Y ahora que recordaba París le parecía algo tan lejano a lo que estaba sucediendo en ese mismo mes, instante, momento, minuto: Elena corriendo desesperada de un lado al otro con un teléfono en la mano planeando sin parar – ni dejar que la parasen – su boda, con Jenna corriéndola con una libreta en la mano y a James en el carrito de bebés.

Él y Ric tan sólo estaban sentados en el sofá, mirando el partido de fútbol americano que mostraban en la pantalla… Damon sin comprender nada, queriendo respirar un poco de aquellas tardes que se volvían rutinarias.

Se levantaban, desayunaban juntos, él iba a trabajar y cuando llegaba Elena estaba allí con el teléfono en la mano y una larga lista de cosas por hacer. Ric y Jenna tan sólo venían por ese fin de semana con James, el hijo de tres meses que tenían del cual Damon sería el padrino apenas cumpliera el año. Ese bebé era su felicidad secundaria, porque Elena siempre iba a ocupar el primer puesto en su vida; lo hacía feliz devolviéndolo a ese universo alterno en el que su imaginación habitaba…

Un universo en el que ser feliz y vivir despreocupadamente era un derecho y obligación, donde nadie sufría ni pagaba las consecuencias de nada. Un mundo sin guerras, sin dudas, sin problemas nucleares, ambientales, militares; un mundo imaginario, sí, como bien John Lennon había dicho… Imaginar un mundo perfecto donde no existieran razas, colores, religiones. Algo igual.

Un planeta alterno sin discriminación de quién es más lindo o quién menos, sin bullying; donde cada uno es aceptado cómo es según sus gustos y elecciones. Sin la necesidad de tener que explicarles todo a todos ni hacer lo que los demás quieren por obligación.

James lo transportaba a eso. A su imaginación constante de la felicidad no transitoria.

Y él había sido, también, la inspiración de su nuevo libro… Algo sin título ni portada, sin contenido especial. Tan sólo palabras amontonadas una al lado de otra formando oraciones, párrafos, textos literarios que si tenía suerte, todo el mundo leería en algún momento. Sería alguien.

Se levantó del sillón y como supuso, Ric no se daría cuenta de esto, Elena y Jenna tampoco… James dormía a pesar del ruido constante de la casa y él necesitaba aislarse de mundo por cinco minutos. De ese universo caótico en el que había comenzado a vivir y que en una sola noche acabaría.

El día en el que aceptara ser el marido de Elena, su esposo y cómplice, el amor de su vida.

Ese día en el que aceptaría por fin que Elena lo amaba porque estaba allí con él, decidida a pasar el resto de su vida juntos, buscándole un porqué diario… Peleas, discusiones, besos, reconciliaciones, comidas que terminaban en cualquier cosa menos en convertirse en alimentos. Esas cosas de enamorados del primer mes.

Seguían en ese mágico primer mes de "relación" que jamás fue oficializada textualmente por ninguno de los dos pero estaba más que claro; no sólo eran una pareja, eran esa pareja que todo el mundo deseaba ser o tener… Y solamente para tenerla se necesitaba una cosa: amor.

Y no, si se pregunta bien, amor no era sólo necesario o no por lo menos cualquier amor. Era el amor que ellos dos se tenían, amor compañero y odioso a veces. Amor furtivo y eterno. Un amor que los pudo llegar a convertir en los peores enemigos y en los mejores aliados. Algo sin secretos ni ocultamientos. Algo como Damon y Elena.

Miraba todo a su alrededor, nada encajaba con nada, Elena estaba alterada y temía que eso pudiera significar, en algún momento… Una pelea grave, algo que los separara. Tenía demasiado miedo de eso. ¿Pelearse planificando su boda? Sería lo más inoportuno, lo más estúpido y hasta quizás lo más deprimente.

Tomó de su campera un papel y lo sacó para leerlo en su eterna compañía solitaria, un papel en el que dejaba escrito y por sellado todo lo que sentía por Elena aunque esto fuera aumentando cada día más. Dejaba por escrito sus votos de amor, su cariño, dejaba allí impreso en tinta a ese Damon que nadie conocía, nadie excepto Elena.

