Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Qué más quisiera…
EN EL AMOR Y EN LA GUERRA.
Nota de la autora
Aquí estoy otra vez con una nueva historia de mis personajes favoritos, Hermione, Harry, Sirius y Remus. Antes de empezar, aclararé que para mí el epílogo de Rowling es el truño más horroroso jamás escrito, y que para mí, directamente no existe, o sea, que claramente lo ignoro. Rowling debería escribir un tratado sobre cómo destrozar, en un manojo de páginas, siete libros maravillosos y varios años de trabajo y creatividad abrumadora. Si escribiese sobre los personajes varios años después del último libro y no pudiese escribir sobre Sirius ni Remus, me aburriría como una ostra y, sinceramente, escribo para divertirme. Para evitar grandes lapsos de tiempo sin actualizar, voy a ir escribiendo los capítulos por adelantado, y, cuando tenga al menos un par de ellos escritos, iré subiéndolos, para que así en períodos de mucho trabajo (eso que hacemos cuando no escribimos fics y que nos da de comer) no tendré a los lectores demasiado hambrientos.
Si escribo otra vez es porque lo echo terriblemente de menos. Escribir me relaja y me entretiene, y a veces me encuentro leyendo un fic y pensando cómo orientaría yo la trama. Este fic transcurre pasados diez años desde la batalla final. Todo es como en los libros, excepto que ni Remus ni Tonks murieron durante la batalla. Teddy tiene padres, por lo tanto, y su padrino es Harry. Sirius murió en el Departamento de Misterios, como en los libros pero no como en la película. O sea, que Bellatrix le lanza un hechizo (con un halo de luz roja y no verde) y no un avada, y al ser impactado por el hechizo cae a través del arco y desaparece. Por lo demás, todo es igual. Hasta el beso de Hermione y Ron, aunque los que han leído mis fics saben que no es una pareja que me entusiasme.
Prólogo: Un misterio en el Departamento de Misterios
Wilfred Pomeroy, un jovenzuelo alto y desgarbado que llevaba tan sólo diez meses trabajando como aspirante a inefable en el Departamento de Misterios del Ministerio de Magia, se paró por segunda vez en uno de los escasos descansillos de la escarpada escalinata por la que bajaba. Llevaba un mensaje muy importante para la mujer que ostentaba el más alto cargo dentro de los inefables, pero como todo lo que los rodeaba, su cargo era tan secreto que ni siquiera tenía nombre. Igualmente, todo el mundo sabía que ella era la que mandaba, de modo que tampoco era tan necesario denominar de alguna forma al poder que ostentaba.
Tomó aire de nuevo y llegó a una de las oscuras salas del Departamento de Misterios. Puertas, pasillos, más puertas… diez meses ya y todavía podía perderse si no fuese porque los recién llegados debían pasarse una semana memorizando pasillos, puertas, falsas puertas, falsas paredes y trampillas escondidas. A los novatos se les contaba la espeluznante historia de Tadeus Scatter, un adolescente especialmente despistado que había acudido allí acompañando a su padre y que había desaparecido inexplicablemente, pasando a formar parte del conjunto de misterios del departamento. Aquello había pasado hacía ya unos buenos veinte años, y parecía que cada año se añadía un truculento detalle a la historia. La última versión que había oído mencionaba un zapato de Scatter encontrado dentro de la Cámara de la Muerte, mientras otras sugerían que se había encontrado sangre del niño salpicando las paredes de uno de los pasillos. Un tal Igius Croaker, un cínico y curtido veterano del departamento, le había confesado entre chascarrillos que él no se creía una palabra de la historia, y que probablemente la familia había hecho "desaparecer" al chaval enviándolo a otro colegio, insinuando veladamente algún embarazo adolescente no muy deseado.
"Te veo un tanto congestionado, Pomeroy"
El joven Wilfred se giró bruscamente. Frente a él estaba la puerta de la Cámara de la Muerte, por la que salía en aquel momento Charles Bode, otro veterano inefable curtido en las dos guerras contra El-que-no-debe-ser-nombrado. Alto y ligeramente corpulento, con canas plateando elegantemente las sienes, Bode era de los pocos que podía tratar de tú a tú a su jefa. Ni que decir tiene que Pomeroy se sentía intensamente cohibido en su presencia.
"Traigo un mensaje para…" –jadeó-; "…para…"
Bode lo miraba con postura indolente, enarcando la ceja derecha.
