CAPÍTULO II

"Canción para decir

las cosas que pocos dicen.

Por lo general, a la gente

si no le pasa, no lo siente.

Y así todo se repite,

y así nunca se lo aprende".

León Gieco


Despertó de madrugada envuelto en su propio sudor, con el rostro turbio y horrorizado, víctima de una pesadilla. Las imágenes aún estaban tan frescas, atroces y reales, que no podía calmarse pasado los segundos; ni siquiera porque ahora, con el dolor palpitando en su cabeza como una ilusión, todo estaba bien. Pero ahí dentro, los gritos y maldiciones seguían chocando, revolcándose en la sangre estancada del suelo, que abriéndose camino desde los cuerpos destazados de sus amigos, se precipitaban a él tomando una figura humana que apretaba fuertemente su cuello.

Porque esa persona desnuda, brillante en toda su maldad, era el reflejo siniestro que amenazaba siempre con tomar el control. La bestia, y al mismo tiempo, parte de sí mismo.

Una pesadilla, pensó apretando las cejas y mordiéndose los labios al respirar. Tan sólo fue la maldita pesadilla de todos los días.

Con los dedos fríos, se dio un masaje en los párpados, retirándose el sudor de las sienes, la frente y la nariz. Sofocándose, intentó controlar su respiración, y cuidándose de no despertar a los niños acurrucados a sus lados, desenredó el par de brazos y piernas que lo asían fuertemente de los muslos.

Estar en penumbras no le ayudaba en lo absoluto, ni siquiera por la respiración tranquila de sus compañeros dormidos. Afligido, pensó que aquello debía bastar para calmarlo, porque todo estaba en orden y no le había hecho daño a ninguno de ellos. Pero para su conmoción, seguía siendo insuficiente.

Ahogado en un limbo sombrío, percibiendo que los oídos empezarían a zumbarle de un momento a otro, flexionó el estómago y trató de levantarse sin que le temblaran demasiado las piernas.

—¿Naruto no nichan? —adormilado, Konohamaru levantó la cabeza cuando su almohadón favorito dejó de sostenerle la espalda—. ¿A dónde…-?

—Al baño —con voz áspera, tragándose un gargajo de saliva, el rubio lo interrumpió colocándose el dedo índice en los labios, para que el más pequeño guardara silencio—. Quédate ahí, vuelvo en un segundo.

Tallándose los ojos con las manos hechas puño, Konohamaru asintió lanzando un bostezo, dándose la vuelta para dormir otra vez. Naruto agradeció enormemente que no se pusiera necio, porque de lo contrario, no se creía capaz de controlarse frente a él.

Más acostumbrado a la luz que entraba parca por las ventanas, salió de la alcoba lentamente, palpando la pared y sintiéndola rugosa entre sus dedos. Comenzaba a marearse, y el calor de siempre le ceñía la cabeza como una banda hirviente, pinchándole las sienes. Casi arrastrándose por el muro, cogió impulso de sus brazos y abandonó la pared dando pasos zigzagueantes.

Frustrado por la debilidad que lo agarrotaba, zumbándole en los oídos y robándole lo poco que tenía de visión, Naruto abrió la puerta de la habitación más cercana y se encerró en ella, escurriéndose hasta el suelo, respirando grandes bocanas de aire. Hacía muchísimo calor, pero el sudor que empapaba su playera estaba increíblemente helado, tanto que el contraste le provocaba escalofríos.

—Ya… ya pasará —se animó apretando los párpados, relajando los hombros y recargándose sin fuerzas en la puerta de atrás—. No es… la gran… cosa.

Últimamente le sucedía con bastante frecuencia, especialmente cuando alguien lo enfurecía o se asustaba más allá de lo que podía controlarse. Sentía como si algo creciera de pronto dentro de él y buscara salir urgentemente al exterior, quitándole el aliento y robándoselo para hacerlo suyo.

Al abrir los ojos pudo comprobarlo. De pronto, la luz de la luna le pareció intensa, suficiente para que supiera donde estaba. Vio las paredes con manchas de moho negro, olisqueó el penetrante olor húmedo del confinamiento y sintió la delicada frescura del aire que entraba por debajo de la puerta; e incluso, lograba escuchar el ruido que algunos insectos hacían al trepar muros o aquellos que se encontraban haciendo sus hogares entre el polvo.

No necesitó verse las garras que suplían las uñas de sus manos y pies para saberlo: había dejado de ser un humano en ese preciso momento. Justo como en sus pesadillas.


—¿A dónde crees que vas ahora?

La voz de Iruka paralizó sus movimientos justo cuando estaba por abrir la puerta, al lado de la habitación que habían transformado, hace algunos años atrás, en una cocina amplia de varias mesas juntas al centro.

