La historia NO ES MIA, es una adaptación de Lisa Kleypas.
Los personajes por supuesto son de la fantástica S.M.
Historia dedicada a la linda Vane, que fue quien me hizo leer el libro y enamorarme *_* espero que les guste tanto como a mi J
PROLOGO
Londres, 1841
A pesar de que a Isabella Swan le habían advertido duran te toda su vida que jamás aceptara dinero de los desconocidos, hizo una excepción cierto día... y descubrió muy pronto por qué debe ría haber seguido el consejo de su madre.
Sucedió durante una de esas raras ocasiones en las que su her mano, Seth disfrutaba de un día libre en el colegio y, tal y como era su costumbre, Isabella y él habían ido a ver el último espec táculo panorámico en Leicester Square. Le había costado dos semanas de recorte de gastos ahorrar el dinero necesario para pagar las entradas. Dado que eran los únicos vástagos supervivientes de la familia Swan, Isabella y su hermano pequeño siempre se habían sentido extrañamente unidos, a pesar de los diez años de diferencia que los separaban. Las enfermedades infantiles se habían llevado a los dos niños que habían nacido después de Isabella, an tes de que ninguno de ellos hubiera llegado a cumplir su primer año de vida.
-Bella -dijo Seth al regresar del puesto de entradas para el panorama-, ¿tienes algo más de dinero?
Ella negó con la cabeza y lo miró de forma inquisitiva.
-Me temo que no. ¿Por qué?
Con un breve suspiro, Seth se apartó un mechón de cabello de color miel que le había caído sobre la frente.
-Han doblado el precio de las entradas para este espectáculo... Al parecer, es mucho más caro que sus escenografías habituales.
-El anuncio del periódico no decía nada acerca de un aumento de precios -dijo Isabella con indignación. Bajó la voz y susurro: ¡Por las campanas del infierno! mientras rebuscaba en su monedero con la esperanza de encontrar alguna moneda que antes hu biera pasado por alto.
Seth, que tenía doce años, echó una ceñuda mirada al enorme cartel que había colgado entre las columnas de la entrada del teatro panorámico: «LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO: UN ESPECTÁCULO DE ILUSIONISMO DEL MÁS ALTO NIVEL CON IMÁGINES DIORÁMICAS.» Desde su apertura hacía quince días, el espectáculo había recibido una avalancha de visitantes que se mostraban impacientes por contemplar las maravillas del Imperio romano y su trágica caída... Es como volver atrás en el tiempo, elogiaban los espectadores al salir. El tipo habitual de panorama consistía en un lienzo con una intrincada escena pictórica que colgaba en una habitación circular y que rodeaba a los espectadores. En algunas ocasiones, se utilizaba la música y una iluminación especial para el espectáculo aún más entretenido mientras un conferenciante se desplazaba alrededor del círculo para describir lugares lejanos o famosas batallas.
Sin embargo, según The Times, esta nueva producción era un espectáculo "diorámico", lo que significaba que el lienzo pintado estaba fabricado con calicó transparente aceitado que se iluminaba algunas veces desde el frente y otras desde atrás con luces de filtros especiales. Trescientos cincuenta espectadores permanecían el centro, sobre un carrusel que manejaban dos hombres para que la audiencia girara lentamente durante el espectáculo. El juego de luces, cristales plateados, filtros y actores contratados para representar a los asediados romanos producían un efecto que había sido etiquetado como "exhibición animada". Por lo que Isabella había leído. Los culminantes momentos finales de erupciones volcánicas simultáneas eran tan realistas que algunas de las mujeres del público se habían desmayado entre gritos.
Seth le arrebató el monedero de las manos a Bella, tiró del cordón que lo cerraba y se lo devolvió a su hermana.
-Tenemos dinero suficiente para una entrada-dijo de forma prá tú. De todas formas, a mí no me apetece ver el espectáculo.
A sabiendas de que el muchacho mentía en su favor, Isabella meneó la cabeza.
-Desde luego que no. Entra tú. Yo puedo ver el espectáculo siempre que quiera… Eres tú quien siempre está en el colegio. Además, sólo durara un cuarto de hora. Iré a alguna de las tiendas de por aquí mientras estás dentro.
- ¿Para qué comprar sin dinero?- preguntó Seth, y sus ojos Marrones reflejaban una franca , eso sí que parece divertido.
