I

Después de todo este tiempo, siempre se sorprendía cuando un antiguo conocido humano llegaba a su lado con noticias sobre su vida. Los había oído en boca de todos, las mismas palabras y con tonos idénticos en sus voces, a pesar de modular distinto. Sin embargo, los eventos que celebraban eran los mismos, se repetían como en un ciclo natural que él había contemplado desde que era un niño.

Esta vez era un nacimiento. Había resultado ser una niña, y él tuvo que declinar muy a disgusto la oferta de ser el padrino. No era la primera vez que tenía que rechazar el ofrecimiento, porque creía que su paso por aquel mundo de nacimientos y muertes debía mantenerse alejado de su condición inmutable.

Se hizo amigo de la joven pareja cuando estos eran unos niños, en ese entonces era más cercano de sus padres. Luego, la amistad permaneció intacta aunque no fuera asidua. Francia era una persona que no se detenía largo tiempo en ninguna estancia de su nación, iba deambulando de un lado a otro y a veces incluso salía de su territorio. El hecho de poder trasladarse sin necesidad de vehículos terrestres ayudaba a verse como un espíritu libre, errante y alegre.

-Es preciosa -declaró, cuando tuvo a la recién nacida en brazos. Tan preciosa como todas esas niñas que tuvo en brazos, ya ni siquiera recordaba si incluso había visitado a la madre del bebé en sus primeros días de nacida. Y como ocurría constantemente, no deseaba separarse del retoño.

De muy mala gana la devolvió a sus padres, haciéndoles prometer que dejaría que los visitara todo cuanto quisiera siempre y cuando pudieran recibirle. Los padres lo miraron atónitos.

-Es nuestra nación, siempre será bienvenido.

-Es usted, más bien, quien se olvida de nosotros. Llevaba diez años sin verle, señor Francia.

-¿Tanto? No es posible. Nos habremos visto por París.

-Le aseguro que no.

-Sí, en los teatros, en los bulevares, en las galerías...

-No invente. Su caso está perdido.

-¡Bueno! Pero ahora me han dado una razón para venir más a menudo.

Francis se fue esa noche con el corazón lleno de calidez. Durmió, pensando que al fin y al cabo era una escena que se había repetido a lo largo de su vida pero que no dejaba de apreciar. No volvió a ver a la pareja en los años siguientes.


-Soy en quien piensas primero en levantarte, di que sí -bromeó, colocándole una mano en el hombro a Alemania. Cuando este le dirigió una expresión gélida, Francis tuvo el suficiente valor para guiñarle el ojo-. Hagamos que sea también tu último pensamiento en la noche. Vamos a amarnos como si...

-Alto -dijo, en voz alta-. Te desvías del tema y ya te lo he repetido dos veces. No estoy para perder el tiempo así que presta atención. Si no quieres trabajar, manda a algún subordinado. Picardía tuvo una actuación óptima la última vez.

-Pero ya llevamos horas en esto. Yo no te invité para hablar de trabajo y es lo único que has hecho.

-Me invitaste por trabajo.

-No. Es una invitación "anti-trabajo". Me parece que te estás esforzando mucho, y eso es bueno, pero debes tener un límite. Vamos a beber y compartamos un momento íntimo ahora que estamos más unidos.

Francia sospechó que Alemania se acabó yendo porque comenzó a desabrocharse la camisa. Ni siquiera planeaba desnudarse esta vez, solo había tenido un poco de calor. Recogió los documentos pensando que estaría bien leerlos, luego se le ocurrió que al fin y al cabo Picardía era un excelente trabajador.

Leyó un libro de un autor nuevo, decidiendo que debía conocerlo a la menor oportunidad. Limpió la sala y su habitación. Luego se ocupó del jardín. Escuchó música en la tarde, bailó solo pero imaginando compañía con quien actuar como el caballero de la velada. Al caer la noche, se vistió y salió, pero solo dio un breve recorrido antes de cenar en un café y regresar a casa.

Pensó que era la misma rutina de hace semanas, cuya presencia de Alemania había intentado cambiar. Se iba a terminar aburriendo si no buscaba algún evento entretenido con el que pasar la noche.