Porque ella sabía perfectamente quién era él, lo conocía a cada centímetro de piel y cada día sacaba algo nuevo a relucir. Lo mejor de él.

Quizás por eso la amaba.

Tan sólo lo hacía.

Tenía que dejar de darle vueltas.

Yo, Damon Salvatore, prometo quererte, amarte, respetarte, cuidarte, hasta ese día en el que algún motivo nos separe y creo, estoy muy seguro diciéndolo, que aún así te seguiría amando. Porque dejaste de lado todo lo malo de mí, lo sacaste e hiciste que hoy pudiera dar todo de mí, dejar todo aquello que no podía hacerlo por mí mismo. Y quizás si tuviese que buscarle algún sentido a mi amor por vos, sería el más ilógico pero sería también, el más hermoso. Porque quiero que sepas, Elena, que todo lo que tocas lo convertís en lo más maravilloso del mundo y tal vez sea por éste amor que siento, o por una hipnotización grave que yo crea eso. Sí, me siento algo libre por hacerles saber a todos los presentes hoy lo mucho que te amo, todo lo que significas para mí y lo que vas a seguir significando por siempre, porque nadie me veía un futuro así; con una mujer hermosa. Con un trabajo, una casa y, espero, una familia. – humedeció sus labios para seguir – Creo que con todo lo que logré escribir, pude expresar algo de lo que siento tan sólo algo porque sería imposible, no existirían palabras en todos los diccionarios del mundo que describieran todo lo que siento por vos Elena. Tan sólo queda decir, que te amo y espero que sepas que voy a dar todo de mí para enamorarte todos los días, que sepas que te necesito a cada segundo en mi vida y que jamás te dejaría ir, no podría perderte. Te amo. – finalizó sus votos. Sintiéndose conforme, los tenía bien guardados… Elena quiso verlos un par de veces pero lo único que encontró en su cuaderno fueron papeles arrancados y hojas sin nombre. No iba a verlos hasta el día, hasta ESE día.

¡Damon! – Elena subió corriendo – Ric y Jenna ya se fueron ¿estuviste acá todo el tiempo? – se abrazó a él sintiendo el calor de su cuerpo contagiarse y el viento frío correr alrededor de ellos uniéndoles las piernas.

No, diez minutos quizás. ¿Cómo estás? Casi no tenemos tiempo para hablar… - miró el horizonte – eso me preocupa.

Sí, lo sé… Es que

Sí, la boda. – la cortó en seco, ya no quería ni escuchar cualquier palabra que significara la unión religiosa y política de dos personas. Basta, se acabó por un día.

¿Cómo estás vos? – agotado, podrido, quería a Elena devuelta acariciándolo por las noches, abrazándose a él, revolviéndole el cabello. La quería con él y no con el teléfono como hasta altas horas de la noche se quedaba.

Bien, quiero que esto pase ya así volvemos a lo que eran nuestras vidas antes…

¿Antes?

Sí, a que pasaras más tiempo conmigo y no con el teléfono. – volvía el Damon egoísta. Quería ocultarlo, entenderla, pero necesitaba que ella lo entendiera a él.

Damon, ¡es nuestro casamiento!

¡Sí ya sé! Pero eso no va a significar que nos amemos más o menos, tan sólo un anillo en nuestro dedo. – tenía razón, no podía contradecirlo con nada. Lo miró, simplemente lo observó por dos minutos y no lo hacía de malo, lo hacía porque la amaba y la necesitaba aunque sea diez minutos con él. De puntas de pie se paró hasta alcanzar su oído.

¿Vamos a acostarnos? – susurró con una sonrisa maliciosa; él la miró y se dejó llevar por la intensidad del momento, por el frío del ambiente y por ella. Lo arrastraba.

La abrazó por la cintura mientras recorría todo su cuello queriendo marcarlo nuevamente, territorio desconocido ante cualquier viajero, paraíso tropical. Elena.

