Somerset, Inglaterra.

Albert observó a su joven sobrina jugar con Clint, el coatí albino que había adoptado como mascota propia, Candy apenas tenía siete años por eso mismo él no había estado seguro sobre dejarle el cuidado del pequeño animal, pero hasta ahora lo había hecho muy bien. Él hombre solo tenía que girar la mirada para encontrarse con toda variedad de animales, su adquisición más reciente había sido una joven cría de zorro que había encontrado con la pata lastimada dentro de la propiedad de los Ardley, o más bien de su propiedad ya que él era responsable de las propiedades, cuentas y problemas de ese apellido como siempre le recordaba George.

—¿Y la señorita Candy?— preguntó su secretario al entrar a la habitación donde su jefe miraba la herida de un pequeño zorro.

—Ahí esta –dijo Albert señalando un lugar donde ya no había nadie—. Bueno pues hace un segundo estaba ahí –afirmó el rubio viendo la mueca de George—. Solo tiene siete años, no creo que se meta en ningún problema, ¡Deja de hacer muecas con el rostro!

Candy ajena a lo que sucedía en su casa exploraba como siempre la propiedad vecina a la mansión de los Ardley, se trataba de una vieja mansión victoriana que había pertenecido a un viejo general, el hombre había muerto hacía un año y desde entonces la casa estaba vacía, todavía se acordaba todas las veces que la había encontrado husmeando en su casa, nunca le reclamo lo que solo provoco que le tuviera miedo al viejo hombre.

Con la pericia que la caracterizaba subió el árbol que daba contra una ventana que tenía el seguro descompuesto, la pequeña rubia escalo, abrió y entró, el proceso como siempre le resulto sencillo y sonrió satisfecha cuando pudo poner sus coloridas botas rojas sobre la empolvada madera de la habitación. Su vestido azul se había ensuciado pero a Albert no le importaría, como siempre salió de esa habitación y se dirigió directamente a la buhardilla, se detuvo un momento cuando escucho un crujido pero su vista no encontró nada así que siguió su camino.

—¡Vaya! –exclamó cuando quitó una nueva sabana blanca, durante el ultimo año en cada expedición a ese lugar había quitado ya un montón de sabanas que ocultaban objetos de lo más interesantes, ahora mismo se encontró cara a cara con el cuadro de una bella mujer de ojos azules y cabello muy negro.

Por un momento sintió añoranza, ella apenas tenía una pequeña foto de su padre y su madre, ambos muertos en el naufragio de un barco, gracias al hermano de su madre había tenido un hogar, Albert era un buen tío aunque siempre estuviera más atento a sus animales que a ella. Un viento frio le paso de repente por la nuca lo que hizo que se levantara, hoy por primera vez en mucho tiempo sintió un cambio en la casa, nerviosa porqué el viejo fantasma del general pensó en cubrir de nuevo el cuadro, pero la sabana había desaparecido.

—¿Hola? –la pequeña rubia paso saliva y su mirada verde recorrió el lugar.

Pasó un minuto y luego otro antes de que Candy sintiera algo cayendo sobre ella, ¡Era el fantasma! Su cuerpo blanco la cubrió de repente y los brazos la aprisionaron, ella empezó a gritar y disculparse con la anima a la que había molestado no fue hasta que se vio libre que escuchó una risa grave, alguien le retiro la sabana de encima y ella se encontró cara a cara con una mirada de un brillante azul grisáceo.

—¿Así que te gusta provocar a las animas? Lastima que no sea una de ella pequeño Tarzán.

Candy no se dio cuenta que miraba boquiabierta a la persona que le había hablado.

—Mamá decía que me iba a divertir aquí y tenía razón –señalo el castaño—. Soy Terry Grandchester, ¿Quién eres tú pequeño embrollo?

La pequeña rubia le miro enojada antes de responder:

—Soy Candy White, ¡Y tú eres un grosero!

Terry se rio cuando vio que ella intentaba golpearlo o por lo menos darle una patada, el tenía doce años y era probable que esa niña apenas tuviera siete, el castaño rio cuando por fin Candy estuvo demasiado cansada para seguir pelando, ninguno de los dios se dio cuenta que Eleanor Baker miraba la peculiar escena que había hallado cuando llego a casa y no vio a su hijo por ningún lado, por un momento había tenido miedo de que el muchacho cumpliera con su palabra de regresar a Londres por su cuenta, por fortuna no había sido así, en su lugar había encontrado una niña con quién jugar. Por primera vez la señora Baker podía tener la tranquilidad de que Terry no se fuera de buenas a primeras.

