Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi.

Advertencias: incesto, agresión/violencia psicológica y física.


"Los seres humanos son divertidos. Quieren estar con la persona que aman pero rehúsan de admitirlo abiertamente. Algunos tienen miedo de mostrar la más mínima señal de afecto por miedo. Miedo que sus sentimientos no sean reconocidos, o peor aún, respondidos. Pero algo de los seres humanos que me intriga más, es su consciente esfuerzo de estar conectado con el objeto de su afección, incluso si eso los mata lentamente."

Sigmund Freud

Escoge tus Últimas Palabras

Kagura trató de olvidarse de la pequeña carta de su querido primo Byakuya. Su pequeño mensaje le quitó el hambre por completo, pero por aburrimiento y perder un poco el tiempo dejó la caja ahí, sin siquiera echarle un vistazo al vestido, fumó un par de cigarrillos y con toda la flojera del mundo regresó a su habitación, encontrándose con la solitaria caja en el borde de la cama, esperándola de la misma forma en que Kagura sabía que esa noche no escaparía.

Sólo esperaba que Byakuya le hubiera comprado algo decente. De pronto su primo menor podía ser muy extravagante, pero seguramente Naraku había sido muy específico con lo que necesitaba, y Kagura tenía que aceptar que Byakuya tenía muy buen gusto, no sólo para su propia ropa, sino para elegir la ropa de mujer. Otra de las razones por las cuales sospechaba que era homosexual.

Refunfuñando, sacó el vestido de su caja y lo extendió frente a ella. No pudo evitar esconder su asombro al tenderlo sobre la cama y verlo a detalle. Era sencillo, y a la vez sobresalía. Una de las razones por las cuales Kagura odiaba los vestidos de noche, es que todos le parecían iguales y aburridos. Los mismos colores, los mismos cortes, el mismo largo. Creía que la gente olvidaba que la elegancia no significaba parecer clones, pero el vestido frente a ella resaltaba por su extravagante sencillez.

Era, en general, negro, pero un acumulativo patrón de libélulas doradas se arremolinaba sobre la tela oscura, como un caótico enjambre de delgadas varas y delicadas alas en todo lo alto del vestido, para ir desapareciendo paulatinamente por la caída de la misma prenda, que se soltaba ligera pero abundante hacía abajo, donde ya el color negro de la tela comenzaba a dominar. Un grueso cinturón negro atravesado por una enorme cadena, dorada como las libélulas, se encargaba de resaltar la cintura de aquella que lo usaría.

El vestido tenía un escote apenas sugerente, extrañamente arriesgado y a la vez sutil. Dos gruesas telas tapizadas casi por completo por las libélulas eran las encargadas de cubrir en su totalidad ambos pechos, dejando sólo una delgada línea descubierta en medio, y los brazos completamente desnudos. Más arriba, el vestido se sostenía por un cuello que se unía al resto de la prenda.

No lo iba a negar, el vestido era hermoso, de los que le gustaban, y si no se equivocaba, era de su talla. No había discusión; Byakuya sabía mezclar la extravagancia con la elegancia, e incluso conocía al dedillo los gustos de su prima mayor. Sabía que Kagura odiaba lo aburrido y convencional.

—Debe costar una fortuna. —Acarició las libélulas bordadas en la tela, con cierto brillo en los ojos. Cuando vivió con sus tíos pudo darse toda clase de lujos, pero desde que se independizó y comenzó a ganar su propio dinero, gran parte de este terminaba destinándolo a sus ahorros para irse, y la paga que recibía no se comparaba en lo más mínimo a lo que ganaba –y robaba- Naraku. Desde varios años atrás ya no podía darse esa clase de lujos, y tener un vestido como ese eran cosas lejanas, y realmente, tampoco le interesaban mucho, aunque era muy vanidosa y estuviera encariñada con el lujo y la comodidad.

Negó con la cabeza. Se le estaba haciendo tarde divagando en cosas sin sentido. Estaba claramente ansiosa. Dejó el vestido donde estaba y se metió a bañar, tratando de desperezarse. A continuación, siguió todo el ritual femenino necesario para acudir a una fiesta, a pesar de que Kagura estaba casi muerta de sueño incluso cuando salió del baño. Le costó horrores pensar en un maquillaje adecuado y que combinara con el vestido, y tuvo que juntar una fuerza titánica para sacar brochas, pinceles, delineadores y sombras de ojos. Lo único que tenía seguro, eran sus labios rojos. Siempre se los pintaba de un soberbio rojo y esta no sería la excepción. Por un momento pensó en no hacerlo; a Naraku le gustaba, pero desistió.

Con el cabello no se complicó. El vestido era para lucirse con el cabello recogido, y no hubo gran diferencia a como se lo peinaba diariamente. Tardó muchísimo en arreglarse. Más en escoger unos zapatos adecuados, y aún más en no distraerse. Durante el paso de las horas de la tarde fumó varios cigarros, con el pretexto de que necesitaba tomarse un descanso. Dio varias vueltas por el departamento haciendo como si buscara algo, cuando en realidad no necesitaba nada, o cerciorándose de la hora. Lo único en lo que pensaba era en la flojera que le daba ir a la dichosa fiesta y en la ansiedad que le provocaba, todo al mismo tiempo.

No iba a negar que estuviera nerviosa en asistir, no sabía desenvolverse en esos lugares, pero confiaba en que Naraku no la dejaría morir sola. Después de todo, el que necesitaba quedar bien, era él. Pero sobre todo, su primo tenía gran culpa con respecto a su ansiedad. La idea de acompañarlo a una fiesta simplemente no le emocionaba, al contrario, le angustiaba mucho. La estaría observando y vigilando todo el tiempo, procurando que actuara bien, como él quería. Cualquier movimiento en falso podía significar perder sus ahorros para siempre, si es que realmente pensaba devolvérselos, cosa que aún dudaba.

Estaba sacando sus zapatos cuando alguien tocó a su puerta. La joven se asomó fuera de su habitación y se percató de que faltaban unos minutos para las ocho.

Bueno, la hora de la verdad había llegado, pensó mientras se dirigía a abrir la puerta, con una eterna cara de desgano. Efectivamente, ahí estaba Naraku, usando un elegante traje negro y enfundado en un abrigo. Curiosamente, llevaba el cabello suelto.

—¡¿Todavía no estás lista?! —exclamó al verla aún en bata. Kagura hizo un gesto de fastidio y lo dejó pasar.

—Sólo me falta ponerme el vestido y los zapatos. Dame cinco minutos más.

Naraku resopló al escuchar eso, mientras se sentaba en la sala.

—Cinco minutos… —rezongó malhumorado—. Esos cinco minutos siempre se transforman en una hora. —Recordó cuando fue novio de Tsubaki. Era una mujer interesante, no lo negaba, pero también era la mujer más vanidosa que había conocido en su vida. No había lugar al cual no saliera impecable, y las veces en que salió con ella, aquellos "cinco minutos" se volvían eternos en espera, pero Naraku no podía evitar pensar que la veía igual todo el tiempo, él no sabía de esas cosas ni le interesaba. A veces se preguntaba qué tanto hacían las mujeres cuando se arreglaban. ¿Acaso se ponían pestaña por pestaña o de plano se cambiaban el rostro por entero?

Kagura no le hizo mucho caso, recordando también a Tsubaki. Ya tenía que estar acostumbrado a eso, además, si quería salir con una mujer, tenía que atenerse a las consecuencias. Que se jodiera de vez en cuando, pensó.

La joven cerró la puerta de su habitación, dejando fuera a su primo. Alcanzó a ver que este sacó su cajetilla de cigarros. Le hubiera gustado hacerlo esperar mucho tiempo y provocar que llegaran tarde, pero no le convenía.

Con prisa, Kagura se puso el vestido, dando gracias de que no necesitara una segunda mano para manipular el cierre. Sin pensarlo mucho se puso los tacones (lo cual no tenía mucho caso, pues el largo del vestido y la caída le cubría los pies). Iba a tomar una pequeña cartera negra, pero antes se detuvo al espejo. No pudo evitarlo, a pesar de que Naraku ya estaba esperando.

Vio con satisfacción cómo le quedaba la prenda. El cinturón se ajustaba muy bien a su cuerpo, y el corte alargado la hacía ver más alta y estilizada. El dorado no era su color favorito, pero se dio cuenta de que combinaba muy bien con su tono de piel, ligeramente bronceada. Se tomó unos momentos para mirarse por todos los ángulos, cerciorándose de que todo estuviera en su lugar. Se impresionó de ver lo bien que lucía, y su vanidad se disparó en un santiamén, pero el reflejo en el espejo que unos momentos antes le gustó tanto, desapareció tan rápido como llegó, como si le hubieran dado una descarga eléctrica, al recordar quién le había regalado el vestido y por qué, y entonces todo el encanto se esfumó.