Lentamente la fue amando a cada ropa que se despojaban, a cada centímetro de piel descubierto, cada roce sensual que los incitaba más, besos, miradas furtivas y elementos románticos. Cosas que los ayudaban. Conexiones inigualables, amor chorreaba por el aire, escuchaban el amor y hasta podían verlo. Eran ellos dos, entrelazando sus manos, Damon y Elena y Elena y Damon. Dos adjetivos, sustantivos, verbos, pronombres, adverbios y muchas cosas más, pero eran ellos dos. Clasificación cuál fuese.

Damon. Amaba. A. Elena.

Elena. Amaba. A. Damon.

Separar en sílabas, analizar sintácticamente, siempre sería lo mismo, sumar, restar, dividir, multiplicar, racionalizar, etc. Tan sólo sería por siempre el mismo resultado.

Porque dos más dos siempre sería cuatro.

Y Damon siempre sería Elena.

Y viceversa.

La abrazó, queriendo que ese momento durara por siempre porque jamás sentiría una felicidad así; cada momento fue único y éste tenía lo suyo, sentía algo incomparable que le latía en el pecho sin parar.

Porque era lo único que hacía últimamente, congelar momentos así en su memoria, momentos únicos que tan sólo se daban una vez en la vida.

Elena… - la llamó sin poder mirarla.

Sí… ¿Qué pasa?

¿Cuándo vamos a buscar un hijo?

Se quedó helada, completamente fuera de lugar, sin conceptos. No habían vuelto a tocar ese tema durante meses y ahí estaba él, sacando sus deseos a flote. Pensamientos que tenía todo el tiempo que, sin embargo, por respeto a ella no dejaba que los supiera, no se expresaba porque no quería pelear nuevamente por ello. Ella no estaba lista aún, no quería ser madre, no ahora.

Sentía que ninguno de los dos estaba listo para hacerlo, que Damon no podría con esa carga y ella menos… Entonces ¿no le tenía confianza a Damon?

Tan sólo era una egoísta que pensaba en ella, echándole la culpa a él, haciéndolo sufrir pero no lo decía, no quería pensarlo porque se asesinaba pensándolo. Simplemente estaba asustada, un niño a su cargo… A cargo de ellos dos que podrían llegar a ser las personas más inestables y a la vez no, era algo difícil.

Pero nada más era una egoísta, pensaba en sus miedos, en tener que levantarse de madrugada, en ella; simplemente en ella. Porque sabía a la perfección que Damon sería capaz de dejar sus razones de vivir de lado por ese hijo, por ella y por la familia que se le pintaba en la frente cada vez que la veía.

Entonces ahora ella era el antiguo Damon, esa persona temerosa, rebelde de sus miedos, atentada, enferma. Ella estaba siendo egoísta con él, que había dejado todo de lado, TODO, por ella. Por su familia, por Jeremy y por ella. Hasta por sus amigas. Dejó de lado todo lo de él, lo apartó de su vida en una manera minuciosa para quedarse junto a ella… Y esa vez que ella le fue infiel, esa vez en la universidad, la había perdonado. Permaneció allí, enojado pero allí.

Y ella no quería permanecer para él.

Apenas pase la boda. – se sintió tan mal pensando en que ella era la egoísta que tenía que decirle que sí; ¡que sí estaba lista!

Porque al ver la sonrisa de felicidad que éste le dio, se motivó: a dejar de lado todo aquello que pudiese parecerle mal, a decir que sí. Solamente a eso.

Imaginándose a Damon con su hijo/a en brazos, dejando que unas pequeñas lágrimas le surcaran el rostro lleno de felicidad, felicidad que le brotaba y emanaba a todos los presentes.

La persona que amaba con la personita que amaría.

Entonces dijo que sí.

Intentando no tocar el tema por el resto de los días, sintiéndose feliz. Sí ¿por qué no? Y él, él tan sólo la amó tanto ese día que si hubiese existido un medidor, lo habría roto.

Causante de su felicidad hasta el día de su boda, que él la acompañara en todo sin quejarse, un simple "sí" que para él significó tanto y ella tan convencida de que podrían lograrlo. Lo harían.

