El inescrutable corazón de Liechtenstein
Summary: Prusia y Hungría mancillaron el piano de Austria con su fogosidad, lo que le dio un abominable dolor de cabeza al austriaco junto con una terriblemente perturbadora idea a Suiza. Un problema incomparable al que Liechtenstein les planteará pronto a todos.
Disclaimer: Cada vez que alguien olvida mencionar que los personajes son de Himaruya, Suiza le dispara a alguien. ¡Y el muy cínico, además, luego les exige el precio de la munición gastada!
La dos de la mañana de una clara noche en la cordillera de los Alpes.
Hay una lucecita saliendo de una ventana de una casa en Berna.
Dentro de la ventana se puede observar a un hombre rubio de ceño fruncido sentado frente a un piano con una taza de chocolate en las manos vistiendo un pijama rosado con encaje.
—...mmmmm... —susurra pensativo observando el gran instrumento negro y le da un sorbo al chocolate. "Bien. Físicamente aguanta sin duda y si le pusiéramos una cobija encima, SEGURO no se rayaría. Hay muchos materiales suaves", piensa.
Pasa la mano por encima del piano acariciando la tapa pulida y se sonroja inmediatamente quitando la mano de ahí, le da otro sorbo al chocolate.
—Verdammt! Nein, nein... —se riñe a si mismo apretando los ojos—. ¡No pienses en eso! ¡No pienses en eso!
Trata de imaginarse la escena.
"—Österreich, ¿has oído hablar del neopreno? ¿o de la espuma? la espuma es más barata. Es más... sólo por esto, cueste lo que cueste... quizás el neopreno podría funcionar. Yo lo compro. De hecho, si YO compro un piano, ¿podemos usarlo de cama? —preguntaría haciendo un esfuerzo.
—No voy a dormir sobre un piano, no seas idiota —protestaría el Austriaco con su habitual forma literal de entender las cosas.
—Yo no hablo de dormir precisamente... —susurraría rojo como un tomate.
Austria le miraría, escrutándolo, de esa MANERA que le hace sentir INCOMODO, de ESA que dice "no puedes estar hablando en SERIO".
—Errr... es... yo... —bufaría un poco y bajaría la vista hasta verse las manos—, venga, sólo era una pregunta... —murmuraría—. Aunque no entiendo como es que estabas dispuesto a darme a mí con una fusta pero no a acostarte sobre un piano —añadiría al final tan bajito que muy probablemente no le oiría.
—¿Tienes la más remota idea de lo que cuesta un piano? —preguntaría seriamente, volviéndose a lo que sea que estuviera haciendo sin mirarle... seguramente tocar el piano.
—Pues... —se lo pensaría un segundo y en realidad no tiene idea, pero da igual—, no tiene que ser ni siquiera uno nuev... —bufa irritado—, olvídalo... vale..., olvídalo.
—Nein —sentenciaría cortándole, sin escucharle—. No es eso lo que quiero saber... ¿Tienes la más remota idea de para qué sirve un piano?
—No necesito que me des esa explicación, ya sé para qué sirve, ya te he oído dar toda esa explicación en demasiadas ocasiones. Es solo… —se encogería de hombros—. Es inevitable. Tu y el piano... Es como... —bufa de nuevo, sonrojándose y se cruza de brazos—, olvídalo, ya te lo he dicho.
Austria se revolvería un poco en su sitio y seguiría tocando."
Suiza deja la taza de chocolate sobre el piano con un posavasos y va a echarse agua en la cabeza, detestando el maldito instrumento.
Vuelve a sentarse en el banquillo tomando la taza de chocolate entre sus manos y golpeando la cabeza con la tapa de las teclas con frustración, imitando el tonillo de Austria en su cabeza "¿es que no sabes para que sirve un piano?"
—Claro que sé para que putas sirve un verdammt piano... no soy idiota —protesta, hasta en su imaginación Austria es un indeseable, cuando Liechtenstein entra por detrás.
—Bruder? ¿Estás bien?
—Solo… —sigue para si mismo, sin notar aun la voz de su hermana—. Es que si no se viera tan VERDAMMT sexy en mi cabeza, desnudo sobre el p... WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —grita al ver a la chica y da un salto hasta colgarse de la lámpara.
