¡Hola!

Gracias a damcastillo, Emily y LyannTargaryen por sus reviews.


De verdad

o—o

A Andrómeda no le hace excesiva gracia volver a Hogwarts para cursar su cuarto año.

Y nadie puede culparla. Probablemente jamás haya disfrutado un verano tanto como el que toca a su fin. Entre apenas hacer nada, paseos con Rabastan, cartas a Sel, Emer y Ludo y tener la cabeza en las nubes, a la muchacha el tiempo se le ha pasado volando.

—Deberíamos tener nueve meses de vacaciones y tres de colegio—comenta Ludo en el tren. Emer, sentada frente a él con su nuevo gato en el regazo, arquea las cejas.

—Entonces tendríamos que estar el triple de años en el colegio—observa—. Además, Hogwarts no es tan terrible. Es agradable vivir con tus amigos.

Ludo la mira con cierto resentimiento, enfadado por ver su idea rebatida con argumentos razonables, pero, curiosamente, decide dejarlo estar.

Meda, por su parte, no puede ignorar el vacío que se ha formado en su estómago.

Rabastan empieza séptimo. Eso no sólo significa que estará demasiado ocupado con los EXTASIS para pasar tanto tiempo con ella como el año pasado –algo que, aunque suene muy egoísta, a Andrómeda no le hace la menor gracia–, sino que cuando termine el curso se irá. Meda teme que, de alguna manera, la relación que tan bien funciona desde Navidad se resienta por la distancia.

—Meda, ¿me estás escuchando?

La joven mira alrededor y descubre a Selena chasqueando los dedos ante su rostro. Se incorpora en el asiento, tratando de aparentar que sabe perfectamente de lo que va el asunto.

—Eh… sí, supongo. ¿Qué decías?

Sel, Emer y Ludo ponen los ojos en blanco.

—No era ella la que decía, tonta. Era yo—aclara el rubio—. Te estaba preguntando si tu novio sigue siendo capitán del equipo.

—Ah. Sí, sigue siéndolo—responde Andrómeda, recostándose de nuevo en el asiento, en parte agradecida a sus amigos por haberla sacado de sus deprimentes cavilaciones.

Sacudiendo la cabeza al darse cuenta de que el temor por el futuro de su relación con Rabastan no va a irse por su cuenta, la muchacha se pone en pie, murmura una excusa a sus amigos y sale del compartimento. Camina hacia la parte trasera del tren por el pasillo central, sin saber muy bien lo que busca, pero esperando encontrarse alguna estancia vacía.

En lugar de ello, se encuentra con Rabastan Lestrange saliendo de su compartimento y mirándola con curiosidad.

—¿Qué haces aquí?

Andrómeda suspira.

—Necesitaba pensar. Por casualidad no sabrás…

—De hecho, sí—la interrumpe Rab, sonriendo. Toma su mano y la guía hasta el último vagón del tren, que hace las veces de una especie de almacén. Meda mira alrededor y luego observa al joven, repentinamente divertida.

—Te gustan los lugares solitarios y polvorientos, ¿no?

—Sí—Rab se deja caer en el suelo, junto a la pared, y Andrómeda se fija entonces en la caja que ella misma le regaló, de la que el joven saca su cuaderno de dibujo—. Tienen cierto encanto—pasa páginas hasta encontrar un dibujo a medias y busca algo en la caja—. Puedes pensar, no haré ruido—le promete.

Sentándose a su lado, Meda lo mira mientras dibuja. Es apuesto, piensa, con su cabello rojizo y los rasgos afilados que refuerzan esa impresión de que en cualquier momento se lo llevará el viento. Sus ojos azules pocas veces brillan tanto como ahora, únicamente cuando hace algo que le gusta de verdad, algo en lo que pone toda su alma. A Andrómeda le da la sensación de que únicamente el entusiasmo que desprende iluminaría la más negra de las oscuridades.

Tan concentrada está observando a Rabastan que tarda bastante en fijarse en lo que está dibujando. Aunque tampoco puede decirse que avance mucho. El joven traza tres líneas y borra dos, como si no encontrase lo que pretende plasmar por mucho que lo intente, pero Meda distingue un rostro ovalado y una nariz recta.

No puede evitar sentir una punzada de celos al ver que se trata de una chica.

—¿Quién es?—pregunta con suavidad.

Rab la mira, y algo debe dejarse traslucir en sus ojos, porque el joven se echa a reír. Cuando deja de hacerlo, se muerde el labio, incapaz de reprimir una sonrisa.