Tendrían un bebé con sus ojos, con el azul transparente de Damon, sus rasgos también y su fiereza, su carácter. Sólo así sería perfecto, largas noches de discusiones se armaron en querer adivinar cómo sería su bebé; ese que todavía no se habían encargado de buscar. Él tan sólo podía decir, de lo enamorado que estaba, que sería igual que ella. Con sus perlas marrones y su cabello castaño, generosa, buena, la persona perfecta, y ella, tan sólo podía responderle que ansiaba con ganas que fuese como él, porque así llegaría a ser alguien importante… Con ese carácter tan peculiar.

Pero los miedos siempre estaban allí. Y Damon los hizo notar.

¿Y si él fallaba en algo? ¿Y si no era buen padre? ¿Y si era como su padre fue con él?

"Vas a ser un magnifico papá, yo te lo aseguro" Era lo que siempre le decía, que sería así; por la fe que depositaba en él y en cómo observaba que se mejoraba a diario, en cómo miraba a los pequeños jugar cada vez que pasaban por una plaza, en pequeños gestos que aseguraban que él sería un gran papá. Que amaría a su hijo más que a nadie y se esforzaría para hacerlos la familia más feliz del mundo. Sin importar qué clase de problemas pudieran tener, él los amaría.

Damon logró amarla a ella, dejar de lado todo lo que podría llegar a pensar y la amó. Como nadie, a cada segundo del día. La alejó de todo lo malo, de la muerte de sus padres, de Caroline, de Stefan, la unió aún más a Jeremy… Él merecía toda su vida.

Llegó a ella para cambiarla, convertirla en mujer; en esa mujer que tenía miedo a ser. En una mujer que se ganó el respeto de la gente.

Y se convertiría en Elena Gilbert de Salvatore. Se convertiría en la mujer de la persona que más ama en el mundo.

Si últimamente no comprendía nada, tampoco estaba muy ubicado en el tiempo que supiera. ¿Cómo había pasado tan rápido todo? Se refería a que… Hace dos meses estaba feliz de que Elena le dijeran que sí podrían buscar un hijo luego de la boda y ahora estaban allí, él esperándola en el altar, escondiendo entre sus aguosos dedos un papel; mirando hacia la entrada, esperando con ansias la marcha nupcial. Tenerla a su lado, bajo juramento de amor en el que prometía permanecer a su lado el resto de su vida, como ahora, lo previo. No estaba Jeremy tampoco, sólo Ric y su papá para darle esos ánimos que no encontraba en ningún otro lado, que nadie podía garantizarle.

Necesitaba verla, con el vestido que jamás dejó a su alcance, la caja blanca que cambiaba de lugar constantemente cada vez que él descubría el escondite. Jugaba así con ella porque le encantaba hacerla enojar, hasta que un día no la vio más y buscó por toda la casa. Recordaba perfectamente ese momento: él como un desesperado dando vuelta cajones, armarios, muebles, porque pensaba que había sido la causa de que se perdiera y no quería que Elena se enojara. Su cabello revuelto lleno de nervios electrizantes y sus ojos, en ellos se notaba la angustia.

Ella había vuelto del trabajo y no hizo más que reír ante él, con él pero por sobre todo de sus ocurrencias. Se había acabado el juego, ahora sí tendría que prestar atención cuando ella le hablaba en vez de ponerse a pensar dónde podría estar oculto el vestido.

Pero nadie ingresaba, estaba todo cerrado, la iglesia repleta… Llena de gente que estaba seguro había visto alguna vez en su vida, esperaba que así fuese. Elena se había encargado de invitar a todo el mundo y él tan sólo miraba como un estúpido cada vez que llamaba a alguien. Gente de la secundaria, compañeros de Elena, Bonnie, Jenna, personas del trabajo pero no Elena, SU ELENA.

El órgano marcó el fin de una etapa, comenzando con un do reprimido, notas mal marcadas ya sin significado para nadie, una melodía desgastada, ya agotadora. La cara del músico describía así sus sentimientos; ¿qué gracia tenía repetir una canción durante años? Algo que para esa pareja allí en el altar es tan importante y para él no. Lo miró con lastima, tuvo miedo entonces y compasión por ese hombre, quizás su vida no fuera la mejor… Quizás una vez le tocó entrar con esa marcha y todo terminó mal.