EL BESO DE TUS OJOS

PARTE: I

Por: Gaiasole

Nueve años más tarde…

—¡Cielos Candy parece que te hubiera traicionado de la peor de las formas! –gritó Terry que apenas si alcanzaba a ver la figura de una adolescente rubia que había escalado uno de los arboles, y por esa zona había muchos todos ellos escalados por la pecosa— ¡Baja de ahí o yo mismo me encargaré de cortarlo para hacerte bajar!

La rubia frunció el ceño, Terry siempre hacía amenazas y todas ellas las cumplía, miro con temor hacia abajo y se encontró con que él castaño ya no estaba, ¿Qué se habría hecho? Rendirse no, esa nunca entraba dentro de las posibilidades del castaño. Ella lo había comprobado siempre que lo había retado a sus limites, ella lo conocía desde los siete años y se había dado cuenta de que lo quería con locura a los trece años, cuando el se fue a estudiar la universidad, solo regresaba en vacaciones lo que hacía que la mirada verde y brillante se avivara, como siempre que el andaba cerca.

—¿¡Estás lista para caer!? –grito la voz del duque de Grandchester desde abajo.

—¡Espera! –grito la rubia cuando lo vio de regreso con hacha en mano—. ¡Ya bajo, ya bajo!

El castaño sonrió al verla bajar, como siempre Candy se las ingeniaba para tener unas habilidades de mono que ninguna dama le envidiaría, las coletas rubias se movían con el viento que también agitaba las ramas que ella usaba para bajar, como siempre se sintió un poco ansioso hasta que la vio de pie frente a él. La pecosa tenía innumerables trucos, algunos se los había enseñado el mismo.

—Me voy a casa –dijo ella pero no dio ni un paso puesto que Terry la tomo de la muñeca y la jalo hasta llevarla hasta su propia casa, desde la galería su madre los vio llegar y sonrió con cierta tristeza.

—¡Hola Candy! Me da mucho gusto verte –saludo Eleanor preguntándose el por qué del hacha—. Te veo acalorada, ¿Quieres tomar alguna bebida?

—Los dos queremos tomar algo –interrumpió Terry a su madre que entendió la indirecta. Desaparecer un rato.

La rubia se vio sentada de pronto, junto a ella se sentó Terry que miro con fijeza las manos que ella movía con nerviosismo, el castaño había terminado ya la universidad y ahora era un ingeniero que a pesar de su juventud ya tenía numerosas ofertas de trabajo, aún no había aceptado ninguna, había preferido regresar a casa y ver a su madre y las novedades del lugar, además también estaba Candy, el embrollo que más lo hacía disfrutar en esa zona inglesa.

— Vamos a ver enana, ¿Por qué estas tan enojada?

Candy lo miro con ojos entornados, era injusto que el le sacara casi dos cabezas de alto tenía un macabro sentido del humor que hacía que sonriera igual que un atractivo pirata.

—¿Quién dice que estoy enojada?

—Bueno desde que tengo memoria nunca hasta el días de hoy has salido corriendo en cuanto me has visto, ¿Qué pasó?

Eliza Leagan. Ella era el problema, pensó Candy mientras recordaba a su odiosa, detestable y mimada vecina, desde que Terry había regresado la otra había hecho todo lo posible por estar cerca de él, pero a Candy no le había importado hasta que la tarde anterior en la calle los había visto pasear del brazo, había sentido tal amargura que George se vio obligado a agotarla un poco para que reaccionara, la pareja no le había visto pero ella si que los vio.

Además conociendo a Eliza no se limito a pasear con él, iba con ella a una escuela de monjas desde niña y todas las alumnas sabían como era la chica Leagan y lo fácil que iba con los hombres, casi tan fácil como inducir a su hermano a una apuesta, solo su apellido los salvaba de ser marginados sociales, o al menos eso decía la tía abuela Elroy las veces que visitaba la mansión Ardley.

—Candy –llamó Terry haciendo una mueca—. Tarde o temprano te lo sonsacaré, voy a dejar el hacha, ahora regreso y ni se te ocurra marcharte.

—¡No estaba pensando en huir! –exclamo ella con la cara roja por ser pillada.

