Hola! Ya estoy de vuelta y aquí está el primer capítulo de mi nuevo fic. Quizás sería bueno explicar esto antes de pasar a leer: se trata de dos historias que tienen cierta relación entre ellas. En un principio no lo parece. Este capítulo no es más que una brevísima introducción a ambas.

Una de las historias se ubica en el universo de One Piece mientras que la otra se desarrolla en un mundo parecido al nuestro.

La canción de este fic es Iris, de Goo Goo Dolls. Es una de mis canciones favoritas de la vida entera *-*

Disc. Los personajes de One Piece ni nada del maravilloso mundo de Oda sama *-* me pertenecen. Solo la trama(s) de este fic.

Advertencias: pues creo que por ahora nada. Mmmm…. Por ahí Zorro Junior me pidió más mimos y ternura en esta parejita y de hecho yo también tenía ganas de hacer algo así, más dulce, aunque eso no significa que renunciaré al DRAMA (por supuesto que no, eso sería negar mi propia esencia XD) no creo que se note en este primer capítulo pero probablemente en los demás sí.

Resumen: No sé quién eres. No sé de dónde vienes, ni a dónde vas. Pero al mismo tiempo te conozco. Y por algún motivo, solo quiero… deseo que sepas quien soy.

Iris

Capítulo 1: Calma y tormenta

Robin despertó esa mañana cálida y tranquila, pero a pesar de que todo estaba en orden, en su cabeza sintió una fuerte pesadez, causada quizás por un extraño sueño que había tenido. No recordaba mucho a decir verdad, solo imágenes sueltas que navegaban en su cabeza y a las que no conseguía dar coherencia, y por lo tanto no podía ponerles una historia ni una secuencia clara. Lo único que podía recordar era la sensación inquietante que se le había instalado sobre los hombros, amenazando con quedarse allí todo el día, de modo que decidió dejar de lado el asunto y buscar algo que hacer, que le ayudara a refrescar un poco su mente.

Comenzó por ir a la cocina a poner el café. Los movimientos de su cuerpo eran mecanizados, casi automáticos, y a decir verdad se sentía terriblemente adormilada y ausente. Se tomó el café y comió unas galletas mientras leía distraídamente una novela que estaba sobre la mesa. En cuanto terminó, arregló un poco la cocina y regresó a su habitación. Acomodó su cama y llevó a su librero algunos volúmenes que habían quedado esparcidos por el piso. Sacó de su ropero un pantalón, una blusa y su ropa interior.

Era una mañana calurosa y ya sentía el sudor viscoso bajando por su frente y sujetándose a sus sienes.

Tomó una ducha fría, sintiéndose casi en seguida liberada de esa sensación pegajosa que tanto le molestaba tener. Cuando salió, se secó rápidamente y se puso su ropa limpia.

Recorrió el cómodo departamento en que vivía, poniendo cada cosa en su lugar. Trató de recordar qué había hecho la noche anterior pero no pudo hacerlo. ¿Había tomado, quizás? No estaba segura, aunque era probable. No le dio importancia porque en ese momento había conectado un mp3 a unas bocinas, y el departamento se llenó casi en seguida de un blues relajante y sensual. Caminó de vuelta a su cuarto a paso lento, disfrutando del acariciante sonido. Se tomó dos horas leyendo distintos libros, cuyos temas pasaban por su mente tan rápido como sus ojos repasaban las líneas solo par ser olvidados pocos segundos después. No era un día bueno para su pensamiento, definitivamente, no conseguía concentrarse. Cuando vio la hora que era se levantó y se fue a la cocina una vez más para comenzar a preparar la comida del día. Decidió preparar algo de lasagna. Preparó la carne y también las verduras que usaría para la salsa. Después de alistarlo todo puso la lasagna en un molde, el cual metió al horno y luego activó una alarma. Hecho esto, volvió a sus lecturas. Para este momento, ya había pasado el medio día, era algo así como la una o dos de la tarde, no estaba segura.

Se sentó junto a una ventana, desde donde escucharía la alarma e iría a la cocina a sacar la lasagna del horno. Pasó varios minutos en ese mismo lugar pero ocurrió lo mismo de antes; no se podía concentrar. Cerró el libro que tenia entre las manos. Pequeños pedazos de sus sueños seguían asaltando a su mente de cuando en cuando pero seguía sin poder darles un orden lógico ni seguimiento.

