4. Competencia

Tachibana sabía que de haber sido posible, Kyoya hubiera cambiado su apellido sin pensárselo dos veces. De haber sido posible sin haber armado un escándalo frente a la prensa y la sociedad de alta cuna que tanto le importaba a Yoshio Otori, claro está.

La mentira del cabeza de familia de "sigue siendo mi hijo, pero ha decidido independizarse" se tambaleaba con cada acto social en el que el joven Otori no se presentaba. La excusa de "está estudiando mucho para sacar buenas notas" no parecía convencer a la prensa. Curiosamente, ningún medio de comunicación escribía una palabra sobre el asunto (seguramente altas cantidades de dinero se destinaban a la conservación del buen nombre familiar, pero nadie hablaba de eso tampoco).

En definitiva, Yoshio Otori, cabeza del gran imperio médico en Japón, afirmaba que seguía teniendo un hijo que estaba pasando por una etapa rebelde. Kyoya Otori, dicho hijo, no quería saber nada de su padre ni su imperio médico, y no precisamente por una etapa rebelde (ya había superado la adolescencia hacía mucho tiempo, gracias).

Y pese a que todo el mundo parecía oler la mentira, nadie decía nada.

Aquellos que realmente conocían la situación, tampoco decían nada.

Y es que el servicio de la familia Otori (más de 600.000 empleados, la mitad de ellos en oficios relacionados con la medicina, otros muchos en el servicio de seguridad privado, otros tantos dedicados al servicio doméstico de las mansiones que todos los Otori poseen y el resto empleados en la parte administrativa e internacional de Industrias Otori) están obligados bajo contrato a no comentar nada de lo que ven en su jornada laboral. Pero está claro que todos tienen ojos y oídos, y las noticias corren como la pólvora si se trata de un escándalo social de tu jefe.

No hay ni uno de ellos que no sepa de la verdadera situación de Kyoya Otori, aunque está claro que si la prensa llega a preguntarles algo, dirán que "el chico quería independizarse, conocer mundo. Ya sabe como son a su edad" y educadamente ignorarán cualquier otra pregunta destinada a manchar el nombre de los Otori. Al fin y al cabo, su salario depende de esa misma familia a la que representan. Y no está nada mal pagado.

Pero Yoshio, que prefiere tener sus propios ojos y oídos en todas partes, se asegura de que su fuerza de seguridad privada vigile todo aquello que pueda resultar sospechoso. No puede haber nada que escape a su control, y en el mundo de los negocios te pueden traicionar en cuanto menos te lo esperes.

Por eso cuando le llegó un informe de seguridad apuntando a Tachibana como el primer hilo suelto de su red, Yoshio no se sorprendió para nada. El hombre había sido el guardaespaldas de su mujer, antes de que ésta decidiera desaparecer, y después el de Kyoya, antes de que se le llenara la cabeza de romanticismos.

-¿Me ha llamado, señor Otori?
Inclinado frente a su escritorio, Yoshio pudo estudiar en detalle a Tachibana. Recordaba perfectamente cuando lo contrató para ser el guardaespaldas de su entonces prometida, mucho más joven y sin estar aún muy seguro de sus movimientos alrededor de la joven pero poderosa pareja. Ahora Tachibana se mantenía inmóvil, profesional, cumpliendo su papel de quedarse en segundo plano, sin llamar la atención, pero a su vez vigilante de cualquier peligro a su alrededor. Sus años corriendo detrás de Kyoya de un lado a otro, junto al resto de sus amigos de instituto, le habían convertido en uno de los mejores.

Y aún así Yoshio sabía que no podía confiar en él.

-¿Has vuelto a ver a Kyoya Otori desde que se fue de esta casa?


La vida del desempleado no parecía encajar del todo con Tachibana. Al principio había pensado que sería como una especie de vacaciones. Una temporada sin trabajo que podía dedicar a descansar y relajarse de la estresante vida de guardaespaldas.

