DISCLAIMER: Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.
¿ DIFERENTES ?
OUTTAKE ESPECIAL DÍA DEL PADRE
—Así, genial, cielo. Ahora intenta con este dedo —dije poniendo el pequeño índice de Lizzy sobre la cuerda y presionando sobre él.
—Pero si pongo mi dedo aquí, este otro se escapa —se quejó enseñándome su dedo anular.
—Es que mi guitarra es más grande que la tuya. Deberíamos practicar con la tuya.
—Pero la mía no suena como la tuya —se quejó con la cabezonería heredada de su madre.
En cuatro días era el cumpleaños número treinta y tres de Bella, y Lizzy insistía en aprender a tocar Feliz cumpleaños en mi guitarra.
Al cumplir cuatro años le habíamos regalado una guitarra de su tamaño, pero ella, con su típica tozudez y arrogancia, estaba segura de que le quedaba pequeña.
Elizabeth, nuestra pequeña princesa, era la obra de arte más hermosa que Bella había podido crear. Y eso, considerando que en estos años se había convertido en una de las más destacadas pintoras de la ciudad.
Vestida con leotardos negros y una camiseta negra con letras rosas y un tutú rosa, era una diminuta Avril Lavigne.
Sus cabellos rubios formaban bucles sobre su espalda y sus ojos azules como zafiros, eran perspicaces e inteligentes.
No era de extrañar que toda la familia perdiera la autoridad sobre ella.
Bella y yo nos habíamos casado hacía ya cinco años, a finales del mes de septiembre. Seis meses después, en la cálida mañana del treinta de marzo, después de ocho horas de trabajo de parto, mis propias manos habían ayudado a sacar de su cuerpo, el pequeño cuerpecito sonrosado de nuestra hija.
Aún recordaba sus fuertes grititos que no llegaban a ser una molestia, pero que nos tenían a sus pies cada vez que los escuchábamos.
Desde que alcanzara no más de sesenta centímetros de alto, nos había dominado, con su carácter autoritario, y sus preciosos ojos azules, iguales a los de mi madre. Pero a pesar de su tozudez, sabía ser dulce y cariñosa y nos tenía constantemente comiendo de su mano.
Lizzy intentaba encadenar los acordes, cuando Bella entró al garage, desde la puerta que lo comunicaba con la casa.
—Hola —saludó desde la puerta
—¡Mami! —gritó la niña soltando la guitarra para correr a los brazos de su madre, que la estrechó contra ella
—¿Qué hacéis? —preguntó Bella curiosa acercándose a mí para besar mis labios
—Papi me está enseñando a tocar en su guitarra.
—¿Y por qué no lo haces en la tuya?
—Porque la de papi suena mejor —explicó displicente
—¿Y qué te ha enseñado a tocar?
—Nada —respondió Lizzy con rapidez sonrojándose.
Bella sonrió comprensiva, sabiendo con certeza que algo le ocultábamos.
—Ok. En la cocina te he dejado algo para merendar.
—¿Cupcakes de frambuesas? —gritó la niña con ansiedad
—Tal vez…
Lizzy sonrió y corrió entusiasmada al interior de la casa.
Sonriente tiré con suavidad de mi mujer para sentarla en mi regazo.
—¿Has traído algo para mí? —inquirí sugerente acariciando su prominente vientre.
Bella había pasado toda la tarde en el MoMA organizando su nueva exposición, la cual se inauguraría esa semana.
Estos últimos días yo había estado más que ansioso. Si bien todas sus pinturas estaban acabadas desde hacía semanas, la organización de la exposición les había tomado demasiado tiempo.
Pero ver la pasividad que ella y Royce mostraban ante mi ansiedad, me había sacado de mis casillas.
A Bella sólo le faltaban dos semanas para su fecha de parto, y todos sabíamos que el bebé se podría adelantar, pero ellos se lo tomaban como si aún le faltasen cinco meses.
—Sólo a mí —sonrió seductora
—No necesito más —reí cayendo sobre sus labios para besarla con pasión
—Aunque no sé si te lo mereces, ya que me ocultas cosas —rió burlona separándose de mí
—Sabes que es sólo una sorpresa de cumpleaños. —expliqué besando su cuello —¿Cómo estás? —pregunté acariciando su vientre que albergaba a nuestro pequeño hijo.
—Agotada. —reconoció recostándose en mi pecho
—Espero que a partir de ahora te lo tomes con calma y dejes que Royce se ocupe de todo.
—Lo prometo —dijo burlona alzando su mano cual juramento
—No te burles de mí. No hago más que imaginar que acabas dando a luz en el museo o en el estudio.
—Eso no sucederá —sonrió mirándome con cariño.
—Te prepararé un baño —ofrecí levantándome con ella en mis brazos
—Hey, bájame, Edward. Peso demasiado.
—¡Qué va!
Dejé a Bella en la bañera y me fui en busca de mi pequeña, que jugaba a la consola en el salón.
Bella dormía acurrucada bajo las mantas cuando me metí en la cama junto a ella.
Me tumbé junto a ella y rodeé su cintura con mi brazo.
Anthony estaba muy quieto ese día, y el vientre de Bella un poco más duro que lo habitual.
Llevaba dormido un par de horas, cuando un fuerte gemido de Bella me despertó.
—¿Nena? —le llamé somnoliento —¿Estás bien? —pregunté irguiéndome en la cama para observarla después de encender la luz.
—Una contracción —gimió hundiendo el rostro en la almohada
—¿Más fuerte que las habituales?
