Me levanté temprano, más de lo que solía hacerlo normalmente, pero es que no tenía sueño, no podía dormirme de ninguna forma posible. De hecho, llevaba así ya varias semanas y estaba segura de que las ojeras se me habían acumulado notablemente en la cara, pero…
Me apoyé contra la barandilla de proa y miré el mar, que resplandecía bajo los rayos del sol, que subía por el cielo de una forma imperturbable. Hoy hará un tiempo maravilloso, un tiempo con el que no estoy identificada para nada.
Llevaba días, bueno, en realidad eran meses, dándole vueltas a la misma cuestión y ello no me dejaba pensar como una persona socialmente respetable. Suspiré, conteniendo las ganas de llorar, no podía…
-Oi Nami – me giré dando un saltito, no le había escuchado ni sentido venir, por lo que me asustó. Y esto le hizo gracia, al parecer, porque empezó a reírse de mí – Shishishishi….en serio, qué fácil eres de asustar…
Le pegué una leche en toda la cabeza, era un completo idiota, no importa por dónde se mire.
-Eso ha dolido, ¿sabes? –me dijo frotándose el chichón que tenía en medio del cabezón).
-Me da igual, a la próxima no te rías de mí y por supuesto, no me asustes de esa manera – me crucé de brazos, irritada. Él me hizo un puchero y en seguida empezó a reír y yo…bajé la cabeza, apretando los puños llena de impotencia.
-¿Nami? – me preguntó, curioso, al parecer se dio cuenta de que algo no iba bien – Ya es raro que te levantes tan pronto eh…¿pasa algo?
-También es raro que estés tu levantado – contesté, evadiendo la pregunta.
-Ah, es que tenía guardia – me dijo con simpleza, sin quitar sus ojos de mí. Jamás me había sentido tan observada – Nami, dime qué pasa.
Levanté la mirada y me quedé anonadada, su cara, antes infantilmente risueña había cambiado a una totalmente diferente. Me miraba fijamente, queriendo traspasarme con esos ojos oscuros que tiene, con el ceño fruncido y sereno.
Apreté más los puños y desvié mi mirada hacia el mar, no me sentía con fuerzas para mirarle a la cara.
-A veces…tengo miedo de que te hagas más fuerte, Luffy –le dije casi en un susurro, con la voz cortada.
-¿Te doy miedo? – preguntó, un poco cortante. Me giré con los ojos abiertos de par en par, definitivamente era un idiota sin remedio, así que sólo suspiré y me acerqué a él, poniendo mis manos en su pecho, acariciando la cicatriz en forma de X que tenía.
-No, tonto del culo – le dije con una media sonrisa – ¿de dónde sacas esas gilipolleces?
-Entonces no te entiendo – su cara se suavizó, pero me miró algo confuso.
-Cada vez te haces más conocido y el precio por tu cabeza sube a velocidades anormales – le dije un poco más relajada, pero aún triste. Subí mis manos hacia su cuello, acariciándole en el proceso el torso como si fuera un preciado tesoro – y eso…algún día te irás de mi lado…
Luffy me cogió de la cintura con una mano y con la otra, de la cabeza, atrayéndome hacia él, suavemente.
-Bueno, voy a ser el rey de los piratas, al fin y al cabo – sentí una sonrisa enigmática en su cara, a pesar de tener la mía hundida en su pecho – es un riesgo que tomé el mismo día que hice la promesa con Ace y Sabo. Tú lo sabes mejor que nadie, Nami.
Asentí, como una tonta, pero aun así…
-Aun así – me dijo, alejándome un poco – aunque me atrapen o me maten – un estremecimiento recorrió mi cuerpo de pies a cabeza – siempre, siempre voy a velar por ti. Al fin y al cabo… -se fue acercando a mí, juntando su cara a la mía – Nami, tú serás… - sus labios rozaron los míos, suavemente – la reina de los piratas, ¿no?
Luffy juntó su frente con la mía y me sonrió. Y, después de mucho tiempo, le miré a los ojos y supe que mi pesar había desaparecido, al menos por el momento. Luffy…seré fuerte porque tengo una razón que me insta a serlo, y esa, eres tú.