Pero ese hombre no conocía a Elena, ni él mismo la conocía.

Repasaba mentalmente cada borrón de esa hoja de papel que llevaba escondida, cada punto, coma y mayúscula intentó recordar; pero el nerviosismo siempre le jugaba horriblemente en contra.

James ingresaba por delante de Elena tomado de la mano con la hija de Jeremy y Bonnie: Sophie, ella también era hermosa y Elena lloró tanto el día de su nacimiento… Estaba más que orgullosa de lo que su hermano había alcanzado, su sueño.

Ella, la vio a ella.

Y fue como si volviese a enamorarse de ella en cantidades inesperadas, escuchando el amor, sintiéndolo golpearle la cara y estamparse en él, meterse a la fuerza en su ser y estrujarlo como si quisiese sacarle jugo, sacarle todo lo que tenía.

Ella. Elena. Su amor. Su esposa. En tan sólo minutos.

Ella que sonreía como si le hubiesen dado la noticia más hermosa del mundo, aunque tan sólo fuese a casarse con él.

Se dignó a mirarlo, sintiéndose el bufón más enorme en toda una corte real, porque no merecía su atención en lo absoluto… Se la merecería hasta el mismísimo Rey de Inglaterra, pero no él. Sintió que no tenía nada para ofrecerle más que una vida llena del esfuerzo que significaría para él enamorarla a cada instante, la amaría. La amaba.

Le sonrió con tantas ganas, con una felicidad tan amarga al saber que otros estaban contemplando lo que sólo tendría que ser de él; que sería de él en tan sólo unos minutos.

Jeremy lloraba y a Elena se le notaba la emoción en su sonrisa, en que no paraba de mirarlo. Él, con smoking, traje negro ajustado a su cuerpo que parece el mismo de cuando tenía dieciocho. De cuando conoció a Elena. La edad ya no le importaba, no sabía si tenía 35 o 40, rondaba esa edad según Elena le había comentado, haciéndolo sentir mal por decirle viejo. Aunque demostrara lo contrario con sus músculos aún marcados y su delgadez de fibra.

La recibió entrelazando sus dedos con ella, amándola hasta en ese roce, depositando un suave beso en sus labios y apartando a todo el mundo, era su momento. Ahora, en ese mismo instante. Pero los nervios no lo abandonaban, a pesar de que ella ya estuviera allí con él y de que estuviese más que seguro que todo saldría a la perfección, la jodida perfección.

Aún estaban los votos y ella comenzaba. La notaba tensa, jamás se había expresado bien de ninguna manera.

Damon Salvatore, me siento una extraña diciendo así tu nombre, estando ahora acá, con alguien que pasó de ser mi novio, mi amante, mi amigo incondicional a que pases a ser el hombre más importante en mi vida – después de mi hermano y mi papá – que seas el hombre que me amó, que me hizo llorar, reír, sufrir, y ahora estemos acá. Jurándonos amor intenso, como siempre fue. – lo miraba y no tenía ningún papel para seguir una lectura, estaba hablando de corazón. – Todos los que están acá, saben a la perfección que yo nunca fui buena con las palabras y nunca lo seré. Que cuando intentaba explicarme tardábamos mucho en que me comprendieras, pero nos complementábamos y lo hacemos tan bien. Sos el único capaz de entenderme de ésta manera, de mirarme y leerme como a uno de tus libros, de hacerme ser yo. Y por todo esto y miles, millones de cosas más te amo Damon y estoy más que segura de que quiero pasar el resto de mi vida contigo, amándote incondicionalmente. Por siempre.

Señor Salvatore, su turno. – crisis.