Resopló un poco, decepcionada, sin quitarse de la cabeza la idea de que Naraku se lo había dado.

—¡Kagura, no tengo toda la noche! —Como si lo hubiera invocado, Naraku tocó un par de veces a su puerta. Kagura gruñó y le gritó que ya salía. ¿Cómo podía ser tan impaciente? murmuró por lo bajo. Sólo habían pasado cinco minutos. Segundos después estuvo fuera, tal y como Naraku se lo ordenó, aunque no tenía mejor cara.

Cuando salió, se encontró de espaldas a ella, mirando por la ventana. Lucía tan relajado y sereno que Kagura casi le tuvo envidia. Ella hervía por dentro.

—Ya estoy lista. —Al escucharla Naraku volteó a verla, sin emitir gesto alguno. Ahora sólo necesitaba saber si su imagen era aceptada o no por su primo. Realmente no le interesaba que la halagara o no, de hecho, le habría dado algo de repulsión que lo hiciera. Sólo necesitaba saber si daba la talla de lo que él quería mostrar, si a cambio recibía su recompensa.

—¿Y bien?

—¿Bien qué? —preguntó este, ladeando un poco la cabeza, sin entender la pregunta. Kagura rodó los ojos.

Hombres.

—Nada…

—Bueno, ya vámonos. Se nos hace tarde —ordenó el hombre mientras se dirigía a la puerta. Kagura sólo se tomó un momento para ponerse su abrigo y lo siguió, con la sensación de que esa sería una de sus peores noches. Podía morirse del aburrimiento, o cometer la tontería de su vida, cualquier cosa era válida y podía pasar estando con Naraku.


La joven suspiraba con aburrimiento durante el trayecto hacia la fiesta, mirando distraída por la ventana del auto, sintiéndose adormecida por el juego de luces que aparecían y desaparecían conforme avanzaban. Últimamente le parecía que su vida era eso: no más que un juego de luces artificiales y sombras que se movían con rapidez en una sola dirección, lista para estrellarse contra una pared de ladrillos.

Naraku usualmente manejaba como un endemoniado, varias veces lo habían multado por exceso de velocidad, pero esta vez iba bastante tranquilo. Probablemente por la nieve. No podía darse el lujo de quedarse varado de nuevo por ahí, y Kagura sospechaba que por andar jugando a las carreras le había pasado eso mismo en la mañana.

—¿Nerviosa? —soltó de pronto, mirando por un momento a Kagura, para enseguida regresar la vista al frente. La joven no se volvió para verlo.

—No, sólo aburrida.

—Pues más te vale que luzcas feliz y radiante —sentenció con severidad, cosa que no le provocó el más mínimo miedo a Kagura. De hecho, sentía cierto poder sobre la situación. Tal parece que mucho dependía de ella, y era sorprenderle el momento en el que Naraku tenía que depender, aunque fuera un poco, de otra persona. Eso la hizo sentirse un poco feliz. Al parecer, tenía el poder para dejarlo con la mejor imagen o arruinar su reputación… lástima que estuviera chantajeada.

—Sí, Naraku. Haré lo que me digas, pero sabes que no hago esto por simple altruismo.

—Que quede claro que tú lo estás aceptando. —Escuchó a Kagura resoplar—. Harás todo lo que yo te diga. Pase lo que pase, no me cuestionarás. Simplemente obedecerás.

—Como usted desee, su alteza —contestó la mujer con un marcado sarcasmo que molestó un poco a su primo, en contraste con la centelleante y fuerte impotencia reflejada en sus ojos.


Llegaron al lugar. Ni siquiera era un salón de eventos, sino una jodida mansión. Kagura pudo darse cuenta enseguida de que era una fiesta privada, ya que no había medios de comunicación presentes. Atravesaron en el auto los altos portones negros que resguardaban el lugar, y en cierto trayecto del camino Naraku entregó las invitaciones. Kagura en ese momento sintió que estaba entrando a las puertas de un posible infierno y que acababa de vender su alma al diablo. El pensamiento le erizó la piel.

Frente a ellos había otra pequeña fila de autos, uno más lujoso que el otro, todo rodeado de soberbios jardines, un poco castigados por el invierno, y las luces decorativas del lugar le daban una atmosfera luminosa y sutil. Kagura se sintió intimidada ante el derroche del lugar. Muy pocas veces fue a lugares así, nunca le gustaron y nunca le llamaron la atención. No podía creer que hubiera aceptado. Además, aunque estaba encariñada con el lujo, le tenía cierto temor a la gente adinerada. Con Naraku había comprobado que esas cosas daban demasiado poder, especialmente si estaban en las manos equivocadas.

Al bajar del auto Kagura apretó el abrigo contra ella y rogó por entrar rápido. Naraku enseguida se puso a su lado y juntos se encaminaron a la entrada. Se preguntó con qué clase de gente trataba Naraku. Debía ser gente muy importante como para estar en una reunión tan exclusiva. No tenía idea que su primo se desenvolviera en esos círculos, pero tampoco le sorprendía. Después de todo, desde hace años la firma donde trabajaba Naraku se encargaba de llevar todos los asuntos legales relacionados de las empresas Taisho, pero Kagura estaba tan alejada de esa vida y tan inmiscuida en su idea de escapar, que todo aquello le parecía trivial y pasajero. El dinero simplemente iba y venía. Esos montones de pedazos de papel con símbolos por los cuales la gente se mataba, sólo le parecían una ventaja para poder hacer lo que quisiera, en este caso, escapar, mientras que Naraku lo usaba como un medio de poder y control. De hecho, no era el dinero lo que le interesaba, sino el mismo poder, el dinero sólo era un medio.

Kagura trató de no pensar en el lugar donde estaba y con quien estaba, pero cuando entregaron sus abrigos en la entrada, le fue imposible no verlo de reojo.

—"¿Qué diablos hago aquí?" —Fue lo único que atinó a pensar, mirando a su alrededor discretamente, y aún más con la confianza que Naraku destilaba. El recibidor era amplio, pulcro, y bien iluminado; había poca gente, pues la fiesta se llevaba a cabo dentro de un salón que contaba con varias puertas enormes de madera y rebuscadas figuras talladas en ella. Ambos se dirigieron al lugar mientras un mayordomo le hacía una reverencia para después abrirles la puerta principal.

Sin un avisar, Naraku posó su mano en la espalda de Kagura, a la altura de la cintura, amoldando su palma a la curva que esta formaba. Ella reaccionó con un ligerísimo salto.

—¿Qué crees que haces? —susurró, rechinando los dientes.

—Tú sígueme la corriente —contestó Naraku con la misma discreción. Los labios de ambos casi no se movieron, y apenas se miraron a los ojos.

Entraron juntos al salón. Las paredes blancas lucían un discreto efecto de iluminación dorada, y había unas columnas de madera oscura que hacían un interesante contraste con el juego de luces. El techo era altísimo y abovedado. Más al fondo, junto al par de escaleras que llevaban al segundo piso, había una mesa con una gran torre de copas, y seguramente por ahí también estaba la comida.

Kagura sólo quería un maldito café bien cargado, y su cuerpo ya gritaba por un cigarrillo.

Los meseros se paseaban de un lado a otro, luciendo impecables en sus uniformes, serios y flemáticos. A Kagura le pareció que lucían más como fantasmas que como humanos. La gente charlaba en distintos grupos, algunos de pronto se separaban e iban a otros con discretas sonrisas y gestos de neutra felicidad; todos lucían sus mejores trajes y vestidos, aunque a Kagura le parecía que todos se veían como uniformados. Soldados del dinero, del estatus y los negocios, todo bajo una capa de buenos modales bien memorizados. De hecho, le pareció que la decoración y el lugar era demasiado extravagante para la cultura minimalista de su país natal. Todo el lugar tenía un estilo un tanto europeo y a la vez demasiado lujoso como para ello. Seguramente la fiesta era en honor a alguna compañía extranjera o algo por el estilo, y tal como lo pensó, Kagura alcanzó a ver un poco más lejos a un grupo de varios hombres con pinta de árabes.

—La fiesta es en honor a Abdel Rashid al Zayed, de Dubai. Se asoció con las empresas Taisho —le susurró Naraku mientras se adentraban de a poco al lugar. Kagura no pudo evitar alzar ambas cejas. Nunca había ido al medio oriente, pero sabía que los Emiratos Árabes se caracterizaban por ser una monstruosidad de inversión que se estaba convirtiendo en una potencia mundial, todo acompañado del más exigente lujo y la innovación más excéntrica.

