Juju :D hola de nuevo, soy Slinky-Pink y este es mi segundo fic en esta sección. Ya sé que soy todo un desmadre y debería (y repito: DEBERÍA) estar trabajando en mis otros fics, pero… u.u no puedo evitarlo…

Bueno, luego de mi desvario inicial, vayamos a lo importante:

Este fic nació de mi necesidad enfermiza por redactar y por mi reciente y obsesivo amor por Undertaker :) a quien he comenzado a amar casi tanto como a Sebastian XD se dan un entre por mi amor entero XD y la narración será menos oscura que el otro.

Espero que les guste mucho o muchito :3 jajaja

Advertencias y aclaraciones:

-OC

-Drama… DRAMA EVERYWHERE D:

-Rated T (aunque sigo pensando en cambiarlo a "M" (: )

-Undertaker, como suponemos y sabemos, no es el nombre de nuestro querido enterrador, así que me tomé la libertad de prestarle/darle (¿?) uno para el fic. No creo que ese sea su nombre (ni el que yo le daré, ni el de la serie), puesto que en Kuroshitsuji siempre se refieren a él como "el enterrador", así que pues debe ser que tiene realmente un nombre. Anyway, lo descubrirán durante el fic :)

-Ubicación de la historia: Manchester, Inglaterra, siglo XIX. Osease, época actual.

-Kuroshitsuji no me pertenece, ni sus personajes. Todo eso le pertenece a la fabulosa Yana Toboso-troll-sensei, a quien le estaré eternamente agradecida por crear personajes tan sexis como Sebas-chan, Undertaker y Ronald Knox.

Jujujuju :D sin mas que decir….

¡AL FIC!

o.o.o

Capitulo I: Donde sueñan los relojes

Abro los ojos, trato de ver pero estoy ciego por la luz blanca.

No puedo recordar como, no puedo recordar por qué estoy aquí esta noche.

Y no puedo soportar el dolor, y no puedo hacer que se vaya lejos.

No, no puedo soportarlo…

¿Cómo pudo pasarme esto a mí?

Enmendé mis errores, no tengo a donde correr,

La noche continua su marcha mientras yo me desvanezco.

Estoy harto de esta vida… solo quiero gritar…

¿Cómo pudo pasarme esto a mí…?

Untitled – Simple Plan

o.o.o

La vida, la vida misma funciona con estas bases, casi reglas.

La primera: cuando pidas un deseo, no esperes a que sea inmediato, porque pedir un deseo es como pedir un milagro. Puede llegar, puede no llegar, pero si llega, será maravilloso y jamás podrás olvidarlo.

La segunda: el tiempo no lo tenemos comprado. El tiempo no duerme, la vida no espera a nadie y los segundos que se van, nunca volverán. Así que nunca pierdas el tiempo, y aprovecha las horas. Los relojes no duermen y el tiempo tampoco.

Así ha sido siempre. Es una ley. No hay nada que cambiar. Todo intento de rebeldía es en vano.

Son consejos básicos, pero yo creo que no hay que seguirlos al pie de la letra, ni creerlos de ese modo; porque creer que los deseos son milagros, es como vivir sin soñar, porque los deseos están allí, al alcance de nuestra mano, para añorarlos y ansiarlos siempre que podamos. Porque caen mas estrellas en las noches, que milagros sucediendo en el mundo. Por eso existen los deseos: precisamente, para enseñarnos a soñar.

Y sin sueños, la vida no tendría sentido, aun cuando aprovecháramos cada segundo del reloj.

Los sueños hacen verdad los deseos, los deseos avivan los anhelos del corazón y nos permiten vivir cada día, aun cuando no haya esperanza, con tanta pasión que duele.

Son los deseos los que nos permiten creer que no perdemos el tiempo esperando que se cumpla. Nos permiten creer que hay un sitio donde los relojes pueden dormir e, incluso, pueden soñar.

o.o.o

Nunca me ha gustado comenzar las historias por, como quien diría, el comienzo.

Me parece algo común, algo demasiado tranquilo, y aburrido. Quizás podría contarles, a resumidas cuentas, como pasó todo, y ubicarme en un evento emocionante. Pero para que pueda explicar bien mi historia, para poder contarles todo lo que viví, lo que siento, lo que pensé… debo hacerlo a la forma tradicional.

Me es difícil hacerlo; recordar todo me llena los ojos de lágrimas, me hace sentir demasiado triste. Duele darse cuenta de los errores del pasado, duele saber que te equivocaste y que no puedes cambiarlo ya, pero esta bien. Pudo con ello, así que no se preocupen.

Comenzaré con mi nombre y esas cosas que deben ser dichas, como mi edad y mi físico. No quisiera hacerlo así, repito, pero es la forma correcta, y quiero hacer, al menos esta vez, las cosas bien, como se deben.

Mi nombre es Sylvette Greenwood. Tengo diecisiete años de edad. La abuela Reese siempre dice que tengo los ojos verdes de mi madre, pero que mi cabello es igual al de mi padre; es un tipo de cabello indeciso, porque no es castaño ni pelirrojo. Yo le digo que es cobrizo, pero ella se encasilla en que es un cabello rebelde y sin una personalidad definida. Es inútil, no hay que hacerle.

Mi hermano dice que soy vampiro; la verdad es que, desde que enfermé, me volví más pálida que una hoja de papel, así que en eso, no lo contradigo, aunque me burló de él porque tiene el cabello erizado como si lo hubiesen asustado; él contrataca, alegando que con sus cortos once años de edad, tiene mi altura. Contra eso, no puedo hacer nada, porque es cierto; soy muy bajita para mi edad y el promedio de altura. Además, me causa tanta gracia que acabo riéndome. Y él se ríe conmigo.

Soy bastante buena en la escuela; nada extraordinario. Trato de dar lo mejor, aunque a veces no me va tan bien como quisiera, pero, sin ser vanidosa, debo decir que tengo talento para la esgrima, aunque tiene ya mucho que no practico. La última vez que usé una espada en un concurso, fue para los Juegos de las Siete Disciplinas, hace ya un par de años, en el que participe representando a mi escuela, Saint Anne, en la rama de esgrima femenil.

Para ese entonces, yo aun creía que las cosas saldrían bien en mi vida, pero la verdad es que no se puede alterar el orden de los sucesos y acontecimientos que nos rodean.

