¡Hola otra vez! Hacía bastante que no me pasaba por aquí jeje La última vez fue hace casi un mes, para publicar el final del fic RileyStreet, me alegro un montón de que os gustase, era una idea loca que había guardado durante un año, pero, ya veo que no os gusta que me guarde los fics para mí xD Así que... aquí estoy con uno nuevo. Un semi long fic. Vamos, que no es muy largo, pero tampoco es muy corto. Si no me equivoco o no cambio de idea, tendrá como cinco capítulos, los que espero poder publicar otra vez cada domingo. Nuevamente, el fic será Samcedes. Alguien tiene que darles historia ya que Murphy se niega a hacerlo xD. Cada capítulo llevará su canción correspondiente, como es costumbre en casi todos mis fics y es un AU o universo alternativo, de esos que tanto me encantan xD
Muchas gracias a aquellos que me habéis dejado reviews en mis anteriores trabajos, ya fuese en el Finncedes o en el Brittana. Gracias por confiar en mí para escribir esos fics, es difícil a veces, arriesgarte a escribir sobre lo que no conoces o crees no conocer. Pero una vez dentro, los personajes te llevan de la mano y cuentan ellos mismos su historia. Los reviews me hicieron muchísima ilusión. ¡Gracias! Quizá algún día vuelva a escribir más sobre ellas. Quién sabe... ^_^
Y no me enrollo más, que siempre me pasa lo mismo. Gracias por pasaros por aquí, y si os ha gustado, hacédmelo saber en un review :)
La canción es "Ella vive en mí" de Alex Ubago.
Disclaimer: Glee no me pertenece.
Ella
Y yo me pierdo en su sonrisa
y ante su abismo me dejo caer...
Y es ella, la me que lleva al cielo de la mano
la que me quiere tal y como soy
esa que llena el mundo de alegría y fantasías.
Ella, la que desata toda mi locura
esa que me acompaña en la aventura que es la vida
la que cura mis heridas con sus besos
a donde siempre regreso.
Oscuridad.
Oscuridad era todo lo que Mercedes Jones podía ver en aquel pequeño espacio que se movía. El aire le faltaba y su cuerpo no dejaba de temblar.
El coche rodaba a gran velocidad con ella en su interior, atada de pies y manos en aquel maletero. Debía gritar pero nadie la oiría, nadie podría ayudarla. Estaba aterrorizada y todavía medio adormilada por los restos de cloroformo en su organismo. ¿Adónde se la llevaban? ¿Acabaría ella como lo habían hecho Jack y aquella chica? ¿Sería la siguiente víctima?
Removiéndose, mientras temblaba asustada, chocó con otro cuerpo, revelándole que no estaba sola en aquel maletero.
—¿Sam? —preguntó, esperando que fuese él y a la vez no, deseando que el chico estuviese a miles de kilómetros de aquel coche.
El bulto que permanecía a su lado no se movió, ni le respondió, lo que hizo que ella le empujase todavía más fuerte, pegándose a él.
—Sam... —lloró, dejando su cabeza en algún lugar de él entre su cabeza y su cintura—. Sam, despierta —rogó.
¿Y si estaba muerto? ¿Y si ellos le habían asesinado también y ahora se los llevaban para deshacerse de los cadáveres? Su cuerpo tembló de pies a cabeza al darse cuenta de lo cerca que estaba de la muerte, tan cerca cómo lo había estado el chico. La oscuridad que había en el maletero le impedía verle y sus manos atadas a su espalda no le dejaban acercarse lo suficiente para comprobar su respiración. Mercedes también se había quedado sin ella. Era un espacio demasiado pequeño y el hecho de compartirlo con un posible cadáver hacía que su corazón bombease demasiado deprisa a punto de provocarle un ataque.
El olor de aquel perfume que había percibido en él aquella mañana se mezclaba con los restos de cloroformo que aún la aturdían. Era Sam Evans, el chico que tenía a su lado en aquel maletero. Jamás podría olvidar aquel olor que le caracterizaba. Aquel que se mezclaba con las pinturas que el chico utilizaba todo el tiempo. Moviéndose de nuevo, la chica bajó la cabeza en busca de cuerdas que le atasen también a él, encontrándolas rápidamente y dejando escapar un suspiro de alivio. Él permanecía atado como ella y probablemente sus pies también lo estuviesen. No estaba muerto, no podía estarlo. No a menos que se hubiera muerto en el trayecto hacia quién sabía dónde. Sam también estaría dormido, atontado por el mismo compuesto que le habían colocado a ella en la nariz con un pañuelo.