—Nadie de quien debas estar celosa.

—No estoy…—empieza Andrómeda, sonrojándose.

—Para empezar, porque está muerta.

Ella interrumpe su explicación. Los ojos de Rabastan ya no brillan con alegría, sino con una nostalgia de algo que Meda no logra distinguir.

—Lo siento. ¿Qué le pasó?

—Se ahogó.

—Lo siento—repite ella, sintiéndose la peor persona del mundo. Rabastan parece intuirlo, porque suelta el carboncillo y aparta el cuaderno y se acerca a ella.

—No te sientas mal. Fue hace mucho tiempo—Rab toma su barbilla para obligarla a mirarlo, y tras unos segundos comiéndosela con los ojos la besa—. Además—añade cuando se separan—, ya hay demasiados candidatos a culpables.

A Meda le gustaría preguntar por qué dice eso, quién es esa chica y cómo acabó ahogándose, pero cuando intenta hablar y sus palabras se pierden en los labios de Rabastan comprende que a él no le apetece lo más mínimo.

Así que cierra los ojos y se pierde en los besos del joven, olvidándose de paso de todos sus temores.

o—o

—Meda… Eh, Meda, despierta.

La muchacha abre los ojos perezosamente. Descubre el rostro de Rabastan Lestrange a pocos centímetros del suyo, mirándola con cierta diversión brillando en sus ojos azules. Sin querer saber nada del mundo aún, se despereza y se recuesta en él. Apenas ve nada a su alrededor; la sala común está a oscuras.

—¿Qué hora es?

—Las una, casi—responde él—. ¿Qué haces durmiendo aquí y no en el dormitorio?

Meda se encoge de hombros.

—Intentaba terminar Aritmancia. Intentaba—escucha a Rab reír entre dientes y gira la cabeza para fulminarlo con la mirada—. No es tan fácil.

—Para ti—replica él—. Se la tienes jurada a la asignatura, ¿eh?

Ella suelta un bufido.

—La asignatura me la tiene jurada a mí—protesta—. No confundas.

Rabastan vuelve a reír quedamente, enervándola aún más. Sin embargo, cuando Andrómeda se dispone a dirigirle otra mirada glacial descubre oscuras ojeras bajo sus ojos. Se muerde el labio, preocupada.

—¿Qué pasa?—inquiere el joven—. ¿Te duele la espalda por la mala postura o algo?

—No. ¿Y a ti? ¿No podías dormir?

—No quería dormir—reconoce Rab a regañadientes, apartando la mirada—. De todos modos, feliz cumpleaños.

Andrómeda se da cuenta entonces de que, efectivamente, ya es veintiuno de septiembre, y, por lo tanto, ella ya tiene quince años.

—Gracias—replica—. Pero no te desvíes. ¿Por qué no quieres dormir?

Rabastan suspira.

—¿Es que tienes que saberlo todo?

—Deja de contestar con otra pregunta.

Poniendo los ojos en blanco, el joven se recuesta en el respaldo del sofá de cuero, atrayendo a Andrómeda más hacia sí. Apoya la barbilla en la cabeza de la joven, y respira hondo varias veces antes de responder.

—¿Recuerdas el dibujo del que te pusiste celosa?—ella asiente. La mano de Rabastan recorre su espesa melena con calma—. Yo encontré su cadáver—Meda se encoge un poco, y luego se odia por ello. No es ella quien necesita consuelo—. Siempre tengo pesadillas sobre eso por estas fechas. Por estúpido que suene, no es agradable.

Andrómeda se separa de él y estudia su rostro con atención. La chispa de tristeza que se ha encendido en sus ojos hace que de repente Rabastan parezca mucho mayor de lo que es. Ella lo abraza de nuevo, y esta vez Rab apoya la cabeza en su hombro. Meda le acaricia el pelo.

—Bueno, pues tienes que dormir—declara—. Y si tienes pesadillas, te despiertas y te duermes de nuevo. Pero no es bueno estar así, sin pegar ojo.

Para su sorpresa, Rabastan ríe. Es una risa tranquila, casi inocente, y el bostezo que le sigue indica a Meda que le queda poco para rendirse al sueño. Sonríe y se tumba en el sofá, para estar más cómoda, con el joven abrazado a ella.

—Me gustaría verte regañando a un niño. Los pondrías bien firmes—murmura Rab.