"Ella está dentro, con Croaker, Bizarre, Kutchinsky y Bradley. Si no es algo urgente, más vale que no la molestes" –le advirtió con gesto impasible.
"Es el Elegi… el señor Potter, señor" –farfulló Pomeroy poniéndose rojo. Todo el mundo sabía que Potter no soportaba que le llamasen "El Elegido", pero si había alguien que despreciase más el mote del Salvador del Mundo Mágico, esa era su inseparable amiga Hermione Granger. Era oír "El Elegido" y parecía que le saliese humo de las orejas. "Está arriba, en el despacho de la señora Granger, y dice que necesita verla urgentemente. Dice que…" –vaciló, asustado de sus propias palabras. "Dice que si no la avisamos enseguida bajará él mismo a buscarla".
Bode pareció sopesar las palabras de Pomeroy, alzando ligeramente la cabeza. A continuación negó ligeramente, se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos hacia la puerta de la Cámara de la Muerte. Hizo un elegante gesto a Pomeroy para que lo acompañase y abrió con cuidado la puerta, dejando que el otro pasase antes que él. El joven novato entró con gesto reverente a lo que probablemente fuese el único lugar del Ministerio capaz de ponerle a cualquiera la carne de gallina, el centro alrededor del cual giraba todo.
Bode lo empujó suavemente y descendió con él algunas gradas que conducían al pozo central, en el cual se situaba el estrado con el gran arco de piedra parcialmente tapado por un cortinón negro hecho jirones. Rodeando al arco estaban cinco personas. Una de ellas era una joven de entre veinticinco y treinta años, con el voluminoso cabello castaño recogido en una coleta de la que se habían soltado algunos mechones, vestida con unos vaqueros y una camiseta de cuello de pico, unas botas por fuera de los pantalones y un pañuelo en el cuello. Del bolsillo trasero de sus tejanos asomaba su varita, pulida y reluciente, y estaba cruzada de brazos, mirando pensativa el inmenso arco de piedra. A su lado, Igius Croaker, un londinense enjuto de pelo blanco y bigote recortado, impecablemente vestido con un traje de tweed y pajarita; al otro lado de la joven de los vaqueros reconoció a Adelphia Kutchinsky, una mujer morena rondando la treintena, con el pelo negro y rizado y una nariz respingona, vestida con un vestido suelto de lunares, botas militares y una bufanda de mariposas bordadas, y al otro lado del arco vio a Zebina Bizarre y Reginald Bradley, una mujer rubia vestida completamente de negro y un hombre pelirrojo de la edad de Kutchinsky. Todos estaban callados y miraban fijamente al arco.
Bode miró al joven con una sonrisa torcida, animándolo a entregar el mensaje que traía, pero era evidente que Pomeroy estaba aterrorizado de interrumpir aquella solemne reunión. Si Bode lo intimidaba, la figura más importante de los inefables, y probablemente el tercer cargo más importante del mundo mágico, después del Ministro y de Potter, lo aterrorizaba hasta la parálisis.
"Hermione, creo que Potter amenaza con bajar hasta aquí si tú no subes" –interrumpió Bode con un suspiro, viendo que Pomeroy parecía a punto de hacerse pis encima.
La joven de los vaqueros se giró lentamente, su rostro ligeramente sonrosado, y miró interrogante a Pomeroy.
"Eh… sí, eh… el señor Potter… está arriba, señora Granger, en su despacho, eh… y… bueno…" –balbuceó Wilfred mientras sentía cómo los de abajo lo miraban fijamente y a sus espaldas notaba la mirada burlona de Bode fija en su cogote-; "…eh… el señor Potter ha dicho que precisa verla con urgencia, señora Granger, y… eh…"
"Creí haber dicho claramente que es preciso impedir que el señor Potter acceda al Departamento de Misterios, Pomeroy" –precisó Hermione al tiempo que les hacía a los otros un gesto imperceptible de la cabeza como despedida y comenzaba a subir las gradas de piedra desde el pozo en que se encontraba.
Pomeroy abandonó la postura atemorizada para pasar directamente al pánico.
"Eh, sí, señora Granger, pero… eh… el señor Potter… eh… bueno, cuando él viene a buscarla es bastante… eh… en fin…" –vaciló el joven novato-; "…el señor Potter no acepta un no por respuesta, señora Granger…"
"Lo que Pomeroy quiere decir es que el jefe de aurores Potter es un grano en el culo cuando viene a verte, Hermione" –precisó Bode con su ceja derecha nuevamente enarcada. "Nos está costando lo que no está escrito mantenerlo alejado del Departamento de Misterios cada vez que asoma su Ilustrísima Nariz por tu despacho y tú no estás".