Soñar, creer, tener fe y esperanzas, es válido. Podemos soñar y dejar que los deseos manchen nuestra piel y volar tan lejos como nos sea posible, remontar la mas alta montaña y descender a los mas profundos infiernos, también es aceptable.

Quizás sea aterrador; porque los sueños, la fe, las esperanzas y esas cosas, los elegimos ciegamente. Son como globos que nos levantan por el cielo. Pero, como todos los globos, hay distintas variedades; hay globos de helio, que nos suben con fantasía y nos regresan al mundo real lentamente, dejándonos acostumbrarnos a las tragedias y que las cosas salieron mal. Hay globos aerostáticos, que te mantienen arriba demasiado tiempo, y cuando bajan es por unos momentos, para volver a subir tan alto como es posible y no dejar que la tristeza nos acabe.

Hay unos mas, que también te elevan, pero asustan, porque cuando están arriba pueden reventar de golpe. La subida de esos, es la mas dulces y su caída la mas dolorosa.

Y, sin embargo, hay algunos que nunca bajan al suelo, que nunca tocan la tierra. Son esos que te elevan por siempre, son esos legendarios de los que hablan los cuentos de hadas, las historias con finales felices.

No sabemos que globo tomaremos cuando saltamos al acantilado y dejamos que el viento nos arrastre. La vida es una locura: por eso, debemos estar un poco locos para vivirla plenamente.

Así como no podemos elegir el globo, tampoco podemos elegir quienes se toparan en nuestro camino, en nuestro vuelo. No sabemos si alguien nos rescatara de caer al suelo, si alguien será el culpable de que nuestro globo se reviente. Quizás eso es lo más emocionante de vivir y aventurarse: lo descocido. Al menos es lo que yo pienso, pero probablemente, eso fue lo que me terminó metiendo en este lío.

Yo no viajaba en un globo; yo cruzaba el abismo sobre una cuerda floja, vendada de los ojos. Yo no volaba alto; mi vida se mantenía a una sola altura, siempre amenazándome con dejarme caer, sin haber sentido el placer de volar alto.

Y cometí el peor y mejor error de mi vida: me enamoré del único que podía cortar la cuerda por la que caminaba. El único que podía darme un globo para volar. El único que podía mantenerme siempre en el aire.

Pero las cosas salieron mal y caí desde lo más alto del cielo.

Es doloroso; tan doloroso que siento mi corazón quebrarse, pero también soy feliz. Por eso, no me arrepiento de caer, aun sabiendo que cuando llegue al suelo, el golpe podría matarme.

Luego de probar el cielo, si este es el precio que debo pagar por el recuerdo, así será. Y lo pagaré feliz, porque pude conocer lo mas alto del cielo y su dulzura siempre estará en mi paladar, siempre acompañando mis recuerdos y acunándome eternamente en la suavidad de mis memorias.

Dicho esto, esta historia comienza con un corazón roto. Mi corazón roto. No por el desamor, sino por una terrible enfermedad que no me permitía vivir. Quisiera no comenzar así, pero así como tienen que ser, porque sin un corazón roto, no habría una historia.

o.o.o

Era el veinticinco de diciembre y nevaba sobre Manchester. Era la noche mas fría que he experimentado en mi vida. La ciudad se convertía en un espejo de escarcha blanca, con los techos de los edificios cubiertos de ceniza pálida, con el viento soplando y congelando las tuberías y los charcos. La nieve caía sobre espuma sobre los autos, sobre la gente, como polvo sobre sus cabezas. El viento soplaba, seco y gélido, con una voz dulce, pero a la vez amarga, porque con su canto invernal, llevaba la voz de la muerte para los desvalidos que no tenían a donde ir.

Todo el cielo estaba oscuro, y aunque normalmente, no hace frío en el momento que comienza a nevar, esa noche si lo hacía, y era tal que las cobijas no me daban para calentarme los pies.

Adentro de la caja blanca donde yo me encontraba, las luces del techo eran tan luminosas que me parecían un sol blanco y pálido hecho de hielo como estatuas. Sus resplandecientes rayos me invadían la mente, me sumergían en canticos de escarcha y lentejuelas blancas y plateadas. Eran ángeles inmaculados, que trepaban las paredes y se movían sobre de mi, dando giros y mirándome con mas luces, mientras la oscuridad me rodeaba. Se trataba de una oscuridad difusa, en un lugar confuso y misterioso, donde no había silencio, pero tampoco ruido, únicamente gorgojeos de pájaros, de petirrojos y azulejos. Sonidos metálicos como una descoordinada orquesta y unos pitidos que se repetían con una precisión inconfundible.

Yo sabía que no se trataba de ángeles ni canticos. A mi alrededor no había ni escarcha, ni lentejuelas plateadas. No existían los pajarillos cantores, ni orquesta de segunda. Lo que sí había, era el pitido, y era obvio que estaba allí porque tenía que estarlo.

Porque ese pitido, era el que indicaba que mi corazón seguía latiendo.

Lo misterioso, era que no sabría por cuanto tiempo más estaría haciéndolo. Cada pitido parecía el primero y al mismo tiempo, el último. Probablemente no debería ser capaz de ver lo que sucedía a mí alrededor, pero, así como lo veía, no contaba, ¿verdad? No es que distinguiera bien las cosas de todos modos, ni que sintiera dolor, mas que un leve ardor.

No era como si fuese la primera vez que pasaba por ese tipo de procedimiento, aunque tampoco iba a decirles que podía verlos. Probablemente se asustarían y era lo que yo no quería.

Volví a vagar en la inconsciencia por unos momentos. Volví a recordar la última escena que vi de la ventana de mi habitación, apenas alumbrada. Por ella se veían las luces de los lejanos y altos edificios, del sus figuras contrastando con el oscuro horizonte, profundo y azul como el mar antártico. La lluvia blanca ya caía cuando me llevaron, pero era tan hermosa que me pareció como un regalo divino, en caso de que no volviera a ver el exterior.

De pronto, un pajarillo golpeó la ventana con el pico y yo lo miré, sin hacer ninguna expresión en particular. Era pequeño; un petirrojo y sus plumitas, se levantaban despeinadas con el viento del norte. Creo que tenía demasiado frío, porque se acurrucó contra la ventana, con el pecho rojo contra el cristal claro de la habitación y cerró sus ojitos negros, pequeños.