—Bru-bruder? —repite ella y se frota los ojos con sueño.
—¿Qué haces? ¿Por qué no duermes? —pregunta él, temblando del susto aún, sonrojadísimo.
—He... he oído golpes y me he asustado —muestra la pistola.
—¿G-golpes? —los ojos como platos.
—Ja... ja —balbucea insegura.
—¿Golpes de que tipo? —se levanta del banquillo.
—Como... golpes sordos en la madera. Como alguien golpeando una puerta o una mesa —explica.
—Ah... Es... yo... —vacila histérico el suizo y mira la tapa de las teclas, preguntándose si le ha pasado algo. La limpia con la manga del pijama, sacándole brillo—. Nein, no pasa nada, he sido yo —responde nervioso. Liechtenstein le mira hacerlo, en silencio.
—¿Qué ha pasado? ¿No te gusta el piano de Österreich?
—Claro que me gusta el piano de Österreich —sisea entre dientes—, ese es el verdammt problema.
—¿Por qué es un problema? Ahora está aquí en vez de en Berlín, a mi me gusta que esté aquí —sonríe.
—No hay ningún problema,... —murmura malhumorado—, vamos a dormir —y luego refunfuña cosas relativas al piano, y a Austria, y a las manos, y a la gente obsesiva.
Liechtenstein le sigue obedientemente.
—Quizás debería devolvérselo —se plantea el suizo.
—Pero si has dicho que te gusta, no lo entiendo —responde ella.
—Me quita el sueño, eso es lo que pasa... —refunfuña.
—Oh, pero no lo toca de noche... nein... lo siento —baja la cabeza sin saber si está diciendo cosas que no tienen sentido. La manía de los sajones de entenderlo todo de forma literal.
—Nein, claro que no lo toca de noche, ni va a tocarlo nunca en la verdammt noche —protesta—. Ese es el problema.
—Pero si lo tocara de noche tampoco podrías dormir.
—Nunca he dicho que quiera dormir —agrega agresivo.
—Ah, nein? —pregunta confundida.
—Nein —se detiene en la puerta del cuarto de Liechtenstein y le señala adentro—. A dormir.
—No entiendo que es lo que pasa, bruder —dice apenada deteniéndose en la puerta—. Me preocupa.
—No te preocupes y ve a dormir... a mi me preocupa que no duermas —razona con ella.
—Lo siento —se disculpa entrando a su cuarto.
—Perdona, Lili. No es tu culpa, nunca es tu culpa... —se disculpa él de regreso—. Siempre es culpa del... —bufa—... Ojala pudiera yo decir que es indeseable el cabrón.
—¿Ha hecho algo malo? —pregunta curiosa.
—Enloquecerme y ser un obsesivo.
—¿Cómo? —continua suavemente.
—Y traer ese piano aquí y tentarme con él —agrega—. Nadie puede poner un verdammt dedo sobre su piano. Ni sobre él ni sobre ningún otro —se cruza de brazos—. Dime, ¿qué podría pasarle? Te lo diré: nada. Nada de nada. Ya he visto la estructura de las patas —agrega ahora para si—, y con neopreno...
Liechtenstein sigue escuchándole sin interrumpir.
—¿Por qué quieres hacer eso? —pregunta y el suizo se detiene, sonrojado.
—¿Hacer qué? —pregunta y antes de que pueda siquiera contestar—. NEEEEEIN... NEIN nein nein nein nein... nein. Yo no quiero hacer nada, nada de nada —se sonroja más. Ella abre más los ojos.
—¿Entonces por que estás enojado?
—P-por... porque... —balbucea mirándola, la pequeña le sostiene la mirada—. Quizás estás... ¿de... de qué hablas? —pregunta apartando la vista.
—De ti... y de Österreich... y del piano... y de lo que creo que quieres hacer pero no quieres hacer... —vacila pensándoselo. Él la mira con la boca abierta un instante, sonrojándose hasta límites insospechados.
—¡Deja de pensar en esas cosas! ¡A LA CAMA!
La chica le mira sin entender nada y luego se sube a su cama. Suiza se regresa a su cuarto, azotando la puerta, de pésimo humor, pensando que mañana en la mañana tendrá que disculparse con Liechtenstein.
—Aaaaaaargh... —protesta echándose en la cama.
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