Media hora más tarde, revisaba su armario, separando las prendas que usaba todavía con las que ya estaban viejas. Encontró un antifaz, recordaba la fiesta en el que lo había usado. Ya se había muerto, ahogado, su cita de aquella noche. Se colocó el antifaz y se miró al espejo, sonriendo como si se dirigiera a una persona hermosa. Era el mismo hombre, el de antes y el de ahora.

Dobló con cuidado la ropa de la que se quería deshacer. Luego, tomó su agenda telefónica y llamó a uno de sus amantes, quien estaba libre esa noche. Se vieron en su casa y Francia aprovechó para ponerse al día con los acontecimientos de su vida.

No podía ser de una sola persona. Hombre o mujer, era un humano que no tenía nada que ver con su condición de país. Por ello, prefería tener amantes, de todas las edades y territorios, a quienes incluso después de romper no les perdía la pista. Veía cómo se casaban, se divorciaban, se volvían a casar, tenían hijos, prosperaban, viajaban, disfrutaban y envejecían. Francis podía contar anécdotas referentes a los nombres de las lápidas de los cementerios, para quien tuviera la suficiente paciencia para escuchar a un anciano hablando de tiempos antiguos. Generalmente, nadie tenía la suficiente y acababa por contárselas a sí mismo, cuando quería ocupar espacios de tiempo a solas.


Francis dejó su ropa vieja en un centro de caridad. Alguna incluso databa de hace diez años, pero estaba en buen estado y en serio quería que le pudieran encontrar utilidad. Cuando regresaba a casa, escuchó un: "-¡Señor Francia!" Que le hizo detenerse de inmediato, volteando interesado hacia quien le había reconocido.

Era un hombre mayor, de unos sesenta años, quien caminaba con bastón y lucía una pesada barriga de abundancia. A su lado le acompañaba una mujer que debería tener treinta.

-Señor Francia... Pero es que usted no cambia.

Francia se le quedó observando confundido, y el hombre se dio cuenta.

-¿Ya no se acuerda de mí? Lo imaginé. Porque nos ha olvidado. Soy Paul Duroy, un antiguo amigo suyo.

-¡Paul! -exclamó Francis, encajando por fin la imagen del joven padre primerizo a la que tenía ahora-. Pero ¿cómo es posible? ¿Cuánto ha pasado ya? No creas que te olvidé del todo, pensé en ustedes, en ti y en Madelaine.

-Se agradece la intención, pero no es lo mismo.

Francia, entonces, se fijó en la mujer.

-¿La pequeña Claire? -Paul Duroy asintió-. Pero... Pero si la última vez que la vi era una nena. El tiempo es un soplo.

-Tal parece que sí. Pero dime que al menos te han salido arrugas.

-Ni hablar, estoy muy joven para tenerlas -bromeó Francia-, pero si te soy sincero, a veces me duele la cadera y ya no puedo desvelarme como antes.

-La vida te trata bien.

-Ni tanto, estamos en crisis. Hay países jóvenes que tienen más energía que yo. A veces temo quedar relegado.

-Espero que eso no ocurra.

-Lo sé, lo que me pasa a mí es un reflejo de todos ustedes.

-No lo digo por nosotros, sino por ti.

Francia le sonrió.

-Estás invitado a cenar cuando quieras -dijo Paul-. A Madelaine le va a encantar verte.

-Espero que no crea que soy un desconsiderado, pero es que a veces...

-Entiendo cómo debe ser.

-Pero iré. No creas que me voy a perder por... ¿Treinta años? Treinta años.

De repente, Francis pensó que era igual que ese hombre ya casi anciano, que había vivido tanto como él y la apariencia física no los separaba. A veces pensaba en Roma y lo grande y fuerte que había sido y cómo había desaparecido. Me acerco a la edad de Roma, se dijo, pero yo quiero seguir viviendo.

Se despidió de Paul y su hija, y sin ganas de regresar a casa tan pronto, dio un paseo donde saludó a las caras conocidas. Pero no se entretuvo en el camino por mucho tiempo. Entró en un restaurante que administraba un conocido y se sentó, con el único interés de observar a las personas. Al fondo, sonaba una canción de amor que una vez había dedicado a alguien, pero ya no se acordaba a quién.

