El amor no mira con los ojos, sino con la mente
Disclaimer: Psycho-Pass y sus personajes no me pertenecen. Las citas usadas y referenciadas pertenecen respectivamente a William Shakespeare, Vladimir Nabokov y Nicolas Boileau.
—Me pregunto por qué...
Es un comentario casual, que no demuestra más que una ligera curiosidad por sí solo y que no captaría su atención normalmente.
Esta vez, sin embargo, fue la respuesta a la noticia de un hombre, un profesor, que fue detenido por el Departamento de Seguridad Pública, un hecho no tan extraño como a muchos les gusta creer, y aun cuando normalmente la justificación del estado de su Psycho-Pass es suficiente para que nadie haga preguntas, esta vez no parece serlo.
—Dicen que su esposa estaba enferma.
—Pero ¿sólo por eso?
Shougo corre un poco su silla en diagonal, logrando con ello que la mesa en la que toma lugar la conversación quede frente a él.
En ella, dos jóvenes chicas están intercambiando una mirada inquieta y otra está inclinada contra la mesa, con sus brazos sobre dicho objeto y su cabeza gacha.
—Akane-chan —dice una de las chicas que Shougo puede ver, de cabello negro y anteojos, con un tono cansado y una expresión de abierto desasosiego—, simplemente se lo llevaron porque su pase se nubló y necesita terapia.
—Pero era un buen profesor —replica Akane y aunque después de eso permite que sus amigas dirijan la charla a otros sucesos del colegio en el que estudian, cuando se levantan y Shougo finalmente puede ver su rostro, luce pensativa.
Sus grandes ojos marrón parecen perdidos en la nada mientras sus amigas hablan de ir ahora a hacer compras y cuando pasa por el escáner más cercano, junta a la salida del café, la voz robótica y dulzona anuncia que su pase está claro; a sus amigas les recomienda que pasen una tarde relajada para disminuir su nivel de estrés.
Eso podría significar nada, tal como podría significar mucho y a Shougo le gusta investigar y encontrar una respuesta a los interrogantes que se le presentan, por lo que paga su café y las sigue con parsimonia, sin preocuparse por mantener la distancia.
Nadie que camine en medio de las calles patrulladas por robots automatizados sospecha de los que lo rodean, cobijados como están en una falsa seguridad, y las chicas no son una excepción.
Es casi decepcionante que ni siquiera Akane mire por encima de su hombro para cerciorarse de que no corren ningún peligro una vez llega la noche y la cantidad de personas en la zona comercial disminuye e incluso cuando se despide de sus amigas, varias horas después, permanece tranquila mientras aguarda sola por su tren.
Ella se comporta como cualquier otra persona en el país, un animal de un rebaño que incluso ha olvidado algo tan básico como lo es la cautela, mas el que observe uno de los robots de la estación con su cabeza inclinada y su ceño ligeramente fruncido lo hace pensar que quizás valió la pena seguirla.
Es eso lo que tiene en mente cuando se acerca hasta llegar a su lado, sin tratar de ocultar sus pasos en el proceso. Ella no desvía sus ojos hacia él en ningún momento.
—La curiosidad —pronuncia Shougo, inclinando su cabeza para hablarle al oído, consciente de que esperar no atraerá su atención— es insubordinación en su más pura forma.
Akane deja escapar un corto grito y gira su cabeza en su dirección al tiempo que da un paso para alejarse. Su sobresalto es evidente en su mirada y en la forma en que su cuerpo está tenso, luciendo lista para correr. Ninguno de los escáneres cercanos detecta algo fuera de lo normal.
—¿Q-qué? —pregunta en voz más baja, poniendo su mano izquierda sobre su corazón como si quisiera controlar el repentino acelere de los latidos de éste.
—Estabas preguntándote sobre el Sistema Sibila —explica Shougo con una sonrisa, señalando con una de sus manos el robot que Akane había estado observando antes de que él le hablase—. ¿O me equivoco?
Los segundos pasan y Akane solo lo examina con su mirada antes de bajar su brazo izquierdo y tomar una bocanada de aíre, la tensión abandonando su cuerpo por completo.
—No —dice al fin—. Pero no estoy de acuerdo.
Su reacción no es del todo lenta y aunque Shougo está seguro de a qué se refiere, cuestiona:
—¿Con?
—Lo que dijiste —replica Akane, todavía con sus ojos fijos en él—. Que me pregunte sobre el Sistema Sibila no quiere decir que esté en contra de el.
Ella no reconoce la frase, tampoco se opone al sistema, mas no se cierra a la posibilidad de una discusión al respecto. Ese es un buen comienzo.
—Es un sistema que ordena cómo se debe vivir —remarca. Akane lo considera un momento y niega con su cabeza.
—Examina las posibilidades y aconseja qué debemos hacer.
—Limita las opciones.
—A las que están en nuestras capacidades —responde Akane de inmediato.
Hasta el momento sus palabras son las que se pueden esperar de alguien que acepta el Sistema y no lo cuestiona, una desilusión que había parecido prometedora en un principio, pero Shougo decide darle una última oportunidad.
—¿Y nuestros esfuerzos no pueden cambiar nuestras capacidades?
—Sí.
Su contestación es segura, mas segundos después contiene su respiración y vuelve mirar de reojo a uno de los robots, como si estuviese considerando las ramificaciones que esa verdad tan simple tiene.