—Ayer estuviste prácticamente todo el día fuera —continuó el adulto, apareciendo por detrás con una niña de cinco años sujeta a su mano—. Sería bueno que dejaras de preocuparme por lo menos una vez a la semana, con tanto paseo tuyo —regañó, para murmurar después—: Tú y los otros seis, especialmente.

Naruto resopló tan fuerte que consiguió levantar varios mechones rubios de su flequillo.

—Pero Iruka-sensei —agobiado, intentó defender su causa—, ya terminé de recoger latas y hasta me di un baño. Tengo-

—El que hayas madrugado y terminado el castigo temprano, no es una excusa y mucho menos te salva de este sermón.

El adolescente frunció el ceño. Cerca de las diez de la mañana había terminado de limpiar la parte que le correspondía, y gracias a eso, tenía el día libre por ahora. No hacía más de media hora que Kiba estaba despierto, insultándolo por haber madrugado y terminado su castigo antes que él. Probablemente, el chico perro no lo envidiaría en lo más mínimo si supiera la verdadera causa de su insomnio.

—¿A dónde piensas ir? —Volvió a preguntar, dándole a la niña una taza con leche dentro y unas cuantas rodajas de pan que había sacado del fondo de un cuenco. Ella se apresuró a darle una gran mordida, haciéndolo sonreír sin proponérselo; aunque su atención seguía fija en el otro—. ¿Uhm?

—Tengo planeado pasear un rato, ya sabes —respondió con una mueca de fastidio—. Quizás vaya al río otra vez… me gusta estar ahí. Es tranquilo y no hay soldados. Aunque no sé, depende mucho de las ganas que tenga.

El hombre suspiró, rascándose buena parte de la cabeza.

—Todavía es muy temprano para ir al río —Iruka se agachó y levantó del suelo una caja llena de botellas de vidrio, colocándola en la parte baja de un despensero—. Además, tengo que hablar contigo de algo muy importante.

Naruto arrugó las cejas y se cruzó de brazos como todo un impaciente. Aun así, su curiosidad era tan obvia que se reflejaba en su cara.

—¿Qué quieres decir con "algo importante"? ¿No se suponía que habíamos hablado "de algo importante" ayer?

—Eso también lo era —le acercó un plato, haciéndole un ademán para que tomara asiento en la gran mesa donde comían todos—. Pero ahora esto es mucho más importante. Sírvete leche de ahí —le indicó con el dedo una jarra de plástico, encima de una silla vieja apoyada a la pared—. ¿Quieres que te corte el pan o te lo comes a mordidas?

—Eh, no es necesario, Iruka-sensei —algo abochornado, pasó el dedo índice por la punta de su nariz—. La verdad no tengo hambre. Dale mi parte a alguien más, ¿va?

—No reniegues —le discutió, desenvolviendo unos bolillos de una toalla, colocándoselos en la mesa—. Hazme caso y métete algo en el estómago, todavía tenemos suficiente comida para que desayunen todos, incluyéndote.

Viéndolo de espaldas, repartiendo platos y pedazos de pan, sirviéndoles leche a los niños que se formaban tras él, Naruto sonrió con un calorcillo asomándosele en los ojos. Si había alguien que admiraba de verdad era Iruka. Nadie podía tener tanto corazón como él. Haciéndole caso, cogió la jarra y se sirvió un poco de leche en el vaso, aprovechando para atender también a los pequeños que Iruka no podía ayudar por estar ateniendo a los que venían llegando.

—Y pensar que Shikamaru sigue dormido cuando tú estás haciendo algo decente. Qué vergüenza —Ino entró por la puerta estirando los brazos, sujetándose el largo cabello rubio en una coleta alta—. Deberías despertarlo de vez en cuando, ¿sabes? Quizás te haga más caso que a mí.

—Vamos, si no te hace caso a ti, es porque es caso perdido —se rió, llenándole de leche el vaso que la muchacha había cogido de la mesa, acercándoselo—. Déjalo ser, total, no hace mucho despierto. Nada más juega al shogi hasta que le entra el sueño de nuevo. Es un flojo.

—Pero mucho más listo y genial que cualquiera de ustedes dos —Chouji, con un par de bolillos gordos en las manos, metió un poco de su opinión en la conversación.

—¿Y eso qué? —quejoso, el rubio le contestó frunciendo las cejas—. De que es un geniecillo, lo es. Seguro. Pero ni siquiera tú puedes defenderlo de la flojera tan grande que siente para todo el mundo.

El muchacho regordete pellizcó el pan con los dientes, y de una gran mordida, se lo metió por completo a la boca. Ino suspiró, masajeándose el puente de la nariz mientras negaba suavemente con la cabeza.

