Lo primero y más importante es que este fic no es mío. Es una traducción, autorizada por la autora original, que es BeyondtheStorm. La versión original se llama Of twisted morals and human weaponry. Esta historia me ha mantenido enganchada (al igual que a un montón de gente, ya que ha tenido un éxito espectacular) durante varias semanas, y me pareció buena idea traducirla y compartirla :)
Sin más, ¡espero que os guste tanto como a mí!
CAPÍTULO 1
A veces, y solo a veces, que conste —después de todo, era un príncipe— Arturo realmente odiaba su vida.
Ahora resultaba ser una de esas veces.
El contrariado futuro rey emitió un profundo suspiro antes de recostarse contra la pared. La piedra era dura y rugosa contra su espalda y podía incluso notar el frío a través de la camisa, que hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. Miró hacia el iluminado pasillo que podía ver a través de las barras de su celda (dos paredes eran de piedra y dos estaban cerradas por barrotes), deseando que el amo de aquella estúpida fortaleza se apresurara a decirle de una vez qué era lo que quería de él. Tenía cosas mejores que hacer que estar tirado en una mazmorra, y en serio, era solo una cuestión de suerte por su parte que hubieran conseguido capturarle en primer lugar. Si no hubiera estado tan cansado, nunca habrían sido capaces de rodearle así.
Arturo dejó caer la cabeza hacia atrás, golpeando la pared mientras maldecía su suerte. Debería haber pensado más antes de abandonar Camelot él solo, fingiendo que solo iba a cazar un par de días para despejarse la cabeza (era el único modo de que su padre le dejara, e incluso así el rey había tenido sospechas sobre sus motivos). Por lo menos debería haberle dicho a Leon que fuera con él, pero estaba bastante enfadado en ese momento y no se había parado demasiado a pensar en su plan.
De hecho, no es que tuviera un plan real para empezar, porque estaba bastante seguro de que "encontrar a Merlín" no se podía calificar como plan. Sin embargo, eso era lo que había estado haciendo, lo que la mayoría de ellos habían estado haciendo discretamente durante el último mes hasta que su padre lo había descubierto y les había ordenado parar. Aún así, cada vez que salía una patrulla, sin importar cual fuera la misión que se les asignara, siempre se tomaban un tiempo para buscar a Merlín. La mitad del tiempo Arturo ni siquiera tenía que pedirles que lo hicieran, el resto de los caballeros lo hacían por cuenta propia. No podía evitar preguntarse por qué, ya que había estado seguro de que la mayoría de la nobleza compartía el punto de vista de su padre con respecto a los sirvientes, pero en el fondo las razones no le importaban demasiado. Estaban dispuestos a ayudar, y él lo agradecía.
Aún así, y a pesar de todos sus esfuerzos, no habían encontrado ni un solo rastro del obstinado sirviente del príncipe.
Un mes.
Había pasado un mes entero desde la desaparición de Merlín. Nadie tenía ni idea de lo que había sucedido, Arturo simplemente se había despertado una mañana y Merlín no estaba. No había ninguna nota, ni despedidas, y todas sus pertenencias seguían en su habitación, sin tocar desde la noche anterior. Nadie, ni siquiera los guardias de las puertas, habían visto al sirviente marcharse. Ni una sola persona había sido capaz de darle una respuesta a por qué Merlín no estaba allí, pero Arturo estaba seguro de que Gaius sabía más de la situación de lo que le contaba. Aún así, interrogarle no había llevado al príncipe a ningún sitio, y el médico parecía tan preocupado y ojeroso que no le parecía correcto acusarle de ocultar algo aún por encima. Merlín era como un hijo para Gaius, así que era natural que su desaparición le resultara dura.
Si por lo menos Arturo se hubiera dado cuenta de la gravedad de la situación antes (y hubiera sido capaz de admitir lo dura que le resultaba la situación a él también), entonces quizás no estaría metido en semejante desastre.