Había leído que la mayor parte de los sueños que se tienen durante la noche suelen olvidarse al momento de despertar, pero ese no había sido el caso. Lo que sí era seguro…lo único que era seguro era que parte de la inquietud que los sueños le provocaban, era porque habían sido sueños vívidos, tan reales que, de haberlo querido, quizás hubiera podido tomar algo y despertar con ese algo firmemente sujeto en su mano, anclado al mundo real.

De modo que, pensando en eso, miró su mano. La puso frente a su cara y la sintió, era real. Su vista entonces cambió de enfoque, y empezó a ver entre sus dedos; más allá, a través de la ventana, vio a un hombre, caminando por la calle vacía.

No llamó mucho su atención hasta el momento en que notó que se tambaleaba. Entonces, lo primero que pensó fue que se trataba de un borracho. Sin embargo dedicó un momento a observarlo mejor. Tenía un par de heridas y sangraba. El hombre caminó hasta un punto donde Robin pudo ver su espalda. Ahí también tenía heridas, y su ropa estaba algo desgarrada. Dio un par de pasos más y finalmente se dobló, cayendo al suelo como un saco pesado de arena o de lo que fuera. Robin se alarmó pues no había nadie en la calle que pudiera ayudarle. Abrió la ventana y se asomó.

-¡Oiga!- gritó, esperando que no estuviera inconsciente- ¡Oiga! ¡¿Está bien?!- pero él no contestaba. Robin levantó el teléfono y llamó a emergencias, pero nadie atendió su llamada. Colgó y decidió que no podía dejar al hombre allí, tirado en el suelo. Fue a la cocina y tomó rápidamente una botella de agua del refrigerador (fue lo único que se le ocurrió) y salió como una bala del departamento. Bajó por las escaleras corriendo, no quiso esperar el elevador.

Abrió la puerta del edificio de un jalón y salió a la calle; seguía desierta, y el hombre seguía tirado, boca abajo en el suelo sin recibir ayuda de nadie. El sol estaba bastante fuerte. Ella se le acercó; se inclinó a su lado. Le tocó la cara y sintió su sudor empapando su frente. Trató de despertarlo y para ello, le refrescó el rostro con el agua fría de la botella.

El hombre apretó sus ojos y su cuerpo tembló mientras intentaba ponerse en pie. Ella se puso de pie también, al ritmo que él lo hacía, tratando de ayudarle a que no cayera. Él se volvió a tambalear, así que ella decidió que no podía dejarlo así, irse solo, a pesar de que él utilizaba todas sus fuerzas para obligarla a soltarle, a lo cual por supuesto Robin se negó en lo absoluto.

Con mucho esfuerzo, consiguió obligarlo a pasar un brazo alrededor de ella. Lo obligó también a afianzarse de ella y a caminar así, con pasos torpes, pero finalmente consiguió hacerlo entrar en su edificio. Presionó el botón del elevador, que tardó unos 10 segundos en llegar hasta ellos, y se introdujo en él con el hombre sujeto a ella. Presionó el botón para el tercer piso y por su mente pasó fugaz la pregunta de porqué estaba haciendo eso. Sin importarle mucho más, cuando el elevador se detuvo, siguió su camino, notando como el hombre parecía haber cedido y ahora solo caminaba con ella, cuando al principio en realidad no quería seguirla. Finalmente llegaron a su departamento, el cual no había asegurado bien al salir. Todo estaba en orden.

Llegaron a un enorme sillón que tenía en la sala, y allí lo dejó caer. Al parecer, en ese momento perdió la consciencia, porque ella lo miró y no se movía, no hacía ningún gesto, ni ruido alguno tampoco. Sin un solo atisbo de timidez o de duda, Robin le quitó la camisa y evaluó rápidamente la gravedad de sus heridas.

Como pudo, con ayuda de un botiquín de primeros auxilios, desinfectó, primero las heridas que tenía en brazos y después las que tenía en el pecho. Todos eran cortes, y al pasar el desinfectante por encima de las finísimas líneas rojas, ella misma se estremecía solo de pensar en lo mucho que debía doler. Él seguía sin quejarse.