Pidió un café con leche pequeño, se lo trajeron pronto, se quemó la punta de la lengua al probarlo de inmediato. Decidió dejarlo reposar. Una nueva canción había comenzado a sonar, no le gustaba para nada porque hablaba de pérdidas y de desamor. El amor es lo único que debiera ser eterno y, sin embargo, era tan efímero como todo lo demás.

Sacó su celular y miró su twitter. Inglaterra había posteado un comentario sobre el modo correcto de criar gatos. Seguramente andaría leyendo un libro sobre aquello, aunque él era más de ensayo y error (con espantosos resultados en cuanto a la crianza de los niños). A veces se preguntaba qué hubiera sido de él en caso de que Estados Unidos le hubiera elegido como su hermano mayor. No creía que lamentara tanto la pérdida como Inglaterra, quien al no estar acostumbrado a tener a alguien, no podía manejar como un adulto la situación. Pero él siempre había tenido pérdidas. La gente moría, por una causa u otra, eso hacía más fácil aceptar que todo en la tierra sufría de constante cambio.

Le respondió en twitter: "Cuida de alimentarlo adecuadamente y de mantener sedoso su cabello #love". Recibió a los pocos segundos una respuesta: "No te entrometas, rana de mierda". Francis puso los ojos en blanco, le dio un sorbo a su café y lo encontró bueno. Llamó a Inglaterra.

-¿Qué, Francia? -gruñó.

-Me apetece saber de tu nuevo amigo. Es agradable verte con mascotas reales de vez en cuando.

-Los seres mágicos existen y no son mis mascotas, si te oyen se van a ofender -dijo, con esa voz de viejo que a consideración de Francis desentonaba con su rostro joven pero poco agraciado.

-¿Cómo se llama?

-No te importa.

-Claro que sí, por eso llamo.

-¿No tienes que irte a atar una cuerda a la rama de un árbol?

-Ahora tengo tiempo libre. ¿Sabes? Hoy me encontré...

-No me interesa lo que tengas que decir.

-Pero me has atendido el teléfono, algo te debe interesar.

-Esperaba que fuera algo relacionado con trabajo.

-Evidentemente no lo es, has podido cortar antes.

-Sigo con la vana idea de que vas a decir una frase inteligente en cualquier momento. Si no es así, déjame en paz, rana.

-Bien, te llamo luego. Pensaré en una para decirte más tarde.

Francis cortó la llamada y dejó el teléfono en la mesa. No le sorprendía en lo absoluto la actitud de Inglaterra, pero pensó que al menos lograría tener una conversación larga ahora. Se acabó el café, al tiempo que sonaba su celular. Era un número que hace mucho no veía en su pantalla.

-Ya voy -dijo, una vez supo de qué se trataba.


Solo que no fue. Lo había visto una y otra vez. Lo había experimentado varias veces, con la diferencia de que él podía revivir. Podía soportar todo el daño que se le hiciera, su cuerpo sanaría con el tiempo.

Transcurrió una semana desde el anuncio de la muerte de un amigo. Era viejo y había tenido una neumonía fatal. No había llegado a presentarle sus nietos. Armándose de valor, visitó el cementerio y aprovechó para darse un paseo por tumbas conocidas, antes de llegar a la más reciente.

-Disculpa por no haber estado allí. Pero no quería. Siempre pierdo a quienes quiero, ¿y sabes qué es lo peor? Que mi enemigo es más fuerte que cualquier ejército. El tiempo se apodera de nosotros, buen amigo. Si Inglaterra estuviera aquí, seguro diría que ve tu espíritu. O algo. Pero yo no lo veo, en realidad pienso que has ido al cielo. No vas a revivir, porque has sido una persona excelente. Gracias por darme la oportunidad de conocerte.

Ante estas situaciones, Francis siempre se había dejado llevar por la emoción. Lloraba, y no se detenía. Uno de los mejores regalos que les había dado la vida, era el poder desahogar su pena sin el menor recato. Oprimir los sentimientos los hacía morir a paso lento.


Notas: Es una muy pequeña historia... basada en el capítulo 5 (¿es el 5, cierto?) de la nueva temporada de Hetalia. El capítulo está dedicado a Francia y, realmente, es una gran muestra de por qué yo adoro a este hombre. Necesitaba escribir esto por él.

El FrUK de verdad viene en el próximo capítulo :) Nos vemos.