Ninguno de ellos estaría en ese desastre.
Un mes…
Muchas cosas podían pasar en un mes.
El príncipe suspiró y dejó que su cabeza golpeara la pared una vez más, maldiciéndose por su estupidez. Había estado haciéndolo mucho últimamente, y tenía todos los motivos para ello.
Durante esos dos primeros días en que Merlín no se había presentado a trabajar, Arturo no se habría preocupado mucho por ello. Simplemente había pensado que Merlín se estaba escaqueando (después de todo, no era la primera vez que Merlín se marchaba sin decirle nada a nadie), y en lugar de buscarle, había comenzado a hacer una lista de las tareas que le echaría encima como castigo por desaparecer y hacer que Gaius y Gwen se preocuparan.
El tercer día había comenzado a preocuparse un poco él también. A pesar de ser un idiota, Merlín no era desconsiderado. Si se iba a marchar unos días, por lo menos le habría dicho algo a Gaius.
La mañana del cuarto día, reunió a un grupo de caballeros y se internó en el bosque, usando la excusa de rastrear los restos del grupo de mercenarios que se habían encontrado la semana antes. No le había sorprendido no encontrar nada, pero la decepción rondaba pesadamente alrededor de todos ellos cuando volvieron a la ciudad sin Merlín y sin pistas.
El séptimo día (después de cinco "patrullas" más) ya se había pasado una respetable cantidad de tiempo maldiciéndose por no haber comenzado a buscar el primer día, porque cualquier rastro que pudiera haber se habría borrado hacía tiempo para cuando por fin se decidió a empezar a buscar.
Si algo le había sucedido a Merlín, sería culpa suya, y no estaba seguro de poder vivir con ello. Merlín tenía que estar bien, dondequiera que estuviese, porque Arturo no podía aceptar la idea de que no lo estuviera.
Había sido sobre el día catorce que el rey se había dado cuenta de lo que Arturo hacía y le prohibió continuar su búsqueda. Su padre había mencionado palabras como "deber" y "responsabilidad" y había llamado a Merlín "solo un sirviente", y todo el tiempo Arturo se mantuvo en silencio mientras internamente hervía de rabia ante la insensibilidad de su padre. Merlín no era solo un sirviente, era el sirviente de Arturo, y por tanto era la responsabilidad de Arturo. A pesar del hecho de que Merlín era bastante incompetente a veces, no era un sirviente terrible, y más importante, era una buena persona, leal, desinteresado, amable, y un gran amigo.
Al final, nunca se había tratado de encontrar a su sirviente. Arturo estaba intentando encontrar a su amigo (aunque eso nunca lo admitiría ante nadie, desde luego).
Desafortunadamente, cada intento de encontrar a Merlín había fallado, y ahora estaba a días de distancia de Camelot, atrapado en una estúpida celda y esperando a que alguien le informara de por qué estaba allí.
Aparte de estar muerto, estaba seguro de que situación no podía ser mucho peor.
El sonido de una pesada puerta abriéndose y después cerrándose de golpe detuvo sus cavilaciones y rápidamente se puso en pie y avanzó hacia las barras. Podía escuchar pasos, de una sola persona, acercándose por el largo pasillo. Con suerte sería el que estaba a cargo de la fortaleza y no un guardia cualquiera, porque estaba cansado de esperar.
Se mantuvo cerca de la puerta de la celda, haciendo todo lo posible para parecer tan irritado como se sentía y confiando en dar una impresión algo intimidante. Aún así, tenía la sensación de que no lo conseguiría, ya que no estaba en la situación ideal para ser juzgado amenazador. De todos modos se mantendría en sus trece sin importar lo que le dijeran.
