N/A ¡Bienvenidos, nuevos lectores! Somos xyuutsu41 y Sweetapocalyptc, las escritoras de este fic. Nuestra historia (por el momento) tiene dos partes: La que corresponde al primer año de los Merodeadores en Hogwarts y la que corresponde al segundo, aún en proceso. Para mayor comodidad, hemos subido a Mediafire todos los capítulos correspondientes al primer año, en un mismo pdf, aquí mismo: view/dnf6pnbs6bxx05t/Here_comes_the_Marauders%2C_

Por último, agradeceros que os toméis el tiempo en leernos. Esperamos que disfrutéis la historia tanto como nosotras escribiéndola, y que no dudéis un segundo en hacernos llegar vuestros comentarios, ideas, dudas y opiniones. ¡Los recibiremos con los brazos abiertos!

Prólogo.

Amanece temprano aquel día. La primera luz del alba ilumina los rostros de dos hombres de mediana edad, apostados sobre la acera, entre los destartalados y abandonados edificios que conforman los números 11 y 13 de la calle Grimmauld Place. Uno de ellos es alto y delgado; el cabello ralo y fino, en otro tiempo muy claro, casi rubio, se ha oscurecido con el paso de los años y comienza a canear en la parte trasera, cerca de la nuca. Los dos ojos de color azul apagado parecen haber envejecido más rápido que él, y observan todo y absolutamente nada a la vez; la mirada perdida en el enorme muro de ladrillo viejo que se alza ante ambos custodia la prominente nariz, y la antigua cicatriz que desgarra la piel por encima de ésta y se extiende hasta el labio superior brilla por la cercanía del plenilunio. A su lado, unos ojos grises vagan en la misma dirección. Su compañero tiene el pelo oscuro y ondulado, del mismo color que el abundante vello facial que emerge y agudiza el ángulo de su mandíbula. Los abundantes mechones caen desordenadamente sobre sus anchos hombros, que dejan entrever una excepcional robustez escuálida. Nadie puede verles; se han asegurado de ello. No hay ni una sola persona en alrededor de un kilómetro a la redonda, y por eso Remus Lupin y Sirius Black se encuentran allí, inmóviles, en extraña comunión con el ambiente, como si aguardasen una señal que ambos saben de antemano que no se producirá.

- — Apresúrate. No deberíamos permanecer aquí mucho más tiempo, Sirius. No es seguro… - murmura Remus, y desliza la mirada hacia el pálido rostro de su viejo amigo, no sin cierto temor.

- — No tengo varita, ¿tengo que recordártelo? - masculla Sirius, y se remueve en el sitio, inquieto.

Remus no contesta y lleva su mano a uno de los bolsillos del grueso y desgastado abrigo de color marrón que viste. Sin mediar palabra, extrae de él su varita de ébano y la extiende hacia Sirius, que la coge con ávida lentitud, ansioso y reticente al mismo tiempo a lo que tiene que hacer a continuación. Respira hondo. Un golpe seco con el extremo de la varita de Remus basta para que la aparentemente corriente pared reaccione: primero comienza a estrecharse hacia los lados, y después y antes de que puedan darse cuenta, un enorme portón se alza ante ellos. Sobre él, un pequeño letrero muestra el número doce en caligrafía sencilla y color plateado. Sin pensarlo un segundo más, los dos, Remus y Sirius, se adentran en la gigantesca mansión: el número doce de Grimmauld Place, hogar de la noble y ancestral casa de los Black.