—Sam... —Le llamó de nuevo—. Sam... Por favor, despierta.
Pero el chico no obedecía a sus ruegos, haciéndola temer que en verdad estuviese muerto. Y el coche que les llevaba en su maletero no se detenía. ¿Adónde les llevaban? ¿Tendrían alguna oportunidad de escapar? ¿Qué era lo que querían de ellos? ¿Por qué habían matado a Jack y a aquella chica? Miles de preguntas se arremolinaban en su cabeza mientras se pegaba aún más al chico, rezando para que se despertase pronto. Rezando para que no estuviese muerto.
—Sam... —le llamó, una última vez, antes de que el coche se detuviese y un par de encapuchados bajasen de él, abriéndo el maletero rápidamente.
Sus ojos se cerraron rápido por la repentina luz del día y parpadearon todavía un par de veces antes de abrirse por completo, mientras uno de los encapuchados le desataba los pies. A su lado, Sam todavía seguía durmiendo.
Sí, dormía. Sus pulmones se llenaban de aire y su cuerpo se movía, expulsándolo al exterior.
Sangre.
Un escalofrío la recorrió al ver la sangre que salía de un lado de su cabeza. Le habían golpeado, no le habían dormido como a ella. Le habían golpeado y ahora probablemente, el chico se estaría debatiendo entre la vida y la muerte.
Unas manos la atraparon, sacándola de allí, mientras ella intentaba resistirse. No quería abandonarle. No quería dejar al chico solo, quién sabe cuánto estaría sufriendo dentro de su cabeza.
—Llévalos atrás —le oyó decir a uno de ellos, comprendiendo que no les separarían.
—¡Vamos, muévete! —la obligó el otro encapuchado, sosteniéndola y tirando de ella hacia el interior de la casa. Mercedes tuvo poco tiempo para tratar de memorizar el exterior de la casa, antes de que el hombre la empujase dentro. Estaban perdidos en medio del bosque. ¡Árboles! Eso era todo lo que había visto. Árboles en todas direcciones. Ni siquiera sabía dónde, pues desconocía cuánto tiempo podrían haber llevado en aquel maletero antes de haberse despertado.
Atravesaron la pequeña casa con rapidez, entrando en la última habitación, dónde el encapuchado no vaciló en arrojarla sobre el viejo colchón que había en el suelo. ¡Una ventana! Había una ventana en la habitación, pero ésta tenía rejas que le impedían intentar una huída.
Antes de que pudiese darse cuenta, el encapuchado la había encañonado con la pistola que había llevado en los pantalones todo el tiempo.
—Ni lo pienses, tiene rejas. Y aunque no las tuviese, te mataría antes de que consiguieses dar un solo paso —sus pies se dirigieron a ella, colocando la pistola en su cabeza—. ¿Lo has entendido?
Mercedes asintió con la cabeza, tragando saliva, al tiempo que los otros dos encapuchados traían a Sam arrastrándole hacia la habitación y, al contrario que a ella, lo arrojaban directamente al suelo.
—¡Sam! —chilló, viéndole caer, a la vez que empezaba a dejar salir nuevas lágrimas.
—¡Quieta! —Exclamó el hombre que sostenía la pistola en su cabeza—. Vamos a desatarte y te quedarás tranquilita, ¿estamos?
Ella asintió con la cabeza, de nuevo, evitando levantar la mano para secar sus lágrimas.
—Y luego, cuando tu novio se despierte, le dirás que tiene que contarnos todo. ¿Entendido?
Mercedes volvió a asentir con la cabeza al oírle. ¡Dios Santo! Él no era su novio. ¡No era nada suyo! Y tampoco tenía idea de a qué se refería el hombre con aquel "todo". ¿Quién era en verdad, Sam Evans?
Uno de los hombres se acercó a ella, desatándole las manos y luego, los tres, salieron de la habitación, no sin antes gesticular un "pum" con la pistola que la hizo estremecer de arriba abajo. Con mucho esfuerzo, Mercedes consiguió subir el cuerpo dormido de Sam a aquel viejo y sucio colchón, acostándose a su lado.
—Sam, tienes que despertarte, por favor —susurró junto a su oído, mientras peinaba su pelo largo. El chico lo llevaba enorme, y éste se juntaba con la barba que cubría su cara. Unas gafas formaban también parte de él. Las que ella le sacó para poder abrirle forzadamente los párpados y comprobar si había alguna respuesta en él. Cerrándolos rápidamente y exhalando un suspiro. Arrodillándose a su lado, acarició su larga melena rubia. ¿Qué podía hacer? Él no iba a despertarse y ella se quedaría sola con aquellos asesinos que habían acabado con la vida de Jack, la chica que estaba con él y quién sabía cuántos más.