Sentí una tristeza fría en el pecho; el petirrojo se alejó volando de allí, remontando, feliz, los vientos glaciales, la noche invernal y jamás volvería a verlo; había comenzado un viaje del que jamás volvería. Lo sabía, porque había dejado atrás su cuerpecito recostado contra la ventana fría de la habitación.

Probablemente estaba equivocada. Quizás esa noche yo también dejaría mí atrás mi cuerpo y podría irme volando con el pajarillo, lo vería de nuevo, y nunca volveríamos a la tierra del dolor.

Abrí los ojos nuevamente, regresando de mi viaje por los recuerdos de esa noche, antes de todo el dolor, que ya comenzaba a ajetrear y entretejerse entre las fibras de mi cuerpo nuevamente. Pero ya estaba acostumbrada a él; era un acompañante en mi viaje, en mi vida. Así que no había problema.

La habitación estaba vacía; la luz cálida era lo único que entibiaba las frías paredes, pese a que la calefacción estaba encendida. Sentía los dedos de los pies helados, pero no quería moverme de sobre mi almohada. Me sentía cómoda pese a ese detalle insignificante, además de que si hacía un movimiento, dolería demasiado la herida que tenía en el pecho.

Ya ardía y me costaba respirar, aunque esta vez, misteriosamente, no me habían puesto la mascara de oxigeno, así que supuse, debía ser algo bueno.

Cerré los ojos una vez más. Esta vez, lejos de recordar la fría noche, disfruté con cuidado, el dulce y cariñoso latido de mi corazón, que palpitaba con fuerza, empujando el frío y dejando la calidez recorrer mis venas, llenando mi cuerpo como si fuera miel y me sentí dichosa, agradecida. Infinitamente agradecida, debo decir.

Para mí, la noche perdió un poco de su frialdad en ese momento.

Entre mis nubes de felicidad, escuché que alguien entró en la habitación. Los pasos sonaron firmes sobre el piso de baldosas y abrí los ojos, levantando los parpados con pesadez. Quería dormir, pero, si se trataba de un médico, quería saber que tal habían salido las cosas.

Tal como había pensado, la doctora Wright estaba en el medio de la habitación. Parecía un poco avergonzada, como si me hubiera despertado y tenía las manos a la altura de su pecho.

-Lo siento, ¿te desperté? –preguntó, pasándose los dedos por el cabello rubio con mechones caramelo. Su cara alargada siempre me recordaba a la de un caballo, aunque no fea como para compararla con tal equino.

-No, está bien –respondí, tratando de parecer más centrada de lo que estaba. La verdad se me iba la cabeza aun por la anestesia, aunque estaba acostumbrada al mareo-. Estaba despierta de todos modos…

-Bien, eso es una buena señal –comentó, con una alegre sonrisa en su rostro delgado. Pareció a punto de decirme algo mas, cuando alguien apareció en el umbral de la puerta, soltando un suspiro ahogado que nos petrificó a ambas.

-¿Sylvette? –preguntó mi madre, con su rostro compungido por una felicidad amarga, mientras veía como sus ojos se llenaban de lagrimas y se apresuraba a mi lado- ¿Cómo estas? ¿Te sientes mareada?

Mi madre me pasaba las manos por el rostro, como si quisiera compensar el abrazo que no podía darme con ello, aunque lo entendía. Yo apenas podía moverme, aunque sus dedos eran tan reconfortantes que casi me suelto a llorar con ella. Siempre me decía que mis ojos eran idénticos a los suyos; igual de verdes, como un fragmento de esmeralda en el medio del océano. Me pregunté si tendría yo la misma expresión que los de ella en ese momento, compungidos y alegres al mismo tiempo.

-Estoy bien, de verdad… -respondí con voz quebradiza. Me sentía muy agotada, pero aun así, no iba a dejarme vencer así frente a ella. Su tacto era igual de frío que la noche, su piel estaba helada, pero no me importaba-. Esta debe ser la décima cirugía que me hacen, y siempre te preocupas del mismo modo.

Esto era un mero truco para suavizar la situación, para hacerlo todo menos tenso. Porque era una tontería pedirle que no se preocupara, cuando yo siempre me despedía, mentalmente, del mundo, antes de una operación.

Ella me pasó una mano por el cabello, suavemente. Me sujetó un mechón entre los dedos; parecía una tira de chocolate rojizo, y me dio un golpe juguetón con el cabello en la nariz. Sonreí.

-No seas tonta, Vetty… -comentó, fingiendo una sonrisa alegre. Hizo un esfuerzo por componer su expresión y, finalmente, sonrió conmigo-. ¿Cómo ha salido todo, doctora Wright? ¿El trasplante…?

-¡Oh, todo ha salido perfecto! –agregó rápidamente, antes de que mi madre entrara nuevamente a su estado lloroso. Suspiré de alivio, sintiendo con más felicidad, el palpitar de mi pecho y mi madre me besó la frente con intensidad-. Presión normal, no hubo complicaciones durante la cirugía. Pudimos quitar todo el tejido necrosado y reparamos los daños. En unos días podrás irte a casa, dependiendo de tu estado de salud.

Esta última noticia me pareció fabulosa, sobre todo considerando que había pasado casi un 45% de mis cortos diecisiete años de hospital en hospital. Ver mí casa, a veces era tan irreal que me maravillaba al volver a mi habitación, al ver las paredes color crema y la cama con un dosel de tela transparente, como el agua del mar. También me sentía extraña; me daba la impresión de que había dejado atrás un lugar conocido para llegar a uno desconocido, cuando en realidad dejaba atrás el hospital y llegaba a casa.

Mi madre intercambió una mirada conmigo y soltó una risilla, mientras me acariciaba el cabello. Siempre que yo estaba en el hospital, ella estaba a mi lado. Tengo una buena relación con ella, nos preocupamos mutuamente la una por la otra, sobre todo porque solo somos tres en casa y, la mayor parte del tiempo, Anthony –mi "queridísimo hermano pequeño"- y yo nos quedamos a solas. Lassaralee, en otras palabras "mi madre" –quien cabe mencionar tiene un gusto por los nombres extraños-, trabaja fuera de la ciudad y muy pocas veces está con nosotros. Aun así, esto no ha evitado que crezcamos como gente de bien y que siempre esté al tanto de nosotros, ya sea por teléfono o mensajes o mails.