Si la familia Taisho ya le parecían adinerados, ahora serían asquerosamente ricos y poderosos. Kagura ahora entendía por qué unos meses antes Naraku se había ido de viaje sin decirle a nadie. Seguramente había viajado a Dubai, y probablemente le habían pagado una monstruosidad por llevar los trámites legales de la corporación y reciente alianza.

No se dio tiempo de preguntarse qué iban a hacer con todo eso. Como si apenas se diera cuenta, el nombre de Sesshoumaru resonó en su mente como un martillazo. ¿Acaso él estaba ahí? Tenía, debía estar ahí. Procurando que Naraku no lo notara, pasó la vista por todo el lugar, en el salón y en el segundo piso, buscando alguna cabeza de cabello claro. Sesshoumaru y su familia resaltaban por su inusual albinismo, así que si estaba ahí, lo vería, sin embargo no encontró a nadie con aquellas características. Al menos desde donde ella estaba mirando, que apenas era una parte del salón.

—Naraku, es un honor tenerte aquí —dijo alguien detrás de ellos. El aludido fingió su sonrisa más encantadora y discreta, la cual salió a relucir con una naturalidad escalofriante. Se dio la vuelta con elegancia, obligando también a Kagura a seguirlo. La joven casi se va de espaldas cuando vio a Sesshoumaru entre el trío que saludaban a su primo. Tenía la misma expresión de siempre, indiferente y pétrea, y sostenía una copa de champagne en la mano, la cual parecía no tener intenciones de beberse por completo.

Naraku saludó cortésmente al trío, incluyendo a Sesshoumaru, y no tardó en presentar a su acompañante. Kagura de pronto tuvo la sensación de que algo iba a salir mal. La confianza que desprendía Naraku era aterradora.

—Y ella es Kagura Katsuguri —dijo al presentarla, pero la joven soltó un ligerísimo gesto de confusión al notar que, sin razón alguna, Naraku le había cambiado el apellido. Su respuesta fue rápida y contundente, como si Naraku estuviera muriendo de ganas por disipar sus dudas.

—Ella es mi novia —agregó, y Kagura supo entonces por qué le había cambiado el nombre.

Sintió que le arrojaban un balde de agua fría. En contraste, un calor inhumano hizo arder toda su piel, haciéndola sentirse débil y querer respirar hasta ahogar sus pulmones con demasiado aire. Sintió que se iba a desmayar. No le gustaba hacer el papel de la damisela en desgracia, pero deseó con todas sus fuerzas desmayarse, tener las agallas de fingir que perdía el conocimiento en ese mismo instante y caer sin cuidado alguno al suelo, armar un gran alboroto mientras se hacía la desmayada, que la llevaran de urgencias al hospital y una vez ahí, fingir su muerte, escapar de Japón y perderse en algún confín olvidado del mundo, donde Naraku no pudiera alcanzarla. La novela que se inventó en cuestión de segundos le revolvió el estomago y la dejó en un estado de sopor que no le permitió reaccionar más allá de su breve gesto de sorpresa.

Kagura no pudo evitar mirar de inmediato a Sesshoumaru, esperando ver alguna reacción, pero lo único que vio, fue que Sesshoumaru, por pura inercia, arrugó muy ligeramente las cejas en un gesto de extrañeza, como si de pronto no entendiera la situación frente a él. La mujer enseguida supo que fue sólo porque Sesshoumaru sí sabía que Naraku y ella eran primos… todos los demás eran desconocidos para Kagura, y sabía que su primo apenas hablaba de su familia o vida personal. Ella era una completa foránea entre esos círculos y esa gente. ¿Quién iba a sospechar que ellos dos eran primos? ¿Quién podría estigmatizar a Naraku? Sus tíos estaban muertos, no había nadie que los pudiese acusar.

Y ahora resultaba ser la novia de Naraku.

Maldito.

Kagura sintió como si el tiempo se hubiese detenido después de que Naraku la presentó como su pareja. Todo pasó tan lentamente que la mujer sintió que todo estaba en cámara lenta, casi al punto de detenerse en cualquier instante, cuando de pronto volvió a la realidad bruscamente cuando Naraku apretó su mano contra su espalda. Sólo habían pasado un par de segundos, y cuando reaccionó y sintió que la sangre en su cuerpo volvía a correr entre sus venas, que su corazón recuperaba el latido perdido, el bullicio de la fiesta, el movimiento de las personas, el juego de luces, fue cuando volvió a su lugar tan abruptamente que se sintió cegada.

Lo único que atinó a hacer fue una fría reverencia. Se sintió asqueada de su propia actuación.

—Mucho gusto —dijo Kagura más como una autómata que como una humana, aún sin salir del impacto, pero sintiéndose como presa de una fuerza mayor que la obligaba a hacer todo eso en lugar de gritar a los cuatro vientos que Naraku era un farsante, un asesino, un maldito bastardo, un traidor y mentiroso.

Pero, a final de cuentas, ¿qué importaba Sesshoumaru? Se suponía que ella estaba ahí para recuperar su dinero. Debía actuar, no importaba quién fuera el público.

—¡Vaya, qué sorpresa! Me alegra que te tomes tu tiempo para cultivar tu vida personal, Naraku. A veces pienso que trabajas demasiado. —Naraku fingió una sonrisa, más o menos, porque podía sentir el ligero temblor en el cuerpo de Kagura mientras la tomaba de la espalda, y además, estaba feliz. La expresión de incredulidad de Sesshoumaru no tenía precio, por mínima y breve que fuera.

Sin contar que Kagura estaba pagando muy caro.

—Bueno, era hora de que me tomara un pequeño descanso. A decir verdad, conocí a Kagura y nos enamoramos perdidamente. —La aludida sintió arqueadas, pero no las exteriorizó. Después de todo, era tan buena actriz como Naraku, pero sólo cuando la dejaban completamente en blanco, sin saber a dónde correr y acorralada, cuando, precisamente, no tenía más opción que fingir y la transparencia de sus emociones quedaban fuera de su alcance.

—Incluso estamos pensando en la posibilidad de casarnos, ¿verdad, querida? —Naraku miró a Kagura y esta le devolvió la mirada. Con el breve intercambio, sus ojos se dijeron todo. Él, que no se atreviera a irse de lengua, y ella, que lo repudiaba como nunca. A ojos de cualquiera influenciado por la farsa de Naraku, podía parecerle un discreto intercambio de amorosas miradas.

Kagura sólo atinó a asentir con la cabeza.

—Tu madre estaría saltando de gusto. Siempre pensó que nunca te ibas a casar —comentó uno de ellos, pero Kagura ni siquiera se fijo en quién—. Tienes mucha suerte. Es una joven muy bella. —Sintió más arcadas y tragó duro. El halago no la emocionó en lo más mínimo, apenas y lo escuchó, sólo tenía la vista clavada enfrente de ella, en Sesshoumaru, quien ya no tenía gesto alguno en su rostro, pero tampoco se atrevía a sostenerle la mirada.

Naraku intercambió un par de palabras más con aquellos hombres hasta que otro par de personas se aceraron a saludarlo. Repitió el mismo proceso con el resto, presentándola como su novia, y cada que lo hacía o que hacían el comentario de la enorme sorpresa de la noticia, de la suerte que tenía Naraku, o de lo hermosa que era ella, Kagura sentía retorcerse del asco y el coraje.

No era sólo presentarla como su pareja, casi como su prometida. Kagura hubiera estado dispuesta a aguantar aquella farsa frente a esos desconocidos a cambio de complacer a Naraku para que este la recompensara, no importaba qué clase de venganza o fantasía enferma estuviera cumpliendo o si tenía intenciones de provocarle un infarto del coraje, se dio cuenta de que la intención de Naraku era solamente hacer eso porque en esa fiesta estaría Sesshoumaru.

Se estaba vengando por lo de la otra noche, quizá por todas las noches, y se lo estaba haciendo pagar muy caro. No sabía si eran celos, o un impulso posesivo por marcar lo que él consideraba su propiedad, lo que sí tenía claro, es que lo hacía con la intención de lastimarla. Que alguien se enterara de lo que había entre ellos, hubiera o no amor, el cual no existía, no podía más que causarle vergüenza, y como para darle el tiro de gracia, frente a Sesshoumaru, pero no fue eso lo que más le dolió, sino el hecho de que el mismo Sesshoumaru no mostró nada más que un poco de confusión.