Shougo sonríe. Después de todo, Akane puede no ser una decepción.
—Soy Makishima Shougo —dice, ofreciéndole su mano aunque sabe que es inusual y si bien ella parece sorprendida por un corto momento, no tarda en contestar el gesto de igual manera, con un apretón en el que no se siente ninguna duda y un asomo de una sonrisa en su rostro.
—Tsunemori Akane.
Akane no se ha desviado del curso aprobado por el Sistema Sibila; a pesar de eso está dispuesta a leer libros fuera del currículo que está cursando y si bien la primera vez que Shougo le presta uno lo rechaza, diciendo que puede conseguir una copia electrónica por sí misma, insistir logra convencerla de probar lo diferente que es leer un libro que está en sus manos.
Ella sabe escuchar y aceptar diferentes verdades, mas no como un ciego que sigue la primera guía que se le presenta. Piensa en lo que aprende, pregunta e incluso sorprende a Shougo en algunas ocasiones investigando sobre algo que él ha mencionado en uno de sus encuentros.
No es perfecta, está demasiado adaptada al Sistema, pero lo asombra con suficiente frecuencia como para seguir visitándola y continuar mostrándole influencias diferentes a las aprobadas por el Sistema Sibila.
Besarla nunca es algo que considera hacer, mas cuando ella alza su cabeza para verlo a los ojos y le sonríe al agradecerle por la copia de 1984 que acaba de regalarle por su cumpleaños dieciocho, lo hace sin pensarlo.
Que ella le corresponda y no parezca sorprendida o avergonzada cuando se separan es inesperado como no lo es que el Psycho-Pass de ambos continúe claro y luminoso.
No es deseo lo que lo impulsa a recorrer su cuerpo, de acariciar sus senos, de besar su ombligo, y aunque ella se estremece bajo cada toque, Shougo sospecha que la razón de Akane para permitirlo tampoco es esa.
Ella no es el tipo de chica que recorre lugares casi abandonados, ocultos parcialmente del sistema, en donde muchos jóvenes se rebelan contra el orden establecido por algunas horas, buscando un estímulo sin importar el precio a pagar y que a veces —muchas veces— no les permite regresar a la sociedad.
Aun así, es curiosa.
Apenas se sonroja cuando las ropas de ambos dejan de interponerse entre ellos, no aparta su mirada, responde cada caricia con una propia como si no quisiese quedarse atrás, permite que Shougo se hunda en ella y se mueve con él, solo cierra los ojos cuando las sensaciones se vuelven demasiado intensas y pronuncia su nombre tal como él pronuncia el de ella. Una plegaria sin fin a algo más real que la falsa profetisa que reina afuera.
—Me gusta el café que preparas, Makishima-san —dice Akane después, luego de que llega la mañana, cuando Shougo decide preparar algo en lugar de aceptar los alimentos preparados automáticamente por el sistema.
Ella sonríe entre sorbos, irradiando una placidez que Shougo también cree sentir mientras la abraza por su espalda y ella se relaja contra él, sin ninguna vergüenza incluso ahora a pesar de que ninguno de los dos se ha preocupado por vestirse y todas las luces están prendidas.
¿Es éste el final de su viaje?
Shougo no formula su pregunta. No cree que Akane pueda contestarle.
No hay ninguna rutina eterna.
Shougo sabe que está cada vez más cerca de un gran cambio cuando conoce a Choe Gu Sung y lo reafirma cuando Akane lo cita en el mismo café en el que la notó por primera vez.
Es el lugar apropiado, algo que Akane no sabe; fue el punto de partida hace más de dos años y lo será nuevamente ahora.
¿En qué dirección irán sus caminos? Shougo ansía descubrirlo.
Akane llega a tiempo, tal como Shougo, y aunque lo saluda con una sonrisa, delata su nerviosismo jugando con la cuchara azucarera.
A pesar de todos estos signos, cuando dirige su mirada hacia a él la determinación es más notoria en ella que su cabello más corto ahora que hace un mes.
—Makishima-san —habla con voz firme—, voy a trabajar para el Departamento de Seguridad Pública.
Eso no es algo que Shougo espera. Pero tampoco es verdaderamente inesperado, si bien es decepcionante, hecho que no oculta.
—Porque el Sistema te lo dijo.
—No —replica Akane, sosteniendo su mirada como si quisiese convencerlo—. Es algo que puedo hacer. Que decidí hacer.
Sus palabras suenan como una rebeldía, como una promesa de seguir su propia voluntad en vez de la del Sistema Sibila, y provocan que un estremecimiento recorra la espalda de Shougo.
—El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos —pronuncia, consiguiendo con ello que Akane suspire con aparente alivio antes de sonreír y asentir.
Ella todavía no parece entender lo que significa su decisión, ni que la próxima vez se encontrarán como enemigos en diferentes lados del tablero.
Quizás, piensa mientras la ve partir hacia la estación, cuando eso suceda Akane citará a Boileau para reprenderlo por sus métodos; quizás incluso será capaz de detenerlo con sus propias manos a pesar de que el Sistema Sibila no se lo ordene.
Teniéndola a ella como oponente, sin duda el resultado será interesante como no lo es ver al país siguiendo el camino trazado por una máquina.