Después de lo que pareció una eternidad, por fin apareció alguien. Lo primero que notó fue que el hombre era casi una cabeza más alto que él y tenía una constitución de árbol, probablemente no fuera la persona más fácil de intimidar o dominar. Lo segundo que notó fue la ropa del hombre. Había esperado a algún rufián, un bandido o un mercenario, o incluso un caudillo militar, pero el hombre estaba vestido como un noble.
Parecía un señor.
Cuando le habían llevado a la fortaleza, no había podido ver mucho de ella, y era difícil juzgar como era el lugar a partir de las mazmorras. Sin embargo, era cierto que el corredor que había fuera era ancho y bastante largo, sin mencionar que estaba bien iluminado y limpio. Quizás el resto del edificio era igual de grande y bien conservado. A pesar de que el propietario parecía un tronco vestido de gala, claramente era alguien de alta posición. Ese hombre era un lord, y considerando que Arturo no le había visto antes, era aceptable asumir que ya no estaba en ningún lugar próximo a Camelot. No podía evitar preguntarse en qué reino estaba siendo retenido como prisionero.
El resto de los rasgos del hombre no eran nada que no se pudiera esperar. Tenía aspecto arisco, la piel bronceada y corto pelo negro que comenzaba a volverse gris. Sus ojos eran oscuros, la cara redonda y tenía un poco de barba, negra y gris al igual que su pelo. Sus enormes brazos permanecían cruzados sobre un pecho igual de enorme, y tenía los labios curvados en algo entre una sonrisa maliciosa y una mueca burlona mientras sus ojos recorrían al príncipe cautivo.
Ni siquiera había abierto la boca y Arturo ya le odiaba.
— Príncipe Arturo —dijo el hombre. Su voz no era tan grave como el príncipe se había esperado, pero sí tan arrogante como su pomposa apariencia insinuaba—. Qué honor conoceros.
Arturo apretó los puños, deseando poder acercarse y darle un puñetazo al hombre en su gorda cara sonriente. Su captor se burlaba de él, y su voz rebosaba sarcasmo y diversión. En vez de intimidarse, Arturo solo sintió frustración. No iba a rendirse ante los intentos del hombre de enfadarle aunque claramente estaba en una gran desventaja, y no solo por estar en una celda. Incluso durante una pelea justa, tenía la sensación de que le costaría derrotar a aquel tipo. Con una espada tendría mejor oportunidad, pero aquella montaña humana no caería fácilmente.
Con suerte podría salir de allí sin tener que enfrentarse a él.
— ¿Qué quieres de mí? —preguntó, queriendo llegar al centro del asunto, porque se empezaba a sentir bastante irritado.
— Vamos, ¿dónde están vuestros modales? Pensé que vuestro padre os habría educado mejor.
Olvida eso. Arturo no estaba solo irritado. Estaba a punto de pasar la exasperación y en camino hacia la cólera. Tuvo que hacer un esfuerzo para no arrojarse contra los barrotes. Era un príncipe, y por tanto debía tener algo de autocontrol.
— He preguntado qué quieres, contéstame —dijo con voz tensa, haciendo que las palabras sonaran cortas y afiladas. Observó cómo la sonrisita del lord decaía y le miraba aún con diversión pero también con molestia. Obviamente había intentado provocar al príncipe, pero Arturo no pensaba entrar en el juego. Aparentemente se había acabado el tiempo del sarcasmo.
— Sois bastante arrogante, ¿no es así? —se burló el hombre—. Exigiendo cuando no estáis en posición de hacerlo. Supongo que no debería esperar otra cosa de un principito mimado.
— ¿Quién eres? —preguntó Arturo, entrecerrando los ojos al mirarle fijamente.
— Barragh, Lord Barragh de Arwel, y esta es mi fortaleza. Alguna vez fue un viejo castillo, así que he de decir que lo encuentro bastante adecuado para un lord como yo.