—La más… —dijo entre dientes —Ya viene, Edward…
—¿Qué quieres decir? —inquirí sentándome en la cama y volteándola hacia mí —No es posible, nena, faltan dos semanas…
—No tardará dos semanas, Edward… —gimió cuando una nueva contracción la asaltó
—¿Estás segura, nena? —pregunté en un sinsentido —Lizzy se retrasó dos semanas, no es posible que Anthony se adelante dos…
—Edward —gruñó —¿Puedes dejar tus dudas médicas para cuando estemos en el hospital, por favor?
—Mierda, entonces es cierto —grité saltando de la cama —Déjame ayudarte a vestirte.
—No, Edward, primero llama a alguien para que se quede con Liz.
—Dios, tienes razón. De acuerdo, llamaré a Emmett.
Corrí fuera de la habitación hasta alcanzar el teléfono y llamé a Emmett.
Tonto de mí, había olvidado que los Hale celebraban su aniversario de bodas en Forks, por lo que ni Emmett ni Jasper estaban en la ciudad.
Finalmente, decidí llamar a Siobhan.
Siobhan era nuestra asistenta y a menudo se quedaba con Lizzy.
Era una mujer algo mayor, pero no dudó un instante en venir a la casa para quedarse con la niña mientras Bella y yo íbamos al hospital.
Corrí a nuestra habitación para encontrar a Bella, vestida aún con su camiseta de los Eagles, de pie junto a la cama apoyada sobre ésta.
—Ya está, cielo. Había olvidado que los chicos estaban en Forks, pero Siobhan llegará en treinta minutos. ¿Estás bien? —indagué preocupado al ver su rostro
—Edward… —murmuró asustándome —No va a tardar treinta minutos.
—¿Qué quieres decir?
—Anthony no va a tardar tanto…
—¿A qué te refieres? —gemí sintiéndome aterrado
Bella se irguió y levantó su mano hacia mí.
Enredé mis dedos con los suyos acercándome a ella.
—Quiero que estés tranquilo, —susurró —pero Anthony está aquí.
—¿Qué significa eso? —murmuré
—No tendremos tiempo de ir al hospital, Edward. Llama un médico.
—¿Estás segura, nena? —asintió, y lo comprendí.
Llamé una ambulancia y volví junto a mi mujer.
—¿Cómo estás? —susurré acariciando su espalda
Bella se retorció presa de una nueva contracción, y el líquido rosado de su bolsa corrió por sus piernas.
—Creo que ya viene.
—¿Estás segura? —gemí mientras le quitaba la ropa interior, y la limpiaba con una toalla limpia que había traído del baño.
—Me duele —gimió mientras yo acariciaba su cuerpo
—¿Quieres sentarte, nena?
—No, prefiero estar de pie —reconoció recostándose en mi pecho de pie tras ella
Escuchamos la puerta de casa, y luego un par de toques en la puerta de nuestra habitación.
—Señor Edward, señora Bella —llamó Siobhan
—Entra, Siobhan
La mujer entró en la habitación y su rostro se preocupó cuando nos miró.
—Oh, Dios mío. Ya viene —murmuró preocupada
—Siobhan, he llamado una ambulancia. Llegará en cualquier momento. Por favor, estate atenta.
—Desde luego. ¿Prefiere que yo me quede con ella, señor? —ofreció y aunque sentí que podría ayudar a Bella mejor que yo, me negaba a no estar junto a mi mujer, cuando viniera nuestro hijo al mundo.
—No hace falta, Siobhan, pero mantente alerta, por favor. Y vigila que Lizzy no se levante.
Bella estaba hinchada, sus genitales inflamados. El bulto de la cabeza del bebé se notaba en su entrepierna.
Bella gruñó cuando una nueva contracción la asaltó y un gran chorro corrió por su entrepierna.
—¡Edward!
—Dime, nena, qué necesitas…
Bella se apoyó sobre la cama y la ayudé a separar las piernas con suavidad.
Coloqué mis manos sobre sus muslos cuando una contracción la obligó a empujar.
Podía verlo. Estaba allí. Su pequeña cabecita estaba allí, queriendo abandonar su refugio, mientras mi mujer le traía al mundo.
—Vamos, nena… una más…
Puse mi mano bajo ella, mientras mi otra mano acariciaba su baja espalda.
—Ahhh —gritó Bella cuando le sobrevino una nueva contracción que la obligó a empujar
—Vamos, cielo… tú puedes, nena… ya está aquí —le informé cuando la pequeña cabecita salió por completo mirando hacia mí
Se volvió de lado y le tomé en mi mano sintiendo las lágrimas correr por mi rostro.
—Vamos, mi amor, —murmuré lloroso —una última, nena…
Limpié su boquita suavemente y en un último movimiento, todo su cuerpito abandonó el cuerpo de Bella.
—Hola, pequeño… —susurré al pequeño cuerpito de mi hijo antes de girarlo para pasárselo a Bella que lo acogió en sus brazos llorando emocionada.
No sé en qué momento habían llegado los médicos pero sospeché que habían presenciado nuestros últimos momentos, sin interrumpir, y no pude más que agradecer que me permitieran asistir a la mujer de mi vida, en el milagroso momento que acabábamos de vivir.
Había sentido pánico durante varios momentos, pero no cambiaría este momento, por nada del mundo.
Allí bajo ese techo, estaban las tres personas que conformaban mi mundo.
Y todo se lo debía a la fuerte mujer que me observaba con amor, tras sus ojos húmedos.