Durante todo el rato la obligó a seguirlo, sin soltarla, con su mano sobre su espalda, como si se hubiera conectado a ella y estuviera moviendo los hilos de su voluntad para hacerla decir lo que Naraku quería que dijera y lo que el resto de las personas esperaban escuchar de parte de la pareja de alguien.

Kagura no lo soportó mucho tiempo. Mientras su novio hablaba sobre unos asuntos que ella ni siquiera escuchó, le dijo discretamente que iría a retocarse el maquillaje y se separó casi corriendo de ahí. Trató de buscar el baño para mujeres, pero entre tanta gente, decoraciones, personas que se movían y luces, se desesperó, ni siquiera tenía las fuerzas para atreverse a preguntarle a alguien dónde estaba, los labios le temblaban, pero lo veía como su único refugio. Se vería muy mal que Naraku entrara a buscarla, pero lo único que atinó a hacer fue a acercarse a la mesa donde se estaban las copas, lo suficientemente alejadas del bullicio. Un mesero pasó cerca de ella y sin pensarlo mucho tomó una copa de champagne, que se tomó de un solo trago casi con desesperación. Enseguida ansió otra. Estaba demasiado nerviosa y enojada y apenas sentía que podía respirar. Durante la última hora, sólo estuvo respirando como si apenas tuviera pulmones, maldiciendo una y mil veces a Naraku.

—Querida, aquí estabas. —La voz de su primo la hizo estremecerse, mientras se acercaba peligrosamente a ella. Kagura volteó a verlo con espanto, dejando la copa en una de las mesas—. Lo que menos necesito es que te emborraches, Kagura —la reprendió rechinando los dientes al ver la copa, pero lo suficientemente bajo para que solamente ella lo escuchara.

—¿Cómo te atreves? —reclamó enseguida—. ¿Cómo puedes decir que soy tu novia? ¡¿Estás loco o qué?!

Naraku interpretó eso de varias maneras. Bien pudo haber sido por el miedo al estigma de que alguien descubriera que en realidad eran primos. Naraku se estaba jugando mucho en eso, pero sabía que ella no se refería a eso, porque al final de cuentas el afectado sería él. Kagura no era tonta, no le reclamaba por eso, porque ella misma se había dado cuenta de que nadie la conocía ahí y que él apenas hablaba de su vida y de su familia, si acaso, algunos cuantos sabían que tenía un hermano menor, muchos menos conocían de la existencia de otras dos primas, pero nadie sabía sus nombres o cómo eran. Era bastante obvio el por qué del coraje en sus palabras.

—No te preocupes por mí, Kagura —dijo Naraku fingiendo empatía, mientras la tomaba de las manos, como si realmente fueran pareja. Disfrutó con el gesto de asco contenido que hizo la joven.

—Nadie sabrá que estamos emparentados, aquí nadie te conoce. Podemos aprovechar para decir cuánto nos amamos. —La falsa dulzura y encanto en el tono de Naraku, la cual ni siquiera se molestaba en esconder, todo bajo un grueso manto de ironía y sarcasmo, le provocó ganas de aventarlo contra la torre de copas y esperar que algún vidrio le cortara la yugular. No le importaba si iba a la cárcel o que todos terminaran de tildarla de asesina o perversa cuando las cosas saliera a la luz, pero aunque tuvo unas enormes ganas de hacerlo, se detuvo. Le temía demasiado a Naraku.

—Vete al diablo —exclamó en voz baja, pero eso sólo provoco que la sonrisa de Naraku se hiciera más grande.

—Por cierto… ¿viste el rostro de Sesshoumaru? ¡No lo podía creer! —comentó, al tiempo que apretaba más las manos de Kagura cuando vio su intento de irse—. ¿Sabes? Debo darle crédito, a pesar de su frialdad, es muy buena persona. Él sabe la verdad acerca de nosotros y aún así tiene la prudencia de no decir nada, todo para que estemos juntos.

Kagura se obligó a tomar aire para evitar explotar. No era necesario ser muy inteligente ni entender las sutilezas del sarcasmo para darse cuenta de que se burlaba descaradamente de ella, y que como buen sádico que era, lo estaba disfrutando.

No pudo aguantarlo más tiempo. Kagura se soltó del firme agarre de Naraku sobre sus manos y se alejó de ahí. Él no hizo nada para impedirlo. Estaba satisfecho, y tampoco le convenía que Kagura terminara explotando por la presión.


El primer impulso que tuvo Kagura, semejante a querer salir corriendo de ahí, fue buscar a Sesshoumaru. Recorrió un poco el salón, casi desorientada, pero no lo encontró, y momentos después supo que no estaba en el salón. Sesshoumaru odiaba las muchedumbres, y seguramente estaba ahí porque no le había quedado de otra, pero conociéndolo, aprovecharía la primera oportunidad para apartarse de la fiesta, así que salió a uno de los balcones ubicados en el segundo piso. Se asomó a varios, hasta que lo encontró.

Sesshoumaru miraba apático la vista de los jardines traseros, recargado en el balcón mientras fumaba un cigarrillo. Parecía no importarle el frío, aunque en cuanto salió del ambiente tibio del salón, el aire libre golpeó la piel desnuda de los brazos de Kagura como un montón de diminutas agujas. No tardó en sentir como sus dedos comenzaban a entumirse.

Él pareció no notarla, o fingió no hacerlo. No le dirigió una sola mirada a la persona que acababa de salir, y ni siquiera se movió. Kagura tuvo de pronto un enorme miedo a acercarse a él. ¿Qué le iba a decir? Los saludos amistosos no funcionaban con él, ni ninguna otra clase de palabra que no iniciara él o donde tuviera que hablar necesariamente de algo con alguien, de lo contrario, se mantenía callado y estoico.

No, no quería charlar ni fingirse amable. Sí, ella estaba ahí para recuperar su dinero, pero tampoco se iba a quedar de brazos cruzados, sin chistar, mientras Naraku la humillaba frente a una de las pocas personas que realmente le importaban. Sólo quería decirle que no le hiciera caso a Naraku, que todo era mentira, que ella jamás haría eso… aunque estuviera mintiendo tal y como lo hacía Naraku, sólo que omitiendo algunas cosas, mientras que él las agregaba, pero al final de cuentas era la misma situación. Tanto ella como su primo acostumbraban maquillar la verdad cuando les convenía.

Sabía que a Sesshoumaru no le importaba (a veces, deseaba equivocarse) pero no perdía nada con intentarlo. ¿Qué podía perder? Era curioso que se repitiera esa misma pregunta el mismo día. No le importaba si Sesshoumaru le respondía con hostilidad o si le exigía que lo dejara en paz, estaba acostumbrada a que él tratara así a todo el mundo.

Finalmente ella no era nada especial o distinto para él, era una batalla perdida esperar algo más.

—Hola —saludó la joven acercándose con cautela. Su voz sonó suave, pero firme, como solía hacerlo cuando hablaba con Sesshoumaru.

Por otro lado, el aludido no volteó a verla, pero aquello no sorprendió ni intimidó a Kagura.

—¿Sabes? Todo lo que él dijo era mentira —aseguró, sintiendo de pronto una punzada. ¿Cómo podía tratar de engañar a Sesshoumaru de la misma forma en la que Naraku engañaba al mundo? Definitivamente, en una extraña forma, eran el uno para el otro. Pero además, ¿a él qué podía importarle?

—Me chantajeó haciéndome venir a esta fiesta. —Sesshoumaru la miró de reojo, mientras soltaba una bocanada de humo—. No tenía idea de que saldría con semejante cuento. Sólo lo hace para molestarme.

Hubo un silencio incómodo y Kagura suspiró, haciendo lo posible para no comenzar a temblar sin control. Mentirle a Sesshoumaru era difícil.

—Tan conversador, como siempre…

—¿Y por qué me lo dices? A mí no me importa el tipo de relación que pueda existir entre Naraku y tú. —Kagura no pudo evitar contraer su pecho. La frialdad en las palabras de Sesshoumaru superaban la frialdad del mismo clima, y al igual que con Naraku, siempre era un poco difícil enfrentarse a él, sólo que a Naraku lo conocía demasiado bien y sabía cómo funcionaban las cosas con su primo; en cambio, Sesshoumaru era todo un enigma. Nunca nadie sabía qué podía estar pasando por su cabeza, porque simplemente no lo exteriorizaba. Si uno quería tratar con él, debía convertirse en adivino y tratar de no morir en el intento.

—Es sólo que me sentí incómoda… —respondió Kagura después de pensarlo un poco. Esta vez, no mentía.