Yo… Yo sinceramente no sé por dónde comenzar. Creo que, agradeciéndote por todo lo que diste, das y posiblemente des por mí. Porque… Creo que valoricé mucho más todos los gestos que la gente hacía por mí desde que me enseñaste a cambiar, a abrirme y ser mejor persona. A amar. Pero creo que lo más importante que me enseñaste fue a confiar, la gente no iba a lastimarme como yo pensaba. – tragó saliva y aboyó el papel en su mano que aún seguía escondido. – Y te amo; no, no es un te amo pobre, lleno de esperanza. Es algo concreto, algo que sé que es así, es un te amo verdadero… No el que un niño de doce años le dice a su primera novia. Yo te amo Elena y estoy tan seguro de eso como que el aire entra a mis pulmones y mi corazón late. Estoy tan pendiente de amarte que ya me sale solo, demostrarte todo eso, es algo que jamás imaginé decir. Pero te amo. Y quiero estar junto a vos el resto de mi vida, con hijos, en nuestra casa, despertándome y teniéndote a mi lado, abrazada a mi cuerpo con ese miedo de que yo me marche por la noche. Con ese miedo repleto de ternura que siempre amé de vos. – miró a toda la gente alrededor, miró a Elena, sabía que no hacía falta decir más. - Y es porque te amo que quise casarme con vos, ir más allá de lo que me imaginé en toda mi vida. Te amo Elena y en estos momentos donde los nervios invaden mi cabeza, es lo único que me importa, que lo sepas.

Entonces… - ahí venía la frase tan esperada durante esa hora de ceremonia. – Señor Salvatore, ¿acepta por esposa a la señorita Gilbert, para amarla y protegerla, en la salud y en la enfermedad, en las buenas y en las malas, hasta que la muerte los separe?

Acepto. – sonrió, colocó su anillo y la besó.

Señora Gilbert, ¿acepta por esposo al señor Salvatore, para amarlo y protegerlo, en la salud y en la enfermedad, en las buenas y en las malas, hasta que la muerte los separe?

Sí, acepto. – colocó su anillo y le dio un leve apretón a su mano. Ya todo había pasado.

Puede besar a la novia. – lo hizo, pero no desesperadamente como quizás, todos esperaban que lo hiciera. La besó tranquilamente, disfrutando porque tendría toda la noche y el resto de su vida para hacerlo.

Entró llorando a la habitación, él tan sólo la observaba… Estaba tan rara últimamente, no paraba de llorar, se reía, se enojaba con él, lo abrazaba, le pegaba. Ya no comprendía nada, estaba tan cambiante desde que habían vuelto de su luna de miel.

Se sentó en la cama, él la observaba parado junto a la puerta… Abrió el ropero, sacó ropa, la tiró sobre la cama llorando y cayendo sobre ella. Era mejor no decir nada, comprender qué sucedía. No quería una pelea por nada, no devuelta.

La última vez había dormido en el sillón solo por una estupidez.

Vete Damon, no quiero estar con nadie en estos momentos.

Necesito saber que te pasa Elena… - no entendía nada. Ya nada.

¡QUIERO ESTAR SOLA! Todo esto fue tu culpa, todo tu culpa.

¿De qué hablas? ¡A qué te refieres Elena! Necesito que me cuentes. – seguía inmóvil.

¡VETE DAMON! – le gritó nuevamente.

Elena…

¡FUERA!

¡BASTA ELENA! ¡SE ACABÓ AHORA MISMO! – le gritó ya furioso; le molestaba que no quisiera contarle nada. - ¡Vas a dejar de comportarte como una pendeja y vas a hablarme, a decirme qué te pasa y vamos a superarlo juntos! ¡Eres mi esposa ahora! – lo miró. Jamás lo había visto así pero es que ella no encontraba la manera de decirle qué sucedía, debía ser simple, sincera, concreta. Pero no podía, no era tan sencillo. - ¿Qué sucede Elena? – ahora estaba más calmado, no debió haberle gritado así.

Estoy embarazada Damon. – lo dejó perplejo en la puerta de la habitación, balanceándose hacia atrás en un intento inútil de sobrevivir. Ella estaba así porque iban a tener un hijo y no encontraba la manera de decírselo… Le estaba mintiendo y seguramente se ponía así de molesta con ella misma porque no podía hablar. – Son mellizos, Damon. – retrocedió hasta chocar contra la pared, callado, con lágrimas abordando sus ojos. – Damon… - se levantó hasta llegar a él y lo agarró de la cintura, pegándose a él y abrazándolo. – Perdón por ocultarlo, es que no sabía cómo decírtelo y esto me estaba matando y yo… Yo… - ahora fue ella quien comenzó a llorar. Atrayendo las lágrimas de él, felicidad extrema. Iba a ser papá de mellizos. Sus hijos.

