Aquí estoy otra vez con ustedes después de tanto tiempo...espero y les guste esta nueva adaptación, ya saben ... los personajes ni la historia son míos yo solo la estoy adaptando...
Chantaje Amoroso
Prologo
¿Qué mejor manera de vengarse de una traición que seducir a la mujer del traidor? El rico y poderoso Edward Masen había ideado el plan perfecto para conseguirlo. Sabiendo que Isabella Newton no tendría manera de saldar la deuda de su difunto esposo, Edward le exigió el pago del préstamo... y la chantajeó para que se convirtiera en su amante.
Pero entonces descubrió que Isabella estaba embarazada... de su enemigo.
La venganza es tan dulce...
Capítulo 1
-Por fin nos encontramos, señora Newton -Edward Masen clavó sus ojos verdes en unos fantásticos ojos color chocolate. Y, en ese instante, la deseó. Con una pasión tan absurda como inesperada.
La mujer pareció alarmada, pero después, enseguida recuperó su aparente tranquilidad.
-Siento molestarlo...
¿Molestarlo? Isabella Newton irradiaba un atractivo sexual que lo tenía agarrado por... el cuello.
-Señor Masen, me envió usted una carta exigiendo el pago de un préstamo que, según dice, mi marido y yo...
De repente, Edward se puso furioso con ella por ser tan hermosa por fuera y tan deshonesta por dentro. Conocía bien a ese tipo de mujer. Mike Newton le había dicho que su esposa era una fantástica actriz y que, con su aspecto inocente, podría sacarle a un hombre todo lo que tuviera.
Él no era tan tonto como para creer todas las cosas que decía Mike Newton, pero una mujer que había estado casada con un tramposo tenía que ser una tramposa también.
-Se refiere a su difunto marido, supongo.
-Mi difunto marido, sí -asintió ella-. Sobre esa carta... dice que le debo doscientos mil dólares, pero no sé a qué se refiere.
-Venga señora Newton. Lo que ha pensado es que podría convencerme para no pagar la deuda que tiene contraída con mi empresa.
Isabella Newton parpadeó, confusa.
-Pero es que yo no sé nada de esa deuda. Tiene que ser un error.
¿Y él tenía que creer eso?
_no se haga la tonta.
Sus mejillas se cubrieron de rubor, dándole un aspecto inocente. O culpable. Aunque una persona sólo podía sentirse culpable si tenía conciencia. Y dudaba de que aquella mujer la tuviera.
-Le aseguro que no me estoy haciendo la tonta, señor Masen.
-Su marido nos aseguró también que nos pagaría el dinero que le prestamos -Edward empujó unos papeles hacia ella-. ¿No es ésta su firma, al lado de la firma de su marido?
Ella dio un paso adelante para mirar el papel y se puso pálida.
-Parece mi firma, pero...
Ah, ahora va a decir que ella no lo ha firmado. Mike tenía razón sobre su mujer. No iba a admitir nada, ni siquiera teniendo enfrente la prueba de su culpabilidad.
-Es su firma, señora Newton. Y me debe doscientos mil dólares.
-Pero yo no tengo ese dinero.
Edward lo sabía. Después de una exhaustiva investigación había descubierto que tenía exactamente cinco mil dólares en una cuenta allí, en Darwin. El resto eran cuentas vacías repartidas por toda Australia. Y empezaba a sentir pena por el pobre hombre que se había casado con ella.
Claro que era preciosa.
Y ese cuerpo...
Edward admiró el sencillo vestido rosa con chaqueta a juego y las torneadas piernas.
Bonitas.
Muy bonitas.
Estaría muy seductora en una bañera llena de espuma, con la rodilla levantada, el agua cubriéndole justo la altura del pecho. La imagen lo excitó sobremanera. Sí, necesitaba una mujer. Pensó.
Aquella mujer.
-Entonces quizá podemos llegar a un compromiso – dijo, echándose hacia atrás en el sillón.