Andrómeda abre la boca para replicar, pero se da cuenta de que sólo lograría espabilar al joven y alejarlo del sueño. De modo que se queda en silencio, escuchando la respiración de Rabastan junto a ella, y poco a poco ella también se queda dormida.

o—o

Cuando Rabastan despierta, la sala común de Slytherin ya está iluminada por los rayos de sol que atraviesan el lago, situado sobre ellos. El joven bosteza y mira a Andrómeda, que sigue plácidamente dormida en sus brazos. Con cuidado para no despertarla, se incorpora y mira alrededor.

Afortunadamente, es domingo y sus compañeros aún no se han levantado. No es que a Rab le avergüence que sepan que está con Meda, ni mucho menos, pero nunca le ha gustado ser el centro de atención. Aunque sea por algo bueno.

Suspira. Para su sorpresa, no ha soñado con el cadáver de Tea. Lo cual resulta bastante extraño y al mismo tiempo tranquilizador; Rab se pregunta si el haber tenido a Andrómeda con él toda la noche habrá influido en sus sueños de algún modo. En cualquier caso, al joven no le importaría en absoluto repetir la experiencia.

Observa a Andrómeda, que empieza a desperezarse. La muchacha se estira y se incorpora, su pelo despeinado formando una especie de melena leonada alrededor de su cabeza. Mira a Rabastan y sonríe, somnolienta.

—Buenos días—murmura, y se le escapa un descomunal bostezo—. ¿Qué tal has dormido?

Rab sonríe.

—Bien. ¿Tú?

Ella se encoge de hombros.

—Bien, supongo—se pone en pie—. Voy a ducharme y a cambiarme; te veo luego en el desayuno—se inclina para besar a Rabastan, que sigue repantigado en el sofá, y echa a andar hacia su dormitorio con resolución.

o—o

Una pequeña montaña de regalos espera a Andrómeda en su dormitorio.

La joven olvida momentáneamente su ducha y se entretiene rasgando envoltorios y curioseando lo que ha recibido para su cumpleaños. Encuentra perfumes, libros, un ostentoso colgante de Bellatrix que probablemente no se ponga nunca, una radio mágica…

El regalo de Rabastan no es nada de eso. De hecho, probablemente ni siquiera pueda considerarse que tenga una utilidad más que la decorativa. Pero es precioso, de eso no hay la menor duda. Es un paisaje que Meda reconoce como la playa que hay cerca de la casa de los Lestrange, pero pintada de colores que la hacen parecer un lugar completamente distinto: el mar de un tono violáceo bajo un cielo verdoso salpicado de estrellas negras y una luna azulada, la arena de una infinidad de colores que se mezclan unos con otros, dando la sensación de que cada grano tiene un diseño único y diferente al del resto… Aparentemente, Rab no ha seguido ningún criterio a la hora de colorear, pero Andrómeda se queda encandilada con esa encantadora distorsión de la realidad.

—Vaya, qué bonito—Meda da un respingo y, al girarse, descubre a Selena tras ella. Su amiga tiene el cabello color zanahoria alborotado y aún no tiene los ojos completamente abiertos—. Felicidades, por cierto.

—Gracias… Por cierto, ¿de qué trata ese libro que me has regalado? Es enorme.

—De un hombre que lee mucho y se vuelve loco, y se cree que es un caballero que ha de rescatar damiselas en apuros y esas cosas—responde Selena—. Lo cierto es que está realmente bien, incluso para haberlo escrito un muggle.

Andrómeda observa el libro, medio enterrado por restos de envoltorios y otros regalos, y se promete leerlo cuando tenga tiempo.

—Voy a ducharme—decide entonces, poniéndose en pie de un salto.

No tarda mucho en lavarse el pelo y enjabonarse. No obstante, Selena ya ha bajado a desayunar para cuando Meda vuelve al dormitorio; le ha dejado una nota explicándoselo. La muchacha sale de la sala común de Slytherin con el pelo aún mojado ondeando tras ella.

Al llegar al Gran Comedor se acerca rápidamente a Selena y Ludo, sonriendo cuando pasa junto a Rabastan y él acaricia con suavidad el dorso de su mano. Se deja caer con sus amigos, saludando también a Emer, que le guiña un ojo desde la mesa de Ravenclaw.

—Te queda menos para morirte de vieja—anuncia Ludo. Selena lo fulmina con la mirada—. ¿Qué? Es cierto. ¡Ay!—el rubio mira a su amiga con disgusto—. Deja de triturarme el pie a patadas.