Vamos a ser papás Elena. – fue la única frase perdida en el día que pudo pronunciar. – De mellizos. – la levantó en el aire, la besó y la abrazó al punto de pensar que iba a romperla. – Te amo, te amo como nunca amé a nadie en mi vida y esto, esto me hace tan feliz.

Ecografías, la habitación para los niños los fines de semana. Una beba y un bebe iban a ser, nombres. Pensar nombres.

Cuando se enteraron que iba a ser mujer, no hubo que decir nada más, iba a llamarse Anna. A él le brillaron los ojos cuando Elena propuso ese nombre y la besó tanto, tanto, que llegó a desgastarle los labios y él, el bebé… ¿Cómo podría llamarse?

Benjamin y Anna. Estaba decidido, Benjamin y Anna Salvatore.

Él trabajaba día y noche para ella y sus bebés, los escuchaba cuando pateaban, cuando Elena necesitaba algo. Tal y como dijo, iba a ser un papá ejemplar, y los amaba a cada minuto.

A cada año que crecían, ellos nacieron y no pudo contenerse en llorar de felicidad en el parto, Elena tomándole la mano, diciéndole que todo iba a estar bien cuando él debía decirle eso, recibió a Benjamin que nació primero y le besó su pequeña cabecita, y sintió que alguien agarraba con fuerza buscando sentirse nuevo en el mundo, su hijo, su hijo tomó su pulgar intentando rodearlo con sus manos, con esas diminutas manos y ese pequeño cuerpecito tan frágil. Tenía miedo de hacerle daño. Se lo pasó a una enfermera mientras observaba como Elena seguía sufriendo ese dolor lleno de esperanza para traer al mundo a Anna, quien no paraba de llorar y lo hizo por fin. Tenía los ojos más claros que Benjamin, Elena dijo que tendría los ojos de él. Estaba segura.

¿Y mírenlos ahora?

Eran una familia completa, jugando en el jardín con sus dos hijos. Elena los observaba y llamaba para pedir algo para comer – porque seguía siendo mala cocinando – y Damon se turnaba como podía para jugar con ambos. Los hamacaba, se metía en la casa del árbol que le había construido para que jugasen allí. Estaba Tobby también, el perro que habían adoptado de la calle… Que en realidad se adoptó solo porque una mañana cuando despertaron estaba metido en el jardín y los niños no quisieron dejarlo ir, un perro bastante feo… De pelo marrón y en algunas zonas negro, pequeño. Pero que se hizo querer entre todos.

Damon se sentó en una reposera mientras ahora su esposa jugaba con ellos, sí. Amaba a su familia más que a nada en el mundo y no se arrepentía nada de las decisiones que había tomado a lo largo de la vida, eso lo condujeron a ser la persona que hoy era.

La persona que amaba a Elena más que a nada en el mundo y que tenía a sus dos bebés, que por siempre serían sus dos bebés a pesar de que ahora tuvieran seis años ya.

La vio venir hacia él y sentarse a su lado, los dos pequeños se entretenían solos, lo abrazó y hundió su cabeza en su pecho, sintiendo nuevamente ese olor que volvía a embriagarla una vez más.

Levantó su cabeza y lo observó sonreír, ya un poco canoso pero con el mismo estado físico de siempre, con los ojos llenos de alegría, con sus dos hijos reclamándolo y él contento de que así fuese. Lo dejó ir a que volviera con ellos y lo siguió observando.

Entonces comprendió todo.

Damon olía a amor.

Al gran significado de esa palabra que abarca todo lo malo y horrible hasta lo bueno y hermoso.

Damon olía a amor profundo.

Fue a juntarse con su familia, estaban en armonía, eran felices.

Nada se interpuso ni se interpondrá a que lo sean.