-Lo mejor de ir de comprar es ver las cosas, no comprarlas.
Seth resopló.
-Eso es lo que siempre dice la gente pobre para consolarse mientras pasea por Bond Street. Además, no pienso dejar que vayas a ningún sitio sola… Te acosarían todos los hombres de los alrededores.
-No seas tonto-musito Isabella.
Su hermano sonrió de repente. Recorrió con la mirada el elegante rostro de Isabella, sus ojos Marrones y la mata de rizos recogidos con horquillas que brillaban con un tono castaño dorado bajo el ajustado borde de su sombrero.
-No vengas con falsas modestias. Sabes muy bien el efecto que causas en los hombres y, por lo que yo sé, no dudas en utilizarlo.
Isabella reaccionó a sus bromas con un falso ceño fruncido.
- ¿Por lo que tú sabes? ¡Ja! ¿Qué puedes saber tú de mi comportamiento con los hombres si te pasas la mayor parte del tiempo en el colegio?
La expresión de Seth se volvió seria.
-Eso va a vez no voy a regresar al colegio… Puedo ayudaros a ti y a mamá muchísimo más si consigo un trabajo.
Ella abrió los ojos de par en par.
-Seth, no vas a hacer nada de eso. Le darías un disgusto a mamá, y si papá estuviese vivo...
-Bella -la interrumpió Seth sin alzar la voz-, no tene mos dinero. Ni siquiera podemos conseguir cinco míseros chelines más para la entrada al panorama...
-Pues vas a conseguir un buen trabajo -dijo Isabella con iro nía- sin educación y sin contactos importantes. A menos que quie ras convertirte en barrendero o en recadero, será mejor que te quedes en la escuela hasta que puedas aspirar a un empleo decente. Entre tanto, encontraré a algún hombre rico con el que casarme y las co sas volverán a ir bien de nuevo.
-Tú sí que vas a encontrar un buen marido sin dote -replicó Seth.
Se miraron el uno al otro con el ceño fruncido hasta que se abrie ron las puertas y la multitud pasó junto a ellos para entrar en el ca rrusel. Colocando un brazo alrededor de Bella de forma pro tectora, Seth la condujo lejos de la muchedumbre.
-Olvida el panorama -dijo sin más-. Haremos otra cosa, algo divertido que no cueste nada.
- ¿Como qué?
Se produjo un momento de reflexión. Cuando se hizo evidente que ninguno de ellos haría sugerencia alguna, ambos estallaron en carcajadas.
-Señorito Seth -dijo una voz profunda a sus espaldas.
Sin dejar de sonreír, Seth se giró para enfrentarse al desco nocido. .
-Señor Masen -dijo con cordialidad al tiempo que le tendía la mano-. Me sorprende que me recuerde.
-Ya mí también... Ha crecido más de una cabeza desde que lo vi por última vez. -El hombre apretó la mano de Seth-. De va caciones escolares, ¿verdad?
-Sí, señor.
Al ver la confusión de Isabella y aprovechando que el desco nocido de aventajada estatura les indicaba a sus amigos que subie ran al carrusel sin él, Seth, le susurro a su hermana al oído:
-El señor Masen..., el hijo del carnicero. Me lo encontré una o dos veces en la tienda su padre cuando mama me mandaba a recoger algún pedido. Sé amable con él... Es un tipo muy importante.
Isabella se percató, no sin cierta diversión, que el señor MAsen estaba excepcionalmente bien vestido para ser el hijo de un carnicero. Llevaba una elegante chaqueta negra y esos pantalones sueltos que estaban de moda y que, de alguna manera, no lograban ocultar las líneas esbeltas y fuertes del cuerpo que cubrían. Al igual que la mayoría de los hombres que entraban al teatro, ya se había quitado el sombrero, dejando al descubierto su pelo de un fascinante color cobrizo. Era un hombre alto y de complexión fuerte que parecía tener alrededor de treinta años, de rasgos acentuados, una nariz fina y grande, una boca amplia y unos ojos tan Verdes que a Bella le resulto casi imposible apartar los suyos. Tenía un rostro sumamente masculino, y alrededor de sus ojos y de sus labios bailoteaba una especie de humor sardónico que no se debía en absoluto a la frivolidad. Era evidente, incluso para un espectador sin discer nimiento alguno, que no era un hombre dado al ocio, ya que su cuerpo y su naturaleza hablaban de arduo trabajo y análoga am bición.