—¿Incómoda porque es mentira, o porque es verdad? —Sesshoumaru se separó de la barandilla y se plantó frente a ella. La joven no pudo evitar asombrarse, y un dejo de vergüenza apareció en su rostro. ¿Se habría dado cuenta? Sí, era lo más seguro. Sesshoumaru era de las pocas personas que sabía identificar cuando Naraku decía la verdad y cuando no.

—¡No, jamás haría eso! Somos primos —argumentó, luchando en lo posible por sonar convincente. ¿Cómo podía decir que estaba enamorada de él, siquiera sentirlo, si por otro lado se revolcaba con Naraku y encima lo disfrutaba? Ya hasta había perdido la cuenta de cuántas veces terminaron en la cama. Al menos, si se tratara de otra persona… pero no, era precisamente Naraku.

—El incesto no es algo nuevo, y Naraku y tú son lo suficientemente perversos como para cometerlo. Son el uno para el otro. —El desprecio de la última frase hizo mella en Kagura. No por la acusación de incesto, eso era lo de menos, sino por el hecho de que, claramente, Sesshoumaru la consideraba igual que Naraku. Prácticamente le estaba diciendo que su primo era lo único que podía aspirar, y para él aplicaba lo mismo. "El uno para el otro". ¿Acaso estaba condenada a estar siempre al lado de algo que odiaba tanto y a lo que era tan similar?

Sus piernas volvieron a temblar y su boca se entreabrió entre la sorpresa y la ofensa. No sabía qué hacer ni qué decir. Tal vez seguir negándolo, gritarle, decirle poco hombre como cuando le advirtió sobre Naraku y le pidió ayuda, sólo una vez, pero en lugar de eso se quedó paralizada, pero sabía que en cualquier momento explotaría.

Sesshoumaru pareció distraerse con algo detrás de ella. Kagura apenas iba a reaccionar cuando un par de brazos enfundados en negro rodearon su cintura posesivamente, y la potente respiración de Naraku se agolpó en su cuello. Kagura sintió una serie de escalofríos recorrer su espina, y una emoción extraña y oscura, parecida a la más rara de las esperanzas, se incrustó en su pecho, a sabiendas de que Sesshoumaru estaba viéndolo todo.

—Suéltame —exigió forcejeando un poco, pero al agarre de Naraku le indicó que ni se le ocurriera hacer una tontería, además, se sentía demasiado vulnerable como para pelear, tanto que ni siquiera podía levantar la mirada y encontrarse con aquellos ojos tan duros.

—Hola, Sesshoumaru —dijo socarronamente Naraku—. ¿Sabes? debo darte las gracias. Eres muy prudente y comprensivo. —El aludido endureció su mirada al ver como el abogado esbozaba una media sonrisa.

—Naraku —insistió Kagura, rogando que la soltara, pero este no lo hizo. Sesshoumaru pudo escucharla, pero no dijo ni hizo nada. Kagura podía defenderse sola, tenía que hacerlo si realmente quería.

—No soy prudente, ni mucho menos comprensivo —sentenció Sesshoumaru—. Simplemente no me incumben sus asuntos. —Se podría decir que mintió un poco. Todo lo relacionado con Naraku le interesaba, tenía que interesarle, porque Naraku era demasiado astuto e inteligente, y eso aunado a su falta de consciencia y su ambición, podía llegar a ser fatal para cualquiera, y Sesshoumaru no era de los dejaran a sus enemigos sin vigilancia, aunque se viera obligado a asociarse con él. Pero lo que estaba viendo, la forma en que Naraku estaba abrazando a Kagura lo decía todo, o al menos eso le parecía. La verdad, con Naraku nunca se podía estar seguro. Simplemente la estaba abrazando, quizá con más cercanía de lo que lo haría cualquier simple primo, pero lo creía capaz de montar toda una farsa ya fuera para molestar a Kagura o tratar de molestarlo a él. Las razones que tenía para hacer las cosas usualmente resultaban confusas, y sólo se aclaraban cuando las consecuencias aparecían.

Sin embargo, la confianza con la cual la sujetaba era, precisamente, demasiado cercana, como si estuviera realmente seguro de que Kagura no iba a hacer nada, como si no fuera la primera vez que lo hiciera. Si aquello fuera parte de una farsa inicial, para esas alturas Kagura ya le habría dado una bofetada. Tal vez sólo estaba marcando su territorio.

—No le creas —insistió la mujer con firmeza, pero enseguida Naraku desapareció su sonrisa, su mirada se oscureció de un segundo a otro y volteó a la joven hacia él, tomando su rostro entre sus manos. Parecía tener una mezcla de coraje y burla en su gesto.

—Kagura, ya deja de fingir frente a Sesshoumaru. Sabes bien que no cualquiera puede verle la cara. —Kagura tomó a Naraku de los antebrazos tratando de que la soltara, pero era increíble como lograba que ella lo obedeciera con sólo mirarla, sobre todo cuando tenía la confianza de tener a su merced a una Kagura chantajeada, avergonzada y confundida. La dejaba paralizada y acorralada como si estuviera tratando con una cobra en pie, rígida, lista para atacar en cualquier instante.

—Sesshoumaru entiende que estamos enamorados, y mantendrá esto en secreto. —Apretó sus manos contra los brazos de Naraku, pero no podía hacer nada contra su fuerza. Sentía que los tacones iban a traicionarla y a esas alturas, todo el frío de su cuerpo había sido sustituido por una ansiedad hirviente de vergüenza.

Naraku no le dio mucho tiempo. Llevó una de sus manos a la nuca de Kagura y la otra a su cintura, y la atrajo hacia él hasta besarla. Kagura abrió los ojos como platos, después los cerró con fuerza, como si quisiera darse un momento para despertar de una pesadilla, pero el familiar movimiento de los labios de Naraku sobre los suyos le indicó que no era así.

Sesshoumaru lo presenció todo en silencio, como si aceptara su rol de cómplice. Una especie de furia se disparó dentro de él. Un ardor parecido a los celos, pero no eran celos, era desprecio. No era repulsión hacia el incestuoso beso que presenciaba, tampoco hacía Kagura, sino hacía Naraku.

Lo detestaba como pocas veces había detestado a alguien. Incluso se atrevía a decir que odiaba más a Naraku que a Inuyasha, y eso ya era mucho. Odiaba como Naraku se aprovechaba de los deseos, anhelos, los puntos débiles de las personas a su alrededor y los convertía, tarde o temprano, en marionetas y peones de sus trampas y juegos en pos de su propia cobardía. Nadie se salvaba. Desde la gente a su cargo, sus clientes, hasta las personas más cercanas a él. Tampoco era capaz de sentir lástima por Kagura. La joven no era ninguna damisela en desgracia, sabía defenderse, tenía su carácter, pero Naraku era más poderoso y había aprendido todos y cada uno de los puntos débiles de su prima, y ahora la usaba a su antojo.

Tal vez no estaba haciendo nada por ayudar a Kagura, nunca lo había hecho, pero detestaba la forma en la que la trataba y chantajeaba, justo como en ese instante. Sesshoumaru sabía perfectamente que él tampoco era ningún santo, podía resultar ser igual de odioso que Naraku, pero Sesshoumaru lo hacía por orgullo, por prejuicios y por un exagerado nivel de egolatría, sin embargo, Naraku lo hacía por el puro placer de la crueldad.

Simplemente le dio coraje, pero no mostró pizca alguna de desagrado, aprobación, ni nada. Se quedó enmudecido y estoico.

Naraku rompió el beso abruptamente, y Kagura enseguida se alejó de él hasta chocar contra el enrejado del balcón. Se tapó la boca, mirando a Naraku con expresión de espanto. Después del choque inicial, Sesshoumaru se preparó para ver cualquier cosa. Que Kagura se abalanzara sobre su primo para abofetearlo, que lo empujara, incluso que tratara de tirarlo del balcón. Quién sabe, Naraku podía reaccionar muy violentamente a veces, tal vez hasta tendría que meterse en la pelea si las cosas se ponían muy mal para Kagura, pero… no pasó nada.

Kagura quitó su mano de la boca lentamente, como si aquello no fuera nada nuevo, mientras parecía intentar recuperar el aliento. Sesshoumaru no vio en sus ojos la esperada reacción de profunda repulsión, tampoco ira, sólo la vergüenza que se muestra al verse evidenciado, como cuando agarran a uno mintiendo o robando, y un sonrojo en las mejillas.

había algo entre ellos. El hecho de que Kagura no reaccionara más airada y no siguiera desmintiéndolo, lo decía todo. No tenía cara para hacerlo. En ese momento Naraku le pareció más despreciable que nunca; estaba usando su propia relación con Kagura para tomar ventaja sobre ella, sabrá con qué clase de propósitos, y a él, para fastidiarlo.

