Manuel exhalo profundamente, lanzando al aire un gemido agonizante.
Se estremeció y ya no podía echarle la culpa al invierno, como lo hacía siempre. La primavera había llegado para quedarse y Martín no iba a creer ninguna de sus escusas. Ya no.
Intentó tranquilizarse y regular su respiración, pero fue en vano.
Esos ojos, esa mirada, ese color verde; esa boca, esos labios, esa lengua… no, todo era demasiado. Martín destrozaba su resistencia y la reemplazaba con simples suspiros temblorosos. Cada toque no hacía más que retorcer su cordura, sus nervios y todo su ser.
"Mas".
Eso fue lo que salió de su boca cuando quiso negar. ¿Negar qué? ¿Qué Martín lo volvía loco? Ya lo sabía, lo sabían los dos.
El argentino sonrió pasando su lengua por la erección del chileno de arriba abajo, apretando los labios en la punta antes de separarse, apenas, para preguntar.
-¿Más?
El aliento caliente contra su capital expuesta causo al chileno una parálisis cerebral. Apoyo la mejilla contra la almohada para refrescar la cabeza, aunque se opuso rotundamente a la idea de contestarle.
¡Era Martín! ¿Por qué le permitía estas cosas? ¿Por qué? ¿Por qué…?
Porque a pesar de ser el ser más insoportable y odioso del mundo, era quien siempre estaba a su lado, quisiera o no. Siempre.
Una mano dedico toda su atención a pasearse por su vientre, mientras la otra acompañaba el ritmo lento de la boca que lo tenía prisionero. Se le escapó otro gemido, largo y lento como el momento, como cada uno de los movimientos del rubio con cabellos de oro y ojos de esmeralda.
Contradijo a esa voz en su mente que le pidió más, rechazó esa necesidad básica y frenética que tenía su cuerpo cuando el otro se acercaba. No, debía haber una razón completamente razonable para…
Un ruido bastante vergonzoso salió de su boca, innecesariamente más alto que los anteriores. Martín había tomado todo su miembro con la boca, rodeándolo de humedad fogosa y calor mojado.
-¿Más?
Volvió a preguntar al alejarse, antes de volver a repetir la acción con tortuosa morosidad y lentitud, arrastrando la lengua y los dientes por todo el camino.
¿Negar qué? Se volvió a preguntar. Si lo amaba. Y necesitaba…
-¡Más!