Les recibe una neblina transparente de polvo y ausencia. El suelo cruje bajo sus pies. Hace más de una década que nadie vive allí, y el paso del tiempo ha arrastrado con él la lustrosa ostentosidad que en otro tiempo decoró aquella estancia. Sirius susurra Lumos e ilumina el desgastado papel de color grisáceo en las paredes, las descoloridas alfombras y las raídas cortinas. Sus recuerdos de aquel lugar durante su infancia y la visión actual se superponen y se siente envejecer cientos de años de golpe. El polvo invade cada milímetro de aquel lugar, y las telas de araña cubren el techo, las esquinas y la gigantesca lámpara de cristal que decora el vestíbulo. Remus va a decir algo, pero Sirius le insta a permanecer callado con un gesto. Después hace amago de recuperar su varita y extiende el brazo para alcanzarla; no obstante, en el último momento, vacila y cambia de opinión, como si comprendiese que aquel es un viaje que su amigo de la infancia tiene que emprender a solas. Casi a tientas y en silencio avanzan por el largo pasillo, ascienden cientos de escaleras hasta el último piso que, para su sorpresa y a diferencia de todos los demás, parece casi intacto. Se detienen ante una puerta de madera y Sirius esboza una media sonrisa mientras coloca los dedos alrededor del pomo de ésta, que tiene la forma de la cabeza de una serpiente, y camina dentro de la pequeña sala. Remus le sigue y cierra la puerta tras él; al otro lado, un pequeño letrero dorado reza: "Sirius".

- — Mi habitación. La hechicé para que nadie más que yo pudiese entrar antes de fugarme de casa… Supongo que la arpía de mi madre no logró deshacer el hechizo. Está tal y como la dejé.

La voz de Sirius rasga el silencio y suena más grave y queda allí dentro, y el aire que asciende por los pulmones al respirar conserva aún el sabor a rebeldía adolescente. Remus deja caer el pesado abrigo sobre la cama deshecha y echa un vistazo a su alrededor: las paredes están completamente cubiertas por multitud de posters, banderas con el escudo de Gryffindor en color rojo y dorado, fotografías de motocicletas e incluso fotos de chicas muggle con poca ropa. Lo único que Sirius se llevó cuando escapó de casa, además de lo necesario para sobrevivir, fue su extensa colección de vinilos. Todo lo demás permanece allí, como un recuerdo inerte de una época distinta, más feliz, menos oscura, y Remus repasa con la mirada todas las pertenencias del por aquel entonces joven Sirius. No puede evitarlo; su naturaleza le impide no curiosear y fijarse en cada pequeño detalle de cada persona, de cada lugar en el que se encuentra. La mirada de Sirius, mientras tanto, está fija en otra parte, y el licántropo casi puede escuchar como algo dentro de él se rompe cuando se da cuenta de qué es lo que su amigo no puede dejar de observar, sin ni siquiera moverse.

Sobre una mesilla de madera antigua y desgastada reposa un pequeño marco de fotos de color rojo con una fotografía mágica, en movimiento, dentro de ella. Remus, haciendo acopio de todas sus fuerzas y con pulso tembloroso toma aquella diminuta ventana al pasado entre sus manos y sopla para lograr desprender todo el polvo adherido en la superficie del cristal. El suave aliento deja al descubierto cuatro inocentes y jóvenes rostros radiantes. Cuatro inconfundibles miradas, cuatro inseparables sonrisas de aquellos a los que en Hogwarts solían llamar "los Merodeadores". Remus casi no reconoce al adolescente de mirada inteligente y feliz que mira a la cámara con una media sonrisa; Sirius, sin embargo, se mira a sí mismo y piensa que no ha cambiado en absoluto. Pero ambos sienten el mismo pinchazo en el estómago, el mismo nudo en el fondo de la garganta, la misma sensación de frío intenso que recorre la espalda como un escalofrío cuando sus ojos se encuentran con los de James Potter a los quince años, que pasa un brazo por el hombro de Sirius y se revuelve el pelo, distraído. Se crea entre ambos un silencio extraño, un lazo invisible de melancolía y malas decisiones que les une; a Sirius y a Remus y a ambos con el pequeño recuerdo de James tras el vidrio. Y la pérdida se hace real en aquel momento, quizás más real de lo que lo ha sido en quince años. Remus trata de ocultar, abandonar sus propios sentimientos en aquel momento, arrinconarlos en aquel lugar de su mente en el que sabe que estarán siempre a salvo, y trata de consolar a su amigo, de hecho, el único amigo que le queda, colocándole una mano sobre el hombro derecho en señal de afecto. Sirius hace caso omiso de las lágrimas que comienzan a formarse en sus ojos y, sin levantar la mirada un solo segundo de la fotografía, no puede evitar sonreír.

- — ¿Te acuerdas, Lunático? Fuimos los más grandes. Fuimos… los mejores.

- — Claro que me acuerdo, Canuto. Jamás podría olvidarlo.