Naraku levantó la vista hacia Sesshoumaru y contuvo una sonrisa. Tal vez no mostraba nada, pero también conocía a Sesshoumaru muy bien. Sabía que por dentro estaba hirviendo de la ira, y le daba la razón. Estaba furioso por ver lo que él hacía con las demás personas, lo consideraba un tramposo cobarde, pero su orgullo le impedía hacer algo, y aunque Kagura ni siquiera lo sospechaba, Naraku sabía también que los sentimientos de su prima no eran del todo rechazados. Su mejor arma era hacerle creer lo contrario. Tenía que hacerle creer eso a Kagura, porque de lo contrario, ante la primera oportunidad o esperanza, ella lo dejaría. ¿Era amor? Naraku no lo sabía, los sentimientos más profundos los había sentido él mismo y los había convertido en bastardos y deformidades de las emociones humanas, por lo tanto, tampoco era quien para analizarlos a menos que fuera demasiado obvio, pero Sesshoumaru era un tempano de hielo casi impenetrable, así que se conformaba con haber hecho pagar a Kagura y haber irritado tanto a Sesshoumaru, lo cual estaba seguro que había logrado.

Kagura apenas podía salir de su impresión. Sabía lo que había pasado, que Sesshoumaru lo había visto todo, y esa idea no dejaba de darle vueltas en la cabeza, dejando un caos dentro de ella tan desorganizado que no era capaz de reaccionar del todo, pero nadie iba a esperarla.

Sesshoumaru cerró los ojos unos momentos, apagó su cigarrillo (que ya había quemado parte del filtro) y comenzó a alejarse. Kagura levantó la vista hacia él, ansiosa por ver algo, pero no sabía qué. Cuando Sesshoumaru pasó a un lado de ellos, sólo dijo una palabra a modo de despedida:

—Felicidades —soltó con cierto sarcasmo y desprecio, como si esos dos no fueran más que un par de demonios tratando de burlar al mundo, y él les devolvía la misma burla.

Pero por lo demás, nada. Absolutamente nada. Por un momento Kagura pensó que las cosas no estarían tan mal. ¿Qué tal si Sesshoumaru se enojaba, o si se ponía celoso? Pero no hubo nada. Soñaba idioteces. Una irónica palabra de despedida, un par de miradas de desprecio y su figura alejándose con parsimonia, inquebrantable, mientras lo seguía con la mirada. Hasta que entró de nuevo al salón tuvo la vana ilusión de que se tomaría un instante para voltear hacia atrás, pero no lo hizo.

En cuanto se quedaron solos y el bullicio de la fiesta quedó ensordecido detrás de los muros y las puertas, Kagura explotó sin remedio.

—¡¿Por qué demonios hiciste eso?! —reclamó empujando a Naraku con fuerza.

—Para abrirte los ojos. Deberías agradecerme, te estoy haciendo un favor —respondió Naraku con simpleza. Kagura se llevó una mano a la frente, mirándolo descolocada.

—¿Un favor? ¡Eres un bastardo!

—Sólo desperdicias tu tiempo interesándote en Sesshoumaru. ¿O acaso viste que le importara lo que pasó?

—¡¿Y por qué te metes?! ¡Yo no te dije que manejaras mi vida! —Naraku, harto de sus gritos y acusaciones, la tomó del brazo con fuerza y la atrajo hacia él.

—Date cuenta que no le interesas y jamás le interesarás a Sesshoumaru —siseó, hipnotizándola con la mirada como si fuera una víbora. Kagura no fue capaz de moverse. Sentía crecer un nudo en su garganta y la angustia le causaba escalofríos.

—Kagura, a Sesshoumaru no le importas, pero a mí sí.

La confesión la obligó a soltar una mueca de asco. Era tan falsa como verdadera. No sabía si vomitar por la falsa preocupación que Naraku ni siquiera se molestaba en disimular, o vomitar por el hecho de que era verdad, desde la muy retorcida y enferma percepción del desalmado de su primo.

—Tú sólo puedes estar conmigo. Eres mía, me perteneces. Y si vamos a estar juntos, más te vale que dejes de compararme con ese imbécil —masculló con un coraje que no solía demostrar a menudo, mordiendo las palabras con ira. Al terminar de decir eso, soltó a Kagura bruscamente. Por un momento pensó que iba a soltarle una cachetada, se veía tan enojado, con una ira a punto de estallar, que Kagura sintió miedo, pero sabía que no se iba a arriesgar a regresar a la fiesta con su supuesta novia con un golpe en el rostro. No le gustaría que nadie viera eso, a pesar de que cualquiera podía meterse y darle a Naraku una lección, pero no quería que nadie la viera así, cuando todo su carácter desaparecía ante la presencia de él. Era humillante, nadie más podía salvarla, sólo ella misma, y no sabía cómo hacerlo. La única esperanza de Kagura había sido Sesshoumaru, pero la había dejado devastada lo que hizo, o más bien, lo que no hizo.

Qué suerte la suya, que sólo despertaba interés en alguien como Naraku.

Kagura gruñó con una pesada mezcolanza de ira y dolor. Sintió nauseas y hubiera jurado que se mareó. Tuvo que ir a sentarse a una de las mesas del balcón y se echó sobre la silla. No pudo evitar cubrirse la cara con ambas manos. Naraku la observó en silencio.

—No vayas a llorar. Tenemos que regresar a la fiesta. —Kagura levantó la cabeza, con lo que quedaba de su orgullo herido, pero se le seguía enfrentando con aquella misma mirada insolente.

—No estoy llorando. —Segundos después se levantó para regresar a la fiesta. Naraku la siguió, pero antes de entrar, la tomó de la mano, recuperando enseguida su papel de novio.

El resto de la noche Kagura no hizo nada. No comió nada, ni bebió nada. Se mantuvo al lado de Naraku, quien la guiaba por donde quería tomándola de la espalda o agarrándola de la mano. En ciertos momentos, cuando nadie los observaba, o cuando al menos no fingían verlos, ella trataba de soltarse de su agarre, pero Naraku se lo impedía. La presentó como su novia a un par de personas más. Le preguntaron algunas cosas, hasta un par de mujeres quisieron saber cómo había logrado conquistar a Naraku, y ella respondió vagamente, tratando de sonar lo más calmadamente posible, intentando medir sus palabras, a pesar de que le dolía la mandíbula de tanto apretarla, y juraría que sus labios temblaban tratando de acallar aquellos gritos e insultos y reclamos que luchaban por salir y que sentían que la intoxicaban.

Dos horas después simplemente se fue apagando. Ya no se encontró a Sesshoumaru, ni siquiera lo vio de lejos, y así estaba bien. No hubiera soportado la presión si se lo encontraba, pero las consecuencias de lo que sucedió fueron empeorando con el paso de las horas y la imperiosa necesidad de Kagura por actuar como si nada hubiera pasado. Sólo Naraku notó, ya cerca de la medianoche, que Kagura no podía más. Ya parecía más una zombie que otra cosa. Se excusó diciendo que ese día había trabajado mucho y se retiró de la fiesta un poco más temprano que el resto, aunque a él también ya le andaba por irse. Le dolía la cara de tanto fingir, y además, ya había cumplido con su parte. Había dado una buena impresión, la gente se había encantado con su querida novia, y hasta le sorprendía la compostura que la joven guardó a pesar de estar al filo de la cordura.

Su prima definitivamente se merecía una recompensa, pero si él realmente cumpliera sus promesas, Kagura ya se habría ido hace mucho tiempo.

Se la llevó fuera de ahí y la subió al auto. Ella ni siquiera lo miraba, simplemente se dejaba guiar. Sólo quería dormir, no le importaba si la dejaba en su casa o si iban al departamento de él o si chocaban y al fin podían irse al infierno, estaba demasiado agotada. El estrés la había dejado destruida.

El camino al departamento de Naraku resultó un poco pesado. Ya se sentía hastiado de manejar con precaución a través de las calles congeladas, pero el silencio de Kagura hacía equilibrio. La joven parecía estar adormeciéndose mientras miraba por la ventana, y al mismo tiempo tratando de mantenerse despierta. Incluso parecía indiferente. Estuvo a punto de preguntarle si quería que fuera a dejarla a su departamento o si iban al suyo, pero no lo hizo. Seguramente lo iba a mandar al diablo y él no tenía ánimos ni de escuchar reclamos ni de hacer el doble de recorrido.