Ella rara vez estaba de mal humor pero las veces que alguien conseguía enojarla se desaparecía y se encerraba igual que la tortuga de Albert. Eleanor regresó en ese momento y dejo las bebidas, antes de que Candy la pudiera detener la señora Baker se marchó, era injusto que todos la dejaran a merced de Terry, incluso Albert alguna vez le había permitido al castaño regañarla cuando había ido a nadar cuando ya se le había advertido que llovería, además de la gripe se gano también ver como a su tío se le facilitaba delegar responsabilidades en alguien más.

—Aquí tienes tu sombrero –dijo Terry entregándole un sombrero.

Era el mismo que se había comprado días atrás pero que había perdido en el colegio curiosamente cuando Eliza estaba cerca, cuando intentó acusarla esta le exigió pruebas y lo mismo hicieron las monjas, Candy no tenía forma de demostrar nada así que aparte del un profundo coraje no pudo hacer nada más, ese día había regresado a casa temblando de rabia, cuando entro al recibidor no esperaba encontrar a Terry, aunque este a veces visitaba a Albert y su animado zoológico, como llamaba a los animales de su tío, por supuesto el moreno se percató de su enojo y le sonsacó todo.

—Tenías razón sobre la chica Leagan, además de ladrona es muy desagradable, tuve la desgracia de pasar toda la tarde de ayer con ella para recuperar tu sombrero –Terry miro el objeto y preguntó a Candy—. ¿Le encuentras algún desperfecto? Ella me aseguro que no le había hecho nada, pero no puedo estar seguro.

—Gracias –murmuro Candy acariciando el listón que decoraba el sombrero—. El sombrero esta bien y yo ya no estoy enojada.

—No, ahora estás triste –él acaricio la mejilla femenina antes de agregar—. Ella no te volverá a molestar, créeme, no después de lo que le dije ayer.

—¿Qué le dijiste?

Él le contó y conforme más avanzaba su narración, más sonreía Candy, ¡Ya imaginaba la cara de Eliza! Cuando la rubia recupero su humor pensó no por primera vez en lo magnifico que era Terry, en ese momento el la dejo marchar de regreso a la mansión Ardley, pero antes de que ella desapareciera del todo él gritó:

—¡Ven mañana a las diez, te tengo una sorpresa!

La mirada verde brillo desde la lejanía y Candy se alejo con un ultimo adiós, no alcanzo a ver como Eleanor regresaba y se colocaba junto a su hijo.

—¿No le has aclarado de que se trata la sorpresa de mañana?

—Por eso se les llaman sorpresas madre, ¡Anda pero que miradas me lanzas! ¿Qué he hecho esta vez?

—Nada querido –murmuro Eleanor con cierto malestar.

—Esta mañana esta muy guapa señorita Ardley –dijo Dorothy que trabajaba de mucama en la mansión desde que Candice tenía memoria.

—¡Eso espero! –dijo la rubia con una sonrisa, se miro al espejo con su bonito vestido verde y sus zapatos del mismo color, como ultimo toqué solo necesitaba el sombrero que Terry había recuperado para ella, el vestido de verano la hacia parecer más joven de lo que ya era pero no dejaba de descubrir que esa mañana la estaba más radiante que nunca.

Al despedirse de Dorothy para tomar el camino en dirección a la casa vecina sus coletas se movieron al compás del viento, cruzo el conocido camino de pasto y arboles hasta que vio la casa victoriana, casi empezó a correr cuando vio a Terry esperando su llegada, ¡Que mosca le habría picado al castaño!

—Por un momento pensó que vendrías por las ramas –dijo el moreno en cuanto la vio frente a si—. Pero bueno, tienes mejor aspecto que ayer. Susana esta impaciente por conocerte.

¿Qué Susana? Se preguntó Candy al seguir a Terry dentro de la casa, nunca había visto a la chica que estaba junto a Eleanor Baker, parecía una muñeca viviente con el largo y lacio cabello rubio sirviendo de marco para un perfecto rostro que la miraba sonriente, cuando entraron esta se acerco a Terry que la tomo de la cintura y la presentó a Candy como la futura duquesa de Grandchester. Él seguía hablando pero ella ya no alcanzaba a distinguir que tanto sucedía a su alrededor, ¡Quería huir en ese mismo instante!