Hermione hizo un vago gesto con la mano.
"Lo sé, lo sé, pero es importante mantenerlo lejos de esto de momento, Charles" –repuso la inefable dándole una palmada amistosa a Pomeroy cuando llegó a su altura, haciendo que el ritmo cardíaco del joven Wilfred oscilase nuevamente entre la taquicardia y la parada cardiorespiratoria. "Dejádmelo a mí, voy a ver qué es lo que pasa" –consultó su reloj de pulsera y se giró hacia el grupo que la esperaba en el foso. "Vamos a hacer un descanso para comer y después seguiremos" –miró de nuevo a Charles Bode. "Cerrad la puerta con todos los hechizos de seguridad. Que Pomeroy se quede fuera vigilando" –añadió mirando a Wilfred. "Si el señor Potter o cualquier otro aparece por aquí, mis órdenes son inequívocas: nadie tiene permitida la entrada a la Cámara" –puntualizó, clavando los ojos en el aterrorizado Pomeroy, que probablemente preferiría que un basilisco con rabia le devorase las vísceras a dentelladas antes que desobedecer una orden de Granger. Pasó junto a los dos hombres y salió de la sala cerrando la puerta con cuidado a sus espaldas. Los cuatro que estaban en el foso iban subiendo las gradas en silencio, hasta que llegaron a la altura donde los esperaban los otros.
"Menos mal, estaba a punto de ponerme a gritar de frustración" –ronroneó Kutchinsky al tiempo que se desperezaba y guardaba la varita dentro de una de sus voluminosas botas militares.
"Hombre, Pomeroy, ¿qué haces por aquí, jugando con cosas de mayores?" –le preguntó Croaker al joven guiñándole un ojo.
"Deja al pobre, que bastante le debe haber costado mantener al Elegido a raya" –bromeó Bode peinándose con la mano. "Vámonos a comer. Supongo que Granger lo mantendrá ocupado durante un rato. Si aparece por aquí, muérdele un tobillo" –le aconsejó haciéndole una seña a Pomeroy, que volvió a ponerse rojo como la grana.
"A mí no me importaría morderle un tobillo al Elegido… u otras cosas" –suspiró Kutchinsky mientras Zebina le daba un codazo amistoso. "Pero me da que él preferiría morderle los tobillos a Granger".
"¿Pero no sale con esa Weasley? ¿La buscadora de las Holyhead Harpies? –preguntó Bradley con interés.
"Eso dice "Corazón de Bruja", pero cualquiera sabe" –atajó Zebina Bizarre con un gesto. "También dijo que era cuestión de tiempo que Granger y Ronald Weasley se prometiesen y aún estamos esperando".
"Weasley tampoco está mal" –concedió Kutchinsky-, "pero no me van demasiado los pelirrojos" –añadió mirando con un gesto de disculpa a Bradley.
"Me temo que para Weasley tampoco eres su tipo: le van más las castañas que las morenas" –terció éste con sorna.
"A otros también les van las castañas" –contraatacó Kutchinsky enarcando las cejas en dirección a Bradley.
"Chicos, chicos, que vamos a asustar a Wilfred" –soltó Croaker chasqueando la lengua. "Va a pensar que no respetamos a la jefa".
"Pues claro que respetamos a Hermione" –aclaró Bode con un suspiro, apoyando una mano grande con una pulcra manicura en el hombro de Pomeroy, que se parecía cada vez más a un tomate maduro. El resto del grupo salió por la puerta de la cámara, todavía enfrascados en sus despreocupadas conjeturas. "Hijo, ella es la más joven del equipo pero también la más brillante… probablemente es la bruja más brillante e inteligente que he conocido en mi vida… y este hatajo de cotillas que ves aquí lo sabe perfectamente y no dudarían ni un momento en acatar una orden suya. Pero… " –Bode hizo un gesto de resignación, pasándose la mano por el cabello-; "a veces parecen un grupito de adolescentes con las hormonas en plena ebullición".
"¡Te estamos oyendo, Charlie!" –retumbó la masculina voz de Bradley desde el otro lado del pasillo.
"¡Y no nos gusta un pelo lo que oímos, Bode!" –añadió Adelphia Kutchinsky con tono condescendiente.
El maduro inefable volvió a suspirar.
"En fin, ya lo irás viendo tú mismo, Pomeroy".