta al otro lado del teléfono.

-¡Shin! Habla Toma, que bueno que te encuentro, lamento haberte despertado. ¿Crees que me podría quedar por esta noche a dormir en tu casa? Tu madre está de viaje, ¿no es así? Es que tuve un par de problemas en la mía y no puedo quedarme allí- explicó brevemente, intentando obtener una repuesta positiva lo más rápido posible.

-¡Baka! Ok, por hoy puedes quedarte, ven… te estaré esperando- dijo fríamente con tono algo molesto, aunque a pensamientos del rubio eso era común. El menor siempre había sido algo cascarrabias, pero esa era una de las cosas que le agradaban de él, porque a pesar de hablarte con ese tono de voz gruñón, el en realidad se preocupa y te ayuda en lo que tiene a la mano.

Llegó a la vivienda del moreno, una casa común, de fachada corriente la cual no se destacaba para nada de las otras casas que le rodeaban. Tocó timbre una vez… dos veces… y cuando ya iba por la tercera la puerta se abrió quedando la figura del menor bajo el umbral. El muchacho de cabellos negros y ojos carmín observó atentamente con mirada recelosa al mayor, le parecía de sobre manera extraña esa situación, su amigo no tenía una perfectamente armónica vida familiar pero se le hacía sumamente raro que la pelea que tuvo con su madre acabara de un modo así.

-¿Qué? ¿Me dejarás esperando aquí afuera toda la noche? Hace frío, sabes.- comentó Toma con intención de que el menor dejara de contemplarlo de esa manera, le era incómodo, parecía como si estuviese buscando una excusa para regañarlo, en ese sentido Shin se parecía bastante a su madre.

El menor giró sobre sus pies y se adentró a la vivienda haciéndole un ademán al mayor para que lo siguiera. La casa del muchacho no era muy lujosa, pero tampoco muy humilde, se encontraba en los estándares de una casa de clase social media/baja, pero no estaba mal, contando el hecho de que su madre era la única que lo había criado. Atravesaron el pasillo llegando a la sala de estar, donde se veía que momentos antes Shin estaba teniendo su aperitivo nocturno: un tazón de cereales con leche.

-Comes como un crío- bromeó con intenciones de picar al moreno, comentario que hizo sonrojar levemente al otro chico que apartó la mirada con el ceño fruncido.

-Cállate baka, que te importa si como eso por las noches, no tengo ganas de preparar una cena solo para mi- se excusó con el rubio.

El mayor solo sonrió dándole una palmadita en la cabeza, acariciando suavemente sus cabellos, acto que hizo sonrojar aún más el rostro del de ojos carmín, quien al darse cuenta del excesivo rojo en sus mejillas se apartó del tacto del rubio.

Ambos se sentaron a ver televisión durante un buen rato, Toma a pesar de haber criticado a Shin, también se había servido un tazón de leche con cereal, no había cenado en casa por lo cual su estómago le exigía algo sólido para digerir.

El ambiente era silencioso, pero a la vez ameno, ellos se conocían tan bien que los silencios incómodos no existían, simplemente disfrutaban con el hecho de saber que estaban el uno junto al otro, era algo que a lo largo de los años habían logrado construir, esa inmensa muralla de confianza que ambos habían edificado. Empero, había algo que ambos traían en mente, pero no sabían de qué manera sería la mejor para sacarlo a la luz.

La incógnita de Shin era más que obvia, la razón por la cual Toma había discutido de esa manera con su madre, como para llegar al punto de pedirle que lo aloje en su hogar. En cambio la de Toma era algo totalmente salido de aquel tema, era algo que había percibido desde que había visto a Shin al abrirle la puerta, la interrogante estaba por salir de entre sus labios, pero el menor le ganó, girando la cabeza hacia la dirección en la que se encontraba preguntando:

-¿Qué pasó entre tu y tu madre? Es decir, ¿por qué pelearon esta vez?- el mayor hizo una mueca de disgusto, no quería contestarle, y de hecho no tenía la más mínima intención de hacerlo, pero analizando la situación, realizó que si el contaba lo que le había sucedido con su madre el también contestaría con sinceridad la pregunta que tenía para hacerle.