—No estamos criticando o hablando mal de Shikamaru, Chouji —ahora fue el turno de ella para aclararse—. Estaba comentándole al tonto de Naruto lo maravilloso que sería si hiciera de despertador para el flojo de Shikamaru. No es justo que se la viva dormido y nosotros trabajando, eso hasta tú lo sabes.

—Hablas como si le tuvieras envidia… —Sakura se acercó a ellos, sonriéndole con burla—, Ino-cerda.

—Vaya, vaya… pero si es Sakura, ¿no golpeaste la puerta con tu frente al entrar? Hoy se ve tan grande y grasosa…

—¡Retíralo, puerca!

—¡Sería como mentir, frentona!

—Shikamaru hace más que dormirse —insistió Chouji con aire misterioso, dándole una mordida al bolillo que traía en la otra mano, abriéndose paso en el barullo general y el formado por las dos chicas—. Gracias a él y su cerebro, hemos podido traer bastante comida para alimentar a todo el orfanato.

Ino se calló de pronto y le pidió con la mirada a Chouji dejara de hablar. Él la ignoró dándole un sorbo a la leche.

—¿Eh? Ahora que lo dices, eso siempre me ha parecido raro… —Naruto curioseó, estirándose para alcanzar un pan, aprovechando la ocasión—. ¿De dónde sacan tanta comida buena? A veces ni yo encuentro algo decente en una semana y ustedes traen pan y leche a montones, ¡hasta verdura nueva y todo! ¿Cómo es posible que Iruka-sensei no les diga algo y a mí me ande regañando por todo?

—Tenemos un pacto.

—¿Qué clase de pacto? —indagó, mascando el bolillo con la boca abierta.

—¡Cierra la boca! —alterada, la muchacha le cubrió la boca, impidiendo que siguiera hablando—. ¡Serás idiota! ¿Hasta dónde pretendes seguir contándole? ¡Bocón!

—¡Eh, de qué pacto hablan!

—No es de tu incumbencia —se apresuró ella, dándole la espalda a Chouji y golpeándolo de pasada con un coscorrón—. Y de todos modos… —carraspeó—, este lugar es el menos indicado para decírtelo.

—¿Qué quieres decir con eso? No es como si no pudiéramos saberlo, a menos que lo estén-

—Naruto, ya déjalo —Sakura le apretó el hombro, leyendo la mente de Ino con sólo una mirada—. Mejor vamos con Iruka-sensei y los niños, Konohamaru está a punto de reventarle la paciencia.

Insatisfecho pero obediente, Naruto bufó siguiendo a los demás, hasta que de pronto cayó en cuenta por qué Ino y Sakura tenían razón. Había muchos niños alrededor, sosteniendo vasos y rebanadas de molletes con los dedos, que remojaban en leche antes de darle una buena mordida.

Si había algo turbio detrás de toda esa comida, que los chiquillos lo escucharan así nada más, podía poner en duda las cosas que Iruka les había enseñado con tanta dedicación esos años. Como no robar a los demás, por ejemplo.


Estaba por dar las dos de la tarde cuando finalmente se desocupó. Kiba arrojó la última lata de aluminio aplastada dentro de una bolsa y se limpió el sudor que resbalaba hasta la punta de su barbilla, cayendo al suelo en pequeñas gotas pesadas. Sofocado, cansado y algo malhumorado, se dirigió colina abajo donde Akamaru, descansando en la sombra de un raquítico árbol revestido de cajas, lo esperaba sentado.

—Listo, vamos a darnos un buen baño ahora, Akamaru. Con tanto trabajo, seguro apestamos lo suficiente para que nos usen de repelente.

Akamaru se levantó sobre sus patas y lanzó un ladrido grave, sacándole una sonrisa algo risueña.

—Sí, bien, entiendo —arrodillándose, se acercó y sobó la peluda cabeza con los nudillos—. Según tu nariz, el único que apesta aquí soy yo, ¿no? Tú hueles tan bien como siempre.

Al levantarse, le llamó la atención el punto naranja que iba caminando en línea recta hacia la ciudad, alejándose del orfanato con cada paso. Era Naruto, escapándose de nuevo con su mochila sucia colgada del hombro.

—¿Piensa explorar hoy también? —se preguntó y a respuesta, el perro se aproximó meneando la cola a los lados—. ¿De dónde saca tanta energía para levantarse temprano, terminar de limpiar media cancha de desperdicios y todavía irse a vagar por ahí?