Después de una larga hora llegaron al departamento. Kagura bajó sin pensarlo mucho, como si el camino ya bien memorizado le dictara dónde pisar. El departamento de Naraku no le resultó acogedor, pero sí el sillón. Se quitó con pereza los tacones, haciendo una pequeña mueca de dolor al sentirse libre de aquellos grilletes para los pies, y sin importarle nada, se aventó en el sofá. Hacía un poco de frío, pero a Kagura no le importo. Una idea no dejaba de darle vueltas en la cabeza, y la imagen de Sesshoumaru alejándose sin importarle nada la hizo sentir un profundo vacio en el estomago que sólo se expandía.

Naraku no le prestó atención. Se preparó para dormir y salió un momento al balcón para fumar un cigarrillo a pesar del frío. Desde los ventanales, en cierto momento, dejó de ver la cabeza de Kagura sobresaliendo por encima del sofá. Seguramente ya se había ido a acostar, pero, para su sorpresa, cuando entró de nuevo al departamento, ella simplemente estaba recostada de lado sobre el mismo mueble.

—Será mejor que duermas conmigo. Aquí te vas a congelar —sugirió Naraku con desgano. Kagura apenas abrió los ojos al escuchar la voz de su primo. De pronto había sentido como si ya no estuviera o se hubiera ido, pero no, ahí seguía.

—No me importa —contestó con sequedad. Naraku suspiró, restándole importancia a la situación. Apagó las luces y se fue a dormir, mientras que Kagura se quedó en el sofá. El frío le calaba hasta los huesos, y más con el vestido que usaba, pero enseguida cayó dormida.


El sonido de la cafetera la despertó. Kagura cerró con fuerza los ojos y después los abrió con desgano. Sintió que le ardían y el maquillaje le molestaba. La visión frente a ella era familiar, pero no usual. Cuando pasaba las noches en el departamento de su primo no solía despertar en el sofá, y después recordó lo que había pasado en la fiesta. Con el recuerdo fresco, no tuvo ánimo alguno de levantarse. Se quedó acostada ignorando todo a su alrededor. El aroma del café tampoco le reavivó los sentidos ni la estimuló. Intentó dormir, pero no pudo. Pensó en irse, pero odiaría tener que levantarse de su lugar y regresar a casa. Los tacones eran brutales y hacer que Naraku la llevara simplemente le era una idea imposible. Sólo estaba cansada y hastiada y quería quedarse donde estaba, no importaba donde fuera.

Naraku no le prestó mucha atención. Su prima podía ser muy dramática a veces –en realidad, así consideraba a la mayoría de las mujeres- y no tenía intenciones de adelantar los posibles reclamos y gritos que le esperaban. Era sábado, hacía frío. Sólo quería descansar y organizar algunos archivos en su computadora para presentarlos el lunes.

Al medio día el cielo seguía tan nublado como el día anterior. Naraku abrió de par en par las cortinas, dejando entrar la escasa y suave luz del día, que apenas lograba filtrarse a través de las nubes y la coloración gris de los demás edificios. Kagura lo siguió con la mirada distraídamente, sin intercambiar palabra alguna. No supo por qué, pero le pareció que lucía extraño. Casi siempre lo veía de traje, pero esta vez sólo usaba unos pantalones negros y un suéter azul oscuro. Estaba un poco despeinado, y se paseaba por la sala leyendo unos documentos, con un cigarrillo o un café en la otra mano. Notó también que usaba lentes para leer. Kagura no tenía idea de que Naraku usara gafas.

En cierta forma, lucía normal, tanto que por un instante su apariencia la engañó.

En cierto momento Kagura se cansó de su posición y se sentó en el sofá, abrazando un poco sus piernas flexionadas hacia ella, cubiertas por una manta; seguramente Naraku se la había echado encima durante la noche. Se quedó mirando al frente, con la expresión pétrea y a la vez perdida, de vez en cuando suspiraba con cierta decepción, a veces con un dejo de dolor. Se sentía fatal. Lo que había sucedido no dejaba de darle vueltas en la cabeza.

¿Por qué no hizo más? ¿Por qué Sesshoumaru no hizo nada? Y sobre todo, ¿por qué Naraku se empeñaba en hacerle eso? Su primo siempre había tenido algo contra ella, se ensañaba con ella, por mucho que dijera que le gustaba. Le gustaba más lastimarla, eso era. Kagura sabía que su primo no conocía otra manera de demostrar lo que sentía, que no fuera a través de la violencia, como si se empeñara en alejar a todas las personas a su alrededor con una intimidante mirada, incluso a las personas que, relativamente, le importaban. Kagura a veces pensaba que era porque, estaba segura, su primo era un sociópata, algo mal tenía en la cabeza, su personalidad estaba trastornada y era capaz de aprovecharse y dañar a los demás sin siquiera sentir un ápice de remordimiento, sin contar que su madre siempre estuvo trastornada, y su padre, casi. El problema no eran los demás, ni el hecho de que Naraku considerara inferior al resto del mundo, el problema era él mismo. Tal vez estaba loco.

Y sin embargo, era lo único que tenía. El demente de su primo era la única persona real y con sentido en su vida. Kagura se atrevía a decir que su vida giraba en torno a él. Sus deseos de libertad, sus fantasías de escapismo, su mayor anhelo, nacieron gracias a él. Su personalidad estaba forjada a través de la forma en que tuvo que enfrentarse a él. Su vida, su actitud, su amargura, incluso sus relaciones con las personas que le interesaban estaban basadas en lo que él hacía o dejaba de hacer, o lo que tuviera planeado. Por un momento sintió cómo si él la hubiera creado hasta llegar a ese punto.

Sesshoumaru no había hecho nada mientras él la besaba, y nunca haría nada. Simplemente no le importaba, no interesaba cuánto lo admirara o cuanto lo envidiara, Kagura ni siquiera sabía exactamente si estaba enamorada de él o si lo idealizaba. En cierto sentido, era parecido a lo que sentía Naraku por Kikyou. Algo caótico y confuso que te deja con un montón de interpretaciones, dudas y vergüenza por no poder aclararlas, y todo simplemente queda en un enigma que jamás los dejaba en paz, y peor aún, cuando a la otra persona ni le interesa ayudarte. Ni Naraku ni ella tendrían nunca posibilidades de aclarar lo que sentían, porque simplemente no tenían oportunidad de hacerlo. Naraku estaba demasiado enfermo, y había logrado enfermarla a ella también. Quería que existiera alguien como él. Ambos eran unos parias, eran tan orgullosos que el rechazo los llevó a descargar su furia con la única persona que fuera más parecido a cada uno, porque, pensó Kagura, quizá se odiaban a sí mismos, y consecuentemente, odiaban al otro, que era tan similar.

Ladeó el rostro hacia el sofá, sintiendo un creciente nudo en la garganta cuando comprendió eso. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos amenazando con hacerla romper en llanto, y se contuvo todo lo que pudo. Tampoco se levantaría corriendo al baño para llorar, simplemente aguantaría lo que pudiera. Aquello no pasó desapercibido para Naraku.

El hombre, sentado frente a ella y separados por la mesa de centro, levantó la vista de la laptop y las gafas muy discretamente, deteniendo sus dedos sobre el teclado. No podía verle bien el rostro a Kagura, pero notó que sus hombros temblaban un poco y las comisuras de sus labios estaban ligeramente torcidas. Enseguida, vio como una lágrima resbalaba por su mejilla, aunque se notaba que Kagura trataba de esconderse.

Suspiró en silencio, sin quitarle la vista de encima. Kagura realmente se veía fatal, como si fuera el fin del mundo. Pensó que tal vez había exagerado un poco con su pequeña venganza, pero no pudo sentir empatía alguna, sólo que se le había pasado la mano. Por otro lado, sentía que se lo merecía. Detestaba que lo compraran, especialmente con Sesshoumaru, y más si eso venía de Kagura. Si quería tener controlada a su prima, tenía que quebrarle la voluntad. Le gustaba mucho, pero tenía la extraña compulsión por destruir todo aquello que le gustara, y simplemente, se sentía un poco celoso; Naraku siempre había tenido una malsana tendencia a la envidia, aún cuando muchos otros lo envidiarían a él a muerte, pero nunca se sentía conforme con lo que tenía.

Ya una vez le habían quitado a Kikyou; el idiota del hermano de Inuyasha no iba a quitarle también a Kagura, y no estaba dispuesto a permitir que ella lo dejara. No le iba a permitir que Sesshoumaru le ganara, y si era necesario destruir a Kagura, lo iba a hacer. Lo hacía todo el tiempo, y sintió que finalmente había tenido éxito. Prefería tener a una Kagura destruida y junto a él, que no tenerla en lo absoluto.