—Agradece que no sea yo—Emer se ha acercado a ellos y ha oído la conversación—. Eres un tocapelotas sin remedio—declara, sacudiendo la cabeza.

Ludo le saca la lengua.

—Admite que en el fondo me quieres.

—En el fondo—coincide Emer, asintiendo con aire dramático—. Donde está oscuro y no se pueden ver las caras.

Selena suelta una carcajada.

Andrómeda se lo está pasando en grande con la conversación de sus amigos. No obstante, una lechuza parda la distrae al posarse en la mesa. Tiene un paquete atado en una pata y mira a la muchacha tan fijamente que resultaría imposible pensar, aunque sólo fuera por un instante, que no es ella la destinataria del regalo.

De modo que Meda, dejando su tostada en el plato, desata el paquete, del tamaño de una quaffle, y lo mira con curiosidad mientras la lechuza sale volando.

—¿Piensas abrirlo?—inquiere Ludo, mirando el paquete con una curiosidad digna de un niño de tres años.

—Eh, ¿qué es eso?—inquiere Emer, acercándose a grandes pasos a la mesa de Slytherin. Empuja a Selena para sentarse a su lado en el banco y también contempla el paquete, intrigada.

Con un suspiro, Andrómeda abre el paquete.

Encuentra dentro una bolsa de golosinas de Honeydukes: desde varitas de regaliz hasta plumas de azúcar, pasando por píldoras ácidas y grageas Bertie Bott de todos los sabores.

—Ahí va—comenta Sel—. Trae una.

Andrómeda le pasa la bolsa, preguntándose quién le ha enviado tan dulce regalo y mirando alrededor, como si fuesen a aparecer chispas de varita sobre el emisor del presente.

Está a punto de dar por concluida su búsqueda, sin ningún resultado, cuando descubre, en la mesa de Hufflepuff, a Ted Tonks bajando la mirada hacia su plato.

Andrómeda aprieta los labios, preguntándose a qué se supone que juega el joven.

o—o

Ted tiene bien claras dos cosas.

La primera es que Andrómeda Black le cae bien. Puede que sea un poco estirada y hermana de la loca que lo mandó a la enfermería como muestra de agradecimiento después de que él echase una mano a la otra niña, pero a Ted no le parece que sea como ellas. Resulta agradable hablar con ella, hacer los deberes con ella; incluso simplemente sentarse cerca de la muchacha en la biblioteca.

Lo otro de lo que Ted está seguro es que Rabastan Lestrange le cae como una patada en el estómago. Él es, al igual que Bellatrix, un maníaco que lo odia simplemente por no tener padres magos. Pero por alguna razón, Andrómeda está saliendo con él, a pesar de que está tres cursos por encima de ella. Y parece encantada con ello.

Y Ted sabe que no es asunto suyo y que no debería meterse, pero no quiere que Andrómeda se vuelva como ellos. Y está convencido de que, cuanto más tiempo pasa con Rabastan, más se contagia del desprecio que él siente por los sangre sucia.

No puede evitar recordar lo que dicen sus padres acerca de las malas compañías. Que las influencias no cambian a uno, porque la gente nunca cambia, pero entierran al verdadero yo bajo capas y capas de estupideces que hacen que dejes de brillar por ti mismo.

Es por eso que le ha mandado los dulces a Andrómeda. Simplemente para que no se deje llevar por Rabastan y el resto de idiotas que se creen superiores; y, de paso, para desearle un feliz cumpleaños. Ahora que lo piensa, Andrómeda es exactamente seis meses mayor que él. Su cumpleaños cae al inicio del otoño, mientras que el de Ted anuncia la primavera. Es curioso.

Perdido en su mundo, Ted no se percata de nada más hasta que, bien avanzada la primera clase de la mañana, una grulla de pergamino, encantada para volar, aterriza en su mesa. El joven mira alrededor con curiosidad. Los ojos color miel de Andrómeda brillan en su dirección unos instantes antes de que la muchacha se gire hacia adelante.

Ted desdobla el pergamino y lee las furiosas palabras de Andrómeda:

¿Me explicas a qué venía eso?

El muchacho se mordisquea la uña unos instantes antes de responder:

Tú no eres como ellos, como Rabastan y Bellatrix. No dejes que te laven el cerebro.