No era algo inusual. Naruto siempre se marchaba temprano y volvía entrado el atardecer, a veces con la bolsa llena de cosas reciclables, encargos de Iruka o de otros adultos, e incluso, con baratijas valiosas que podía intercambiar por medicinas a los soldados más llevaderos. Aunque por lo general llegaba sucio, sin nada en las manos y un montón de historias que los hacían reír en las noches, cuando se acostaban en las camas y cobijas, unos sobre otros.

—Total —se encogió de hombros, agachándose para recoger al cachorro y ponérselo encima de la cabeza—. Vamos a refrescarnos y comer algo, luego alcanzamos al idiota ese en el río, seguro lo encontramos para una guerrillas de agua. ¿Te parece, Akamaru?

El cachorro ladró contento y Kiba caminó colina arriba, silbando, hasta llegar a la finca, anunciándole a Iruka una vez dentro, que finalmente había terminado el castigo y estaría limpiándose en el patio.


Una gigantesca nube cubrió por completo la luz del sol, vistiendo con su sombra a todo aquel que tocara en un radio de diez kilómetros. Naruto pateó aburrido la lata de aluminio del piso, ensuciándose la puntilla de los pantalones cuando, al caer en un charco, volvió a patearla hasta estrellarla contra la pared. Conforme iba alejándose de la ciudad, el silencio aumentaba y los escombros disminuían, abriéndose en el campo la fauna silvestre y el trinar de los pajarillos. Si no fuera por la existencia del río, estaba completamente seguro que ese pequeño bosque no existiría.

Suspiró y al bostezar, estiró los brazos por detrás de la espalda, desentumiéndose los músculos. Obnubilado, dio un par de pasos más y se adentró por un agujero, en apariencia similar a una alcantarilla, y a cuatro patas, desapareció el pequeño trecho del túnel. Según le habían platicado unos hombres, antiguamente funcionaba como un canal para conducir el agua a un pozo cuando llovía. Ahora sólo era un camino o un refugio más para esconderse del clima y las miradas de los soldados crueles.

Manchado de rodillas y manos, con algunas piedrecillas clavadas en la ropa y piel, se sacudió la mugre una vez salió a la luz, contento de ver el césped más verde que amarillo y sentir con los ojos el poder de los árboles vivos, agitándose suavemente por la brisa. El cielo estaba nublado, y de poco a poco, las nubes seguían juntándose las unas con las otras, oscureciéndose del centro. De buen humor, las señaló con el dedo extendido, pretendiendo acariciarlas como si fueran un animalillo salvaje.

—Eh, te desapareciste un rato —murmuró—. Está bien que vengas y nos mojes la cabeza un rato, te extrañábamos, claro; pero dame un poco más de tiempo para buscar algunas cosas, ¿sí?

Llegar al río no era un trayecto largo, especialmente si se conocían de memoria los atajos apropiados. Orgulloso, porque cuando al resto se tomaba más de cuatro horas caminando, él llegaba en media hora exacta, metiéndose en los túneles subterráneos y sin dejar de correr un segundo. Tenía una resistencia envidiable, una de las cosas buenas de estar maldito, pero también era producto de su continuo esfuerzo y el ejercicio pesado que hacía todos los días.

Entonces corrió, extendiendo las alas de sus pies, saltando obstáculos apoyándose en brazos y piernas. Se sentía tan libre, ligero como una hoja en el viento. Estimulado, el muchacho entró de un clavado a los túneles, arrastrándose como un gusano, y una vez en la superficie, se escurrió por los árboles, colgándose de sus ramas y trepando rocas. Al tiempo, la humedad le golpeó en el rostro y emocionado, pisó con fuerza un charco del suelo, porque casi podía escuchar el flujo del agua desde ahí.

Pasando un par de arbustos, Naruto apartó algunas ramas y se quitó unas hojas de la cabeza, viendo como el río le daba la bienvenida, risueño en su simplicidad. El paisaje era tan hermoso, sencillo y acogedor, que agradeció una vez más que los soldados no lo hubiesen encontrado y destruido, como esa enorme fuente del parque central, hoy tan llena de basura y escombros.

Ahora, caminando por la parte superior de un pequeño barranco, Naruto clavó la mirada en la piedra caliza que bordeaba las esquinas del río. Olía a paz. Una vez llegó a un árbol de raíces prominentes, se sentó encima de ellas y, acostumbrado a ese tipo de belleza, pero no por eso menos impresionado por el agua cristalina que fluía constantemente entre los musgos y las piedras grises amontonadas en algunas partes del río; agradeció una vez más estar ahí. Entonces miró al cielo nubloso, contento.

—Ya, puedes mojarme cuando quieras.

En ese instante, un movimiento brusco lo puso en guardia, sacándolo de su ensoñación cuando estaba a punto de recargarse en el tronco y relajarse un rato. Intimidado, pero cauteloso, rápidamente se escondió detrás del árbol y aguzó el oído lo más que pudo, escuchando murmullos y pasos tembleques de un grupo de mujeres acercándose.