Cuando terminó su labor, dejó a un lado los algodones y la medicina que usaba. Se dio un momento y lo observó un poco mejor, preguntándose qué le diría cuando abriera los ojos.

Reparó entonces en sus características físicas, en sus rasgos.

Tenía una piel morena de apariencia firme. Parecía dura y áspera, pero al tacto era como cualquier otra piel, hasta cierto punto podría decirse que era suave, y en esos momentos también estaba algo resbaladiza y viscosa por el sudor. Tenía un rostro de facciones firmes y fuertes, y en la inconsciencia, la boca cerrada con firmeza en un gesto de enojo y desdén. Tenía un cuello largo y bastante grueso, y todo su cuerpo seguía esta proporción. Robin adivinó que se trataba de un hombre rudo y fuerte, quizás problemático a juzgar por la cantidad de cicatrices que surcaban su cuello, su pecho, sus brazos, sus piernas.

A pesar de esto, un poco sorprendida con ella misma, Robin se dijo que lucía bastante apetitoso tal y como estaba. Todo en él respiraba virilidad hasta decir basta.

Tuvo que reírse de la ligereza de sus pensamientos. Ella no solía pensar en esas cosas, pero con semejante espécimen en su departamento, dormido, indefenso, con ese blues sugerente sonando de fondo, y el calor de ese día que sin que ella se diera cuenta se había convertido en tarde, era casi imposible pensar de otra manera.

Decidió alejarse y dejarle dormir. Se puso de pie y comenzó a ocuparse de su cuarto y de la cocina para distraerse de toda esa situación tan descabellada e impropia de ella.

Al cabo de un rato, sirvió dos platos con pasta y los acomodó sobre la mesa. Había pensado en comer sola, pero se dijo a si misma que sería una descortesía de parte suya no esperarlo a él para comer. A este punto, se dio cuenta de lo loco que aquello comenzaba a ponerse, ni siquiera sabía su nombre y ya le estaba poniendo un sitio en la mesa.

No le dio tiempo de considerarlo mucho. Se había dado la vuelta para tomar unos vasos para la bebida que había preparado, y al volverse a la mesa, lo vio parado allí, en la puerta. Al observar su mirada confundida sobre ella, le sonrió, pensando que quizás con eso conseguiría tranquilizarle un poco. No todos los días despierta uno en casa de una desconocida.

-¿Tienes hambre?- preguntó con tranquilidad, como si le conociera de toda la vida- preparé una lasagna.

Justo en ese momento, la alarma que había puesto timbró. Ella entonces abrió el horno y tomó sus guantes de cocina para sacar el refractario donde estaba la lasagna.

Él se le adelantó. Le quitó los guantes y la hizo a un lado, y sacó él mismo la lasagna del horno. Robin se percató de que se había vuelto a poner la maltratada camisa, y quizás dada la situación, era lo mejor.

-Gracias- le dijo cuando él dejó el refractario sobre la base de metal que ella utilizaba para ese fin-, siéntate, adelante. Vamos a comer.

Robin sirvió la lasagna y se sentó. Él se quedó de pie junto a la mesa, sin atreverse a moverse de donde estaba.

-Adelante, siéntate- insistió Robin, pero él la miró con desconfianza.

Ella bajó los cubiertos sin haber probado aún la comida.

-Lo lamento, esto debe ser muy extraño para ti. Mi nombre es Nico Robin- extendió su mano hacia él- hace un rato vi como te desvanecías en medio de la calle y bueno, alguien tenía que ayudarte.

-Roronoa Zoro-contestó él, dándole un seco apretón de manos.

-Bien, Zoro, ¿puedo llamarte así? Siéntate. Tienes que comer algo.

Zoro no le quitó los ojos de encima mientras se sentaba ante el plato de lasagna. Miró este atentamente por un par de minutos, y luego miró el vaso de jugo de uva fresco que estaba junto al plato.

-Te puedo jurar que no está envenenado- le dijo ella sin mirarlo. Luego bebió un poco de jugo ante la mirada interrogante que él le lanzaba.

Finalmente, para placer interno de Robin, él comenzó a comer. Permanecieron en completo silencio hasta que ambos terminaron, Zoro terminó antes que ella.