Con un par de movimientos rápidos y fluidos dobla de nuevo la grulla y observa con interés cómo el ave de pergamino revolotea hasta Andrómeda. Baja la vista hacia sus apuntes, y no mira nada más hasta que la grulla vuelve a su mesa con la respuesta de la muchacha:

No soy como nadie. Soy yo, y punto. Y tú no vas a decirme con quién puedo o no puedo estar. Déjame en paz, ¿quieres?

Ted suspira con tristeza. Mira hacia Andrómeda, pero ella no le permite ver nada más que su larga melena castaña.

o—o

Andrómeda es perfectamente consciente de que hirió a Ted Tonks el día de su cumpleaños.

No obstante, no se arrepiente de ello. Es decir, no demasiado. Sabe que, aunque el joven se sienta mal, es preferible eso a llegar a un punto en el que Rabastan se entere y tome cartas en el asunto. Además, no va a negar que está enfadada con él. ¿Quién diablos se cree para hablar así de su novio y su hermana? No los conoce. Ni siquiera un poco.

Frustrada, Andrómeda aprieta los labios y clava la mirada en el suelo. Rabastan se da cuenta y la joven sabe, sin necesidad de alzar la vista, que los ojos azules del joven están clavados en ella.

—No me pasa nada—se apresura a mentir.

No funciona, por descontado.

Rabastan la atrae hacia sí y le da un beso en la mejilla.

—Ya, claro.

Están en la Sala Común. Bueno, la Sala Común en la que si Slughorn entrara probablemente les echaría una bronca impresionante. Suerte que los de séptimo se han afanado en los hechizos para insonorizar el rincón del castillo perteneciente a los Slytherins.

Los de séptimo aprovecharon la última excursión a Hogsmeade para comprar provisiones para Halloween. Provisiones que incluyen alcohol, pociones y pipas de las que Andrómeda no quiere probar ni un sorbo o una calada, menos desde que Nathaniel Gibbon, el mejor amigo de Rab, ha desarrollado una cola larga y cubierta de escamas. Todos están convencidos (o quieren estarlo) de que la curiosa extremidad desaparecerá en unas horas, pero mientras tanto no puede decirse que al joven le esté yendo mal. Tiene un extraño encanto que, junto con su sonrisa deslumbrante, atrae a las chicas.

Andrómeda se ha sentado con Rabastan en un sofá de cuero algo apartado. Pese a que el ambiente no le desagrada y no se siente fuera de lugar –al menos, no tanto como el día en que se anunció el compromiso de Bella–, no está segura de que ver a su hermana mayor tan desinhibida y a la pequeña tan atontada por el fanfarrón de Lucius Malfoy sea lo que más le apetece hacer.

—Estaba pensando—admite Meda. Aunque prefiere no decir en qué. Afortunadamente, Rabastan se contenta con esa respuesta.

—Alguien debería prohibirte pensar. Nunca sabes parar y te comes el coco en exceso.

Andrómeda sonríe.

—¿Eso no es lo que pasa con beber?

—Es parecido—Rabastan la mira con diversión—. Sólo que a ti no se te puede alejar de tu mente igual que se alejaría al borracho del alcohol. Lo haces todo más complicado.

—No pienso tanto—protesta Andrómeda—. Al menos, no cuando debería. Aritmancia va a acabar conmigo.

El joven ríe.

—De cualquier manera, cuando estás pensando te encierras en ti misma.

—Igual que tú cuando dibujas—protesta ella—. Se te olvida todo menos lo que estás haciendo.

Rabastan hace un gesto extraño, como si quisiera decir algo y no estuviera seguro de que es una buena idea. Finalmente, se decide a hablar:

—Lo que más me gusta de esto es que sé que es de verdad. Que no lo haces para quedar bien.

Andrómeda se muerde el labio, y su cada vez más cercano compromiso aparece de nuevo ante ella, como un iceberg en el horizonte.

—Rab—musita; él se entretiene jugando con un mechón de su pelo—. Será de verdad—le asegura—. Puede que no lo hayamos elegido nosotros, pero yo… No está tan mal. Será bonito.

Rabastan la mira con una curiosa mezcla entre alegría e incertidumbre.

—Ojalá.


Notas de la autora: Ya, ya, no tengo perdón de Dios por tardar tanto en actualizar. Pero es que quiero escribir tantas cosas que al final no avanzo con nada xD No obstante, últimamente me está cundiendo más, así que creo que podré actualizar más seguido.

En fin, ¿qué tal? ¿Bien, mal? ¿Regular? ¿Reviews?