—¡Miren, aquí está! —habló una de ellas, apareciendo desde las entrañas de un arbusto. Tenía el cabello crespo atado en una trenza castaña hasta la espalda y sus ojos cafés estaban jubilosos—. ¿No es maravilloso? Estaba segura que lo encontraríamos.

—Sí, sí, muy bonito —rumió otra, sentándose en el suelo, dándose un masaje en los pies—. ¿Ves peces nadando por ahí? Seguro a la abuela le encantará si llevamos algunos con nosotras, podríamos vendérselos a la vieja tacaña del puesto de frutas rancias.

—Sería buena idea… aunque tengo tanta hambre, que preferiría comérmelos yo sola —una chica quejosa se recargó en un árbol—. No tengo fuerzas para volver.

—¿Hay peces o no?

—No pude dar con alguno —informó la chica de la trenza, inclinándose y encerrando el agua en sus manos, echándosela a la cara y parte del flequillo—. Pero eso qué importa —más fresca, se dirigió a ellas con el rostro húmedo y goteante—. Aquí podríamos estar seguras. Los soldados son muy delicados para soportar una larga caminata por sí mismos. Esos desgraciados están demasiado cómodos en sus campers y tiendas de campaña como para siquiera intentarlo. Deberíamos quedarnos a vivir aquí.

Apretó el tronco con los dedos. En otras circunstancias no le habría molestado escuchar una sugerencia así, pero había algo en esas mujeres que no le daba la confianza suficiente para permitirles estar ahí. Era un lugar valioso para él, después de todo.

—No seas estúpida —la más grande del grupo la agarró de la trenza bruscamente—. ¿Ya viste el cielo? ¡Está a punto de llover! ¿Qué pasa si el río se desborda? ¿O si este lugar es pura fachada y de verdad es peligroso? ¿Has pensado en esas posibilidades?

—Podemos construir una barricada. Además, prefiero mil veces morir ahogada que por la mano de esos malditos soldados.

—¡Pues a lo mejor esos malditos soldados están apuntándonos con sus armas en este mismísimo momento! ¿Quién te asegura a ti que este lugar es seguro, de todos modos?

—¡Cállense de una vez las dos! —la última de ellas, una mujer ojerosa envuelta del cuerpo con una manta desgarrada, sacó una cantimplora de su bolso—. Buscábamos agua, ¿recuerdan? Tomémosla y vayámonos de aquí.

Las mujeres obedecieron, llenando las cantimploras y unas botellas grandes de plástico que recién se percató Naruto, traían sujetas a sus espaldas por un par de sogas. Una vez listas, se levantaron de sus lugares y regresaron por donde vinieron, algunas quejosas y otras prometiendo volver ahí.

Clavando la mirada en la parte contraria del río, pensó que era un iluso si creía que sólo sus amigos y él podían pasear por ahí. También era un egoísta por desear tan desesperadamente que esas mujeres se fueran y no volvieran más, porque supuestamente, el lugar era de todos. Pero era tan precioso, no sólo porque se había conservado casi intacto por cinco años, sino porque ahí no había manchas negras o recuerdos ruines que lo hundieran. Muy al contrario, siempre conseguía calmarse escuchando el ruido del agua corriendo, los chapoteos de los insectos y la increíble vista soleada.

Sentándose en el césped, contempló el cielo nublado y trató de despejarse, pero no lo logró. Estaba seguro que las mujeres no mantendrían sus bocas cerradas y lo divulgarían en cuanto llegaran a la ciudad. Entonces, al estar en medio del verano, se llenaría de personas y la quietud se vería remplazada por las quejas huecas de adultos derrotados con miedo a morir. Lo arruinarían. De eso no tenía ni la más mínima duda.

Enojado, cogió una piedra y la arrojó con todas sus fuerzas, quedando atrapada dentro de un tronco. ¿Y si se peleaban por un lugar? ¿Y si lo llenaban de basura? Como aquel que no puedo contra el destino, apretó el entrecejo, preguntándose qué clase de lugar lastimero sería entonces.

Unas gotas de lluvia hicieron un par de ondas en el agua del río antes que la tormenta estallara por completo. Empapado de cabeza y hombros, Naruto se levantó rápidamente y corrió a refugiarse dentro de un árbol con el tronco hueco, haciéndose ovillo.