Se levantó, fue al fregadero y lavó tanto su plato como su vaso. Se retiró cuando ella llegó también allí a lavar los suyos. Robin vio por el rabillo del ojo cómo se refugiaba contra el marco de la puerta.

Ella se quedó allí de pie una vez que terminó y se secó las manos con una toalla. Respiró profundo y decidió seguir actuando como si nada sucediera.

-¿Porqué no…vas al sofá y descansas otro rato?- le propuso, volteando a verle con una sonrisa- cuando te encontré no estabas muy bien.

Él apenas levantó la vista ligeramente hacia ella. Negó con la cabeza de una manera apenas perceptible. Se le notaba confundido e incómodo.

-Bien, entonces dime dónde está tu casa para llevarte- le dijo mientras se aproximaba a la barra de la cocina, donde estaban las llaves de su auto. Antes de que las pudiera tomar, él negó de nuevo.

-No, gracias. Estaré bien- añadió, cortante. Robin lo observó una vez más, en parte interrogándose a sí misma porqué había ayudado a ese completo extraño, dejándolo entrar a su casa con semejante naturalidad, e incluso compartiéndole su comida. Suspiró en aceptación.

-¿Puedo preguntar al menos porqué estabas tan herido cuando te encontré?

Pero él se mostró completamente hermético. Robin asintió. Se sintió extraña, ridícula, pero por supuesto que no lo hizo notar.

Él se rascó la cabeza con incomodidad.

-Gracias por todo- dijo, al parecer sin encontrar otra cosa qué hacer. Ella asintió y dejó notar una pequeña sonrisa en su rostro mientras ponía algunas cosas de la cocina en orden. Cualquiera diría que era una obsesiva de la limpieza, pero es que no sabía en qué ocuparse para hacer el asunto menos incómodo.

-No importa. Ojala puedas dejarte ver alguna vez. Solo para estar segura de que te recuperaste bien de esto- y volteó a verle y de nuevo le sonrió.

Lo acompañó a la puerta, y una vez que desapareció por el pasillo, ella entró de nuevo al departamento.

Se asomó por la ventana, y ahí lo vio, salir a la calle con su ropa rasgada y ensangrentada, y sus heridas, bajo la luz cobriza del atardecer. Un atardecer caluroso, húmedo y soporífero, de esos que a ella tanto le disgustaban.

La pregunta que se hizo ahora fue… ¿qué tan bien hacía en dejarle ir solo?

Aunque quién sabe. Tal vez era alguna especie de maleante. Tal vez lo mejor fue dejarlo ir y no meterse en problemas. Tal vez tenía suerte de seguir con vida.

Pasaron varias horas. Cenó algo ligero para dormir bien. Como resultado de los sueños tan inquietantes que había tenido últimamente, había tenido también constantes distracciones, dolor de cabeza, y sus últimos tres o cuatro días habían sucedido como dentro de una nube. Se acostó entonces y se dispuso a dormir, no sin antes recordar que al menos algo interesante había sucedido ese día. Zoro.

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La tormenta había aparecido de la nada. No había razón de sorprenderse de más; sabían que el clima en ese lugar era tan impredecible que ni la misma Nami podía hacer mucho al respecto.

Pero aquello caía en la exageración. ¿Cómo era posible que lo que había empezado con una ligerísima tormenta terminara en el huracán que los golpeaba ahora?

Nami gritaba instrucciones para mantener el Sunny a flote aún a riesgo de quedarse totalmente afónica. Todos corrían de un lado a otro atendiendo sus indicaciones, pero de pronto una enorme ola se levantó, elevándolos por los aires para sacudirlos con una terrible caída.

-¡Ya olvídenlo!- gritó en algún momento la pelirroja- ¡sujétense de algo, rápido!

El barco no dejaba de moverse de un lado a otro y de saltar por encima de las olas.

Chopper, convertido a su "strong point", sujetaba a Ussop y a Brook contra la barandilla del barco. Franky estaba con Nami y Sanji, sujetándose del mástil mientras Zoro y Luffy estaban agarrados del poste de la torre de vigilancia. Robin estaba sujeta a la barandilla, pero de lado contrario de cubierta de donde estaban Chopper y los demás.