—¿Merce? —susurró el chico suavemente, abriendo los ojos poco a poco.
—¿Sam? Sam, despierta, por favor...
—Merce... —dijo él de nuevo, mirándola fijamente con aquellos ojos verdes. Aquellos que pensó que jamás volvería a ver con vida.
—Sam... —susurró, no pudiendo evitar mostrarle una de sus sonrisas.
Él todavía vivía y Mercedes no dejaría de rezar para que aquel chico de mirada hermosa no se fuese de su vida, dejándola completamente sola.
Varias horas antes...
—Bobby, ¿dónde demonios te metes? —preguntó por enésima vez Mercedes Jones, después de llamar a su hermano al teléfono móvil. Se había cansado de llamarle y éste no le había contestado ni una sola vez.
Tendría que pedir un taxi si quería salir por fin de aquel aeropuerto en el que llevaba la última hora. Había llamado también a su casa, pero nadie le había descolgado el teléfono. Ni Jack, ni Sam estaban tampoco allí. O quizás sí, y estuviesen aún durmiendo la borrachera del día anterior. Jack probablemente podría estar haciéndolo pero Sam seguramente habría salido ya directo al metro, y en ese momento, estuviese pintando a una ancianita y haciéndola feliz con un hermoso dibujo. El alocado Jack, el serio y misterioso Sam y su hermano Bobby compartían piso en Los Ángeles, mientras ella residía en Lima, Ohio, dando clase de música y canto a los estudiantes del William McKinley. La chica visitaba a su hermano varias veces al año y cuando lo hacía, se quedaba una o dos semanas en su piso, ocupando la habitación de Bobby, y mandándole a él directo al sofá del salón. Solía cruzarse demasiado con Jack, que la volvía loca de remate con sus comentarios, pero no tanto con Sam, que se pasaba el día dibujando en su habitación, y al que solo veía por las noches, cuando ambos se levantaban y robaban de la nevera sus vasos de leche. No sabía casi nada de él, más que el hecho de que llevaba años conviviendo con su hermano Bobby, y su gran pasión era el dibujo. Además de que necesitaba un corte de pelo y sonreír muchísimo más de lo que lo hacía. Pocas veces había podido ver su sonrisa, y una de ellas, había sido aquella vez en la que Bobby le había dejado una foto de ellos dos juntos, y Sam había hecho un dibujo de ella, regalándoselo a Mercedes. Ella le había dado las gracias, besando su mejilla y él había sonreído, subiéndose las gafas y colocándoselas en su sitio, al tiempo que entonaba un "Gracias, Merce", mientras se alejaba de nuevo hacia su habitación.
Merce.
Hacía una semana que no oía su voz y ya le echaba de menos, aunque la última vez que habían hablado, sólo se habían dicho un "¿Cómo estás?"
Mirando la hora de nuevo, Mercedes se levantó de aquel banco, por fin, y se dirigió a la salida para buscar un taxi. No pensaba esperar allí por más tiempo.
Cuando llegase, probablemente alguno de ellos habría vuelto ya a casa, y cómo última opción, podría pedirle a la vecina que le dejase esperar en su casa. Lo único que necesitaba era salir cuánto antes de ese aeropuerto que le estaba crispando los nervios.
Cuando por fin llegó a la casa, ésta permanecía con la puerta completamente abierta. Animándose a entrar a toda prisa para asegurarla ella misma.
Genial, probablemente Jack se habría olvidado de volver a cerrarla y alguno de los vecinos habría aprovechado para robarles o dejarles algún regalito. ¡No aprendía! No aprendería nunca. Dejando la maleta en la cocina, se dirigió a la nevera para servirse un vaso de leche. Beberlo no implicaba que Sam fuera a aparecérsele de repente, al fin y al cabo no era de noche y menos todavía, la una de la madrugada. Bebiendo sorbos pequeños, se dirigió de nuevo al salón, dejando la maleta en la cocina y observando que la habitación de Sam y la de Jack estaban abiertas también. Sam nunca dejaba su cuarto para que alguien entrase en él, así que la curiosidad que sintió por hurgar e investigar entre sus cosas creció hasta hacérsele irresistible. Más no llegó a entrar, lo que vio en la habitación de Jack hizo que el vaso de leche que estaba bebiendo se le resbalase de las manos y se le cayese al suelo, rompiéndose en pedazos, mientras una aterrorizada Mercedes se tapaba la boca para no gritar.