Mientras se acomodaba el flequillo rubio a un lado para que no le picara en los ojos, Naruto hizo de la mano un puño y se golpeó con ella el pecho, regañándose por la clase de pensamientos que aturdían su cabeza. No era una persona egoísta, mucho menos negativa o fatalista, pero no podía pensar otra cosa cuando le había perdido el respeto a la mayoría de las personas que vivían en la ciudad. Sobre todo a los negociantes, que golpeaban salvajemente a todo aquel que le robara una minúscula parte de su asquerosa mercancía.

Maldiciendo su suerte, Naruto volvió a golpearse, pero esta vez se dio un cabezazo contra la pared del tronco. Pensaba de nuevo en cosas estúpidas.

Cerró los ojos por un momento, concentrándose una vez más en la lluvia impactándose agradablemente contra las plantas y la tierra. Probablemente sólo estaba siendo víctima de su paranoia. Era ridículo preocuparse por eso cuando había cosas más importantes que debía tomar en cuenta: mucha gente necesitaba, tanto como él, alimentarse de ese paraíso. Mojar la lengua y sumergir por completo la cabeza en un buen baño.

Veinte minutos después, la lluvia se detuvo lo suficiente para darle tiempo de salir de ahí sin empaparse más de lo necesario. Una gota pesada le cayó en el hombro izquierdo al estirar las piernas y al mirar el cielo, lo encontró visiblemente más despejado.

No le extrañaba. Después de todo, las lluvias solían ser poco repetitivas y muy cortas. En la ciudadela, a diferencia de ahí, caían tan ácidas por el humo que sólo mataban más la tierra y los árboles; así como algunos animales y personas que en su desesperación, tomaban directamente de los charcos del suelo. El recuerdo efímero del anciano del día anterior le sacó un escalofrío. Definitivamente, no estaban en las condiciones para comportarse como todos unos egoístas.

Más dispuesto, Naruto levantó una pierna y la apoyó en una piedra, atándose con fuerza las cintas de los deportivos. Era hora de marcharse.

Abriéndose camino, dando grandes zancadas, se llenó la suela de los deportivos con lodo, ensuciándoselos totalmente cuando se hundió de lleno en la tierra. Rió. Seguramente Sakura lo golpearía y lo obligaría a limpiarlos frente a ella. El pensamiento, lejos de fastidiarlo, consiguió divertirlo un poco. Quizás si encontraba algo valioso en la antigua zona rica, los puños de ella no caerían tan salvajes contra su maltratada cabeza una vez estuviera en casa.


No tardó ni hora y media en llegar a los barrios altos cuando el cielo se había despejado, dejando como vestigio de lluvia, un centenar de pequeñas lagunas en la tierra y el concreto; incluso las grietas y baches de las calles estaban llenas de agua sucia, que brillaban doradas gracias a la luz del sol.

Un poco cohibido, pasó por el gran marco rojo que hacía de entrada, sosteniendo un letrero decrépito que le daba la bienvenida. No se imaginaba lo hermoso que pudo haber sido hace años atrás, pero por lo que le comentó Iruka meses antes, ese había sido el lugar más lujoso de la ciudad. Grandes mansiones blancas de techos marrones, jardines preciosos, caminos de roca enmarcando un brillante césped bien cortado. Aunque eso no importaba mucho cuando sólo quedaba de eso, un recinto de fantasmas vagando en escombros negros, constantemente violados y pisoteados.

Al entrar, siempre le abrumaba que todas las casas hubieran sido tan cruelmente incineradas, pero tampoco era algo que le mortificara demasiado. Después de todo no había estado ahí cuando ocurrió, sino más bien asustado por el ruido incesante de los tiroteos en las calles y el temblor que Iruka no podía dejar de hacer al abrazarlo. Hizo una mueca, sacudiéndose la cabeza. Bueno, no había ido ahí para abollarse por sus recuerdos; más bien estaba explorando para encontrar cosas útiles que podía intercambiar después.

Desplazándose por las callejuelas abandonadas, decidió meterse primero a una casa que no tenía techo, cuya puerta principal estaba completamente desecha. Por dentro estaba prácticamente vacía y los montones de escombros negros en el suelo le daban una idea de dónde había ido a parar la terraza.

Las siguientes no fueron muy distintas. Carbonizadas, abandonadas y con huecos tan enormes que consumían buena parte de las paredes. Los mismos suelos grises cubiertos de cachivaches inservibles, restos de muebles y aparatos domésticos. Algunas tenían todavía el esqueleto de los techos firmes, pero tan negros como el resto de sus entrañas.

Con las manos y parte del rostro sucio, Naruto se aventuró a una casona demacrada, que el incendio había desecho por completo. Para su mala suerte, tampoco había algo importante. Lo único distinto era que los charcos eran más abundantes en esa zona.