-Mi hermana, la señorita Isabella Swan, le gusta que la llamen Bella -dijo Seth y su hermana lo fulmino con la mirada-. Este es el señor Edward Masen.
-Un placer -murmuró Masen con una reverencia.
A pesar de que sus modales eran perfectos, el brillo que había en sus ojos provocaba un extraño aletea bajo las costillas de Isabella. Sin saber por qué, se echó hacia atrás en busca de la protec ción de su hermano pequeño incluso mientras lo saludaba. Para su sorpresa, parecía incapaz de apartar la mirada de la de ese hombre. Como si algún tipo de sutil sensación de reconocimiento se hubie ra transmitido entre ellos... No era que se hubiesen conocido antes..., sino más bien que se hubieran ido acercando paulatinamente hasta que, al final, un impaciente destino hubiera provocado que sus caminos se cruzaran. Una idea absurda que ella no era capaz de desechar. Inquieta, permaneció como una indefensa cautiva de aquella penetrante mirada hasta que un inoportuno e intenso rubor cubrió sus mejillas.
Masen habla con Seth, pero sin apartar los ojos de Bella.
- ¿Podría acompañarles hasta el carrusel?
Se produjo un instante de incómodo silencio hasta que Seth respondió con estudiada indiferencia:
-Gracias, pero hemos decidido no asistir al espectáculo.
Masen arqueó una de sus oscuras cejas.
- ¿Están seguros? Tiene todo el aspecto de ser uno de los bue nos. -Su intuitiva mirada se paseó del rostro de Bella al de Seth y se percató de las señales que traicionaban la incomodidad de ambos. Su voz se suavizó cuando volvió a hablar con Seth-. Sin duda hay una norma que dice que uno jamás debería discutir cier tos asuntos en presencia de una dama. De cualquier forma, no pue do evitar preguntarme... si es posible, joven Seth, que le haya pillado desprevenido el aumento de precio de las entradas. Si así fuera, me alegraría mucho poder prestarle unas monedas para...
-No, gracias -dijo Isabella con presteza al tiempo que gol peaba a su hermano con el codo en el costado.
Con un respingo, Seth clavó la mirada en el rostro impene trable del hombre.
-Le agradezco la oferta, señor Masen, pero mi hermana no pa rece dispuesta a...
-No quiero ver el espectáculo -lo interrumpió Isabella con frialdad-. He oído que algunos de los efectos especiales son bas tante violentos y resultan de lo más angustiosos para una mujer. Preferiría dar un tranquilo paseo por el parque.
Masen volvió a mirarla y sus penetrantes ojos brillaron con un destello de burla.
- ¿Tan impresionable es usted, señorita Swan?
Molesta por el sutil desafío, Isabella tomó el brazo de Seth y tiró de él con insistencia.
-Es hora de irnos, Seth. No retrasemos más al señor Masen estoy segura de que está impaciente por ver el espectáculo...
-Me temo que será una decepción para mí -les aseguró Masen con seriedad- si ustedes no asisten también. -Le dedicó a Seth una mirada alentadora-. Sentiría mucho que por culpa de unos mí seros chelines usted y su hermana se perdiera la función de tarde.
Al sentir que su hermano se ablandaba, Isabella le susurró de forma brusca al oído:
- ¡Ni se te ocurra permitirle que nos pague las entradas, Seth!
Sin prestarle atención, Seth le respondió con franqueza a Masen.
-Señor, si acepto su oferta de préstamo, no estoy seguro de cuándo podré reembolsárselo.
Isabella cerró los ojos y dejó escapar un débil gemido de mor tificación. Se esforzaba muchísimo para que nadie averiguara la es trechez económica en la que vivían... y saber que ese hombre se ha bía percatado de lo importante que era para ella cada chelín le resultaba insoportable.
-No hay ninguna prisa -oyó que respondía Masen sin la me nor incomodidad-. Vaya a la tienda de mi padre la próxima vez que venga de visita del colegio y déjele el dinero a él.
-De acuerdo, entonces -dijo Seth con evidente satisfac ción, y ambos se estrecharon las manos para sellar el trato-. Gracias, señor Masen.
-Seth... –comenzó a decir Bella con voz baja pero letal.
-Esperen aquí -dijo Masen por encima del hombro mientras se encaminaba al puestecillo donde se vendían las entradas.