Pero no piensen que estamos totalmente a solas; hay varias personas en casa que cuidan de nosotros. No son nuestros sirvientes, y para aclarar las cosas de una vez, no soy una chica rica, ni tengo una mansión. La casa es bastante grande, pero fue la herencia que mi abuelo le dejó a mi madre. A ese hombre no lo conocí, pero mi madre dice que era una persona amable, de risa fácil y muy alegre. Reunió una considerable fortuna por su destiladora de whisky en Irlanda e importaba para todo el mundo. Lee, como yo le digo a veces a mi madre de cariño, dice que mi abuelo era terrible en cuanto a las mujeres y esto a ella le molestaba mucho al principio. Sin embargo, afirma que comenzó a ser así luego de que mi abuela y el se divorciaron por problemas que tenían en su matrimonio. A la abuela Reese no le importó –si, Reese es su nombre. Ahora ya saben de donde viene el gusto por los nombres raro-; de cualquier modo, ya estaban separados y ella también tenía una nueva pareja. Mi madre afirma que ese es el motivo por el cual no odió a mi abuelo por lo que hacía, además que él se lo pasaba bastante mal lejos de la abuela.

En fin, estoy metiéndome en detalles sin importancia. A lo que quería llegar, era que hay varias personas encargadas de nosotros, que son sumamente capaces en lo que hacen. Gracias a ellos, la casa marcha bien y nuestra vida puede seguir su rumbo tranquilo.

Al menos, lo más tranquilo que podía seguir, luego que comenzaron mis problemas de hospital, pero luego llegaré a eso.

Después de escuchar la noticia, mi madre estaba tan feliz que apenas podía contener su entusiasmo. Yo hubiera dado saltitos alrededor de ella, pero me sentía demasiado adolorida y cansada como para hablar. Aun me costaba respirar, y pese a que acaba de salir de cirugía, la herida del pecho comenzaba a arder como llamaradas.

La doctora notó esto; luego de tanto tiempo atendiéndome, probablemente ya habías desarrollado alguna especie de lenguaje mental entre nosotros. Algo así como la tecnología "bluetooth"; como sea, la doctoro Wright le pidió a mi madre que saliera del cuarto, que debían dejarme descansar. Lee se desprendió de mi como quien no quiere la cosa, dejando un frío helado donde antes habían estado sus manos tibias en mi rostro.

Yo levanté una mano en su dirección y ella, previendo lo que querría, añadió rápidamente que avisaría a Tony –como le decimos a mi hermano- y a Jenny, la nana, que todo había salido bien. Sonreí débilmente y ambas salieron por la puerta, cerrando. Todo quedó en silencio relativo, porque podía escuchar afuera algunos ruidos aislados, de gente caminando por los pasillos y algunas voces y risas. La habitación estaba inundada de una tenue luz cálida, anaranjada, como un atardecer y la noche fría de las ventanas parecía tan lejana y distante cual si fuera otro mundo, dividido por un finísimo cristal.

Me sentía adolorida, pero dichosa. Mi corazón palpitaba con fuerzas; el calor me invadía poco a poco la piel, como un torrente de lava. No puse resistencia al sueño, me encontraba demasiado cansada como para decir que no a la suavidad de su llamada, a la melosidad de su voz.

o.o.o

Un ajetreo se alzó sobre de mi súbitamente.

La habitación giraba a mí alrededor, cundiéndose de pitidos y sonidos metálicos y ruidosos y gente gritaba y hablaba con voces rápidas y rasposas. Los veía a todos a través de un velo borroso, pero sus rostros estaban compungidos por la angustia. La paz se había esfumado junto con el palpitar de mi pecho; de pronto me encontré perdida dentro de mi misma. Un silencio sepulcral crecía dentro de mi ser, echando raíces sobre mi nuevo corazón, que no podía luchar contra esas hierbas. Era mi culpa, nunca lo había puesto en riesgos, ni le había enseñado a ser fuerte.

Allí estaba la doctora Wright, diciendo algo de "una rasgadura". También otro mas, cuyo nombre no recuerdo, pedía a gritos el carrito de paro, mientras las enfermeras me giraban, colocando una bandeja fría debajo de mi espalda y me rasgaban la bata a la altura del pecho.

Yo sabía lo que significa que pidieran el carro de paro; significaba que me estaba muriendo. Significaba que solamente una violenta descarga eléctrica podría regresarme a mi misma, podría hacer reaccionar a mi cuerpo y hacer latir de nuevo mi corazón. Pero… si me estaba muriendo, si mi corazón no latía y todo estaba siendo alejado de mi, ¿Por qué podía verlos a todos? ¿Por qué todo se volvía más luminoso que oscuro?

Todo delante de mi era claro como una pantalla; distinguía, de pronto, los cabellos de las personas, los colores iridiscentes de sus ojos por la angustia, sus voces, los sonidos, los colores parecían más vivos de lo que eran.

Uno de los doctores salió repentinamente de entre la multitud que movía sus manos sobre mí.

-¡Despejen! –gritó y, como si fuera un juego infantil, todos quitaron las manos y se alejaron. Dos planchas frías me presionaron el pecho y un golpe de boxeador sacudió todo mi cuerpo. Mi corazón dio un brinco, pero no latió.

Sentía los ojos arder, porque con el golpe, todo se había vuelto tan luminoso como mirar el sol a dos centímetros de distancia. Poco a poco, recuperé la visión, aunque todo seguía desencajado y borroso, con algunos colores demasiado vivos para distinguirlos bien.

Entonces, vi algo que me desconcertó. Sobre las cabezas de todos, había una sombra a contra luz, con dos joyas verdes tan resplandecientes y vibrantes que me sorprendieron. Aun estaba demasiado aturdida para ver bien de que se trataba, pero estaba segura de que eso no estaba antes allí.

Sin darme tiempo para recuperar bien mi visión, hubo otro grito, alguien me presionó el pecho repetidas veces, y luego, se escuchó el "¡despejen!", de la garganta del mismo muchacho y otra vez, un golpe mas que agitó mi cuerpo como un pez fuera del agua. No era doloroso, pero era molesto. Otra vez, toda mi visión reducida a blancura, a ceguera.