La lluvia no dejaba de caer con exagerada potencia y el barco no dejaba de zarandearse con el ir y venir de las olas. La situación comenzaba a tornarse verdaderamente mortificante.

Por la mañana, Ussop y Franky habían estado trabajando con un cañón. Este, junto con otras varias cosas, había sido amarrado para evitar accidentes. Sin embargo Chopper fue testigo del momento exacto en que las cuerdas cedieron y se despedazaron debido al terrible movimiento del barco. Apenas le dio tiempo de gritar cuando vio que el pesadísimo cañón iba directo hacia Robin.

La que sí pudo advertirle - o por lo menos intentarlo- fue Nami.

-¡Robin!- y entonces la arqueóloga, que estaba ocupada tratando de no ser expulsada del barco por una nueva ola que los elevaba por el aire, apenas tuvo tiempo de reaccionar para esquivar la enorme masa de metal.

Lo consiguió. El cañón rompió la barandilla debido al impacto y cayó al agua sin lastimar a la arqueóloga, pero ella resbaló. El Sunny brincó repentinamente y sus pies se separaron del piso. Quedó sujeta de la barandilla, pero con el resto de su cuerpo volando al aire del huracán cual bandera. Soltó un pequeño grito debido a la sorpresa.

-¡Robin, no te sueltes!- gritó Luffy mientras trataba de ir hacia ella, pero la siguiente ola se lo impidió. Esta no los elevó, al contrario, les pasó por encima, debilitando, gracias al agua del mar, a todos los usuarios a bordo, incluyendo a Robin, que sintió que cada vez sus dedos estaban más resbaladizos y débiles.

-¡Mierda, el tornado!- gritó de repente Sanji. Nami volteó. Justo a espaldas de Robin, un enorme tornado se había formado en el agua y ahora se acercaba peligrosamente al Sunny.

-No puede ser, ¡Robin, sal de ahí!- gritó la navegante, pero no pudo acercarse porque Sanji se negaba a soltarla mientras trataba de figurarse cómo ayudar a Robin sin desproteger a Nami, quien sin él no aguantaría estar agarrada al mástil por mucho más tiempo.

-¡Robin, sostente!- repitió Luffy, aún sin recuperarse por completo, decidido a hacer un segundo intento.

Antes de que consiguiera acercarse, ella se soltó de la barandilla. Pero igualmente, antes de que cualquiera pudiera gritar, una mano apareció, sujetando la de ella e impidiendo que se fuera con el viento.

-¡Zoro!- Robin lo miró. Él estaba sujeto con todas sus fuerzas de los pedazos rotos de la barandilla, y con la otra mano la sujetaba a ella. Sus manos húmedas por la lluvia se engancharon con insospechada fuerza.

Robin consiguió hacer florecer un par de manos más que la ayudaron a sostenerse mejor del brazo de Zoro.

Con toda la fuerza que tenía en ese momento, Zoro luchó contra el viento que los quería arrancar del barco, y jaló su brazo en dirección a su cuerpo. Si lo conseguía, Robin estaría suficientemente cerca para abrazarse a él, y así él podría sujetarse mejor de la barandilla.

Lo cual hubiera resultado sencillo. Pero el barco se meció de una manera tan violenta que creyeron que se voltearía de un momento a otro. El tornado se acercaba y las manos de Zoro, aunque poderosas, estaban resbaladizas por el agua y ya no aguantarían mucho más.

Un grito venido de Robin le heló la piel. La estaba lastimando con su agarre fuerte y desesperado, ¿O era que el viento quería arrancarla de él, con o sin brazo?

Todos gritaron. Otra ola los envolvió.

Zoro miró a Robin y tomó una decisión rápida; no iban a conseguir volver al barco los dos, el tornado se acercaba y las olas hacían cada vez más difícil mantenerse a flote.

Ante la mirada atónita de sus amigos, Zoro se soltó.

-¡Robin! ¡Zoro!- lo último que escuchó fue el grito desesperado de Ussop, que se perdió entre el sonido fúrico del agua. Mientras iban agarrados del viento, abrazó a Robin con fuerza con el fin de no perderse en la tormenta. Luffy nunca se lo perdonaría, Sanji y Nami tampoco, ni Chopper ni Franky ni Brook ni Ussop.

Tenía que protegerla, era su nakama y tenía que jugarse el cuello por ella si era necesario.