-Seth, ¡ya sabes que está mal aceptar dinero de él! -Bella contempló con furia el rostro imperturbable de su hermano-. Dios, ¿cómo has podido? No está bien... ¡Y pensar que estás en deu da con esa clase de hombre es intolerable!
- ¿Qué clase de hombre? -Contraatacó su hermano con fingi da inocencia-. Ya te lo he dicho, es un tipo importante... Ah, bueno, supongo que te refieres a que pertenece a la clase baja. -Una sonri sa pesarosa curvó los labios del muchacho-. Es difícil decir algo así de él, sobre todo cuando es asquerosamente rico. Y la verdad es que no se puede decir que tú y yo seamos miembros de la nobleza. Apenas llegamos a las ramas más bajas de ese árbol, lo que significa...
- ¿Cómo es posible que el hijo de un carnicero sea asquerosa mente rico? -Preguntó Isabella-. A menos que la población de Londres esté consumiendo mayores cantidades de ternera y cerdo de lo que yo creo, hay un límite para lo que puede ganar un carnicero.
-No he dicho que trabajara en la tienda de su padre -le expli có Seth con un tono de único que dije fue que me lo encontré allí. Es un hombre de negocios.
- ¿Quieres decir que es un especulador financiero? Isabella frunció el ceño. En una sociedad que consideraba de mal gusto el mero hecho de hablar de asuntos comerciales, no había nada más bajo que hacer de la inversión financiera un modo de vida.
-Es algo más que eso -dijo su hermano. Pero supongo que da igual lo que haga o cuánto tenga, ya que es hijo de un simple ple beyo.
Al escuchar semejante crítica de boca de su hermano pequeño, Isabella lo miró con los ojos entrecerrados.
-Pareces muy democrático, Seth-dijo con sequedad-. Y no hace falta que actúes como si yo me estuviera comportando de for ma arrogante... Me opondría a que un duque tratara de damos el di nero de las entradas con la misma determinación que si lo hace un hombre de negocios.
-Pero no durante tanto tiempo -dijo Seth, que se echó a reír al ver la expresión de su hermana.
El regreso de Edward Masen impidió cualquier réplica posterior. Mirándolos con esos perspicaces ojos de color esmeralda, el hombre es bozó una ligera sonrisa.
-Ya está todo arreglado. ¿Entramos?
Isabella avanzó con torpeza, a impulsos de los discretos em pujones de su hermano.
-Por favor, no se sienta obligado a acompañamos, señor Masen -dijo, a sabiendas de que se estaba comportando con desconside ración; no obstante, había algo en ese hombre que provocaba chis pazos de alarma en todos sus nervios.
No daba la impresión de ser un hombre en quien se pudiera confiar... De hecho, a pesar de sus elegantes ropas y de su aparien cia pulcra, no parecía muy civilizado. Era esa clase de hombre con el que una mujer de buena cuna jamás querría estar a solas. Y la visión que tenía de él no estaba en absoluto relacionada con la po sición social... Era una especie de conciencia innata de un apetito ardiente y un temperamento masculino que le resultaban por com pleto desconocidos.
-Estoy segura -continuó con cierta incomodidad -de que querrá volver a reunirse con sus compañeros.
Ese comentario fue recibido con un perezoso encogimiento de sus anchos hombros.
-Jamás los encontraré entre esta muchedumbre.
Isabella podría haber rebatido esa afirmación, señalando que, por ser uno de los hombres más altos de la audiencia, era probable que Masen localizase a sus amigos sin dificultad alguna. No obstante, era obvio que discutir con él no llevaría a ninguna parte. Ten dría que ver el espectáculo panorámico con Edward Masen a su lado..., no le quedaba otro remedio. Sin embargo, al ver el entusiasmo de Seth, parte del resentimiento de Isabella se evaporó y su voz ya se había suavizado cuando le habló a Masen de nuevo:
-Discúlpeme, no pretendía ser tan ruda. Lo que sucede es que no me agrada sentirme en deuda con un desconocido.
Masen le dedicó una mirada apreciativa que le resultó descon certante a pesar de su brevedad.
-Puedo entender eso a la perfección -dijo al tiempo que la guiaba entre la gente-. De cualquier forma, en este caso no hay obligación alguna. Y no somos exactamente desconocidos: su fa milia es cliente habitual del negocio de la mía desde hace años.