Cuando Yoshio le informó de que "sus servicios ya no eran necesarios para Industrias Otori", se quedó tan en shock que al principio no podía creer lo que estaba sucediendo. Pero esa misma noche, sentado en un taburete de su cocina, cuando vio que realmente le habían echado de un trabajo al que había entregado 20 años de su vida, entendió el ansia de venganza que surge en los malos de las películas. Durante una hora estuvo mascullando él solo, de una habitación a otra de su casa, despotricando sobre "jefes desagradecidos" y otras muchas cosas de las que ahora se acuerda y le reconcome la vergüenza. Hasta tuvo el teléfono en una mano, a punto de llamar a los pesados de la prensa que siempre perseguían al servicio de los Otori en busca de algún escándalo familiar.

-No -se paró, ocultando el móvil entre los cojines de su sofá para ni siquiera tener que mirarlo-. No puedo traicionar a Kyoya.

Porque si no vendía los más oscuros secretos de Yoshio Otori a la prensa es porque aún sentía respeto por algunos de los miembros de su familia (Kyoya y Fuyumi, su madre e incluso sus hermanos no llegaban a ser tan crueles como el cabeza de familia), no porque le debiera lealtad a un hombre que había echado por los suelos su carrera impecable por una riña familiar.

A la mañana siguiente, la rabia e impotencia del momento habían pasado, dejándole la cabeza mucho más despejada. Estaba sin trabajo. Sin familia cercana ni pareja sentimental, se encontraba realmente solo en este mundo. No era precisamente un jovencito, había pasado la barrera de los 40 hacía poco y sabía que con cada año su reinserción en el mundo laboral iba a ser más difícil. Realmente lo había dado todo por su trabajo, y ahora estaba tan desalentado que no tenía ánimos de salir a buscar otro trabajo.

En parte era como descubrir que tu amor te ha traicionado, después de años juntos, y ahora no tenía energías de salir a buscar otra persona que le pudiera hacer lo mismo.

El segundo día lo pasó en el sofá. En la tele volvieron a echar 1 litro de lágrimas y al final del día no sabía si estaba llorando por su propia situación o porque a la protagonista del drama le habían dado apenas unos meses de vida.

El tercer día, cuando despertó con el pulso en las sienes por todos los botellines de cerveza que había tomado por la noche, decidió que tenía que moverse. Si seguía echándole sal a las heridas no llegaría a ninguna parte. Abriendo el armario, cogió sus deportivas y su ropa de deporte y salió a correr por un parque cercano. El aire fresco en la cara le devolvió un poco de vitalidad, y llegó a casa sintiéndose mucho mejor. Debería hacer eso todos los días, si quería volver a trabajar en la vigilancia privada tendría que mantener su físico. Al abrir el frigorífico, deseando recuperar un poco de energías con comida, descubrió que estaba casi vacío. Un tomate medio podrido le miró tristemente al lado de un bote de mayonesa que no sabía desde cuándo estaba allí. Casi siempre hacía sus comidas en la mansión Otori, así que comprar comida para su casa era una tontería. Era el momento de ir al supermercado.

Poco a poco, fue rellenando sus días con cosas que le iban surgiendo al paso: limpió su casa de arriba a abajo, empezó tres libros aunque ninguno le enganchó realmente, fue al cine, siguió haciendo deporte e incluso llegó a conocer a sus vecinos, que por no estar casi nunca en casa no reconocía la cara de ninguno de ellos.

Esas noches en las que la cerveza se le acababa y 1 litro de lágrimas se emitía en televisión, sentía que debería mudarse a un lugar más barato. A un pueblecito donde encontrar un trabajo simple, en el campo o algo así, dejar toda esa vida de la gran ciudad atrás. Pero sabía que eso era imposible: 20 años detrás de Kyoya, atento a cualquier amenaza, le habían hecho un hombre de acción. Necesitaba moverse, sentir la adrenalina en sus venas y tener siempre algo que hacer. No estaba hecho para la vida sedentaria.