¿Arwel? No, definitivamente ya no estaba en Camelot. Arwel era un territorio muy al norte en un pequeño reino entre el del rey Alined y Mercia. Arturo nunca había estado allí antes, no había tenido motivos para viajar hacia ninguno de aquellos reinos, pero se suponía que tanto el rey Bayard como Alined tenían buenas relaciones con el pequeño territorio. Su padre, en cambio, siempre había parecido un poco receloso al respecto, aunque no pareciera haber motivo para sus sospechas. Arturo admitía que su padre era algo paranoico a veces, pero aparentemente aquella vez su instinto había sido correcto.
— ¿Por qué me has traído aquí? —preguntó.
— Vaya, desde luego sois impaciente, ¿no?
Arturo escogió no contestar y simplemente observó al hombre hasta que Barragh suspiró y descruzó los brazos, con una expresión que por fin parecía hacerse más seria.
— Podéis relajaros, principito. No tengo intención de haceros daño. Me temo que los muertos no proporcionan un precio muy alto.
— Así que pretendes pedir un rescate —no era una pregunta. Ya estaba seguro de que esa era la respuesta.
— Por supuesto. Conozco muchas personas que pagarían muy bien por el príncipe de Camelot. Por supuesto enviaré una petición a vuestro padre primero, pero si se niega… entonces me temo que se os disputarán.
Arturo entrecerró más los ojos, apretando tanto los puños que sus brazos temblaban. Sería humillante para su padre tener que pagar por su libertad, humillante para ambos. Se suponía que era el mejor guerrero de Camelot, y había permitido que algo así sucediera. ¿Qué pensaría el rey? Probablemente se sintiera decepcionado. Pero lo más probable era que pagara el rescate igual. No era posible que su padre simplemente le dejara allí. Sin embargo, siempre cabía la posibilidad de que en lugar de aceptar los términos, el rey mandara al ejército. No quería admitirlo, pero era cierto que su padre podía ser irracional en ciertas situaciones. Con suerte esa no sería una de esas veces. Lo último que necesitaban era una guerra.
— Sin embargo, me temo que tendréis que quedaros aquí un tiempo —informó Barragh con suficiencia— ya que me encuentro en medio de algo un poco más importante. Enviaré noticias a vuestro padre tan pronto como obtenga resultados de mi proyecto actual.
— ¿Oh? —comenzó Arturo, interesado de inmediato. Era una oportunidad de averiguar algo sobre su captor. Cualquier información podía ayudarle a evaluar mejor las cosas y a encontrar salida a aquella ridícula situación—. ¿Y qué podría ser eso? ¿Qué hace un lord como tú que sea tan importante como para que vuestro rey os dé un castillo tan grande como este?
Arturo esperaba que su obvio insulto enfadara a Barragh, pero el hombre solo le dirigió otra mueca burlona, mirando al príncipe con desprecio.
— Trafico con armas —dijo, obviamente orgulloso de su negocio—. Vendo una gran variedad de armas a mi rey y otros señores, incluso a otros reinos, y soy muy bueno en lo que hago.
— ¿De veras? —Maldición. Salir de allí sería mucho más complicado de lo que había pensado. Una fortaleza llena de todo tipo de armas no auguraba nada bueno, y el hombro probablemente tendría cientos de soldados a su disposición a juzgar por el tamaño del castillo (solo las mazmorras eran inmensas, así que solo podía imaginarse cómo sería el resto). No podía evitar preguntarse qué tipo de armas tenía el hombre, porque probablemente no se tratara solo del armamento habitual. Era fácil acudir a un herrero y pagarle un precio probablemente mucho más bajo que acudiendo a un traficante como Barragh. No, tenía la sensación de que era algo más grande, más peligroso, y los medios que usaba probablemente fueran sospechosos. Había algo en el modo en que lo había dicho que molestaba al príncipe. Arturo estaba seguro de que sus métodos, fueran los que fueran, serían cualquier cosa menos honrados.
— Bien, espero que disfrutéis vuestra estancia, príncipe Arturo —dijo Barragh, apartando la atención de Arturo de sus pensamientos—. Es probable que estéis con nosotros bastante tiempo.