Entraron en el gran teatro circular y subieron a un descomunal carrusel rodeado por una verja de hierro con puertas. A su alrede dor, a la distancia de unos diez metros del carrusel, podía verse la detallada imagen de un paisaje de la Antigua Roma pintado a mano. El espacio intermedio estaba ocupado por una compleja maquinaria que arrancó comentarios de entusiasmo a la multitud. Una vez que los espectadores llenaron el carrusel, la habitación se oscureció de pronto, lo que provocó una oleada de jadeos de nerviosismo y expectación. Con un leve chirrido de la maquinaria y el resplandor de una luz azul que llegaba de la parte trasera del lienzo, el paisaje adquirió una dimensión y un tinte de realidad que dejó atónita a Isabella. Casi podía permitirse creer en el engaño de que se encontraban en Roma a mediodía. Unos cuantos actores ataviados con togas y sandalias aparecieron en escena cuando el narrador co menzó a relatar la historia de la Antigua Roma.
El diorama era incluso más fascinante de lo que Isabella ha bía creído en un principio. Sin embargo, no era capaz de concentrarse en el espectáculo que se desarrollaba ante ella: era demasiado consciente del hombre que se hallaba a su lado. No ayudaba mucho que, en ocasiones, él se inclinara para susurrarle algún comentario inapropiado al oído, reprendiéndola en broma por mostrar tampoco interés ante la visión de caballeros vestidos con fundas de al mohada. A pesar de lo mucho que trataba de reprimir su diversión, Isabella no pudo contener unas cuantas risillas reacias, ganando se con ello las miradas de reproche de algunas de las personas que estaban a su alrededor y entonces, por supuesto, Masen se burlaba de ella por haberse reído durante una lección tan importante, lo que hacía que le entraran ganas de echarse a reír de nuevo. Seth pare cía demasiado absorto en el espectáculo como para notar las payasadas de Masen, y estiraba el cuello todo lo que podía para distinguir qué piezas de la maquinaria eran las que producían aquellos asom brosos efectos.
Sin embargo, Masen se calló cuando una repentina parada en la rotación del carrusel provocó una ligera sacudida de la plataforma. Algunas personas perdieron el equilibrio, pero fueron sujetadas de inmediato por la gente que las rodeaba. Sorprendida por la inte rrupción del movimiento, Isabella se tambaleó y se encontró de pronto estabilizada por el fuerte brazo de Masen que la apretaba contra su pecho. El hombre la liberó en el instante en que recuperó el equilibrio e inclinó la cabeza para preguntarle en voz baja si se en contraba bien.
-Vaya, desde luego que sí -dijo Isabella sin aliento-. Le ruego que me disculpe. Sí, estoy perfectamente...
Al parecer, no era capaz de terminar la frase; su voz se apagó para convertirse en un incómodo silencio cuando la invadieron las sensaciones. Jamás en su vida había experimentado una reacción se mejante ante un hombre. Las implicaciones de aquella sensación de urgencia, o cómo satisfacerla, estaban más allá del alcance de su li mitado conocimiento. Lo único que sabía en aquel momento era que deseaba con desesperación seguir apoyada en él, en un cuerpo tan firme y esbelto que parecía invulnerable y que proporcionaba un puerto seguro mientras el suelo temblaba bajo sus pies. La fra gancia de hombre, la límpida piel masculina, el cuerpo pulido y el aroma del lino almidonado excitaban todos sus sentidos con una agradable expectación. No se parecía en nada al olor de colonia y de las pomadas que utilizaban los aristócratas a los que había trata do de enamorar durante las dos temporadas anteriores.
Profundamente abrumada, Isabella se dedicó a contemplar el lienzo, sin prestada más mínima atención a las fluctuaciones de luz y de color que transmitían la impresión de que se acercaba la caída de la noche..., el crepúsculo del Imperio romano. Masen parecía igual de indiferente al espectáculo, ya que tenía la cabeza inclinada hacia ella y la mirada clavada en su rostro. Aunque su respiración seguía siendo suave y regular, a la joven le parecía que el ritmo se había ace lerado un poco.
Isabella se humedeció los labios, que de pronto se habían quedado secos.
-Usted... usted no debería mirarme de esa manera.
A pesar de que el comentario no fue más que un susurro, él lo oyó.
-Con usted aquí, no merece la pena contemplar otra cosa.
