Los personajes e historia original pertenecen a Rumiko Takahashi.

Este fic participa del Reto 5 días: Declaraciones extrañas, llevado a cabo en el foro ¡Siéntate!. Están totalmente invitados a participar, pueden encontrar un link en mi perfil. C:

Día uno: que involucre una manzana.


Quince años sin ligar

La manzana de la discordia y el primer paso de Bankotsu.

Esta historia transcurre durante una pequeña temporada en donde Los Siete Guerreros se hospedaron en el pestilente castillo de Naraku, conviviendo con él, Kagura y Kanna, en relativa armonía.

Bankotsu se había encontrado varias noches con insomnio, deambulando por los pasillos de aquel palacio vacío y pensando seriamente en lo que le ocurría. No es que estuviera realmente enamorado, pero había algo en aquella belleza fatal que le destruía la concentración, sobre todo después de andar tanto tiempo muerto.

Sabía que debía dejar de pensar en aquello, porque tenía cosas más importantes que hacer que andar con problemas de chicas en la cabeza. Pero, ¿de qué manera lograba eso? Además, si le andaba quitando el sueño, no era cosa menor.

Así que, después de mucho cavilar y de muchas noches sin dormir, pensó que lo mejor era hacerle frente a su temor: Kagura. Pero debería ser discreto, pues se estaba metiendo, nada más y nada menos, que con la hija del diablo. Y encima, esa hija era capaz de manipular hasta los muertos.

Literalmente.

— — —

Kagura, aburrida y por demás hastiada de la presencia de todos aquellos hombres (que lograban que durmiera pésimo, por cierto), y aprovechando la ausencia temporal de Naraku (que aportaba a que estaba en sus días), había pensado una buena manera de divertirse a costa de los guerreros, con un pequeño juego.

Soltó una risa divertida y siguió escribiendo con finos trazos (pues también lograba cortes finos con su abanico y sus habilidades) en la manzana.

La verdad era que le debía toda aquella idea a la chiquilla novia de Inuyasha, a sus ¿clases, había dicho?... de historia, y al curioso y útil espejo de Kanna.

La cuestión es que dejó la manzana en medio del jardín del castillo, sobre un pedazo de tela delicado, y se fue hacia el interior con una sonrisa dibujada en el rostro. Le había tomado poco tiempo encontrar oro y algo más para poder moldearlo a una manzana, pero lo había logrado con relativa simpleza.

Antes de entrar a la sala, cambió la expresión a la usual de mal humor.

—¡Qué olor a… hombres! —soltó, abanicándose—. ¿Por qué tienen esas caras?

Bankotsu se incorporó de inmediato cuando ella entró en la sala, cosa que no le pasó desapercibida, pero hizo como si nada. Jakotsu paró su charla con Suikotsu, a quien estaba convenciendo de cambiar su peinado. Renkotsu estaba más afuera que adentro, mirando a Ginkotsu por la ventana, pero con los pensamientos sin orden. Mukotsu levantó la vista de unas hojas de papel en donde escribía, y de Kyōkotsu no había noticias.

—Kagura —sonrió el líder.

—Hola —saludó, sin dejar de abanicarse un segundo. La brisa movía con rapidez sus negros cabellos sueltos—. Deberían abrir las ventanas o algo. En fin.

Se giró y se fue de la habitación, aunque no pudo evitar sonreír. Kanna no había aparecido por ahí en todo el día, pero a Kagura no le sorprendía, ya estaba acostumbrada a las desapariciones y apariciones espontáneas de su hermana, y estaba casi segura de que se trataba de Naraku y sus grandes ideas.

—Vamos —soltó Bankotsu tomando su arma, Banryū.

—Ay, hermano —suspiró Jakotsu, incorporándose con pereza—. ¿Qué tanto tienes que ir a ver?

—Aquí apesta, tomemos aire.

Tal vez era mejor que no estuvieran ellos rondando, pero ya le daba igual, dudaba que cualquiera le contara a Naraku lo que pasara, o que a Naraku le importe, en general. Lo único que requería ahora era valor. Observó las caderas de Kagura moverse de lado a lado con lentitud en su caminar y tragó duro.

Mucho valor.

Jakotsu siguió protestando, pero lo siguió al poco rato. Suikotsu y Mukotsu también se desperezaron y siguieron a los otros dos, más por curiosidad que porque tuvieran ganas de dejar el recinto (fuera hacía muchísimo más calor que ahí dentro). Renkotsu frunció el ceño y los ignoró. No tenía tiempo ni estaba interesado en seguir a Bankotsu a todos lados como perro faldero; solo salió afuera para charlar con Ginkotsu con más comodidad.

Kagura había apoyado la espalda sobre el tronco de un árbol bajo y se abanicaba. Bankotsu llegó al lugar donde se encontraba y le sonrió, pero Kagura no lo estaba viendo, así que pasó a pensar en algo más, sobre cómo empezar una conversación o algo por el estilo. Tal vez hablando del clima.

Un rayo de luz le incomodó e hizo que su mirada se dirigiera a donde provenía. Sobre el suelo había una manzana de un dorado reluciente y el reflejo del sol sobre ella era lo que la había molestado.

—¿Qué es eso? —soltó Mukotsu, acercándose a la manzana, arriba del trozo de tela sobre el pasto seco. La levantó—. Dice algo —agregó con entusiasmo. Kagura fingió sorpresa, y tanto Bankotsu como Jakotsu miraron hacia donde estaba el guerrero—. Tiene anotado «Para el más hermoso». ¡Y es de oro!