-Quizá podría pagarle poco a poco. Tardaré algún tiempo, pero…
-No es suficiente –la interrumpió él. Sólo había una manera de pagarle.
-¿Entonces?
-Tendrá que ofrecerme algo mejor.
-No le entiendo…
-Es usted una mujer bellísima, señora Newton.
Ella levantó los ojos un momento y Edward vio el latido de una venita en su cuello.
-Soy viuda desde hace dos meses, señor Masen. ¿Es que no tiene usted vergüenza?
-Aparentemente, no –contestó él.
-Pero debe decirme cómo puedo pagarle. Ahora mismo no tengo dinero.
Ah sí. Dinero. Eso era lo único que le importaba.
-Lo siento pero no voy a darle un céntimo hasta que me haya pagado el total de la deuda.
-¿Darme dinero? Yo no quería decir…
-Sí quería decir.
Ella pareció atrapada un momento, pero enseguida se recompuso.
-Sí, claro, por supuesto. Aceptaré todo el dinero que me dé. Eso es lo mío, ¿no?
-Sí, es usted buena sacando dinero a los hombres.
-Me alegro de que pueda leer mis pensamientos. Y espero que pueda leer lo que estoy pensando en este momento.
-Una señora no debería pensar esas palabrotas –sonrió Edward.
-Una señora no debería tener que soportar un chantaje.
-Chantaje es una palabra muy fea, Isabella –Edward deslizó su nombre como le gustaría deslizarse sobre ella en la cama-. Yo sólo quiero lo que es mío.
Y aquella mujer debía ser suya.
Ella apretó los labios con fuerza.
-No, usted quiere venganza. Lo siento, pero no puede culparme a mí por los errores de mi marido.
-¿Y tus errores, Isabella? Tú misma firmaste este documento, ¿no es así? De modo que estás obligada a devolver lo que has pedido.
-¿Con mi dinero o con mi cuerpo?
Él levantó una ceja.
-Me preguntó cuántas noches tropicales pueden comprar doscientos mil dólares… quizá tres meses…
Cara, sí, pero él pagaría esa cantidad por una sola noche con ella.
Isabella lo miró, incrédula.
-Tres meses! ¿Pretende que me acueste con usted tres meses?
Edward miró su boca. Tan perfecta.
-¿Te parece mucho tiempo? Te garantizo que no sería tan difícil –contestó, mientras la fragancia de su delicado perfume le llegaba desde el otro lado de la mesa-. Pero no es eso: tengo muchos compromisos y me vendría bien contar con una…una acompañante.
Isabella se levantó.
-Señor masen, está soñando si cree que voy a entregarle mi tiempo… o mi cuerpo a un hombre como usted. Le sugiero que busque una mujer que agradezca su compañía.
Y después de decir eso se dio la vuelta y salió del despacho.
Edward la observó con expresión cínica. Luego se levantó del sillón para mirar el puerto desde el ventanal de Masen Towers. Le había gustado su respuesta, por falsa que fuera. Sí, Isabella Newton era muy diferente a las mujeres con las que había salido últimamente, que lo dejaban frío con su desenvoltura para meterse en la cama.
Pero Isabella era más una pecadora que una santa. Su resistencia sólo era un juego, uno al que ya había jugado con su marido. Por lo que le había dicho Mike Newton, ella lo había obligado a gastar grandes sumas durante su matrimonio, aunque dudaba que Mike hubiera necesitado que nadie lo empujase. Evidentemente, se merecían el uno al otro. No, no olvidaría que había sido de Mike Newton y que, entre los dos, le debían doscientos mil dólares. Eran tal para cual.
Murmurando una palabrota, Edward volvió a su escritorio sabiendo que tenía una mañana de videoconferencias con el personal de Sídney y Tokio. Y, sin embargo, por una vez no le apetecía trabajar. Ni siquiera lo animaba la adquisición que haría al día siguiente.
Prefería otro tipo de adquisición, la de una mujer de preciosos ojos cafés, pelo castaño y cuerpo de pecado.