Sobre la cama, los cuerpos sin vida de Jack y la chica que le acompañaba, permanecían cubiertos de sangre. Les habían disparado hasta acabar con sus vidas, con varios tiros en el torso y uno en la cabeza de la chica, probablemente para callarla y evitar que sus gritos se oyesen.
Mercedes no podía creer lo que estaba viendo y su cuerpo no podía dejar de temblar, no sabiendo qué hacer, si entrar en la habitación o salir de allí y pedir auxilio. Debía llamar a la policía. Sí, eso debía hacer. Debía avisarles cuánto antes.
Giró sobre sí misma, al tiempo que oía ruidos que venían de aquella habitación. ¿Jack estaría vivo? Dios mío, ¡podría estar vivo y sufriendo a causa de los disparos!
Corrió hacia la habitación, apartando de los cristales rotos y se detuvo, comprobando que el chico ya no vivía, asustándose todavía más al oír de nuevo aquellos ruidos. Eran llantos, lloros, lágrimas que Sam Evans dejaba salir, acurrucado en una esquina de la habitación, con las rodillas flexionadas y los brazos tirando de ellas para esconder su rostro. Sus manos tiraban de su pelo, mientras se le oía sollozar ya más suavemente.
—Sam... —dijo ella, corriendo hacia él—. Sam...
—¿Merce? —Sus manos descubrieron su rostro escondido y sus ojos la buscaron, cubiertos en lágrimas—. Merce...
—Sam, ¿qué?
—Están muertos, Merce —dijo, con la voz rota, cansado de llorar—. Están-
—¿Qué pasó? —preguntó ella, apartando un mechón de su pelo que le caía sobre sus ojos.
—Jack... Jack está muerto —volvió a decir, cómo si él tampoco pudiera creérselo.
—Sam, tenemos que avisar a la policía. Tenemos-
—Están muertos... —repitió, dejando salir más y más lágrimas que provocaron en ella la necesidad de abrazarle.
Un abrazo que significaba mucho más que apoyo, mucho más que entendimiento, un abrazo que simbolizaba una unión real. Un abrazo que se deshizo en un segundo cuando unos brazos tiraron de ella, colocando un pañuelo en su nariz. Y luego, oscuridad. Solo oscuridad.
—Creí que habías muerto —se lamentó, volviendo a mover hacia un lado su pelo, destapándole los ojos y colocándole las gafas de nuevo.
—Mi cabeza... —quiso tocarse, buscar la herida, pero ella no le dejó—. Recuerdo cómo te durmieron. Yo... quise... Traté de... Pero no pude y luego-
—No hables, Sam —negó con la cabeza—. Descansa, pero no te duermas, por favor. Si te duermes, esta vez sí podría ser para siempre.
El chico pudo ver la preocupación en sus ojos. Si de él dependía, no volvería a dejarla sola.
—¿Dónde estamos?
—No lo sé. Es una casa y hay árboles. Demasiados. Estamos en medio de un bosque.
—¿Cuántos kilómetros nos hemos alejado? Quizás podamos-
—No lo sé. Estaba dormida y-
—Tenemos que alejarnos de aquí. Nos matarán.
—Las ventanas tienen rejas, Sam. Y ellos pistolas. No hay posibilidades de que salga bien. Solo tienes que contarles todo. Eso es lo que han dicho, tienes que contarles todo —No le diría que lo que le habían dicho en realidad era que ella tenía que conseguir que su "novio" les contase todo. Eso se lo guardaría para sí.
—¿Qué todo? No sé a qué se refieren, Merce —dijo, tratando de levantarse.
—Por favor, quédate quieto, por favor.
—¿Venían a por mí? Ellos. ¿Me querían a mí? ¿Jack y Cindy murieron por mi culpa? Tú... ¿Tú estás aquí por mi culpa? —preguntó, girándose hacia un lado.
—Sam...
—¡No, Mercedes! Esos hijos de puta me quieren a mí. ¡Me quieren a mí y han matado a Jack y a Cindy! ¡Los han matado y ni siquiera sé el porqué! —dijo, tirando de su pelo, impotente. En esos momentos se odiaba a sí mismo. El chico se despreciaba y odiaba el hecho de que la hermana de Bobby estuviese allí por su culpa. ¡Joder! También la matarían a ella. Mercedes sería la siguiente—. No, por favor...