Recorrió un par de casas más antes de darse por vencido, levantando escombros y revisándolos muy bien. Sin éxito, recargó la espalda en la pared de una casa y se manchó la frente cuando intentó quitarse el sudor. La sudadera naranja estaba completamente sucia.

—Estoy seguro que Sakura-chan gritará en cuanto me vea… —soltó al aire, derrotado—. Y estará más furiosa cuando se dé cuenta que llego con las manos vacías otra vez. Maldición.

De un gran suspiro, Naruto se dejó caer al piso haciéndose campo entre los escombros. Era natural, pensó resignado, por muy de ricos que había sido el lugar antes, cinco años de saqueos constantes era suficiente para dejarlo completamente seco. Tenía que admitirlo, ahí sólo había escombros y fantasmas gimiendo en las noches por el trágico desenlace de sus vidas.

—Mierda —insultó al ponerse de pie y al verse las manos, la realidad se precipitó hacia él—; ahora que lo pienso, no debí ensuciarme tanto si las cosas iban a terminar de esta forma —se escandalizó, mirándose la ropa sucia, especialmente las manchas negras del pantalón—. ¡Debí haber brincado ese charco en vez de correr encima de él! ¡Tardaré horas en quitarme esa cosa del pantalón y seguro Sakura-chan no querrá ayudarme esta vez! Mierda, con lo grasoso que estaba…

—Molestas —la voz salida de la nada lo asustó tanto que tropezó con sus propios pies, golpeándose la frente contra la pared.

—¡AH! —Miró en todas direcciones, levantándose torpemente del suelo y apretándose la cara con un gesto de dolor que no duró demasiado—. ¿Qué? ¿De dó-dónde…?

No había nadie a su alrededor. Era un verdadero paisaje desolado, aterrador por las formas negras que habían quedado de las casas.

—¿Me lo habré imaginado? —Dándose valor, inspeccionó una vez más a los lados, sin resultados—. Es que aquí no hay nadie…

—Lárgate —ordenó la misma voz, espantándolo. Seguía sin haber nadie a su alrededor y eso sólo lo ponía más nervioso.

—¿Qu-quién eres? ¡T-tú! ¡Sal de donde estés!

Pasaron cinco segundos y el silencio continuó burlándose de sus oídos. Parecía, en verdad, ser la única persona en la zona.

—¡Eh, tú! ¿Hay alguien? —Exclamó sin respuesta, escuchando el eco sordo que sólo coreaba sus palabras—. ¡No estoy tan loco para oír voces tan feas en mi cabeza! ¡Ey! ¡Sal! —el silencio lo golpeó de nuevo. Nervioso, dio un paso hacia atrás—. Mi-mierda, ¿habrá sido un fantasma? No sería algo raro, después de todo mataron mucha gente aquí, pero…, oh maldita sea, no se escuchaba amigable para nada. —Naruto tragó saliva, con la pierna temblándole a la par que los brazos, dando otros pasos para atrás—. ¡Eh, si eres un fantasma, olvida lo que dije! ¡Ni se te ocurra salir! ¡Mucho menos hacerme algo! Mierda, ¡de verdad, estoy hablando en serio!

—¿Quieres cerrar la maldita boca? —la voz continuó, esta vez acompañada por el ruidito de una ventana abriéndose. Naruto salvó la distancia que había retrocedido en un par de zancadas, nervioso. Entonces, al ver la cara del chico que se asomada desde la planta alta, frunció el ceño como nunca.

—¿¡Y a ti qué rayos te pasa!? —lo señaló con el dedo acusador, moviendo histéricamente los brazos—. ¿¡Por qué me asustas de esa manera!? ¡Creí que eras un jodido espectro, bastardo! ¡Casi me cago en los pantalones!

El muchacho en cuestión era joven, quizás de su misma edad, y tenía la piel muy blanca a pesar de estar en medio del verano. Naruto tragó saliva. Con ese cabello y ojos tan negros, el desconocido tenía la apariencia de un fantasma de verdad.

—No es mi problema —el chico le dedicó una mirada fría que lo estremeció—. Ahora márchate de aquí. Molestas.

E inmediatamente después, el moreno desapareció en la oscuridad de las paredes quemadas.

—¡Ey, a dónde crees que vas! ¡Ni siquiera te has disculpado, bastardo!

Rabioso, Naruto se negó a dejarlo así y echó una carrera hasta la parte delantera de la casona y abrió la puerta tan fuerte que terminó por hacerla crujir. Por dentro, el sitio no era muy diferente a las otras casas que había visitado, salvo que el piso no estaba sucio. Frunció los labios, ¿cómo era posible que no le hubiera llamado la atención esa casa antes? Creía haberlas revisado todas desde que tenía diez años. Aunque ahora, enojado como estaba, dejó pasar el pensamiento y se enfocó en buscar al otro, dando con las escaleras.

