El reloj mecánico de la doctora Alice continuó su viaje fuera del cuerpo de nuestro héroe, si es que podemos llamarle así. Monika fue la primera en advertir su presencia. Sobre el tapial, el reloj-corazón tenía aspecto de juguete para los muertos. Decidió rescatarlo para contemplar su colección de objetos insólitos. El reloj descansa en el suelo del tren fantasma, entre dos cráneos seculares.

El día en que Iván lo reconoció, perdió su poder para asustar. Una noche, después del trabajo, decidió desembarazare de él. Tomó la ruta del cementerio de San Felipe con el reloj bajo el brazo. Señal de respeto o solo superstición –nunca lo sabremos-, fue quien dejó el reloj sobre la tumba, actualmente abandonada, de Arthur. Antonio abandonó el Extraordinarium en el mes de octubre de 1892. Ese mismo día de octubre, el reloj desapareció del cementerio de San Felipe. Iván prosiguió su carrera en el tren fantasma, hechizado él mismo hasta el fin de sus días por la pérdida de Antonio.

Por su parte, Antonio hizo crecer su fama y su belleza por los mejores escenarios de toda Europa. Arthur siempre estaba a su lado como guardaespaldas-mánager. Diez años más tarde, los habrían visto en una sala de cine en la que se proyectaba El Viaje a la Luna, de un tal Francis Bonnefoy, convertido en el mayor precursor del cine de todos los tiempos, el inventor absoluto. Antonio, Arthur y él se habrían entrevistado durante algunos minutos después de la sesión. Compartirían un buen vino, risas, llantos, y una copia del libro Un hombre sin Trucos.

Una semana más tarde, el reloj regresó a la superficie en el rellano de la vieja casa de Edimburgo, envuelto en un pañuelo. Se diría que la cigüeña acababa de dejarlo. El corazón permaneció varias horas plantado en el felpudo antes de ser recogido por Isabel Y Andiara, las cuales habían recuperado la casa deshabitada para convertirla en un orfanato que acogiera hasta a los niños viejos como Magnus. Tras la muerte de Alice, el óxido había invadido su columna vertebral. Al menor movimiento, rechinaba. Comenzó a tener miedo del frío y de la lluvia.

El reloj terminó su andadura en la mesita de noche de Magnus, junto con el libro que había puesto también en el paquete. Jehanne no volvió a ver el reloj, pero encontró al fin el camino hacia el corazón de Francis. Terminaron su vida juntos, regentando un puesto de venta de bromas y juguetes cerca de la estación de Montparnasse. Todo el mundo había olvidado al gran Francis, pero Jehanne continuaba escuchando con pasión sus historias del hombre con un corazón de reloj y otros monstruos disfrazados de sombra.

En cuanto a nuestro «héroe», creció, no dejó nunca de crecer a lado del español que más amaba. Las heridas en su pecho, internas y externas, sanaron. El reloj en su pecho ya no existía, y en su dedo anular había un anillo de oro dorado. Salía con Antonio todas las noches, para deambular por los alrededores de las ciudades que visitaban juntos. La luna era la única que los observaba y hacía brillar los anillos que compartían.

Después de la primera gira por Europa regresó sobre sus pasos hasta Edimburgo; la ciudad era idéntica a la de sus recuerdos, el tiempo parecía haberse detenido. Trepó a lo alto de la colina como cuando era un niño, solo que en esa ocasión iba de la mano con su cantante español. Grandes frascos llenos de agua se posaron sobre sus espaldas, pesados como cadáveres. El viento lamía el viejo volcán de pies a cabeza, su lengua helada destripaba la bruma. No era el día más frío de la historia, pero no andaba lejos de serlo. Notaba a Antonio temblar debajo de las gruesas capas de ropa.

Cuando empujo la puerta de su hogar de infancia, todos los relojes de Alice estaban en silencio. Isabel y Andiara, sus dos tías abigarradas, tuvieron todas las dificultades del mundo en reconocer a quien ya no podían llamar en serio «pequeño Arthur». Fue necesario que cantara algunas notas de «Oh When the Saints» y un par de trucos con las cejas para que le abrieran sus brazos escuálidos. Presentó a Antonio como su ahora prometido, no fue muy difícil que el español lograra hacer que el par de ibéricas se encariñaran con él, el encanto estaba en su sangre. Todo el rato hubo risas y charlas cálidas, hasta que Arthur preguntó por Alice.

Entonces, Isabel le explicó despacio el contenido de la primera carta, la que jamás llegó, confesándole de paso que las siguientes las habían escrito ellos. Antes de que el silencio hiciera estallar las paredes, Andiara tomó con fuerza la mano de Arthur y le condujo a la mesita de noche de Magnus. El viejo le desveló el secreto de su vida. «Sin el reloj de Alice, no habrías sobrevivido al día más frío del mundo. Pero al cabo de unos meses tu corazón se bastaba a sí mismo. Ella habría podido sacar el reloj, como hacía con los puntos de sutura. Tendría que haberlo hecho, en realidad. Ninguna familia se atrevía a adoptarte a causa de ese artilugio tic-taqueante que salía de tu pulmón izquierdo. Con el tiempo, se encariñó contigo. Alice te veía como una cosita frágil, que había que proteger a cualquier precio, ligada a ella por ese cordón umbilical en forma de reloj. » »Temía terriblemente el día en que te convertirías en un adulto. Intentó ajustar la mecánica de tu corazón de modo que pudiera conservarte para siempre cerca de ella. Nos había prometido hacerse a la idea de que tal vez tú también llegarías a sufrir por el amor, pues la vida está hecha así. Pero no lo consiguió.»


Muchas gracias a todos los que han seguido esta historia! Al fin hemos terminado con la Mecánica del corazón... Espero poder seguir actualizando lo demás que tengo pendiente (entre algunos proyectos futuros)

No tengo mucho más que agregar... Feliz año nuevo! Esperemos que 2017 sea mejor...