De vez en cuando, cuando sentía que la soledad le pesaba en los hombros más que nunca, se vestía con el traje y corbata de trabajo y se pasaba por el apartamento de Kyoya. Él mismo hacía algo de comida y se la llevaba en mano, como hacía antes de ser despedido de Industrias Otori. No quería que el joven se sintiera culpable por que Yoshio le despidiera. Aunque sabía que en algún momento lo acabaría descubriendo. Es más, Tachibana sospechaba que Kyoya ya se olía algo. El joven ya no tenía la red de espías de antes, pero seguía siendo demasiado listo.

-¿Qué tal por la mansión Otori?

-Como siempre, ya sabes. Tranquila.

Kyoya le llevaba preguntando lo mismo desde hacía ya un par de semanas. Y nada era casualidad con el joven Otori.

-He visto que hoy había una gala benéfica en la mansión de mi hermano mayor, era raro que no estés allí cuando normalmente para estas cosas utilizan hasta al último agente de la empresa -dijo tranquilamente Kyoya, llevándose la taza de té a los labios. En el silencio que siguió a su comentario, la pareja del apartamento de arriba comenzaron a discutir de nuevo-. Tachibana, ¿cuánto tiempo llevas sin trabajo?

-Yo... ¿Por qué preguntas eso? -fingiendo asombro, la mentira se tambaleó un poco al tartamudearle la lengua, Tachibana tenía claro que el teatro no era lo suyo- No estoy sin trabajo, yo...

-Tachibana -le interrumpió Kyoya tranquilamente, dejando la taza de nuevo sobre la mesa-. Hace ya al menos un mes que vienes a visitarme más de lo habitual. No es que me esté quejando, aprecio mucho tu compañía -se apresuró a aclarar-. Pero siempre vienes con el mismo traje, que supongo sólo te pones para venir aquí. Y los platos de comida que me traes no son los mismos que hacían los cocineros de la mansión Otori. Además lo de esta noche... mi padre no deja que nadie se tome la tarde libre durante una gala benéfica donde cientos de personalidades adineradas van a estar.

Rindiéndose, Tachibana dejó caer su cabeza sobre la mesa.

-Dos meses -admitió al final-. Llevo dos meses sin trabajo.

Kyoya frunció el ceño y apretó los labios, mirando a Tachibana. Algo le preocupaba.

-Mi padre... ¿te despidió por mi culpa?

Ah, así que es eso. Tachibana le aseguró que para nada era su culpa, pero el joven no parecía convencido. Al fin y al cabo, el joven conocía a Yoshio Otori mejor que nadie. Viendo la misma expresión de enfado en la cara del joven que en la de su padre, Tachibana no estaba seguro de cuál de los dos le inspiraba más temor.

-Sé cuánto daño puede llegar a hacer mi padre -una mueca de molestia pasó por su cara al oír un fuerte golpe contra su techo. La pareja seguía discutiendo.


A los dos meses de desempleo, Tachibana decidió que era el momento de volver al mercado laboral.

Uno de los incentivos para eso fue una mañana cuando al mirarse al espejo, vio cómo le habían empezado a salir canas.

Era un milagro que no hubieran salido antes, por el estrés de ser guardaespaldas. Pero en serio, ¿canas? ¿Por qué? Era el momento de empezar a buscar trabajo antes de que lo vieran como un viejo que le iba a dar un tirón en la espalda mientras seguía a sus protegidos.

Pero parecía que las canas no iban a ser su mayor preocupación.

Porque no encontraba nada.

Nada de nada.

¿Cómo era posible?

