III

Francia es el país del amor; no podía decir que le había faltado en su vida, por el contrario, había hecho honor al título; sin embargo, desde que adquirió la madurez suficiente como para llevar sus relaciones más allá de la admiración platónica, entendió que era un sentimiento efímero y poco único. Se había enamorado como tantas estrellas se veían en el cielo y, por cada amor, un desamor causado por la desaparición del humano.

No necesariamente hablaba de relaciones sexuales, con una buena parte de los humanos a los que les había tomado cariño no había pasado de una fuerte amistad. Deseaba el contacto, como aquel llegara y pudiera ser recibido para gozarse en su totalidad.

Ellos se iban, Francia se aferraba a su recuerdo negándose a admitir que él también era capaz de olvidar hasta el amor más profundo.

Todo se marchitaba a su alrededor, solo la nación permanece como un símbolo del pasado, hasta que los mismos humanos consideren que la función de la nación debía cederse a otra.

Francia entendía que el destino se le escapaba de las manos; lejos de angustiarse, se adaptó al hecho esperando seguir abrazado a la eternidad. Siempre quiso ser más que una pequeña nación, permanecer en la tierra, ser más fuerte, ser admirado, poseer tanto poder como conocimiento. La ambición dictaminó su supervivencia y ningún otro Francia nació para sucederlo.

Entendía que en el caso de desaparecer, pocos le darían importancia y el mundo no se detendría, recibiría a la nueva nación que se creara tras su deceso y seguiría adelante como si la anterior no hubiera significado nada para nadie.

Como Aquiles, temía al olvido, pero al contrario de este, se aferraba a la vida para poder ser recordado. Como un dios, se metamorfoseó en lo que sus dirigentes y el pueblo le pidieron en cada ocasión; fue muchas personas en una, cambió y evolucionó y supo crecer a partir de hechos que habrían matado a otros. A veces le dolió cambiar, pero debió hacerlo; a veces se creyó morir, pero supo arrastrarse para asegurar su supervivencia. Se convertiría en escarabajo de ser necesario si con ello seguía permaneciendo en un mundo que no pensaba dejar por propia voluntad.

Cada muerte no le dejaba indiferente, pero con cada muerte también había una nueva vida y Francia no se alejaba de ambos extremos, convivía con ellos como un visitante al que los dos estados le son ajenos. No recuerda su nacimiento, ¿y qué existía antes de él? ¿Quién era? Las preguntas que nunca obtendría respuestas y que se repetían las noches donde se sentía especialmente solo.

Cuando murió Henry, Inglaterra lo acompañó y no orinó en su tumba como tantas veces le había prometido.

-Porque lo haré en la tuya, después de bailar sobre ella.

-Por favor, Inglaterra, no lo hagas, harías el ridículo porque no tienes ritmo.

A pesar de sus palabras, a Francia le daba pena ver cómo trataba de ser cuidadoso con él mientras daba a entender al mismo tiempo que le importaba poco. Quiso decirle que desistiera, que él podía con el duelo en privado, sin la interrupción de nadie más que lo obligara a fingir que podía recuperarse pronto.

-Oye, ya es algo tarde y de seguro, con la cabeza que tienes, te acabas apareciendo en África. Puedes quedarte en mi casa. Digo, en el suelo, claro, no voy a preparar una cama para…

-Gracias, pero no, ya quedé con alguien más.

De este modo, Francia lo despachó para irse a cumplir con otro compromiso. Estuvo con él hasta el amanecer. Cansado, esta vez demasiado agotado para ir a París, entró a la casa de Inglaterra que siempre estaba abierta para él. Este lo recibió con los insultos habituales, pero en medio de ellos le ofreció la pieza de siempre y a la mañana siguiente le dio la sorpresa de un desayuno espantoso, que Francia declinó de comer por temor a una indigestión.

-Entiendo que ser tu persona menos favorita te da el derecho a planear mi asesinato, pero esta mañana no. Londres amaneció soleado. Eso es como un milagro, ¿lo causaste tú o algún santo católico?

Se marchó sin avisar, sabiendo de antemano que lo iba a ofender. No era su culpa actuar de ese modo; no le apetecía quedarse con Inglaterra y no se sacrificaría para darle el gusto. Quería hacerle entender que no iba a corresponderle de la manera en que Inglaterra esperaba mientras fingía todo lo contrario.

En una reunión entre ambos, al finalizarla, no supo contenerse y se lo confesó:

-¿Quieres saber por qué nunca me he acostado contigo?

-¿A qué viene eso? No me interesa. Para prostitutas, prefiero las que al menos cobran.

-Como sea, Inglaterra. No me acuesto contigo porque, conociéndote, lo tomarías muy en serio. Como si entonces tuviera que pertenecerte, como haces con todo al que le tomas un poco de cariño. Te tendría detrás de mí esperando para formalizar el compromiso. Las relaciones entre países terminan mal, lo sabes.

-Vete de una vez. Odio perder mi tiempo con ranas creídas.

Cuando estuvo en la puerta, Inglaterra lo detuvo.

-No… no todas terminan mal —masculló, avergonzado de estar hablándole precisamente de eso.

-¡Como tú digas! A los necios no hay nadie que los haga cambiar de opinión.

Francia se marchó, imaginando en el trayecto de regreso a París toda una conversación que no sucedió. Sabía bien lo que Inglaterra pudo haberle dicho para desarmar sus argumentos; pero él pudo haberle contestado hasta acabar el arsenal y, con todo, no cedería con su postura.

No volvió a recibir visitas de Inglaterra, al menos por un tiempo. Luego volvió, como si nada hubiera ocurrido, y él lo aceptó como si acaso no hubiera intentado echarlo de su vida. En el fondo, esperaba algo más que un simple amor en él, solo que no podía explicárselo, no podía admitir lo dependiente que se había convertido a los lazos que el odio, la rivalidad y la admiración habían creado entre ellos.

El tiempo fue pasando, vio a muchos desaparecer y ser reemplazados.

Inglaterra siguió allí.

Francia prefería amar su permanencia, más que los besos y los abrazos que se moría por dar; no era su amante, pero sí su eterno compañero y aquel papel, decidió, era el adecuado para ambos, aunque Inglaterra no estuviera de acuerdo —¿y a quién le importaba su opinión?-.

El amor de Inglaterra no significaba nada, pero sí saber que podía dirigirse a él cada vez que quisiera recordar que en todos esos siglos no había estado solo. Que una persona, de entre todas en el mundo, sabía quién era en realidad.

Curioso hallar ese vínculo en su mayor enemigo. Te quiero, pensó decirle a menudo, en sus encuentros a solas, pero Inglaterra lo iba a malinterpretar. Era un tipo distinto de amor y dudaba que lo consiguiera entender.


Notas: No quería que esta historia tuviera un buen final, porque era imposible, solo quería escribir una historia en homenaje a Francia. Sus tiras en el manga son las mejores.

Para finales felices, lean mis otros fruks :) Nos vemos!