Historia mía. Personajes de Steph Meyer.


Capítulo 2

Dejamos descansar a Edward un par de horas hasta que el Doctor nos dijo que era hora de hablar con él. Mientras el General arreglaba unos papeles, yo estaba sentada junto a su lecho, esperando que despertara. No sabía qué le iba a decir. No sabía ni qué hacer.

De repente se revolvió y abrió esos ojos de un verde imposible. Miró al techo y luego me miró a mí e hizo un gesto de dolor. No era que me pareciera físicamente a Tanya: ella era rubia y de ojos azules como mi madre, mientras que yo era igual al General, con cabello y ojos marrones.

-Shh, tranquilo –le dije, intentando tocarlo para reconfortarlo, pero me di cuenta que no había lugar en su cuerpo que no estuviera cubierto de vendas y que no lastimara ante mi toque –Todo está bien ahora.

Él seguía viéndome intranquilo. No podía odiarme, él era el que había cortado la comunicación, no yo. Tenía que dejar de ser tan egoísta. Me estaba empezando a enojar así que le pregunté:

-¿Qué pasa? –dije mientras esbozaba una leve sonrisa sarcástica -¿Tengo un bicho en el pelo o qué?

Él hizo un movimiento que me pareció una risa, pero al instante se puso serio. Serio como militar. Vaya, mi amigo no estaba por ningún lado. A pesar de las heridas, verlo con la cabeza rapada y sin su desordenado cabello cobrizo junto con su barba de días, me hacía verlo como un desconocido. Una persona nueva. Era aterrador.

-Discúlpame –oí que dijo con su voz de terciopelo –Sólo estoy tratando de recordarte.

-¿QUÉ? –le grité y de inmediato una enfermera entró corriendo. –Nada, está bien –le hice saber que él estaba perfectamente, menos yo. Estaba esperando que Edward estuviera bromeando. Bromita pesada. Horrible para la situación.

-¿Lo dices… en serio? –le pregunté tímidamente.

-Nunca he sido más serio en mi vida –dijo y me miró fijamente – ¿Tengo que recordarte?

-¿Podría hablarle al Doctor Gerandy, por favor? –le dije a la enfermera, ignorando a Edward y su mirada interrogante –Dígale que es urgente.

-Podríamos empezar con tu nombre –dijo él tratando de trabar conversación, pero no podía con su actitud ahora. –Luego podrías decirme qué hago aquí y por qué me duele todo el cuerpo.

-Mira, Edward –comencé –Si es esta situación una broma de tu parte, como ese Halloween de hace 10 años, te juro por lo que más quieres (que sé que es ese Volvo último modelo) que te empalaré vivo enfrente de mi casa y luego te venderé a algún museo. Tal vez el Smithsonian o el Louvre paguen bien por ti

-Es en serio –dijo y vi que era sincero. Dios santo. No podía ser posible. Me dirigió esa mirada de cachorrito perdido que tanto odiaba y gruñí.

Cuando el doctor llegó le planteé la situación, mandó a Edward a hacerse unos estudios. El General regresó y le expliqué lo que pasaba. Al principio se quedó confundido y después preocupado.

-Hay que avisarle a Carlisle y Esme cuanto antes –le supliqué al General. No podía concebir que él no recordara nada. Pero tampoco sabía si era permanente o temporal.

-En cuanto el Dr. Gerandy venga con los resultados –replicó el General.

Al instante, el doctor reapareció. Malas noticias, dijo él. Edward padecía amnesia traumática, es decir que, a veces los soldados, como mecanismo de defensa, bloqueaban ciertos episodios en su carrera militar, pero en éste caso, Edward había bloqueado la mayor parte de su vida, a tal grado de no recordar, como mínimo, los últimos 10 años.

-Entonces, ¿Qué procede? –Exigió saber el General – ¿Seguimos con el plan de que Bella esté con él?

-Podremos hacerlo, pero primero necesito que se pueda mover al menos un 30% por él mismo –replicó el Doctor –No puedo dejarlo ir así. Tendríamos que esperar al menos un mes.

-¿Un mes? –Pregunté –Papá, tengo que trabajar –dije, dirigiéndome al General, que me miró directamente a los ojos.

-Pensé que trabajabas en casa –dijo él y no mentía. Era escritora. Estaba a la mitad de una nueva novela y necesitaba inspirarme, pues mi fecha límite de entrega se acercaba.

-Si, pero…-intenté decir, pero el General me cortó.

-Pues si les avisamos a los Cullen, que te traigan lo que necesites.

Suspiré -¿Sabes qué? Hablaré con mi editor. Creo que podré estar en inactivo por un mes.

-Excelente –exclamó el doctor. –Así podríamos empezar con el tratamiento de Edward. Tu deber es ayudarlo a recordar poco a poco. Sólo lo básico: su familia, la escuela a la que fue, sus amigos, sus mascotas… nada que lo abrume demasiado, queremos que ejercite su memoria para que empiece a recordar por sí mismo.