De pronto vinieron los golpes. No supo qué eran, ¿Piedras, objetos grandes, barcos? El hecho es que de pronto se sintió impactar contra ellos como si en lugar de agua estuvieran lloviendo rocas contra él. Le daban en la espalda y estaba seguro de que alguno de ellos había impactado a Robin a pesar de sus intentos por protegerla.

Entre la confusión, cayeron al agua, pero ni aún así consiguió un solo segundo de descanso. La corriente los llevaba de un lado a otro y tenía la sensación de que en cualquier momento perdería a su nakama.

Un fuerte jalón se lo llevó. Sus brazos se soltaron y con terror sintió el cuerpo de Robin deslizándose entre sus dedos.

El agua lo movió y lo hizo perderse por largo rato, sin que supiera dónde estaba, qué tan lejos de la superficie, sin poder nadar para luchar contra la corriente y sin tener idea de donde estaba Robin en ese momento.

Nunca antes recordaba haber estado en tal estado de caos y en tan poco dominio de sí mismo; el agua lo llevaba y lo traía por todas partes sin poder hacer nada al respecto. Le dolía el cuerpo de arriba a abajo y no tenía absolutamente ningún control. Tampoco estaba seguro de si estaba en el agua o en el aire, entre el remolino de viento y lluvia o entre las olas. No había nada de qué asirse y ni siquiera sus espadas le eran útiles en una situación así.

De pronto una enorme ola lo obligó a caer de espaldas golpeándose contra una roca. Por suerte esta roca estaba bien sentada en el suelo, de modo que él se sujetó de ella con todas sus fuerzas aún con las gotas de lluvia golpeándole la cara y las reminiscencias de las olas llegando a donde estaba él. Con toda la fuerza de la que pudo hacer acopio en ese momento, sacó la primera espada que pudo tomar y clavarla en ella para poder sujetarse mejor. Sintió cierto vago alivio al escuchar el fuerte ruido producido por el metal al penetrar en la dura piedra.

Respirando grandes bocanadas de aire pudo enderezarse y ver a su alrededor. Poco a poco su cerebro hizo un recuento de la situación; cuando menos se lo esperó, sus ojos repararon en una roca tan grande como en la que él estaba sujeto.

Arriba de la roca estaba Robin, recostada boca arriba sin moverse. Fue entonces que Zoro recordó exactamente todo lo que había pasado. En su mente hizo un cálculo rápido de todo lo que estaba sucediendo en esos momentos; qué tanto peligro corría, cuanta fuerza le quedaba, qué riesgos valía la pena tomar. Miró su espada clavada en la roca y calculó qué distancia había entre él y Robin en ese momento. Debían ser unos diez metros entre roca y roca. El mar seguía embravecido.

Por un lado sintió alivio de haberla localizado, pero por otro lado, estaba muy inquieto por la furia de la tormenta y por el hecho de que ella no se movía. La inquietud se transformó en alarma cuando se dio cuenta de que Robin, en su inconsciencia, comenzaba a deslizarse hacia abajo; en cualquier momento caería sin remedio al mar.

Zoro hizo un nuevo cálculo mental. ¿Cuáles eran las posibilidades de que luchara contra el agua para conseguir llegar hasta Robin? Débil como estaba…con el agua moviéndose con tanto desenfreno...

Pero no podía dejar a Robin así y ya que había corrido el riesgo antes, no se iba a echar para atrás ahora. Respiró profundo antes de desclavar su espada de la roca y envainarla de nuevo. Se lanzó al agua y una vez que se sumergió el fuerte oleaje se lo llevó arrastrándolo por varios metros. Braceó como pudo sin hacer casi ningún avance, pero para su suerte poco a poco fue retomando el rumbo hacia la otra roca. Pudo ver como los pies de su nakama casi llegaban al agua. En cuanto sucediera, no habría salida, las olas se la llevarían con ellas sin remedio.

De modo que Zoro braceó y pataleó aún con más fuerza. Cuando consiguió acercarse, repitió lo de antes, sacó una de sus espadas y la clavó en la roca. Con ella se afianzó con suficiente fuerza.

Alcanzó a estirar su brazo justo en el instante en el que ella se deslizaba por completo. La alcanzó a sujetar de un brazo apenas.