Aquella pobre excusa de noble estaba sonriendo otra vez, y deseaba desesperadamente que algo hiciera desaparecer esa sonrisita. Si aquellas barras no les separaran, Arturo derribaría a esa montaña y le daría puñetazos hasta que cambiara de expresión. Desafortunadamente, su pequeña fantasía era imposible, pero al final Arturo obtuvo su deseo.
En el momento en que Barragh comenzaba a alejarse, una campana comenzó a sonar ruidosamente. Parecía una campana de alarma.
— ¿Qué? —gritó el lord, mirando a ambos lados del corredor. No pasó mucho tiempo hasta que el ruido de pasos frenéticos comenzó a hacer eco entre las paredes, haciéndose más y más fuerte. Arturo observó como un hombre aparecía corriendo por la derecha y se detenía frente a Barragh, sin aliento pero haciendo todo lo posible por recomponerse. A pesar de estar vestido con una armadura y armado con dos espadas, el soldado parecía nervioso y bastante agitado, rondado el terror. Miraba a su amo como si el lord fuera a arrancarle la cabeza de un mordisco.
— Milord —saludó el hombre con voz vacilante mientras hacia una reverencia, pero Barragh no parecía de humor para formalidades y comenzó a gritarle.
— ¿Por qué suena la campana? ¿Qué sucede?
— Lo siento, milord…
— No tengo tiempo para tus disculpas. ¡Dime que ha sucedido!
— Señor, es el prisionero… Me temo que ha escapado… otra vez.
Si Arturo no se hubiera acercado tanto no hubiera escuchado las últimas palabras que el soldado había dicho en voz baja, casi con resignación. Parecía como si… como si estuviera acostumbrado a aquello, se dio cuenta Arturo con asombro, como si que aquello sucediera fuera normal.
Quizás lo era, a juzgar por la reacción de Barragh. El hombre parecía furioso y exasperado, prácticamente gruñía con irritación.
— ¿Entonces qué haces aquí? ¡Encontradle! —rugió, sobresaltando al pobre soldado, los ojos del joven brillaban con miedo—. ¡Alertad al resto! ¡Llevadle otra vez a su celda! No me importa cómo lo hagáis, ¡golpeadle si es necesario! Simplemente aseguraos de que siga vivo cuando yo llegue.
— ¡S-sí, señor!
Arturo observó como el guardia prácticamente volaba por el pasillo y no pudo evitar sonreír al ver cómo Barragh perdía los nervios, golpeando la pared de piedra con el puño. El traficando de armas había parecido muy sereno y superior mientras hablaba con Arturo, pero ahora todo aquello parecía desaparecer rápidamente. Era hora de ver hasta dónde podía llegar. No era una idea demasiado inteligente irritar a una persona furiosa, pero la gente tendía a hablar más cuando sentían rabia. Quizás aquel tirano le dejara escapar algo en medio de su furia.
— ¿Qué sucede, Barragh? —comenzó, cruzándose de brazos y con expresión socarrona—. ¿Tienes problemas para retener a tus prisioneros? Después de toda esa palabrería, me imaginaba que tendrías algo más de control que este, pero me parece que era todo apariencia. En ese caso, quizás salga de aquí antes de lo que crees.
Barragh se giró para encarar al príncipe, curvando los labios con un gruñido.
— Este es un caso especial —rugió, acercándose más a las barras de la celda de Arturo—. Ese estúpido mocoso solo me resulta útil vivo, así que no puedo castigarle como me gustaría, pero si sigue así tendré que cambiar de opinión.
El lord se apartó una vez más de la celda, recomponiendo su expresión y calmando la furia. Cuando miró a Arturo otra vez, su cara estaba contraída en lo que se estaba convirtiendo en una familiar mueca burlona, esta llena de odio y diversión.