—Vamos querida –Eleanor la tomo del hombro haciendo que regresara a la realidad—. Todo esta listo para tomar el desayuno, ¿Dónde esta tu apetito esta mañana?

No sabía de que hablaba la señora Baker pero se dejo guiar por ella, a su alrededor todo parecía haberse convertido en una escena gris donde ella se desvanecía entre sombras, se comporto igual que cuando Eliza la molestaba, con cierta dignidad que le ayudaba a sobrellevar el trago amargo, fue un alivio cuando se pudo despedir, probablemente Susana pensó que era muy tímida y por eso apenas participo en la conversación.

En el camino de regreso miro la mansión Ardley como un paraíso prometido aunque ella sabía que no lo era, no se animo mucho cuando vio a Albert junto a un venado que comía algo de su mano, cuando se acerco su tío la recibió con una sonrisa más tensa que otra cosa, ¿También el tenía el día arruinado?

—¿Qué te pasa? –pregunto la pecosa mientras jugaba nerviosamente con el sombrero entre sus manos—. ¿Albert?

—Es que –pareció un poco abochornado al decir—. Me han invitado a una investigación en Birmania, es un viaje de casi un año.

George alguna vez había mencionado que gracias a ella su tío pasaba mucho más tiempo en la mansión Ardley, lo cual el secretario agradecía mucho, antes de eso el jefe de la familia Ardley se la pasaba de viaje en viaje para conocer y adoptar más animales, lo cuál siempre causaba disgustos a la tía Elroy, aunque Candy no sabía de algo que no causara disgusto a la tía.

—¿Y cuándo te vas Albert? –pregunto Candy notando que había hecho la pregunta correcta porque a su tío se le ilumino el rostro.

—Pensaba ir a Londres y desde ahí arreglarlo todo, pensaba que me acompañaras incluso me gustaría llevarte conmigo a mi viaje, ¿Qué piensas?

Ni loca. Eso era lo que pensaba, su tío era adorable pero a ella le prestaba menos atención que a cualquier insecto, animal o criatura viva que anduviera en más de dos patas, George decía que se trataba de una obsesión que tenía desde pequeño cuando de repente le llamaban y el salía corriendo detrás de una mariposa, o un perro o después cuando llegaron animales como los venados o hasta los osos.

—Puedo ir contigo a Londres pero no iré a Birmania, en este casa en cambio George y Dorothy estarán conmigo.

—Y también Terry y Eleanor, lo sé –Albert le sonrió mientras las despeinaba—. Por cierto ahí viene tu amigo Grandchester.

Su tío le guiño un ojo y se fue antes de que ella tuviera tiempo de reaccionar, Terry la tomo por el hombro y la hizo girar para verlo, ¡Albert debería haberse quedado, no quería hablar con el dueño de sus tormentos en ese momento!

—¿Estás enojada de nuevo? Te fuiste tan rápido que Susana pensó que yo te había ofendido.

—No me ofendiste –contestó Candy soltándose de Terry—. Me sentía mal, eso es todo.

Él no le creyó nada, ella nunca se enfermaba.

—Susana es de Londres, ¿Verdad? –preguntó Candy con ansiedad.

—Pues si, ¿Dónde más se conocería a esa clase de belleza? Es parte de una compañía de ballet. La conocí cuando fui a unas de sus funciones, ya sabes que el teatro me gusta desde que tengo memoria.

—Ah –Candy agacho la mirada—. Yo mañana me voy con Albert a Londres, el va a preparar todo para irse de viaje y yo, bueno le voy a ayudar en lo que pueda. Tengo que preparar mi equipaje, ¡Adiós!

Él moreno la miro sorprendido no sabía muy bien como reaccionar, se quedo mirando la mansión largo rato sin darse cuenta que Candy lo veía desde una de las ventanas aún temblando por sus emociones. Terry suspiro y tomo el camino de regreso a su casa, regreso el día siguiente para hablar con ella pero Dorothy le dijo que ella y el señor Albert ya se habían marchado a Londres. Paso una semana y volvió a preguntar por la pecosa, Dorothy le miro apenada y le dijo que la señorita Ardley no regresaría, su tía abuela se la había llevado consigo a América.

—¿Cuándo regresara? –preguntó él.

—No lo hará –comentó Dorothy mientras se secaba una traicionera lagrima.

Continuará...

II Parte - Martes 5 de Marzo