—¿Cómo va a ser de oro? ¡No seas idiota! —gruñó Bankotsu entre divertido y molesto. Se acercó y le arrebató la manzana. Era pesada—. Vaya… sí es de oro…

—¿En serio? —Jakotsu se acercó y los tres guerreros se peleaban por verla de cerca. Kagura se guardó la sonrisa.

—¿Dice de quién es? —preguntó, separando su espalda del árbol—. No es muy común que regalen esas cosas por estos lados.

Bankotsu frunció el ceño y balanceó la manzana entre sus manos.

—Pues debe ser para mí —sonrió Mukotsu, sonrojándose—. Yo la vi primero.

—¡Pero si eres bien feo! —rió Bankotsu, acompañado de Jakotsu que también se carcajeaba. El guerrero más pequeño se sonrojó, mostrando una fea mueca de fastidio.

Kagura soltó una risita, cosa que hizo que el líder le dirigiera una mirada. La chica se encogió de hombros y siguió abanicándose. Excelente idea esa, sin duda. El calor y el aburrimiento podían llevar a muchas cosas.

—Ojalá fuera de mi lindo Inuyasha —suspiró Jakotsu, robándole la manzana de las manos a Bankotsu, que había hecho un mohín solo de imaginar eso—, y que lo haya grabado con sus fuertes garras.

—No seas desagradable, Jakotsu —soltó el líder, asqueado—, no te mojes.

Kagura soltó otra risa y se abanicó más fuerte. Cada vez hacía más calor bajo el sol. Bankotsu intentaba no prestarle tanta atención, pero se le complicaba de a momentos.

—No creo que sea de él de todos modos —suspiró el guerrero, desganado. Tiró la manzana al aire y la tomó Mukotsu—. Tal vez sea para ti, hermano.

—Seguramente. —El líder sonrió con altanería.— No hay nadie más lindo aquí.

—Aunque Naraku es bien guapo —interceptó Jakotsu, y Kagura se sonrojó. Bankotsu igual, pero no estaba contento con eso.

—Pero es un… —Se guardó la palabra e hizo un gesto de la mano, quitándole importancia.— Si fuera para Naraku, no lo habrían dejado cuando él no está.

Kagura asintió y volvió a sonreír. Igual le causaba gracia que Jakotsu viera a Naraku como un buen partido.

—De todos modos, es lindo.

—¡Ya, Jakotsu!

—¿Y qué creen de Renkotsu? ¿Para él no?

Bankotsu y Jakotsu intercambiaron una mirada y largaron la carcajada.

—Es un amargado —aseguró el primero—. Dudo que alguien se sienta atraído ante tal limón.

Kagura soltó una risotada, divertida.

—Pues estoy seguro de que es para mí —aseguró Mukotsu, sosteniéndola en sus manos y alejándose lentamente. Suikotsu posó una mano sobre su cabeza, deteniendo su caminar.

—No, yo soy mejor. —Tomó la manzana con una de sus manos y sonrió siniestramente.

—¡No me molestes! —soltó el otro, intentando alcanzarla.

Kagura seguía riéndose intentando pasar desapercibida y sin dejar de abanicarse, pues el calor aumentaba a cada rato. Bankotsu negaba con la cabeza y Jakotsu parecía deliberar quién era más lindo de los dos.

—Basta —terminó el líder, arrebatándole la manzana de las manos a Suikotsu y acallando a Mukotsu con la mirada. Se acercó ante una sorprendida Kagura y le entregó el pedazo de oro, a quien ella miró con curiosidad y una sonrisa—. Decide tú, ¿quién es más guapo?

—¿Yo? —rió ella. Paseó la mirada de uno a otro, dubitativa.

—¡Yo puedo proveerte de todo tipo de veneno! —gritó Mukotsu, acercándose un paso. Kagura alzó una ceja, sin dejar de sonreír. ¿Acaso intentaba sobornarla?

Suikotsu soltó una risa.

—Yo puedo matar a quien quieras antes de que termines de nombrarlo —afirmó. Kagura lo miró sorprendida y pasó luego la vista a Jakotsu.

—A mi no me interesa tanto la manzana —aseguró.

Bankotsu se terminó de armar de valor y actuó como el caradura que era. Se acercó varios pasos a Kagura, quien sostenía la manzana en una mano, con mirada divertida, esperando la siguiente oferta.

—Yo puedo darte algo de acción —le sonrió, galán.

Kagura dejó caer la mandíbula, atónita. Se sonrojó, frunció el ceño y lo miró con reproche.

—¿Qué crees que soy, idiota? —gruñó. Le tiró la manzana por la cabeza, cosa que logró crear un lindo chichón luego, y comenzó a caminar hacia dentro del castillo—. Quédate con tu estúpida manzana, y ya sabes donde metértela.

Bankotsu se pasó la mano por la cabeza. Sonrió, observando cómo se alejaba. Tenía que aceptar que le encantaba enojada; incluso el movimiento de sus caderas era más atractivo si andaba enfurruñada.

—¿Eso significa que soy el más hermoso? —gritó, cosa que alteró el movimiento de los árboles. Ella soltó una maldición que no se escuchó muy bien sobre el soplido del viento, pero tenía algo que ver con su madre y estaba seguro de que no era nada lindo.

—Hermano —murmuró Jakotsu, mientras el guerrero seguía acariciándose la zona golpeada—, no sabía que te atraía Kagura.

Bankotsu se encogió de hombros. La demonio de los vientos había golpeado la puerta con fuerza cuando entró. Tenía la sensación de que el trato sería algo duro durante las próximas horas.

—Solo la invité a entrenar, ¿ustedes qué pensaban?