— No os hagáis falsas ilusiones sobre escapar de este lugar. Ese chico puede haber conseguido salir de su celda más veces de las que me atrevo a admitir, pero le hemos atrapado todas ellas. Y al contrario que él, estoy seguro de que vos podríais sobrevivir a más que un par de latigazos.
Con esas palabras finales, el hombre se giró y se alejó por el pasillo, mientras sus pisadas resonaban con fuerza. Arturo se descubrió sintiendo pena por aquel otro prisionero, que probablemente fuera a recibir la ira de Barragh.
Sin tener nada que hacer ni nadie con quien hablar, Arturo se retiró a la pared más alejada de su celda, sentándose otra vez en el suelo de piedra. Respiró profundamente y dejó salir el aire despacio, intentando calmarse pero fallando miserablemente. En vez de eso volvió a maldecir su suerte. Le había dicho a su padre que se iría unos días, lo que significaba que nadie iría a buscarle pronto. Unos días podían ser cualquier cosa entre dos y siete. Estaba seguro de que no llevaba fuera más de tres, quizás cuatro. Todo dependía del tiempo que llevara inconsciente.
Golpeó la pared con la cabeza algunas veces, resistiendo el impulso de perder el control de su temperamento y golpearla con el puño. Eso definitivamente no ayudaría en nada, y era poco probable que le hiciera sentir mejor, pero la necesidad era difícil de resistir de todos modos, porque mientras estaba atrapado en una estúpida fortaleza a días de distancia de Camelot, Merlín estaba aún ahí fuera, aún desaparecido, y no había nada que Arturo pudiera hacer al respecto.
¡Maldita sea, incluso había logrado algún progreso! Había encontrado un rastro real, una pequeña aldea por la que Merlín había pasado. El joven tabernero recordaba a alguien que encajaba con la descripción de Merlín a pesar de que ya casi había pasado un mes desde que había estado allí. Al parecer el chico había dejado marca, pero de acuerdo con el tabernero Merlín no estaba solo, y los hombros que iban con él no parecían demasiado amigables. "Parecían mercenarios de algún tipo", había dicho. Se dirigían hacia el este de la aldea.
Arturo se acababa de preparar para partir cuando había sido emboscado por un grupo bastante grande de hombres, y una vez que se despertó después de ser golpeado en la cabeza, ya estaban en camino hacia la fortaleza. Se las había arreglado para que le capturara un sádico traficante de armas, y no parecía que fuera a escapar pronto. Barragh parecía el tipo de hombre que cumplía sus amenazas.
Sin nada mejor que hacer, Arturo cerró los ojos y decidió intentar descansar un poco. Sabía que no tenía sentido, que solo conseguiría ganar unas pocas horas antes de que su mente decidiera comenzar a torturarle, pero tenía la sensación de que no iba a dormir mucho los siguientes días de todos modos, así que necesitaba aprovechar ahora que podía.
No tardó demasiado en empezar a adormilarse, recostado contra las paredes de su prisión mientras la campana de alarma seguía sonando en la distancia. Sabía que no duraría mucho, que tarde o temprano algo le despertaría —ya fuera un guardia o su preocupada mente— pero al menos durante un rato podía fingir que todo estaba bien, que cuando se despertara estaría en su enorme cama y no en una oscura celda. Podía fingir que cuando llegara la mañana, la luz entraría por la ventana y habría una molesta pero alegre presencia ahí de pie, preparada para saludarle y hacerle compañía durante el día.
Solo durante un rato, por imposible que fuera, quería fingir que el último mes no había sucedido. Estaba en casa, Merlín estaba a salvo, y ese peso —el que se asentaba con tanta fuerza sobre su corazón que tenía miedo de que lo aplastara— era solo una pesadilla.
Si tan solo pudiera despertarse.
En caso de que os interese, aquí podéis ver la historia original: s/8538227/1/Of-Twisted-Morals-and-Human-Weaponry
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