—Sam...
—¿Qué necesitan? No sé qué es lo que necesitan —Tartamudeó, con miedo—. Mi cabeza me duele. Me va a estallar, por favor...
Mercedes se inclinó para besar su pelo, acariciándole de nuevo como si de un niño se tratase. ¿Sería verdad que él no sabía nada de todo aquello? ¿Confiaba en él lo suficiente para creerle?
Sí, lo hacía. Creía en él y le necesitaba para no derrumbarse, asustada y aterrorizada por aquellos asesinos. Le necesitaba a él y no por el simple hecho de que sus manos se movían todo el tiempo con una fuerza oculta, queriendo tocarle y abrazarle. Sam la necesitaba mucho más que Mercedes a él, por eso no le dejaría. Aunque aquel fuese el final de ambos, no le dejaría.
El chico pareció relajarse un poco con aquel leve contacto. Mercedes había dejado un beso en su pelo y ahora lo acariciaba mientras él se calmaba. No se reprocharía a sí misma lo que estaba haciendo, no le importaba lo que el chico pensase de ella, él no era nada suyo, pero ella no podía mantener sus manos alejadas de él.
—No te duermas, por favor —le pidió una vez más, asustada. Si lo hacía quizás él no volviese a despertar.
—No lo haré —respondió él, escondido de nuevo detrás de aquellas gafas. Sus ojos eran tan hermosos que echaría de menos el verle sin ellas.
Sus miradas hicieron contacto durante unos segundos, a la vez que Sam tomaba su mano y la separaba de su pelo rubio. En un primer momento la chica pensó que lo hacía porque él detestaba que se lo tocasen, pero luego, sus dedos se aferraron a los suyos, entrelazándose unos con otros, y una lágrima resbaló por su mejillas al oír un "lo siento" sincero.
—Sam... No.
—No deberías estar aquí, Mercedes. Tú no —dijo, cerrando los ojos durante unos segundos.
No. Llámame Merce, llámame...
La chica atrajo sus manos entrelazadas hacia ella, en un intento de que él no se durmiese.
—¿Qué es lo que quieren, Sam? ¿Por qué te buscan? —preguntó, volviendo a arrodillarse a su lado, sin soltar su mano.
—No lo sé, Merce.
Él no hacía más que negarle aquello, y Mercedes deseaba creerle. Necesitaba hacerlo. Pero los cadáveres de Jack y aquella chica llamada Cindy probaban otra cosa. Era a él a quién buscaban. No a Jack, no a ella. Era a Sam, y se la habían llevado a ella también para asegurarse de que el chico hablaría. Creían que ella era su novia, por eso no la habían matado en primer lugar. No era su culpa que ella estuviese allí, secuestrada. Le debía él estarlo, de no creer que era su novia, ahora Mercedes le estaría haciendo compañía a Jack y a Cindy. Y su familia...
—Bobby... Sam, me cansé de llamarle en el aeropuerto. No aceptaba las llamadas. ¿Está...? ¿Él también está...?
Más lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, impidiéndole ver con claridad. ¿Bobby también estaba muerto?
El chico se levantó, soltando su mano y apoyando su espalda en la pared durante un segundo, dudando si lo que iba a hacer estaba bien o no. Pero decidido a hacerlo a pesar de todo. Abriendo los brazos, la resguardó junto a él, besando su pelo, mientras los dedos de ella se aferraban a su espalda.
—No lo sé —susurró, junto a su oído, cerrando los ojos, de los que resbalaron nuevas lágrimas acompañando a las de ella.
Mercedes le abrazó más fuerte, como si el chico fuera su hermano y ella hubiera comprobado que éste seguía vivo.
—Merce —separándola finalmente, sostuvo su rostro entre sus dos manos—. Él no vino a dormir a casa.
—Puede estar vivo —susurró, ilusionada.
—No lo sé —repitió Sam, temiendo decirle que sí.
¿Y si no era así? Su amigo podía haber vuelto a casa mientras él estaba en el metro. Podía haber estado allí en su habitación cuando Sam había descubierto los cadáveres de Jack y Cindy. El impacto que había causado en él había sido tan grande, que sus piernas no le habían sostenido y lo habían dejado caer, escondiendo su rostro para no ver la escena del crimen. Solo la voz de ella le había hecho despertar de aquella pesadilla, resguardándole entre sus brazos.
Merce...