Busqué con los ojos entre la blancura, tratando de identificar que era eso que había visto. Por algún motivo, no me importaba lo que sucediera conmigo, pero quería ver esas joyas una vez más. Esta vez, todo se aclaró un poco mas que antes; la sombra adquirió una forma humana, como si fuera una persona flotando sobre todos los doctores, pero ninguno de ellos fuera capaz de verlo. No podía distinguir sus rasgos, ni su boca, ni su nariz, ni nada de eso…

Pero sus ojos… sus ojos brillaban con una luz de estrellas; verdes y relucientes, iridiscentes como lámparas, de un verde excéntrico y demente, pero era tan hipnotizante, que no podía dejar de mirarlos.

¿Acaso era una aparición previa a la muerte?

Sin dejar de verlo, pudo observar como, lo que fuera que fuera eso, ladeó la cabeza algo confundido, tal como si se diese cuenta de que yo también podía verlo. Escuché, con los ojos clavados en sus ojos, nuevamente el grito "¡despejen!". Otra vez, todos se alejaron de mi, casi dando un salto hacía atrás.

Esta vez, el golpe fue mas fuerte; el golpe de una locomotora sacudiendo mis huesos, obligando a mi corazón a latir a golpes. El órgano respondió agitado, iniciando una carrera dolorosa en mis venas y mi cuerpo.

En lugar de todo volver brillante y luminoso, todo quedó reducido a oscuridad en menos de un segundo.

Esa fue la primera vez que lo vi. Pero no fue la última.

o.o.o

A la mañana siguiente desperté como si la locomotora que terminó noqueándome anoche, hubiera decidido dar varios paseos por sobre mi cuerpo y mi cabeza. El malestar era peor de lo que había imaginado; era como haber hecho una exhaustiva rutina de ejercicios, de esos que ponen en los programas de militares, donde los hombres apenas pueden mantenerse en pie al final del día.

Me mantuve consciente, solo para recibir la penosa noticia que, debido a mí estado vulnerable y débil, no podría irme tan pronto a casa, y estaría en observación hasta nuevo aviso. Esto terminó por hacerme sentir desanimada. Mi madre dijo que estaba bien, que pronto nos iríamos. Asentí con la cabeza, devolviéndole la sonrisa efímera que me daba, fingiendo que no había escuchado eso millones de veces antes, solo para saber que no iba a suceder.

El resto del día fue tranquilo; una enfermera nerviosa me contó que era su primer día y soporté estoicamente las punzadas que me propinaba con la aguja del suero. Ella se disculpaba, casi sollozando, y yo sonreía como si no doliera. Ya era de por si lamentable mi estado como para hacerla sentir peor, además de que no ganaría nada siendo grosera.

Lo único que no me gustaba del hospital, era que siempre discutía con la enfermera en turno porque no me gustaba que me bañaran acostada en la cama, solo con agua y una esponja. Creo que es desagradable y siempre insistí en bañarme decentemente; en el baño, con regadera, agua y jabón. No estaba tan débil como para moverme, así que únicamente le pedía que se quedara de pie junto a la puerta.

-Si te necesito, gritare –les decía yo. Ellas aceptaban de mala gana.

Dejaba que el agua me mojara de pies a cabeza, recibiendo en la cara el chorro principal. Desde que enfermé, aprendí a valorar todas las sensaciones y emociones del mundo, disfrutar hasta el agua que bebía, el aire que se colaba por mi nariz y esas cosas.

Cuando terminaba, me paraba de pie, desnuda frente al espejo pequeño del baño, mirándome la enorme cicatriz que tenía en el centro del pecho. Parecía hacerse más grande con cada cirugía, extenderse más. En esos momentos, era tan grande que incluso estaba un poco abultada en el centro. Era el único momento del día en el que me atrevía a mirarme, porque mi aspecto tenía una fragilidad perturbadora; estaba muy delgada, con los pómulos marcados por la delgadez y las piernas y los brazos lánguidos por la falta de ejercicio. Mi cabello, en contraste con mi piel de cera, parecía hecho de fuego naranja, lanzando despiadadas llamaradas a mí alrededor.

Luego de la noche que entré en paro, no había vuelto a pensar en los ojos verdes que vi sobre de mi, mirándome desde lo alto del techo.

Pasaron varias noches para que volviera a ver la sombra, aunque no la veía como antes. Una noche desperté y apenas consciente, rasguñando entre las capas del sueño, vi una figura negra de pie en el umbral de la puerta. Pensaran que estoy loca por no asustarme, pues una persona normal se habría paralizado. Pero así no era yo; desde pequeña, cosas muy raras me sucedían, sobre todo en ese aspecto. Mi madre decía que yo veía gente en las iglesias, personas que no estaban allí, y que jugaba con niños invisibles. Creo que exageraba y yo únicamente tenía amigos imaginarios, pero fuera como fuera, ella insistía en que yo era especial.

Así que no me asustaba con la sombra, pero estaba muy cansada como para prestarle más atención que unos minutos, antes de caer rendida antes la insistencia de Morfeo.

Luego de inútiles intentos incontables de poder ver bien de que se trataba, decidí darme por vencida. Para ese entonces, ya había pasado un mes desde la primera vez que lo vi, y las visitas se hacían menos frecuentes. Comencé a aludirlo a que se trataba de que disminuyeran la morfina de mis dosis diarias, ya que comenzaba a sanar, aunque no había comentado nada ni a mi madre ni a los doctores. En parte por miedo a que me canalizaran al psiquiatra del hospital y tener que pasar mas tiempo allí.

Pero bien dicen que "el que se empeña, fracasa", porque la noche que me di por vencida, pasó algo.

Ya estaba cerca el mes de febrero; era exactamente el treinta de marzo y, al día siguiente, me iría a casa. Aun hacía frío, pero no tanto con en diciembre. Manchester había dejado de ser un manto blanco para transformarse en la moderna ciudad que era, bañada por un suave rocío blanco que se disolvía antes de tocar el suelo. Escuchaba el paso calmo de los autos cerca del hospital, doblando, pero dentro, en los pasillos blancos y de cristal, no había un solo sonido.