Llevaba 20 años haciendo esto, sabía cómo funcionaba el mundo de la vigilancia privada. Superaba las pruebas físicas y las entrevistas personales no le habían ido del todo mal. ¿Qué había cambiado desde aquella primera vez que buscó trabajo y ahora? ¿Había algún código que no seguía? ¿Algún criterio que no llegaba a conseguir? No era del todo habilidoso con la tecnología, pero los walkie-talkies y el móvil los controlaba, e incluso con dedicación podía entender cualquier cosa que le pudieran poner por delante. No entendía por qué no le habían llamado de ninguna de las 34 empresas en las que había ido a hacer una entrevista de trabajo. No estaba en la flor de la vida, pero era un perro viejo con muchos trucos...

-¿Has pensado en que mi padre puede haber movido algunos hilos entre sus asociados? -le preguntó Kyoya cuando le contó que se había estancado en la búsqueda de empleo.

-¿El señor Otori?

A la ceja de Kyoya siempre le diaba un pequeño tic cuando Tachibana llamaba así a la persona que le dejó sin trabajo: 20 años llamándole de esa manera iban a ser difíciles de corregir.

-Como una especie de venganza, a su manera -dijo, moviendo la mano en el aire como indicando que su padre hacía esas cosas raras muchas veces-. De correr la voz entre las empresas para que no te contraten.

Tachibana se quedó pensando, ¿en serio se molestaría Yoshio Otori en hacer eso?

-No él en persona, obviamente -dijo Kyoya, poniendo los ojos en blanco, como leyéndole el pensamiento-. Pero tendrá a alguien que mande un par de emails a las personas adecuadas para que se asegure de que no encuentres trabajo.

-Pero entonces... ¡no voy a volver a trabajar en la vida! -horrorizado, Tachibana se echó las manos a la cabeza-. Voy a tener que mudarme al campo, hacerme un pequeño huerto y plantar mi propia comida.

Desconsolado, no se dio cuenta de cómo Kyoya sonreía divertido.

-Tranquilo, Tachibana, tengo una idea -sacando el móvil, el joven empezó a teclear un mensaje-. ¿Qué te parecería trabajar para la competencia?

-¿La competencia? ¿No crees que tu padre les habrá avisado también?

-Lo bueno de tener enemigos -empezó Kyoya filosóficamente-, es que si te dicen algo, tú harás lo contrario, sólo por no seguir lo que ellos te han mandado. Acabo de mandarle un mensaje a Isuzu, sabes que su empresa y los Otori nunca se han llevado muy bien. ¿Qué te parece?

-Le pondré tú nombre al primer hijo que tenga.

Kyoya puso los ojos en blanco.


El servicio de la familia Shiraiwa (más de 300.000 empleados, la mitad de ellos en oficios relacionados con la construcción, otros muchos en el servicio de seguridad privado, otros tantos dedicados al servicio doméstico de las mansiones que todos los Shiraiwa poseen y el resto de empleados en la parte administrativa e internacional de Conglomerados Shiraiwa) están obligados bajo contrato a no comentar nada de lo que ven en su jornada laboral. Pero está claro que todos tienen ojos y oídos, y las noticias corren como la pólvora si se trata de un escándalo social de la hija de tu jefe.

No hay ni un empleado que no sepa de la verdadera situación de Isuzu Shiraiwa, aunque está claro que si la prensa llega a preguntarles algo, dirán que "la chica ha elegido bien: he visto que ha cogido al más guapo de los Otori" y educadamente ignorarán cualquier otra pregunta destinada a manchar el nombre de los Shiraiwa. Al fin y al cabo, su salario depende de esa misma familia a la que representan. Y no está nada mal pagado.

Tachibana apartó una cámara de fotos de la cara de la hermana mayor de Isuzu, y como buen guardaespaldas ignoró cualquier pregunta que le hicieran desde detrás de la valla de seguridad.


A/N: Hace mucho que no me pasaba por aquí... lo siento! la vida me ha distraído más de lo que debería. A ver si volvemos a recuperar el ritmo. (Muchísimas gracias a todos los que se seguían pasando por aquí, leyendo, haciendo favoritos y dejando reviews!)