Ella no se movió ni dijo nada, pretendiendo no haber escucha do el sutil susurro del demonio, mientras su corazón latía a un ritmo frenético y se le hacía un nudo en el estómago. ¿Cómo podía suce der aquello en un teatro lleno de gente y con su hermano justo al lado? Cerró los ojos un instante para luchar contra una sensación de vértigo que nada tenía que ver con el giro del carrusel.
- ¡Mira! -Exclamó Seth al tiempo que le daba un codazo, lleno de entusiasmo-. Están a punto de aparecer los volcanes.
De pronto, el teatro se sumió en una oscuridad impenetrable mientras un siniestro retumbar se elevaba desde el fondo de la pla taforma. Hubo unos cuantos gritos de alarma, alguna que otra risa nerviosa y sonoros jadeos de expectación. Isabella se irguió al sentir el roce de una mano sobre la espalda. La mano de él, que se deslizaba con deliberada lentitud hacia arriba por su columna... Su aroma, fresco y seductor, inundó sus fosas nasales... y, antes de que pudiera emitir sonido alguno, los labios del hombre se unieron a los suyos en un beso suave, cálido y arrebatador. Estaba demasiado abrumada como para moverse y sus manos se agitaron en el aire como mariposas suspendidas a medio vuelo; su cuerpo tambaleante quedó anclado por la ligera pero firme sujeción de su cintura mientras que la otra mano de Masen reptaba por la espalda hasta su cuello.
A Isabella la habían besado antes; hombres jóvenes que le ha bían robado un abrazo rápido durante un paseo por el jardín o en un rincón del salón cuando no los observaban. Pero ninguno de esos breves encuentros de coqueteo había sido como aquél…, un beso lento y mareante que la llenaba de euforia. Se sentía atravesa da por las sensaciones, demasiadas para controladas, y se estreme ció indefensa en su abrazo. Siguiendo sus instintos, se apoyó cie gamente en la tierna e incansable caricia de sus labios. La presión de su boca se incrementó cuando el hombre comenzó a exigir más, re compensando su tácita respuesta con una voluptuosa exploración que incendió los sentidos de Isabella.
Justo cuando la joven comenzaba a perder todo rastro de cor dura, la boca de Masen la liberó con súbita rapidez, dejándola atur dida. Sin retirar el apoyo de su mano sobre la nuca de Isabella, el hombre inclinó la cabeza hasta que un murmullo hormigueó en la oreja de la joven.
-Lo siento. No he podido resistirme.
Dejó de tocada por completo y, cuando la luz roja iluminó fi nalmente el teatro, Edward Masen había desaparecido.
- ¿Has visto eso? -Exclamó Seth, que señalaba con alegría un volcán de pega que había delante de ellos del cual parecían brotar ríos de brillante roca fundida que se deslizaban por sus laderas-. ¡Increíble! -Al notar que Masen ya no estaba allí, frunció el ceño con desconcierto-¿Dónde se ha metido el señor Masen? Supongo que habrá ido a buscar a sus amigos.
Con un encogimiento de hombros, Seth volvió a su excitada contemplación de los volcanes y unió sus exclamaciones a las de la atónita audiencia.
Con los ojos abiertos de par en par e incapaz de pronunciar una palabra, Isabella se preguntó si lo que ella creía que había suce dido habría sucedido en realidad. No era posible que la hubiera besado un desconocido en medio de un teatro. Y que la hubiera be sado de esa manera...
Bueno, eso era lo que ocurría cuando se permitía que caballeros desconocidos pagaran las cosas: eso les daba licencia para aprove charse de una. Con respecto a su propio comportamiento... Aver gonzada y perpleja, Isabella se esforzó por comprender por qué le había permitido al señor Masen que la besara. Debería haber pro testado y haberlo apartado de ella. En cambio, se había quedado allí de pie, aturdida por un estúpido embeleso mientras él... ¡Dios!, le daba un vuelco el corazón sólo de pensado. En realidad, no im portaba cómo o por qué Edward Masen había sido capaz de sortear sus bien pertrechadas defensas. El hecho era que lo había conseguido..., y que, por tanto, era un hombre que tendría que evitar a toda costa.
Serán tres o dos actualizaciones semanales, la historia no es muy larga.
Gracias por leer :9 nos leemos pronto. Un abrazo grande a todas.
XoXo