El reloj de la habitación marcaba las tres en punto de la mañana cuando abrí los ojos. Desperté, un poco sobresaltada, porque sentía que alguien me observaba por detrás. Sabía que no podía tratarse de un doctor, porque ellos nunca entraban en silencio; siempre encendían una luz y te despertaban inmediatamente. Tampoco podría tratarse de mi madre; Tony estaba enfermo de fiebre, y Jenny, la nana, no sabía que hacer para bajarle la calentura, así que mi mamá fue a ver si podía hacer algo, y dijo que se quedaría allí a pasar la noche y volvería en la mañana. Las enfermeras hacían su ronda en silencio cada dos horas. Era tonto pensar que la enfermera se había atrasado o adelantado una hora.

Además de que todo esto no podía ser, podía ver, reflejado en el monitor de plástico casi transparente, una sombra negra, alta y sigilosa, de pie detrás de mí.

No me asusté, pero me pregunté que querría…

-¿Quién eres? –pregunté súbitamente, sin voltearme, sin siquiera moverme un poco. Creo que la sombra se sorprendió por mi voz; en los cristales de los monitores frente a mí, podía ver su reflejo oscuro detrás de mí. Hablé con la voz más firme que pude, pero también quería sonar suave-. ¿Eres la misma persona que estaba en aquí cuando mi corazón estaba en fibrilación?

No contestó, no hizo ni un sonido, pero tampoco se movió.

-Haz venido a verme varias veces… Vi tus ojos… -continué, mirando mis manos sobre la almohada. Estaban tan pálidas que se confundían con las sábanas. Enseguida, abrí mucho los ojos-. Al menos, creo que eran tus ojos… a menos que seas otra sombra… o un pariente mío del mas allá… o un demonio… o que yo este loca y seas un producto de mi imaginación.

Mi voz aumento de tono con cada palabra. Oh… ¿y si sí estaba loca?

Escuché un bufido tras de mi, pero no me importó y seguí hablando.

-Pero, en ese caso… significaría que soy esquizofrénica… o que tengo un tumor cerebral… oh… -me llevé una mano a la cabeza, sintiéndome meramente preocupada-. Eso… hay trasplantes de corazón… pero, aun no hay trasplantes de cerebro, ¿verdad?

Nuevamente, un sonido raro tras de mi. Por el reflejo, vi que la sombra temblaba y me asusté un poco… quizás estaba a punto de atacarme o algo por el estilo. Aunque todo me gritaba que debía guardar silencio y hacerme la dormida, no podía cerrar la boca, ni dejar de decir estupideces. Y, por muy tonto que sonara, estas tonterías me preocupaban de verdad.

-Tendría que quedarme con el mismo… me moriría… -me quejé, ahora tan conmocionada que me lleve una mano a la boca, como queriendo silenciar un sollozo que nunca llegó.

Y nunca llegó, porque antes de que yo dejara que mi angustia infantil me hiciera soltar el llanto, la sombra tras de mi soltó una carcajada tan sonora que di un brinco sobre la cama, mientras todo mi cuerpo se erizaba de sorpresa.

Moviéndome con cuidado, me volteé hacía la sombra, pero no vi a nadie, sin embargo, la risa seguía sonando, tan estruendosa que parecía que el cuarto se caería por pedazos. Asomé por la orilla de la cama, encontrándome con algo que era, no solo sorprendente, sino también bastante perturbador.

Allí, en el suelo, desternillándose de risa, había una figura cubierta por una capa negra como la noche, retorciéndose en el suelo como un gusano en comal caliente. Parecía tan grande como una persona adulta, pero no estaba segura de que hacer. ¿Debería acercarme sigilosamente o ser brusca?

De cualquier modo, me preocupaba que alguien viniera; quería saber mas sobre esa… persona o lo que fuera. Y si alguien venía, lo estropearía todo.

Sin saber que mas hacer, me bajé cuidadosamente de la cama, siendo precavida por los cables y el suero conectado a mi mano. Me acerqué hacía donde calculé que estaba su rostro y coloqué mi mano cuidadosamente sobre uno de sus hombros. Pensé que se callaría al sentir el contacto, pero ni siquiera pareció notarlo y continuó con su ataque de risa, con carcajadas cada vez más ruidosas.

Era extraño, porque su forma familiar a un humano, incluso el calor de su cuerpo, me resultaba tan cómodo que me hizo sentir mas segura, como si no estuviera tratando con una misteriosa sombra de ojos verde fluorescente, sino con un amigo.

-¿Quiere bajar la voz? –repliqué, hablando entre dientes, ahora tratando de voltearle y mirarle el rostro.

Súbitamente, escuché un ruido, proveniente del pasillo y, sin siquiera pensar en lo que hacía, volteé a esa persona vestida de negro, de modo que quedase boca arriba y le quité la capucha que usaba, descubriéndole el rostro y tapándole la boca con la mano.

Miré hacia la ventanita que daba al pasillo. La luz blanca seguía encendida, pero nadie pasó por allí. Al parecer, el oído del medico de guardia estaba programado específicamente para despertar en caso de que se activara el código azul de los monitores; esto lo había comprobado varias veces, pero eran tan sonoras las carcajadas de esa sombra que pensé lo despertaría.

Pero nada pasó, así que relajé los hombros y volví los ojos al frente…

Y sentí mi débil corazón querer correr a una velocidad que no le estaba permitido.

Frente a mí, observándome con los ojos muy abiertos, con una expresión divertida, pese a que mi mano aun le cubría los labios, había un hombre de vibrantes ojos, como llamaradas esmeraldinas en la oscuridad. En las sombras su larguísimo cabello parecía de un color ceniciento y su piel estaba tan pálida como la mía.

Recorrí su rostro, que parecía tallado con una perfección delicada. Su piel estaba cruzada por una cicatriz a la mitad de su nariz respingada, y le destapé la boca con cuidado, observando como estos se curvaban en una sonrisa que amenazaba con convertirse nuevamente en una carcajada.

Sin embargo, solo se quedó así, sonriendo y mirándome con esos sorprendentes ojos que tenía y me costó menos de un segundo darme cuenta de que me encontraba frente a un ser que estaba mas cerca de ser un fantasma que un humano.