Escaló trabajosamente por la roca, jalando el cuerpo de su nakama hacia arriba para alejarla del alcance de las olas.

-Mujer…- le llamó. El agua seguía cayendo, pero no estaba seguro si era producto de la lluvia o si eran las olas que al golpearse entre ellas con furia los bañaban como si fueran una tormenta- Mujer…-repitió, preguntándose cuanto tiempo llevaba ella allí, si habría tragado agua…si el mar le había hecho algún daño.

Era una usuaria después de todo, y había sido testigo en el pasado de como el agua del mar afectaba a Luffy, a Chopper, a Brook y a ella.

No estaba seguro de qué más podía hacer. Con sus espadas quizás, aguantar allí hasta que cesara el huracán. Sin embargo no pudo pensar en hacer absolutamente nada más. Vio con horror como una enorme ola se formaba mar adentro. Iba a golpear contra ellos, contra la roca. ¿Qué podía hacer?

Pensó en usar su cañón. Pero la sensación de que se resbalaba de nuevo de la roca, junto con Robin, lo detuvo. Eso sin mencionar que estaba exhausto. Había peleado por largo rato en contra del agua y ese era un oponente aún más difícil que los que le había tocado enfrentar. No estaba muerto de puro milagro.

Decidió intentar ir con la ola. Sujetaría a Robin con toda la fuerza que le quedaba y se mantendría a flote junto con ella. Debía haber cerca de allí alguna playa, ya que notó que había más rocas cercanas, además las olas tarde o temprano tendrían que desembocar en alguna parte. Pensando en esto, abrazó a Robin firmemente contra su cuerpo. En cuanto vio que la ola llegaba, envainó su espada de regreso y se dispuso a respirar profundamente otra vez. La enorme ola llegó hasta ellos y sin soltar a Robin, Zoro se dispuso a nadarla. Se hizo a la idea de la fuerza que iba a enfrentar y de manera apenas consciente apretó un poco más a la arqueóloga con su brazo.

En cuanto la ola lo golpeó, puso en marcha su plan. Comenzó a bracear con toda la fuerza que podía. Logró salir a la superficie, y mantener a la mujer a flote. De nuevo las olas lo golpearon, y de nuevo se lo llevaron sin que pudiera hacer gran cosa por detenerse, o por mantenerse en una ruta fija.

Nunca había hecho algo así antes. Y pensar que apenas un rato antes, por la mañana, todo era tan tranquilo…

Cuando despertó, el cielo seguía nublado sobre él. Unas gotas de ligera llovizna caían sobre sus ojos y toda su cara obligándolo a despertar casi por completo. Movió sus dedos y sintió bajo ellos y bajo la palma de sus manos los granos de arena húmeda. Escuchó el mar tranquilizándose. Sintió una pequeña ola deshacerse a sus pies.

Movió una de sus manos y tanteó la empuñadura de sus espadas; eso lo devolvió un poco a la realidad.

Volteó hacia su derecha. Tendida en la arena, lo mismo que él, estaba su nakama a un par de metros. Pero ella seguía inconsciente. Zoro se arrastró un poco. No podía pararse. Con sus brazos se deslizó por la arena hasta que llegó a ella. Apretó los dientes, la voz tampoco le daba para mucho. La tomó de la cara y la hizo ladear la cabeza.

-Mu…mujer…Robin…Robin…-, la llamó, débilmente. Comenzaba a sospechar lo peor, cuando increíblemente ella comenzó a toser y de sus labios salió el agua que había tragado durante toda esa travesía.

Ella abrió sus ojos sin que el agua dejara de salir de sus labios. Miró a los ojos de Zoro y su mano pareció buscarle desesperadamente. Consiguió sujetar uno de los fuertes brazos del espadachín, pero éste ya no consiguió moverse ni decirle nada. Estaba demasiado cansado, y aliviado de ver que ahora ambos se encontraban a salvo en una playa. Lo último que vio fue que los ojos azules de la arqueóloga se cerraban con cierto alivio, y entonces cerró los suyos también, quedándose profundamente dormido.

Continuará…

Creo que eso es todo por hoy.

Espero poder tener otro capítulo pronto.

Besos! Nos leemos n.n

Aoshika October