Él volvía a abrazarla tal y como ella lo había hecho esa misma mañana, mientras su corazón latía a toda prisa y sus ojos dejaban salir todas aquellas lágrimas que no había derramado en años. No sabía si Bobby estaba muerto o no, pero nada le pasaría a su hermana. No dejaría que la tocasen, antes tendrían que matarle, y ellos no podían hacerlo, al parecer le necesitaban. Solo que no sabía la razón.
—Saldremos de esta, Merce. Te lo prometo —dijo, enfadándose consigo mismo. No había querido asegurarle que su hermano vivía, pero le había prometido que saldrían de allí con vida. Sam no deseaba otra cosa que no fuese, devolvérsela sana y salva, y lo intentaría con todas sus fuerzas aún pereciendo en el intento.
El ruido de un coche los devolvió a la realidad, rompiendo ese segundo abrazo entre ellos.
—¿Se van? —Preguntó él, mientras se apoyaba de nuevo en la pared—. ¿Cuántos son?
—Tres.
—¿Has podido verles?
—Iban encapuchados —dijo, negando con la cabeza.
Sam asintió, aliviado. Si ella les hubiese visto, entonces nada de lo que él hiciese, impediría su muerte.
El chico se quitó las gafas de nuevo, limpiando sus ojos de aquellas lágrimas que había derramado.
—¿Las necesitas para ver?
—Las necesito para pintar —respondió, limpiándoselas con el borde de su camiseta—. Y para que no me reconozcan —susurró.
—¿Cómo?
Sam negó con la cabeza, volviendo a colocárselas.
—Duerme un poco.
—No puedo.
No quería y no podía, no mientras ellos permaneciesen secuestrados, en aquella habitación en la que no había más que un colchón que los protegía del frío suelo.
—Pronto tendrán que traernos la comida.
—¿Y si no nos la dan?
Sam no quería pensar en aquello. Ni en el hecho de que él no tenía nada para contarles.
—¿Tienes hambre? —le preguntó, atrayéndola hacia él para que reposase su espalda en la pared, tal y como él lo estaba haciendo.
—No —mintió, cerrando los ojos y respirando profundamente. No había dormido aquella noche para poder embarcar a la hora marcada y tampoco había desayunado al llegar allí. Se moría de hambre y esperaba que su estómago no se lo mostrase a Sam.
—No sabía que venías —dijo él, pensando que hablando de cualquier otra cosa, conseguiría que la chica se durmiese. Necesitaba verla descansar. Ella tenía que hacerlo si planeaban fugarse de allí.
—¿Bobby no te lo dijo?
Sam negó con la cabeza.
—Os echaba de menos —susurró ella, tratando de sonreír.
Era preciosa, aún cansada y medio adormilada, ella era preciosa y su sonrisa... le invitaba a sonreír también.
Resistiendo las ganas de contarle que ellos también la echaban de menos, Sam continuó hablando.
—¿Cómo están tus padres?
—Bien, estarán bien sin mí —soltó, dándose cuenta de lo que había dicho. Había querido completar la frase con "una semana" pero ambos sabían que aquello quizás nunca sucediese.
Como si él también se hubiese dado cuenta de ese hecho, Sam volvió a unir sus manos con cariño.
—Quiero volver a verles —susurró Mercedes, antes de reposar su cabeza sobre su hombro.
Poco tiempo después, se quedaba dormida, y Sam la observaba, acariciando sus dedos entrelazados con los de él. Había deseado tanto estar así, con una mujer. Y ahora lo estaba con ella. La hermana de su mejor amigo y compañero de piso. Secuestrados por unos asesinos que le buscaban a él y se la habían llevado también a ella. Le había prometido que saldrían de allí y él lo cumpliría. No importaba qué tuviera que hacer para conseguirlo, si tenía que volver aquel Sam que había encerrado en su interior, lo traería de vuelta.
A pesar de las ganas que tenía de dormirse, no lo hizo, temiendo que aquello que Mercedes temía, se cumpliese. No quería dormirse para siempre y dejarla sola. Sin él, Mercedes no tendría ninguna oportunidad. Debía mantenerse vivo por ella. Vivo y preparado para todo lo que fuese a ocurrir.
¿Qué os pareció? Otra idea loca, ¿verdad? No tiene pies ni cabeza jajaja ¿Qué saldrá de todo esto? Lo sabremos pronto ;) Muchas gracias por leerlo y... ¡hasta la próxima!
Besos
Syl
P.S. Me acabo de dar cuenta de que es mi fic número 24 y lo he publicado el día 24. ¡Me encantan los números! :D