Una persona normal en mi lugar tendría un millón de preguntas asaltándole la mente, pero la verdad es que yo no. Estaba muy ocupada mirando sus ojos como para preguntarme algo. Podrán decir que soy una tonta, enamoradiza, pero siendo honesta, nunca había estado tan cerca de un hombre, o al menos, un este masculino con forma de hombre.

No era que estuviera enamorada a "primera vista" de este tipo; eso es un disparate mortal. Pero me llamaba mucho la atención, de un modo relacionado con la curiosidad.

Siempre había sido demasiado cerrada, ocupada en mis asuntos, en la esgrima y la enfermedad, como para permitirme interactuar con los chicos. Así que no tenía la mínima experiencia.

Y, lo peor del caso, era que este tipo no era ni siquiera un tipo normal.

-Ju, ju~ -musitó, volviéndose a la vida, como si fuera una estatua en movimiento y yo me sorprendí. Su voz tenía un tono burlón-. Me ha atrapado, señorita. Pero no me esperaba menos de una bromista como usted…

-No es posible –susurré para mi misma, llevándome las manos a cabeza y me senté sobre mis pies, hincada sobre algo. Lo miré rápidamente- ¿Estoy alucinando? ¿Eres un producto de mi imaginación? Tengo que estar loca… no es posible que alucine con alguien… como tu… -mi voz tembló, haciendo una pausa. Iba a decir "alguien tan sexy", pero quizás perdería la poca cordura que me quedaba.

-Mmm no~ -respondió, pasándose una mano por el cabello, cerrando sus ojos. Sus largos dedos terminaban en uñas negras y delgadas, que se deslizaron por su pelo como si fuera de seda-. No es así. No debería estar aquí… -dijo con una amplia sonrisa-, pero no pude resistir a una chica tan divertida como tu… ¡alucinaciones! –chilló y comenzó a reírse nuevamente.

Le puse otra vez, a una velocidad poco humana, las manos sobre la boca, silenciando sus carcajadas, mientras agradecía mentalmente a la ausencia de luz, porque así no vería el rubor que teñía mis mejillas en esos momentos.

-Ca-cállate –refunfuñé, pero él únicamente se dejó caer el flequillo sobre los ojos, ocultando ese rasgo suyo que me hacía sentir tan desorientada-. Para mi es algo serio… no quiero estar mas en este hospital…

-Oww… -movió el rostro, quitándose mis manos de encima, mientras se sentaba, incorporándose. Pude ver que tenía una capa cubriéndole el cuerpo, totalmente negra era la tela, y bajo la misma, había un extraño traje que le llegaba al cuello-. No estoy bromeando. Me has hecho divertirme mucho este ultimo mes; dices cosas muy espontaneas y graciosas… -se levantó, poniéndose de pie, para luego ofrecerme una mano y ayudarme a levantarme también. Era alto; aun considerando que yo era bajita, era bastante alto-. Ya no hay gente como tu en el mundo; todos son serios y se creen comediantes cuando hablan sarcásticamente.

-Pero, no puedo ser divertida… -susurré, algo avergonzada, sentándome en la orilla de la cama, sin poder dejar de mirar al curioso personaje que estaba de pie delante mío- ¡soy pésima contando chistes!

-Tienes gracia natural –admitió, sentándose en uno de los sillones al lado de la cama, escurriéndose tanto que pareció que iba a caerse. Soltó una risilla por lo bajo, repitiendo para si mismo las palabras "alucinación".

Me acomodé la bata, el cabello y me froté los ojos. Quería comprobar que no estaba dormida.

-Entonces, ¿no eres un sueño? –él negó con la cabeza, cruzando una pierna-. Tampoco eres una alucinación… -otra vez, negó. Bien, así que no estaba enferma-. Ni eres un producto de mi imaginación… -lo mismo-. Entonces, ¿Por qué estas aquí? ¿Qué eres? ¿Quién eres?

-Ya te lo dije –murmuró, sin dejar de sonreír de esa forma, un poco tenebrosa, ladeando la cabeza-; estoy aquí porque me diviertes, eres divertida de una forma natural. Lo que soy… hace bastante tiempo que no soy eso… así que tampoco podría decir que soy lo otro… Podría decirse que soy un ser sobrenatural.

-Oh –exclamé, sarcástica-, ¿podrías decirme tu nombre?

-No –contesta con una sonrisa tan grande y burlona que me molestó muchísimo-, ¿podrías decirme el tuyo?

-¿Por qué debería hacerlo? Tú no quieres decirme el tuyo… -refuté, sintiéndome agredida.

-Es solo para fastidiarte –comenta, mientras entrelaza sus dedos a la altura del mentón, riendo socarronamente-. La verdad es que ya lo sé, lo leí en el pie de tu cama. Sylvette Greenwood… ¿Qué tiene tu madre en contra de los nombres convencionales?

-Creo que estaba ebria cuando lo eligió… -dije, recordando una anécdota que mi abuela me había dicho. Aunque hablé con la voz más seria que pude, aquel tipo volvió a reírse, como si hubiera contado la broma más graciosa del mundo- ¡¿de que te ríes?! ¡Al menos yo no estoy escondiendo mi nombre, ni ando espiando a la gente que esta muriéndose!

-¡Es gracioso! –rio, calmando sus ansias de tirarse al suelo. Pasó un rato para que pudiera calmarse, pero al fin lo consiguió-. No te espiaba; ya te lo he dicho, eres divertida, y pienso que sería triste si alguien como tu desaparece.

Lo miré, sintiendo un golpeteo en el pecho. Mi débil corazón respondió a esas palabras con un tintineo plateado.

-Gracias… -susurré, sonriendo un poco, bajando la cabeza-, es… halagador, de una forma retorcida…

-Oh, solo estoy siendo honesto –añadió, pomposo, haciendo un gesto con la mano. Me sentí un poco más a gusto con ese tipo, aun sin saber su nombre-. No le digo eso a cualquiera.

-¿Por qué nunca aparecías de día? –quise saber, algo confundida. Una extraña sensación me recorría el pecho; era raro hablar así con algo "sobrenatural", sobre todo en mi estado. Pero tal vez era lo mejor que podía hacer-. ¿Por qué siempre venías de noche?