Aún así, sólo faltaba que a su prima se le ocurriera tirarse del balcón.

—"Ja, como si yo nunca hubiera mencionado a Kikyou" —pensó Naraku con ironía. No era nadie para juzgar o lastimar a Kagura, su ventaja es que simplemente era un egoísta desalmado.

—¿Por qué estás tan rara? Llevas así todo el día —soltó haciéndose el distraído. Kagura pareció sobresaltarse al escuchar su voz por primera vez en varias horas, las cuales se le hicieron eternas. No podía creer que tuviera el descaro de preguntarle.

Se limpió las escasas lágrimas que derramó, tratando de no llamar la atención. Levantó la cabeza y tomó algo de aire. No quería contestar ni remarcar lo obvio. Si iban a hablar de algo, que empezara él.

Dejó la laptop sobre la mesa y se levantó de su lugar al tiempo que se quitaba los lentes, caminando hacia donde estaba ella. La joven no hizo nada por mirarlo, y su primo sólo se quedó parado a un lado.

—Lo de Sesshoumaru ya lo sabías —afirmó Naraku con dureza. Por un momento vio un gesto extraño en el rostro de Kagura, el cual no supo interpretar. No era de enojo, de dolor o tristeza.

—No entiendo por qué lloras.

Kagura se pasó una mano por la frente, ignorando el hecho de que Naraku la había visto llorar; le preocupaba más la idea que se había concebido en su cabeza y que le había dado vueltas toda la mañana. No podía creer que estuviera pensando en eso, pero, si lo analizaba objetivamente, sin odios, rencores ni decepciones de por medio, era lo más lógico.

—No lloro por Sesshoumaru, sino por ti. —Finalmente miró a Naraku, soltando el comentario de manera rotunda. Este, de la impresión, no pudo evitar mirarla contrariado, como si estuviera escuchando la cosa más extraña e imposible. ¿Se lo estaba imaginando o Kagura de verdad había dicho eso?

—¿Qué?

—Que sólo te tengo a ti —enfatizó Kagura esbozando una sonrisa irónica y adolorida. Era curioso que la única persona con sentido en su vida la odiara tanto y ella a él, y aún así, no podían imaginarse separados. Eran demasiado idénticos, y tenían casi la misma historia.

—No te entiendo —contestó Naraku. Kagura, ligeramente molesta, agarró a su primo del brazo y lo jaló hacia ella. Él se dejó hacer y se hincó a un lado de ella, en el suelo.

—Estoy diciendo que sólo te tengo a ti. Odio darte la razón, pero la tenías —susurró mirándolo a los ojos, aunque Kagura no lograba encontrar las palabras adecuadas para decir lo que quería.

—Te odio, pero creo que es porque somos demasiado parecidos. —Desvió la mirada unos instantes, su voz pareció perder fuerza mientras hablaba, como si estuviera por desmayarse. El rostro de Naraku estaba muy cerca del de ella—. Y por lo mismo, al final, sólo te tengo a ti. Por más que he buscado, no logro salir. ¿Era eso lo que querías?

Aunque al principio le pareció confuso, más por la sorpresa que por otra cosa, al cabo de unos segundos Naraku lo entendió todo. Aquello no era una declaración de amor. No era como si Kagura de pronto se hubiera dado cuenta que estaba "enamorada" de él, porque no se veía la calidez que se supone debía transmitirse, y él tampoco la sentía; jamás había hecho nada para que Kagura se enamorara de él. No era amor, Kagura simplemente estaba atada a él como Naraku siempre lo quiso, y esta vez, ella tenía la razón, y de pronto hizo que Naraku se diera cuenta de que él también la tenía. Eran demasiado similares, pero Naraku jamás pensó que él también saldría perjudicado de todo aquel juego. Se había enredado en su propia telaraña.

Ambos habían sido rechazados. Tal vez no lo aceptaban, pero la ira que sentían a causa de la frustración era muy grande, tanto, que tenían que compartirla. Se odiaban, pero tenían las mismas frustraciones, las mismas historias, y se comprendían, se provocaban y manipulaban. De alguna forma se daban consuelo, y todo era culpa de él. Naraku se había empeñado en enfermar a Kagura tanto como él estaba enfermo por Kikyou, la había hecho ambicionar algo imposible en base a su propio egoísmo, y esto se le regresó a él dándole todo el poder que quisiera, y aún así volviéndolo incapaz de tener lo que realmente le interesaba. Tal y como Kagura sólo lo tenía a él, Naraku sólo tenía a Kagura.

Pero no iba a permitir que ella estuviera con nadie más, porque a esas alturas de su vida ya no podía imaginarse separado de ella, de lo contrario, necesitarían buscar otra forma de no sentirse tan solos. Se odiaban y a la vez se necesitaban, necesitaban distraerse de sus propios sentimientos y frustraciones. El odio para ellos era tan necesario como era el amor para el resto de las personas. Lo peor de todo es que sabía que esa no era la rendición de Kagura, y aunque tenía razón, ella hablaba desde la confusión y el dolor momentáneo. Él necesitaba más a Kagura que ella a él.

Le perturbó demasiado aquella revelación, y lo primero que hizo fue pensar en un rotundo no, tratando de convencerse de que nada lo ataba a Kagura, cuando todo lo que había hecho con ella sólo había servido para reforzar el invisible lazo que tenían y que Kagura, ingenuamente, pensaba que sólo le pertenecía a ella.

Kagura se iría, eventualmente, al menos si él se descuidaba y ella encontraba la oportunidad. No le gustó la idea. Naraku tuvo el repentino impulso de tomar su mano, y así lo hizo. No le dijo nada, no tenía nada que decirle. Ella no rechazó el gesto. No iba a consolarla, eso no iba con él y tampoco le nacía hacerlo. Tampoco iba a desmentir o no lo que Kagura afirmaba, lo que ella pensara no era de su incumbencia. Simplemente ambos habían aceptado aquel gesto, no por un posible amor creciente o cariño, sino para comprobar lo que cada uno, por su parte, acababa de concluir, y a los dos les resultaba curiosa y asquerosamente irónica la forma en la cual había "evolucionado" su relación. No era sólo sexo, ni un premio de consolación, sólo era una revancha contra sí mismos que descargaban con él otro, que era similar. No era algo como los soñados amores idílicos, los apasionados amantes o las personas que se odian a muerte, nada de eso eran ellos dos, lo que había entre ellos era mucho más íntimo.

La gente normal solía darse cuenta y entender, con el paso del tiempo, el tipo de amor que se sentían; en el caso de Naraku y Kagura, finalmente habían entendido el odio que se profesaban, y cómo este los obligaba a estar juntos y los unía.

Fin


La historia la he marcado como final, pero, en realidad, la historia sigue. Como he venido mencionando, habrá una precuela, la cual pienso publicar en un fanfic aparte. También estoy trabajando en la secuela, que supongo iré publicando en este mismo fic; sólo lo marqué como "final" porque la secuela sucede varios meses después de esto, y también comenzaré a publicar hasta después de un tiempo, y primero será la precuela, la cual será más larga y creo que también, un poco truculenta.

Por cierto, el vestido que Kagura usa en el fic es el mismo que puse como portada, es de Alexander McQueen. Es que… vi la imagen y no me pude imaginar una mejor portada xD No soy de describir muy a detalle la ropa, pero estaba necia con querer describir el jodido vestido porque me eché mi buena fangirleada imaginando a Kagura con él xD espero me haya salido bien. Y también, lo siento mucho, pero es que deliraba con la idea de ver a Naraku y Kagura en una fiesta súper importante tipo "pareja explosiva"… aunque fue una de las peores noches de Kagura. Y pues nada, esa era la "bomba angst" xD al final creo que no está tan angst, ¿o sí? No lo sé, desde un principio se veía que Kagura saldría jodida de todo esto, pero Naraku también debía joderse (e incluso un poco Sesshoumaru).

Asdfghj también tengo muchas dudas con respecto a la parte donde Naraku besa a Kagura frente a Sesshoumaru xD creo que en el mismo fic dejé bien claro que lo hace para joderse a esos dos, y sabemos que a Naraku le encantaba ir por ahí rompiendo lazos y relaciones a placer, pero aún así no sé si está muy melodramático o qué.

En fin, espero hayan disfrutado con este pequeño fic, que aún no termina del todo. Muchas gracias por sus comentarios y por haberse tomado el tiempo de leer.

Me despido

Agatha Romaniev