—¡Cuando te encuentre te daré un puñetazo bien puesto en la cara, maldito!

Trepó los escalones pisándolos con fuerza hasta llegar a la planta alta, observando el pasillo solitario cubierto por el hollín. Algunas partes del techo faltaban y la luz del sol entraba como pequeños focos en línea recta, dado que las ventanas estaban totalmente cubiertas por tablones.

—¡Sal de una vez, estúpido!

El silencio se comió sus palabras de nuevo. Receloso, Naruto recorrió las habitaciones donde podía meterse, inquietándose considerablemente cuando encontró nada más restos de muebles deshechos. Justo estaba empujando los pedazos de una puerta cuando un enorme boquete se abrió del suelo y un pedazo de concreto se hundió en el piso de abajo, aplastando ruidosamente los restos de un refrigerador y una estufa.

Sintiendo vértigo hasta en la punta del cabello, Naruto observó otro agujero más grande, tan viejo como el incendio que quemó la casa, y pensó que si seguía ahí, podía terminar cayéndose también. Como todo un cobarde, se arrastró por el suelo y regresó a las escaleras, con todas las intenciones de marcharse. Mientras llegaba, tomó nota mental de tener un cuidado extra donde ponía los pies de ahora en adelante. Específicamente en las casas quemadas como esa.

El lugar ahora estaba más iluminado y una capa espesa de polvo reflejaba la luz. Con los ojos entrecerrados, tosiendo ocasionalmente, siguió arrastrándose impulsándose de rodillas y codos, hasta tocar los escalones. Seguía sin haber rastro del bastardo. Parándose con rapidez, le invadió el pensamiento de los fantasmas de nuevo. En esa casa no había nadie vivo. Debía irse mientras tuviera la oportunidad.

Pero contra sus falsas expectativas de huida, el muchacho apareció frente a él de pronto, con el ceño totalmente fruncido y una mirada escalofriante.

—¡AH! ¡No! —y su trasero, del susto, volvió a caer sobre el suelo, levantando una ligera capa de polvo—. ¡Muérete maldito fantasma! ¡Aquí te quedas solo! ¡Muérete, muérete, muérete!

—¿¡Cuántas veces tengo que decirte que cierres la maldita boca!? —el de cabello negro le sujetó firmemente del cuello, levantándolo del suelo bruscamente. Estaba furioso—. Y ahora, hasta has destruido una parte de mi casa. Eres un verdadero imbécil.

—¿Entonces no eres un fantasma? —Cerciorándose, palpó el rostro pálido con las manos sucias, dejándole las marcas de sus dedos negros—. ¡Pudiste habérmelo dicho antes, malnacido! —y se soltó azotándole un puñetazo, golpeando al muchacho en la barbilla—. ¡Bien merecido lo tenías!

No pudo reírse lo suficiente, porque de una fuerte patada en el estómago, el otro lo impactó contra la pared del pasillo, haciéndola temblar.

—Estoy harto de ti —como un dragón furioso a punto de atacar, un hilillo de vapor empezó a salírsele de las esquinillas de los labios—. ¡Prepárate a morir!

El suelo no soportó el movimiento nuevo, e inestable como estaba, crujió rasgándose por la mitad y arrastró a ambos al suelo. Naruto pudo ver claramente como una hermosa flama naranja amenazaba con salir de la boca del muchacho, antes de apagarse por completo. Luego, cuando un gran pedazo de piedra se desplomó de lleno contra su cabeza y sintió como alguien lo sostenía firmemente del brazo para no dejarlo caer, el mundo empezó a dar vueltas y a oscurecerse.


Notas: Me siento orgullosa porque he cumplido el plazo de quince días esta vez. Espero seguir haciéndolo de ahora en adelante, porque le he puesto un cordón largo a mi memoria nueva para no perderla como la otra. Gracias por los comentarios y visitas, también por los que me han puesto en favoritos y alertas. Tap tap tap

TheRusso: Me alegra que le guste la historia y quiera seguirla hasta el final. Espero que este capítulo también lo ponga de buen humor.

Hokuto: No demoré esta vez. Le he puesto una correa a mi USB para no perderle de nuevo en la universidad, es uno de mis compromisos. Oh, ¿así que se ha enamorado? Vaya, entonces le aseguró que sabrá más de esta historia.

Café Amargo: Tiene toda la razón sobre Sasuke. Ah, pero señora panqueques, esas personas que menciona son de las que menos tiene que preocuparse por ahora. Como bien dice, habrá más cosas. Oh, y ahí está el encuentro de esos dos. Nada romántico, le aseguro. Tap tap tap