A pesar de sus protestas, la convertiría en su amante. Y sin duda, ella vendería su alma por la oportunidad de compartir sus millones.
Isabella seguía temblando cuando entró en su apartamento. Vivía en un paraíso tropical, en Darwin, una vibrante capital al norte de Australia, pero ahora había una serpiente en el paraíso llamada Edward Masen.
Debía estar loco si pensaba que iba a pagar las deudas de Mike y las suyas.
Tragando saliva, se dejó caer sobre el sofá de piel negra. ¿Por qué habría falsificado Mike su firma en aquel documento? Porque era una falsificación. Incuso recordaba cuando su difunto marido intentó convencerla para que firmase cierto documento. Le dijo que era una cuestión de negocios y que necesitaba su firma… pero no quiso explicarle qué era y ella se sintió incómoda, de modo que decidió perderlo. No había vuelto a oír nada más sobre el asunto. Una pena que no lo hubiera leído antes de tirarlo.
Doscientos mil dólares! ¿Para qué los querría? ¿Lo habría hecho más veces? Eso hizo que se preguntara si de verdad conocía a su marido.
Aunque Edward masen no la habría creído si le hubiera contado la verdad. Evidentemente, pensaba que era tan culpable como Mike.
Isabella tuvo que parpadear para contener las lágrimas. Aquel debía ser un nuevo principio para ella. Después de tres años soportando a Mike y a su madre, por fin era libre y por fin podía vivir sola. Vivir con su suegra había sido horrible, pero tras la muerte de Mike, Carlota había intentado manipularla como había manipulado a su «Mickey». Y, sintiendo compasión por ella, Isabella se había dejado manipular demasiadas veces.
Pero, al final, decidió que ya era suficiente. Un amigo de Mike le había ofrecido aquel ático por un alquiler irrisorio y firmar el contrato le había quitado un peso de encima. Era un sitio precioso y se sentía feliz allí. Le encantaban el espacioso salón, la cocina y la terraza que daba al mar, rodeada de tal belleza sintió que podía respirar otra vez. Sí, eso era exactamente lo que necesitaba y, además, era sólo suyo. Durante un año, al menos.
Y ahora esto.
Ahora le debía doscientos mil dólares a la compañía Masen y no sabía cómo iba a pagarlos. Pero los pagaría. No se sentiría bien si no lo hiciera. Mike había pedido el dinero prestado y ella era su viuda…
Pero los cinco mil dólares que había ahorrado de su trabajo a tiempo parcial no eran nada. Y no pensaba darle ese dinero a Masen. No podía hacerlo. Era la única seguridad que tenía, en una cuenta de la de Mike no sabía nada. Afortunadamente. Él no quería que fuese independiente, de modo que había tenido que pelear mucho con Mike y con su madre para conservar su trabajo.
Tendría que encontrar alguna manera de pagar ese dinero, pero no acostándose con Edward Masen. Aunque no podía negar que su corazón se había acelerado al verlo.
El magnate era muy bien parecido. Más que eso, tenía unos rasgos tan masculinos que acelerarían el corazón de cualquier mujer.
Alto, fuerte, sexy. Con unos hombros que a una mujer le gustaría acariciar y un espeso pelo cobrizo en el que una mujer querría enterrar los dedos.
Quizá algunas mujeres no habrían dudado en acostarse con un hombre de preciosos ojos verdes, boca firme y aspecto descaradamente sensual. Pero para ella era una cuestión de supervivencia.
Edward masen era uno de esos hombres que daba una orden y esperaba que todo el mundo la obedeciera al instante. Pero ella había pasado tres años sintiéndose asfixiada por un hombre que quería controlarla en todo momento y no pensaba volver a mantener una relación así… por mucho dinero que tuviera Edward Masen.
Espero y les guste, estaré subiendo los capítulos, dependiendo de lo reviews...o a diario, si me da tiempo.
Nos leemos en el siguiente...