-Bien –dije yo. Ya había aceptado y no había marcha atrás. Tendría que ayudar a mi amigo a recordar, aunque no estaba segura de cómo. Tendría que hacerlo.

-Bien, si no necesitan nada más, me retiro –dijo el Doctor.

-Adelante –dijo el General. Nos quedamos viendo por diez minutos. Leí en su cara lo que quería decir, pero no encontraba las palabras para hacerlo, así que lo hice yo.

-¿No Tanya?

Después de un breve silencio, el General dijo –No Tanya.

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-Oh, Bella –Esme me abrazó mientras era rodeada por el resto de los Cullen: Carlisle Cullen, el padre y doctor, Emmett, el hermano mayor de Edward e Ingeniero, su esposa Rosalie; Alice Cullen, hermana pequeña de Edward y su novio Jasper Withlock, socio de Emmett.

-Yo sé –le dije mientras la abrazaba. Esme me había ayudado mucho cuando mi madre había muerto. Era como una segunda madre para mí.

-¿Están seguros que no recuerda nada? –dijo Carlisle. Él como médico, tal vez quisiera dar una segunda opinión, aunque tal vez no fuera muy objetivo, dado que Edward era su hijo.

-He estado hablando con él desde hace una semana –le expliqué –A ustedes los tiene bastante claros, aunque a Rose y Jasper tal vez no, todavía no he llegado ahí. He estado recordándole cosas lentamente, el doctor dice que es mejor así.

-Por supuesto –respondió Esme -¿Crees que podamos pasar a verlo?

-Supongo que sí –le contesté yo –Al final del pasillo a la izquierda.

En cuanto escuchó mi indicación, Esme salió disparada en esa dirección. Los demás la vieron alejarse. De inmediato, Alice se acerco a mí y me dijo.

-Queremos llevarlo a Forks tan pronto como sea posible.

-¿En serio? –contesté yo, confusa.

-Creemos que le hará mejor estar en casa. No aquí, rodeado de militares y de gente que no conoce.

-A nosotros tampoco nos conoce, si vamos al caso –dijo Emmett y Rosalie le pegó un codazo -¡Ouch!

-El doctor dijo que debe estar aquí al menos un mes –les dije yo – Tendrían que hablar con él. Pero creo que es lo mejor.

Alice me sonrió –Queremos que vayas con él –dijo ella –Para seguir ayudándolo con su recuperación, pero sin interrumpir tu trabajo.

Suspiré. Por supuesto. Era de esperarse que me pidieran lo mismo, y aunque antes sentía que no habría manera de ayudar a Edward, ahora sentía algo de responsabilidad, como si de mi dependiera que regresara el antiguo Edward, el que era antes del abandono de mi hermana y de la guerra y todo eso.

-¿No le has dicho nada sobre Tanya? –me preguntó Rose -¿Le has avisado?

-No. El General me dijo que no lo hiciera, al menos por ahora.

-Tiene toda la razón –escuché que Esme decía, mientras caminaba hacia nosotros -Quiere verte –le dijo a Carlisle –Guardar rencores es malo, pero no quiero que contribuya o influya en la recuperación de mi hijo. Quiero que él se recupere primero para poder contarle esa historia. No quiero que pase por lo mismo.

Todos nos quedamos callados. Me revolví incómoda. Ellos me querían a mí pero a mi hermana le tenían cierto… respeto. Si, así podríamos llamarle. Respeto.

Carlisle pasó a la habitación de Edward y así fueron desfilando uno por uno hasta que se despidieron, diciendo que regresarían cuando trasladaran a Edward a Forks.

Decidí que era mi turno de verlo. Dos semanas después y el vendaje en su cabeza había desaparecido. Aunque todavía tenía el pecho vendado y el brazo en cabestrillo. Sonrió al verme. Cuando él sonreía se parecía al Edward antes de mi hermana.

-¿Te acordaste de todos? –le pregunté, sentándome junto a su cama. Él soltó una carcajada pequeña.

-Si, aunque Emmett no estaba tan grande y Alice no tenía novio –frunció un poco el ceño, pero volvió a sonreír. –Es bueno sabe que no todo está perdido acá –señaló su frente.

-Ten paciencia, todo va a regresar –le dije para animarlo.

Hasta donde sabía, su recuperación iba bien: las heridas sanaban y él confiaba plenamente en mí, confiaba en todo lo que decía, aunque ese siempre fue un problema con nuestra relación al principio. Era una segunda oportunidad, tal vez. Esta vez haríamos las cosas bien, recuperaríamos nuestra amistad y todo sería incluso mejor. Le sonreí. Ahora si nuestra amistad iba a durar para siempre.