-Si te contesto ¿me harías un favor?-

-¿Qué?- devolvió la pregunta con tono seco.

-¿Me harás el favor? O no te contare lo que pasó.- lo chantajeó, esto enfureció al menor. ¿Cómo se atrevía a chantajearlo así? Jugando con su curiosidad. Pero decidió aceptar, ¿Qué mas daba? No pensaba que el mayor pretendiera pedirle algo muy difícil, tal vez ir a comprarle algunos dulces o algo similar. El moreno solo asintió con la cabeza, haciendo un ademán como para que el de ojos miel empezara el relato.

Como se había supuesto, el motivo de la pelea era algo trivial y sin importancia alguna, cuestiones hogareñas que ocurren en todos lados, pero para variar, con el carácter que se mandaban el rubio y su progenitora, había terminado totalmente enojados el uno con el otro y no quedaba mas remedio que esperar a que la tormenta se calme, mientras tanto tendría que hospedar al mayor, al menos su madre no se encontraba durante esas semanas, había salido de viaje por unos negocios y de paso a visitar algunos familiares.

Pero su madre no era lo que le preocupaba, si no otro hecho, uno el cual si llegaba a salir a la luz su vida y su relación con su mejor amigo darían un giro de 180°.

-Bueno, ya aclaré tus dudas. ¿Ahora me harías el favor que te pedí?

-¿Qué rayos es lo que quieres?- preguntó con fastidio estando más que seguro que sería algo con respecto a dinero y dulces para la madrugada.

El semblante del rubio cambió drásticamente, si antes llevaba una sonrisa tierna, incluso algo bobalicona pegada al rostro, ahora se encontraba totalmente serio, y su mirada lo delataba, definitivamente el favor no se trataba de dinero o dulces.

-Shin, ¿me harías el favor de contarme por qué estabas llorando antes de que yo llegara?- utilizó las palabras correctas para el momento indicado. Sí, la pregunta lo tomo algo por sorpresa, el estaba completamente seguro que el rojo y la hinchazón de sus ojos serían imperceptibles para cualquiera. Pero en vano ignoró el hecho de que Toma era una de las personas que más le conocía y podría ser capaz de detectar con facilidad ese tipo de cosas en él.

La cara de Shin era todo un poema, no sabía que decir, como reaccionar exactamente, y lo peor era que Toma lo seguía mirando con intensidad e insistencia, esperando impacientemente por una respuesta clara y certera.

Pero ¿Cómo? ¿Cómo podía decírselo? Era algo demasiado grave incluso para contársela a él, en especial porque el 100% de ese asunto tenía que ver con él. En cambio no tenía otra opción, conocía perfectamente al rubio, y sabía que no zafaría de aquella ni aunque se pusiese a hacer berrinches y pucheros.

Respiró profundo, como tomando un último impulso para lo que estaba a punto de hacer. Miró fijamente al rubio, mientras un fuerte rojo comenzaba a invadir sus mejillas y poco a poco todo su rostro, cosa que hizo que el mayor se comenzase a preocupar.

-Vamos dilo ya.- apuró más severo que comprensible.

-Llore por ti.- confesó mientras bajaba la mirada hacía abajo, pero esto no bastaba para el mayor, no entendía nada ¿Por qué el chico había llorado por el? Eso no tenía sentido, ¿cuándo había hecho algo para herirlo?

-Pero… no lo entiendo Shin, ¡explícate mejor!- demandó frunciendo el ceño sosteniendo al menor por el brazo.

Shin amagó con apartarse más no pudo, la fuerza de Toma evidentemente superaba a la suya, ya no había vuelta atrás, ese era el momento en el que debía decirlo.

-Lloré porque tengo un amor no correspondido, y ese eres tu… Toma, me gustas.