-Juju~, es parte de una imagen que tengo que mantener –confió, apoyando su mejilla sobre su puño, mientras yo me subía mas a la cama. Comenzaba a tener frío en los pies, aun con los calcetines-. Además, sería raro si un tipo como yo se aparece en un hospital a pleno día…

-Asustaría a la gente, por lo raro que sería…

-¡Precisamente! –exclamó, riendo un poco, bajando la cabeza. Entre el cabello de su fleco, pudo ver un atisbo de sus ojos verdes, resplandecientes. Me miraban fijamente, con un dejo de misterio y profundidad que me estremeció-. Es mejor ser aterrador, que ser un payaso, ¿no crees, Vetty?

-Supongo que si –suspiré, algo asueñada. De pronto, el cansancio caía sobre mi con un fuerza extraña. Era normal, aun estaba en recuperación después de todo, y así seguiría hasta dentro de cinco meses más. Me recosté en la cama, con la cabeza sobre la almohada-. Nadie quiere ser un fenómeno…

-¿Por qué estas aquí? –preguntó, sin dejar de sonreír. Parecía un personaje salido de un cuento de Edgar Allan Poe, pero de una forma agradable.

Compuse mi mejor sonrisa, parpadeando un par de veces.

-Es una larga historia… -susurré, poniéndome de lado para verlo mejor. Él se encogió de hombros, bajando la pierna y cruzando la otra, acomodándose en el pequeño sillón.

-No tengo que ir a ningún lado; al menos no hasta el alba.

Entonces sonreí aun más y comencé a contarle mi historia.

Era extraño decirle cosas como esas a un relativo extraño. Primero que nada, porque yo no eras así; es decir, era amistosa, me era fácil tratar con la gente, pero no solía contarle cosas personales a cualquiera. Pero ese personaje era diferente.

Además, ¿Quién me podía prometer que seguiría allí cuando llegara el alba? ¿Quién podría decirme que seguiría allí? Y, aun cuando fuera una farsa, quizás necesitaba desahogarme con alguien. Y así lo hice.

Le conté como había enfermado repentinamente hacía cerca de un año, no entré en términos médicos, pero le dije que era una enfermedad rara y difícil de controlar. Le conté lo que sabía, lo que dolía, lo mucho que extrañaba mi hogar, que era duro ver a mi madre dar vueltas por mi y que echaba de menos la esgrima, la escuela, mis amigos y mi familia.

Eché todo en las pocas horas que quedaban. Sentía una tristeza dulce en el corazón, porque sabía que me iría del hospital esa mañana, cerca de las diez de la mañana, y probablemente, nunca volvería a ver a ese personaje. Pero no importaba, porque era divertido hacer una locura como esa, contarle todo a un extraño.

No podría decir en que momento me quedé dormida y dejé de hablar. Lo que si sé, es que desperté cerca de las siete, cabeceando, como si me hubieran dado un susto dormida para recordarme que había alguien mas allí.

Sin embargo, la habitación estaba vacía cuando miré a mí alrededor. Algo desolada, me dije a mi misma que habría sido un sueño. Había sido un buen sueño, algo raro, por cierto. Pero divertido en cualquier sentido. Me hizo sentir viva, y eso era lo mas importante.

Mi madre llegó temprano, junto con Tony, que se puso a fastidiarme, apachurrándome la mano de las agujas y se ganó un jalón de orejas por parte de la abuela Reese. Rayos; yo quería dárselo.

Esperamos ansiosamente a la doctora Wright, que llegó acompañada de otro doctor mas joven y, aunque se hizo de rogar y de suspenso, finalmente, firmó el alta a mi mamá y, casi llorando, me llevaron al auto, luego de despedirse y agradecer infinitamente a los doctores que habían salvado mi vida.

Recostada contra el sillón delantero del automóvil, miré a mi madre, que comentaba alegremente lo feliz que estaría de tenerme de vuelta en casa, que Jenny había querido ir, pero no había podido y que en cuanto estuviera recuperada del todo, ya podría ponerme a barrer y trapear. Solté una carcajada, luego de que ella también riera. Era un chiste local, porque yo nunca hacía nada en mi casa, siempre me hacía la tonta y terminaba culpando a Tony.

Salimos del estacionamiento, dejando atrás el hospital y yo observé por la ventana la enorme construcción, sin poder dejar de pensar en los ojos extraordinarios de ese extraño personaje nocturno… Sabía que no volvería a verlo, pero me hubiera gustado al menos saber su nombre.

Negué con la cabeza; no iba a entristecerme por eso, sobre todo ahora que volvía a casa y parecía que esta vez, era definitivo.

Pero, ¿Qué iba a saber yo sobre los planes del futuro?

Así como yo no sabía las vueltas que tenía planeada la vida para mi, tampoco podría saber si volverían a cruzarse nuestros caminos.

Y vaya que la vida tenía planes para mí.

¿Quién podría saber que esos ojos verdes, que esa sonrisa burlona, habrían alterado permanentemente mi vida para siempre, desde el momento en que se cruzaron con los míos…?

Porque desde el instante que lo miré, mi vida cambió, aunque yo no lo sabía en ese momento. La línea de piedra en la que estaba tallado mi futuro se rompió en mil pedazos, y el destino armó un nuevo plan para mí.

Esa simple mirada, había sido la vida, vedándome los ojos y entregándome un globo para volar alto como las aves, para rozar el cielo, para vivir de verdad, para sufrir, para llorar, para amar con una fuerza que quemaba como un fuego salvaje, y para odiar con la intensidad y la frivolidad de los hielos.

Mi nombre es Sylvette Greenwood, y esta es la historia que escribo ahora, por la cual lloro ahora, de como me enamoré de lo único que podía matarme.

Un Shinigami.

o.o.o

¿Qué tal? :D (llueven tomatazos) T.T como podrán ver, tengo algo por este tipo de historias XD me encantan, sobre todo porque esta tendrá drama por todos lados muajajaja XD

Espero que les haya gustado, la verdad es la primera vez que manejo a Undertaker, así que, si tengo ooc, pueden decirme, estoy abierta a todo tipo de críticas y comentarios :) tanto de la historia y los personajes y todos XD

Dejen reviews y Undy-chan y Sebas-chan los visitaran en la noche ;) jajajaja

Un beso.

Slinky-pink cambio y fuera.